MEDIO SIGLO DE GOLPES

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Medio siglo de golpes
CÉSAR LÉVANO
Conocido es el sarcasmo con que Martín Adán saludó el golpe del
general Odría: «¡por fin volvió el Perú a la normalidad!». Fue el 27
de octubre de 1948. En la segunda mitad del siglo XX se iban a
producir otros tres retornos a la «normalidad».
El 18 de julio de 1962 ocurriría el golpe institucional de las
Fuerzas Armadas contra el presidente Manuel Prado, para impedir
que se consumara lo que consideraron una «voluntad de fraude»
a favor de Víctor Raúl Haya de la Torre, que competía por la
Presidencia de la República con Fernando Belaunde Terry.
El 3 de octubre se dio el golpe encabezado por el general
Juan Velasco Alvarado contra el régimen de Belaunde.
Finalmente, el 29 de agosto de 1975 el general Francisco
Morales Bermúdez, entonces Primer Ministro, dio, con la
aquiescencia de los altos mandos militares, el golpe de mano que
derrocó a Velasco e instauró la llamada segunda fase del régimen
castrense.
Se abrió luego un tenso proceso de enfrentamiento social,
cuyo punto culminante fue el masivo y tempestuoso paro general
del 17 de julio de 1977, que estremeció al país y obligó al gobierno
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Editor asociado de la revista «Caretas» y profesor de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos.
militar a preparar su retiro del escenario político y a convocar, para
1980, a elecciones para Asamblea Constituyente.
Desde 1980 hemos tenido, así, 25 años de «anormalidad».
Más allá de la anécdota y los choques en las cúpulas, resulta
aleccionador examinar, más que los propios golpes, los procesos
económicos, políticos y sociales que los engendraron. La historia
del Perú —y de toda América Latina— demuestra que los
cuarteles no permanecen cerrados a los clamores de la calle o de
las oligarquías.
Oportuno es anotar que los pronunciamientos militares de
1962 y 1968 tuvieron, como veremos, olor a petróleo. En ambos
casos cierto grado de nacionalismo militar se alineó contra
políticas concesivas respecto de la Standard Oil, políticas de las
que el Apra se había convertido en abanderada. Hubo también
preocupación por el problema agrario, que se había traducido en
radicales y tempestuosas movilizaciones del campesinado del
centro y el sur del país. Este fenómeno se produjo en los
momentos en que se abrían paso en el país tendencias
guerrilleras, estimuladas por el ejemplo de la Revolución Cubana.
El primer golpe de nuestra serie, el de 1962, tuvo un telón
de fondo petrolero. Todo empezó al reabrirse el debate sobre la
condición jurídica de la International Petroleum, subsidiaria de la
Standard Oil, un debate interrumpido durante treinta años por las
dictaduras, incluido el Oncenio de Augusto Bernardino Leguía. A
mediados de 1959, Pedro Beltrán, vocero de los latifundistas de la
costa y apasionado defensor del imperialismo yanqui, se convirtió,
de opositor de Manuel Prado (primer gobierno), en su Primer
Ministro. Lo fue hasta fines de 1961, como lo recuerda el propio
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Beltrán en su libro La verdadera realidad peruana (Madrid, 1976).
En ese lapso se produjo un alza de la gasolina que causó repudio
en el país y que en el Cusco dio lugar a una revuelta popular
victoriosa. Ocurrió en el curso de esta que el general jefe de la
plaza fuera tomado prisionero por la multitud. Solo la intervención
enérgica de Emiliano Huamantica, el respetado dirigente sindical,
hizo que no se linchara al militar y se evitara así una masacre
contra obreros y campesinos cusqueños.
Se produjo en esa época un intenso debate. En los
modestos semanarios «Ya está» y «Aquí está» había yo escrito
una serie de artículos sobre la historia de La Brea y Pariñas,
demostrando que, bajo el amparo del poder político, la empresa
estadounidense había estado pagando por diez pertenencias
cuando en verdad explotaba 41.614. El 25 de agosto, en el
periódico «Libertad» del Movimiento Social Progresista, lancé un
llamado a luchar, no solo contra el alza de la gasolina, sino contra
la permanencia de una compañía estafadora. Se encendió luego
el debate parlamentario en el que el diario «La Prensa», dirigido
por Pedro Beltrán, llegó a calificar de «exceso de celo» el hecho
de que el diputado Alfonso Benavides Correa se hubiera referido
al problema de un laudo arbitral favorable a la IPC, laudo que en
realidad nunca fue laudo ni arbitral.
En esos tiempos, el diario «El Comercio» asumió una
posición
adversa
a
la
empresa
petrolera.
Hubo
incluso
declaraciones de jefes militares en contra de la International
Petroleum. Lo notable es que el Apra, por medio de sus líderes,
parlamentarios y aun dirigentes sindicales, salieron en defensa de
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la petrolera. Todo eso enrareció la atmósfera política. La
convivencia apro-pradista perdía peso y prestigio aceleradamente.
Ese ambiente preludió el golpe del 18 de julio de 1962, que
defenestró a Prado cuando faltaban apenas diez días para que
terminara su mandato. La razón suficiente —o el pretexto— fue
que en las elecciones de ese año se había manifestado una
«voluntad de fraude». Los resultados oficiales habían otorgado el
primer lugar a Haya de la Torre: 558.237 votos, contra 543.828 del
seguidor inmediato, Fernando Belaunde. El tercero era el ex
dictador Manuel Odría, con 481.104 votos.
Hay razones para suponer que el de 1962 fue en parte un
golpe preventivo, puesto que la marea social subía en el campo y
la ciudad. Buena prueba es que la Junta Militar de entonces
procedió a dictar una ley de reforma agraria, limitada a las zonas
de mayor agitación campesina. Hugo Blanco, dirigente de la lucha
agraria en el Sur, explica en su libro Nosotros los indios: «La Ley
de Reforma Agraria emitida por Pérez Godoy fue solo para La
Convención y Lares. En el resto del país los latifundios, incluyendo
los de tipo feudal existentes, continuaban oprimiendo al trabajador
agrario. Naturalmente, el campesinado del resto del país aprendió
la lección de La Convención y Lares: la tierra se conquista con
lucha».
La Junta cumplió con convocar a elecciones y dejar el
poder en el término de un año. El golpe favoreció, en el fondo, a
Fernando Belaunde, quien en las elecciones de 1963 resultó
elegido presidente de la República.
Después de un inicio «en olor de multitud», Belaunde fue
perdiendo fuerza. En primera instancia, porque sus proyectos
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reformistas se estrellaron contra la alianza conservadora del Apra
y el sector de Odría, que eran mayoría en el Congreso. La
estocada final se la aplicó el propio régimen, al buscar una salida
conciliadora con la International Petroleum, mientras en la opinión
pública crecía el repudio a esa empresa.
A fines de 1968, el gobierno de Belaunde firmó un acuerdo
por el cual la IPC devolvía al Perú los pozos que venía explotando
ilegalmente. El país renunciaba a cobrar los adeudos de la IPC,
que se calculaban en 600 millones de dólares. Además, la
refinería de Talara seguiría en manos de la IPC, que se
comprometía a modernizarla. La empresa mantenía el monopolio
de la distribución de combustible por un periodo de cuarenta años,
con posibilidad de ampliación por otros cuarenta años: hasta el
2048.
Poco después de suscrita la llamada «Acta de Talara», el
gerente de la Empresa Petrolera Fiscal denunció por televisión
que había sido sustraída la página once del convenio, en la cual
se establecía el precio del petróleo que la IPC se comprometía a
pagar al ente estatal.
Fue la chispa que incendió la pradera. Acción Popular, el
partido del gobierno, retiró su confianza a Belaunde. «El
Comercio» llamaba sin tapujos al pronunciamiento militar. El
Consejo de Ministros renunció. El 2 de octubre de 1968, Belaunde
nombró un nuevo gabinete ministerial. En el besamanos de la
juramentación se hizo presente el general Juan Velasco Alvarado.
Francisco Belaunde Terry me ha contado que él, al ver al general,
le dijo: «Qué gusto verlo por acá». A las pocas horas, los militares
desalojaban de Palacio, por la fuerza, a Belaunde.
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El otro golpe de la serie ocurrió el 9 de agosto de 1975,
cuando el general Velasco fue destituido mediante un golpe
encabezado por el general Francisco Morales Bermúdez, que era
su Primer Ministro. El pronunciamiento se hizo en Tacna, donde se
hallaba Morales Bermúdez. Eso marcó el fin de un gobierno
nacionalista y reformista castrense, estragado por impulsos
dictatoriales.
Un hecho sorprendente es que el jefe del movimiento avisó
con anticipación a las Fuerzas Armadas de Chile. Lo ha contado el
propio Morales Bermúdez en la entrevista que concedió al
periodista y diplomático chileno José Rodríguez Elizondo. Este lo
narra así en su libro Chile-Perú: el siglo que vivimos en peligro,
página 140: «En este punto confirma (Morales Bermúdez) que, por
consejo del general Artemio García, comandante de la guarnición
de Tacna, se preocupó de advertir sobre sus movimientos a
oficiales chilenos. Ordenó tomar contacto telefónico con el general
Mena, a cargo de la guarnición de Arica, quien ya sabía lo que
pasaba en el Perú. Esto dio una gran tranquilidad en ambos lados.
Incluso recuerda que cuando se le comunicó a Mena que él
estaba tomando el poder, su respuesta fue “viva el Perú”».
La mañana del 29 de agosto, por las emisoras de radio y
televisión, el país se impuso del comunicado distribuido por la
Oficina de Relaciones Públicas del Primer Ministro: «Los peruanos
que deseamos una Patria libre en la que se realicen tanto los
individuos como personas, así como la Sociedad Peruana en
pleno, nos pronunciamos revolucionariamente para eliminar los
personalismos y las desviaciones que nuestro proceso viene
sufriendo por quienes se equivocaron y no valoraron el exacto
sentir revolucionario de todos los peruanos».
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No faltaron quienes creyeron que todo seguía igual, todo,
menos Velasco.
desco / Revista Quehacer Nro. 154 / May – Jun. 2005
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