Unidad 15 El programa naturalista de N. Chomsky: mente, cerebro y lenguaje Índice esquemático INTRODUCCION COMPETENCIA Y ACTUACION LINGÜISTICAS IDEAS INNATAS, UNIVERSALES LINGÜISTICOS Y RACIONALISMO INTRODUCCION Como ya casi todo el mundo sabe, N. Chomsky es una figura decisiva en el desarrollo de la lingüística contemporánea. Muchos consideran su obra como la cota que marca la entrada de la lingüística en el ámbito del conocimiento científicamente adquirido y contrastado. Asimismo esa obra ha causado un fuerte impacto en la filosofía del lenguaje de nuestro siglo. Considerando a la lingüística como una rama de la psicología cognitiva, Chomsky ha extraído conclusiones de ella que afectan no sólo a la índole del propio conocimiento, sino también a la misma naturaleza humana. Y de acuerdo con esa concepción general de la naturaleza humana ha desarrollado, además, una peculiar filosofía política, que le ha convertido en uno de los críticos más lúcidos de la civilización moderna. El punto de confluencia de las concepciones lingüísticas de N. Chomsky con la filosofía del lenguaje actual lo constituye el concepto de conocimiento lingüístico. Según él, la teoría lingüística, si es adecuadamente explicativa, exige aceptar una concepción del conocimiento lingüístico determinada. Esta concepción se inscribe, según él, en la tradición racionalista en filosofía, y es incompatible con cualquier otra concepción de la mente humana, en particular con la que la considera como un conjunto estructurado de disposiciones para la conducta verbal, que atribuye paradigmáticamente a la tradición empirista. Así, la significación filosófica de su obra se resume en la articulación de una concepción racionalista de¡ conocimiento y la mente basada en el estudio científico del lenguaje, concepción que enfrenta a las tesis empiristas que, según él, impregnan las concepciones de filósofos del lenguaje, como W. 0. Quine o H. Putnam. COMPETENCIA Y ACTUACION LINGÜISTICAS La distinción entre competencia y actuación lingüísticas desempeñó un importante papel en el rechazo, por parte de N. Chomsky, de la tradición estructuralista en que se educó. Por eso, aparece con frecuencia en sus primeras obras (Chomsky, 1965) como una clave conceptual para entender el cambio científico que supone el paso de la lingüística estructuralista a la generativo-transformatoria. Forma parte esencial de un argumento metodológico que pretende demostrar por qué la lingüística estructuralista era radicalmente incapaz de dar cuenta de una buena parte de fenómenos lingüísticos interesantes. Esa tradición estructuralista había operado bajo dos supuestos metodológicos básicos: a) el carácter observable de los fenómenos como condición necesaria para su explicación, y b) la finitud del ámbito sometido a investigación. El primer supuesto metodológico procedía de concepciones empiristas y positivistas vigentes a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Según éstas, sólo eran susceptibles de explicación científica los fenómenos observables en una u otra forma, lo cual quería decir que, en el terreno de la lingüística, había que limitarse a explicar la conducta verbal. El comportamiento de los hablantes de una lengua (o sus textos en el caso de las lenguas muertas) constituía el ámbito de los datos a explicar. Estos datos se coleccionaban de acuerdo con técnicas especiales para formar un corpus, un conjunto presuntamente homogéneo sobre el que se aplicaban técnicas heurísticas. El segundo supuesto, el del carácter finito de este corpus, aseguraba la validez de la aplicación de esos procedimientos de descubrimiento. Al ser el corpus de datos finito, tenía sentido la utilización de procedimientos de análisis estadístico, de probabilidad, etc. que permitían establecer generalizaciones taxonómicas, una organización rudimentaria de esos datos en categorías. Las 'leyes' lingüísticas así establecidas eran de un bajo nivel teórico, pero eran consideradas las únicas posibles. Chomsky opuso a estos supuestos la afirmación de que, en lingüística, hay que diferenciar entre el comportamiento verbal efectivo de los hablantes y las reglas que subyacen a ese comportamiento, reglas que, puesto que posibilitan la comunicación, han de ser conocidas y compartidas por los miembros de la comunidad lingüística. El comportamiento efectivo de los hablantes de una lengua es lo que denominó actuación, negándole el carácter de fenómeno lingüístico, esto es, de hecho que pudiera y debiera explicar la lingüística. La teoría de la actuación constituiría una disciplina complementaria de la propia lingüística, en el sentido de que ésta sería una condición necesaria de aquélla: «los únicos resultados concretos logrados y las únicas sugerencias claras respecto a la teoría de la actuación, de jando aparte la fonética, proceden de estudios sobre modelos de la actuación que incorporan gramáticas generativas de tipos específicos, es decir, de estudios basados en supuestos sobre competencia subyacente. Concretamente, hay algunas observaciones sugerentes respecto a las limitaciones impuestas sobre la actuación por la organización y límites de la memoria, y respecto al partido que se puede sacar de los medios gramaticales para formar oraciones aberrantes de varios tipos» (N. Chomsky, 1965, pág. 11 de la versión en español, por la que se cita). La teoría de la actuación investigaría pues las modificaciones de la competencia cuando hablantes concretos la ejercen en situaciones determinadas. Pero la lingüística se debe concentrar, según Chomsky, en el estudio del conocimiento del hablante, porque sólo de tal modo superaría las limitaciones de la lingüística estructural y alcanzaría un nivel teórico verdaderamente explicativo: «Lo que concierne primariamente a la teoría lingüística es un hablante-oyente ideal, en una comunidad lingüística de¡ todo homogénea, que sabe su lengua perfectamente» (N. Chomsky, 1965, pág. 5). Ese conocimiento que tiene el hablante de su lengua tiene, al menos, dos características: a) No es consciente. Esto es, se trata de un conocimiento implícito de reglas que gobiernan la conducta lingüística. El hablante sabe utilizar tales reglas en la construcción e interpretación de mensajes lingüísticos, pero, en la mayoría de las ocasiones, es incapaz de expresar las reglas que está utilizando. b) Es creativo. Esto es, consiste en un conocimiento de reglas que le habilitan para comportarse 'creadoramente' en los intercambios comunicativos. Esto significa, ante todo, que el hablante puede producir e interpretar, mediante su competencia, oraciones gramaticales nuevas, ajenas a su experiencia lingüística previa. Según Chomsky, esta propiedad del comportamiento lingüístico ya fue observada por Descartes, para quien «el uso normal del lenguaje es innovador, en el sentido de que gran parte de lo que decimos en el curso del uso normal de¡ lenguaje es totalmente nuevo, en vez de ser la repetición de algo oído anteriormente o algo que obedezca a un esquema o patrón similar en cualquier sentido no trivial de los términos 'esquema' o 'similar' al de otras oraciones o forma de discurso que hayamos oído usar previamente» (N. Chornsky, 1968, pág. 33 de la edición española, por la que se cita). Lo cual excluye que el hablante llegue a conformar su conducta lingüística mediante procedimientos analógicos. Sea lo que sea el conocimiento lingüístico, no se constituye mediante la generalización de un conjunto escaso de esquemas estructurales básicos. El carácter creador de ese conocimiento exige que se postule una estructura mucho más rica que no opere mediante procedimientos puramente asociativos. La creatividad del comportamiento lingüístico no sólo es cualitativa en este sentido de la novedad. Lo es también en cuanto a su carácter independiente del entorno en que se produce: «el uso normal del lenguaje no sólo es innovador y potencialmente infinito en su alcance o extensión, sino que además no se halla sujeto al control de estímulos observables, de naturaleza externa o interna. Es gracias al hecho de que no depende del control ejercido por los estímulos como el lenguaje puede servir de instrumento para la formulación del pensamiento y la expresión de los estados de ánimo propios de uno, y eso no sólo en el caso de personas dotadas de un talento excepcional, sino también, de hecho, en cualquier persona normal» (N. Chomsky, op. cit., pág. 34). Así pues, a pesar de la función diferenciadora de los estímulos procedentes del entorno, el conocimiento lingüístico de los hablantes de una lengua es básicamente homogéneo. La disimilitud en los procesos de aprendizaje a que se ven sometidos los miembros de una comunidad lingüística no tiene consecuencias en cuanto a la uniformidad esencial en su competencia lingüística. Como tampoco tienen pertinencia las variaciones individuales en el nivel de inteligencia. El acceso a la competencia es independiente de otras capacidades cognitivas, y parece estar asociada a la misma condición del ser humano. Estas dos características, implicitud y creatividad, tienen a su vez consecuencias metodológicas sobre el modo de enfocar la investigación lingüística. En primer lugar, no tiene sentido atenerse a los datos de la actuación lingüística como única base de la investigación. Tales datos pueden estar deformados o distorsionados por características individuales del hablante o rasgos específicos de la situación lingüística. En cualquier caso, la teoría de la actuación, que es una rama de la psicología, es la que debe dar cuenta de los factores que intervienen en el paso de la competencia a la actuación, el cual introduce variaciones con respecto a lo que sería la conducta de un hablante-oyente ideal. Además, dado el carácter inconsciente de la competencia de¡ hablante, carece igualmente de sentido recurrir únicamente a las intuiciones de éste como medio de averiguar la naturaleza de las reglas que está utilizando. El hablante puede no ser capaz de verbalizar esas reglas o puede tener una falsa conciencia de ellas, creyendo equivocadamente que su actuación es regida por una regla cuando en realidad no resulta ser así. No existían (al menos en 1965) procedimientos operacionales unívocos que permitieran acceder a este conocimiento implícito: «es un infortunio que no se conozcan técnicas formalizables adecuadas para obtener información fidedigna sobre los hechos de la estructura lingüística... En otras palabras, existen muy pocos procedimientos experimentales o de proceso de datos para obtener información significativa sobre la intuición lingüística del hablante nativo que sean fidedignos» (N. Chomsky, 1965, pág. 20). Los juicios de los hablantes sobre la corrección de sus proferencias sólo ayudan a determinar su aceptabilidad, esto es, el asentimiento generalizado de una comunidad lingüística a la corrección de una expresión, pero ello no determina unívocamente su gramatical¡dad, su pertenencia al conjunto de oraciones producido por la gramática de la lengua. Esta distinción entre aceptabilidad y gramaticalidad, que corre paralela a la diferenciación entre actuación y competencia, tuvo su importancia, en los comienzos de la teoría generativotransformatoria, porque fue el blanco de muchas críticas de lingüistas y filósofos. De acuerdo con las primeras ideas que expuso Chomsky, existe una diferencia epistemológica fundamental entre las dos nociones: a) la noción de gramaticalidad es una noción formal, esto es, es un predicado conjuntista (asignado a los miembros de un conjunto) definido por una colección de reglas formales. En este sentido, es una noción similar a la de deducible en S, o teorema de S, donde S es un sistema formal. Son las reglas de¡ sistema gramatical las que determinan qué oraciones son gramaticales o no. La gramática puede ser considerada, desde este punto de vista, como un procedimiento computacíonal, que 'calcula' si una expresión es gramatical o no: es gramatical todo aquello que genera la gramática, y sólo eso; b) en cambio, la noción de aceptabilidad es una noción empírica, algo que puede ser objeto de encuesta o investigación estadística. Las oraciones que son aceptables lo son en virtud de los juicios homogéneos de los miembros de una comunidad lingüística. Corresponde a las intuiciones generales de los miembros de esa comunidad. Por eso no tienen un peso absoluto en la contrastación de las hipótesis lingüísticas: sólo indirectamente pueden afectar a la corroboración de las reglas propuestas por el lingüista como componentes de la gramática. Siendo esto así, el estatus metodológico de la gramática generativa se convirtió durante bastantes años en materia controvertida (Botha, 1973): si se trataba de una ciencia deductiva, no se veía cuál era la relación explicativa que mantenía con los fenómenos empíricos del habla; si se trataba de una ciencia no deductiva, no quedaba clara la relación de los hechos empíricos con los conceptos formales. En este sentido, N. Chomsky ha ido perfilando su postura metodológica. Ante la acusación de que sus justificaciones son circulares, puesto que la misma definición de experiencia lingüística depende de lo que la teoría considera como tal, ha respondido: «algunos lingüistas han sido confundidos por el hecho de que las condiciones que justifican la prueba están ellas mismas sujetas a dudas y revisión, creyendo descubrir con ello alguna paradoja oculta o circularidad de razonamiento. En realidad, lo único que han hecho ha sido redescubrir el hecho de que la lingüística no es la matemática, sino más bien una rama de la investigación empírica. Incluso si tuviéramos que justificar que existe cierto conjunto de oraciones observacionales que constituye la firme base de la investigación y que es inmune al cuestionamiento, no obstante sigue siendo cierto que es preciso invocar la teoría para determinar qué evidencian, si es que evidencian algo, estas observaciones puras y perfectas, y en este punto no existe ningún fundamento cartesiano de certidumbre» (N. Chomsky, 1980, pág. 198 de la edición española, por la que se cita). En cualquier caso, una de las mayores innovaciones introducidas por N. Chomsky en la lingüística con respecto a la tradición estructuralista fue el desplazamiento del objeto de la disciplina. Ya no se trataba de estudiar una realidad observable compuesta por un conjunto de datos no analizados, sino de acceder a una realidad no observable, de carácter mental, el conocimiento que un hablante tiene de su lengua. Además, este conocimiento no era un conocimiento individual, de éste o aquel hablante, sino una abstracción elaborada mediante la eliminación de las peculiaridades individuales: el objeto de la lingüística quedaba definido como la descripción y explicación de¡ conocimiento lingüístico de un hablante-oyente ideal. Esta diferenciación de niveles, descriptivo y explicativo, que afecta tanto a la teoría lingüística general como a la gramatical, también desempeñó un importante papel en las argumentaciones polémicas de N. Chomsky. De acuerdo con éste, la adecuación descriptiva de una gramática se alcanza cuando se propone el sistema de reglas gramaticales correcto, esto es, cuando ese sistema genera todas y sólo las oraciones gramaticales de la lengua. Por su parte, «la teoría lingüística debe contener una definición de 'gramática'; es decir, una especificación de la clase de gramáticas potenciales. Correspondientemente, podemos decir que una teoría lingüística es descriptivamente adecuada si hace posible una gramática descriptivamente adecuada para cada lengua natural» (N. Chomsky, 1965, pág. 25). En cambio, la adecuación explicativa exige un paso más. Hace necesario explicar por qué el conocimiento lingüístico de una lengua consiste precisamente en la interiorización de ese conjunto de reglas y no otro. Esto no es posible si no se acude a consideraciones sobre el proceso de aprendizaje de la lengua: sólo una teoría sobre tal proceso puede dar cuenta de los factores causases que han conducido a la posesión del sistema interiorizado de reglas que es la gramática. Por eso, la lingüística no sólo es una rama de la psicología (de la psicología cognitiva, que estudia el sistema cognitivo lingüístico), sino que también ha de estar complementada por una teoría del aprendizaje lingüístico, una teoría que explique por qué el niño escoge la gramática de su lengua entre un conjunto de alternativas formales cuya adecuación descriptiva es equivalente. CUADRO1 Adecuación descriptiva: Determina el conjunto de las gramáticas descriptivamente adecuadas de las lenguas naturales Describe la competencia lingüística del hablante de una lengua natural; las reglas que generan las oraciones gramaticales. Adecuación explicativa: Teoría de la gramática universal Teoría del aprendizaje lingüístico de una lengua natural En este campo, en el del aprendizaje lingüístico, también ha realizado N. Chomsky aportaciones importantes. Su idea general sobre el proceso de aprendizaje es la siguiente: el niño es sometido a lo largo de unos pocos años a un conjunto de estímulos lingüísticos procedentes del entorno social. Tales estímulos no explican por sí solos, en virtud de los procedimientos inductivos, que desarrolle el conocimiento de la gramática de su lengua en un espacio de tiempo comparativamente corto (con respecto a la adquisición de otros sistemas cognitivos). Debe existir por tanto una aportación de los mecanismos biológicos innatos que explique tal aprendizaje. En concreto, cualquier modelo de¡ aprendizaje lingüístico debe tener en cuenta que el «niño que es capaz de aprendizaje lingüístico debe poseer: 1) Una técnica para representar señales de entrada ( input signals) 2) Un modo de representar información estructural sobre esas señales 3) Cierta delimitación inicial de una clase de las hipótesis posibles acerca de la estructura del lenguaje 4) Un método para determinar lo que cada una de las hipótesis implica con respecto a cada oración 5) Un método para seleccionar una de las (en principio infinitas) hipótesis que son permitidas por 3) y compatibles con los datos lingüísticos prirnarios dados» (N. Chomsky, 1965, pág. 30). El proceso de aprendizaje implica pues no solamente la existencia de una función evaluadora, que permite clasificar las gramáticas mediante grados de congruencia (con los datos, con la información inicial disponible), sino también la de una rica estructuración previa de la mente humana, que le permite descartar rápidamente gramáticas posibles. El punto 3) exige la postulación de una teoría lingüística general interiorizada, esto es, una gramática universal, cuya información se transmite genéticamente, y el 5) la psicologización de esa función evaluadora, que permite escoger al niño la gramática correcta, la más compatible con la universal y con los datos que recibe. El proceso de aprendizaje es concebido sobre todo como un proceso de reconstrucción. A partir de datos fragmentarios y deformados haciendo uso de sus capacidades ingénitas, el niño puede dotar de forma definitiva a una estructura cognitiva que ya se encontraba parcialmente definida en su mente. CUADRO 2 Gramática Universal interiorizada G1 , G2......Gn Función evaluadora Gramática explicativamente adecuada Su razonamiento, como se puede advertir, se basa en (al menos) dos supuestos sobre la naturaleza del aprendizaje lingüístico: a) es corto en el tiempo: el niño domina razonablemente bien la gramática de su lengua en cuatro o cinco años, cuando para dominar otras habilidades cognitivas le son necesarios muchos más años; b) es inducido por un conjunto de experiencias que son escasas en su cantidad y deficientes en su calidad. La cantidad de expresiones que el niño oye no es suficiente para explicar, por mecanismos de generalización inductiva o analogía, que el niño sea capaz de producir y entender expresiones que ni ha utilizado ni ha oído utilizar con anterioridad, esto es, es incapaz de explicar su creatividad lingüística. Por otro lado, las experiencias a las que está sometido, producto de la actuación lingüística de los adultos, son cualitativamente deficientes, llenas de errores, incongruencias, rectificaciones, etc. No obstante lo cual el niño es capaz de elaborar el conjunto de reglas que constituye efectivamente su gramática. Estos dos supuestos sobre el aprendizaje lingüístico, más el hecho de que cualquier niño pueda aprender, corno primera lengua, cualquier lengua con igual habilidad, llevaron a N. Chomsky a proponer la existencia de una estructura mental, de carácter innato, que guiara al niño en su aprendizaje. Esta estructura mental debía ser, por una parte, lo suficientemente concreta como para imponer restricciones importantes sobre las posibles formas de las gramáticas, de tal modo que el niño pudiera determinar rápidamente la correcta, la correspondiente a su lengua. Por otro, debería ser lo suficientemente flexible para ser compatible con la forma compartida por todas las gramáticas, puesto que, si no, no se podría explicar la disponibilidad del niño para aprender cualquier lengua: «Debemos postular una estructura innata lo bastante rica como para que, por medio de ella, se pueda explicar la disparidad entre la experiencia y el conocimiento o, dicho de otra manera, el que se puedan edificar gramáticas generativas empíricamente justificadas dentro de determinados límites de tiempo y a partir de un número reducido de datos. Al mismo tiempo, la postulada estructura mental no debe ser tan rica y restringida como para que queden excluidas y sin explicar por medio de la misma determinadas lenguas conocidas. Existe, en otros términos, un límite superior y un límite inferior en el grado y el carácter exacto de la complejidad que puede atribuirse a la estructura mental innata postulada» (N. Chomsky, 1968, 2. edición ampliada en 1972, pág. 137 de la edición en español, por la que se cita). Esto significaba que la estructura mental hipotetizada como condición necesaria para el aprendizaje debería ser específica, y universal, constituyendo una especie de 'órgano' lingüístico de carácter mental. El contenido de tal órgano lingüístico, la información codificada de alguna forma en la estructura genética de¡ individuo, debe conformar una gramática universal, un conjunto de instrucciones para procesar los datos lingüísticos y para restringir la forma de las reglas gramaticales. Esta gramática universal es la que se halla en la base de la competencia lingüística de los hablantes y la que explica las características especiales que tiene el aprendizaje lingüístico. Volviendo al concepto de competencia, es preciso advertir que ha evolucionado en la obra de N. Chomsky. En uno de sus últimos ensayos (N, Chomsky, 1980), define la competencia gramatical como un «sistema de reglas que generan y relacionan ciertas representaciones mentales, en particular representaciones de forma y significado», (op. cit., pág. 99). Esta competencia gramatical, que permite asignar significados a secuencias de sonidos y viceversa, no es identificada ya con la competencia lingüística misma. Chomsky reconoce en esta obra que el conocimiento de la lengua requiere algo más que el conocimiento de la gramática y que es fruto de diferentes factores: «El conocimiento de la gramática, entonces, es un elemento básico en lo que se ha llamado vagamente 'el conocimiento de una lengua'... Una descripción bastante amplia de¡ conocimiento de la lengua deberá tomar en cuenta las interacciones de la gramática con otros sistemas, en especial los sistemas de estructuras conceptuales, de la competencia pragmática y tal vez otros, como por ejemplo los sistemas de¡ conocimiento y de creencia que entran en lo que podríamos llamar la 'comprensión del mundo basada en el sentido común'» (N. Chomsky, 1980, págs. 100-101). Esta concepción supone no un retroceso, sino una precisión en el concepto de competencia lingüística. Chomsky se basa en un concepto de la mente en cuanto conjunto de sistemas cognitivos (y otros sistemas) cuyos productos son las disposiciones, habilidades y capacidades humanas. Pero esos productos no son sino el fruto, en la mayoría de los casos, de la ínteracción de los módulos cognitivos (J. Fodor, 1983). Ninguna capacidad cognitiva se puede explicar de forma unívoca, remitiéndola a un único sistema. Así sucede con el conocimiento de la lengua, que implica no solamente el conocimiento de las reglas gramaticales, sino también la capacidad para utilizarlas adecuadamente, para evaluar la situación comunicativa y comportarse de modo coherente con ella, para conducirse de un modo comunicativamente cooperativo, etc. La competencia gramatical, de la que propiamente habla Chomsky, no es sino uno de los componentes, aunque esencial, en la competencia lingüística en sentido amplio. Ahora bien, el sentido del término conocimiento, cuando se aplica a reglas gramaticales, es un tanto controvertido. De acuerdo con una venerable tradición epistemológica, el conocimiento equivale a la creencia verdadera y justificada. Esto quiere decir que si se conocen las reglas de la gramática, han de ser las reglas de la gramática y se ha de poder justificarlas. Pero ninguna de estas dos condiciones se cumple en el concepto chomskiano de competencia: el hablante puede no ser consciente de las reglas que rigen su conducta lingüística, puede que crea que son otras las reglas en cuestión y es posible que carezca de justificación teórica para actuar de acuerdo con esas reglas. Claro es que existe una diferencia -que, dicho sea de paso, no se da en inglés entre conocer y saber. Sólo en el último sentido, se puede mantener, el conocimiento es creencia verdadera y justificada. El gramático sabe la gramática en ese sentido, pero no el hablante común, cuyo conocimiento es implícito, según N. Chomsky. Pero tampoco se trata de cualquier tipo de conocimiento implícito. Saber montar en bicicleta es un conocimiento implícito, pues quien sabe no tiene por qué tener conocimiento de las leyes dinámicas que le mantienen en equilibrio, pero ese no es el tipo de conocimiento de que habla Chomsky. Aunque comparte con él la propiedad de estar relacionado con el aprendizaje, la diferencia esencial es que el primero consiste en la adquisición de una habilidad (coordinación de reflejos, etc.), mientras que el segundo exige una interiorización más consistente: «En el caso de montar en bicicleta, no hay motivo para suponer que las reglas en cuestión estén representadas en una estructura cognoscitiva remotamente semejante al tipo que he descrito. Más bien entendemos el ciclismo como una habilidad, mientras que no constituye en absoluto una habilidad el conocimiento del lenguaje ... » (N. Chomsky, 1980, pág.111). El conocimiento gramatical tiene realidad mental permanente, esto es, está incorporado a la organización innata del cerebro, al menos en los aspectos más generales que constituyen la gramática universal. Pero, como el mismo Chomsky advierte, que se pueda establecer una diferencia entre una habilidad (con su peculiar forma de integración en el sistema nervioso central) y una capacidad cognitiva (como la que parece subyacer al lenguaje) es una cuestión de hecho y no de principio. Pero, si resulta ser así, entonces el conocimiento gramatical constituye un nuevo tipo de conocimiento que no es del todo conocimiento proposicional (saber algo, en el sentido de creencia verdadera y justificada), ni conocimiento práctico (saber cómo). Según Chomsky, esta consecuencia no habla en contra de su concepto de competencia, sino de la epistemología tradicional, que considera exhaustiva la clasificación en los dos tipos de conocimiento: «Pienso que en teoría del conocimiento se necesita un concepto próximo al término 'conocer' (know) donde éste es claro, pero que pueda ampliar o estrechar su uso normal... En otro lugar, he sugerido que construyamos un término, por ejemplo 'cognizar' (cognize), asignándoles las siguientes propiedades. Cuando sabemos que p, cognizamos que p [...]. Además, cognizamos los principios y las reglas de los que se derivan estos casos de saber que, y cognizamos los principios innatamente determinados que son articulados posteriormente por la experiencia para alcanzar el sistema maduro de conocimiento que poseemos» (N. Chomsky, 1986, pág. 265). Coqnizar es una mezcla de conocimiento ideacional o proposicional, puesto que el hablante que sabe hablar una lengua tiene conocimiento de que algo es el caso, por ejemplo que la persona del verbo en español se corresponde en número con el del sujeto y no con el del complemento directo, y conocimiento práctico, pues conocer la regla anteriormente mencionada es inseparable de su utilización en circunstancias concretas. Aunque el conocimiento de la regla es un conocimiento implícito, ese conocimiento no se reduce, según Chomsky, a la pura observancia de la regla. El hablante puede reconocer la regla a la que se atenía su conducta y, por tanto, reconocer que sabía tal regla, en el sentido anteriormente apuntado. Si la nota que diferencia a la competencia gramatical de otros tipos de conocimiento es la de tener realidad psicológica, cabe preguntarse cómo se demuestra la existencia de tal realidad, qué es lo que cuenta como argumento en favor de su postulación. Según Chomsky, cualquier teoría que implique afirmaciones sobre las habilidades, capacidades o conocimientos implícitos incorpora de algún modo hipótesis sobre mecanismos internos de¡ individuo. En este sentido, criticó la pretensión de M. Dummett (1976) de construir una teoría semántica que constituyera un análisis de la habilidad del hablante, pero cuya función no fuera la de «describir algún mecanismo psicológico interno que pueda explicar el que posea esas habilidades [...] puesto que lo que se atribuye al hablante es el conocimiento im plícito, la teoría del significado debe especificar no sólo qué debe saber el hablante, sino en qué consiste la posesión de ese conocimiento, es decir, qué se considerará como manifestación de ese conocimiento» (M. Dummett, 1976, págs. 70-71). De hecho, según Chomsky, no hay ninguna diferencia entre una teoría así y una que proponga una hipótesis psicológica. Para él, es un caso paralelo al que sucede en otras ciencias: si se efectúa una determinada abstracción, por ejemplo considerar los planetas como puntos, no por ello se dejan de formular hipótesis físicas. Lo que cuenta es el ámbito de la explicación, no el nivel en que ésta se desenvuelva. Si las afirmaciones de la semántica versan sobre las capacidades y conocimientos implícitos de¡ hablante, entonces eo ipso, se refieren en uno u otro nivel de abstracción a la estructura mental o psicológica del ser humano. En resumen, la concepción de N. Chomsky sobre el objeto de la lingüística y el conocimiento del lenguaje es la siguiente: «el conocimiento que una persona tiene de su lengua está esencialmente constituido por su 'interiorización' de una gramática generativo-transformatoria de esa lengua. la interiorización misma adquiere la forma de conocirrjiento de reglas, categorías, definiciones, estructuras, etc. de la gramática [...] Este conocimiento, representación, información mental, es típicamente 'tácito' e 'inconsciente' pero no obstante 'psicológicamente real'. Es preciso concebir de esta forma el conocimiento de una lengua para explicar -vía la observación por parte de¡ hablante de las reglas de su gramática y la información que pueda proporcionarlos aspectos más significativos de la conducta lingüística, en particular, la creatividad ... » (D. Cooper, 1975, pág. 17). IDEAS INNATAS, UNIVERSALES LINGÜISTICOS Y RACIONALISMO Aparte de la peculiar concepción que tiene Chomsky del conocimiento lingüístico (y, por tanto, del objeto de la lingüística), un punto de su teoría que ha suscitado la más amplia polémica se refiere a la naturaleza y origen de las estructuras mentales que determinan el aprendizaje y uso del lenguaje. De acuerdo con las primeras formulaciones de su teoría, existe una relación directa entre la gramática universal y la teoría de¡ aprendizaje lingüístico. La gramática universal condensa la información inicial que el niño utiliza cuando aprende una lengua, información que le permite, ante todo, saber qué es una gramática. Una función primordial de la gramática universal es por tanto ayudar, en el aprendizaje, a que el niño resuelva el problema que le plantean los estímulos externos: «determinar cuál de las lenguas (humanamente) posibles es la de la comunidad que le ha tocado en suerte» (N. Chomsky, 1965, pág. 27). La gramática universal realiza esa función especificando ciertos rasgos formales y de contenido que han de poseer todas las gramáticas. Por lo tanto, la principal consecuencia que, desde el punto de vista de¡ aprendizaje, tiene la gramática universal es la de restringir el ámbito de la 'elección' entre diversos sistemas de reglas. Del mismo modo que sucede con el concepto chomskiano de gramática particular, que oscila continuamente (y voluntariamente) entre el de sistema de reglas que genera una lengua y sistema psicológico que el hablante posee, ocurre igual con el de gramática universales. Por una parte, la gramática universal es un sistema de universales lingüísticos que se puede considerar de forma independiente de la realidad mental que pueda tener. Esto es, se puede concebir la gramática universal (o la teoría lingüística general) como un modelo descriptivo de las propiedades que comparten todas las lenguas humanas. Pero, por otro, la gramática universal, en la concepción de Chomsky, es el conjunto de lo que el niño aporta al aprendizaje de la lengua de modo previo a la experiencia. Esto es, la gramática universal es la colección de ideas innatas que el niño posee, en virtud de su pertenencia a la especie humana, y que le guían de la forma indicada en la adquisición de la competencia de su lengua. Así pues, por una parte, la gramática universal es guía en el aprendizaje y, finalmente, es constitución de la naturaleza del lenguaje natural mismo, puesto que representa las propiedades que lo distinguen de otros sistemas semióticos. El mismo Chomsky reconocía (en 1965) que el camino a seguir en la investigación de la gramática universal debía partir de la lingüística y no de la psicología. Es más factible tratar de averiguar los elementos comunes en las lenguas y elevarlos a la categoría de 'ideas innatas', contrastando esta extrapolación por medios experimentales, que a la inversa. La línea que se siguió dio comienzo por tanto en el examen de la noción de universal lingüístico y en el análisis amplio de toda clase de lenguas, con el objetivo de averiguar si en los diferentes niveles gramaticales existían características comunes a todas las lenguas y si tales características podían concebirse como consecuencia de principios formales que pudieran tener una representación psicológica o neuronal. Comenzando por el propio análisis de la noción de universal lingüístico, numerosos estudiosos (Ch. Hockett, 1963, J. Greenberg, 1966; D. Cooper, 1975) advirtieron la necesidad de una mayor precisión. Si se considera que un universal lingüístico es cualquier propiedad común a todas las lenguas humanas, se está admitiendo una noción demasiado amplia, que carece de interés cognitivo: ciertas propiedades de esa clase son propiedades triviales, como la de que ninguna lengua posee frases de mil palabras, por ejemplo. Otras propiedades, en cambio, no son triviales, pero son definitorias. Esto significa que constituyen los rasgos mediante los cuales reconocemos el lenguaje como sistema semiótica y podemos distinguirlo de otros. Por eso, resulta un truismo afirmar que una propiedad de esta clase es un universal lingüístico: no constituye una afirmación interesante sobre la naturaleza del lenguaje (ni de la mente humana) puesto que necesariamente ha de poseerla cualquier lengua. Por otro lado, se pueden dar diferentes interpretaciones, progresivamente más exigentes, a la noción de universal lingüístico, incluso cuando se considera como tal una propiedad lingüística cognitivamente significativa. En primer lugar, se pueden concebir los universales lingüísticos como propiedades presentes en todas las lenguas naturales (sin que sean propiedades definitorias ni triviales). Así, la gramática universal constituiría un núcleo abstracto subyacente a la gramática particular de cualquier lengua. Esta es la acepción más 'fuerte' de universal lingüístico, pero también la más difícilmente sostenible, dado nuestro conocimiento actual de las lenguas naturales, a no ser que se consideren propiedades muy abstractas de carácter formal (como la propia teoría que N. Chomsky considera en la actualidad). En segundo lugar, se pueden considerar los universales lingüísticos con el mismo grado de rigor que se aplica a los universales fonológicos en particular. Desde la obra de R. Jakobson se sabe que tales universales consisten en un conjunto de rasgos, en diversas relaciones estructurales, cuya combinación produce todos los fonemas conocidos en las lenguas naturales. No se trata, por tanto, de que todos los rasgos fonológicos operen para producir los fonemas de una lengua, sino que, sea la lengua que sea, sus fonemas son producto de la combinación de un subconjunto de esos rasgos. Se abandona por tanto la exigencia de que los universales sean propiedades simultáneamente presentes en cualquier lengua. Sólo es preciso que las categorías que incluya y los principios que organicen su gramática estén extraídos de un conjunto de universales lingüísticos. Finalmente, la concepción más laxa de universal lingüístico (J. Greenberg, 1966) sólo exige que éstos sean las propiedades más frecuentemente presentes en las lenguas. Así, por ejemplo, si la conexión sistemática (regla gramatical) entre construcciones en activa y pasiva está mayoritariamente extendida entre las diversas lenguas, entonces tal conexión es un universal. Del mismo modo, si la configuración SVO (sujeto-verbo-objeto) es más probable que otras entre las lenguas, igualmente tal configuración resulta un universal. Por consiguiente, en esta acepción un universal lingüístico es sencillamente una regularidad observada cuando se comparan las diferentes lenguas naturales. En el nivel puramente descriptivo, cuando lo único que pretende el lingüista es encontrar modelos o patrones de comparación lingüística, o establecer generalizaciones estadísticas con fines taxonómicos, cualquier acepción de 'universal lingüístico' tiene utilidad operacional. Pero, cuando se pretende utilizar la presunta existencia de dichos universales para argumentar en favor de un determinado modelo de aprendizaje lingüístico y justificar la existencia de estructuras mentales innatas, es necesario que tales universales sean identificados con las acepciones más rigurosas, la primera y la segunda. Esto es lo que requiere la propia teoría chomskiana, en que la gramática universal constituye precisamente el elemento definidor de lo que es la propia experiencia lingüística, cosa que no podría hacer si únicamente estuviera constituida por regularidades estadísticas en el conjunto de las gramáticas. Conviniendo por tanto en que la acepción más apropiada de universal lingüístico es la segunda, Chomsky distinguió en principio entre dos grandes clases de universales: «Es útil clasificar los universales lingüísticos en formales y sustantivos. Una teoría de universales sustantivos sostiene que los elementos de cierto tipo en cualquier lengua deben ser extraídos de una clase fija de elementos. Así, por ejemplo, la teoría de los rasgos distintivos de Jakobson puede ser interpretada en el sentido de que hace una aserción sobre universales sustantivos respecto al componente fonológico de una gramática generativa [...] Sin embargo, también es posible buscar propiedades universales de tipo más abstracto [ ... 1 la propiedad de tener una gramática que satisface una cierta condición abstracta podría llamarse un universal lingüístico formal si se demuestra que es propiedad general de las lenguas naturales» (N. Chomsky, 1965, pág. 28). Los universales sustantivos hacen referencia por tanto al contenido de las gramáticas, a los elementos que las componen, que deben ser extraídos de un conjunto delimitado. Los universales formales, en cambio, remiten a las características estructurales que organizan la gramática, que establecen las relaciones pertinentes entre sus elementos componentes o que ligan los diferentes niveles gramaticales. Dependiendo del nivel gramatical que se trate, los universales formales y sustantivos se distribuyen a su vez en subclases. En 1965, en que Chomsky compartía la división tradicional de la gramática en fonología, sintaxis y semántica, asignó a cada uno de estos niveles los universales formales y sustantivos. Para tener una idea de la clase de universales en la que Chomsky estaba pensando, considérese la siguiente tabla: CUADRO 3 SUSTANTIVOS Fonológicos Conjunto de rasgos fonológicos. Sintáctícos Conjunto de categorías sintácticas. Distinción entre componente de base y componente transformatorio. Semántícos Conjunto de categorías semánticas (p. ej. Nombre propio, común...) FORMALES Carácter cíclico de la aplicación de las reglas fonológicas Carácter transformatorio de las reglas que relacionan estructuras como la activa y la pasiva Características formales de la designación nominal En este Cuadro figuran diferentes tipos de rasgos o propiedades que, distribuidos en cada uno de los niveles gramaticales, Chomsky consideró plausibles universales lingüísticos. Con respecto a estas primeras afirmaciones, las ideas de N. Chomsky se han modificado considerablemente a medida que su teoría lingüística ha evolucionado. El sentido de esta evolución, desde la teoría de Aspectos hasta la del ligamiento y la rección (Chomsky, 1981), ha sido por una parte el de postular una mayor abstracción en los principios componentes de la gramática universal y, por otra, insistir en las características formales de los universales frente a consideraciones sobre su contenido. Los últimos ejemplos de principios universales propuestos por Chomsky (1986), como el principio de proyección o el que regula el funcionamiento de las categorías vacías, son de una considerable complejidad técnica y de un elevado nivel de abstracción. Sin embargo, la función que N. Chomsky adscribe a la gramática universal ha sido homogéneamente concebida (salvo matices) a lo largo de su obra. En 1965 la gramática universal definía, por una parte, el conjunto de las gramáticas posibles de una lengua y, por otra, representaba la información de carácter innato que guiaba el aprendizaje lingüístico. En 1975 se refiere a ella como «el esquematismo que determina la forma y el carácter de las gramáticas y los principios a través de los cuales operan» (N. Chomsky, 1975, pág. 225), y en 1980 «la gramática universal se entiende como el conjunto de propiedades, condiciones, o cualesquiera elementos que constituyan la 'etapa inicial' del que aprende una lengua, que por consiguiente constituyen la base sobre la cual se desarrolla el conocimiento del lenguaje» (N. Chomsky, 1980, pág. 80). Finalmente, en 1986, la gramática universal sigue desempeñando su función de puente entre la adecuación descriptiva y la explicativa: «podemos decir que una gramática es descriptivamente adecuada para una lengua en particular en la medida en que la describe correctamente. Una teoría de gramática universal satisface la condición de adecuación explicativa en la medida en que proporciona gramáticas descriptivamente adecuadas bajo las condiciones que la experiencia determina como límite» (N. Chomsky, 1986, pág. 53). Esta constancia en la concepción de la gramática universal como mecanismo explicativo tanto de la naturaleza del lenguaje humano como del aprendizaje lingüístico no sólo tiene en la obra de N. Chomsky motivaciones internas, como podría ser la de constituir el único medio viable para ofrecer una explicación adecuada de la compatibilidad entre la variedad de las lenguas humanas y la universal capacidad lingüística, sino que también se debe a que constituye el núcleo fundamental de sus diferencias con otras concepciones lingüísticas. En efecto, N. Chomsky piensa que la postulación de la gramática universal en los dos niveles, descriptivo o formal y explicativo o psicobiológico es lo que liga sus concepciones sobre la naturaleza del lenguaje y del ser humano con la tradición racionalista. De acuerdo con su interpretación de esta tradición, el racionalista ha mantenido siempre el carácter activo y creador de la mente humana junto con una teoría del aprendizaje basada en la preexistencia a la experiencia de una rica estructuración mental. Por una parte, la gramática universal, en cuanto conjunto de principios que limitan la forma de las gramáticas, viene a precisar la noción tradicional racionalista de idea innata, siendo compatible con la creatividad lingüística, adecuadamente explicada por la naturaleza formal de las reglas gramaticales. Por otra, constituye una alternativa adecuada a las teorías del aprendizaje lingüístico basadas en la tradición empirista que, según N. Chomsky, conciben la mente humana como un puro intermediario entre estímulos de¡ entorno y respuestas verbales, sin postular los necesarios principios de organización interna.