La perspectiva del consumidor

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El predominio de la perspectiva del consumidor y el trabajo del Trabajo
Social
Mario Heler
1. La relación producción-consumo
Una primera aproximación a la relación entre la producción y el consumo se logra atendiendo a
las conexiones de esta relación con ideas anteriores que han sido retomadas y resignificadas por
la modernidad. Esbozaré algunas de ellas que me parecen relevantes.
La expulsión del Paraíso genera la necesidad de ganarse la vida con esfuerzo. Y esta necesidad
conlleva las necesidades humanas. La satisfacción de las necesidades ya no está disponible y en
forma espontánea, como en el Paraíso, sino que depende de que el trabajo genere los productos
que consumidos satisfacen, aunque la satisfacción sea provisoria y por lo tanto, requiera el
trabajo permanente. Las necesidades se presentan así como la palanca que pone en movimiento
la relación producción-consumo, y en tanto no se reducen a la necesidad de alimento, la
producción deberá atender a un consumo múltiple y diferenciado.
Más aún, se producirán incluso
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nuevas necesidades así como se resignificarán las viejas.
Además, como en el caso de la alimentación, lo consumido se integra al propio cuerpo. Es que el
trabajo genera el derecho a la apropiación de su obra, de su producto, y tal apropiación otorga el
derecho a su consumo, lo que quiere decir a disponer a voluntad de lo así apropiado, a ser dueño de lo
apropiado tanto como se lo es del propio cuerpo.
La producción para el consumo: la satisfacción siempre provisoria de un ser humano necesitado,
carenciado, que encuentra en el trabajo, el modo de asegurarse el consumo, y por ende la
supervivencia, con los productos del trabajo que pasan a ser de su propiedad. La propiedad privada
y también su acumulación quedan así justificadas como necesarias, y 2 el consumo expande su
significación a todo acto de determinación sobre lo que se es propietario.
Cabe aquí señalar otra deriva en la modernidad de estas ideas previas. Los seres humanos se
piensan como existentes cuya característica distintiva es la falta, la carencia, de perfección de
ser, esto es, como existentes que no son plenamente existentes (como si lo son las Ideas
platónicas, antecedente de esta manera de pensar). Existimos entonces como seres carentes e
incompletos, que en el consumo encontramos una forma de completarnos aunque precariamente,
ya que nuestra carencia no es remediable. Desde esta concepción, estaríamos condenados a una
deuda infinita, en busca de una completitud inaccesible. Únicamente es factible perseverar en
nuestra existencia gracias al consumo, para lo cual hacen falta propiedades privadas.
Pero además, para la moderna economía clásica, vivimos en un mundo de escasez. Por ende, la
satisfacción de las necesidades depende de concretar intercambios entre un alguien que carece de
algo, pero que posee otra cosa de la que puede prescindir, y otro alguien que posee lo que el
primero necesita y carece de lo que aquél le sobra. Y si a alguno nada le sobra, sigue siendo
propietario de su cuerpo, es decir, es dueño de la fuente de toda propiedad, y en el mercado
puede obtener un salario
a cambio de la venta de su fuerza de trabajo (como si fuera una
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mercancía cualquiera).
4
Resulta entonces que la lógica de la carencia se impone hegemónicamente como presunción
fundamental5 del pensar moderno, en interacción con la lógica del intercambio propia del
capitalismo, y en contraposición a su vez con una lógica de la potencia (como la que se desprende
de la obra6 de Spinoza, para quien los seres se definen por lo que pueden y no por lo que no son o
les falta).
Sigamos con otras connotaciones de la relación entre producción y consumo, mediadas por las
necesidades humanas. La modernidad del siglo XIX hará virtud de la condena por el pecado
originario, virtud de la necesidad de producción, y la acción creativa que posibilita el polimorfo
consumo humano será considerada el motor del progreso, es decir, de una
paulatina recuperación
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del Paraíso aquí en la Tierra y por obra de la producción humana. Pero la asociación del
“trabajo” y la “acción creativa” se reserva para determinadas producciones y al mismo tiempo se
ve hasta cierto punto amortiguada por efecto de otras connotaciones que resuenan en la
comprensión moderna de la relación producción-consumo. Es que aún repercuten hoy día las
significaciones de la antigüedad que remiten esta relación a otra: la del amo y el esclavo.
El esclavo es el encargado de la producción que genera el consumo del amo. Su trabajo provee la
satisfacción del amo. Desde la perspectiva de éste, se trata de asegurar el consumo imponiendo
su voluntad al esclavo. Pero enlazada con la vida del esclavo, la producción no sólo es una
actividad desvalorizada y degradante, sino que además ocupa un lugar secundario por ser
subsidiaria del consumo. Hasta cierto punto, la excepción se encuentra
en los artesanos y en
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mayor proporción en los artistas, dado el valor otorgado a sus obras.
En la modernidad, la asociación entre trabajo y acción creativa se atribuirá especialmente
a
9
artistas y científicos, y tal vez al empresario independiente, exitoso e innovador. Pero dada la
forma en que permanece la clásica jerarquización
de la teoría por sobre la práctica (propia de la
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perspectiva del amo, que es la del consumidor), no es por estar involucrado con la producción
que gana el empresario su posición, sino por las ideas que concreta, pues son esas ideas las que
le
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dan su capacidad de gestión de la producción material, el poder de aumentarla y mejorarla. No
creo que haga falta que me explaye acerca de la incidencia de la desvalorización de la
producción en el proletariado (heredero del estatus del esclavo, aunque presuntamente “liberado”
de la relación de servidumbre).
En las connotaciones de la relación producción-consumo hasta aquí reseñadas se observa la
tendencia a la preeminencia del consumo y a la hegemonía de la perspectiva del consumidor que caracteriza a
la modernidad, a la vez que se desplaza la figura del amo hacia los imperativos del capital, pues
el consumidor asume como necesidades propias las necesidades del capital (de forma tal vez casi
completa en la actualidad). El problema es que el resultado de esta tendencia deja a la
producción fuera de foco,
supeditada al consumo y oculta por la fetichización de la mercancía
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que denunciara Marx.
Esta preeminencia y hegemonía se expresa también en la comprensión de lo social, cuando se
explica la sociedad como resultado de un contrato
social que brinda seguridad a la previsión del
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consumo individual a través de un orden policial que se basa en el respeto de la propiedad
privada. La seguridad se convierte entonces en el valor supremo: el esfuerzo individual para
obtener la satisfacción de las necesidades en el largo plazo (previsión), a través de la
acumulación, debe ser preservado, y la función del Estado es garantizar su protección.
Y como
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resultado de las luchas de los sectores que son “parte sin ser parte” de la sociedad, durante el
siglo XIX, es el valor social de la seguridad
el que contribuye a que, por un lado, se discipline a
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los obreros fabriles en una moral del trabajo, orientada a la previsión individual; y por el16otro lado, se
desarrolle la previsión social que desembocará en el Estado de Bienestar del siglo XX. Aún hoy la
seguridad aparece como el valor fundamental del lazo social, pero adquiere una nueva fisonomía
al asociarse con la violencia y los peligros que representan los excluidos para los consumidores.
La moral del trabajo obliga al trabajo diario y esforzado, sin contentarse con lo ya obtenido,
apuntando a que el obrero sea también previsor, que garantice su sustento y el de su familia,
incluso con la promesa de una movilidad social que dependería sólo de su empeño. Su
acatamiento de esta moral lo convierte en ciudadano y por ello se hace acreedor de los beneficios
que brinda el Estado de Bienestar a la población económicamente activa. En tanto que las políticas
sociales serán unas para esta población de ciudadanos y otras para aquellos que no acceden a la
ciudadanía por carecer de empleo, pero que en función de una ideal de “pleno empleo”,
conforman el “ejército de reserva” de la producción industrial de bienes masivos de consumo.
Y es en conexión con la moral del trabajo y el Estado de Bienestar que cabe interpretar el trabajo
del Trabajo Social desde los inicios de su profesionalización. Precisamente, sus intervenciones
sociales pueden entenderse como guiadas por la moral del trabajo y dirigidas al acatamiento de
sus máximas en los cuerpos del “ejército de reserva” de la producción industrial, en una tarea de
disciplinamiento, con las orientaciones y los17 recursos que ofrecen las políticas sociales como
ejecución de la biopolítica de cada momento.
Promediando el siglo XX, la producción industrial tiende empero a automatizarse e
informatizarse de modo tal que desvanece la necesidad de ese ejército, y desata un insaciable y
destructivo (también “deconstructivo”) consumo, al que si bien la mayoría no tiene acceso,
atiende incluso a la demanda “chatarra” de los sectores marginados de la sociedad (por ejemplo,
a través de la producción de copias “económicas” de productos de primera marca). Es que la
perspectiva del consumidor termina imponiéndose a toda la población.
Va perfilándose así una interpretación de la relación producción-consumo que expone a nuestra
actualidad como una consumación de la tendencia al dominio social de la perspectiva del consumidor,
desenfocando la producción hasta dar la apariencia de que la máquina (“trabajo muerto”,
producto de la acumulación de producciones anteriores) ya no requiere el “trabajo vivo” –la
fuerza efectiva (no sólo física) de trabajo de los cuerpos–, o al menos ya no requeriría ni la
cantidad ni la calidad del trabajo de ayer. Mientras tanto (según señala Riesman, ya en 1950), el
problema de la producción económica
que denomina de “la dureza del material”, distintivo de la
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etapa industrial del capitalismo, se ve desplazado por el problema del “elemento humano”,
tanto en las cuestiones de la movilización del consumo como en las de la producción
desenfocada.
Bajo estas nuevas circunstancias, ¿cómo puede pensarse el trabajo del Trabajo Social?
2. De la necesidad del trabajo a la necesidad del consumo
La automatización y la informatización de la producción material desvalorizan hoy el trabajo
rutinario, mecánico y fragmentario de la línea de montaje, respuesta a la “dureza del material”
desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX. En cambio, tienden hoy a valorizarse las tareas
creativas y en equipo, capaces de aumentar y calibrar la producción computarizada. Va
preponderando entonces la demanda de una fuerza de trabajo con un nuevo20 perfil, un perfil en
clave de servicio, en la etapa de terciarización de la economía capitalista. Nuevo perfil para
empleos escasos, flexibilizados, en condiciones precarias, que sólo algunos pueden satisfacer. Y
el juego de la demanda y la oferta no se conforma entonces tanto en el intercambio de bienes
materiales como en un mercado de proveedores y usuarios, donde el “elemento humano” adquiere
relevancia.
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Hoy, terciarización mediante, parecería que el trabajador tiene que convertirse en proveedor. Se
proveen servicios, actividades que cumplen una función práctica, que son útiles (sirven) a la
producción material, pero que no producen directamente bienes, mercancías. En el ámbito
privado, en la familia, y para la moral del trabajo, el hombre y la mujer son proveedores: proveen
los medios para su reproducción. No sólo proveen a la reproducción biológica, sino también a la
reproducción de la vida en tanto que humana; y lo hacen proveyendo el consumo que satisface las
necesidades de la reproducción. Proveen a la reproducción de la fuerza de trabajo, de todas las
aptitudes físicas e intelectuales que residen en el cuerpo. Proveen su salario, así como el cuidado de
los diferentes aspectos de la fuerza de trabajo (intelectual, afectivo y comunicativo) de los
individuos que conforman la familia. Pero este trabajo se considera improductivo, pues no produce
mercancías (pertenece al ámbito privado de la reproducción y no al de la producción económica).
Dentro del ámbito económico, en cambio, los servicios –sean bancario, educativo, de salud o
personal (asociado al cuidado del individuo, e históricamente, con los siervos)– son calificados
también de trabajo improductivo. No obstante, tienen un lugar en la economía, porque sirven a la
producción de mercancías (de plusvalía), son indirectamente productivos. En cambio, las tareas
reproductivas son consideradas doblemente indirectas, ya que no producen mercancías (aunque
el asalariado funcione como tal en el mercado de trabajo) ni sirven a su producción (aunque en la
economía se necesite “mano de obra”).
El trabajo llamado tradicionalmente improductivo es el tipo de trabajo demandado
en el mercado
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laboral del capitalismo actual. Un trabajo inmaterial, sin producto, sin obra. Se demanda entonces
al ser humano en su totalidad, en sus capacidades intelectuales, afectivas y comunicativas, como
proveedor de servicios, destinados a intensificar, calibrar y variar la producción automatizada e
informatizada, así como para mantener la constante renovación del consumo.
Si con la moral del trabajo se ubicaba en el trabajo la posibilidad de consumo, en la moral actual
prevalece el consumo desplazando al trabajo de su anterior lugar central (pero sin cancelarlo). Y
así como el trabajador fordista, de la etapa de la “dureza del material”, realizaba una tarea
socialmente valiosa y por ello, en relación con lo producido, digna de pago, el proveedor actual
compromete su humanidad para brindar un servicio socialmente valioso,
obteniendo también un
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pago, aunque su desempeño no genere directamente bienes materiales.
Es así que la preeminencia de la perspectiva del consumidor nos encauza a todos en el papel de
consumidores,
endeudándonos en el consumo, aunque no todos poseamos igual capacidad de
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consumo. Más aún, tiende a supeditar totalmente la producción al consumo a través del control
de calidad de los productos (como veremos).
Si bien la conceptualización del trabajo inmaterial abre posibilidades de pensar económica y
socialmente actividades que antes eran desvalorizadas por no ser productivas, el nuevo concepto
encuentra empero su límite en la necesidad de que sirva a la economía informacional. Aquí
interesa el caso del trabajo inmaterial del Trabajo Social (forma en que se puede nombrar hoy al
tipo de trabajo que ha desarrollado esta profesión): ¿está/estará al servicio de “asistir” (comunicativa,
intelectual y afectivamente) a las transformaciones sociales que impone la nueva tendencia, organizada
fundamentalmente en la perspectiva del consumidor, pero para aquellos que no cuentan en la contabilización del
consumo, sin dejar de estar sometidos a la seducción general del consumo?
Desde esta interpretación, las transformaciones sociales de nuestra actualidad en transición
esbozan una nueva fisonomía emergiendo sobre la sociedad disciplinaria, que Foucault y
Deleuze han tratado de pensar y que llamaron sociedad de control.
Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las
sociedades disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la
entropía y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo,
máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción
de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo. Una
mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el capitalismo del siglo XIX es de concentración, para
la producción, y de propiedad. Erige pues la fábrica en lugar de encierro, siendo el capitalista el dueño de los
medios de producción, pero también eventualmente propietario de otros lugares concebidos por analogía (la
casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado ya por especialización, ya por
colonización, ya por baja de los costos de producción. Pero, en la situación actual, el capitalismo ya no se
basa en la producción, que relega frecuentemente a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas
complejas del textil, la metalurgia o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra
materias primas y vende productos terminados: compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere
vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. Ya no es un capitalismo para la producción, sino
para el producto, es decir, para la venta y para el mercado. Así, es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha
cedido su lugar a la empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos
distintos que convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas,
deformables y transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores.
características adquiere/adquirirá el trabajo del Trabajo Social en la sociedad de control
¿Qué
(cuando su trabajo además puede ser pensado como inmaterial)?
A diferencia de la disciplinaria, el control es a corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e
ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el
hombre encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo ha guardado como constante la
extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado
numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino
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también con las explosiones de villas-miseria y guetos.
Pero como nos advierte también Deleuze: “no se trata de preguntar cuál régimen es más duro, o
más tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan26las liberaciones y las servidumbres. (…)
No se trata de temer o de esperar, sino de buscar nuevas armas”.
3. La perspectiva del consumidor
Sin producción no hay producto ni consumo. Y sin embargo, fuera de foco se genera la mera
apariencia de prescindible de la producción. Preocupa y ocupa entonces el producto consumible.
Por tanto, la mercancía capaz de aumentar la ganancia, para satisfacer al amo, al capital.
En la dinámica serial “producción-consumo-producción-…”, cuando el primer plano está ocupado
por el consumo, la producción se distorsiona: la prioridad dada a sus productos hace factible
supeditarla a la demanda del consumidor. La cuestión pasa
por encarrilar la producción en los
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imperativos del consumo. Y allí se juega su clausura, en los límites de las demandas, de lo
redituable, de lo autosustentable, presentándose la necesidad de producir más de lo mismo, pese a la
diversidad y multiplicidad de los productos producidos.
La perspectiva del consumidor se ocupa sólo en el consumo y su aseguramiento. Pero de forma
similar a como la obra expresa la excelencia (virtud, areté) del artista, así como la calidad del
producto exhibe los méritos del productor (en tanto ha sabido hacer emerger algo relativamente
nuevo y acabado, llevando adelante con su esfuerzo las transformaciones de las cosas),
paralelamente, la virtud del consumidor depende de la calidad de su consumo, esto es, de la de los
productos consumidos. En este contexto, la demanda puede fácilmente adquirir el carácter de
reclamo, de queja, si no se cumplen las promesas de satisfacción en el consumo. Con el
predominio de la perspectiva del consumidor se generaliza la necesidad de la defensa de sus
derechos, como se ve a diario.
Al consumidor le preocupa entonces asegurar la reiteración del consumo, con similar o mejor
calidad, cuando se haga sentir la necesidad (necesidad que a la vez el consumo provoca y también
multiplica). Y esa seguridad reclama entonces previsión, una previsión que establezca un orden de
las cosas y los seres humanos, un orden en el que el consumo esté preparado para la satisfacción
inmediata. En consecuencia, orden y seguridad van de la mano. La seguridad exige que el orden se
mantenga a través del tiempo, sin mayores variaciones, sin cambios que alteren la dirección de la
distribución y la circulación del consumo. Por sobre la imprescindible producción, al orden
corresponde administrarla, gestionarla, para establecer la garantía del consumo, e incluso la
defensa de los derechos del consumidor. Para ello instaura los criterios que demarcan las
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producciones productivas (las que satisfacen el consumo, y que hay que promover y asegurar), de
las que no lo son, y que por ende habrá que cancelar o transformar. Criterios externos a la
producción, pues se derivan de la exigencia de seguridad, imponiéndose por sobre el movimiento
propio, interno, de la producción. Criterios que certifican la calidad de los productos por el control
de la producción. Dispositivos de clausura: en la búsqueda de obtener el aval del control de calidad
para sus productos, la producción tiene que conformarse a tales criterios, limitando sus propias
posibilidades a las que acreditan en el mercado de consumo (incluso en el mercado de los
conocimientos y los expertos).
Resulta entonces que el logro de la clausura conlleva la tendencia a que el productor se restrinja
(podría decirse) a menos que reproductor (capaz aún de provocar mutaciones no queridas). En
cambio, coacciona a la adopción del papel de repositor, que varia e innova pero sin alterar el
orden seguro del consumo. El productor-repositor contribuye a abastecer las góndolas con
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tentadores nuevos productos, que introduciendo una diferencia marginal, hacen obsoleta la
innovación de ayer, impulsando el consumo, sin cuestionar la hegemonía de la perspectiva del
consumidor y reproduciendo el orden-seguridad del consumo. No obstante, la clausura no
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elimina las resistencias.
En cada campo social, del lado del productor, existen resistencias que activan la tensión entre la
producción y el consumo, entre producir en relación de subordinación al consumo, al producto que
tiene/debe generar, por un lado y por el otro, producir en relación con la producción misma, para
la producción, donde si interesa el producto, importa la potenciación de la producción y la
exploración de las posibilidades que ella abre. Cuando el éxito de sus productos –su demanda,
expresada en la cantidad de sus ventas–, que define a su vez el del productor, asegura la
continuidad de la tarea del productor, cuando ser objeto de consumo es la condición del valor en
el mercado de productos y productores, y sólo poseyendo tal valor se abre un espacio
socialmente reconocido para desarrollar la actividad de productor, entonces el desafío radica en
definir estrategias que respondan, en cada momento, a la pregunta: ¿cómo seguir poniendo en práctica
la perspectiva del productor bajo circunstancias como las actuales en que todo está dispuesto para tener que
asumir la perspectiva del consumidor, adoptando el papel de productor-repositor? Estrategias que se
constituyan en armas contra la asimilación del productor en la perspectiva del consumidor, que
abran alternativas de producción cercenadas por la tendencia a supeditar la producción al
consumo.
En consecuencia, frente a tal tensión no se trata de optar, de elegir entre alternativas
incompatibles, sino de estrategias que hagan posible la producción aun bajo las condiciones del
predominio del consumo. No se trata de un problema de toma de decisión adecuada, de tomar
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partido por un lado o por el otro (incluso adoptando actitudes heroicas). Por consiguiente, tratar
de asumir la perspectiva del productor supone la lucha contra los dispositivos sociales que
subordinan la producción al punto de vista del consumidor; contra esos dispositivos que no están
sólo coaccionando desde fuera de los posibles productores, sino que están incorporados en sus
subjetividades (in-corpore, en el cuerpo; siendo marcas de las identificaciones que nos
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constituyen). Requiere entonces “ser consecuente” con la defensa de la perspectiva de
productor contra su sujeción a la del consumidor. Se trata de un requerimiento que además nunca
se da en solitario, sino que siempre es con los otros, en un trabajo conjunto de desidentificación y
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construcción de nuevas subjetivaciones.
Es que la especie humana produce lo excedente, el plus que hace humanos a nuestros cuerpos
biológicos: su propia capacidad simbólica, su lenguaje, los significados que generan el mundo
humano, que invisten las cosas y los movimientos de la vida, donde esos significados son a la
vez constituidos y constituyentes del accionar con los otros. La producción y sus productos,
materiales e inmateriales, son producidos por la actividad humana, a la vez que conforman las
subjetividades correspondientes de los individuos que participan de ese mundo social. Más aún,
hacen humana la vida de hombres y mujeres. Pues la poiésis necesariamente está supuesta en toda
actividad calificable de humana. Fuera de foco, invisibilizada y con apariencia de prescindible, sin
embargo, es condición de posibilidad de aquello que se enfoca. Ser productores no es una exigencia
sustituible, es parte inescindible de nuestra humanidad.
1 Cf. HELER, M, CASAS, J. M. y GALLEGO, F. M., (compiladores), Lógicas de las necesidades. La categoría de
“necesidades” en las investigaciones e intervenciones sociales, Bs. As., Espacios, en prensa.
2 Por ejemplo, en el Ensayo sobre el Gobierno Civil (1690), John Locke, después de dejar asentado que la tierra y
todo lo que en ella se reproduce, Dios lo dio a todos los hombres en común “para el sustento y satisfacción de su
ser” (§ 25), señala que “26. Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean a todos los hombres comunes, cada
hombre, empero, tiene una «propiedad» en su misma «persona». A ella nadie tiene derecho alguno, salvo él mismo.
El «trabajo» de su cuerpo y la «obra» de sus manos podemos decir que son propiamente suyos (…) Porque siendo el
referido «trabajo» propiedad indiscutible de tal trabajador, no hay más hombre que él con derecho a lo ya
incorporado, al menos donde hubiere de ello abundamiento, y común suficiencia para los demás”. Para luego
especificar en el § 30, el límite de la apropiación: “La misma ley de naturaleza que por tales medios nos otorga
propiedad, esta misma propiedad limita. […]¿Pero cuánto, nos ha dado «para nuestro goce»? Tanto como cada quien
pueda utilizar para cualquier ventaja vital antes de su malogro, tanto como pueda por su trabajo convertir en
propiedad. Cuanto a esto exceda, sobrepuja su parte y pertenece a otros” (la cursiva me pertenece).
3 Cf. MARX, C., El capital. Crítica de la economía política, México, FCE, varias ediciones,
Tomo I, capítulo 1 y 2, y en relación con la relación entre producción y consumo: MARX, K.,
Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI editores, 2003, pp.
282-313.
4 Cf. HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, en ob. cit., apartado
“La contabilidad de los valores”, y en relación con la categoría de necesidades y la lógica de la carencia: “La
cuestión de las necesidades”, en HELER, M., CASAS, J. M. y GALLEGO, F. M. (editores), ob. cit.
5 Cf. HELER, M., “¿Por qué el otro siempre es un medio? O acerca de la instrumentalización del
otro”, en FERNÁNDEZ, G. Y PARENTE, D. (editores), El legado de Immanuel Kant.
Actualidad y perspectivas, Mar del Plata, Suárez, 2004, pp. 201-210.
6 Cf. SPINOZA, B., Ética (varias ediciones en castellano); DELEUZE, G., Spinoza y el problema de la expresión,
Muchnik, Barcelona, 1996, Spinoza: Filosofía práctica, Tusquets, Barcelona, 2001, y En medio de Spinoza, Cáctus,
Buenos Aires, 2003.
7 El Fausto de Goethe comienza mostrando a Fausto en la tarea de la traducción de “logos”
(razón, lenguaje, y de ahí “verbo”) resultando traducido por “acción”, quedando la primera frase
de la Biblia: “en el principio era la acción”, y al finalizar la obra, Fausto se deleita ante una
escena que considera sublime: la laboriosidad de hombre y mujeres trabajando en la construcción
de la ciudad. Cf. HELER, M., Individuos. Persistencias de una idea moderna, Bs. As., Biblos,
2000, capítulo III.
8 Al menos hasta que los artesanos fueran en su mayoría integrados a la fábrica; en cambio, los
artistas conservaron y hasta acrecentaron su prestigio sobre la base de la idea de genio romántica
y con la formación de un “mercado de arte”.
9 Cf. HORKHEIMER, M., Crítica de la Razón Instrumental, Buenos Aires, Sur, 1973.
10 Cf. HELER, M., “La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de
autonomía”, en Escenarios. Revista Institucional, Año 4, Nº 8, septiembre 2004, La Plata,
Escuela de Trabajo Social-UNLP, pp. 6-16, en especial apartados 1 y 2.
11 Superioridad de la teoría que, en el campo de la ciencia, se opera con la división social del
trabajo científico (división y a su vez jerarquización) en ciencia pura, ciencia aplicada y
tecnología. Cf. HELER, M., Ciencia incierta. La producción social del conocimiento, Bs. As.,
Biblos, 2004
12 MARX, K., ob.cit.
13 “Orden policial” en la connotación que reconoce el diccionario al vocablo “policía”: “Buen orden que se observa
y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno”. Y
la utilizo en el sentido de Rancière: “Generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los
cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la
distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre
a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía. (…) La policía es, en su esencia,
la ley, generalmente implícita, que define la parte o la ausencia de parte de las partes. Pero para definir esto hace
falta en primer lugar definir la configuración de lo sensible en que se inscriben unas y otras. De este modo, la policía
es primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los
modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de
lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida
como perteneciente al discurso y tal otra al ruido. Es por ejemplo una ley de policía que hace tradicionalmente del
lugar de trabajo un espacio privado no regido por los modos del ver y del decir propios de lo que se denomina el
espacio público, donde el tener parte del trabajador se define estrictamente por la remuneración de su trabajo. La
policía no es tanto un “disciplinamiento” de los cuerpos como una regla de su aparecer, una configuración de las
ocupaciones y las propiedades de los espacios donde esas ocupaciones se distribuyen.” RANCIÈRE, El desacuerdo.
Política y filosofía, Bs. As., Nueva Visión, 1996, pp. 43, 44 y 45 (la cursiva me corresponde); Cf. HELER, M. “La
dimensión ético-política”, (2006), en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/heler/teoricofs.htm.
14 La expresión, que remite a Marx, la tomo en el sentido que elabora Rancière (ibid).
15 Cf. BAUMAN, Zygmunt, Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Barcelona, Gedisa, 2000, y
HELER, M., “La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de autonomía”,
en Escenarios. Revista Institucional, Año 4, Nº 8, septiembre 2004, La Plata, Escuela de Trabajo
Social-UNLP, pp. 6-16, en especial apartado 3.
16 Cf. DIGILIO, P., “Vicisitudes del bienestar”, en HELER, M. (editor), Filosofía Social & Trabajo Social.
Elucidación de un campo profesional, Bs. As., Biblos, 2002, capítulo IV, pp.63-91.
17 Cf. FOUCAULT, M., Defender la sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976), Bs. As., FCE, 2001,
Clase del 17.03.1976 (pp. 217-238), y Las redes del poder, Bs. As., Almagesto, 1991.
18 Cf. RIESMAN, D., La muchedumbre solitaria, Barcelona, Paidós, 1981, cap. V, pp. 141-204.
19 Cf. ibid., cap. VI y VII, pp. 161-204.
20 Se suele denominar primer sector de la economía a la agricultura y la ganadería, segundo, a la
industria, tercero, a los servicios (bancos, aseguradoras, pero también empleados domésticos,
profesionales, etc.), y “terciarización”, al proceso en el cual el área de servicios adquiere
predominancia en la economía.
21 “Los servicios abarcan un amplio rango de actividades, desde el cuidado de la salud, la
educación, las finanzas y el transporte hasta los entretenimientos y la publicidad. Los empleos
para la mayor parte son altamente móviles e involucran habilidades flexibles. Más importante
aún: se caracterizan en general por el papel central desempeñado por el conocimiento, la
información, el afecto y la comunicación. En este sentido muchos denominan a la economía
posindustrial una economía informacional. Sostener que la modernización ha concluido y que la
economía global está atravesando un proceso de posmodernización hacia una economía
informacional no significa que la producción industrial será dejada de lado ni que dejará de jugar
un papel importante, incluso en las regiones más dominantes del planeta. Del mismo modo que
los procesos de industrialización transformaron la agricultura y la volvieron más productiva, así
también la revolución informacional transformará la industria redefiniendo y rejuveneciendo los
procesos de fabricación. Aquí el nuevo operativo administrativo imperativo es «tratar a la
fabricación como un servicio».” HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, Bs. As., Paidós, 2002,
Capítulo 13 (pp-261-280).
22 “En resumen, podemos distinguir tres tipos de trabajo inmaterial que conducen al sector servicios la tope de la
economía informacional. El primero está implicado en una producción industrial que se ha informacionalizado e
incorporado tecnologías de comunicación de modo tal que transforman al propio proceso de producción. La
manufactura es considerada un servicio, y el trabajo material de la producción de bienes durables se mezcla y tiende
hacia el trabajo inmaterial. El segundo es el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas, el que se
subdivide en manipulaciones inteligentes y creativas por un lado y tareas simbólicas rutinarias por otro. Finalmente,
un tercer tipo de trabajo inmaterial implica la producción y manipulación de afectos, y requiere contacto humano
(virtual o real), trabajo en modo corporal. Estos son los tres tipos de trabajo que dirigen la posmodernización de la
economía global.” HARDT, M. y NEGRI, A., ob. cit., Capítulo 13. Cf. también VIRNO, P., Gramática de la
multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporánea, Bs. As., Colihue, 2003, p. 62.
23 “El Toyotismo se basa en una inversión de la estructura Fordista de comunicación entre la producción y el
consumo. Idealmente, según este modelo, la planificación de la producción se comunicará constante e
inmediatamente con los mercados. Las fábricas mantendrán un stock cero, y las mercancías serán producidas justo a
tiempo, de acuerdo a la demanda actual de los mercados existentes. De este modo el modelo no implica simplemente
un circuito de retroalimentación más veloz sino una inversión de la relación porque, al menos en teoría, la decisión
de producción ocurre después y como reacción a la decisión del mercado. En los casos más extremos la mercancía
no es producida hasta que el consumidor ya la haya elegido y comprado. Pero en general es más exacto concebir al
modelo como empeñado en una rápida comunicación o continua interactividad entre la producción y el consumo. El
contexto industrial provee un primer sentido en el que la comunicación y la información han llegado a cumplir un
papel central en la producción. Podríamos afirmar que la acción instrumental y la acción comunicativa se han
entrelazado íntimamente en el proceso industrial informacionalizado, pero debemos apresurarnos a agregar que esta
es una noción empobrecida de la comunicación en cuanto mera transmisión de los datos del mercado. El sector
servicios de la economía presenta un modelo más rico de la comunicación productiva. De hecho, la mayoría de los
servicios se basan en el continuo intercambio de información y conocimientos. Puesto que la producción de
servicios no resulta en bienes materiales ni durables, definimos al trabajo implicado en esta producción como
trabajo inmaterial-es decir, trabajo que produce un bien inmaterial, tal como un servicio, un producto cultural,
conocimiento o comunicación.” HARDT, M. y NEGRI, A., ob. cit., Capítulo 13.
24 En el libro ya citado, Bauman, se refiere al “consumidor manqué”, mancado, para referirse a
los incapacitados para consumir. Queda así la ambigüedad acerca de si tal incapacidad está
determinada por las características del individuo o es su pobreza la que le impide acceder al
consumo, y esta ambigüedad deja lugar para atribuir culpas individuales.
25 Gilles Deleuze: “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (Comp.) El
lenguaje literario, Tº 2, Ed. Nordan, Montevideo, 1991 (la cursiva me corresponde). En el
mismo texto, Deleuze agrega: “Lo que importa es que estamos al principio de algo. En el
régimen de prisiones: la búsqueda de penas de “sustitución”, al menos para la pequeña
delincuencia, y la utilización de collares electrónicos que imponen al condenado la obligación de
quedarse en su casa a determinadas horas. En el régimen de las escuelas: las formas de
evaluación continua, y la acción de la formación permanente sobre la escuela, el abandono
concomitante de toda investigación en la Universidad, la introducción de la “empresa” en todos
los niveles de escolaridad. En el régimen de los hospitales: la nueva medicina “sin médico ni
enfermo” que diferencia a los enfermos potenciales y las personas de riesgo, que no muestra,
como se suele decir, un progreso hacia la individualización, sino que sustituye el cuerpo
individual o numérico por la cifra de una materia “dividual” que debe ser controlada. En el
régimen de la empresa: los nuevos tratamientos del dinero, los productos y los hombres, que ya
no pasan por la vieja forma-fábrica. Son ejemplos bastante ligeros, pero que permitirían
comprender mejor lo que se entiende por crisis de las instituciones, es decir la instalación
progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación. Una de las preguntas más
importantes concierne a la ineptitud de los sindicatos: vinculados durante toda su historia a la
lucha contra las disciplinas o en los lugares de encierro (¿podrán adaptarse o dejarán su lugar a
nuevas formas de resistencia contra las sociedades de control?). ¿Podemos desde ya captar los
esbozos de esas formas futuras, capaces de atacar las maravillas del marketing? Muchos jóvenes
reclaman extrañamente ser “motivados”, piden más cursos, más formación permanente: a ellos
corresponde descubrir para qué se los usa, como sus mayores descubrieron no sin esfuerzo la
finalidad de las disciplinas.” La pregunta que sería ineludible para la reflexión sobre la
formación es entonces ¿y en el Trabajo Social? (Por ejemplo, ¿será un indicio la terciarización
del ejercicio profesional, el desplazamiento desde la dependencia directa del Estado a la
constitución por parte de los trabajadores sociales de ONG y empresas de servicios de Trabajo
Social –que ya se pone en práctica en países como Francia–).
26 Ibid., la cursiva me pertenece.
27 Castoriadis caracteriza la “clausura” así: “Cualquier interrogante que tenga sentido dentro de
un campo clausurado, en su respuesta reconduce a ese mismo campo” (CASTORIADIS, C.,
Hecho y por hacer. Pensar la imaginación, Bs. As., EUDEBA, 1998, p. 319). Esto es, repone
todo planteamiento dentro de los parámetros y las modalidades aceptados dentro del campo,
procurando así encauzar las disidencias y dando lugar a la exploración de nuevas posibilidades
hasta donde no cuestionen el orden establecido. Constituye una forma de domesticación de la
crítica cuyo objetivo es la reproducción del régimen de dominación.
28 De ahora en adelante, calificaré de “productiva” a las producciones que sirven al predominio
de la perspectiva del consumidor, y que son las que el orden policial promueve y asegura. En
cambio, con el adjetivo “fructífera”, y sus derivados, me referiré a la producción que se enfoca
desde la perspectiva del productor.
29 Una “diferencia”, por ejemplo, entre mercancías de diferente marca, es “marginal” si sólo
modifica o agrega algo inesencial al producto. Es cierto que también algunos productos hoy
presentarían diferencias no marginales por constituir auténticas innovaciones (por ejemplo, en la
informática). Pero, por lo general, el consumo se impulsa a través de esas diferencias marginales;
a través de diferencias no marginales el impulso se intensifica por abrir nuevas áreas de
consumo. De cualquier manera, el tipo de diferencia depende de los términos de la comparación.
30 Las resistencias son inevitables en tanto la dominación de la perspectiva del consumidor
puede desenfocar la producción pero su parasitismo no puede prescindir de ella, so pena de matar
a la gallina de los huevo de oro. De ahí que la sociedad de control necesite aumentar su
capacidad de integrar esas resistencias (consecuencia entonces de la irremediable libertad de la
producción como mal necesario) al sistema de dominación y soportar los cambios que acarrea
obturando su fuerza crítica, cuestionadora de lo establecido.
31 Cf. En relación con la idea de conflicto como “encrucijada” y “enredo”: HELER, M.,
“Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, ob. cit., apartado 1.
Actitudes “heroicas” por arriesgar de alguna manera la exclusión del campo de producción
donde el productor ha puesto su “illusio”, y donde se ha formado (ha incorporado su “habitus”)
como productor. (Cf. BOURDIEU, P., Cosas Dichas, Buenos Aires, Gedisa, 1988 y
BOURDIEU, P. y WACQUANT, L. Respuestas por una antropología reflexiva, México,
Grijalbo, 1995).
32 Cf. BADIOU, A., “La idea de justicia”, en Acontecimiento. Revista para pensar la política,
Nº 28, 2004, Bs. As., Grupo Acontecimiento, pp. 9-22. Más adelante se retomará la idea de “ser
consecuente”.
33 Cf. RANCIÈRE, El desacuerdo. Política y filosofía, ob. cit.
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