Documento 2627193

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Usch Luhn
y la escuela de equitación
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Usch Luhn
y la escuela de equitación
Ilustraciones de
Franziska Harvey
Traducción de
Anna Gasol
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Índice
!
Capítulo uno: Llueven perros y gatos!
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!
Capítulo dos: Plemplem total!
20
!
Capítulo tres: Por fin vacaciones!
26
!
Capítulo cuatro: Precisamente Josefine!
37
Capítulo cinco: Una nueva amiga
48
!
Capítulo seis: A caballo!
59
Capítulo siete: De locura total
73
Capítulo ocho: Jugarse el cuello
89
!
Capítulo nueve: Alto riesgo!
100
Capítulo diez: Bien está lo que bien acaba
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!
Soy
y este es mi mundo!
Vivo en el castillo Kuckuckstein. Dicen que
el viejo conde Kuckuck deambula por los
alrededores, pero de momento solamente me
han asustado un par de murciélagos. Me gustan
la lectura y las paredes de muchos
colores y me encantan las aventuras.
Aquí pasan un montón de cosas!
!
Es la tranquilidad en
persona y no para de
hacer reparaciones
en nuestro ruinoso
castillo.
Puede viajar en elefante, no le gustan los
cruceros y está enamorada de Sir Edward.
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Desde hace poco es una
frenética reportera
gráfica y siempre está
estresada.
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Es mi hermano mayor y a
menudo totalmente odioso!
!
Es el pájaro más
loco del mundo y el
dueño del castillo
Kuckuckstein.
Pertenece a Tana, puede
hacer acrobacias increíbles y
le encanta perseguir conejos.
Es mi mejor amiga, una magnífica
nadadora y le aterrorizan los
fantasmas.
Ayuda en la granja de ponis
Los Girasoles y no le gusta
meterse en problemas.
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Capítulo uno
Empieza con una lluvia inesperada se pegan
un susto increíble en el castillo Kuckuckstein
se malogra el deseado baño de Nele
y todo por culpa de que
Llueven perros y gatos!
!
Toda la mañana llovió a cántaros.
—Llueven perros y gatos —solía decir el tío abuelo Edward cuando hacía ese tiempo.
Debía de saberlo bien, puesto que era escocés. Allí uno
siempre acaba empapado.
Nele abrió la ventana de su habitación y sacó la cabeza
malhumorada.
—¡Tontas! —increpó a las gotas de lluvia—. ¡Sois unas
estúpidas! ¿No podéis ir a mojar la cabeza de otras personas?
Al fin y al cabo era el primer día de vacaciones.
Nele había planeado ir a bañarse al lago del bosque con
su amiga Tana. Su bañador era realmente superchic (de
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un verde chillón, con un estampado de ranitas amarillas y
rojas). Estaba bien visible en su escritorio, encima del resultado de las evaluaciones que el día anterior le había entregado su tutora, la señora Kussmund. Le había ido bastante bien, a pesar de que era nueva en el colegio Abeto
Rojo. Incluso David, su hermano mayor, tuvo que admitirlo. Normalmente siempre se metía con ella, pero ese
curso había suspendido él..., precisamente inglés. Después del desayuno, se había marchado junto con su mejor
amigo a un campamento de verano ¡para recuperar el inglés! Nele se rio. ¡Le estaba bien empleado!
Nele incluso había obtenido un notable bajo en matemáticas, la asignatura que peor se le daba. Para ello había
puesto los codos las 24 horas del día y había dejado de ir
a tres entrenamientos de balonmano. Como recompensa, mamá le había comprado el bañador. Nadie en su clase había visto nunca una prenda
tan genial, ni siquiera su eterna enemiga Josefine, que era una auténtica fan de la ropa.
Pero lo cierto era que sus planes se habían diluido literalmente en el agua. Suspiró afligida.
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Abajo, en el patio del castillo, sobre las viejas losas, se habían formado grandes charcos
que parecían pequeños lagos. Normalmente
Nele lo hubiera encontrado divertido e incluso
habría chapoteado a su alrededor.
Hoy no.
Hoy hubiera preferido ir en bici con Tana al lago del
bosque, bañarse con Otto, el encantador perro de Tana, y
zamparse el rico pastel bañado en chocolate que su papá
había cocinado especialmente para ella.
—¡Loco! —dio señales de vida Plemplem desde su habitación de la torre—. ¡Loco total! ¡Estás loco total!
Nele estuvo de acuerdo. Por esa vez el papagayo tenía
razón al emitir su chillido.
Plemplem era el auténtico propietario del castillo y tenía su propia habitación justamente bajo la almena de la
torre. Adelaida, la tía abuela de Nele, viajera infatigable, lo
había heredado junto con el castillo. Puesto que a tía Adelaida no le hacía ninguna ilusión acampar en un montón
de piedras, como decía arrugando el ceño, sino que prefería viajar alrededor del mundo con Edward, había convencido a la familia Winter para que se trasladaran en un
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tiempo récord al castillo Kuckuckstein. Después de todo,
alguien tenía que cuidar del papagayo.
A Nele le pareció genial irse a vivir a un castillo. Había
un montón de rincones increíbles donde esconderse si uno
quería un poco de tranquilidad.
También había encontrado una nueva amiga. Tana en
realidad se llamaba Tania, pero no le gustaba nada su
nombre. Iba a la misma clase que Nele y era muy agradable.
Nele y Tana intentaban enseñar a hablar al papagayo en
su tiempo libre. Por desgracia era más difícil de lo que habían imaginado.
Antes se pasaba todo el día chillando su propio nombre
«Plemplem». Desde hacía poco cantaba con gran entusiasmo una primera frase completa:
—Estás loco total.
Aunque por desgracia no era mucho mejor que «Plemplem».
Algunos adultos que venían de visita no lo encontraban
tan gracioso como Nele y Tana. Especialmente el director de su colegio, el señor Zucker, que se había enfadado
al oír la frase.
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El director escribía un importante libro sobre fantasmas
y estaba firmemente convencido de que el conde Kuckuck
paseaba por las almenas del castillo las noches de luna
llena. Por eso inspeccionaba a menudo por los alrededores
del castillo y buscaba huellas en los calabozos del sótano
entre telarañas y ratones.
A mamá y a papá les parecía absurdo, aunque no hicieran ningún comentario al respecto. Eran demasiado educados para comentárselo al señor Zucker. Además, el director era una persona agradable.
También Nele era algo incrédula. ¿Un fantasma? Únicamente aparecen en los cuentos.
Solo Tana estaba de acuerdo con el señor Zucker acerca
de los fantasmas. Cuando pasaba la noche en casa de Nele,
no se atrevía a ir sola al baño. Aunque en otras cuestiones
era más valiente que Nele.
—¡Estás loco! ¡Loco total! ¡Estás loco! ¡Loco total! ¡Estás loco! ¡Estás loco!
Nele escuchó. ¡A veces un papagayo podía ponerte muy
nerviosa! Sus chillidos bastarían para ahuyentar al fantasma más horripilante. Tana no tenía por qué preocuparse.
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—¡Loco total! ¡Loco! ¡Loco! —la voz de Plemplem sonaba como uno de los viejos discos de tía Adelaida, cuando
quedan enganchados en una parte rayada.
¡Muy gracioso!
—¡Silencio! Silencio, por favor. ¿No se puede trabajar
en silencio por una vez? —era la voz de mamá que parecía
bastante enfadada.
Bárbara Winter era fotógrafa y había tomado fotos increíbles de Plemplem y del castillo. En breve las publicaría en un conocido periódico, al mismo tiempo que una
divertida historia que estaba escribiendo. Desde que la señora Winter se devanaba los sesos con su artículo, estaba
bajo constante presión y nadie podía molestarla.
—¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Nele se rio. Realmente Plemplem era un pelmazo. Tal
vez después de las vacaciones de verano podría llevarlo al
colegio alguna vez.
Se escuchó un fuerte portazo. Poco después se oyeron
unos pasos apresurados.
—¿Nele? ¿Has olvidado dar de comer a Plemplem?
¡Esta mañana chilla más que nunca! No puedo concentrarme de ninguna manera —sin llamar a la puerta, la
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mamá de Nele se precipitó en su habitación.
Iba completamente despeinada y
todavía llevaba el camisón.
Nele se sobresaltó. ¡Demonios! Realmente lo había olvidado. La culpa era de la
maldita lluvia.
—¡Lo siento, mami! —exclamó compungida—.
Lo resuelvo enseguida.
Corrió hacia la cocina en calcetines y agarró la escudilla llena de comida. Si Plemplem no recibía siempre a la
misma hora sus nueces garrapiñadas, se volvía totalmente
caprichoso y pellizcaba el dedo de quien tuviera más a
mano. Papá había elaborado un plan para las comidas de
Plemplem para que mamá no se pusiera nerviosa. Durante
la primera semana de vacaciones, hasta que mamá hubiera
terminado su importante trabajo, se encargaría Nele.
Nele corrió a toda mecha hacia la estrecha escalera de
caracol y aceleró hacia la habitación de la torre subiendo
los escalones de dos en dos.
Mamá la siguió con el ceño fruncido.
—Buenos días, preciosidad, te traigo tus golosinas.
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¡Hummmm! —con cuidado Nele abrió la puerta y alargó
la gran escudilla para tranquilizar al papagayo.
—¡Estás loco! ¡Loco total! ¡Estás loco! ¡Loco total! ¡Estás loco! ¡Loco total! ¡Estás loco! —irritado, Plemplem se
volvió hacia Nele.
Al mismo tiempo rozó la escudilla con sus garras, de
manera que se le escurrió de las manos y rebotó por el
suelo. Las nueces quedaron esparcidas por toda la habitación.
Plemplem no prestó atención sino que se dejó caer pesadamente sobre el hombro izquierdo de Nele.
—Achís, achís, achís, achís, achís, achís, achís —estornudó siete veces seguidas.
Después suspiró sonoramente y apretó con fuerza su
pico contra la mejilla de Nele.
—¿Qué le ocurre a Plemplem? ¡Está totalmente mojado! —exclamó mamá horrorizada.
¡Cierto! El papagayo estaba empapado sobre el hombro
de Nele. Apenas quedaba nada de su grandioso aspecto.
Más bien parecía tan horrible como un ratón mojado. Sus
plumas de colores goteaban como una esponja mojada y
alrededor de los pies de Nele ya se había formado un pe16
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queño charco. ¡No era posible! Toda la habitación de la torre estaba cubierta de charcos.
—¡Mami, mira! —exclamó Nele horrorizada—. Seguramente hay alguna gotera por la que entra el agua.
Revisó el techo con la mirada y en aquel preciso momento una gruesa gota de lluvia golpeó su nariz.
—¡Ayyy! —saltó a un lado y aterrizó en medio de un
gran charco.
Ahora también los pies de Nele estaban empapados.
Movió los dedos porque los calcetines se le habían quedado desagradablemente pegados a la piel.
—Achís, achís, achís, achís, achís, achís, achís —Plemplem sacudió su mojado plumaje con tal fuerza que las gotas salpicaron en todas las direcciones.
—¡El pobre pájaro se ha resfriado! —dijo mamá escandalizada—. Papá debe averiguar qué ocurre ahora mismo.
Con precaución, secó las plumas de Plemplem con su
pañuelo y sostuvo una nuez ante su pico. Ni siquiera la
miró.
—Pruébala, cariño, está rica —gorjeó.
—¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! —respondió Plemplem en voz
baja, movió la cabeza afligido y rechazó la nuez.
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—¡No tiene hambre! —exclamó Nele alarmada—. Tal
vez tenga fiebre.
—Voy a llamar de inmediato al veterinario —asintió
mamá, preocupada.
Mientras Nele se sentaba en una silla de la cocina con
Plemplem bien envuelto en una toalla y le acariciaba la
cabeza para consolarlo, mamá hablaba por teléfono con
el doctor Ángel, el veterinario. Por fortuna ya conocía a
Plemplem y prometió acercarse enseguida. Dijo que los
resfriados de los papagayos no eran poca
cosa.
Nele se quitó los calcetines mojados y
los chutó bajo la mesa de la cocina.
—Mamá, ¿crees que deberíamos
secar a Plemplem con el secador?
La señora Winter la miró con
escepticismo.
—Será mejor que no —respondió—. El doctor Ángel llegará dentro de unos minutos. Entre tanto
voy a buscar a papá —se alejó
apresuradamente de la cocina.
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Nele permaneció con Plemplem y lo acunó en sus rodillas como si fuera un bebé.
—Pobre Plemplem, estás enfermito —susurró con cariño—. Seguro que el doctor Ángel te curará enseguida.
Lo alimentó con minúsculos trozos de nuez para que
los pudiera deglutir con mayor facilidad. Seguramente
también tenía dolor de garganta.
El papagayo arrulló contento como una paloma y se
puso cómodo en la toalla.
—Loco. Loco. Loco total —murmuró afónico—. ¡Todos locos total! —y entonces pellizcó con cariño el dedo
de Nele con el pico.
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