Homilía en la fiesta de San Cayetano 7 de agosto de 2013 (Desgrabación de las palabras de Mons. Marino) Queridos hermanos, es muy hermoso para el obispo y para los sacerdotes, pastores del pueblo, contemplarlos numerosos y expresando con entusiasmo la fe. Hoy nos congrega la fiesta de San Cayetano, esta figura amable que nos ayuda a sostener nuestra fe mientras dura nuestro viaje por la vida. Decir que nos congrega la fiesta de San Cayetano, es lo mismo que decir que nos congrega Jesucristo, porque los santos que son nuestros mejores amigos, nuestros hermanos más destacados, nos orientan siempre hacia Jesucristo, hacia Dios. Ellos son los que nos enseñan a vivir como creyentes, a estar abiertos al amor providente de un Padre que está en el cielo, y que aunque no lo vemos, está siempre presente. Nuestra vida, procede de una gran bondad, está sostenida por una gran bondad de la cual no tomamos siempre conciencia, la bondad de Dios, que también nos espera al término. Y los santos esto lo han vivido, lo han hecho conducta, ejemplo contagioso. Cómo cambia nuestra vida cuando entendemos que mi dolor a veces inconsolable, (como el que vimos reflejado en los ejemplos que escuchábamos en los testimonios hermosos del principio de la misa) ese sufrimiento, ha sido asumido por el Hijo eterno de Dios, hecho hombre. Jesús es el único amigo que de verdad nos entiende, el más próximo a nosotros, que quiso identificarse de manera especial con los más pequeños, los más abandonados. Se identificó con todo hombre, pero de manera privilegiada con los últimos. Cómo cambia la vida cuando entendemos que en medio de nuestro cansancio, de nuestra desesperación, hay una fuerza oculta que nos está diciendo ¡adelante! Lo que más retengo de los testimonios que han dado, es esto: una fuerza para seguir adelante en la vida, a pesar de las dificultades y tropiezos que ésta presenta, y esa fuerza, es la del Espíritu Santo, del Espíritu de Cristo, del Espíritu de Dios. Celebramos a San Cayetano, que nos recuerda nuestra dignidad, y nos recuerda también nuestra pertenencia a la Iglesia, a la cual amamos como Madre. La Iglesia fundada por Jesús, la que nos enseña el camino del evangelio. El lema de este año, es “por la justicia y dignidad, pan y trabajo”. El trabajo, lo sabemos, es una necesidad, es algo que hace a nuestra dignidad, es un derecho que debe ser reconocido y regulado. Mediante el trabajo, nosotros no sólo somos como las manos de Dios en este mundo, que prolongan su creación, sino que nos perfeccionamos a nosotros mismos. El pan debe ser el fruto de ese trabajo. Y nuestro pueblo anhela trabajar, y por eso viene a confiar al santo de la providencia, que nunca falte el trabajo y el pan, que es el resultado del trabajo. Con esta palabra “pan” nombramos un símbolo, no es sólo lo que ingerimos mediante nuestra boca, es todo lo que necesitamos para vivir con dignidad, para volvernos más plenos, para ser útiles a los demás. Pedimos a Dios, por la intercesión de San Cayetano, que no falte el trabajo. Es uno de los deberes primeros que tienen los dirigentes en la sociedad: asegurar este derecho primario a trabajar. Y nuestro pueblo no desea regalos, dádivas, desea que el pan llegue a la mesa, ganándolo, mediante el trabajo, el trabajo que nos hace dignos, y éste es el orden justo, la justicia social. Cada uno de nosotros tiene que comprometerse cada día a mejorar ese pedazo de mundo, de universo en el cual Dios nos ha puesto: mi casa, el lugar donde vivo y trabajo. El apóstol San Pablo, nos dice “que da cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás”. Al celebrar la santa eucaristía, la santa misa, el sacramento de la comunión, sabemos que somos educados para interesarnos por los demás, para crear espíritu fraterno, porque no podemos alimentarnos con este pan, no tendríamos derecho, si no nos comprometemos a ser fieles seguidores de Jesús, haciendo del amor fraterno nuestra conducta cotidiana. Como obispo en esta misa asumo las intenciones, los anhelos, los sufrimientos, las alegrías de cada uno de ustedes. En esas espigas que llevan, va simbolizado todo lo que acabamos de mencionar. Que el Señor los bendiga, bendiga sus hogares y los mantenga siempre de pie, en estado de lucha. Porque esta vida es así, es sostener permanentemente el combate para que la llama de la fe no se apague. Mis felicitaciones para el párroco, el Padre Juan Pablo, y a todos los que colaboran, para que esta congregación de fieles en este día y a lo largo del año, se haga de manera ordenada, y que los fieles pueda encontrar lo que buscan, salir reconfortados, salir con una palabra de aliento y esperanza.