30 07 2011 aguer

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30–Julio-2011
REFLEXIÓN TELEVISIVA DE Mons. HECTOR AGUER
“LA IGLESIA SIEMPRE DEFIENDE AL SER HUMANO”
“En la década de 1960 se comenzó a desarrollar lo que dio en llamarse “la
revolución sexual” y el punto de partida, en ese momento por lo menos, fue la
difusión de la píldora anticonceptiva. Fue una difusión de carácter masivo que
con el tiempo cambió aspectos fundamentales de la vida conyugal y que se
trasladó también al orden cultural y a la valoración de la sexualidad”.
“La característica de esa primera “revolución sexual” fue la escisión entre
el significado unitivo y el significado procreativo del acto conyugal, que entonces
pudo concretarse fácilmente”.
“Podríamos decir, en términos vulgares, que se promovió como
pauta de conducta “sexo sí, hijos no”. Esta caracterización puede parecer
grotesca, pero corresponde a la realidad, ya que una de las consecuencias
principales, que había sido vislumbrada por el Magisterio de la Iglesia, sobre todo
por la Encíclica “Humanae Vitae” de Paulo VI, fue el problema demográfico
desatado en muchos países del mundo en los cuales se invirtió la pirámide de la
población”.
“El caso más característico se da en los países de Europa Occidental. He
leído hace poco una proporción que parece alarmante: antes cuatro jóvenes
trabajaban para sostener la jubilación de un anciano pero hoy día la
jubilación de cuatro ancianos recae sobre el trabajo de un joven. Quiere
decir que en el futuro, un futuro que se ha hecho presente en muchos
lugares, va a ser imposible sostener un sistema de seguridad social,
especialmente un sistema de pensiones tal como lo teníamos registrado en
el occidente moderno”.
“Pero ocurre que “la revolución sexual” continúa alterando
comportamientos y también acelerando la aplicación de nuevas técnicas a ese
orden tan íntimo de la vida humana”.
“En los años ’90 se inició otra etapa con el desarrollo de las técnicas
de procreación artificial. Con ellas se hace posible reemplazar el ámbito propio
en que debe producirse la transmisión de la vida humana por un acto técnico, por
un procedimiento artificial producido mediante una manipulación de las fuentes
de la vida”.
“Desde el punto de vista ético hay que destacar que se ha producido una
alteración gravísima de la trasmisión de la vida humana, al desplazarla del
ámbito natural en que corresponde verificarse, una de las consecuencias
principales, en la que no se repara, es la cantidad de embriones que se pierden
para que uno prospere y nazca un niño. Una estadística reciente muestra que,
en Europa, 9,6 embriones se pierden para que nazca un niño a través de
aquellos artificios.”
“Otro elemento negativo es la crioconservación de los embriones
“sobrantes”, como si fueran meros objetos biológicos. Se dejan “niñitos” en el
congelador. Digo intencionalmente “niñitos”, aunque resulte chocante, pues el
embrión humano posee, como es sabido, la identidad genética propia de una
persona. En el mejor de los casos, se los reserva para otra oportunidad. En
muchos países no se sabe qué hacer con ellos y ya se han suscitado en relación
con los mismos serios problemas jurídicos. ¿Cuántos embriones congelados hay
en la Argentina?”
“A propósito de “sexo sí, hijos no” de la etapa anterior se ha sumado
el otro extremo: “hijos sí, sin sexo”, otra variante del descalabro
antropológico. El hijo ya no es un don, fruto del amor, sino objeto de deseo y de
producción. Esta aplicación técnica a la naturaleza de la procreación humana
abre paso a otras perspectivas alucinantes: bancos de óvulos y de esperma a los
que se recurre para el caso de fecundación heteróloga (cuando ya no se trata de
gametos de marido y mujer) y de las parejas homosexuales que aspiran a
“fabricar” un hijo; alquiler de vientres (que eufemísticamente se llama maternidad
subrogada); posibilidad de elegir a gusto las características del hijo. En algunos
países tiene vigencia el diagnóstico preimplantatorio: se elige el embrión que
parece más apto y se descarta a los demás, sobre todo si puede presumirse una
futura discapacidad”.
“Muchos critican a la Iglesia porque consideran que la posición del
Magisterio es retrógrada y que no se pone a tono con las posibilidades que
ofrece la ciencia. Pero lo que la Iglesia mira y defiende siempre es la
dignidad del ser humano, que comienza por el modo de ser concebido, según
el orden natural. Su alteración trae consecuencias espeluznantes. Es necesario
reflexionar sobre estas cosas para que no juzguemos de ellas en términos
puramente sentimentales. Debemos considerar con respeto la aspiración de un
matrimonio a tener un hijo (aspiración que no es un derecho), pero cuanto está
en juego la sacralidad de la vida humana y la dignidad de su transmisión hay que
pensar con la cabeza y poner en juego el sentido común”.
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