Resumen: El niño que enloqueció de amor Este era un niño. Un niño como cualquier otro que vivía enamorado y obsesionado por una muchacha; su nombre era Angélica. Él pertenecía a una familia acomodada. Tenía hermanos mayores, todos brutos; ninguno de ellos era como aquél: digamos que más o menos tristón y poco juguetón. Su historia se basa determinadamente en como pierde la cabeza por una mujer, de mayor edad que él, pero muy linda. Esto comienza así: Cada vez que Angélica comía o estaba en su casa, ya sea conversando con su madre u otro asunto, él, tontamente perdía el tiempo observándola. Era extraño, dormía pensando en ella, en su rizado cabello; cada vez que ella no se encontraba cerca, la imaginaba. Sin embargo, cuando se encontraba a su lado, simplemente él no existía; sólo la admiraba y nada más que pensar hacía. Luego lo lamentaba estúpidamente. A veces le daban ganas de enfermarse o hacerse el enfermo para que ella hablara sólo y únicamente de él. Tanto así que una vez llegó el doctor, lo examinó minuciosamente, pensando que este tenía problemas cólicos. Aunque realmente estaba mintiendo acerca del dolor. Le recetó un purgante. Pero no lo ingirió él, si no su hermano, a través de unos irresistibles alfeñiques. Simplemente una anécdota. Vivía llorando por ella. Se enojaba mucho por los errores que cometía las veces que la tenía ahí, frente a sus ojos. Lo peor para aquel muchacho, era que nadie lo podía defender o comprender, o simplemente consolar, durante los momentos en que se desilusionaba, pues no lo contaba, era SU secreto. El problema es que ni ella lo sabía. Pensaba que no lo escucharía o sólo se reiría, pensando en las locuras de los niños de esa época. Pretendía revelárselo, pero no sabía ni cuándo ni cómo. Era una locura. Un día llego fastidiado y muy molesto a casa. Habían ido de visita a la casa de Angélica. Un joven la miraba y perseguía a donde ella fuera. Este era Jorge. Según el protagonista, que sólo pensaba en lo que le convenía, ya que ni se molestaba en procesar lo que el otro le decía, Jorge sólo incomodaba y fastidiaba a Angélica, pero al parecer, ambos (Angélica y Jorge) se querían realmente, algo que hacía perder, más, la cabeza a esta pequeña víctima del amor. Aquel día en que nada sucede, Don Carlos Romeral, un hombre, que el niño creía todo lo que decía, era bueno para sí, llego diciendo que Jorge, se iría a trabajar al campo. Esto lo alegró mucho. Por fin se había retirado de la batalla, su contrincante. Después de tantos llantos, ocurrió lo que faltaba, que su madre se comenzara a preocupar sobre él. Estuvo obligado a jugar cada día para dejar a su madre tranquila. Estaba arto de esto. Pensaba: los grandes dicen que esto lo hacen por nuestro bien, cosa que a él no le parecía muy buena que digamos. Creía que ella debía ser mas como la abuela, menos preocupada; aunque no tan antipática, ni que lo reprendiera tanto. Estaba en un proceso difícil, no sabía cómo, o si contárselo a su madre; podría enojarse o reírse de él y de sus sentimientos. No, era ya mucho sufrimiento; para qué más. Luego, como siempre, comenzó en su habitual sufrimiento que le provocaba no ver a Angélica. Fue un par de veces a casa de ella, luego de ir al liceo. Esto sólo un par de veces, ya que generalmente sólo llegaba hasta la entrada de la calle. Pero tenía sus razones; una de estas ocasiones, fue a aquella casa y se encontró con el maldito idiota, que al parecer había vuelto: era Jorge. Para él este era un bárbaro. No lo mató pero si se desahogó totalmente. Le dijo todo lo que pensaba de él y de lo intruso que era y 1 Se ponía nervioso al pensar y reflexionar en lo que le había dicho y si ella vendría a acusarlo como le había explicado. Ahora la supervisión no era sólo de su madre, también era del colegio. Citaron a su madre para explicarle lo que ocurría y de paso comprender por qué el niño era tan, pero tan quieto. Nadie podía ser así. Si era tan quieto, no era niño. Luego de un tiempo en que Angélica no iba a su casa, fueron a una fiesta en la casa de ella. Pero, al parecer no fue la mejor idea. Jorge estaba, sin más ni menos, tomado de la mano, firmemente, con su queridísima y amada Angélica. El niño pensó que se iba por la galería. Sintió como se le aflojaron las piernas. Cuando recuperó las fuerzas, comenzó a observar al ladrón de mujeres, fue cuando ve claramente, como le da un beso en la mejilla. Intentó disimular su odio y fingir que no había pasado nada, pero fue inútil. Comenzó su show. Se acurrucó bajo una mesa y llorando a gritos, atrajo la atención de la gente. Había un alboroto inmenso. El niño estaba paliducho y al la vez melancólico. No dejaba que nadie lo sacara, a quien lo intentaba, lo quitaba a puntapiés. Quería, literalmente, morirse. No pudo más; el febril estado del niño y el hablar disparates eran signos de lo mal que estaba. También deliraba constantemente. Estaba agarrotado, sobre una cama de un hospital. Sus incoherentes diálogos, siempre terminaban en atroces convulsiones. La madre del embobado y loco niño estaba muy angustiada y muy desesperada. Un desahucio dominaba la pequeña sala. El niño obviamente no se encontraba bien; ni flamante ni muy lúcido que digamos. La pregunta era por qué. Fue una víctima más de la poderosa magia del enamoramiento, sólo que esta vez, el damnificado fue una pequeña e ingenua criatura, una indefensa ante este tipo de dominio. Una desgracia que lamentar. Todo por Angélica. La querida Angélica. Era algo ininteligible que sólo se podía comprender de una forma; como: EL NIÑO QUE ENLOQUECIÓ DE AMOR. 2