TEMA 6 La personalidad

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Tema 7
Psicología de la personalidad
TEMA 7: LA PERSONALIDAD
1. Las teorías de tipos y factores.
1.1.
1.2.
1.3.
1.4.
La prehistoria de la personalidad: Zodíaco e Hipócrates.
Teorías de tipos: autoconciencia y rasgo.
Los cinco grandes.
Otras teorías de tipos.
2.1.
2.2.
2.3.
2.4.
2.5.
En busca de nuestro cerdito interior.
El psicoanálisis de Freud
El inconsciente y las energías vitales.
La división de la mente: ello, yo, super-yo.
Primeras críticas.
3.1.
3.2.
3.3.
La imposibilidad de explicar algunas cosas.
La teoría humanista de Maslow.
Críticas de la teoría humanista.
2. La teoría psicoanalista: Freud.
3. La teoría humanista: en contra de los test y las teorías rígidas.
1. LAS TEORÍAS DE RASGOS Y FACTORES.
1.1.
La prehistoria de la personalidad: Hipócrates.
La preocupación por la personalidad tiene a sus espaldas una larga historia y puede remontarse
a la época de los griegos. Antes de ellos, el desarrollo de la Astrología y la agrupación de los signos
del Zodíaco en cuatro elementos ya había supuesto una primera consideración del problema. De
forma sencilla, el zodíaco nos dice que el comportamiento de cada individuo está condicionado por la
posición de los astros: un Acuario (como el que escribe esto) es por influencia del planeta Urano, muy
creativo, excéntrico, intelectual, vive en las nubes y por lo general es egoísta y pasa de todo. Al
mismo tiempo, hubo una primera referencia a una explicación más racional, la pertenencia a algún
elemento (tierra, aire, fuego o agua) y esta fue la que seguirían los médicos griegos. Pensemos que
para estudiar la relación del Zodíaco y el Horóscopo con la personalidad se establece un
pensamiento analógico. Por ejemplo:
ACUARIO
EXPLICACIÓN
Urano: órbita errática
Aire: tiende a elevarse.
CONSECUENCIA
Espíritu imprevisible
Etéreo, idealista.
En el caso de los horóscopos, tomamos las características externas del astro que regula nuestro
comportamiento y las aplicamos a una realidad totalmente distinta. La órbita de Urano es desviada y
por ello, las personas nacidas bajo el signo de este planeta deben heredar una personalidad errática y
contradictoria a veces.
En la época griega se acentuó el carácter racional y más empírico de los rasgos de la
personalidad, aunque siguiera trabajando este pensamiento analógico. Hipócrates estudió la
personalidad como “temperamento”, y formuló un estudio de las formas de la personalidad humana
dependiendo de los cuatro elementos gobernantes en el cuerpo que al mismo tiempo, representaban
los elementos primigenios (tierra, aire, fuego y agua). Estos cuatro elementos se convertían en
“humores” o temperamentos. Así, los individuos en los que predomina la sangre tendrían un
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temperamento sanguíneo (son activos y alegres); aquellos en los que predomina la linfa tendrían un
temperamento flemático (calmado y pasivo). En los que predomina la “bilis amarilla” tendrán un
comportamiento colérico (rabioso y violento), y en los que tiene supremacía la “bilis negra”, habrá
un temperamento melancólico (triste). Hipócrates creía que para una perfecta salud debía existir
una armonía total entre los cuatro elementos y humores.
La explicación “científica” de Hipócrates y Galeno no se mantuvo con la llegada de la ciencia
moderna, pero sin embargo hay que destacar dos cosas:
a) Inició un proceso de racionalización de la psicología (es decir, la constitución personal del
ser humano está influido por su fisiología). Pensemos que esa intuición se ha mantenido en la
psiquiatría, la psicología evolutiva y la medicina.
b) Su clasificación de tipos de personalidad se ha mantenido a grandes rasgos hasta nuestros
días. Por lo tanto, sus experiencias empíricas tal vez no iban desencaminadas, pero estaba errada su
explicación analógica.
1.2.
Las teorías de tipos.
La psicología como ciencia retomó de nuevo el problema de Hipócrates aunque ahora intentó
elaborar una explicación mucho más científica y pormenorizada. En el desarrollo de la psicología
contemporánea de la personalidad se estudian dos elementos fundamentales:
a) La consciencia o autoconciencia.
b) Los rasgos de comportamiento de cada individuo.
La autoconciencia” o “consciencia” es una sustancia (o un “elemento oscuro” para los
escépticos) que aglutina y unifica todos los procesos de nuestra mente (la reflexión, los sentimientos,
las pasiones...). En palabras más llanas sería el “yo” que unifica todos los actos de una persona. Por
ejemplo, mi yo, (el “yo de Ángel”) es esa conciencia que unifica a ese individuo que lee libros y
desbarra de filosofía, que pinta ranas o que tiene depresión porque nadie le da bola. Ese elemento
unificador, del que científicamente no podemos dar una definición exacta, está curiosamente definido
por todos esos rasgos y muchos más.
Los rasgos son esos elementos que separan a un individuo de la especie. Puede haber muchos
“Jaime”, “Álvaro” o “Isabel” por el mundo, pero cada uno de ellos tienen una serie de tipos o rasgos
que los separan de los demás. Un rasgo en psicología de la personalidad es un modo de
comportamiento propio de un individuo o de un grupo de individuos. Este modo de
comportamiento puede ser heredado o aprendido.
Un rasgo heredado es algo genético. For instante, cuando un individuo tiende a liberar
adrenalina con facilidad y por esa razón tendrá un temperamento más agresivo que un individuo
menos propenso a liberar adrenalina. Un rasgo de carácter es producto de un aprendizaje. Por
ejemplo, por un condicionante social determinado (una situación de guerra por ejemplo) hace que
ese individuo también tenga un temperamento violento. El rasgo puede ser similar, pero con un
carácter fisiológico en un caso y otro de carácter social o psicológico.
Los rasgos implican un modo estable de comportamiento, pero estos son modificables con el
tiempo. En primer lugar, el hombre está en evolución: atraviesa distintas edades y fases mentales
(infancia, adolescencia, madurez, senectud) y algunos rasgos se acentúan dependiendo de la fase
vital. En segundo lugar, el hombre no vive aislado o encerrado, sino abierto a un mundo cambiante:
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este mundo tiene una influencia sobre esa psicología individual. La psicología del ser humano en
definitiva, no se reduce a biología (no está determinado por pura genética), sino que también está
condicionado por el entorno social, y además, su propia constitución le permite un elemento mínimo
de libertad (es decir, el individuo, aunque de forma variable, influye sobre su propio destino).
Las malditas agendas de clase.
Para entender un poco esta autoconciencia y sus rasgos se puede establecer la acertada comparación
con las libretas de clase. En principio, una libreta está vacía: se va haciendo nuestra conforme les vais
poniendo elementos que la hacen reconocibles: una firma, las citas de vuestro cantante favorito, las
fotografías de vuestra familia o amigas, vuestro deportista admirado o vuestro profesor odiado. La
autoconciencia supondría las anillas de esa libreta que hacen que todos esos rasgos permanezcan juntas
y hagan cada una de las libretas diferentes entre sí. Las páginas son esos rasgos que os caracterizan y
separan: una hoja, por sí sola, no os podría caracterizar. Discutiremos más adelante por qué una maldita
libreta puede ser tan importante para los teenagers (aparte de ser un medio para luchar contra el
aburrimiento).
1.3.
Los rasgos fundamentales: “los cinco grandes”.
Los psicólogos iniciaron un estudio factorial de la personalidad muy exhaustivo. Así,
desarrollaron multitud de rasgos que marcaban a un individuo. Sin embargo, a través de esos
estudios, los psicólogos consiguieron determinar que una serie de rasgos o factores podían irse
cuadrando en torno a uno solo. Así una persona activa, tendente a hablar y a la sociabilidad se tiende
a encuadrar en un solo rasgo (extroversión), mientras que otra tendente a tensión, la ansiedad, la
irritabilidad o la hipocondría se puede encuadrar en otro (el neuroticismo). Así, en ese proceso de
simplificación, los psicólogos llegaron a lo que se llama las cinco grandes dimensiones de la
personalidad: extroversión, amabilidad, conciencia, neuroticismo y apertura a la
experiencia.
A través de esa primera tesis, se inició un estudio de corte empírico (es decir haciendo tests y
pruebas de personalidad) para clasificar cuáles eran las dimensiones fundamentales de la psicología
humana y verificables empíricamente. Curiosamente la tipología de Hipócrates y Galeno pervivió en el
tiempo (aunque la explicación que la sustentara se viniera abajo): Eysenck, uno de los más famosos
psicólogos de este tema formuló una de las clasificaciones más usuales y utilizadas en los actuales
Test de Personalidad y psicotécnicos. Según Eysenck, establece los distintos tipos o rasgos de
personalidad a través de un eje que divide una circunferencia en cuatro partes. Los ejes estarían
constituidos por los polos de introversión y extroversión y neuroticismo y estabilidad. Del
cruce de estos ejes resultan cuatro tipos de personalidad posibles: introvertido-inestable, introvertido
estable, extrovertido inestable y extrovertido estable.
Clasificación de Eysenck
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INESTABLE
Humor variable
Sensible
Ansioso
Inquieto
Rígido
Agresivo
Serio
Excitable
Pesimista
Poco fiable
Reservado
impulsivo
Insociable
optimista
Reservado
MELANCÓLICOS
COLÉRICOS
Activo
INTROVERTIDO
EXTROVERTIDO
Pasivo
FLEMÁTICOS
SANGUÍNEOS
Cuidadoso
Sociable
amigo de salir
Pensativo
Hablador
Pacífico
Ocurrente
Controlado
Desenvuelto
Fiable
Energético
Ecuánime
Seguridad en sí
Sereno
Liderazgo
ESTABLE
El neuroticismo es lo mismo que la inestabilidad emocional. La extroversión e introversión son
términos que se refieren a la principal orientación de las energías del individuo: bien para el mundo
exterior de los objetos materiales y las personas, o bien para el mundo interior de pensamientos y
sentimientos del propio individuo. La clasificación bidimensional de Eysenck define un espacio
conceptual dentro del cual se pueden encuadrar todos los rasgos representados en el anterior
esquema.
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2. LA TEORIA PSICOANALÍTICA: FREUD.
2.1. En busca de nuestro cerdito interior.
Como ya deberíamos saber, los filósofos, teólogos y psicólogos supusieron durante mucho
tiempo que el ser humano era una criatura a la que Dios había creado “un poco inferior a los
ángeles”. Los filósofos opinaban, igualmente, que el hombre era una criatura racional y que el uso de
esa racionalidad, frente al instinto era lo que nos separaba de los animales. Sin embargo, todo esto
empezó a cambiar cuando Darwin afirmó que el ser humano provenía de los animales.
Con Freud, esa racionalidad fue por fin doblegada. El ser humano usa la razón: las sociedades
occidentales (ya sean griegos, musulmanes o cristianos) han ensalzado siempre ese carácter. Pero sin
embargo el paso de los siglos hizo evidente que existían cosas que estaban reprimidas. Hasta ahora,
hemos visto las funciones conscientes de la psicología humana, pero ¿qué ocurre con esas otras
manifestaciones ocultas, muchas veces reprimidas inconscientemente, y que explican muchas
incongruencias en nuestro comportamiento?
Freud estudió ese tipo de variables, y se dio cuenta que, efectivamente, la parte consciente del
ser humano no era la única importante a la hora de explicar nuestra personalidad. Freud
contribuyó, al igual que Darwin o Marx, a satirizar esa especie humana tan vinculada a los ángeles, y
acercarla un poquito a esos animalitos tan despreciados por los filósofos. Para entender a Freud y al
psicoanálisis (antes que hablar sobre el sexo), planteémonos los términos en esas dos conciencias
que muchas veces se enfrentan en nuestros dilemas cotidianos. Pero esta vez, una de ellas es
nuestra consciencia, nuestra racionalidad, y otra, cierta inconsciencia, más vinculada a las pasiones o
la animalidad. A este “cerdito interior” le llamó Freud el ello, como veremos después.
Este ello suele estar oculto: no nos sentimos orgullosos de él. Ese ello sale por ejemplo, en el
momento más inesperado y nos hace recordar que no estamos a veces tan lejos de los instintos
animales y que nuestra racionalidad suele acobardarse cuando “nuestro cerdito” se desboca. Y
existen dos ámbitos indudablemente en la que ese cerdo suele expresarse con más fuerza, el sexo y
la violencia.
Freud se interesó especialmente por el primero, en parte por sus circunstancias históricas y
también –posiblemente- porque era su propio cerdo interior que le estaba atormentando más. Y
también quizás porque los psicoanalistas defienden que el ser humano reacciona instintivamente en
torno al sexo unas trescientas veces al día (los adolescentes más, natuurlijk).
Tengamos entonces claro que para Freud la personalidad del hombre se divide en dos: un
“ángel”, apoyado por la consciencia, la razón y también los prejuicios sociales, frente a un ello,
inculto, instintivo, apegado a nuestra herencia biológica más primitiva. Y que las luchas entre esas
dos partes integrantes de nuestra personalidad giran en torno a un tema concreto: el sexo. Este sexo
–entendido de muchas formas, desde el placer pero también desde el amor o la afectividad- es la
gasolina que mueve nuestra vida.
2.2. El psicoanálisis de Freud.
Freud rompió con uno de los grandes tabúes de la psicología de finales del XIX. La personalidad
humana no se reducía a la mera consciencia o voluntad. Hasta aquel momento, la psicología
estudiaba sólo aquella parte consciente de nuestros actos, ya fuera a través del pensamiento o la
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conducta. Freud se fue dando cuenta que existían numerosos comportamientos y reacciones que no
podía ser reducidos a ese esquema de razón y consciencia.
El primer paso lo hizo a través de la hipnosis y la interpretación de sueños. Con esos
métodos, consiguió hacer ver en algunos pacientes que tenían una serie de problemas psicológicos
de los que no eran conscientes. Al sacarlos a la consciencia se libraba de los conflictos emocionales
que en muchas ocasiones se producían interiormente, produciendo una liberación de toda esa
energía reprimida. En psicología clínica muchas veces, el primer paso para la curación de un paciente
es saber qué problema tenemos y hacer que el paciente sea consciente de tener un problema (lo cual
muchas veces es muy difícil).
Sin embargo, Freud no quedó contento con los resultados del hipnotismo, e inició una nueva
técnica para aflorar los recuerdos inconscientes de tipo traumático. Se hace hablar al enfermo a partir
de ciertas ideas que le son sugeridas. El analista debe interpretar a partir de ese momento cuando el
paciente queda bloqueado o se extravía a partir de esas ideas sugeridas. Todas estas serían
manifestaciones de cierto tipo de recuerdos que se resisten a salir a la luz. Esto quería decir, en
opinión de Freud, que el sujeto está operando con algún tipo de defensa inconsciente: están
operando mecanismos represores que intentan bloquear la liberación de la tensión. Es ahí donde el
psicólogo debe centrarse para descubrir el origen del problema. Así, cuando esas tensiones no
pueden aflorar libremente, lo hacen de forma derivada, buscando acciones sustitutivas, en forma de
obsesiones, fobias, ideas fijas etc...
2.3. Las pulsiones o energías del hombre.
Según Freud, el hombre se mueve debido a una serie de energías o fuerzas psicológicas. El
organismo del hombre necesita estar en un estado de equilibrio o constancia. Ese equilibrio queda
roto cuando es sometido a una serie de estímulos (externos o internos). Pero en virtud de tal
principio de equilibrio, el individuo tiende a retornar a ese estado de constancia, para lo cual se
necesita una descarga de energía. Esa descarga de energía es entendida según Freud bajo una
búsqueda de placer. A las fuerzas que posibilitan o fuerzan el organismo a descargar la energía que
provoca tensión Freud lo llama pulsiones (que puede ser entendido como instinto). Pero junto a los
instintos o fuerzas liberadoras de las tensiones, Freud encuentra una serie de contrafuerzas o fuerzas
represoras. Estas son un tipo de fuerzas (morales, sociales etc...) que tienden
descarga de energía.
a impedir una
En un principio esa fuerza fue entendida por Freud como la libido. Esa fuerza, regida por el
placer, busca una satisfacción de carácter puramente sexual. Su fin, dicho claramente, es el coito o la
masturbación. Cuando existe un impedimento serio a alcanzar ese fin, sin embargo, se reprime esa
fuerza y el equilibrio psicológico del ser humano se descompensa.
Freud con el tiempo clasificó esas pulsiones como Eros y Thanatos (ya visto en el tema 4). En
el primer caso, el eros representaría los instintos de autoconservación e instintos de obtención de
placer (de carácter sexual especialmente, pero no solo eso). Esta fuerza o instinto ya había sido
planteada por un filósofo muy anterior, Hobbes, que decía que el hombre está definido por la
búsqueda desmesurada de placer y el miedo al dolor. Su racionalidad estaba orientada al cálculo de
la obtención de ese mayor placer.
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El thanatos, por el contrario, sería el conjunto de elementos de nuestra mente que tienden a
la violencia y a la autodestrucción y que según Freud existen en todos los seres humanos. Para
explicar conductas anormales como el gusto por la crueldad gratuita (sadismo o el sadomasoquismo),
este psicólogo pensó que tal vez fueran fuerzas intrínsecas al ser humano y no meras enfermedades.
2.4. La división de la mente humana.
El psicoanálisis de Freud establecía un dualismo radical en nuestra mente entre una parte
consciente y otra inconsciente. El inconsciente es la parte no accesible al individuo en condiciones
normales. Es el lugar del deseo o la fantasía, y que no está sometido a ningún control lógico o
mental. El consciente estaría regulado por contenidos directamente accesibles al individuo:
percepciones y procesos reflexivos. Existiría también el llamado preconsciente, que está constituido
por contenidos no reconocidos de forma inmediata pero que pueden ser recordados con un pequeño
esfuerzo, y aquí se condensan los esfuerzos para que las pulsiones del inconsciente no invadan a la
parte consciente. Esta primera distinción fue después retomada por Freud a través de su famosa
división entre el ello, el yo, y el super-yo
El ello. Es la parte más interior y primitiva de nuestra mente. Está constituida por todos
aquellos elementos innatos y los elementos reprimidos por la conciencia. El ello es energía mental en
estado puro, puro deseo que se rige única y exclusivamente por el principio de placer, sin ninguna
consideración de tipo moral y sin prestar atención al principio de conservación ni a las leyes de la
lógica o la razón.
El ello, (que no es otro que nuestro querido cerdo), es todo él inconsciente, aunque puede
aflorar a la conciencia a través de los sueños, los lapsus lingüísticos, la imaginación de figuras y otras
muchas formas. El niño, al nacer, no es más que ello. El yo y el super-yo se formarán
posteriormente.
El yo. El yo surge como consecuencia de todas las tensiones y excitaciones provocadas en el
niño por los estímulos exteriores. Estas tensiones provocan la aparición de una conciencia primaria,
totalmente volcada sobre sí misma (muy egoísta o narcisista) pero que sirve como puente de enlace
entre las puras apetencias del ello y la realidad externa.
Poco a poco el niño abandona el estado de narcisismo para colocar el centro de atención en el
mundo externo, que ahora se le revela como todopoderoso (la fase de la infancia, en la que el mundo
de los padres parece poderlo todo). Esta presencia cada vez mayor del mundo externo le va
obligando a desarrollar plenamente su yo, que se encargará de las funciones de autoconservación. Es
decir, es el yo el encargado de tener presente al mundo externo (de proteger al individuo de sus
amenazas y problemas, y de adaptar sus deseos a ese mundo). Por eso el principio por el que se rige
el yo es el principio de la realidad. De este yo dependen todo lo que hemos visto en la anterior
lección: el pensamiento, lenguaje y la racionalidad, esa racionalidad que domina nuestros impulsos.
Pongamos un ejemplo de enfrentamiento del “cerdito” y “ángel”: alguien con poder sobre
nosotros se pone insoportable y critica constantemente nuestro trabajo. El ello, mi “cerdito instintivo”
me susurra “como no te calles, te reviento la cabeza, maldito desgraciao” y hace que mi puño se
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cierre, pero esa racionalidad angélica reprime esa primera reacción, haciendo cálculo de lo que puede
suceder en caso que el ello o el “cerdito” llegue a desbocarse.
El super-yo. Surge como consecuencia de la interiorización de normas que le vienen
impuestas desde fuera. Como esto se desarrolla en las fases de la infancia, los padres se convierten
en el arquetipo de toda autoridad y toda ley, cuya interiorización genera la conciencia moral. Así, el
super yo castiga las infracciones del yo haciéndole sentirse culpable o deprimido.
Este super yo no tiene que ser necesariamente castigador, también surge de la admiración que
supone para nosotros, cuando somos críos, de la figura paterna o materna. O también (esto en una
interpretación no tan freudiana) de figuras sociales como Shakira, CR9, Naruto o cualquier otro.
Cuando el sujeto no puede llegar ni de lejos a esos referentes sociales, es cuando aparece la
frustración y la neurosis.
Alguien voló sobre el nido del Cuco: En la película nos encontramos con un paciente que tiene una clara
patología freudiana: el caso de Billie (el más joven de los enfermos). La necesidad afectiva es una necesidad constante en
ese chico, y su vida se rodea de las pulsiones que siente hacia el sexo y la conciencia desgarradora de “la madre”, que
actúa de implacable represora de sus deseos, confirmando una y otra vez que ese deseo sexual es terrible. Así, al final de la
película esa oposición aparece de forma más extrema. Billie acaba de hacer el amor con una chica y es sorprendido por la
enfermera jefe. Por primera vez, Billie no tartamudea, no siente miedo ni vergüenza por lo que ha hecho, e incluso se siente
orgulloso de ello. Todo cambia cuando la enfermera jefe la amenaza nuevamente con su madre. La “madre” actúa aquí
como representante de ese “super yo” represor y que genera neurosis e inestabilidad en la psicología del pobre loco.
2.5. Los mecanismos de defensa del yo.
Las relaciones entre el ello, el yo y el super-yo, no son fáciles. A muchos nos gustaría ser como
nuestros padres o nuestros ídolos, y sin embargo la triste realidad es que somos como somos, no
tenemos el cuerpo de las supermodelos, ni los pies de Messi, ni podemos abrir sellos como Naruto. El
yo mira hacia el super-yo y se siente un poco miserable. Sin embargo, el ello también empuja al yo.
Tenemos pasiones y debemos controlarlas en un esfuerzo represor considerable. Así, nos
encontramos con un yo asediado entre ese yo ideal y esas pulsiones del ello, y que genera una
ansiedad creciente en la persona. Nuestro yo debe desarrollar por tanto unos mecanismos de defensa
para defender esa parte consciente:
a) Represión: Consiste en que el yo se libra de un conflicto entre los deseos del ello y su
sentimiento de culpa por tener esos deseos, reprimiéndolos y enviándolos hacia el inconsciente como
si no hubieran aparecido. No obstante estos deseos reprimidos se mantienen en el inconsciente y
pueden aflorar a través de sueños o lapsus. En casos extremos pueden crear tensiones neuróticas.
b) Proyección: consiste en achacar a otro individuo un deseo nuestro pero que resulta
intolerable para nuestra conciencia. En las paranoias y las fobias operan este mecanismo. Podemos
pensar por ejemplo, que hemos tenido una mala experiencia con nuestros padres. Vamos “calientes”
a clase, y ¿qué encontramos allí? El pobre desgraciado que da filosofía sobre el que volcáis vuestro
marrón y encima creéis que os odia.
Otro mecanismo de defensa similar a la proyección es la sublimación: Cuando encontramos
un impedimento fuerte en la consecución de nuestros deseos, desviamos esa energía por otro canal
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de salida, aunque en este caso no tiene por qué ser en forma de negación u odio, sino en una forma
creativa. Por ejemplo, una persona que se siente rechazada porque es poco habladora desarrolla
enormes cualidades para el dibujo.
c) Racionalización: Consiste en urdir una explicación racional para autojustificarse, ocultando
los verdaderos motivos de nuestro comportamiento, de modo que el yo pueda salvar su autoestima.
Por ejemplo: nos gusta un chico/a y estamos colados por él/ella. A pesar de nuestros intentos, nos da
calabazas y no sentimos una auténtica mierda. Una forma de defendernos es atacando directamente
al que fue objeto de nuestro amor. “Bueno, total era una rubia tontita de mierda, me alegro de no
salir con esa” o “ese en el fondo no es tan guapo y es un superficial asqueroso, no sé cómo pude
fijarme en ese hijo de…” etc... Intentamos convencernos de algo cuando sabemos que, dentro de
nuestra cabeza, estamos todavía pillados.
d) Fijación y regresión. Las fijaciones se producen cuando la sexualidad se detiene en su
desarrollo en una fase de proceso antes de llegar a la manifestación madura normal. Las regresiones
se producen cuando en un estadio de desarrollo de la libido se vuelve a actitudes ya superadas.
e) Negación. Consiste en negarse a ver (es decir, en hacer como si no existiera) aquello que
nos resulta desagradable a nuestra conciencia. En casos extremos la negación de la realidad puede
llevar a una desconexión entre el individuo y aquella que provoque estados psicóticos.
2.6. La cultura occidental entendida como represión del individuo.
Estos problemas que estudió Freud han pasado a un análisis de nuestra civilización. La cultura
occidental hasta mediados del siglo XX es fuertemente represiva: para Freud constituye la
estandarización de todos los prejuicios sexuales, que se han prolongado de forma artificial en el
tiempo a través de una educación tradicional, una familia represora y un Dios que castiga si las reglas
no son cumplidas (judío, musulmán o cristiano, da igual), y por tanto para una auténtica liberación
del individuo debemos destruir todos esos tapujos que reprimen a los individuos. Esta intuición ha
sido utilizada a menudo por los grupos alternativos (hippies, anarquistas, movimiento gay,
antiglobalización en nuestros días) como una crítica contra todo orden establecido. Esta crítica la
veremos también con Nietzsche.
Las afirmaciones de Freud sobre Dios también pueden ser discutibles, aunque supongan
intuiciones brillantes que puedan ofrecer alguna luz sobre algunos de los problemas actuales. Para
Freud, Dios es una mera proyección de la figura cultural del padre: jefe de familia, con poder
para mandar sobre todos sus miembros, castigando y amando, querido y temido al mismo tiempo.
Lógicamente, la figura de Dios está muchas veces en lo más alto de la conciencia moral del superyo,
gobernándola. Para Freud, la única solución es la muerte del padre (Dios), para que la conciencia del
individuo pueda ser libre y no esté sometida a temores.
Es evidente que la proyección sobre esa divinidad de nuestras frustraciones psicológicas puede
valer de crítica para demoler una visión de Dios deshumanizada (un Dios que mira y castiga, e
irrumpe en tu conciencia de forma represiva). Pero naturalmente eso no quiere decir que todas las
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formas de religiosidad hacia Dios que disponemos hoy en día puedan ser cortadas bajo el mismo
patrón explicativo.
Dibujo de Freud de 1923 en el que se explica la división de la mente desde el psicoanálisis.
A la derecha, el psicoanálisis desde la psicología de la gestalt.
2. LA TEORÍA HUMANISTA: EN CONTRA DE TEST Y TEORÍAS.
2.1. La imposibilidad de explicar algunas cosas.
La experiencia cotidiana nos sugiere que hay muchos casos en los que los individuos se separan de esas
explicaciones psicológicas. Imaginemos los montañeros que aparecen en los documentales “ Al Filo de lo
Imposible”. Esos montañeros saben que la empresa que supone escalar una montaña puede costarles muy
cara: muchos han perdido por congelación parte de su cuerpo, y sin embargo, no se muestran arrepentidos por
haber conquistado la cima de una montaña. ¿Cómo puede explicar un psicólogo conductista o psicoanalítico
este tipo de comportamientos? Nos podría parecer bastante pobre el afirmar que para superar una frustración
sexual, o que sencillamente se condicionó a ese individuo desde pequeño con montañas, o que su personalidad
está condicionada por descargas sucesivas de adrenalina. Es posible que incluso con todos esos condicionantes,
no quedaría claro que hubiera necesidad de escalar el K2.
Pensemos en otros muchos casos. Hay psicólogos que afirman que si Beethoven o Goya no
hubieran sido sordos no habrían sido artistas. Estos psicólogos afirman que todo lo positivo que
podemos encontrar en el ser humano arrastra pasiones o frustraciones explicables científicamente. En
definitiva, son sublimaciones o condicionamientos previos, que nada tienen que ver con la creatividad
o la libertad humana.
La
psicología
humanista
propone
otra
explicación.
Existe
un
componente
de
autorrealización del individuo, de lo que podemos llamar una experiencia límite. Es decir, el ser
humano no está siempre condicionado para lo malo, sino que también existen elementos positivos
que nos afirman como algo completamente distinto del resto de la creación. Y esos elementos
positivos también estimulan nuestra conducta con la misma fuerza que lo pueden hacer las carencias
y necesidades que proponían los conductistas (mera búsqueda del placer) o los psicoanalistas (la
satisfacción sexual).
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2.2. La teoría humanista: Maslow.
Frente a las teorías de tipos, de carácter descriptivo, y la construcción teórica del psicoanálisis,
se va a alzar otro movimiento psicológico de respuesta a las carencias de los dos anteriores.
“Humanista” quiere decir aquí, indudablemente, tener una concepción del hombre más serena y
optimista que las dos visiones anteriores.
Según Maslow, uno de los principales teóricos de la psicología humanista, los conductistas y
psicoanalistas ven las personas como empeñadas en una lucha sin fin, para eliminar alguna tensión
interna o compensar alguna falta. El resultado de ello es una concepción del hombre pesimista y
negativa del ser humano. Desde ese punto de vista el hombre es siempre esclavo de alguna
necesidad básica, ya sea el alimento, la necesidad de placer o eliminar la tensión sexual.
De acuerdo con la postura de este psicólogo, eliminar un dolor o la necesidad de placer
no explica todo aquello por lo que luchamos. Existen veces que buscamos las cosas por ellas
mismas, como un objeto positivo en sí mismas. La necesidad de satisfacción sexual y comer es propia
de monos y hombres, mientras que el deleite que produce en el ser humano la novena sinfonía de
Beethoven, los Beatles o hasta los Black Eyed Peas solo está presente en nosotros. Maslow considera
que este tipo de necesidades deficitarias son aquellas que nos separan del resto de los seres
vivos, lo cual no resta importancia a las demás.
El escalón más bajo representaría las necesidades más básicas de cualquier ser vivo; en el otro
extremo se encuentra la necesidad de autorrealización. Maslow encuentra que las personas solo
luchan por las necesidades superiores cuando las primarias están cubiertas, pero incluso ahí, existen
excepciones: hay artistas que pasan hambre y siguen con su trabajo; también hay personas
luchadoras que son capaces de sacrificar su confort por un ideal político o religioso que defiendan.
Lo que importa en la psicología humanista es el concepto de sí-mismo, y ese concepto es valioso,
individual e irreductible a un único modelo.
Así, Maslow propone la siguiente jerarquía de necesidades, en su versión amplia:
Autorealización
(asumir lo que uno es capaz
de hacer).
Necesidades estéticas
y artísticas: orden, belleza
Necesidades cognitivas
Conocimiento, comprensión, innovación
Necesidades de estima
Aprobación, reconocimiento de los demás
Necesidades de pertenencia y amor
Familia, aceptación, pertenencia
Necesidades de seguridad
Confort, seguridad, libertad
Necesidad fisiológica
Alimento, agua, oxígeno
Nos podríamos preguntar aquí si esa visión positiva de la realización personal pasa por los
proyectos de Hitler y cualquier otro lunático (para ellos, la autorrealización pasa por el exterminio de
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otros seres humanos). El humanismo responde que esa autorrealización debe orientarse debidamente
desde muy pequeños. Por eso esta corriente concede gran importancia al papel de la educación
para una formación adecuada de los individuos como personas con determinados valores éticos1. Es
decir, la autorrealización no debe pasar por encima de la dignidad de las demás personas ni utilizarlas
como medios para nuestros propios fines.
3.2. La teoría humanista como elemento crítico.
La teoría humanista muestra toda su importancia cuando actúa de crítica al resto de las
escuelas psicológicas:
a) Contra teorías abstractas.
Rechaza el conductismo y el psicoanálisis porque los considera representativos de teorías
abstractas que no pueden ser aplicables a todos los individuos humanos. A Freud, por ejemplo, le
podríamos decir: “Usted ha interpretado perfectamente la sociedad de su tiempo y a sí mismo, con
ese problema de represión sexual, pero usted no puede universalizar su teoría para todos los
individuos y todas las sociedades”.
b) Contra las generalizaciones que parten de análisis puramente empíricos.
La crítica a la teoría de tipos (Eysenck, Catell y todos los test psicotécnicos utilizados hoy en
día) también se le puede decir que no es posible reducir la complejidad del ser humano a un mero
código o número de un cuestionario. La probabilidad empírica no se puede constituir nunca en una
ley universal. “Cada individuo es distinto”, sostienen a veces los alumnos en clase, y es lo mismo que
plantean actualmente los psicólogos humanistas o constructivistas. Lógicamente, nos encontramos
con dos elementos que parecen irreductibles al ser humano y que la ciencia no puede nunca
descartar del todo: la libertad y la capacidad de autorrealización: la apertura a una experiencia ya
sea religiosa o artística.
La teoría humanista a su vez ha sido objeto de críticas, precisamente por ese carácter
acientífico y su falta de evidencias empíricas. La psicología humanista ha venido a rellenar lagunas de
las demás corrientes, más que proponer ella misma una teoría consistente de la personalidad (cosa
que iría contra su propia propuesta de considerar al individuo como algo valioso e inigualable).
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Un ejemplo de ese modelo educativo, humanista, lo observamos en la película El Club de los Poetas Muertos,
donde la vocación individual y creativa cobra una gran importancia en los fines del sistema educativo.
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Tema 7
Psicología de la personalidad
Alguien voló sobre el Nido del Cuco: En la película queda bien definida esa separación radical entre una
psicología más individual y cercana representada por McMurphy frente a la enfermera jefe. Esta enfermera se atiene a
una visión rigurosa y supuestamente científica del tratamiento psicológico. Cada día, existen una serie de actividades
terapéuticas que deben ser cumplidas a rajatabla: medicaciones, horas del recreo, conversaciones sobre temas
marcados por la enfermera.
McMurphy en cambio reivindica que ninguna norma puede valer para todos por igual. Él lucha porque cada loco
pueda valerse por sí mismo como medio para poder luchar contra sus enfermedades.
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