¿Qué cosas puedo hacer para educar mejor a mis hijos/as? La familia es un contexto de desarrollo esencial para el niño, ya que le proporciona un marco ideal para socializarse, es decir, le prepara para lograr su adaptación a la sociedad a través de aprendizajes de valores, normas, comportamientos... ESTILOS EDUCATIVOS La familia influye en el rendimiento escolar. Numerosos estudios apuntan a que por encima del nivel social y económico, lo que más influye en el rendimiento escolar, es la actitud de los padres ante los estudios, así como el nivel de expectativas que tengan respecto a sus hijos. Baldwin y Baumrid describen los estilos educativos de los padres en función de los siguientes parámetros: Exigencia paterna: hace referencia al grado de control de los padres sobre las conductas de sus hijos. Los padres difieren en el control. Mientras que unas familias son muy permisivas (existe poco control), en otras se puede dar lo contrario (alto control). La disponibilidad de la respuesta: se refiere al grado en que los padres responden a las necesidades de sus hijos, su nivel de implicación afectiva. Bien entendido debemos decir, que no existen familias puras de uno u otro estilo, sino tendencias educativas, con mayor o menor nivel de control y afecto. En función de estos parámetros, se establecen los siguientes estilos educativos de los padres: AFECTO CONTROL + EXIGENCIA - + DEMOCRÁTICO PERMISIVO - AUTORITARIO INDIFERENTE Los padres DEMOCRÁTICOS: Explican a sus hijos las razones del establecimiento de normas. Reconocen y respetan su individualidad. Animan a negociar mediante intercambios verbales. Controlan y restringen el comportamiento de sus hijos con normas y límites claros adecuados a la edad. Mantienen coherencia y exigen el cumplimiento de las normas. Sus hijos tienen un alto nivel de autocontrol y autoestima. Capaces de enfrentarse a situaciones nuevas con confianza. Tienen más habilidades sociales. Son más independientes. Valores más interiorizados Los padres AUTORITARIOS: Control restrictivo y severo sobre las conductas de sus hijos. Frecuente uso de castigos y continuas prohibiciones No tiene en cuenta sus intereses y necesidades. Sus hijos suelen ser obedientes, tímidos, poco agresivos y poco tenaces para conseguir metas. Pobre interiorización de valores, menos espontáneos, menos alegres, irritables y más infelices. Los padres PERMISIVOS: Evitan hacer uso del control. Pocos castigos. Se realizan pocas demandas al niño. Se muestran tolerantes y tienden a aceptar positivamente los impulsos del niño. Sus hijos suelen tener problemas para controlar sus impulsos. Dificultad para asumir responsabilidades, inmaduros y bajos niveles de autoestima. Los padres NEGLIGENTES: No se implican en la educación de sus hijos. Suelen suplir su papel de padres con regalos. Suelen estar absorbidos por otras “obligaciones” Dejan que sus hijos hagan lo que quieren con tal de que no les compliquen la vida. Sus hijos suelen tener un bajo concepto de sí mismos. Baja autoestima, sus logros escolares son escasos y están muy expuestos a la problemática de drogas, delincuencia, etc. Obediencia e Interiorización. Criterios de confianza Tradicionalmente, se han considerado dos criterios como signos de eficacia educativa de las prácticas parentales:, la obediencia y la interiorización de la norma. La obediencia ha sido valorada con frecuencia como la expresión de una adecuada educación en la infancia, ya que se ha considerado que el cumplimiento de la norma indica su aceptación. Sin embargo, el niño puede obedecer la norma por dos razones: 1. Porque desea evitar los castigos o recibir una recompensa. En estos casos la norma se acepta de modo aparente. La norma está “fuera”, porque la motivación para adecuarse a ésta provienen de agentes externos (padres, profesores, etc.). Cuando las figuras de autoridad no estén presentes para aprobar o censurar las conductas, la norma pierde vigencia. 2. Porque asume la norma como propia. En este caso la aceptación de la norma no es aparente, sino real. La norma está “dentro” y la motivación para cumplirla provienen del propio niño. La obediencia a la norma está asegurada aunque las figuras de autoridad no estén presentes. La Percepción del mensaje educativo de los padres Algunos mensajes educativos que, en principio, pueden parecer correctos a ojos de los padres, pueden mostrarse relativos a en manos de los niños, por su escasa “comprensión”. Si el hijo o la hija no entienden el mensaje educativo de sus padres, no va a encontrar motivaciones necesarias para poder aceptarlo. La percepción del mensaje paterno depende de su claridad, redundancia y coherencia. Si el mensaje se explica de forma clara y repetitiva, y si guarda además una clara consonancia entre las acciones educativas de ambos padres, habrá mayores garantías de que los hijos lo perciban adecuadamente (es decir, no podemos pretender que nuestro hijo lea, si nunca nos ve leer). La comprensión del mensaje estará también mediada por su desarrollo cognitivo, por lo que no podemos esperar una percepción igualmente precisa a todas las edades. La aceptación del mensaje depende de la existencia de un clima cálido y armonioso en el seno de la familia, de que el niño perciba el mensaje como apropiado y justo teniendo en cuenta su comportamiento y la situación. ¿Cómo puede llegar mejor mi mensaje educativo? Uno de los retos que los padres deben superar es adaptar sus estrategias de socialización con la madurez psicológica de sus hijos. Así los procedimientos que resultan eficaces cuando los niños tienen 5 años, no parecen igualmente válidos cuando tienen 10 o mucho menos cuando tienen 15. En la Infancia: la estrategia de control consistente en marcar unas cuantas normas claras y coherentes y exigir su cumplimiento de manera firme pueden resultar muy necesarias cuando los niños son pequeños, sobre todo cuando estas normas están ajustadas a las necesidades de los niños y van envueltas en una atmósfera de afecto demostrado explícitamente y de compromiso interactivo. Los padres necesitan establecer límites que hagan comprender al niño “hasta donde puede llegar”. Los mensajes de control fácilmente traducibles a acciones concretas (ej. “no cojas bombones”, “ordena tu cuarto”, etc.), resultan comprensibles para el niño. Esto se traduce en una mayor estabilidad psicológica para éstos, ya que comprenden lo que sus padres esperan de ellos, y además son capaces de prever sus reacciones. En la adolescencia: numerosos estudios demuestran que la educación familiar de los adolescentes basada en una atmósfera de control centrada en el cumplimiento de la normativa impuesta unilateralmente por los padres, aunque ésta tenga en cuenta las supuestas necesidades de sus hijos, puede resultar perniciosa. Tanto más perniciosa si ésta no va acompañada de afecto sino de hostilidad y de rechazo. En estos casos los adolescentes van a orientarse más hacia sus iguales, poniendo en entredicho la validez de las normas parentales. Por tanto, a estas edades son apropiadas las prácticas basadas en la comunicación, la argumentación y explicación de la norma y en el fomento de la empatía hacia la víctima o la reparación del daño, ya que estas prácticas generan una buena interiorización de las normas. Para concluir podemos decir que, no se debe hacer un uso exclusivo del control en la infancia y de la comunicación en la adolescencia. Al contrario, se deben ir ajustando los métodos educativos siguiendo una transición suave, ya que los niños pequeños necesitan también de un buen número de explicaciones adecuadas a su edad, mientras que los mayores deben seguir desenvolviéndose en un entorno familiar con normas claras y con exigencia de su cumplimiento, todo ello acompañado de una atmósfera afectiva.