Oración del Catequista Señor, nos gustaría sentirte siempre cercano como un amigo, para que nuestra tarea de sembradores nos resulte más fácil. Nos gustaría quererte y comprenderte como tus amigos de Betania. Enséñanos a descubrirte en nuestros hermanos, porque cada vez que los escuchamos y ayudamos, realmente te escuchamos y ayudamos a Ti. Disipa, Señor, nuestros temores, afianza nuestra decisión de ser catequistas, fortalece nuestra voluntad, que oscila entre el sí y el no. Llena nuestra ignorancia con tu claridad, nuestro cansancio con tu fortaleza, nuestro egoísmo con tu amor, nuestra desilusión con tu esperanza. Señor, agradezco tu elección y la confianza que pones en mí. Con humildad, pero con alegría y esperanza, hoy quiero repetirte una vez más: ¡Señor, cuenta conmigo! Amén. ENCUENTRO CON LOS CATEQUISTAS Catequista: hombre de oración "Ellos ya no tendrán más hambre ni sed; no les abatirá más el sol ni ardor alguno" (Ap 7,16). "Los que en un tiempo no erais pueblo de Dios, ahora habéis venido a ser pueblo suyo" (1 Pe 2,10). Cualquier cristiano consciente y cualquier religioso lúcido y coherente consigo mismo siente la insaciable necesidad de orar. La oración es, de hecho, el instrumento indispensable para la construcción de la propia vida. El cristiano o el religioso que abandonan la oración ya no son lo que dicen que son. Han perdido su identidad. Nadie puede tomar en serio a los que proclaman con la boca y tal vez con símbolos exteriores que son religiosos, pero no rezan. Parecen unos desgraciados travestis. La oración es para el hombre la puerta abierta hacia todos los bienes, el laboratorio donde se construye la grandeza humana, espiritual y funcional del hombre. La oración es la forja del amor, del amor que engendra amistad y fraternidad; la inevitable respuesta del hombre al Señor que nos amó primero con un cariño inefable. El amor de la persona que se ha forjado en la fragua de la oración es la prueba más elocuente del amor de Dios a los hombres. El amor sencillo, sincero y discreto del hombre de oración estimula la fe de los que se acercan a él. El hombre de oración proclama con el argumento convincente de su estilo de vida que Dios ama a todos los hombres de una forma totalmente gratuita. El santo es siempre un sermón de campanillas del Señor a los hombres. Es una reafirmación de la verdad y de la vitalidad siempre actual del evangelio. El hombre de oración es como una palabra de la Palabra, la personificación de la parte vital del evangelio. Todo el evangelio es importante, como aquel que lo dictó. La vida del auténtico hombre de oración es un grito de trueno de alerta al mundo. Proclama con impresionante fuerza profética la necesidad de vivir en la presencia de Dios como condición para desarrollar un nuevo y verdadero humanismo integrador. La parte del ejemplo que hay que imitar en la vida del santo no son tanto sus gestos y sus obras como sus actitudes. El hombre de oración siempre es profeta: amigo de Dios, testimonio vivo de su experiencia y de su amor. Cuando habla no se limita a repetir conceptos bíblicos o teológicos. Comunica experiencias. Por eso su profecía es más persuasiva. Quienes la reciben profundizan en el conocimiento de Dios tal como lo revela por su propia vida el hombre de oración: un Dios verdadero, sabio, poderoso y misericordioso; descubren que el Señor los ama por encima de toda medida; es rico, generoso y hasta pródigo en sus dones; es vivo, real e irresistible para quien lo descubre; un tesoro por cuya adquisición el que lo ha descubierto está dispuesto a vender todos sus bienes. La vida del hombre de oración es la historia del Señor escrita en la vida de un hombre. Un dato interesante que se ha observado en las personas que realizan una auténtica experiencia es que empiezan a sentir gusto en tratar de asuntos espirituales. Hablan gustosamente del Señor, lo mismo que el que se siente enamorado se complace en poder hablar de la persona amada. El hombre de oración vive permanentemente en la presencia de Dios. Nunca se siente totalmente solo. Por eso la vida de oración es el modo de vivir constantemente en oración. Debido a la influencia de ciertos aspectos del mundo exterior perdemos esa maravillosa actitud interior para con los seres queridos y vivimos más o menos dispersos en nuestra superficialidad No se trata, sin embargo, de construir o de reconstruir nada. La vida de oración no es fruto del esfuerzo humano. Es algo muy natural y espontáneo que ya existe en la intimidad del hombre. Aprender a orar o a orar mejor es únicamente dar aliento a esa llama tan débil y casi apagada, que, en realidad, jamás se extinguirá por completo. Es un germen de vida sobrenatural inactivo que es preciso que se desarrolle, que se abra, que se intensifique. La vida de oración es esencialmente vida de fe. Algo muy sutil y delicado, como la conciencia de la certeza de que se ama al Señor. El deseo más intimo y más verdadero del que adquiere vida de oración es el de Dios. Un deseo permanente, vivido en actitud de mirada sencilla y sincera dirigida al Señor.