Todo exceso es sospechoso: el caso Garatea en el tribunal de la conciencia (Publicado el 13 de Mayo del 2012 en Pneumatikos Debates sobre espiritualidad) Juan Dejo Luego de enterarme por las redes sociales de la sanción dada al P. Gastón Garatea, por la cual se le suspende el derecho de impartir los sacramentos propios de su oficio, me interesaba conocer las razones dadas para esta decisión. Desafortunadamente como suele suceder en nuestra realidad, todo circula por terceros, rumores, especulaciones sería recomendable tener un comunicado oficial, dada la idiosincrasia local-. Así que me puse a revisar el código de derecho canónico para recordar las razones legales que conducirían a la ejecución de una pena tan grave para un sacerdote. Debo confesar que al llegar a las partes en que el Código de Derecho canónico habla de estas sanciones, sentí lástima por estar buscando razones de una pena infligida a una persona de calidad humana y recorrido sacerdotal que para muchos de nosotros, da cuenta del llamado del Evangelio. Era algo contradictorio. Más tristeza me dio encontrar lo buscado en la parte denominada “Sanciones de la Iglesia” en donde hallé la explicación en los acápites denominados “Delitos y Penas en general” o “Penas por delitos particulares”. Delitos. Ese es el rubro en el que encontramos la racionalidad de la pena dada al P. Gastón. Con lo cual mi conclusión no ha sido sentir indignación ante las autoridades eclesiásticas por esta medida. Porque… si seguimos la racionalidad “legal” entonces, ellas quizá tengan razón. Me explico. El código canónico en el artículo 1371, establece que debe ser sancionado con la suspensión de sus facultades sacerdotales, quien se manifieste a favor de una “doctrina condenada” por la Iglesia oficial, o que “rechaza con terquedad” una enseñanza que, aun sin carácter obligatorio de fe, en materias de dicha fe o de la moral eclesial, es manifestada como “oficial” por las autoridades eclesiales. ¿Cómo sentirnos indignados por la aplicación de esta sanción que no haría sino seguir a pie juntillas lo que la legislación canónica establece? Es más, si vamos a ser sinceros y radicales, creo que en este caso, todos los creyentes que pretendemos defender al P. Gastón, deberíamos hacer el “Fuenteovejuna” y decir, que “todos a una”, debemos ser sancionados, a la medida de nuestras conciencias y nuestras identidades eclesiales. La sanción al P. Gastón no nos lleva a la esfera de lo que es “justo” o lo “injusto”, pues si nos remitimos a la mera dimensión legal, pues quizá, en efecto, las declaraciones del sacerdote hayan transgredido la “ley” eclesiástica (aunque en esto habría que analizar con más detenimiento si es así, ya que el artículo 752 al cual remite el 1371, habla de “rechazar con terquedad”, y que yo sepa, el P. Gastón sólo ha hecho declaraciones aisladas y bastante mesuradas en torno a algunos temas polémicos en relación a la moral…). Creo que el tema de fondo es Caridad vs. Legalidad. Diálogo vs. Silencio. La Iglesia oficial con su representante, el Ordinario del lugar, es decir, el Arzobispo en este caso, tiene todo el derecho de considerar que el P. Gastón puede estar a favor de posiciones que hasta ahora por lo menos, se contradicen con el discurso de la Iglesia oficial universal. Pero el tema no es ése en este caso, me parece. Esto tiene que ver con aquello que todo pastor debe aplicar a su rebaño: olfato. El pastor intuye, observa, siente, percibe, afina sus sentidos para evitar que sus ovejas se le escapen por los montes en búsqueda de otros pastizales. Lo más absurdo sería que, guiado por un manual de cómo conducir ovejas, un pastor terminase por aplicar las indicaciones de modo riguroso a sabiendas de que muchas cosas, en la vida real, van más allá de lo que dicen los manuales y tienen que ver con el olfato y la puesta en escena de lo más básico de la razonabilidad: el sentido común. La “oveja perdida” que parece representar en estos días el P. Gastón Garatea, funge además de chivo expiatorio de una época confusa y compleja en la que nos ha tocado vivir como creyentes (no lo digo por lo que pase en el Perú, pues también en el mundo, la fe y la moral parecen perturbadas…). Nada gana nuestra Iglesia local haciendo de la ley el baluarte de nuestros procedimientos eclesiales. Ya Jesús batalló bastante contra los sacerdotes de su tiempo que pensaban que colando los líquidos para los rituales, se desharían minuciosamente de los mosquitos o que aplicando obsesivamente las cláusulas del Levítico irían a exorcizar las dificultades o los males. San Pablo entendió muy bien que la ley no tenía sentido si no iba precedida del principio de la caridad. Esa es parte del meollo mismo de la Revelación de Jesús. Desde hace ya varios años, la Iglesia que somos todos, espera actitudes cada vez más humanas y comprensivas de sus autoridades. Así como las nuevas generaciones no imponen la ley paterna a sus hijos como se hacía hasta no hace mucho, los miembros de las instituciones están mutando, al promover relaciones con sus jerarquías no sólo más democráticas, sino menos legalistas. La caridad no niega la ley. Ya lo dijo Jesús. En efecto, Jesús fue muy consciente de que al relativizar la ley por el amor, caminaba sobre el filo de la navaja. Pero aún así lo hizo y arriesgó. Y todos sabemos que los escribas y fariseos de su tiempo quizá tuvieron más razones y mucho más fundadas para castigar a los publicanos de espíritu antipatriota, ante quienes Gastón Garatea, palidece, pues si ha pecado, lo ha hecho por seguir de manera transparente (¿por ingenuo? ¿por demasiado sincero?) no al código canónico, sino a la razonabilidad de Jesús, el Hijo de Dios.