Aprendiendo a cambiar

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Aprendiendo a cambiar
Es bastante frecuente encontrar una serie de frases repetidas y términos
definidos y redefinidos en el ámbito de la educación, como en todas las
especialidades. Muchos están referidas a conceptos pedagógicos otros a
didácticos... y todos con pretensión de repercutir en el docente, en el
aula... y no todas las veces que sería deseable, centrados en el alumno.
Si hay un concepto que podemos considerar un clásico es “aprender a
aprender”. Siempre lo encontramos como un logro a alcanzar por los
alumnos del nivel al que estamos referidos.
Sin embargo me he preguntado qué pasaría si analizáramos nuestros
sistemas por su capacidad de aprender a aprender y los evaluáramos por
eso. Qué sucedería si les encomendáramos que aprendieran a aprender.
¿Qué pasaría si le pedimos al sistema que abandone por un momento una
idea de “enseñar” que le puede generar una postura omnipotente y
soberbia?. Así como muchos docentes tratamos de no olvidar que en una
buena clase se enseña y se aprende mucho por parte de todos los
partícipes, ¿podrá asumirlo el sistema como tal?.
Parece claro que nuestros sistemas, como estructuras, como
organizaciones, deberían comenzar a “Aprender a Aprender”... lo que lo
llevaría a la necesidad de cambiar.
Claro que la idea de cambio constante no es novedosa: Heráclito ya la
planteaba hace “nada más” que dos mil quinientos años. Claro que para
nosotros hoy los cambios son más evidentes, demostrables y tangibles
que para otras generaciones humanas, dada la velocidad con la que
operan los mismos en todos los ámbitos del quehacer humano.
Sin embargo en el ámbito educativo no es tan fácil apreciar esta velocidad.
En nuestros sistemas el cambio ha sido resistido mucho más de lo que a
veces pensamos.
Una anécdota:
Conversando en una ocasión acerca de temas de educación, con un
periodista jubilado que aparentaba unos setenta años, me comenta de
las maravillas de cuando él concurría a la Escuela Experimental de
Malvín.... “Ese hombre debió de ir a la escuela en la década del 30”, me
dije. Yo tenía la idea, por la concepción que se manejaba, de que la
experiencia de esas tres escuelas experimentales debía ser de
mediados de siglo en adelante. Sin embargo, entrevistando
informalmente a ex maestras de la experiencia, descubrí que esta había
comenzado en la década del veinte. Observemos que era una
experiencia pionera desde el punto de vista pedagógico internacional.
Sin embargo no solo que no se expandió sino que terminó sucumbiendo
sin argumentos pedagógicos difundidos.
La oleada de cambio fuerte en Enseñanza Secundaria apareció en la
década del 60: cuarenta años después. Se establecieron unos pocos
liceos pilotos en todo el país. Las dificultades del Plan 63 no partieron
solamente del Sistema, sino que contaron con ciertas complicaciones
también en los planteles docentes, pese a que tuvieron incidencia en la
misma. Al punto que hoy se sigue escuchando y leyendo en ámbitos de la
enseñanza que ese plan no se evaluó, cosa que no es cierta. Pero es
desconocida, aunque los “evaluadores – seguidores” eran Comisiones de
las Asambleas Art. 40 (actuales ATD).
La Dictadura generalizó el plan 76 que no presentaba modificaciones
substanciales respecto a los planes tradicionales de principios de siglo,
que fueran consolidados en el idolatrado formato del año 411. “Dividía”
artificialmente y sin cambio ni siquiera de programas, ni de nada
sustancial, el Ciclo Básico y el Bachillerato. Diversificaba el segundo ciclo
de manera algo diferente pero sin tomar en cuenta las experiencias del
plan 63 en cuanto a la promoción de la amplitud de horizontes y los
sistemas de evaluación de mayor profundidad a la vez que más
estimulantes para los jóvenes. El plan 76 vuelve al examen como
mecanismo de “evaluación”: ciertamente son sistemas de filtro. Todo esto
sumado parecía intentar establecer sistemas de trabas más que de
promoción y estímulo.
En el año 86 se plantea una cierta posibilidad de reforma, que es
desaprovechada por diferentes estamentos de la estructura, con el
argumento de que alcanzaba con “ajustes”.
La década del 90 comienza con el Intento de la Micro experiencia, que si
bien no presenta cambios revolucionarios ni de fondo, cuenta con
participación docente en su diseño. Sin embargo pese a ambas
consideraciones, no logra extenderse en más de 10 años.
A mediados de la década irrumpe un viento fuerte de cambio. Contaba con
gran financiamiento externo, y un estilo de gestión extremadamente firme y
que contaba, a priori, con respaldo político y social. Al cabo de poco
tiempo, la situación se polariza sobre tópicos lejanos a los pedagógicos: se
discutió más de bandejas que de educación. De hecho: ni todos los
cambios fueron inicialmente tan profundos (sin pretender hacer juicio de
valor), ni se lograron concretar efectivamente las propuestas,
degradándose su concreción a medida que se extendía.
Parece que desde hace 80 años estamos queriendo hacer cambios en la
educación uruguaya, pero tenemos cierto tendencia a un comportamiento
de “mareas”. La duración de los intentos de cambio es variable, pero el
fenómeno parece repetirse: grandes esfuerzos, avances modestos (en
proporción al esfuerzo), y retroceso lento (debido al desgaste de los
promotores del cambio)
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Aclaremos que las razones por la que esos planes dieron resultados positivos eran bastante
simples: abarcaban a menos del 10% selecto de la generación, y eran “atendidos” por la Flor y
Nata de la Intelectualidad nacional.
En cada situación tenemos la oportunidad de ir aprendiendo de las
diferentes experiencias. Así podemos hoy descubrir y analizar el posible
proceso descripto, y actuar concientemente en consecuencia.
Estamos construyendo nuestra experiencia: Aprender a Cambiar
No siempre lo hemos hecho. No todos lo intentamos hacer.
Debemos tomar en cuenta que los individuos y los sistemas como tales
deben lograr tal aprendizaje. Para los sistemas implica necesariamente
generar modos de gestión que no ahoguen los cambios sino que los
estimulen. Y ese es un aprendizaje complejo, desde el momento que
implica desaprender todo el modo de gestión tradicional, diseñado para la
estabilidad. Pero es tan complejo como urgente que se logre en poco
tiempo, porque condiciona el éxito de los cambios, y permanencia en el
futuro de un sistema con mentalidad de evolución constante.
Existen experiencias más exitosas en los Bachilleratos Tecnológicos de
UTU.
Estamos construyendo una experiencia diferente, tanto en el tipo de
propuesta como en el modos de generarla y de aplicarla, en la Educación
Media Superior.
En ella, entre otras muchas transformaciones conceptuales, a partir
de una iniciativa de Docentes (de Astronomía y Geología) e Inspectores
de Ciencias, se integran al Currículo las Ciencias de la Tierra y el Espacio.
Tenemos el compromiso de ser uno de los elementos innovadores de esta
transformación. Además, el compromiso de haber generado la propuesta.
Tenemos más obligación interior que ninguno de Aprender a cambiar con
la dificultad y humildad que esto implica, y la exigencia de altura intelectual
que necesita.
Debemos contribuir a ese aprendizaje colectivo, como individuos, como
cuerpo, como sistema...
Estaremos a la altura
Marcelo Martínez Lauretta
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