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EL PAPEL DE LOS MEDIOS FRENTE A LA TRANSPARENCIA DE LA DEMOCRACIA1
Por Roberto Posada GarcíaPeña (D’Artagnan)2
¿Papel o función? Sería más correcto emplear el último calificativo, pues si bien la prensa no puede en
ninguna parte suplir la misión que debe cumplir el Poder Judicial, cual es la de ejercer "pronta y cumplida
justicia", que no es cosa que al menos en Colombia se observe con frecuencia, la tarea fiscalizadora de los
medios resulta más que indispensable para velar por la transparencia de la democracia, así muchas veces
no logre garantizarla.
Dos autores, el periodista chileno Fernando Cárdenas Hernández y el colombiano Jorge González Patiño,
acaban de publicar un libro muy ilustrativo al respecto, titulado Los watergates latinos (Prensa vs.
gobernantes corruptos). No hace falta –aunque tampoco sobra– recordar los días dramáticos de Watergate,
cuando The Washington Post, a través de sus entonces reporteros Woodward y Bernstein, terminaron
tumbando a Richard Nixon de la presidencia de los Estados Unidos. ¿La aparente causa inocua, que a la
postre resultó inicua? Tal la recuerda el periodista Daniel Coronell en el prólogo de dicho libro, cuando
señala: "Pocos imaginaron hace 34 años que unos fontaneros, sorprendidos mientras husmeaban en el
cuartel de la oposición, serían la primera pieza del dominó que terminaría tumbando al hombre más
poderoso del mundo".
No han sido pocos los escándalos que han destapado los medios en relación con la conducta –inclusive
íntima– de aquellas figuras públicas, de acuerdo con el precepto según el cual los hombres públicos no
tienen vida privada. Bill Clinton también casi se cae por sus mentiras en episodios sexuales como los que
ocurrieron con la Lewinsky. Y la obra ya citada trae varios ejemplos –que transcribo– sobre el ejercicio de
la prensa frente a los abusos del poder, comenzando por el Perú con el caso de Alberto Fujimori, quien en
noviembre del 2000 fue destituido por el Congreso luego de huir del país y de buscar refugio en Japón.
Quedó vinculado a más de veinte expedientes por delitos de enriquecimiento ilícito y malversación de
fondos, en varios de los cuales se lo vio enredado con el famoso Montesinos.
También está el caso reciente en Costa Rica de Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez. El
primero fue acusado de seis delitos de corrupción agravada y daños al erario público; el segundo, de
corrupción y enriquecimiento ilícito. Como ex presidente, ya Rodríguez había asumido la Secretaría
General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en reemplazo de César Gaviria, y tuvo que
renunciar al cargo por las denuncias de la prensa costarricense en su contra.
En Argentina, ni se diga. ¡Ni para qué hablar del derroche de corrupción de generales como Videla y
Galtieri! Más recientemente, Carlos Saúl Menem fue condenado como jefe de una asociación ilícita para
la venta de armas a Ecuador y Croacia. Luego de estar bajo arresto durante seis meses, hoy vive en Chile.
En Nicaragua ocurrió lo propio con José Arnoldo Alemán Lacayo, por los delitos de lavado de dinero,
enriquecimiento ilícito, robo y mal manejo de los fondos nacionales. Los que le costaron veinte años de
cárcel.
1
Lecturas Fin de Semana. Periodico El Tiempo. Bogotá, mayo 6 de 2006.
http://eltiempo.terra.com.co/hist_imp/Domingo_hist/lect_hist/2006-05-06/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_HIST2878713.html
2
Conferencia en Poitiers, en el seminario ‘Democracia participativa y calidad de los servicios públicos’, organizado por el
Banco Interamericano de Desarrollo en París.
En México, la corrupción, sobre todo en épocas del PRI, no solo ha sido ventilada sino mundialmente
conocida como rampante. Con el ítem de que, al menos durante muchos años, el papel de la prensa lo
ejerció siempre el Estado. Sin embargo, en 1996 la Procuraduría acusó a Carlos Salinas de Gortari de los
delitos de falsificación de documentos y enriquecimiento ilícito. También fue acusado de participar, junto
con su hermano Raúl, en la muerte de Francisco Ruiz Massieu. Y aunque fue exonerado de todos los
cargos, vive en México y mantiene un bajo perfil político luego de pasar varios años en el exilio.
En Venezuela, Carlos Andrés Pérez fue destituido y condenado por los delitos de malversación de fondos
públicos y peculado. Actualmente vive en Miami y el gobierno de Chávez ha intentado en vano conseguir
su extradición. Y sobre Chávez las versiones son tan contradictorias como encontradas, desde el punto de
vista de las presiones contra sus enemigos y de las promociones que, a través de cadenas radiales y
televisivas oficiales, ha montado como su propio aparato de propaganda.
Son, en fin, muchos los ejemplos. Como la caída de Bucaram en el Ecuador y la más reciente del
presidente Lucio Gutiérrez –paradójicamente, hoy de nuevo candidato a la Presidencia– por atentar el año
pasado contra la seguridad nacional. Y en la propia renuncia de Collor de Melho, en el Brasil, es
indudable que, a pesar de provenir de los escenarios mediáticos, fue la presión de los propios medios la
que a la larga logró su salida.
****
En Colombia hubo censura de prensa durante los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez y
Laureano Gómez, comprendidos entre 1946 y 1952, y mientras estuvo en el poder este último gobernante
fueron incendiados EL TIEMPO y El Espectador, los dos periódicos más importantes. Después vino el
gobierno del general Rojas Pinilla, que clausuró EL TIEMPO. Y aun cuando sería injusto hablar de
censura abierta, no puede negarse que durante la época del Frente Nacional –por varios sectores calificada
como una buena terapia política para frenar la violencia entre liberales y conservadores– los gobernantes
mostraban, en términos generales, brotes de irritación frente a las críticas de la prensa.
Alberto Lleras, excelente periodista y mejor prosista y mandatario durante el primer cuatrienio del Frente
Nacional, a partir de 1958, no compartía el hecho de que los columnistas de los periódicos discreparan
ideológicamente de la posición política del editorialista. Después, Guillermo León Valencia tuvo más de
un episodio de irascibilidad no solo con los reporteros sino incluso con los fotógrafos, a raíz de que uno de
ellos lo pilló orinando en algún lugar público a la luz de la luna. El ex presidente Carlos Lleras Restrepo,
recordado por hacer un buen gobierno, tampoco era muy tolerante con los reparos y observaciones
provenientes de la prensa. Julio César Turbay, quien lo sucedió, lo mismo que Misael Pastrana Borrero,
resultó en cambio más paciente, pese a que no fueron pocos los excesos en que ciertas publicaciones
incurrían contra sus honras. Luego a Alfonso López Michelsen se le saltó la piedra en más de una ocasión
y en un congreso de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en Cartagena, al inaugurarlo planteó la
tesis de que los diarios en Colombia deberían pertenecer a cooperativas de sus trabajadores y no a sus
dueños, en respuesta a los ataques que los periódicos le formulaban por diversos motivos, especialmente
El Espectador.
A Virgilio Barco literalmente le resbalaban las críticas, que por lo demás no eran suaves, ignoro si
deliberadamente. Su sucesor, César Gaviria, tuvo el buen cuidado de nombrar a reconocidos periodistas
como cercanos asesores suyos, que ejercían determinada influencia en su propio círculo. A Ernesto
Samper le dieron duro y parejo a raíz del llamado proceso 8.000, y tuvo que soportar descalificaciones
muchas veces injustas, un tanto al amparo de la consigna de otro ex presidente, Belisario Betancur, quien
siempre prefirió"una prensa desbordada a una prensa amordazada". Y Andrés Pastrana, el penúltimo de
nuestros mandatarios, tuvo ciertos choques con programas radiales de humor como La luciérnaga.
Ahora, cuando Colombia está en plena campaña presidencial, ha habido más de un crudo enfrentamiento
entre el presidente Álvaro Uribe Vélez y los medios, concretamente con las revistas Semana y Cambio,
por serias denuncias formuladas sobre irregularidades ocurridas en el DAS, que es el departamento de
inteligencia estrechamente vinculado al Poder Ejecutivo y a su cabeza más visible, el Jefe del Estado. No
ha habido censura, pero sí incriminaciones oficiales de que, con sus denuncias –juzgadas por el Presidente
como falsas– dichos semanarios han incurrido en actos irresponsables, cuando no en ciertos casos
manifiestamente antipatrióticos en relación con el tema Chávez.
Hay que agregar, además, que en Colombia el pluralismo informativo es cada vez más estrecho. Solo
existe un periódico nacional y las dos principales cadenas privadas de televisión pertenecen a
conglomerados económicos, con un canal público económicamente cada vez más precario.
En fin: por lo general la prensa mortifica el genio de los gobernantes y más cuando se trata de
temperamentos poco tolerantes. Y si bien, como se dijo al comienzo, es necesario que exista una función
investigativa y fiscalizadora de los medios y no únicamente informativa, no es menos cierto que los
periodistas ni tenemos coronilla ni es misión nuestra ultrajar al ciudadano con el manejo de noticias e
informaciones que pueden tener connotaciones chantajistas. Pues, como se ha sostenido siempre, el poder
de la prensa reside en su credibilidad y si esta se merma por inexactitudes o excesos, cuando no por
distorsionar la verdad, no es que le falte entonces transparencia a la democracia, sino a quienes ejercen el
periodismo. Transparencia, rigor y buena fe.
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