Querido padre: Un mal día me dijeron que habías tenido un derrame cerebral y estabas en el hospital. Ese fue el detonante de lo que vendría después. Al recibir la primera noticia yo estaba trabajando en una pequeña isla en medio del océano. Cuando volví el médico me dijo que tenías demencia senil tipo Alzheimer, leve de momento, pero que con el tiempo se iría agravando. La conversación fue muy breve y el doctor se sorprendió de mi escasa reacción. A mis treinta y tres años el futuro se me vino abajo y me quedé sin palabras. Entre todos tomamos la difícil decisión de ocultártelo y así vivimos durante dos largos años, el periodo más duro para toda la familia, incluido tú, sospecho. Hasta que un día la casualidad marcó un antes y un después. Estabas viendo en el telediario una información sobre la enfermedad de Alzheimer y, urgiéndola, llamaste a mamá que estaba guisando: “Marisol, ven, mira. Esto es lo que yo tengo”. Ella reaccionó a sentimiento y aprovechando la oportunidad, te dijo: “sí Ángel, esto es lo que tú tienes”. Tras ese reconocimiento todos nos sentimos liberados en parte. Creo, y ahora hablo sólo por mí, que también tú agradeciste de alguna forma saber la verdad. Hubo otro momento importantísimo, que fue la entrada de Arena en tu vida. Arena, la perra especialmente adiestrada para ayudar a este tipo de enfermos, tu compañera, tu guía, con la que pudiste volver a salir a la calle, sentir y expresar afecto. Han pasado nueve años y ya no le haces caso ni la acaricias, tu mal ha avanzado hasta un punto en que ni siquiera ella puede ayudarte y has tenido que aceptar el adiós de los amigos, la caña y el mus de los domingos… Mientras hacía esta serie de retratos, un trabajo que me planteé a partir de tu enfermedad, hablando con las familias y sobre todo con los cuidadores principales, que generalmente son los cónyuges, me di cuenta de que la mayoría tiene una sensación de abandono, algunos incluso por parte de los propios hijos. La soledad en la que se ven sumidos es un verdadero drama. En eso has tenido suerte: Virginia, Teresa y yo estamos bastante encima, aunque el gran peso lo lleva mamá, que es la auténtica heroína de todo este calvario. Han transcurrido nueve años y he tenido una hija. Ana y yo la llevamos con frecuencia a verte y aunque no estoy seguro de que sepas que es tu nieta, quiero pensar que al menos la reconoces como alguien cercano y familiar. Te escribo esta carta porque ya no te puedo hablar. Si te enseñara las fotos, tú no las mirarías, y si te leyera esto, ya no lo entenderías. Por eso parece que ésta es una carta escrita para alguien que ya no existe y que está hecha en su memoria. Sin embargo tú estás vivo, fuerte y con buen color. Pero en el fondo estás muerto. Tu ausencia es la causa de este libro y es también la causa de que mi vida sea ahora más triste. Y de... tantas otras cosas. Tu hijo Ángel Madrid, septiembre de 2008