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28 – Abril - 2012
REFLEXIÓN DE MONS. HECTOR AGUER
“EL ROL DEL ESTADO
Y EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD”
“La intervención del Estado en la actividad económica de un país es uno de los temas
clásicos de estudio o de discusión cuando se habla de la política económica o de un
régimen político en una sociedad determinada”.
“Y sobre esto la Doctrina Social de la Iglesia tiene una posición muy clara enunciada
desde los orígenes de la formulación moderna -pienso en la Encíclica “Rerum Novarum”, de
León XIII, en 1891- y que se ha ido desarrollando a lo largo de los años por obra de los
Pontífices posteriores”.
“La Doctrina Social de la Iglesia reconoce el derecho del Estado a intervenir en la
actividad económica, por ejemplo, cuando situaciones monopólicas ponen obstáculos al
desarrollo o bien en circunstancias extraordinarias en las que al Estado le corresponde tener
una función de suplencia precisamente en orden al bien común”.
“Así mismo la Doctrina Social de la Iglesia reconoce que estas intervenciones deben
ser limitadas en su extensión y en su profundidad, para no cohibir la libertad de asociación y
la libertad de actividad económica de los particulares, de las empresas o de los distintos
grupos que integran la sociedad”.
“Esto se ilumina por el principio que se llama de subsidiariedad, que significa que el
Estado no debe intervenir cuando las organizaciones intermedias y las personas, es decir
las instancias menores o inferiores en el orden social, pueden realizar su cometido por su
cuenta y cumplir con sus obligaciones en orden al bien común. En cambio sí debe intervenir
cuando esto falla”.
“Aquí se observa la cuestión clásica de evitar dos extremos: por un lado el extremo de
una libertad absoluta, en que el Estado no tiene ningún papel o resulta absolutamente
raquítico y no puede tutelar ya el bien común, y por otro lado, un Estado que se entromete
cuando no corresponde, donde no debe y que asfixia la actividad de las instancias inferiores,
de las personas y de las organizaciones”.
“Es decir, estamos entre un liberalismo absoluto y, lo que podríamos decir, un
intervencionismo que ya es el colectivismo o el totalitarismo”.
“Ahora bien, Juan Pablo II ha hecho indicaciones muy precisas, más de detalle, acerca
de que características, que circunstancias, que ambientación debe tener la intervención del
Estado en la actividad económica. A ese propósito quiero leerles un párrafo de la Encíclica
“Centesimus Annus” que el Papa publicó en 1991, precisamente para conmemorar el
centenario de la “Rerum Novarum” de León XIII. El texto se refiere al modo de aplicación del
principio de subsidiariedad y habla acerca de la actividad económica, en particular de la
economía de mercado, que no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional,
jurídico y político sino que supone una seguridad que garantiza –dice- la libertad individual y
la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. “La
primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad de manera que
quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta
estimulado a realizarlo eficiente y honestamente. La falta de seguridad junto con la
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corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropias de
enriquecimiento y de beneficios fáciles basados en actividades ilegales o puramente
especulativas es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden
económico”.
“Quiere decir que la intervención del Estado se justifica en muchas circunstancias pero
tiene que haber un contexto jurídico serio, firme, seguro, reglas claras de juego y además
tiene que aventarse esa posibilidad siempre latente de la corrupción, del enriquecimiento
ilícito o de la búsqueda fácil de beneficios. En suma aquello que no solo significa un
obstáculo concreto al desarrollo sino, en definitiva, significa la burla del bien común”.
“Entonces, el problema es cuando el Estado pierde su jerarquía, cuando el estado
queda como colonizado por algunos particulares. Tampoco se debe confundir el Estado con
el Gobierno. El Estado es en todo caso la representación pública, jurídica, política de una
comunidad y tiene que cumplir con seriedad, con solemnidad –diría yo- su función. Por eso
también se requiere un respeto de esa instancia cuando ese respeto es merecido. Es decir,
cuando hay una continuidad de seguridad jurídica, de intervención limitada, siempre
buscando el bien común y cuando, además, la actividad del Estado tiende a suscitar una
intensa participación de toda la sociedad”.
“Se comprende esto en una concepción orgánica de la sociedad en la que el individuo
no queda aislado frente a un Estado poderoso sino que tiene instancias de participación, se
inserta en la familia, en distintas agrupaciones profesionales de distinta índole de tal manera
que el conjunto asegura la libertad y, al mismo tiempo, la búsqueda sincera y concorde del
bien común”.
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Desde ya mucho agradecemos la difusión de este material de prensa y, de ser
posible, la mención de la fuente...Muchas Gracias....
HECTOR TITO GARABAL
Conductor y Director
“Claves para un Mundo Mejor”
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