La lógica del excedente y el actual predominio de la perspectiva

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Secretaria de Posgrado - Facultad de Ciencias Sociales – UBA
Junio-Julio-2009
Curso de Perfeccionamiento en Filosofía Social: “La construcción de conceptos”
Mario Heler – 1º Encuentro
La lógica del excedente y el actual predominio de la perspectiva del
consumidor
Mario Heler
En el marco de la elaboración de la idea de la “lógica de lo excedente” y la “lógica del
excedente” –correlato parasitario pero predominante– (Heler: 2008a),[1] surge la cuestión de
nuestro tiempo como un momento de concreción de la imposición por doquier de la perspectiva
del consumidor conforme a esta segunda lógica que desenfoca la producción para concentrarse
en los productos. La idea de la “lógica de lo excedente” refiere a un exceder que es un plus en sí
mismo productivo, que depende de la producción y vuelve sobre la producción, sobre los
productores y sobre los productos. En oposición, la “lógica del excedente” se centra en los
productos que ocupan el lugar del plus que excede lo dado, sin ser directamente productivo en sí
mismo.
Aquí trataré de dar cuenta de esta “lógica del excedente” en tanto presupone la perspectiva del
consumidor que tiende a prevalecer actualmente por sobre la perspectiva del productor,
obturando o capturando los posibles dinámicos[2] que es capaz de generar la lógica de lo
excedente. Nuestro punto de partida se ubica entonces en la relación producción-consumo.
1. La relación producción-consumo
La lógica del excedente se inscribe en la relación producción-consumo. Una primera
introducción se logra atendiendo a las conexiones de esta relación con ideas anteriores que aún
resuenan en nuestra actualidad bajo configuraciones modernas.[3]
La expulsión del Paraíso genera la necesidad de ganarse la vida con esfuerzo. Y esta necesidad
conlleva las necesidades humanas. La satisfacción de las necesidades ya no está disponible y en
forma espontánea, como en el Paraíso, sino que depende de que el trabajo genere los productos
que consumidos satisfacen, aunque la satisfacción sea provisoria y por lo tanto, requiera la
reanudación permanente del trabajo. Las necesidades se presentan así como la palanca que pone
en movimiento la relación producción-consumo, y en tanto no se reducen a la necesidad de
alimento, la producción deberá atender a un consumo múltiple y diferenciado. Más aún, se
producirán incluso nuevas necesidades así como se resignificarán viejas (Heler et al: 2008).
Además, como en el caso de la alimentación, lo consumido se integra al propio cuerpo. Es que el
trabajo genera el derecho a la apropiación de su obra, de su producto, y tal apropiación otorga el
derecho a su consumo, lo que quiere decir a disponer a voluntad de lo así apropiado; a ser dueño
de lo apropiado tanto como se lo es del propio cuerpo
La producción para el consumo: la satisfacción siempre provisoria de un ser humano necesitado,
carenciado, que encuentra en el trabajo, el modo de asegurarse el consumo, y por ende la
supervivencia, con los productos del trabajo que pasan a ser de su propiedad. La propiedad
privada y también su acumulación quedan así justificadas como necesarias, y el consumo
expande su significación a todo acto de determinación sobre lo que se es propietario.[4]
De esta manera, los seres humanos se piensan como existentes cuya característica distintiva es la
falta, la carencia de perfección de ser, esto es, como existentes que no son plenamente existentes
(como sí lo son las Ideas platónicas, antecedente de esta manera de pensar). Existimos entonces
como seres carentes e incompletos, que en el consumo encontramos una forma de completarnos
aunque precariamente, ya que nuestra carencia no es remediable. Desde esta concepción,
estaríamos condenados a una deuda infinita, en busca de una completitud inaccesible. Se instala
así una lógica de la carencia (Heler: 2006) en la que únicamente es factible perseverar en nuestra
existencia gracias al consumo y para el cual hacen falta propiedades privadas.
Pero además, para la moderna economía clásica, vivimos en un mundo de escasez. Por ende, la
satisfacción de las necesidades depende de concretar intercambios entre un alguien que carece de
algo, pero que posee otra cosa de la que puede prescindir, y otro alguien que posee lo que el
primero necesita y carece de lo que aquél le sobra. Y si a alguno nada le sobra, sigue siendo
propietario de su cuerpo, es decir, es dueño de la fuente de toda propiedad, y en el mercado
puede obtener un salario a cambio de la venta de su fuerza de trabajo –como si fuera una
mercancía cualquiera (Marx: 1973: I. 1 y 2 y Marx: 2003: 282-313). La lógica de la carencia se
completa así con una lógica del intercambio –capitalista– (Heler: 2007a: 143-155) y ambas
trabajan en consonancia con la lógica del excedente –desconociendo la lógica de la potencia más
apropiada para un lógica de lo excedente (una lógica que se desprende de la obra de Spinoza,
para quien los seres se definen por lo que pueden y no por lo que son ni por lo que les falta)
(Deleuze: 1996, 2001 y 2003).
La modernidad hace virtud de la condena por el pecado originario, virtud de la necesidad de
producción. La acción creativa, que posibilita el polimorfo consumo humano, será entonces
considerada el motor del progreso, es decir, de una paulatina construcción del Paraíso aquí en la
Tierra y por obra de la producción humana (Cf. Heler: 2000). Pero la asociación de “trabajo” y
“acción creativa” se reserva para determinadas producciones y al mismo tiempo se ve hasta
cierto punto amortiguada por efecto de otras connotaciones que resuenan en la comprensión
moderna de la relación producción-consumo. Es que aún hoy repercuten las significaciones de la
antigüedad que remiten esta relación a otra: la del señor y el siervo. En esta relación, la
producción del siervo (que debe la vida al amo) queda desvalorizada frente a la valorización del
señor y su doble consumo: de los productos que el esclavo le suministra y del cosmos que se
dedica a contemplar en su ocio. Similar desvalorización persiste en la significación de la
producción del proletariado (heredero del estatus del esclavo, aunque presuntamente “liberado”
de la relación de servidumbre).
A la base de la usual comprensión de lo social, desde los inicios de la modernidad, se encuentra
también este modo de visualizar la relación producción-consumo: la sociedad como resultado de
un contrato social que brinda seguridad a la previsión del consumo individual a través de un
orden policial[5] que se basa en el respeto de la propiedad privada. La seguridad se convierte
entonces en el valor supremo: el esfuerzo individual para obtener la satisfacción de las
necesidades en el largo plazo (previsión), a través de la acumulación, debe ser preservado, y la
función del Estado es garantizar su protección. Y como resultado de las luchas de los sectores
que son “parte sin ser parte” de la sociedad,[6] durante el siglo XIX, es el valor social de la
seguridad el que contribuye a que, por un lado, se discipline a los obreros fabriles en una moral
del trabajo (Bauman: 2000; Heler: 2004) orientada a la previsión individual (y funcional a las
necesidades fabriles del capitalismo); y por el otro lado, se desarrolle la previsión social que
desembocará en el Estado de Bienestar del siglo XX (Digilio: 2002: 63-91). Hoy la seguridad
continúa siendo el valor fundamental del lazo social, aunque por primar la visión del
consumidor, con una nueva fisonomía.
La moral del trabajo obliga al trabajo diario y esforzado, sin contentarse con lo ya obtenido,
apuntando a que el obrero sea también previsor, que garantice su sustento y el de su familia,
incluso con la promesa de una movilidad social que dependería sólo de su empeño. Su
acatamiento de esta moral lo convierte en ciudadano y por ello se hace acreedor de los beneficios
que brinda el Estado de Bienestar a la población económicamente activa. En tanto que las
políticas sociales serán unas para esta población de ciudadanos y otras para aquellos que no
acceden a la ciudadanía por carecer de contrato laboral, pero que en función de un ideal de
“pleno empleo” y los requerimientos de la producción industrial, conforman el “ejército de
reserva” de la producción industrial de bienes masivos de consumo.
Promediando el siglo XX, la producción industrial tiende empero a automatizarse e
informatizarse de modo tal que desvanece la necesidad de ese ejército, y desata un insaciable y
destructivo consumo, al que la mayoría no tiene acceso. Es que la perspectiva del consumidor
termina imponiéndose a toda la población aunque sin el acceso de todos al consumo.
La interpretación de la relación producción-consumo desarrollada hasta aquí exhibe a nuestra
actualidad como una consumación de la tendencia al dominio social de la perspectiva del
consumidor, desenfocando la producción hasta dar la apariencia de que la máquina (“trabajo
muerto”, producto de la acumulación de producciones anteriores) ya no requiere el “trabajo
vivo” –la fuerza efectiva (no sólo física) de trabajo de los cuerpos–, o al menos ya no requeriría
ni la cantidad ni la calidad del trabajo de ayer. De este modo, la producción queda fuera de foco,
supeditada al consumo y oculta por la fetichización de la mercancía que denunciara Marx (1973).
Además, según señala David Riesman, ya en 1950, el problema de la producción económica que
denomina de “la dureza del material”, distintivo de la etapa industrial del capitalismo, se ve
desplazado por el problema del “elemento humano” (1981: 141-204), tanto en las cuestiones de
la producción desenfocada como en las de la movilización del consumo.
2. De la necesidad del trabajo a la necesidad del consumo
La automatización y la informatización de la producción material desvalorizan hoy el trabajo
rutinario, mecánico y fragmentario de la línea de montaje, respuesta a la “dureza del material”
desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX. En cambio, tienden hoy a valorizarse las tareas
creativas y en equipo, capaces de aumentar y calibrar la producción computarizada. Va
preponderando entonces la demanda de una fuerza de trabajo con un nuevo perfil, un perfil en
clave de servicio, en la etapa de terciarización de la economía capitalista.[7] Nuevo perfil para
empleos escasos, flexibilizados, en condiciones precarias, que sólo algunos pueden desempeñar.
Y el juego de la demanda y la oferta no se conforma entonces tanto en el intercambio de bienes
materiales como en un mercado de proveedores y usuarios, donde el “elemento humano”
adquiere relevancia. Hoy, terciarización mediante,[8] parecería que el trabajador tiene que
convertirse en proveedor, pues se proveen servicios, esto es, actividades que cumplen una
función práctica, que son útiles (sirven) a la producción material, pero que no producen
directamente bienes, mercancías. Un trabajo inmaterial,[9] sin producto, sin obra (Virno: 2003:
62). Se demanda entonces al ser humano en su totalidad, en sus capacidades intelectuales,
afectivas y comunicativas, como proveedor de servicios destinados a intensificar, calibrar y
variar la producción automatizada e informatizada, así como para mantener la constante
renovación del consumo, pues se hace factible producir “a demanda”.[10]
Si con la “moral del trabajo” se ubicaba en el trabajo la posibilidad de consumo, en la moral
actual prevalece el consumo desplazando al trabajo de su anterior lugar central (pero sin
cancelarlo). Hasta el trabajador inmaterial que hoy se demanda en el mercado laboral tiene que
portar la seducción y la novedad de un objeto de consumo, mientras se espera que la realización
de las tareas encomendadas le provoquen una alegría/satisfacción análoga a la del consumo
como garantía de su compromiso (en cuerpo y alma) con la organización en la que se
desempeña.
Es así que la preeminencia de la perspectiva del consumidor nos encauza a todos en el mismo
papel, endeudándonos en el consumo, aunque no todos poseamos igual capacidad de
consumir.[11] Más aún, tiende a supeditar totalmente la producción al consumo a través del
control de calidad de los productos.
Si bien la conceptualización del trabajo inmaterial abre posibilidades de pensar económica y
socialmente actividades que antes eran desvalorizadas por no ser productivas, el nuevo concepto
encuentra empero su límite en la necesidad de que sirva a la economía informacional.
Desde esta interpretación, las transformaciones sociales de nuestra actualidad en transición
esbozan una nueva fisonomía prorrumpiendo en la sociedad disciplinaria, que Foucault y
Deleuze han tratado de pensar y que llamaron sociedad de control.
Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; pero las
sociedades disciplinarias recientes se equipaban con máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la
entropía y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer
tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la
introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del
capitalismo. Una mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el capitalismo del siglo XIX es
de concentración, para la producción, y de propiedad. Erige pues la fábrica en lugar de encierro, siendo
el capitalista el dueño de los medios de producción, pero también eventualmente propietario de otros
lugares concebidos por analogía (la casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es
conquistado ya por especialización, ya por colonización, ya por baja de los costos de producción. Pero,
en la situación actual, el capitalismo ya no se basa en la producción, que relega frecuentemente a la
periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, la metalurgia o el petróleo. Es
un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas y vende productos terminados:
compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere
comprar son acciones. Ya no es un capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir,
para la venta y para el mercado. Así, es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la
empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que
convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y
transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores. (Deleuze: 1991).
3. La predominancia de la perspectiva del consumidor
Sin producción no hay producto ni consumo. Y sin embargo, la producción fuera de foco genera
la mera apariencia de su prescindibilidad. Preocupa y ocupa entonces el producto consumible.
Por tanto, la mercancía capaz de aumentar la ganancia, para satisfacer al mercado, lo que quiere
decir, al capital.
En la dinámica serial “…producción-consumo-producción-consumo…”, cuando el primer plano
está ocupado por el consumo, la producción se distorsiona: la prioridad dada a sus productos
hace factible supeditarla a la demanda del consumidor. La cuestión pasa por encarrilar la
producción en los imperativos del consumo. Y allí se juega su clausura,[12] en los límites de lo
demandado, de lo redituable, de lo autosustentable, presentándose la necesidad de producir más
de lo mismo, pese a la diversidad y multiplicidad de los productos producidos.
La perspectiva del consumidor se ocupa sólo en el consumo y su aseguramiento, asignando
virtud (excelencia) al consumidor conforme a la cantidad y la calidad de los productos
consumidos. Con su predominio se generaliza la necesidad de la defensa de los derechos del
consumidor, que incluyen el derecho a elegir –una libertad que se limita a elegir entre lo bienes
ofrecidos en el mercado (por ende, entre posibles estáticos). Y la demanda puede fácilmente
adquirir el carácter de reclamo, de queja, en caso de no cumplirse las promesas de satisfacción en
el consumo.
Al consumidor le preocupa entonces asegurar la reiteración del consumo, en cantidad y en
similar o mejor calidad, cuando se haga sentir la necesidad (necesidad que a la vez el consumo
provoca y también multiplica, gracias a “una rápida comunicación o continua interactividad entre
la producción y el consumo”).[13] La seguridad radica en la posibilidad de previsión, una
previsión que establezca un orden de las cosas y los seres humanos,[14] un orden en el que el
consumo esté preparado para la satisfacción inmediata. Como consecuencia de la prioridad
ganada por la perspectiva del consumidor, la dupla orden y seguridad opera como valor
indiscutido e indiscutible.
La seguridad exige la permanencia de un orden donde las variaciones y los cambios no alteren la
dirección de la distribución y la circulación del consumo. El orden administra la producción, la
gestiona, para establecer la garantía del consumo e incluso la defensa de los derechos del
consumidor. Para ello, instaura los criterios con los cuales certificar la calidad de los productos
por el control de la producción; criterios elaborados a partir de las producciones productivas (las
que hay que promover y asegurar, pues se suponen que son las que satisfacen las necesidades de
consumo, a la vez que lo fomentan, lo multiplican y diversifican, incrementando el capital). Pero
son criterios externos a la producción, derivados de la exigencia de seguridad, imponiéndose por
sobre el movimiento propio, interno, de la producción. Más aún, en la búsqueda de obtener el
aval del control de calidad para sus productos, la producción tiene que conformarse a tales
criterios, limitando sus propias posibilidades a las que acreditan en el mercado (incluso en el
mercado de los conocimientos y los expertos).
En su movimiento de auto preservación, el consumo requiere imponer la innovación y el cambio
constantes como ingrediente del orden-seguridad del consumo. En la etapa actual del
capitalismo, el predominio de la perspectiva del consumidor logra consolidarse instalando un
acuerdo general sobre la necesidad de preservar los mecanismos (del mercado) que garantizan la
dinámica del consumo y que deben organizar todas las actividades sociales para brindar
seguridad al consumidor (Heler: 2008b). De este modo, la capacidad de integrar en su dinámica
todo tipo de producciones, depotenciando su fuerza subversiva, aumenta su eficacia. La
producción debe modularse entonces conforme a los dictámenes del mercado. La clausura opera
induciendo la restricción del productor a una producción que encuentre su demanda. La
innovación y el cambio son posibles en tanto aprovechando “ventajas competitivas” acceden a
un lugar en el orden del consumo. De esta manera, las diferencias que estos cambios e
innovaciones introducen sólo constituyen en el fondo diferencias marginales[15] puesto que
resultan funcionales al impulso del consumo (y, por supuesto, sin cuestionar la hegemonía de la
perspectiva del consumidor y reproduciendo el orden del consumo). No obstante, la clausura
genera resistencias.
4. El desafío, la apuesta, el drama
En la etapa actual del capitalismo es factible incentivar la producción, promover su innovación y
cambio. Es que la irrupción de la novedad y sus riesgos potenciales para el orden del consumo
quedan controlados si consumidores y productores se preocupan y ocupan en productos capaces
de reponer la promesa de satisfacción por el consumo en el mercado. Cuando la predominancia
de la perspectiva del consumidor logra reducir lo excedente al excedente y éste adquiere su valor
en tanto colabora al movimiento incesante del consumo, conforme a la ley del incremento del
capital, la producción es entonces subsumida por el consumo y regida por la lógica del
excedente. Se mella así el filo crítico, cuestionador de lo establecido, de las posibilidades
dinámicas que la producción puede actualizar.[16] El resultado es un mundo globalizado: un
conjunto complejo de relaciones cambiantes dentro de contextos múltiples de acción colectiva en
permanente readaptación; no ya mundos unitarios y centrados, sino redes sociales, múltiples y en
transformación, que muestran empero un “aire de familia” –que hallan su denominador común–
en el trabajo de la lógica del excedente dirigido a la permanencia del flexible y cambiante
sistema de dominación del capitalismo actual, provocando exclusión –desigualdades y
opresiones.
Y, sin embargo, las resistencias son inevitables en tanto la supremacía de la perspectiva del
consumidor puede desenfocar la producción pero su parasitismo no puede prescindir de ella (so
pena de matar a la gallina de los huevo de oro). Al imponer esta perspectiva como dominante, la
lógica del excedente puede subordinar a la lógica de lo excedente, ponerla a su servicio.
Desenfocar la producción significa que no ocupa el centro de la atención ni se reconoce su
carácter de fuente de los productos mercantilizados; al mismo tiempo que conlleva que se deja
operar la lógica de lo excedente, la dinámica inmanente de la producción, en los límites de las
modalidades y modulaciones que sostienen la preservación del sistema de dominación. Pero la
potencialidad de lo excedente, por definición, excede los límites. He aquí entonces el desafío y la
apuesta, pero también el drama de nuestra contemporaneidad. Nuestra aventura como seres
vivos.
Desafiar los posibles estáticos. Apostar por la producción de posibles dinámicos. Sumergirse en
el drama de jugar sin garantías, sin poder prever los resultados de abrir espacios para la
producción, con interés por los productos pero persiguiendo la potenciación de la producción y
de los productores, explorando las posibilidades así abiertas, bajo el permanente peligro de la
captura. Aventurar la afirmación –en el pensar-hacer– de la perspectiva del productor con sus
derivas sólo probables, en este mundo obturado por la lógica del excedente.
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10
[1] El uso de la palabra “lógica”, tanto en el artículo citado como en lo que sigue, refiere a una idea que trabaja, que
funciona, en la articulación de otros conceptos, surgidos o especificados a partir de o en vinculación con ella, y por
referencia a problemas actuales de distinta índole, en intrínseca conexión con las prácticas correspondientes.
[2] En contraposición a lo que llamo posibles estáticos –las posibilidades impuestas como las únicas viables,
“autosustentables”, funcionales a la reproducción de la dominación y generadores de una ficción de elección libre–
denomino posible dinámicos a las posibilidades que establecen alguna diferencia con el orden establecido y que por
tanto son calificados de imposibles, inviables, porque no serían funcionales a su conservación. Cf. Heler: 2007b.
[3] En lo que sigue uso partes de un texto previo (HELER: 2008d).
[4] Por ejemplo, en el Ensayo sobre el Gobierno Civil (1690), John Locke, después de dejar asentado que la tierra y
todo lo que en ella se reproduce, Dios lo dio a todos los hombres en común “para el sustento y satisfacción de su
ser” (§ 25), señala que “26. Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean a todos los hombres comunes, cada
hombre, empero, tiene una «propiedad» en su misma «persona». A ella nadie tiene derecho alguno, salvo él mismo.
El «trabajo» de su cuerpo y la «obra» de sus manos podemos decir que son propiamente suyos (…) Porque siendo el
referido «trabajo» propiedad indiscutible de tal trabajador, no hay más hombre que él con derecho a lo ya
incorporado, al menos donde hubiere de ello abundamiento, y común suficiencia para los demás”. Para luego
especificar en el § 30, el límite de la apropiación: “La misma ley de naturaleza que por tales medios nos otorga
propiedad, esta misma propiedad limita. […]¿Pero cuánto, nos ha dado «para nuestro goce»? Tanto como cada quien
pueda utilizar para cualquier ventaja vital antes de su malogro, tanto como pueda por su trabajo convertir en
propiedad. Cuanto a esto exceda, sobrepuja su parte y pertenece a otros” (la cursiva me pertenece).
[5] “Orden policial” en la connotación que reconoce el diccionario al vocablo “policía”: “Buen orden que se
observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor
gobierno”. Y la utilizo en el sentido de Rancière: “Generalmente se denomina política al conjunto de los procesos
mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los
poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar
otro nombre a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía. (…) La policía es, en
su esencia, la ley, generalmente implícita, que define la parte o la ausencia de parte de las partes. Pero para definir
esto hace falta en primer lugar definir la configuración de lo sensible en que se inscriben unas y otras. De este modo,
la policía es primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos
del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es
un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea
entendida como perteneciente al discurso y tal otra al ruido. Es por ejemplo una ley de policía que hace
tradicionalmente del lugar de trabajo un espacio privado no regido por los modos del ver y del decir propios de lo
que se denomina el espacio público, donde el tener parte del trabajador se define estrictamente por la remuneración
de su trabajo. La policía no es tanto un “disciplinamiento” de los cuerpos como una regla de su aparecer, una
configuración de las ocupaciones y las propiedades de los espacios donde esas ocupaciones se distribuyen.”
RANCIÈRE: 1996: 43, 44 y 45, la cursiva me corresponde. Cf. HELER: 2008b.
[6] La expresión, que remite a Marx, la tomo en el sentido que expone Rancière, en el texto mencionado en la cita
anterior.
[7] Se suele denominar primer sector de la economía a la agricultura y la ganadería, segundo, a la industria,
tercero, a los servicios (bancos, aseguradoras, pero también empleados domésticos, profesionales, etc.), y
“terciarización”, al proceso en el cual el área de servicios adquiere predominancia en la economía.
[8] “Los servicios abarcan un amplio rango de actividades, desde el cuidado de la salud, la educación, las finanzas y
el transporte hasta los entretenimientos y la publicidad. Los empleos para la mayor parte son altamente móviles e
involucran habilidades flexibles. Más importante aún: se caracterizan en general por el papel central desempeñado
por el conocimiento, la información, el afecto y la comunicación. En este sentido muchos denominan a la economía
posindustrial una economía informacional. Sostener que la modernización ha concluido y que la economía global
está atravesando un proceso de posmodernización hacia una economía informacional no significa que la producción
industrial será dejada de lado ni que dejará de jugar un papel importante, incluso en las regiones más dominantes del
planeta. Del mismo modo que los procesos de industrialización transformaron la agricultura y la volvieron más
productiva, así también la revolución informacional transformará la industria redefiniendo y rejuveneciendo los
procesos de fabricación. Aquí el nuevo operativo administrativo imperativo es «tratar a la fabricación como un
servicio».” (Hardt y Negri: 2002: 261-280).
[9] “En resumen, podemos distinguir tres tipos de trabajo inmaterial que conducen al sector servicios la tope de la
economía informacional. El primero está implicado en una producción industrial que se ha informacionalizado e
incorporado tecnologías de comunicación de modo tal que transforman al propio proceso de producción. La
manufactura es considerada un servicio, y el trabajo material de la producción de bienes durables se mezcla y tiende
hacia el trabajo inmaterial. El segundo es el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas, el que se
subdivide en manipulaciones inteligentes y creativas por un lado y tareas simbólicas rutinarias por otro. Finalmente,
un tercer tipo de trabajo inmaterial implica la producción y manipulación de afectos, y requiere contacto humano
(virtual o real), trabajo en modo corporal. Estos son los tres tipos de trabajo que dirigen la posmodernización de la
economía global.” (Hardt y Negri: 2002: cap. 13).
[10] “El Toyotismo se basa en una inversión de la estructura Fordista de comunicación entre la producción y el
consumo. Idealmente, según este modelo, la planificación de la producción se comunicará constante e
inmediatamente con los mercados. Las fábricas mantendrán un stock cero, y las mercancías serán producidas justo a
tiempo, de acuerdo a la demanda actual de los mercados existentes. De este modo el modelo no implica simplemente
un circuito de retroalimentación más veloz sino una inversión de la relación porque, al menos en teoría, la decisión
de producción ocurre después y como reacción a la decisión del mercado. En los casos más extremos la mercancía
no es producida hasta que el consumidor ya la haya elegido y comprado. Pero en general es más exacto concebir al
modelo como empeñado en una rápida comunicación o continua interactividad entre la producción y el consumo.
El contexto industrial provee un primer sentido en el que la comunicación y la información han llegado a cumplir un
papel central en la producción. Podríamos afirmar que la acción instrumental y la acción comunicativa se han
entrelazado íntimamente en el proceso industrial informacionalizado, pero debemos apresurarnos a agregar que esta
es una noción empobrecida de la comunicación en cuanto mera transmisión de los datos del mercado. El sector
servicios de la economía presenta un modelo más rico de la comunicación productiva. De hecho, la mayoría de los
servicios se basan en el continuo intercambio de información y conocimientos. Puesto que la producción de
servicios no resulta en bienes materiales ni durables, definimos al trabajo implicado en esta producción como
trabajo inmaterial-es decir, trabajo que produce un bien inmaterial, tal como un servicio, un producto cultural,
conocimiento o comunicación.” (Hardt y Negri: 2002: cap. 13).
[11] En el libro ya citado, Bauman, se refiere al “consumidor manqué”, mancado, para referirse a los incapacitados
para consumir. Queda así la ambigüedad acerca de si tal incapacidad está determinada por las características del
individuo o es su pobreza la que le impide acceder al consumo, y esta ambigüedad deja lugar para atribuir culpas
individuales.
[12] Castoriadis caracteriza la “clausura” así: “Cualquier interrogante que tenga sentido dentro de un campo
clausurado, en su respuesta reconduce a ese mismo campo”, (CASTORIADIS: 1998: 319). Esto es, repone todo
planteamiento dentro de los parámetros y las modalidades aceptados dentro del campo, procurando así encauzar las
disidencias y dando lugar a la exploración de nuevas posibilidades hasta donde no cuestionen el orden establecido.
Constituye una forma de domesticación de la crítica cuyo objetivo es la reproducción del régimen de dominación.
[13] Ver supra nota 11.
[14] La tecnociencia es la encargada de proveer esas previsiones, a través de las regularidades que construye y que
son “científicas” precisamente por su capacidad de predicción. (HELER: 2005).
[15] Una “diferencia”, por ejemplo, entre mercancías de diferente o la misma marca, es “marginal” si sólo modifica
o agrega algo inesencial al producto. Es cierto que también algunos productos hoy presentarían diferencias no
marginales por constituir auténticas innovaciones (por ejemplo, en la informática). Pero, por lo general, el consumo
se impulsa a través de esas diferencias marginales; a través de diferencias no marginales el impulso se intensifica
por abrir nuevas áreas de consumo. De cualquier manera, el tipo de diferencia depende de los términos de la
comparación.
[16] “El acto fundamental de la sociedad es codificar los flujos y tratar como enemigo a aquello que en relación con
ella se presente como un flujo no codificable que pone en cuestión toda la tierra, todo el cuerpo de esa sociedad.
Diría esto de toda sociedad, salvo quizá de la nuestra, el capitalismo […] La paradoja fundamental del capitalismo
como formación social es que se ha constituido históricamente sobre algo increíble, sobre lo que era el terror de las
otras sociedades: la existencia y realidad de flujos descodificados […] Todas las otras formaciones sociales han
funcionado sobre la base de un código y de una territorialización de los flujos. Entre la máquina capitalista que hace
una axiomática de los flujos descodificados o desterritorializados y las otras formaciones sociales, hay
verdaderamente una diferencia de naturaleza que hace que el capitalismo sea el negativo de las otras sociedades.”
(DELEUZE: 2005: 21 y 23).
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