UNA ÉTICA PARA EL FUTURO

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UNA ÉTICA PARA EL FUTURO
Por: Raúl García Tlapaya*
La ética es una de las cuatro dimensiones básicas de la existencia humana, lo que se manifiesta en todas las
culturas. Junto con el sentido de lo estético, lo religioso y lo verdadero, la ética está siempre integrando la
convivencia humana.
La práctica de la ética apareció en todas las culturas, antes incluso que la ciencia propiamente dicha, como la
disciplina del buen vivir y del buen hacer. Esta disciplina intenta responder a una pregunta radical y poco
especulativa: ¿Cómo vivir de manera que nuestras acciones nos permitan alcanzar aquello que
consideramos nuestros fines fundamentales, guardando una buena relación tanto con nuestra identidad
individual y colectiva como con nuestras aspiraciones a futuro?
No ha habido cultura que no haya elaborado cierto grado de especulación de carácter ético, sobre el vínculo
que existe entre la forma de vivir y la forma como se consiguen esos fines. Esas formas de hacer las cosas, que
la experiencia ha validado como adecuadas y correctas, conforman el cuerpo de las costumbres y de la ética de
los pueblos; esas costumbres, generalmente transmitidas por imitación y por tradición oral, engloban los
comportamientos sancionados y reconocidos como buenos o correctos por un grupo humano. Se espera que
dichos comportamientos sean practicados por sus miembros si desean ser considerados parte del grupo. La
costumbre (ethos) es la norma del buen hacer y del buen vivir sobre lo que ha descansado lo más esencial de
las comunidades, y en la que el grupo social espera perdurar.
De hecho, la ética tiene que ver con las normas en las que se expresa cómo discernir lo bueno de lo malo en
una sociedad específica. Estas normas son consideradas por los grupos humanos como preceptivas. A este
cuerpo de preceptos fundamentales se le suele llamar código de ética, el cual encierra la voluntad grupal sobre
cómo deben ser los comportamientos de sus integrantes, ese debe ser, no es un ideal abstracto, pues aunque
representa cómo es el ideal de la cultura, contiene normas funcionales y útiles que garantizan la reproducción
de la identidad cultural a través del tiempo. Tal es el carácter experimental práctico y funcional de la dirección
ética de toda cultura.
El fundamento de la ética es la conducta humana… actos que el individuo ejecuta consciente y voluntariamente
y de los que, por consiguiente, es responsable. Pero el ángulo o la perspectiva específica de ese estudio es el
discernimiento del comportamiento bueno y el malo, en relación con el debe ser. Todas las investigaciones
éticas estudian la conducta humana en relación con el debe ser. No importa, para nuestro caso, si el imperativo
del deber ser ha sido resultado de la experiencia cultural o de una revelación divina, pues de todas maneras
constituye la norma respecto a la cual se juzga el comportamiento humano.
Hoy día, evidentemente, la cuestión ética se enfrenta a las nuevas condiciones culturales que imperan.
Concretamente, los paradigmas de la globalización, la posmodernidad, el relativismo cultural y el pluralismo
religioso y filosófico salen al encuentro de la ética y ponen en cuestión sus pretensiones de ser el parámetro del
comportamiento de una comunidad. Paradójicamente, mientras que la conectividad general y compleja que
anima a la globalización hace indispensable que haya algunos parámetros éticos compartidos, que rijan la
convivencia global, la cultura posmoderna ataca desde su raíz las pretensiones de universalidad de
determinado conjunto de la valores que la modernidad trata de hacer pasar como válidos mediante el
dinamismo que supone la globalización. Podemos decir que la ética sólo podrá ser fundamento de la existencia
y coexistencia de los pueblos en el siglo XXI si supera dos reduccionismos, a saber, por un lado, la pretensión
de reducirla a pura lógica y, por el otro, la pretensión de muchas instituciones religiosas de absorber a la ética
en su teología. La primera tendencia, vacía de contenido propio al juicio ético que, de por sí, es inanalizable
lógicamente, pues los juicios de valor carecen de lo que podría denominarse significado estricto. Por su parte,
las teologías, al absorber la ética a su orientación heterónoma (afirmando que la ética proviene de Dios) hacen
imposible una ética humana autónoma (que proviene de la interacción cultural y social de todos los miembros
de la sociedad), necesaria para una coexistencia civil armoniosa, que va más allá de las deferencias de credos
e iglesias.
Hoy la tecnología también se convirtió en el fin supremo enfrentando conservación y creación, novedad y
sentido histórico, información y sabiduría, individualismo con solidaridad. ¿Existen antídotos frente a este
agotamiento del sentido?. La buena noticia para pensar en una ética para el futuro es el resurgimiento de la
moral.
En este contexto nos preguntamos si ¿Es necesario pensar en una ética para el futuro o estamos bien cómo
estamos?
Una sociedad ética reparte los recursos de una manera justa. La verdadera ética del futuro debe ser creadora
de un nuevo poder: moral en sus fines y eficaz en los medios.
La sociedad que promueva una ética del futuro debe construirse a través de un cambio educativo. Como los
métodos son la mayor riqueza del hombre, descubramos que ante la invasión de la información no se enseñan
metodologías intelectuales que permitan recibirlas, procesarlas, interpretarlas, comunicarlas y administrarlas
con un enfoque creativo y estratégico en una sociedad solidaria, participativa, justa y generosa.
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En el contexto actual como plantear una ética para el futuro y que ámbitos debe abordar…..
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