jigyo keta - Sergio Carlos Spinelli

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Practicando para uno mismo
Practicando para los demás
Solomon Gabriol (1022-1058/70), poeta y filósofo hebreo, escribió:
En la búsqueda del conocimiento,
El primer paso es el silencio,
El segundo escuchar,
El tercero recordar
El cuarto practicar,
Y el quinto –
Enseñar a otros.
En la actualidad, diversos programas educacionales enfatizan el poder de enseñar a otros para
facilitar el aprendizaje propio y el dominio de algún tema. Además, los beneficios tangibles de ayudar
a otros, del altruismo, está llegando a ser reconocido ampliamente en los círculos científicos y
también en otros. En el libro The Healing Power of Doing Good, un investigador informa sobre los
resultados de un estudio acerca de los efectos positivos de ayudar a extraños. En la introducción, él
escribe:
Ahora, con los hallazgos de mi estudio, se ha hecho evidente que las dramáticas mejoras en la
salud producidas por la acción de ayudar, tienen etapas específicas e identificables. Comienzan con
una plenitud física, un torrente de buenos sentimientos. Lo que ahora llamo ‘plenitud del que ayuda’,
involucra sensaciones físicas que indican con mucha fuerza una aguda reducción en el estrés y la
liberación de los calmantes naturales del cuerpo, las endorfinas. Este torrente inicial es, entonces,
seguido por un período más prolongado de un bienestar emocional mejorado. (Allan Luks, The
Healing Power of Doing Good [Nueva York: Ballantines Books, 1991] pág. 10)
Parece, entonces, que sin importar cuán arduamente tratemos de ser altruistas –olvidarnos de
nosotros mismos en el servicio a los demás– no podemos evitar el que obtengamos algo de esa
acción. Esto es mucho más aplicable en el reino del Budismo, cuyo propósito es posibilitar el
perfeccionamiento de los seres humanos, mientras ayudan a otros a ser felices. Los budistas se
esfuerzan por ayudar a otros en el nivel más básico y esencial de la vida; de aquí que los beneficios
que obtiene el que ayuda ocurran en un nivel más profundo y fundamental.
La base del Budismo de Nichiren Daishonin existe en los fundamentos conocidos como la fe, la
práctica y el estudio. El elemento de la práctica se divide, además, en “práctica para uno mismo” y
“práctica para los demás”.
La “práctica para uno mismo” se refiere a la práctica budista para obtener los beneficios de las
enseñanzas del Buda. Para los practicantes del Budismo de Nichiren Daishonin, significa revelar la
Budeidad desde el interior mediante la fe en el Gohonzon y esforzarnos diligentemente en la
ceremonia de mañana y noche de invocar Nam-myoho-renge-kyo y recitar el sutra.
La “práctica para los demás” significa iluminar o educar a otros. Implica brindarle a la gente el medio
para refinarse, educarse y desarrollarse. En el Budismo significa los esfuerzos por hacer posible que
otros reciban el beneficio de las enseñanzas del Buda, es decir, hacerles posible despertar a su
innata naturaleza de Buda. Para los practicantes del Budismo del Daishonin, esto significa compartir
el gran poder y beneficio de invocar daimoku al Gohonzon. La práctica budista para los demás tiene
sus raíces en los primeros sermones públicos del buda Shakyamuni (Gautama). Inmediatamente
después de que lograra la iluminación, Shakyamuni se preguntó si la Ley o el Dharma al que se
había iluminado no era demasiado profundo e inexplicable para que lo entendiera la gente, de modo
que dudó en predicarlo. Se dice que en ese momento, el dios indio Brahma, se apareció ante
Shakyamuni y le suplicó tres veces que enseñara el Dharma a la gente. Con esto, Shakyamuni se
embarcó en una “práctica para los demás” de toda la vida.
Él pidió a los nuevos conversos que se le unieran en su caminata por los diversos países y provincias
de la India para enseñar el Dharma. Desde su primer sermón, Shakyamuni y sus discípulos se
dedicaron a educar a la gente acerca de su potencial para la iluminación y a enseñar la ley de la vida
para beneficio de los demás. La enseñanza y práctica del Buda, a lo largo de toda su vida, de esta
manera, establece el ejemplo original de la “práctica para los demás” del Budismo. La enseñanza de
Shakyamuni no era exclusivista como muchas enseñanzas religiosas de la India de esa época, sino
que estaba abierta para todas las personas. Respecto a esto, el estudioso budista, Hajime
Nakamura, escribe:
En la India contemporánea de Gautama, era inaudito predicar la enseñanza propia a todas las
personas. Esto es obvio cuando comparamos su situación con la de diversos filósofos de los
Upanishads, que limitaban su audiencia y, a menudo, se confinaban predicando a sus propios hijos,
o a individuos distinguidos a quienes consideraban calificados para recibir instrucción. El buda
Gautama rompió esta restricción tradicional y, el hacerlo, debe haber requerido de considerable
determinación y coraje (Hajime Nakamura, Gotama Buddha. [Los Ángeles: Buddhist Books
International, 1987] pág. 69).
Después de la muerte de Shakyamuni, esa enseñanza abierta y activa disminuyó gradualmente. Los
budistas monásticos comenzaron a enfocar más las prácticas y disciplinas individuales que, según se
consideraba entonces, conducían a la iluminación y se involucraron menos con la comunidad no
practicante. Esta forma de Budismo centrado en uno mismo fue posteriormente denominada
Hinayana (vehículo inferior) por sus críticos, quienes sentían que los monjes habían perdido el
espíritu original de la “práctica para los demás” del Buda. El movimiento reformista llamado
Mahayana (vehículo mayor) comenzó a florecer y a defender el retorno al espíritu original de
Shakyamuni. Ese espíritu estaba expresado en el ideal del bodhisattva –un practicante dedicado a la
iluminación y la felicidad de los demás antes que a la suya propia. Podemos ver el Budismo de
Nichiren Daishonin como una cristalización de la práctica del Mahayana que contiene tanto la
práctica para uno mismo como la práctica para los demás.
El Daishonin escribe:
“Ahora, en el Último Día de la Ley, el daimoku que invoca Nichiren es diferente al de las épocas
previas. Es el Nam-myoho-renge-kyo que abarca la práctica para uno mismo y la práctica para los
demás” (Gosho Zenshu, pág. 1022).
Él está diciendo aquí que la práctica de invocar Nam-myoho-renge-kyo con las metas de la propia
felicidad y la de los demás, constituye la correcta y más efectiva práctica budista en esta época.
Una analogía que puede ser útil para apreciar la relación que existe entre los elementos básicos de
nuestra práctica budista es la de un automóvil. El funcionamiento del motor de un carro es
comparado con la fe, el girar de las ruedas, con la práctica, y la conducción del carro con
conocimiento de las direcciones y el destino, con el estudio. Además, las dos ruedas que transmiten
el poder del motor al camino son la práctica para uno mismo y la práctica para los demás. Por mucho
que aceleremos el motor o lo familiarizados que estemos con la ruta, si ambas ruedas no están
engranadas y girando, seguiremos detenidos. Si una llanta está pinchada (si la práctica para uno
mismo o la práctica para los demás está descuidada), entonces, naturalmente, no llegaremos a
destino alguno sin antes repararla.
Sólo cuando el poder de la fe (el motor) y la convicción derivada del estudio (la habilidad del
conductor) se expresan firme y consistentemente como “práctica para uno mismo” y “práctica para
los demás” (las ruedas), el carro de nuestra vida progresará consistentemente hacia el destino de la
iluminación o la felicidad. Desde otra perspectiva, si bien la iluminación es nuestro destino, en
realidad estamos disfrutando de un maravilloso paseo en automóvil. Cuando armonizamos estos
elementos de la práctica budista, nuestra vida será espléndida y agradable –aun cuando haya
tropiezos y colinas que ascender a lo largo del camino.
También podemos ver la “práctica para los demás”: como una palanca, mientras nuestros propios
problemas y metas son como una gran roca. Si tratamos de mover la roca directamente, podemos
gemir y hacer fuerza pero sin éxito. Pero si utilizamos una buena palanca de la manera apropiada,
podemos mover incluso una roca enorme con relativa facilidad.
El simple hecho de sufrir y orar por nuestros problemas puede no darnos el “apalancamiento”
requerido para moverlas de una manera significativa. Orando y actuando por el éxito, el crecimiento y
la felicidad de otra persona, nosotros mismos podemos alcanzar el “apalancamiento espiritual” para
transformar nuestra propia carga aparentemente pesada. Nuestro propio triunfo, entonces, se
convierte en el “apalancamiento” para alentar a otros. De esta manera, la práctica para uno mismo y
la práctica para los demás nunca deben estar separadas.
Publicado en la Revista Living Buddhism. Octubre 2000
Por Jeff Kriger
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