El terrorismo de Estado

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El terrorismo de Estado
En la etapa dictatorial se anuló definitivamente el Estado de Derecho. Esto significa que el aparato
represivo actuó sobre los sectores opositores sin control social, político ni legal, constituyéndose el
propio Estado en agente de terror sobre la población.
A diferencia de otras dictaduras del Cono Sur en las que se practicaron fusilamientos sistemáticos
(Chile) o desapariciones forzadas masivas (Argentina), la modalidad represiva que caracterizó al
régimen uruguayo fue el encarcelamiento masivo y prolongado. Así lo prueban las estadísticas que
indican que en 1976 Uruguay tenía el índice más alto de prisioneros por cantidad de habitantes de
toda América del Sur. Cerca de 5.000 personas fueron procesadas por la Justicia Militar, debiendo
sumarse a esta cifra los aproximadamente 3.700 casos de detenidos que no fueron procesados,
pudiendo tratarse de horas o de meses.
Las cárceles militares uruguayas, además de aislar a quienes permanecían en ellas tuvieron como
cometido generar terror en toda la sociedad que era testigo de los violentos operativos de captura y,
a su vez, recibía noticia del trato inhumano impartido a los prisioneros.
Miles de uruguayos fueron capturados por militares y policías en la vía pública o en sus domicilios muchas veces de madrugada y por personal vestido de civil- y sometidos a malos tratos y torturas en
unidades militares de todo el país y en centros clandestinos de detención. Las familias de los
detenidos solían pasar días e incluso meses sin conocer su paradero y destino.
La tortura, aplicada a presos políticos desde comienzos de la década de 1960, se transformó en una
práctica rutinaria. Según datos del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) sólo un 1% de los ex
prisioneros encuestados declaró no haber sido torturado durante su detención. Funcionarios del
Estado utilizaron la tortura como un instrumento de poder con varias finalidades. Durante los
interrogatorios que sucedían a las detenciones los múltiples tipos de tortura eran aplicados para
obtener información del detenido. Las condiciones infrahumanas en que tenían lugar los
interrogatorios provocaron que muchos detenidos se inculparan de delitos que no habían cometido. A
su vez, además de cumplir una función de castigo y de humillación para el prisionero, la tortura, al
igual que el encarcelamiento masivo producía un efecto de intimidación en todo el colectivo social que
recibía noticias de estas prácticas. Importa destacar que no se trató de castigos arbitrarios sino de
una vasta gama de tipos de torturas protocolizadas y metódicamente aplicadas.
Entre los distintos apremios o torturas sufridos por los presos figuran el encapuchamiento, el
plantón, los golpes, las amenazas, el impedimento de ir al baño, el hambre, la sed, la aplicación de la
"picana" eléctrica en distintas partes del cuerpo, la inmersión de la cabeza en agua o su sujeción en
bolsas plásticas provocando situaciones de asfixia, los simulacros de fusilamiento, los colgamientos y
las violaciones. Prisioneros y prisioneras frecuentemente fueron testigos de la tortura infligida a
otros, debiendo a veces presenciar tormentos a familiares directos. Aunque no es exhaustiva, esta
enumeración ilustra acerca de los heterogéneos castigos corporales y psíquicos a los que fueron
sometidos los detenidos por razones políticas. Varios de ellos murieron a causa de las torturas de las
que fueron víctimas durante los interrogatorios en unidades militares o policiales, quedando todos
estos ciudadanos con secuelas de distintos tipos.
Aproximadamente 230 uruguayos secuestrados durante la dictadura permanecen desaparecidos.
Mayoritariamente secuestrados en Uruguay y Argentina -aunque también hubo secuestros en Chile,
Paraguay, Bolivia y Colombia- algunos de estos hombres y mujeres fueron detenidos en unidades
militares y centros clandestinos de reclusión de esos países, mientras que otros fueron trasladados
ilegalmente a Uruguay. Este desconocimiento de las fronteras nacionales era posible gracias a los
operativos represivos coordinados con los gobiernos de la región con los cuales existía total afinidad
política ("Plan Cóndor"). De este modo, militares y policías uruguayos participaron en operativos de
secuestro y detención en territorios de otros países. A su vez se llevaron adelante operaciones
represivas dirigidas a extranjeros (fundamentalmente argentinos) residentes en nuestro país. Es
importante señalar que entre los "desparecidos" hay niños, secuestrados con sus padres o nacidos en
cautiverio. El tenaz accionar de algunas personalidades individuales y de las organizaciones de
derechos humanos posibilitó la ubicación de algunos de ellos.
En la primera parte de este capítulo vimos cómo el Parlamento accedió a aplicar la jurisdicción militar
a civiles. La Justicia Militar depende del Ministerio de defensa y sus cargos no están ocupados por
abogados y jueces sino por militares sometidos a jerarquía. Su órgano máximo, el Supremo Tribunal
Militar, cuyos miembros son designados por el Poder Ejecutivo, carece de independencia e
imparcialidad para dictar justicia. Las leyes y los códigos que componen la Justicia Militar fueron
creados para mantener la disciplina en los ámbitos castrenses y no para ser aplicados a civiles.
La justicia ordinaria no tenía competencia alguna porque todos los detenidos estaban a disposición de
la autoridad militar. Se ha hecho referencia a la aplicación de la Justicia Militar como una "gran
ficción" en la que el proceso penal no tenía como finalidad investigar ni determinar responsabilidades
sino todo lo contrario.
Las responsabilidades y las penas estaban fijadas con anterioridad y los "jueces” militares sometidos
al sistema jerárquico que rige la institución, se atenían a lo ya establecido. Por lo general las
versiones de los hechos eran proporcionadas por los servicios de inteligencia militar. Asimismo, las
detenciones no eran ordenadas por el juez sino dispuestas en las propias unidades militares de
acuerdo a la información recabada por los servicios de inteligencia o por orden de la autoridad
militar.
Se interpusieron muchos obstáculos al trabajo de los abogados civiles que en varios sufrieron
personalmente la persecución política y la detención. Las detenciones sin orden judicial, las
dificultades para la investigación y los largos plazos trascurridos antes de que el prisionero pudiese
recibir la visita del abogado ejemplifican la dificultad de esta labor.
Este funcionamiento explica lo arbitrario de las condenas y la demora de la liberación de los
detenidos que, a pesar de haber sido dispuesta por el "juez" militar, debía ser ratificada por la
autoridad militar correspondiente.
La sociedad en su conjunto fue controlada, limitándosele sus derechos políticos y laborales. Por el
acto institucional Nº 4 se proscribió toda la actividad política. Estas proscripciones rigieron en el
plebiscito de 1980 y las elecciones internas de los partidos habilitados en 1982. Las elecciones
nacionales de 1984 también se realizaron con partidos y personalidades políticas proscriptas.
Muchas personas fueron perseguidas en sus lugares de trabajo por motivos políticos ideológicos o
gremiales. Distintos mecanismos se implementaron para “depurar” la administración pública. Por
ejemplo el acto institucional Nº 7 permitía “pasar a disponibilidad" a funcionarios públicos y, de este
modo, destituirlos de sus cargos. Al funcionario público se le solicitaba una "declaración jurada de fe
al sistema democrático de gobierno" además de exigirles "constancia de habilitación para cargos
públicos", extendida en las seccionales policiales correspondientes. Sobre estas y otras resoluciones
la dictadura clasificó a los ciudadanos según la confiabilidad política con las categorías A, B y C. Eran
múltiples los motivos para recibir la categoría "C", que inhabilitaba a la persona para obtener o
mantener su empleo. Mayoritariamente, la asignación de esta categoría, se debía a conductas privadas
o al ejercicio de derechos civiles y políticos que en la fecha de su realización eran legales.
La persecución política e ideológica fue especialmente dura en el ámbito de la enseñanza, en donde el
Consejo Nacional de Educación que desempeñó funciones durante el gobierno militar avaló la
destitución de una gran parte del personal docente. Las destituciones inhabilitaron a un importante
número de uruguayos a ejercer la docencia tanto en ámbito público como privado.
En el sector de la actividad privada no existía un régimen de amparo a la estabilidad, lo cual facilitó a
los empleadores la ejecución de despidos por motivos políticos o ideológicos. En los hechos, en
empresas de distintas ramas de actividad, se constató el desplazamiento de trabajadores que
hubiesen tenido actividad gremial. Asimismo, la existencia de "listas negras" dificultó la obtención de
empleos para aquellos que tuviesen antecedentes de detención o que anteriormente hubiesen sido
despedidos por motivos políticos.
Texto extraído de “Historia del Uruguay” en el siglo XX (1890-2005). Ana Frega y otros, Pág. 199202.
Realiza un resumen sobre las características y fines del terrorismo de Estado en Uruguay durante la
última dictadura.
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