19064

Anuncio
Buenos Aires, 29 de julio de 2016.-
Señor Presidente de la
Comisión de Justicia y Asuntos Penales,
Senador Nacional Dr. Pedro G. Guastavino
S.
/
D.
Tengo el honor de dirigirme al señor Senador con relación a la invitación
que me cursara el señor Secretario Parlamentario para concurrir a la reunión
plenaria de las Comisiones de Justicia y Asuntos Penales y de Seguridad Interior y
Narcotráfico convocada para el 4 de agosto próximo, para hacerle llegar algunas
consideraciones referidas a los Proyectos CD- 30/16 y CD- 31/16, que tuvieran la
amabilidad de remitirme.
I.Ambos proyectos motivan inquietudes similares a las expuestas ante la
Comisión de Seguridad Interior y Narcotráfico en mayo de 2014 con motivo del
tratamiento de otros dos diferentes proyectos relacionados con el instituto de la
extinción de dominio(S-198/14 y S-1172/14). Proponen respuestas alternativas a
las vicisitudes que se suscitan para el dictado de una sentencia condenatoria y el
decomiso del producto del delito.
Un proceso penal –de corte acusatorio- rápido y eficiente, con el debido
respeto a las garantías impuestas por la constitución nacional, a cargo de
magistrados judiciales y del ministerio público con la adecuada formación técnica y
solvencia profesional, consustanciados con la evolución natural de los diferentes
medios de prueba, como consecuencia del incesante desarrollo tecnológico, en un
contexto de plena y real vigencia del sistema de controles propios de la república y
que surgen de la misma ley suprema, debiera conducir, ineludiblemente, al dictado
de sentencias condenatorias de manera proporcional al incremento delictivo. Ello
permitiría aplicar la pena accesoria de decomiso, regulada por el artículo 23 del
Código Penal.
Cuando esto no ocurre, puede parecer tentador innovar proponiendo
pretendidos remedios que buscan aplacar la inquietud de la sociedad transitando
peligrosos atajos, en lugar de resolver los problemas de fondo y ordenar, de una
vez por todas, el correcto funcionamiento de las instituciones.
El Código Procesal Penal de la Nación regula el secuestro como medio de
coerción asociado a un medio de prueba, que recae sobre cosas relacionadas con
1
el delito o sujetas a decomiso en los arts. 231 y siguientes, en tanto la Ley 23.737
de estupefacientes, en su artículo 30, establece pautas específicas para el
decomiso de bienes e instrumentos utilizados para cometer el delito y el beneficio
económico obtenido. A su vez, la Ley 20.785 –bienes objeto de secuestro en
causas penales- fija pautas específicas respecto de su custodia y disposición en
causas penales de competencia de la justicia nacional o federal.
La Procuración General de la Nación ha fijado criterios que apuntalan el
cometido de arribar al decomiso de bienes e instrumentos utilizados para cometer
el delito y el beneficio económico obtenido, con el dictado de la Instrucción
General 134/09 en el marco de investigaciones de tipo patrimonial, propiciando la
realización de actuaciones interdisciplinarias con el auxilio de las áreas
especializadas de las distintas fuerzas de seguridad persiguiendo, lo que ha dado
en llamarse la ruta del dinero.
El cumplimiento real de estas disposiciones debiera permitir un adecuado
control estatal sobre los bienes que podrían ser objeto de decomiso en caso de
arribarse al dictado de una sentencia condenatoria. Sin embargo, la falta de
respuesta eficaz del sistema vigente, por un lado, y la inocultable realidad de la
coyuntura, por el otro, imponen considerar nuevamente las alternativas con que se
enfrentan dichas circunstancias en el derecho comparado.
En definitiva, estas cuestiones o, en su caso, la presión internacional, han
tenido significativa relevancia tanto la sanción de las Leyes 24.424 (1995,
modificatoria de la 23.737), 25.241 (2000) y 26.683 (2011), o en la reforma al
Código Penal incorporando el artículo 41 ter en la Ley 26.364 (2008).
II. Ambos proyectos tienen una factura cuya extensión y excesivo detalle
conspira contra su comprensióny armonizar su interpretación con el resto del
ordenamiento jurídico no resulta sencillo.
El Proyecto de Ley CD- 30/16 que incorpora la figura del arrepentido al
Código Penal nos satisface, en líneas generales, más por razones prácticas que
por preferencias científicas.
El art. 1°, que sustituye el art. 41 ter CP, impone las siguientes
reflexiones:
-se estandariza la reducción de las escalas penales para los delitos
alcanzados por la norma, pero se omitió derogar en el artículo 17 del mismo
proyecto al artículo 31 de la Ley 25.246;
-además, si bien pareciera razonable la enumeración taxativa de los
delitos respecto de los cuales aplica, el inciso i) refiere a los previstos por el Título
2
XIII del Libro Segundo. Dicho Título comprende, además del lavado de dinero del
art. 303 (Ley 26.683) y la financiación del terrorismo del art. 306 (Ley 26.744),
correctamente incluidos, a los añadidos por la Ley 26.733 que parecieran no
guardar relación alguna con los motivos que justificarían esta ampliación del
instituto;
-el inciso a) alude a los precursores químicos, en relación con la Ley
23.737, que solo reprime su ingreso a la zona de frontera delimitada por ley en el
art. 24, resultando atípicas todas las conductas al respecto mencionadas en dicho
inciso;
-el mismo artículo al precisar los requisitos del aporte para la
procedencia del beneficio, refiere a los “encubridores” como si fuese una forma de
participación criminal, lo que constituye un error puesto que se trata de un delito
autónomo desde la sanción del CP en 1921 (art. 277) y no figura incluido en la
enumeración de los delitos que habilitan su procedencia.
El art. 2 tipifica el aporte de información falsa y lo reprime con pena de 4
a 10 años de prisión. Teniendo en cuenta que la pena prevista actualmente en el
art. 6 de la Ley 25.241 es de 1 a 3 años, pareciera excesiva: es el mismo máximo
que el contemplado para el delito lavado de dinero del art. 303 CP y duplica el
mínimo. Ello permite anticipar que no guarda relación con el contenido de injusto
de la ilicitud, circunstancia que compromete su constitucionalidad, según reiterada
doctrina de la Corte Suprema.
En consonancia con el primer párrafo del art. 1°, el artículo 3 acota la
oportunidad a tenga lugar durante la sustanciación del proceso, en tanto el texto
actual del art. 41 ter incluye el aporte antes de su iniciación. Diferencia que, para
determinados supuestos, como por ejemplo los actualmente alcanzados por la
norma, puede resultar trascendente.
En el art. 4, el inciso 1° refiere a la suspensión del ejercicio de la acción
penal, y remata al final del párrafo que se trata de una facultad del Ministerio
Público. Tratándose de delitos de acción pública, la norma desconcierta.
El inciso 2° resulta confuso en el acápite a) al iterar la reducción de la
escala penal, no obstante que pareciera jugar en función del b) respecto de la
libertad provisoria, situación que está expresamente contemplada en el art. 12.
La redacción del art. 7, requisitos formales del acuerdo de colaboración,
en el inciso b), alude a la “información a proporcionar”, cuando debiera referirse a
la información “proporcionada”. Sólo así podrá cotejarse con el beneficio a otorgar
previsto en el inciso c).
3
El art. 8 excluye del procedimiento del acuerdo al querellante conjunto,
para aquellos regímenes procesales que lo admitan para los delitos de acción
pública, al igual que el art. 10 para la apelación de lo resuelto sobre la
homologación. Ello puede generar agravio y comprometer su validez.
Por último, el art. 15, en su primer párrafo, introduce un anodino
supuesto de prueba tasada inversa, incompatible con el método de valoración
conocido como de la sana crítica.
El Proyecto de Ley CS- 31/16 de extinción de dominio, no nos
convence, por múltiples razones, y además, si apunta a recuperar bienes
obtenidos ilícitamente, es innecesario, porque nuestro ordenamiento jurídico ya
cuenta con normas vigentes que lo habilitan.
En primer lugar, la estructura del proyecto es inadecuadamente
extensa, insiste en detalles superfluos y avanza sobre novedosas definiciones,
tanto de principios generales cono de términos cuyo alcance ya ha sido fijado con
precisión técnica.
Por otro lado, y ya desde una perspectiva de fondo, si bien una correcta
regulación del instituto de la extinción de dominio podría resultar compatible con
los límites constitucionales, nos parece que algunos aspectos del proyecto
generan agravio en ese sentido. Nos referimos a la “imprescriptibilidad” y a la
“aplicación a hechos ocurridos antes de su vigencia” (art. 4, incisos c y d), para dar
algún ejemplo sencillo.
El ordenamiento jurídico ya cuenta con habilitación legal para lograr el
objetivo de recuperar los bienes de origen ilícito.
La Ley 26.683 incorporó al CP, en junio del 2011, el instituto del
denominado decomiso sin condena, en el art. 305, que permite el decomiso
definitivo, sin necesidad de condena penal, de bienes que sean instrumentos,
producto, provecho o efectos relacionados con el delito de lavado de activos,
tipificado en el art. 303, cuando se hubiere podido comprobar la ilicitud de su
origen, o del hecho material al que estuvieren vinculados.
La misma norma añadió al art. 23 CPidénticas posibilidades para los
casos de financiamiento del terrorismo, aunque no se actualizó al tipificarse el
actual art. 306, en diciembre del mismo año, por Ley 26.734.
El objeto material del delito de lavado de dinero lo constituyen bienes
procedentes de cualquier ilícito penal-especificación técnica que elimina cualquier
duda en torno a que no se requiere condena por el delito precedente- que de
4
cualquier modo se pongan en circulación en el mercado, con la posibilidad de que
los bienes originarios o los subrogantes adquieran la apariencia de origen lícito.
Según se ve, ya están cubiertos todos los extremos que podrían
perseguirse con el proyecto en cuestión, en tanto los bienes provengan de un
ilícito penal: con condena, la pena accesoria de decomiso y, sin condena, el
instituto del decomiso sin condena.
Saludo al señor Senador con mi consideración más distinguida
Francisco J. D’Albora
5
Descargar