Documento 2627194

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Usch Luhn
y la fiesta de cumpleaños
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Usch Luhn
y la fiesta de cumpleaños
Ilustraciones de
Franziska Harvey
Traducción de
Anna Gasol
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Índice
!
Capítulo uno: Pájaro madrugador consigue gusano!
9
Capítulo dos: Un terrible zumbido en los oídos
17
Capítulo tres: Una taza de chocolate
26
!
Capítulo cuatro: La alegría, Dios la da y el diablo la quita!
36
!
Capítulo cinco: Están totalmente locos!
44
!
Capítulo seis: Cumpleaños nunca más!
54
Capítulo siete: Amor a primera vista
62
!
Capítulo ocho: Perros: solicitud desesperada!
71
!
Capítulo nueve: Naturalmente, Sammy!
80
!
Capítulo diez: Perros por todas partes!
91
!
!
!
Capítulo once: Hurraaa! Cumpleaños! Locura total!
105
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!
Soy
y este es mi mundo!
Vivo en el castillo Kuckuckstein. Dicen que el
viejo conde Kuckuck deambula por los
alrededores, pero de momento solamente me
han asustado un par de murciélagos. Me gustan
la lectura y las paredes de muchos
colores y me encantan las aventuras.
Aquí pasan un montón de cosas!
!
Es la tranquilidad en
persona y no para de
hacer reparaciones
en nuestro ruinoso
castillo.
Puede viajar en elefante, no le gustan los
cruceros y está enamorada de Sir Edward.
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Desde hace poco es una
frenética reportera
gráfica y siempre está
estresada.
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Es mi hermano mayor y a
menudo totalmente odioso!
!
Es el pájaro más
loco del mundo y el
dueño del castillo
Kuckuckstein.
Pertenece a Tana, puede
hacer acrobacias increíbles y
le encanta perseguir conejos.
Es mi mejor amiga, una magnífica
nadadora y le aterrorizan los
fantasmas.
Ayuda en la granja de ponis
Los Girasoles y no le gusta
meterse en problemas.
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Capítulo uno
Empieza por la mañana muy temprano sigue con
pensamientos profundos acaba con una ocurrencia
se grita el plan a todos los moradores del castillo
Kuckuckstein y termina con
Pájaro madrugador consigue
gusano!
!
Era muy temprano. Soñolienta, Nele trotó hacia el cuarto
de baño en camisón para limpiarse los dientes y lavarse
para ir al colegio. Al mirarse en el espejo y contemplar su
rostro cansado, se preguntó una y otra vez cómo era posi­
ble que hubiera tantas personas madrugadoras desde su
nacimiento.
Su papá, por ejemplo. Saltaba de la cama antes de que
cantara el gallo y ya estaba tan despierto como el perro de
Tana. Además, por las mañanas estaba muy comunicativo
y no paraba de hablar de todo lo que hacía, tanto si había
pintado una nueva puerta como si había puesto parches a
los neumáticos estropeados de la bicicleta de Nele. Incluso
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si había dado de comer hojas de lechuga a los conejos. Lo
cierto es que le gustaba enormemente hacerlo.
Nele había descubierto que lo mejor era poner cara de
interés y exclamar: «¡Genial, papá!», por lo menos tres
veces seguidas y sobre todo en voz muy alta. De esa ma­
nera podía seguir masticando en paz su pedazo de pan,
porque por las mañanas no le apetecía comer nada más.
No le entraba hambre hasta como muy pronto la hora
del recreo.
También mamá estaba muy espabilada por las mañanas.
Afortunadamente, primero leía el periódico de cabo a rabo
y bebía una taza de café negro antes de acosar a Nele a
preguntas sobre los deberes. Por desgracia, desde hacía
poco mamá opinaba que Nele debería ayudar un poco más
en la casa. Al fin y al cabo en un castillo había bastante
trabajo. Por el momento cada mañana encontraba alguna
tarea nueva que Nele debía hacer después del colegio.
A Nele no le parecía del todo bien, pues como alumna
ya sufría bastante estrés. Por eso siempre se las arreglaba
para terminar pronto el trabajo en el castillo e ir a jugar
con su mejor amiga, Tana, o participar en los entrenos de
balonmano.
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Después de barrer el patio del castillo durante un par de
días, de pronto empezó a estornudar terriblemente y se le
hincharon los ojos. Probablemente era alérgica al polvo,
según opinión de tía Adelaida, que se encargó de barrer en
su lugar.
Lo malo fue que mamá encontró una nueva tarea para
Nele con una rapidez vertiginosa. Ahora, cada tarde tenía
que arrancar las malas hierbas en el huerto de mamá y
ahuyentar los caracoles de los bancales de las lechugas.
Pero aunque cada vez trasladaba un ejército de caracoles al
prado de los conejos, los testarudos bichos regresaban
siempre de nuevo a su hogar, entre las lechugas.
Poco a poco, Nele se sintió como una cenicienta. Afor­
tunadamente, mamá no tenía preferencia por los guisantes
ni las lentejas, de manera que por lo menos no se veía obli­
gada a clasificar ninguna planta leguminosa.
Solamente el papagayo Plemplem de tía Adelaida es­
taba de mal humor por las mañanas, al igual que Nele.
Tanto, que muchas veces el presuntuoso pájaro le daba la
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lata: en eso se entendían muy bien los dos. En el caso de
que Plemplem se despertara cansado, no dejaba escapar ni
un solo pío. A veces, si podía dormir en la habitación de
Nele, saltaba a su almohada y descansaba su cabecita en
el hombro de la niña y, mientras ella dormía, le picoteaba el
lóbulo de la oreja. Nele lo encontraba tan agradable que a
cambio le hubiera gustado poder besuquearlo.
Pero Plemplem no lo hubiera soportado. A los pájaros
no se les puede besar bien.
Nele suspiró. Por alguna razón, hoy no le apetecía ir al
colegio. De momento no pasaba nada interesante en su
vida.
¡Alto! Eso no era exacto.
El pensamiento alcanzó a Nele repentinamente como
un rayo. «¡Voy a cumplir nueve años!», acudió a su cabeza.
Solo le faltaba un minúsculo año para cumplir diez. Un
auténtico motivo para poner en marcha por fin una fiesta
de cumpleaños realmente genial. Al fin y al cabo había ve­
nido al mundo el 9 del 9, a las 9 en punto de la mañana.
Un número bonito, decía siempre tía Adelaida cuando se
refería a esa fecha.
En un abrir y cerrar de ojos estuvo totalmente despierta.
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Tenía que ponerse a hacer algo de inmediato e idear un
buen plan para su fiesta.
—¡Hola, familia! —entró tan rápidamente en la cocina
que tropezó con un estúpido taburete y se cayó de bruces.
—¡Nele! ¡Despacio! —exclamó su madre perpleja, y la
ayudó a ponerse en pie—. ¿Ha pasado algo?
Nele negó con la cabeza y asintió al mismo tiempo.
—Todavía no —exclamó radiante—. ¡Pronto! —apro­
vechó el momento—: Es que voy a cumplir nueve años.
Su hermano David estalló en una risotada que le hizo
derramar el cacao por la comisura de la boca.
—¡Vaya, genial! —hizo una mueca—. Eso sí que es una
auténtica novedad. Creía que como mucho tenías cinco.
Sea como sea, cada vez eres más mayor.
Nele ignoró su insultante comentario. Tenía que hablar
de asuntos más importantes que pelearse con su siempre
insoportable hermano.
—Sí, cumpliré exactamente nueve —repitió majes­
tuosa—. Y justo dentro de cinco semanas. Ya es hora de
que escriba las invitaciones y me ocupe de todo. Mamá,
¿puedes buscar alguna foto mía para imprimirla? Tal vez
de cuando era un bebé o algo así.
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David no podía dejar pasar esa ocasión.
—Tengo la instantánea que te hice con mi nuevo móvil,
será ideal para tu grupo de bebés —siguió chinchando.
Nele no aguantó más y se abalanzó sobre él enfurecida.
—De todas maneras no volveré a invitarte, solo te zam­
parías otra vez todos los pasteles y fastidiarías a todo el
mundo —gritó, y le pellizcó con tanta fuerza como pudo.
—¡Ay! Me ha pellizcado una pulga —se rio David, y se
levantó de un salto—. Déjame pasar, gusano. Tengo que
tomar el autobús escolar —agarró su bocadillo y salió de la
cocina.
—Eres totalmente repugnante —vociferó Nele
con lágrimas en los ojos.
—No permitas que David te fastidie
siempre, Nele —intervino tía
Adelaida mientras removía
su tercera cucharada de
azúcar en el té—. Será me­
jor que me cuentes cómo
quieres preparar tu fiesta de
cumpleaños. Será muy diver­
tido.
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Nele subió al banco de la rinconera y reflexionó:
—No sé muy bien lo que hay que hacer —dijo final­
mente—. El año pasado solo comimos helado y cuando
cumplí siete años, estaba con varicela. En realidad no he
tenido nunca una fiesta de cumpleaños como es debido.
Vivíamos en un piso chiquitín.
Sorbió ruidosamente su cacao y de pronto pareció preocu­
pada.
—Lo mejor sería que hicieras una lista de los amigos
que quieres invitar —acertó a decir su madre y dejó el pe­
riódico a un lado—. Después calcularemos cuántos paste­
les necesitamos. Y podréis jugar tanto como queráis. Hay
sitio de sobras en el castillo.
Nele frunció el ceño.
—Pero eso es muy aburrido, mami —dijo desconcer­
tada—. ¡Solo se cumplen nueve años una vez en la vida!
—¡Exacto! —exclamó tía Adelaida—. Comer pasteles
es realmente un aburrimiento mortal. Los comemos to­
dos los domingos. Lo que te hace falta es una organiza­
dora de cumpleaños. Una auténtica profesional —se le
iluminó la cara—. ¡¡¡Yo!!! —bebió de un trago su taza de
té—. Déjalo en mis manos. Ve al colegio mientras yo em­
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piezo con la planificación. ¡Pájaro madrugador consigue
gusano!
Aliviada, Nele salió saltando al patio del castillo. Su pa­
dre ya estaba en el taller cepillando un nuevo mueble.
—¡Yujú, papá! —exclamó Nele alegremente—. ¡Pronto
cumpliré nueve años!
El señor Winter levantó la cabeza y guiñó el ojo a Nele.
—Entonces no tengo casi tiempo ya para pensar en al­
gún regalo especial.
Nele asintió con vehemencia. Pensaba exactamente lo
mismo. Cumplir nueve años era algo realmente especial.
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