de “paras”, control social y otros impedimentos para la democracia

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REVISTA POLÍTICA colombiana
De “paras”, control social y otros
impedimentos para la democracia
DE “PARAS”,
CONTROL SOCIAL Y OTROS
IMPEDIMENTOS PARA
LA DEMOCRACIA
Andrés Felipe Ortega Gómez
El Nuevo Ajedrez Político
Andrés Felipe Ortega Gómez
Catedrático de la Universidad Sergio Arboleda.
Estudiante de Maestría en Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
La relación entre conflicto armado y las dinámicas político-electorales es un campo de
estudio poco analizado. En efecto, ambos
campos suelen tratarse como independientes. Por un lado, el conflicto armado se estudia desde las motivaciones de los actores
que la practican, las estrategias usadas por
éstos y las reivindicaciones que alimentan
–y justifican- el uso de la violencia. Por el
lado de las dinámicas político-electorales,
las temáticas giran en torno a los intereses
y estrategias de los actores involucrados en
el proceso (partidos políticos y votantes) así
como los incentivos institucionales, sociales y culturales que regulan el camino del
voto a la curul.
A pesar de aparecer como campos independientes, el caso colombiano nos impone la
necesidad de analizar las relaciones que se
tejen en torno a ambos fenómenos, subrayando la importancia de reconocer la influencia
de los contextos sociales y políticos en que se
llevan a cabo los procedimientos democráticos. Como lo señala García, “el clientelismo,
la corrupción y la violencia son factores contextuales que tendrían la capacidad de afectar la competencia política, las preferencias
electorales y el comportamiento político de
73
los ciudadanos, y de una manera general la
calidad de la democracia”. (2007, 84).
En el caso colombiano, el conflicto armado
y el funcionamiento de la democracia, tienen
profundas conexiones que es menester analizar, como lo expresa Hoyos
El sistema democrático es desafiado constantemente por las prácticas de intimidación
que los actores armados ejercen sobre los
actores políticos y sociales y por las distintas formas de influencia y control sobre las
instituciones, los gobiernos y la población.
En este contexto es de esperar que el funcionamiento de las instituciones, los procesos
electorales, los procesos participativos y las
mismas formas de hacer política se redefinan, transformen o asuman lógicas particulares como consecuencia de la influencia y
control de los actores armados en aquellos
territorios donde han tenido una presencia
permanente o incluso en aquellos que han
constituido escenarios de disputa. (2008,
14).
Este es el marco de análisis en el que se mueve este ensayo, de carácter exploratorio, que
busca indagar por los efectos que el control
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paramilitar impone sobre el sistema político
colombiano. Dichos efectos se manifiestan en
un control social y político de las poblaciones
y de las élites regionales que el paramilitarismo desarrolla en las regiones colombianas.
La hipótesis principal que se ha venido manejando en los últimos años frente a este
tema ha sido que la construcción de órdenes
sociales por parte del paramilitarismo pone
en tela de juicio la democracia en las regiones colombianas. En ese sentido, la construcción de “autoritarismos subregionales” (Gibson 2005) desafía, o por lo menos, redefine la
democracia local y regional.
Bajo este marco de análisis, la Corporación
Nuevo Arcoíris (2007) analizó las relaciones
entre clase política regional y grupos paramilitares, en lo que posteriormente se consolidó mediáticamente como el fenómeno
de la parapolítica. Claudia López, define al
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fenómeno de la siguiente manera: “Hoy está
establecido que la parapolítica es un fenómeno nacional de captura masiva de la representación política y el poder público por
parte del narcotráfico y el paramilitarismo, a
través de políticos y otros servidores públicos en los niveles local, regional y nacional”.
(López y Sevillano, 2008: 62)1. A pesar de
esta interpretación, Rangel (2010) dice que
este proceso es sólo una de las consecuencias
favorables que ha traído el proceso de desmovilización y reintegración de los grupos
paramilitares.
Hay que comentar, además, que este proceso ha sido fuente de los recientes enfrentamientos entre el ejecutivo colombiano y la Corte Suprema
de Justicia. Como lo documenta el Informe Anual de Derechos Humanos de
2008, uno de los hechos políticos que determinaron la situación de derechos
humanos, fue el enfrentamiento que se ha sucedido entre el gobierno nacional y la CSJ, “por cuenta de de las últimas investigaciones sobre los
presuntos vínculos entre miembros del Congreso y organizaciones paramilitares, proceso conocido como la ‘parapolítica’”. (ONU, 2008: 6). En
efecto, el proceso de deslegitimación a la CSJ comienza cuando ésta empieza a investigar los vínculos que se establecieron entre políticos y miembros
de los grupos paramilitares, que inicialmente se ubico geográficamente en
la Costa Atlántico, tras la divulgación de reuniones entre políticos y paramilitares con el fin de cooptar el Estado colombiano.
1
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El Nuevo Ajedrez Político
Más allá del rico debate que se establece sobre el fenómeno de la parapolítica, este ensayo recoge el camino de Gibson y lo busca enriquecer bajo la perspectiva de las relaciones
entre el conflicto armado y las dinámicas político-electorales. En ese sentido, argumentamos, a manera de hipótesis que las formas de
control paramilitar operan como incentivos
perversos frente a tres factores: (1) movilización política, (2) participación política y (3)
estructuración de las carreras políticas.
Conforme a lo anterior, la exposición está
pensada en tres partes. En la primera parte,
se hace una reflexión sobre la construcción
fragmentada del Estado en Colombia, que
define las características del poder local, lo
cual nos permite avanzar en una caracterización no exhaustiva del paramilitarismo basada en las interpretaciones académicas más
relevantes que se han hecho del fenómeno.
La segunda parte, se concentra en los efectos determinados sobre la movilización, la
participación y en las carreras políticas. Para
concluir, unas consideraciones finales sobre
el control paramilitar, la relación con el narcotráfico y las dinámicas político-electorales
en Colombia.
En este primer avance del trabajo me concentraré en la primera parte, es decir la reflexión sobre la construcción del Estado en
Colombia y en la caracterización no exhaustiva del paramilitarismo. En la segunda
entrega del trabajo, buscaremos completar
los argumentos que sustentarán la hipótesis
propuesta.
El interés por avanzar en esta perspectiva está relacionado con el papel que juega
el conflicto armado en un sistema político,
como lo argumenta García,
75
La intensificación del conflicto armado durante las últimas dos décadas, la consolidación del control territorial por parte de los
grupos armados ilegales –guerrillas y paramilitares- en amplias zonas del país y la consecuente incapacidad del Estado colombiano para preservar el Estado de derecho en la
totalidad del territorio nacional, han hecho
cada vez más evidente el impacto del conflicto armado sobre el funcionamiento de la democracia, y particularmente, sobre el desenvolvimiento de los procesos electorales. Por
esto resulta de vital importancia analizar la
relación entre participación y violencia política en Colombia. (2007, 85).
Desde una mirada más amplia, la violencia
presente en los conflictos armados afecta claramente el desarrollo de los Estados debido
a la inestabilidad que produce la violencia y
el conflicto armado (además de las violaciones a los derechos de las poblaciones). En
estos contextos de inestabilidad, los Estados
se tornan incapaces de imponer orden a la
sociedad, evidenciando el debilitamiento de
las instituciones. En otras palabras, los Estados pierden por efectos del conflicto (su
degradación y generalización) los “monopolios clásicos” que las teorías del estado
le otorgan. Evidentemente, un sistema con
dichas características representa un fenómeno analítico diferente a los campos tradicionales de la literatura, se hace necesario,
entonces acudir a nuevos marcos teóricos y
explicaciones metodológicas que nos permitan entender la magnitud del campo que
se estudia2.
García y Hoskin nos dicen que una debilidad de la literatura concerniente
al comportamiento electoral es que “ha emergido de estudios de democracias caracterizadas por un alto grado de estabilidad política. De la misma
manera, análisis electorales en países bajo la presión de la crisis, usualmente se inscriben en las mismas tendencias teóricas y metodológicas sin
examinar el impacto de las crisis políticas sobre resultados electorales y
2
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A pesar de la mirada y juicio de cada observador y de la profunda discusión que amerita el tema, hay dos factores que nos obligan a pensar en la “particularidad del caso
colombiano”. En primer lugar, la constante
histórica de un aparato estatal3 y de formas
democráticas (procedimentales), a pesar de
la persistencia de la violencia política. Pareciera entonces que Colombia atraviesa una
suerte de péndulo entre la legitimidad y la
violencia (Palacios 2002) que parece marcar
el sino institucional del país.
En segundo lugar, tenemos la presencia de un
conflicto armado que a lo largo de los últimos
20 años ha sufrido profundas transformaciones en torno a los actores, a las dinámicas territoriales y de combate, así como a las fuentes de financiación y la lectura internacional
que del mismo se hace desde sus actores y de
instancias internacionales. Es, en síntesis, un
conflicto que se resiste a generalizaciones y
etiquetas gratuitas.
su impacto sobre comportamiento electoral”. (García y Hoskin, 2003, 2).
Traducción libre al español del autor.
3
Cuya construcción, como argumentan González, Bolívar y Vásquez (2005)
es un proceso diferenciado regionalmente en donde las redes de poder y la
legitimidad del Estado varían
Paramilitares: en la
búsqueda del poder local
El paramilitarismo se construye como un
fenómeno ligado a los escenarios locales y
regionales del poder político. En ese sentido,
la hipótesis de Sánchez y Chacón en torno
a la relación entre conflicto y descentralización política y de gasto público ilustra la
importancia del poder local para los grupos
armados
Estos cambios institucionales tuvieron un
efecto sustancial en la dinámica del conflicto
armado interno, pues si el poder político y
los recursos presupuestales se trasladaron a
lo local, los grupos irregulares tendrían incentivos para tener mayor injerencia y control sobre el ámbito local, en particular dada
la debilidad del Estado tanto en lo relativo
al monopolio de la fuerza como a la administración de la justicia. Así, en la medida
en que aumentaran su control sobre lo local
–por la vía de la intimidación, de la depredación o de alianzas estratégicas con los dirigentes locales y regionales-accedían a una
mayor porción de poder. (2007, 350-351).
La importancia del nivel local es resaltada
también por Ramírez, quien afirma que el
conflicto armado conlleva una territorialización privada del país. Este fenómeno, “con-
Esta precariedad del Estado refleja procesos de ocupación del
territorio diferenciados según el grado de poder que el Estado
tiene en el territorio.
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lleva la enajenación de las diversas jurisdicciones, competencias y nexos constitutivos
del orden territorial vigente en lo social, lo
político, lo económico y lo judicial”. (2005,
170-171). En el caso de los territorios de
control paramilitar, “lo que se proclama es
la salvación del [Estado] existente mediante
la recuperación de fortalezas que le permitan
cumplir sus fundamentales compromisos de
salvaguardia de la vida, la libertad personal y
la propiedad privada”. (2005, 172). En ambas
reflexiones, la debilidad del Estado nacional
aparece como un elemento fundamental: su
poder y legitimidad, simplemente, no cobija
a todo el territorio y por ende, su soberanía
es fragmentada y su funcionamiento es precario. Esta variable no aparece aquí como un
efecto del conflicto, sino como connatural al
proceso de formación de Estado en Colombia.
Este ensayo asume el planteamiento realizado por Fernán González, Ingrid Bolívar
y Teófilo Vásquez (2005), que al reconocer
las características propias de nuestro Estado, como uno en el cual los procesos unificación e integración social se han dado de
forma carente en relación con otros procesos
de formación estatal, nos dice que la realidad
de este no implica una deficiencia sino “un
estilo particular en el desarrollo del mismo”
(2005, 267). Ahora bien, el uso del concepto
de precariedad del Estado, se retoma de D.
Pécaut. En este concepto, lo fundamental es
“el tipo de relación que se establece entre Estado y sociedad en Colombia”.
Esta precariedad del Estado refleja procesos
de ocupación del territorio diferenciados según el grado de poder que el Estado tiene en
el territorio. Y los grados de poder permiten
77
Foto de archivo.
generar formas de articulación social que pueden ser entendidas como dominio del Estado
y las instituciones con la carga de legalidad y
legitimidad que implica la presencia real del
Estado, y en otros aspectos pueden tomar la
forma de articulaciones donde el Estado no
es el protagonista y puede ser reemplazado
por élites regionales sean políticas o armadas
que generan un orden social especifico. Por
ejemplo, la aplicación del concepto de Señores de la Guerra para los grupos paramilitares, que hace Duncan resulta, como veremos,
ilustrativa para estos propósitos.
Esta referencia a Duncan, nos permite introducir la reflexión que hace María Teresa Uribe sobre las soberanías fragmentadas presentes en el país y que se constituye en un eje de
interpretación complementario al proceso de
formación estatal propio del país. María Teresa Uribe parte de un concepto denominado
estados de guerra, que retoma de Foucault.
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Dichos estados están definidos por “el animus
belli, el mantenimiento de la hostilidad como
horizonte abierto para dirimir las tensiones y
los conflictos propios del mundo social y la
violencia como estrategia para la solución de
los problemas de la vida en común”. (2000,
459).
Sobre la base de esta reflexión, quisiéramos
entrar a caracterizar al paramilitarismo como
actor armado. Lo primero que debemos anotar es que la formación reciente4 del fenómeno
paramilitar se da manera ascendente durante
la década de 1980 bajo la figura de autodefensas que sustentaban la necesidad de hacer
frente al poder de la guerrilla y al aumento
de sus capacidades de control territorial. Un
escenario complejo y con la interacción de
actores que pretendían, además de la lucha
contrainsurgente, generar dinámicas que les
permitieran conservar sus intereses intactos
frente a procesos que se estaban generando a
nivel nacional, como los acuerdos de paz y la
apertura del sistema político.
Mauricio Romero (2003) nos muestra como
las élites regionales y las Fuerzas Armadas
Digo reciente porque el paramilitarismo no es un fenómeno de las últimas
dos décadas en el país. No nació con las AUC. Si seguimos a García-Peña,
“[el paramilitarismo] forma parte de una vieja tradición de las élites nacionales de acallar a sus opositores mediante el uso de la fuerza, como ocurrió
con los ‘pájaros’ de los años de la Violencia, para no ir más atrás” (2005,
59). De igual forma, Rubio, sobre el tema en ciernes, expresa “la formación
de grupos de paramilitares o de autodefensa ha sido un recurso utilizado a
lo largo de la historia nacional para ayudar, en términos duros, al Estado en
sus funciones de brindar seguridad (manejo del orden público y control territorial)” (2004, 30). Por otro lado, los ´Pájaros’ de los años de la Violencia
anidan en “la segunda oleada comprendida entre finales de 1949 y 1955,
que recurrió insistentemente a la policía política y a los grupos de civiles
armados, configurándose con claridad el “Pájaro” como sicario partidista.”
(Betancourt, 1990, 57). Ahora bien, no deja de ser cuando menos paradójico
que el primer informe del área de DDR de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) haya sido titulado “Disidentes, rearmados
y emergentes: ¿bandas criminales o tercera generación paramilitar?” en
términos de que una tercera generación paramilitar no aporta muchas esperanzas para la superación definitiva del fenómeno, con los consecuentes
costos sociales, económicos, y en última instancia el alejamiento de obtener
la paz.
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aparecen como elementos que chocan con la
dinámica del gobierno nacional y que, junto
con grupos de narcotraficantes que para entonces ya eran grandes propietarios, plantean
una lucha frontal tanto contra la insurgencia
como contra la población civil y los procesos
políticos de izquierda nacientes en este contexto. En efecto,
Primero las élites regionales rechazaron el
reformismo de la Presidencia y desafiaron
las políticas de paz del gobierno central; se
opusieron públicamente a las negociaciones y
callaron frente a la violencia en contra de comunistas, radicales, socialistas o reformistas
en el ámbito local. Segundo, narcotraficantes
convertidos en propietarios rurales y terratenientes promovieron grupos de vigilancia
privada que atacaron civiles sospechosos de
apoyar a la guerrilla, o a grupos movilizados
para demandar derechos y políticas de progreso social. Tercero, las Fuerzas Armadas
rechazaron las negociaciones entre la Presidencia y las guerrillas, oponiéndose públicamente y favoreciendo el uso de técnicas contrainsurgentes. (Romero, 2003, 18).
Partiendo del marco anterior podemos expresar la relación del paramilitarismo con la
sociedad y el Estado siguiendo a Francisco
Gutiérrez y a Mauricio Barón (2006), quienes
plantean que el paramilitarismo es imposible
de explicar si no se parte del supuesto en el cual
el Estado enfrenta como desafío principal, a la
guerrilla. De tal forma que “tanto el desafío
como la respuesta originaron una guerra larga
y asimétrica, que le dio la oportunidad al paramilitarismo de sostener un prolongado control
territorial sin ser derrotado – o afectado críticamente- por las Farc” (2006, pp. 270-271, la
cursiva es del formato original)
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La relación en ciernes se da - un trabajo
cuyo referente concreto es el caso de Puerto
Boyacá5, periodizando y conceptualizando
sobre las fases que ha tenido el paramilitarismo en la última década- partiendo de
la existencia de apoyo por parte de fuerzas
intrasistémicas que básicamente se configuran en tres espacios: En primer lugar,
las políticas gubernamentales (Gutiérrez y
Barón, 2006, 272) que permitieron e invitaron a la población en un momento dado
a la formación de grupos de autodefensas,
que se configuraron con una estrecha relación con las Fuerzas Armadas colombianas
como actores con objetivos comunes y que
Para mayor entendimiento del caso de Puerto Boyacá, una referencia obligada es el libro de Carlos Medina Gallego (1990). Autodefensas, paramilitares y narcotráfico en Colombia origen, desarrollo y consolidación, el caso
5
“Puerto Boyacá.
se dieron como un complemento en la lucha
contrainsurgente.
En segundo lugar, el apoyo de importantes
fuerzas sociales (Gutiérrez y Barón, 2006,
274) en las que encontramos como actor de
gran influencia y permanencia frente a los
grupos paramilitares a los ganaderos además
de otros actores que también aparecen como
base de apoyo entre los que encontramos comerciantes, agricultores, etc. En tercer lugar,
encontramos el apoyo heterogéneo de miembros del establecimiento político: “los paramilitares no tienen color político, y cooperan
con cualquiera que acepte sus premisas básicas” (Gutiérrez y Barón, 2006, 278).
Abordaremos ahora el concepto de señores
de la guerra, propuesto por Duncan, quien
Foto Archivo Revista Poder
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busca aproximar el concepto a la dinámica del fenómeno paramilitar colombiano,
apartándose de las interpretaciones “reduccionistas” acerca del desarrollo de los paramilitares en Colombia. Estos grupos, independientemente de su origen, actualmente
no resultan cobijados por las políticas de
Estado sino que tienen y enarbolan un proyecto propio acerca de la organización de
la sociedad allí donde tienen control. En
efecto, los paramilitares, como señores de la
guerra, tienen como elemento característico
la potestad de “establecer control autónomo
sobre una sociedad” (Duncan, 2006, 25). La
característica de autonomía que le otorga
Duncan a los paramilitares es la siguiente:
[autonomía refiere] “a la capacidad superior
a otras fuerzas que tiene una organización
armada para apropiarse de las funciones de
Estado y de establecer un orden social en
una región, indistintamente de la naturaleza de acuerdos que se transen con las otras
fuerzas para garantizar la primacía sobre lo
local.” (2006, 26)
Este aspecto de “regionalismo” es vital para
entender la lógica paramilitar e incluso del
reciente escándalo de la “para-política”, y es
que los paramilitares asumen la intersección
entre el poder local y el poder nacional, y
controlan de acuerdo a sus intereses el poder
local, de allí que parezca natural la existencia
de relaciones entre la clase política o empresarial y los dirigentes paramilitares. Aunque
al principio este control fue ejercido sobre
los narcotraficantes, a lo largo de la última
década, fueron forjando un poder propio basado en la lealtad de las comunidades que
por la fuerza o por consentimiento aceptaron
su existencia.
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De igual forma, es rescatable la apreciación
que Duncan tiene de las disparidades entre
paramilitares y el Estado-Nación, pues lo
que él rescata es que a los primeros, no les
interesa cambiar la estructura del Estado,
sólo quieren perpetuar los estados-regionales
y los beneficios que de allí se derivan, aspecto que los diferencia de las guerrillas, “los
señores de la guerra no están interesados en
la toma absoluta del poder nacional, su objetivo está trazado en construir una forma de
autoridad subnacional en la periferia, para
desde allí negociar su ascendencia sobre la
globalidad del poder del país con las élites
sociales, económicas y políticas del centro.”
(Duncan, 2006, 34-35).
Una salvedad que debe hacerse antes de entrar en el análisis detallado tiene que ver con
que a pesar de que consideramos al paramilitarismo como un actor único, su accionar regional varía ostensiblemente, es decir, a pesar
de que en 1997 se consolida el paramilitarismo como AUC, en lo que Cubides denomina
un tránsito de lo privado a lo público de la
violencia (1998), las AUC se comportaron de
manera más descentralizada, en contraposición a las guerrillas. Esto se debe, entre otros
factores, a la estrategia militar aplicada por
los para-narcos y los narco-paras (Camacho
2009). En lo que sigue, analizamos los efectos en la cual el paramilitarismo es el único
actor armado ilegal presente.
Estos espacios sociales en los que domina el
paramilitarismo siguen una lógica común:
no quieren derrocar al Estado. “su objetivo está trazado para construir una forma de
autoridad subnacional en la periferia, para
desde allí negociar su ascendencia sobre la
globalidad del poder del país con las élites
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El Nuevo Ajedrez Político
sociales, económicas y políticas del centro.
La diferencia en cuanto al alcance de los objetivos de poder, implica que es suficiente
con hacer elegir a políticos y funcionarios
del orden nacional comprometidos con la
organización, para garantizar la supervivencia de su primacía regional”. (Duncan, 2007,
206). Sobre la base de estos objetivos, podemos afirmar, como lo plantea la hipótesis de
Losada (2006), que los paramilitares generan
tres tipos de comportamiento en relación con
los procesos electorales:
• El modelo hegemónico con el que recu-
rren a todos los métodos, incluso a los
violentos, para hacer elegir sus candidatos.
• El modelo de predominio dentro de com-
petencia restringida en el cual los paramilitares tienen un candidato preferido y
permiten otros candidatos, pero sus opositores han sido neutralizados.
• El modelo de indiferencia electoral en
el cual no dejan ver indicios de interés
en una candidatura especifica. (Morales,
2007, 11).
Efectos del
control paramilitar
Efectos en la movilización
En nuestra opinión, el tema de la movilización responde, en un contexto como el analizado, a los factores que Hagopian reseña
para las democracias emergentes. En estos
países, reconoce una debilidad institucional
general frente al sistema político, debilidad
81
Foto de archivo.
que se manifiesta en volatilidad electoral, en
la coherencia programática de los partidos
así como en el clientelismo y el patronazgo.
En ese sentido, argumentamos que los efectos en la movilización desde el control paramilitar, responden al hecho de que el actor
armado crea redes sociales en las regiones
del país. Fomenta una ciudadanía que, como
argumenta Duncan, no se corresponde con
los conceptos clásicos de ciudadanía propios
de la democracia. Por consiguiente, producen un desplazamiento de los referentes de lo
justo/injusto, lo legal/ilegal.
El control paramilitar complejiza la relación
clientelar tradicional. Impone un clientelismo
armado, que se caracteriza por “una serie de
“impuestos” ilegítimos sobre ingresos lícitos o
ilícitos de los extorsionados, que habitualmente
se cobran bajo amenaza de muerte. Las víctimas de estas prácticas son diversas. Funcionarios del orden municipal, regional o nacional
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son presionados para entregar dineros públicos
o, más a menudo, para desviar fondos hacia determinadas obras, zonas o contratistas”. (Pro-
grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo. 2003, 87). Y además, proporciona “un
servicio indispensable en comunidades donde
Cuadro No. 1 Impacto esperado de la presencia de los actores
armados sobre la participación electoral
Paramilitares
Ausente
1. Máxima
participación.
Guerrilla
Ausente
Presente
3. Menor que 2.
Presente
2. Menor que 1
4. Mínima
participación
(García, 2007, 96).
la inseguridad es parte de la vida cotidiana: la
protección contra guerrillas, otros señores de la
guerra y demás bandas armadas. Por su parte,
las clientelas entregan su lealtad y la disponibilidad para que las figuras impongan y preserven el poder”. (Duncan, 2005, 116).
El clientelismo que propone el control paramilitar se basa en dos bienes esenciales: dinero
y poder. Con lo cual alteran las formas de dominación social de una población convirtiéndose, de esta manera, en el Estado en la práctica. (Duncan 2005). Evidentemente, en estas
relaciones se estructura una larga y nueva red
clientelar que implica negociación y acuerdos
con diferentes actores en diferentes instancias
y niveles administrativos y territoriales, dado
el interés que tienen los paramilitares por infiltrar al Estado desde la política (para obtener
más poder), desde lo judicial (para tener tratos
benéficos desde las leyes o mantener total impunidad) y desde los organismos de seguridad
(que las operaciones de fuerzas militares y de
policía no los afecten).
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Efectos en la participación electoral
La participación electoral es quizás el indicador más preciso hasta el momento para
juzgar la infiltración paramilitar en política,
en particular en el periodo que va de 1999
a 2003. Al respecto las investigaciones de
la Corporación Nuevo Arco Iris nos ayudan
a entender los cambios en el mapa político.
Resumiremos aquí algunos de los resultados.
En primer lugar,
Al lado de la expansión paramilitar ocurría
un fenómeno electoral muy particular. Nuevos
movimientos políticos ampliaban su influencia: Colombia Democrática, Colombia Viva,
Convergencia Ciudadana, Convergencia
Popular Cívica, Movimiento de Renovación
Acción Laboral, Moral, Movimiento de Integración Popular, Mipol, Equipo Colombia,
Apertura Liberal, Si Colombia, Integración
Regional, IR, Alas, Cambio Radical, Movimiento Nacional Conservador, Movimiento
Nacional Progresista, Dejen Jugar al More82
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Foto de archivo.
no -antes movimiento Defensa Ciudadana-y
sectores del liberalismo y el conservatismo.
Algunos de los candidatos de estos agrupamientos sin mayor tradición política obtienen
altas votaciones. Otros, ya curtidos en las lides electorales, consolidan su registro. En algunas partes se gestan candidaturas únicas a
alcaldías y gobernaciones porque los contradictores abandonan la contienda debido a las
presiones de los paramilitares. (2007, 4).
En segundo lugar, “el mayor control paramilitar se concentró en el norte y el nororiente
del país y fue allí donde, de manera más visible, surgieron nuevos grupos o se consolidaron otros”. (2007, 5).
En tercer lugar, “en las elecciones del 2006,
33 senadores y sus fórmulas a la cámara re83
sultaron elegidos en zonas de control paramilitar. Estos senadores obtuvieron 1.845.773
votos que representan una tercera parte de la
votación para Congreso y un punto muy alto
de la votación para presidente. La gran mayoría de estos senadores habían sido elegidos
en los nuevos grupos que aparecieron en el
2002”. (2007, 15).
Ahora bien, Losada identifica tres tipos de
comportamiento de las autodefensas en relación con los procesos electorales
Los efectos en la participación política, más
allá de la gravedad de la infiltración paramilitar en política, plantea los riesgos de hacer
política en contextos de conflicto armado, en
donde la violencia crea factores de riesgo a
la participación política en elecciones. Estos
factores de riesgo han sido explorados por la
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Misión de Observación Electoral (MOE) y
son los siguientes:
• Violencia política
• Presencia de actores armados ilegales
• Confrontación armada
• Desplazamiento
• Violaciones a la libertad de prensa.
Cada uno de estos factores se construye respecto a la operacionalización de variables medibles
en cada caso. Resaltaremos aquí las variables
de la violencia política
En este tema, el primer factor de riesgo está
“dado por la presencia de actores armados
ilegales y el nivel de confrontación armada.
En el primer caso porque el hecho mismo de
que un actor armado e ilegal desafíe la autoridad legítima del Estado pone en riesgo a los
ciudadanos en el conjunto de sus derechos,
incluidos los políticos y civiles. Y en el segundo, porque a mayor nivel de confrontación armada, sea entre grupos ilegales o entre estos y el Estado, mayor el nivel de riesgo
para la población que queda sujeta al fuego
cruzado”. (López y Duncan, 2007, 35). El
segundo factor de riesgo por violencia “está
dado por los homicidios, amenazas y secuestros contra candidatos a las próximas elecciones o servidores públicos”. (López y Duncan, 2007, 36). Ahora bien, estos efectos de
la violencia política no están discriminados
por el actor que los comete. Esto es, los riesgos sobre la participación política medidos
por el indicador de violencia política obedecen a usos de violencia y terror por parte de
los grupos armados del conflicto. ¿En donde
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radica la diferencia entre el accionar de las
Farc y de los grupos paramilitares? Al respecto, la hipótesis de García es ilustrativa:
La violencia política cambia de impactos
respecto a los objetivos de actor armado.
Si quiere cambiar el orden establecido o
desestabilizarlo, producirá un impacto diferente al actor que busca “diezmar el apoyo social y político de sus opositores (…) la
violencia política podría ser utilizado tanto
para desmovilizar el apoyo político con el
que gozan los partidos de oposición, como
para aumentar el apoyo político con el que
gozan los partidos políticos apoyados por el
grupo armado. En ese caso, la violencia política produciría una movilización selectiva.
(2007, 93).
García plantea, además, un modelo del impacto esperado de la presencia de los actores
armados sobre la participación electoral. En
este modelo, que se presenta en la siguiente
tabla, se plantean cuatros escenarios cruzados por la presencia o ausencia de guerrilla
y paramilitares:
El control paramilitar obedece al segundo
escenario (menor que 1). En estas áreas se
podrían esperar niveles de participación menores a los del primer escenario, pero más
altos que aquellos de los municipios o regiones en los que sólo las guerrillas o ambos
actores armados están presentes (casilla 1).
Este resultado se basa en el argumento según el cual, aunque los paramilitares no son
fuerzas gubernamentales, son organizaciones que defienden el statu-quo, lo cual implica que no estarían interesados en el bloqueo
de los procesos electorales (…) los paramilitares estarían más interesados en ejercer
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Ya hemos visto que lo que busca el control paramilitar, aunque de
forma diferenciada, es la construcción de una autoridad subregional,
para lo cual, los paramilitares crean un nuevo tipo de relación
clientelar con la sociedad que se manifiesta en la agregación del
factor protección e intimidación.
una influencia sobre los procesos electorales
a través de la promoción de aquellos candidatos y partidos cercanos a sus intereses
políticos. (García, 2007, 94).
Retomando el punto de la violencia, se debe
recordar que no todas las regiones son víctimas del mismo grado de violencia política,
como ha apuntado Kalyvas, hay menor grado
de violencia y mayor selectividad allí donde
se ha consolidado el poder del actor armado.
Para ilustrar un poco este punto del uso de la
violencia política, recordemos el caso de la
UP. Para la UP, que nació como movimiento
político que en áreas periféricas, veredas y
municipios principalmente, existió como una
fuerte actividad de organización y sensibilización política. No obstante, el paramilitarismo, en lo que Pécaut llamó la estrategia
de las mafias, ejerce una “persecución sistemática y sin cuartel a formaciones políticas de izquierda”, de trasfondo tenemos la
convergencia de diferentes actores (Fuerzas
Armadas, Narcotraficantes, Paramilitares, y
algunos sectores sociales) que aunaron esfuerzos por lograr la exterminación, no de las
guerrillas sino, “buscaban más bien destruir
aliados políticos y simpatizantes de la guerrilla. Dirigentes y miembros de la UP fueron
su primer objetivo. (Pécaut, 2001, 176-177).
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Efectos en carreras políticas
Frente al tema de las carreras políticas, el
interrogante que se pretende abordar es ¿De
qué manera se pueden estructurar las carreras
políticas cuando operan incentivos “perversos” como el control armado? Para responder a esta pregunta es fundamental analizar
las formas que asume el paramilitarismo en
las regiones. Ya hemos visto que lo que busca el control paramilitar, aunque de forma
diferenciada, es la construcción de una autoridad subregional, para lo cual, los paramilitares crean un nuevo tipo de relación clientelar con la sociedad que se manifiesta en la
agregación del factor protección e intimidación. “los señores de la guerra como patrones
entregan también un servicio indispensable
en comunidades donde la inseguridad es parte de la vida cotidiana: la protección contra
guerrillas, otros señores de la guerra y demás bandas armadas. Las clientelas, por su
parte, entregan su lealtad y disponibilidad de
población para que las figuras patronales se
impongan y preserven su poder”. (Duncan,
2005, 116).
En este contexto, los políticos profesionales
que buscan conservar o edificar su carrera
política deben sacrificar su papel en la nueva red clientelar. En el pasado, el político
profesional establecía una red clientelar con
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la población, basados en un intercambio
bienes por apoyo político (Stokes (2007,
605) lo define en la pregunta ¿votó por mi?)
como veíamos en el plano de la movilización, los paramilitares se vuelven unos “súper patrones” (Duncan, 2005, 120), de allí
que al político profesional debe aceptar las
condiciones que le impone el poder fáctico
y el recurso a la violencia del señor de la
guerra. Además, el factor recursos es fundamental. Duncan considera que la influencia
política de los señores de la guerra no se reduce a los municipios donde un candidato
gana con más del 70%, sino que es común
que se financie a dos o más candidatos. Se
debe enfatizar en que el señor de la guerra
se convierte en patrón de los políticos y le
deben obediencia, sobre todo, en regiones
de precario desarrollo económico y social:
“en condiciones de escaso desarrollo del
sector productivo, los señores de la guerra
encuentran en las campañas electorales una
oportunidad única de infiltrar los gobiernos
locales. Disponen de cantidades de dinero
suficientes para financiar a candidatos de
cualquier posición”. (2005, 121). Aún a pesar de esta situación, es claro que la dominación de la democracia local es fundamental
para el control territorial que el paramilitarismo impone en Colombia. De allí que el
paramilitarismo haya desarrollado una estrategia consistente en tres puntos:
• Escoger ganadores: impedir que candida-
tos distintos a los suyos hagan campaña
en determinados territorios.
• Involucrar políticos en redes de ordeño: a
través de una combinación de incentivos
y amenazas, los paramilitares extraen
porcentajes de contratos y los distribuyen
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entre ellos, los políticos que permiten la
contratación, y los contratistas mismos.
• Controlar y limitar: allí donde gana un
candidato que no es de su predilección,
lo colocan bajo su vigilancia para que no
tome las decisiones equivocadas. (Gutiérrez, 2007, 400).
Hoyos al respecto nos dice que “estos actores armados impusieron candidaturas de
políticos desde los ámbitos regionales y locales hasta el nivel nacional. En estos casos
se encargaban de asegurar los votos necesarios para que los políticos salieran elegidos,
incluso recurriendo a estrategias electorales
como la segmentación de los votos o el establecimiento de candidaturas únicas. La
restricción a la oferta de alternativas disponibles para los electores o el favorecimiento
de aquellos candidatos, se constituyeron en
claras limitaciones para la competencia política”. (2008, 16).
Ahora bien, lo que no debe olvidarse es que en
el debate de la parapolítica, lo que se ha conocido por vía de las divulgaciones de los medios
es que hay políticos como el caso de Rocío
Arias y Eleonora Pineda que reconocen abiertamente su adhesión al proyecto paramilitar,
existen otros senadores que no reconocen su
adhesión o apoyo, en cambio, manifiestan que
fueron víctimas de la coacción y participaron
como fichas políticas del paramilitarismo. Nos
estamos refiriendo al caso del Pacto de Ralito,
que es el más conocido más no el único de pactos entre políticos y paramilitares.
En este punto podríamos suponer que hay
dos formas de edificar las carreras políticas
en zonas de control paramilitar: (I) por la ad87
hesión explicita al proyecto, con los costos
que ello acarrea6 y (II) víctimas de la coacción de los jefes paramilitares. Por lo pronto, frente a al Pacto de Ralito hay que anotar
que “la Corte fue explícita en determinar que
la suscripción voluntaria, consciente y con
capacidad de realización de lo pactado, de
acuerdos como el Pacto de Ralito, sí constituye una forma de promoción y vinculación
con la organización armada ilegal con la que
se firmó, en ese caso el paramilitarismo”.
(López y Sevillano, 2008, 65).
Concluyendo, “lo que han mostrado además en departamentos como Bolívar, Cesar,
Córdoba, Mag­dalena y La Guajira, es que se
han formado en la escuela de un gamonalismo político tradicional, son diestros en sacar
provecho de las costumbres políticas clientelistas, y están en disposición de emplear a
fondo los recursos acumulados para que una
vez desmovili­zados, así no participen de una
manera directa en política, tengan un peso
propio en la política local y regional, a través
de sus intermediarios”. (Cubides, 2005, 59).
Consideraciones finales:
una agenda de discusión
La presencia de actores armados no desalienta la participación electoral. Como lo muestran los cálculos efectuados por Hoyos (2008)
y García (2007) la participación política si
cambia con la presencia los grupos armados,
aunque no en las proporciones que se espeLa presión mediática en las elecciones de 2006 originó una purga de candidatos en los partidos más representativos de la coalición uribista como el
partido de la U, Cambio Radical y el partido Conservador. No obstante, los
“purgados” pasaron a partidos de menor relevancia al interior de la coalición, por lo que la depuración de este fenómeno no paso de ciertas declaraciones y acusaciones mutuas.
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ran. Lo que sí es claro es que hay una serie
de estrategias en donde el control paramilitar
define las reglas de la competencia política y
de la participación. No obstante, se debe recordar que las estrategias del paramilitarismo
no fueron aplicadas de la misma manera en
todos los territorios y es necesario avanzar
en la caracterización regional de las mismas,
avanzando en las caracterizaciones que hace
Losada (2006).
En ese sentido, Hoyos (2008) argumenta que
es necesario explorar la naturaleza de las relaciones entre grupos armados y clase política local, aspecto que consideramos fundamental para la estructuración de las carreras
políticas.
Por otro lado, el control del paramilitarismo
produce, al interior de la clase política regional, un desplazamiento de los políticos tradicionales por una nueva élite dirigente asociada a los aparatos armados, como lo expresa
Camacho, “esta combinación del carácter
de señores de la guerra y empresarios de la
coerción y de señores de poder y empresarios
de la dominación legal se ha traducido en un
cambio político fundamental en el país. Se
trata de un esfuerzo masivo por controlar regiones y acompañar la dominación militar
con la política”. (2005, 411-412).
Los paramilitares se han aprovechado de la
debilidad del Estado colombiano y han avanzado en la consolidación de su dominio en el
plano regional. Por lo tanto, la consolidación
de su poder pone en cuestión la validez de la
democracia en nuestro país. Pero además, pone
el énfasis en la necesidad de comprender la
manera en que los procesos locales estructuran, de manera diferenciada, efectos políticos.
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De allí que el planteamiento de Gibson (2005),
según el cual líderes autoritarios subnacionales
perpetúan regímenes autoritarios provinciales
(sus estrategias y las condiciones políticas que
los empoderan) es fundamental para entender
la relación entre clase política y paramilitarismo. Como sostiene Valencia, es fundamental
entender las claves que proporciona este concepto para entender los porqués de la alianza o
confluencia de los políticos y los paramilitares.
(Corporación Nuevo Arco Iris, 2007, 24).
En estas perspectivas se debe avanzar por tejer los puentes entre el conflicto y las formas
que adopta la democracia bajo estas circunstancias dado que, como lo demuestra el caso
de los paramilitares, el control político que
buscaban no significa una destrucción del
Estado o de la actividad política, sino una
cooptación del mismo y de las élites locales. La perspectiva que no se puede obviar
es que estamos ante una “criminalización del
sistema político que debilitó a la democracia”. (Gutiérrez, 2007, 405) y que se expresa
en un proyecto político y criminal que se ha
construido sobre el recurso al terror y a la
violencia instrumental que ha terminado por
minar aspectos del sistema político como la
descentralización y la democratización, así
como la implantación de un modelo con repercusiones culturales y simbólicas propias
del fenómeno paramilitar.
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