TICs y relaciones de Igualdad en entornos educativos.

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IV Congreso anual para el estudio de la violencia contra las mujeres.
El impacto de las TIC en la violencia contra las mujeres. Sevilla 25 y 26 de noviembre de 2013
LAS TICS Y LAS RELACIONES DE IGUALDAD EN ENTORNOS EDUCATIVOS
María Lozano Estivalis
Centraré la intervención en tres puntos
-
El reconocimiento de las prácticas educativas que vinculan el uso de las TIC a
la socialización en y por la igualdad y los buenos tratos.
-
Una reflexión sobre aquello que no vemos en la relación educativa con los
niños y las niñas, y que está en la base de sus expresiones caóticas
compulsivas y multiformes en torno a la corporeidad, las relaciones afectivas
y la igualdad de género.
-
Una propuesta de acción colectiva para reformular los tiempos y los espacios
educativos de tal manera que sirvan a los más jóvenes de lugar de
reconocimiento, escucha y afecto.
(Diap1) Lo bueno que ya existe
“Si no hemos aprendido a reconocer, respetar y custodiar aquello de bueno que ya
existe, que ya se nos ofrece, nada será verdaderamente conseguido” Luisa Muraro
Como se está viendo en estas jornadas, y como se puede constatar por poco que
nos asomemos a las redes, entremos en las aulas o en los espacios de
transformación sociocomunitaria la acción intelectual y política contra la violencia de
género es un imperativo para quienes trabajan por la justicia social.
No quisiera perder de vista en mi intervención todo lo que se ha conseguido. Son
muchos años los que llevamos de debate y acción feminista, de prácticas educativas
inclusivas y liberadoras en las escuelas e institutos y de propuestas de actuación en
los espacios de representación cultural. Son importantes los avances producidos en
investigaciones transdisciplinares sobre relaciones afectivas, y mucho se ha
recorrido también en la búsqueda de una educación mediática que posibilite una
mediación tecnológica relacional y saludable. Todo esto merece ser visualizado en
estos foros para no caer ni en el desánimo ni en la trampa de quienes utilizan los
datos de los últimos informes (cómo los recientemente presentados por la
Delegación de Gobierno) para denostar lo andado en materia contra la violencia.
Confieso que sobre estos últimos datos estoy tan perpleja como la mayoría ¿Cómo
es posible que los asesinatos machistas sigan aumentando, que la percepción del
amor y la sexualidad de las y los jóvenes educados en igualdad siga siendo
androcéntrica y que el ciberacoso en las relaciones afectivas se naturalice? Sin
duda, debemos incluir en nuestra agenda un espacio y un tiempo para la revisión
crítica de nuestras intervenciones. Algo se nos está escapando o algo permanece
velado y estudios como estos nos interpelan directamente. Ahora bien, me parece
muy peligroso caer en la pendiente deslizante del todo lo hecho está mal.
Nunca antes se había dado la confluencia de tantas miradas y voces preocupadas
por erradicar el terror ejercido sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres. Nunca
como ahora se había evidenciado la urgencia de conectar estas acciones con un
proceso complejo de cambio cultural, económico y político. Y, no lo olvidemos,
nunca como hasta ahora hay tantas posibilidades para que niñas y niños
reconstruyan sus identidades de acuerdo con relaciones entre iguales, no
jerárquicas, diversas, múltiples y heterogéneas, basadas en la cooperación, el
intercambio de opiniones, la solidaridad y el apoyo mutuo.
Atendamos a estas prácticas de relación creativas, enriquecedoras desde el punto
de vista personal y social, atendamos a quienes manifiestan en sus cuerpos y en su
palabra la rebeldía y su empoderamiento como seres que se reconocen diversos
pero iguales. Si todo esto que es bueno, existe y se nos da en la observación
cotidiana, sepamos que es hoy posible por todo lo que se ha ido fraguando en torno
a la lucha por la igualdad y la justicia. Si no lo hacemos, como dice Muraro, nada
habremos conseguido verdaderamente.
No ver que no vemos (Diapo 2)
Hace años el filósofo Heinz von Foerster hablaba de la necesidad de reflexionar
sobre el modo en el que conocemos. Era la forma de entender cómo comprendemos
el mundo y de advertir las limitaciones de lo que sabemos. El utilizaba la metáfora
del punto ciego que creo que es muy sugerente para pensar cómo sabemos lo que
sabemos en torno al uso de las TIC y la violencia de género.
Recordaba Foerster que en el ojo humano hay una zona de la retina en la que no
hay células sensibles a la luz. Es el llamado punto ciego y se traduce en que
siempre ante nosotros hay una parte del espacio que no vemos. En realidad no
somos conscientes de esta ceguera porque la información visual de un ojo suple el
punto ciego del el otro. Tampoco lo percibimos normalmente con un solo ojo, ya que
ante la falta de información visual, el cerebro la recrea virtualmente. O sea, que
nuestro cerebro nos engaña y, en realidad, no vemos que no vemos.
A mi la publicación de los últimos estudios me ha recordado esta imagen. Parece
que hay algo que se escapa de nuestra percepción. Aparentemente tenemos un
campo visual sobre la cuestión de la violencia de género muy perfilado y analizamos
la realidad sin solución de continuidad, es decir, sin interrupciones. Desde esa
perspectiva intentamos que nuestros esquemas mentales, culturales y políticos
expliquen los resultados paradójicos de estas investigaciones o los índices elevados
de maltrato y muerte. Sin embargo, cuando irrumpe lo real de esta forma creo que
nada repara el vacío visual y deberíamos reconocer la existencia de algún que oro
punto ciego.
(Diapo 3) Si algo tengo claro en años de reflexión personal, estudio y acción social
en torno a la violencia contra las mujeres es que hace falta abordar el problema
desde una mirada compleja. La violencia de género no es un tema académico ni un
asunto jurídico ni un problema sanitario ni una cuestión jurídica. Es más que la suma
de todas esas dimensiones. Implica una violencia estructural marcada por
desigualdades económicas y sociales que a su vez está atravesada por una
violencia simbólica que determina una distribución desigual de los signos culturales.
Cuando hablamos de violencia de género enfocamos una de las manifestaciones
más pavorosas del patriarcado. Un sistema de opresiones multiplicativas que muy
lejos de estar muerto goza de una mala salud de hierro.
Pero focalizar no significa fragmentar o desvincular el tema de sus implicaciones
sociales o culturales en un sentido amplio. Por ejemplo, no debemos perder de vista
que la violencia contra la mujer está atravesada no sólo de parámetros patriarcales
(androcentrismo, heteronormatividad, publiocentrismo) sino también de toda una
ideología del actual capitalismo dentro de una sociedad posmoderna. Según esto,
los sujetos se enfrentan a una continua cosificación y fragmentación no sólo de su
cuerpo sino también de sus experiencias amorosas, relacionales y afectivas. El
deseo de los individuos se convierte en objeto de marketing y se tapona su demanda
real con una sobreabundancia de estímulos emocionales.
Cuando tratamos un caso de violencia de género tenemos que ser conscientes de
que actuamos en un doble nivel: Sobre la experiencia real de una mujer maltratada y
de su maltratador y sobre el síntoma social y cultural al que sus historias remiten. De
esta forma podemos decir que cada caso es un mundo complejo y lleno de matices,
pero a su vez, se inscribe en un ámbito de violencia sistemática contra las mujeres
vinculado a las múltiples manifestaciones de sistema económico y cultural muy
contradictorio y violento.
Podemos atender una de las dimensiones sin abordar la otra. Efectivamente,
nuestra comprensión de lo que sucede no acusará graves distorsiones porque
racionalmente le podremos dar un sentido. Sin embargo, el análisis cultural o
estructural sin el conocimiento de la experiencia real, única y plural de las mujeres y
de los hombre no explica por qué pasa lo que nos pasa. Como tampoco lo consigue
el hecho de atender a la situación de cada sujeto aislando sus vivencias de los
procesos de socialización que la atraviesan. En cualquiera de los dos casos, existe
una ceguera de segundo orden, un no ver que no vemos que dificulta nuestra visión
de la realidad.
Decía Esperanza Cerón, coordinadora de la Red de Mujeres y Salud de
Latinoamérica y el Caribe, que “Nuestro cuerpo está atravesado por fantasmas
clericales demonios patriarcales y prejuicios cartesianos”. Es preciso indagar cuáles
son hoy los componentes que enredan la experiencia singular de chicos y chicas en
un entorno movedizo público y compartido.
(Diapo 4) Otro de los puntos ciegos que creo que existen en la educación por la
igualdad es que se refiere al rechazo consciente e inconsciente de nombrar términos
como patriarcado, capitalismo y feminismo. Durante mi trayectoria docente he
asistido muchas veces a la manifestación de incomodidad cuando no desprecio o
abierto rechazo a esta terminología. ¿Cómo es posible que cuando más frutos ha
dado el debate y la acción feministas, cuanto más evidente es la necesidad de
reconocer el estrago del capitalismo y del patriarcado, más proscritos están en las
aulas y en la agenda de los individuos y de los colectivos estas cuestiones?
Especialmente significativo es el caso de las adolescentes que niegan la mayor: “no
me interesa el feminismo”, “yo no soy feminista”, etc. como una suerte de defensa
personal a no se sabe muy bien qué o una vuelta de no se sabe dónde. De hecho
son interesantísimas las discusiones entre ellas y ellos a raíz de este rechazo siendo
muchas veces ellas, literalmente, más papistas que el papa. Es esta especie de
autoodio lo que me ha llamado siempre poderosamente la atención y creo que hay
que prestar mucha a tención a lo que escapa a nuestra vista para poder entender la
posición de nuestros jóvenes.
Desplazar el género para llegar a él.
Dado que los individuos somos seres sexuados y diferenciados culturalmente de
acuerdo con una determinada estructura de asignación-apropiación de autoridad y
poder, el género constituye en sí mismo un núcleo importante en la construcción de
la subjetividad. Sin embargo, este núcleo se encuentra incardinado en una red que
multiplica sus nódulos y complica las posibles relaciones entre ellos. Un conjunto de
factores, como la edad, la inclinación sexual, el lugar que se ocupa en el espacio
público, etc. constituyen elementos importantes que afectan a la relación establecida
entre los géneros, y que resulta necesario identificar y reconstruir desde políticas
educativas democráticas. El análisis del género puede constituir así un punto de
partida o de llegada, si se tiene en cuenta como una etapa más, pero debe superar
primero la abstracción teórica que corresponde a cualquier categoría de análisis,
para impregnarse del nivel de comprensión y experiencia que envuelve a los
distintos sujetos. Poco importa, por tanto, partir de cualquiera de los puntos que
conforman esa red. Desde cualquiera de ellos podemos trabajar por igual el sentido
de la diferencia, la igualdad y el conflicto entre sexos, si es ese nuestro objetivo. Lo
importante es iniciar el camino desde la historia de vida de las alumnas y alumnos,
que diversifican sus respuestas conforme a las competencias culturales y
comunicativas obtenidas durante su formación.
(Ejem: Anuncios de anorexia, salud, etc. para trabajar aspectos de violencia de
género).
(Diapo 6) Por todo eso, la publicación de los últimos informes sobre violencia en
adolescentes y el factor multiplicador de las TIC provoca en mí una doble alerta: La
propia de la realidad sociológica que se muestra y la que tiene que ver con esa
ceguera de segundo orden que nos interpela como educadores y educadoras.
Provoca, por tanto, una necesidad de búsqueda, necesidad de saber de los sujetos
encuestados, de las respuestas de las adolescentes entrevistadas. Decía Daniel
Pennac: “Estadísticamente todo se explica. Personalmente todo se complica”. No sé
la de veces me he acordado de estas palabras cuando he cotejado conclusiones de
estudios cuantitativos o cualitativos a gran escala, ya sean sobre educación o sobre
comunicación, con la observación directa. Por eso, sin dudar del rigor de los
estudios y de la validez empírica de sus conclusiones, me surgen tantas preguntas
como informantes tenía la investigación.
Me quedo con la duda de si a las palabras de los y las jóvenes les acompañaban la
gestualidad, si las emociones guiaban sus respuestas, si había silencio o si su
discurso respondían a esquemas dominantes de apreciación sobre la violencia de
género. Me gustaría conocer cuales son sus competencias mediática, querría
conocer más de sus vidas de cómo organizan sus espacios y tiempos
comunicativos, si lo que rechazan como violencia a través de las TIC lo reconocen
en otros lugares de interacción social. Me encantaría, en definitiva, escucharles para
ver cómo entrelazan su vivencia corporal y sexual con la violencia que les atraviesa
aunque no la reconozcan.
No poder explicarse a sí misma.
Una de las aportaciones más significativas del análisis de género es la de abordar
las identidades individuales y sociales como construcciones dinámicas, conflictivas y
paradójicas. Un pasaje de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll nos
puede servir para explicar el cambio de coordenadas sobre las que los sujetos
construimos actualmente nuestras identidades. En él la protagonista intenta
responder a la pregunta que le formula una oruga: “¿Quién eres tú?”. Como Alicia ha
sufrido cambios físicos y emocionales en medio de un universo caótico no sabe qué
contestar: “Me temo señora, que no puedo explicarme a mí misma (…) porque yo ya
no soy yo, como podrá ver”. La pequeña está lejos del mundo lleno de normas fijas,
espacios reconocibles y tiempos reglados que anclaba su identidad. Ya nada
responde al modelo prefigurado que le dicta cómo ha de “explicarse a sí misma”, y
ahora sufre el vértigo de asumir su propia definición. La inseguridad le acompañará
durante todo el relato hasta que finalmente despierte y acabe integrada en el
universo pautado por los adultos, un mundo en el que la transgresión, el desorden o
la creatividad son sólo reflejos de un sueño infantil.
Algo parecido le pasa a los adolescentes actuales cuando se enfrentan a la pregunta
de quiénes son, solo que a ellos, en esa etapa de su particular viaje, les es imposible
retornar a un lugar seguro. En un contexto de cambio acelerado y constante no
resulta fácil asumir activamente la negociación de sus identidades con las instancias
clásicas: la familia, la escuela, el estado... Antes bien, éstas actúan muy a menudo
como la oruga, inquisitiva pero incoherente: les preguntan pero no quieren saber de
ellos, sólo parecen jugar con las respuestas en un diálogo imposible.
Los jóvenes ahora están tan perdidos como Alicia, sólo que su punto de partida es
más próximo al País de las Maravillas: su tránsito, sin final previsible, es un proceso
conflictivo en donde convergen discursos muy contradictorios, espacios maleables y
tiempos no lineales. Por eso hay quien prefiere hablar de las TRIC introduciendo el
factor relacional como clave para la educación en material comunicativa. Es la
reconstrucción del vínculo social con la interacción cara a cara y también con las
posibilidades de expresión creativa y transformadora de las nuevas tecnologías la
que puede dar un lugar donde volver a nuestros jóvenes.
Los actos comunicativos que se observan en los chats, los foros y otros ámbitos de
Internet dan buena cuenta de la fragilidad de las antiguas certezas y de las
reconstrucciones que a ritmo vertiginoso plantea mucha gente joven sobre la cultura,
las relaciones afectivas y sexuales y su propia autoconciencia. Sin embargo, en
pleno desorden se mantienen discursos hegemónicos, prácticas comunicativas
normativas y estructuras de relación humana que establecen unas determinadas
condiciones de poder. Ni siquiera en los sueños de Alicia se anulaba la norma, la
jerarquía y la distribución desigual de funciones, capacidades y alternativas. Tanto
en el mundo “real” como en el imaginario, Alicia está atravesada por unos
condicionamientos de género, edad, etnia y clase determinados que la “explican” en
los dos mundos, prácticamente de la misma forma, según patrones de la Inglaterra
victoriana.
¿Cuáles son hoy esos patrones? ¿Cómo atraviesan, configuran y condicionan a los
sujetos? Los niños y las niñas de hoy son más libres para formular respuestas sobre
sus cuerpos y sus mentes, pero sin embargo siguen teniendo escaso poder para
formular las preguntas. ¿Qué están haciendo exactamente nuestros jóvenes cuando
se insultan,
se controlan y mantienen una relación tóxica a través del móvil o
internet? ¿Qué es ser hombre o mujer? ¿qué es el amor, el sexo, la amistad o la
violencia?
Los jóvenes que chatean por Internet crean comunidades por afinidades, rasgos o
propósitos comunes. Si atendemos al contenido de los intercambios vemos cómo en
ellos coexisten nuevos lenguajes (ya se habla de la ciberhabla) y valores, con las
viejas formulaciones sobre la amistad, el amor, la moda, etc. En realidad, Muchas de
las comunicaciones de los jóvenes en redes sociales como Facebook o Tuenti se
basan en construcciones bien “conservadoras” de la identidad de los participantes.
Los
adolescentes
usan
especialmente
sus
encuentros
para
continuar
conversaciones o intercambiar imágenes con quienes mantienen una relación offline:
compañeros y compañeras de clase, de pandilla, etc. De esta manera, los actos
virtuales siguen manteniendo una buena parte de anclaje en lo real y los textos
evidencian las marcas de los discursos dominantes sobre las relaciones sexuales.
Es por otro lado importante recordar que el relato que hacen las tecnologías de sí
mismas inciden en dos ideas: lo virtual permite a uno hacerse a sí mismo a través de
la difusión de contenidos verbales y no verbales. La plataforma de Youtube se
presenta con la coletilla Broadcast Yourself, algo así como “difúndete tú mismo”. La
idea es poder exponer la propia identidad en este escenario, hacerla visible en el
intercambio de imágenes y palabras. En definitiva, estar presente en el mosaico
espectacular de las redes electrónicas. Sería conveniente trabajar con el alumnado
estos conceptos de virtualidad, espectacularidad y autopercepción del yo, en
sintonía con el conocimiento que ellos hacen de las redes sociales o los espacios de
Internet.
Necesitamos saber cómo los y las adolescentes procesan estos reclamos de las
nuevas tecnologías, qué entienden por difundirse a sí mismos y cuáles son los
límites estéticos, éticos y personales que están dispuestos a poner en esta
exposición. Tengamos en cuenta que sin haber resuelto las deficiencias de una
identidad marcada por la lógica del espectáculo propia de los medios de
comunicación tradicionales, estamos metidos de lleno en una vorágine de
identidades mutables, aunque fijas en su finalidad espectacular. Porque cuando los
chavales cuelgan sus fotos y cuentan sus historias lo hacen para ser vistos, para
mostrar sus emociones y sus pensamientos, para aparecer frente a otros y ser
reconocidos.
Saber distinguir ente cuerpos representados, identidades fingidas y vivencias reales
sigue siendo una asignatura pendiente. Una asignatura que, por cierto, sólo tendrá
un sentido crítico si incluye el análisis de lo que nuestras sociedades presuponen
que es una identidad de género estable, integrada, ordenada y productiva.
(Diapo 7) Sujetos con poco predicado
La comunicación entre los jóvenes tiene hoy por hoy un componente visual de
extraordinaria importancia. Las imágenes creadas, reproducidas y compartidas a
través de teléfonos móviles e Internet configuran nuevas prácticas de expresión y de
reconocimiento personal y social. La palabra continúa siendo el eje que ancla el
significado de conversaciones, citas o intercambios de pensamiento en los chats y
foros en los que los adolescentes se desenvuelven, pero la imagen desplaza al
verbo en el acto esencial de mostrar, descubrir y provocar sensaciones. ¿Por qué
esa aparente hiperactividad en el uso del móvil y las cámaras para captar y recrear
imágenes de sí mismos o de su entorno? ¿Cómo educar la mirada en esta vorágine
visual que hace estallar las fronteras tradicionales de la intimidad, el uso de la propia
imagen y la autopercepción?
Como todo lo que se refiere a las prácticas sociales y culturales que afectan a la
construcción de identidades, las preguntas son más precisas y numerosas que las
respuestas. Es cierto que la falta de sincronía entre la experiencia de los jóvenes y
las expectativas de los adultos respecto al uso de las imágenes, provoca
confusiones y desencuentros. La urgencia por prevenir los efectos nocivos y los
peligros de las tecnologías de la comunicación –adicciones, ciberbullying, sexting,
pornografía infantil– no deja ver, a menudo, las enormes posibilidades creativas y
beneficiosas que contienen los espacios y lenguajes mixtos que configuran estos
dispositivos.
Las fotografías, los vídeos o las caricaturas de nuestros jóvenes van a seguir
fluyendo, intercambiándose y mutando en las redes. La convulsión espectacular de
los intercambios comunicativos no es un capricho de críos, sino una forma de
vinculación con el entorno y de interlocución entre iguales, que merece atención,
crítica y propuesta educativa.
Lo que circula por la red no son niños y jóvenes inmaduros a la espera de rescate,
sino producciones significativas con las que unos seres humanos negocian sus
pensamientos, sus sueños y afectos. El que estas interacciones sean positivas y
saludables, y los ayuden en su desarrollo como seres libres y comprometidos con su
entorno, dependerá de muchos factores emocionales y racionales en todos los
ámbitos de socialización. Tendremos, pues, que educarnos entre todos en las
nuevas narraciones que atraviesan nuestra existencia visual y vital, si es que
queremos ayudar a nuestros pequeños a conciliar sin traumas ni fracturas el deseo
de su ser real y la existencia de sus propios seres imaginados.
Hay que afrontar la complejidad del mundo que nos rodea con competencias
transversales que desarrollen nuestra capacidad de comunicarnos de forma libre y
comprometida en cualquier ámbito: interpersonal, grupal o colectivo. El alumnado
puede sentirse aislado, excluido, o por el contrario, desarrollar una especie de
hipertrofia comunicativa que lo lleve a una sociabilidad compulsiva marcada por el
subir y enviar imágenes. También puede aprender a identificar códigos ideológicos
sexistas en los mensajes de los medios, pero esta capacidad no garantiza que luego
no los vaya a reproducir acríticamente en su vida, en las fotografías que guarda en
su teléfono móvil o en los vídeos que cuelga en la red. Un saber para la
comunicación requiere, además, la articulación de saberes que despierten la
empatía y la conciencia de formar parte de un proyecto humano común, que hay que
mejorar.
(Diapo 8) Habla para que yo te vea
Philipe Meirieu plantea que lo normal en educación es que la cosa no funcione, «que
el otro se resista, se esconda o rebele”. Lo normal es que la persona que se
construye frente a nosotros no se deje llevar, o incluso se nos oponga, a veces,
simplemente, para recordamos que no es un objeto en construcción sino un sujeto
que se construye. Cuando socializamos en buenos tratos desde las diferencias que
afloran en cuerpos y experiencias no es extraño que existan manifestaciones
contrarias, paradójicas o antagónicas. Lo importante no es la cantidad de respuestas
acertadas sobre el uso igualitario de las TIC o la violencia de género que podamos
obtener, lo esencial es que exista un verdadero vínculo educativo que permita
devolverles a estas chicas y chicos su lugar como sujetos. Intentemos crear
espacios de escucha no estrictamente normativos que les permita contrastar sus
expresiones variopintas acerca del amor, la violencia de género y las relaciones
igualitarias de forma fluida. Démosle un lugar donde su palabra ordene significados
importantes para ellas y para ellos, que encuentren otro simbólico que límite la
exposición caótica e inconsciente de sus pulsiones y dejemos que se den cuenta de
que también ellas y ellos tienen un punto ciego sobre el que reflexionar.
Cuento de Eduardo Galeano
Los colores
En algún lugar del tiempo, más allá del tiempo, el mundo era gris. Gracias a los
indios ishir, que robaron los colores a los dioses, ahora el mundo resplandece; y los
colores del mundo arden en los ojos que los miran.
Ticio Escobar acompañó a un equipo de la televisión española, que vino al Chaco
para filmar escenas de la vida cotidiana de los ishir. Una niña indígena perseguía al
director del equipo, silenciosa sombra pegada a su cuerpo, y lo miraba fijo a la cara,
de muy cerca, como queriendo meterse en sus raros ojos azules.
El director recurrió a los buenos oficios de Ticio, que conocía a la niña, y la muy
curiosa le contestó:
–Yo quiero saber de qué color mira usted las cosas.
–Del mismo que tú –sonrió el director.
–¿Y cómo sabe usted de qué color veo yo las cosas?
Eduardo Galeano
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