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DIARIO LIBRE|RAUL RIVERO
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06.02.2010
La poesía es mejor que el agua
Martín Murillo vendía agua fresca para bajar el vapor de las calles de
Cartagena de Indias. Ahora, le presta libros a los transeúntes.
Empuja un carro de dos ruedas (pintado de verde chillón y amarillo
mate) de un sitio a otro de la ciudad, hasta que se detiene entre los
bancos del parque Bolívar, donde lo espera una clientela fija de
estudiantes, desempleados, aves sin rumbo, policías, amas de casa
y oficinistas.
El hombre, un mulato elástico de 40 años, es un promotor cultural
nato. Sale de su casa y va directo a la cerca del patio de la cárcel de
mujeres. Allí, me dijo, lo que tiene mayor demanda son las novelas
románticas, los dramas de amor, las historias de fracasos y abandono.
Deja prestados tres o cuatro libros y sigue para el parque que es su centro natural de trabajo.
Por el camino puede abordarlo alguien para pedirle algo de poesía o de literatura colombiana.
Puede ser que se le acerque un escritor o una profesora para donar una obra.
El carro de Murillo tiene un letrero que anuncia el nombre de su proyecto: La Carreta Literaria.
A este cartagenero despierto y amante de la literatura lo patrocinan la Fundación del Nuevo
Periodismo y otras instituciones de la ciudad. Es un tipo fácil, abierto, educado. Sólo estudió
hasta el quinto grado de primaria y batalla por mejorar su estilo y su ortografía aunque confiesa
que lee mucho por el placer de conocer otras vidas.
Tiene su filosofía privada sobre el arte de prestar libros y mantener buenas relaciones con los
lectores. «Nunca se puede exigir al lector», ha escrito, «que regrese el libro en un plazo de
tiempo determinado. El bibliotecario o el promotor tienen que gozar de total autonomía para
aplicar los programas y así se lo deben hacer saber a sus superiores, por que sin autonomía no
funciona ningún proyecto de promoción de lectura, y además se pueden volver fastidiosos con
los lectores y eso actúa como un bumerán en contra de la lectura».
Cartagena lo conoce y lo quiere. Me contó que en una de las visitas de Bill Clinton a la ciudad
él pudo saludarlo cuando el ex presidente norteamericano pasó cerca. Quería que el visitante
viera su Carreta Literaria y alcanzó a decirle: «¿Qué tal, Bill?». Pero la comitiva siguió de largo.
Dice que Gabriel García Márquez, que lleva un tiempo ahora en su casa frente al mar de
Cartagena, no ha visto su biblioteca ambulante. «Pero el Gabo sabe que yo existo y que tengo
este proyecto y eso tiene que gustarle», me dijo Murillo a la sombra de una arboleda.
Hoy estará otra vez cerca de la cárcel de mujeres y en el parque Bolívar con su carreta por si
alguien necesita un poema para la sal del día o un novelón para llorar a gusto.
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