El intérprete

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Asier EtxeandÃ−a reinterpreta el regalo del amigo invisible
Por Beatriz Cobo
Hay una función golfa en el Teatro de La Latina de ésas de disfrutar de lo lindo, de “agotadas las
entradas”, de boca-boca, de reventar la sala de energÃ−a desbordada, de necesario “¡prorrogamos!”. Qué
gusto da ver un teatro rebosante de artistas apasionados con lo que hacen y de público apasionado con lo que
se le ofrece. “Para mÃ−, el amor es un teatro lleno”, afirma Asier EtxeandÃ−a, el protagonista de ese
elegante concierto teatral titulado El Intérprete. Pues enamorados quedamos.
Qué fácil es reconocer una buena función, con la alquimia necesaria para proporcionar gozo, sátira y
evasión, y qué pocas se prodigan. Cuántas veces salimos de la sala con esa sensación de tibieza, de “ni
fu ni fa”, de “bueno, bien, pero tampoco es la bomba…”. De aquÃ− no. De aquÃ− se sale de subidón,
adrenalÃ−nicos, catartizados, bailando, tarareando, y con sensación de alivio por no habérsela perdido.
Asier EtxeandÃ−a tiene un atractivo excepcional: nos sorprende, nos seduce, nos atrapa, nos encandila, se lo
gana, se lo ha currado. No se le puede dejar de mirar. Este magnético actor vasco -que seguimos
identificando con el extravagante maestro de ceremonias de Cabaret- es una bestia en escena; la domina, la
retuerce, la explota hasta que ya no quedan huecos ni resquicios, formas, dobleces, ni rincones. Exhibe
inagotables recursos expresivos -personalÃ−simos- que resultan siempre frescos. Versátil hasta la
extenuación. A veces, con dar un simple perfil, con un gesto de antebrazo, o una prenda, ya cambia de estado
o personaje, ya transforma la atmósfera. Y brilla también rabiosamente en registros vocales.
Cuenta el protagonista que aprendió a hablar cantando. Repitiendo las canciones que sonaban en la radio
de su infancia. Que siempre ha necesitado cantar. Y ahora se desquita con este viaje musical de marcado tono
melancólico, a través de aquellas canciones e intérpretes dramáticos y solitarios que formaron y
forman parte de nuestras vidas: Kurt Weill, Héctor Lavoe, Lucho Gatica, Chavela Vargas, La Lupe,
Gardel, Talking Heads, David Bowie, Rolling Stones… (de algunos de ellos vemos imágenes proyectadas,
para deleite de mitómanos). Figuras que se abandonaban en escena y cantaban atravesando el espejo de la
experiencia para transmitirnos verdades en primera persona.
EtxeandÃ−a se entrega a un escogidito repertorio de temas clásicos de su gusto y admiración, junto con
algún inédito, estupendamente acompañado por Gherardo Catanzaro al piano, el contrabajista
Enrico Barbaro y Tao Gutiérrez, alma máter del proyecto, a la percusión.
La primera ruptura de previsibilidad es la petición expresa de no apagar los teléfonos móviles, sino de
mantenerlos encendidos en silencio y utilizarlos para compartir fotos del espectáculo en las redes sociales. A
continuación, cada miembro del público se convierte en “amigo invisible” de ese niño raro que cantaba
solo cara a la pared… Y la insistencia en que en este teatro está permitido bailar, hace saltar al público
varias veces de las butacas, y participar cómplice en el flashmob `Tú te me dejas querer'.
El ingenio de Ôlvaro Tato (responsable de la dramaturgia, miembro de la compañÃ−a Ron Lalá),
va hilando con estilo y sutileza cada número. Emotiva la escena en que se pinta los ojos, `Mis ojos
maquillados ven más lejos'; hilarante la lectura de las contraindicaciones medicinales, osado el padrenuestro
blasfemo…
Los contras los pondrÃ−a al público, en gran parte amigo o afÃ−n al mundo de las artes escénicas, y, en
bastantes ocasiones, sobreestimulado o enardecido en exceso en sus jaleos al artista. Hasta el punto de tapar
los inicios y finales de algunos temas, como de esa delicadÃ−sima versión en acústico de `Luz de Luna' de
Chavela Vargas sentados en proscenio.
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El artista se pasa media hora despidiendo la función en un derroche de guiños y mensajes positivos, bajo la
consigna de “ama lo que haces, lucha por tu sueño, defiende tu sombrero”. Todo el mundo quiere más, y
no queda otro remedio que recurrir a la tradicional bajada de telón para que la gente asuma que llegó the
end of the show.
Asier: no hagas nada más en la vida que subirte a un escenario.
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