Premio de Relato Joven El Fungible 2011

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El Fungible
XX Premio de Relato Joven 2011
Ana Rodríguez Pastor
Francisco Miguel Espinosa
Título: El Fungible 2011, Tercer Premio de Novela Corta.
© 2011, Ayuntamiento de Alcobendas
Patronato Sociocultural
Plaza Mayor, 1. Alcobendas. 28100 Madrid
Maquetación:
2011, La Fórmula de Comunicación, S.L.
Gta. Quevedo, 8. 28019 Madrid.
Tel. 91 436 11 36
www.laformula.es
ISBN: 978-84-938431-1-3
Depósito Legal:
Impreso en España - Printed in Spain
© Fotografía de cubierta: Claudia Paulussen
Primera edición: Diciembre 2011
Impreso por Diéresis Produción S.L.
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni todo ni en parte, ni
registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni
por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por
escrito de la editorial.
Índice
Presentación
7
Jurado
13
La noche del elefante
Ana Rodríguez Pastor
17
Malos y cobardes
Francisco Miguel Espinosa
27
El Fungible
Presentación
Presentación
Es un verdadero placer y una gran responsabilidad
ser puente entre los nuevos escritores y su público lector, servir de nexo entre creadores y protagonistas de la
lectura. Cuando hace ya veinte años, el Ayuntamiento de
Alcobendas puso en marcha este certamen era consciente de que acceder al mundo editorial es una tarea ardua,
especialmente para los jóvenes que desean hacer llegar
su voz al ámbito profesional de la literatura, y por eso
se marcó como objetivo ayudar a superar esta barrera, a
través de acciones concretas, apoyar con energía a los jóvenes escritores noveles y ofrecerles un vehículo para dar
a conocer sus palabras, sus inquietudes, sus sentimientos,
sus sueños y sus desvelos.
En su andadura a lo largo de veinte años el certamen
de relato joven El Fungible ha ido mejorando su alcance a
través del incremento de los premios, la participación, la
publicación y la difusión. Nuestra apuesta por la literatu7
ra como vehículo cultural se ha plasmado también en la
ampliación de los talleres de creación literaria y los clubes
de lectura, en el refuerzo de las mediatecas, en potenciar
las asociaciones de escritura locales, en la organización
de encuentros con autores, y en otras acciones colectivas
centradas en la palabra, acciones todas que están contribuyendo a la expansión del género.
Inmersos en la tarea de responder a las inquietudes
y expresiones culturales de los ciudadanos de Alcobendas, tenemos el placer de presentar un nuevo volumen
del certamen literario El Fungible en el que convergen la
III convocatoria de novela corta y la XX convocatoria
de relato joven, consolidando los cauces de la creatividad
literaria abiertos a un espectro más amplio de la población, además de incluir incentivos para aquellos que han
encontrado su vocación en la escritura. Esta vigésima edición del certamen consolida las mejoras conseguidas a lo
largo de estos años e incluye nuevas vías de comunicación
que potencian la difusión de los nuevos autores tanto en
redes formales como alternativas.
Luis Miguel Torres Hernández
Concejal de Cultura, Juventud, Infancia y Adolescencia.
8
El Fungible
Jurado
LUIS MATEO DÍEZ
Nació en Villablino, León, en 1942. Su primer libro de
cuentos, Memorial de hierbas, apareció en 1973. Alfaguara
ha publicado sus novelas Las estaciones provinciales (1982),
La fuente de la edad (1986), con la que obtuvo el Premio
Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, Apócrifo
del clavel y la espina (1988), Las horas completas (1990), El
expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995), La
mirada del alma (1997), El paraíso de los mortales (1998), Fantasmas del invierno (2004), El fulgor de la pobreza (2005), La
gloria de los niños (2007), Azul serenidad o La muerte de los
seres queridos (2010), Pájaro sin vuelo (2011) y las reunidas
en El diablo meridiano (2001) y en El eco de las bodas (2003),
así como los libros de relatos Brasas de agosto (1989), Los
males menores (1993) y Los frutos de la niebla (2008). En un
único volumen titulado El pasado legendario (Alfaguara,
2000), prologado por el autor, se han recogido El árbol de
los cuentos, Apócrifo del clavel y la espina, Relato de Babia, Brasas
de agosto, Los males menores y Días de desván. El libro El reino
11
de Celama (2003) reúne sus tres novelas ambientadas en
ese lugar imaginario y El sol de la nieve (2008) incluye por
primera vez las aventuras de los niños de Celama. En el
2000 obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de
la Crítica por La ruina del cielo.
Luis Mateo Díez es miembro de la Real Academia
Española.
JORGE BENAVIDES
Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú, 1964)
estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad
Garcilaso de la Vega, en Lima, ciudad en la que trabajó
como periodista radiofónico. Desde 1991 a 2002 vivió en
Tenerife, donde fundó y dirigió el taller Entrelíneas, y en
la actualidad vive en Madrid, donde imparte y dirige talleres literarios y colabora con revistas literarias de prestigio.
Ha publicado dos libros de relatos, Cuentario y otros relatos
(1989), La noche de Morgana (Alfaguara, 2005), y las novelas
Los años inútiles (Alfaguara, 2002), El año que rompí contigo
(Alfaguara, 2003), Un millón de soles (Alfaguara, 2008) y La
paz de los vencidos (Alfaguara, 2009).
En 1988 recibió el Premio de Cuentos José María Arguedas de la Federación Peruana de Escritores y en el 2003
fue galardonado con el Premio Nuevo Talento FNAC.
12
La noche del elefante
Ana Rodríguez Pastor
PREMIO AL MEJOR RELATO JOVEN
ANA RODRÍGUEZ PASTOR
(Barcelona, 1984)
Estudié Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona y tomé algunos cursos de dramaturgia en la Sala
Beckett. La escritura siempre me ha fascinado, y escribir
teatro es una de mis grandes pasiones. Actualmente estoy
cursando estudios de posgrado en Seattle, Estados Unidos, y dando clases de español en la misma universidad.
Escribo por muchas razones, supongo que la más importante es que me ayuda a poner en orden mis ideas. La
página en blanco es esa zona segura en la que todo vale, y
uno puede sacar lo peor de sí mismo sin miedo a las consecuencias. Escribo porque a veces siento la necesidad de
sacar a mis monstruos de paseo ¿y quién no? Todos tenemos un acuerdo con nuestro monstruo interior: tú no
me devoras y yo te saco de paseo de vez en cuando. Cada
quién hace esto a su manera, y esta es la única forma que
yo conozco.
16
LA NOCHE DEL ELEFANTE
Pálido estaba en su cama, aún despierto, agitado, frío.
En la penumbra de la noche su habitación no le parecía
suya; sus juguetes, sus libros, se confundían ahora en la
oscuridad y parecían ser otras cosas. Tan vivas.
Aquel elefante musical que su padre le regaló cuando era pequeño solía gustarle mucho durante el día, sin
embargo, en el corazón de la noche parecía vigilarlo, alerta, erguido en una posición imposible para un muñeco;
y, siempre que desviaba la mirada hacia otro rincón, al
volverla Pálido sentía que el elefante había cambiado de
postura.
Tenía tanto miedo que quería ocultar la cabeza bajo
la manta, pero sabía por experiencia que eso era lo peor
que podía hacer. Al descubierto eran sólo sombras, pero
si escondía la cabeza sentía sumergirse en una inquietante
marea de presencias oscuras y perdía el control de todo.
Miró fijamente hacia los pies de su cama, estirando el
cuello para no perder la protección del cobijo, con la esperanza de que las sombras se disolvieran en la tiniebla.
Tarde o temprano.
17
Entonces, por el rabillo del ojo percibió al elefante, que
ahora parecía haberse inclinado, como si quisiera decirle
algo o mirarlo más de cerca. Pálido dio un respingo y se
incorporó. Las sombras seguían allí y parecían subir lentamente hacia él.
— ¿Papá? - Llamó con una media voz rota y temblorosa - ¡Papá!
Nadie contestó a su llamada. Hubiera podido gritar
con más fuerza, pero se lo pensó mejor y calló. Dar voces
había relajado un poco su miedo y todo parecía haber
vuelto a esa negrura informe a la que ya estaba acostumbrado. El elefante volvía a mirar al frente, como de costumbre. Suspiró algo aliviado y volvió a recostarse.
Prefería no llamar a su padre si no era absolutamente necesario. Después de todo, ya era de los mayores y
entre los mayores no se estilan estas cosas. Además, la
excursión con la escuela era al día siguiente y quería tener
dominado su miedo para entonces.
A todos los chicos les gusta ir de excursión. Los juegos, las bromas, los relatos oscuros, las literas. Pero a Pálido no. Disfrutaba con las actividades diurnas, pero las
noches... Esas largas, espeluznantes noches en aquellos
caserones campestres perdidos en la nada, donde sólo
el estrellado sobre todo cubre la tiniebla densa, densa...
Esos crujidos centenarios de las masías, sonidos de la naturaleza salvaje... Tras la última diversión nocturna empieza el solitario infierno del chico insomne. La oscuridad de
su dormitorio era el paraíso en comparación a las noches
que le esperaban en el campamento. No, definitivamente
a Pálido no le gustaban nada las excursiones. Mientras
aún era pequeño podía manifestar su miedo y quedar im18
pune pero, ahora que ya era oficialmente uno de los mayores, no podía permitirse estas debilidades.
Dando vueltas a estas cosas lo sorprendió el condenado paquidermo musical, que había inclinado la trompa
hacia él y apoyaba pata sobre pata, mirándolo con una
equívoca sonrisa amistosa. Desvió la mirada para ignorarlo y, entre las penumbras que lo rodeaban, notó una
extraña oscuridad que se arremolinaba, allí. Una tupida
silueta negra claramente delimitada surgía del rincón del
fondo...
Sintió helársele la sangre. Quiso llamar a su padre de
nuevo pero se contuvo. Sólo abrió los ojos con fuerza.
Grandes como manzanas. Lo importante era no cerrarlos.
El elefante parecía ahora mirarse las pezuñas distraídamente, como dándole tiempo para caer, seguro de su
superioridad. Se dio cuenta de que estaba temblando y
no lo podía evitar. El resplandor que entraba de la calle
perdió repentinamente intensidad, quizás por una nube
o cualquier otro fenómeno, y eso arrojó nuevas formas
en las penumbras. Se hizo un ovillo, de costado, manteniendo la mirada fija en el centro de la habitación. Pero
él ya no estaba seguro de seguir en su habitación. Sólo el
elefante se mantenía discernible, mientras todo el resto
desaparecía en la negra garganta de la noche, sin ojos,
sin trompa, sin cuerpo, convertido en sombra, sólo su
sonrisa burlona permanecía clara, cadavérica, flotando en
la oscuridad, como la carcajada irónica de un cruel gato
de Cheshire.
Y entonces, algo en la negrura del fondo se agitó como
una bestia herida. No distinguía ninguna silueta en con19
creto, sólo el crepitar de sombras multiformes y aquella
negra densidad... Pero algo se revolvía allí, en lo oscuro,
resollaba y gemía lastimosamente como si hubiera pisado
una espina. Un escalofrío helado le recorrió la espalda,
contuvo la respiración y permaneció atento...
Acto seguido, y con la naturalidad con que ocurren
estas cosas en el silencio de la noche, algo que parecía venir del altillo, del piso de arriba o de algún rincón incierto,
cayó y rodó ruidosamente unos centímetros.
—¡Papá! - llamó nuevamente - ¡Papá!
Y de nuevo, nada. Nada de nada, ni siquiera la calma
que sigue al grito. La negrura bullía en siluetas deformadas de cosas que no eran y nada parecía calmar su miedo. Tal vez aún no estaba preparado para el campamento,
después de todo.
—¡Papá! - otra vez, con más fuerza - ¡Papá!
“Sólo son imaginaciones mías, macabras fantasías que
me sugieren las sombras”, se decía a sí mismo. “El sol
saldrá pronto y me reiré de todo esto.”
En la habitación contigua, el padre de Pálido soñaba
que apuraba ansiosamente la poca carne que quedaba en
unos huesos de cereza y que se mordía sin querer los dedos a cada momento, hiriéndose y enrojeciendo el festín
con su sangre. Emitía sonámbulos gemidos lastimeros y
se presionaba las doloridas yemas contra las palmas de las
manos. Pero permanecía dormido como una piedra sin
enterarse de las voces que daba su hijo.
Pálido ahogó un grito: La silueta negra se elevaba
del rincón del fondo, como si hubiera estado postrada
de rodillas hasta ese momento, al tiempo que emitía un
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profundo lamento. Se movía lenta, vacilante, como una
bestia grande sin agilidad.
Aquella presencia fantasmagórica se hacía gradualmente más corpórea y animal conforme avanzaba hacia
el centro del cuarto y abandonaba las negras profundidades del rincón. Sólo fantasías, sombras, nada más... Pálido
apretaba los dientes con fuerza, como si pudiera hacer
desaparecer aquello con la firmeza de su voluntad. Pero
aquello no desaparecía sino que se hacía más real. Al llegar al centro del dormitorio se detuvo por unos segundos,
confundiéndose en la penumbra y crepitando como una
sombra, pero Pálido no se lo creyó: Un loco, un monstruo, un animal diabólico... Olfateaba el aire, inmóvil, saboreando los previos...
El elefante se desternillaba de risa, sujetándose el abdomen con una pata y ondulando la trompa. Crueles paquidermos musicales, siempre encuentran diversión en el
sufrimiento de los niños.
Pálido cedió al pánico y ocultó la cara debajo de la
manta. Inmediatamente después de hacerlo se dio cuenta
de su error: Aquel gesto sólo podía empeorar las cosas
y ya no había marcha atrás. La silueta había dejado de
ser una sombra, una mancha de oscuridad, para ser una
presencia inconcreta, jadeante, envolvente, que siempre
parecía estar inclinada sobre la cama y a punto de arrancarlo de su escondite. Todos los ruidos de la noche se
habían magnificado y se sentía tragado por una viscosa
laringe oscura. Nuevas presencias se sumaban ahora a la
primera, las sentía merodear alrededor de su cama, resoplar en las costuras de la colcha; rozaban las telas, reían
entre dientes...
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Temblaba como un animalillo y tenía la espalda empapada en sudor frío. Taparse los ojos siempre lo empeora
todo. Y aún así, no podía dejar de pensar que lo que le
esperaba en el campamento era todavía peor... Por momentos veía surgir ante sí la negrura nocturna de los bosques, aquellas presencias silvestres que se agitan en los
claros, entre los árboles, bajo las piedras... Los espíritus de
la masía, los fantasmas de los niños asesinados, las bestias
mitad hombre, mitad cabra que devoran grupos enteros
de excursionistas...
¡Crac! Algo crujió con fuerza, como si se hubiera quebrado. Pálido, que intentaba permanecer inmóvil bajo las
mantas para pasar inadvertido, dio un respingo y se retorció en su escondite. Tenía que salir de debajo de las
mantas, y eso era lo más difícil. ¿Qué se encontraría ahora
en la oscuridad? ¿Cuánto tiempo tardarían sus ojos en
adaptarse de nuevo a la penumbra y distinguir el peligro?
A su lado la bestia parecía jadear de agotamiento, de dolor
o de ansiedad. Sentía que se acercaba despacio, cada vez
más... Lenta y torpe tropezaba en el camino, pisaba cosas
que crujían, golpeaba muebles, arrastraba los pasos en la
alfombra... Pero al fin llegaría a la cama y... ¿Y qué? ¿Qué
pasaría entonces? Debajo de la manta no tendría ninguna
oportunidad: Tenía que salir.
Hizo acopio de todo su valor, retiró la manta de golpe
y se incorporó, con los ojos bien abiertos para encarar la
oscuridad y todas sus amenazas. Tomó aliento para llamar
a su padre una última vez, con todas sus fuerzas, pero
lo que encontró allí, en mitad de la penumbra, lo hizo
enmudecer y quedó con la boca abierta, incapaz de articular sonido. Un sinfín de siluetas rodeaba la cama como
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un espectral ejército en formación. Al verlo incorporado
avanzaron hacia él, marchando fúnebres como una tropa
hacia el combate. Una espesa negrura empezó a rodearlo,
el aire se hacía más y más denso y cada soplo le costaba
un enorme trabajo. No sabía si lo estaban sujetando o si
se había quedado paralizado, pero no podía moverse, sólo
podía abrir la boca y dar bocanadas en vano, como un pez
que ha sido arrancado violentamente del agua. La visión
se le oscureció por completo en una ondulante negrura
que le entraba por la boca y abrasaba sus pulmones...
A la mañana siguiente, bajo la seguridad de la luz
diurna donde ya no hay cosas siniestras, la agitación de la
noche anterior parecía pertenecer a un lejano pasado. Tenía heridas de mordiscos en las yemas de los dedos y recordaba fragmentos inconexos de un sueño espeluznante
con unos huesos de cereza. ¿He oído cómo me llamaba
mi hijo, o lo he soñado también? Entró en el dormitorio
del niño para despertarlo: La excursión espera a los pequeños aventureros. Pero allí, retorcido entre las sábanas
aún empapadas, sólo encontró un cuerpo frío y rígido,
barnizado en sudor seco; su expresión desencajada y envejecida aún guardaba un ligero parecido con su hijo; era
una versión grotesca y encanecida de Pálido, que había
quedado mirando eternamente al vacío, como hacia otro
mundo, y tenía aún en el gesto una última bocanada inútil.
Apretado entre sus brazos tenía aquel tierno elefante
musical que le había regalado de pequeño.
23
Malos y cobardes
Francisco Miguel Espinosa
FINALISTA RELATO JOVEN
FRANCISCO MIGUEL ESPINOSA
( Alicante, 1990)
Empecé a escribir a los 8 años, presentándome a concursos literarios del colegio de relato corto y poesía. Publiqué mi primera novela con 19 años, en 2009, Encerrado
(Ediciones Atlantis), y la segunda en 2011, XXI (Ediciones B). He ganado el primer accésit de relato corto en
el XIV Certamen Arte Joven Latina 2009 y he publicado
relatos cortos en la revista Almiar y en diversas webs literarias.
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MALOS Y COBARDES
Este es el tipo de mierda que mi madre no quería
para mí.
Te das cuenta de este tipo de cosas cuando las tripas te
cuelgan del torso y te manchan un encantador traje Giorgio Armani y una corbata Brooks Brothers y tienes que
metértelas en los bolsillos y caminar quince minutos hasta
un hospital porque no encuentras un puto taxi. Y todo
esto te pasa en la misma noche, la noche en que ibas a
declararte a tu novia. Y no lo haces por amor, o por sexo,
o por pena. Lo haces por lo que haces todo en tu vida:
por dinero. Restaurante caro, traje elegante y conversación banal adulterada con champán y Valium. El anillo de
diamantes que tu secretaria ha comprado por ti, los zapatos con plantilla incómoda y un insoportable ardor de
estómago que sólo puedes combatir con más champán.
Los postres llegan con tanto retraso que piensas con toda
seriedad entrar en la cocina y meter la cabeza del cocinero
27
(sin duda, un tipo gordo) en el jodido horno. Pero este
tipo de mierda se te pasa enseguida con otro Valium y tu
futura prometida está todo el rato bla bla bla, intentando
describir una deprimente película de Kurosawa y sólo se
calla cuando le ponen delante el trozo de tarta de queso
que ha pedido. Y dice:
- Esto no es lo que yo he pedido.
- Claro que es lo que has pedido.
- No, he pedido tarta de chocolate.
- La de queso tiene más vitaminas.
- No me importa, he pedido la de chocolate.
- Todo ocurre por alguna razón.
Y en el restaurante ponen una música asquerosa
como de Celine Dion o algo así y pierdes el apetito.
Lo siguiente que vas a ver es a mí, andando con mis intestinos metidos en los bolsillos por la calle principal de
una ciudad cualquiera a altas horas de la noche, porque
ningún taxi ha querido llevarme al hospital. Este es el tipo
de mierda por el que la gente se muere. Y la perspectiva
de morir con esta corbata y una novia dedicada a la defensa de los derechos de las familias adineradas de derecha
me repatea. Lo último que encontrarán en mi estómago,
cuando me hagan la autopsia, será la tarta de queso que la
cabeza hueca de mi novia no se quiso comer.
Y no duele tanto como decían. Lo de las tripas, quiero
decir. Cosa del Valium.
Y sabes que todo empezó a ir mal, realmente mal, cuando sacaste un puro de tu chaqueta, azul marino, oscura y
elegante, y te diste cuenta de que no tenías mechero. Y le
tienes que pedir fuego al subnormal del camarero que lleva toda la noche preguntándote si todo está a tu gusto. Y
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te imaginas a ti mismo levantándote y gritando: “NADA
ESTÁ A MI JODIDO GUSTO, ESTE LUGAR ES DEPRIMENTE”, pero no lo haces porque se supone que
esta noche estarás prometido y la cuenta bancaria, bonos del estado, inversiones y terrenos de la familia de tu
novia, y dentro de poco tu futura familia, superan con
creces cualquier contratiempo. Pero en ese preciso momento, cuando buscas tu mechero y no lo encuentras y
eso te saca de quicio, sabes que todo va a ir mal. Sabes que
acabarás caminando hasta un hospital con los intestinos
metidos en los bolsillos.
Y necesitas otro Valium para pasar el trago.
- Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.
- ¿Por qué dices “el resto”?
- ¿Cómo?
- Cuando dices “el resto de mi vida”, es como si te fuera a pasar algo, como si te estuvieses muriendo o algo así.
- Bueno, puede que todos nos estemos muriendo desde que nacemos, pero ese no es el caso.
- Vale.
- El caso es que establecer un compromiso, un vínculo
emocional y real con alguien, es algo que me reconforta.
- ¿A dónde quieres llegar?
- ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
- ¿Qué?
- Quiero decir, que si quieres más champán.
- No, gracias, estoy bien así.
- Entonces, ¿quieres casarte conmigo?
- Sí, supongo que sí. Pero no voy a operarme las tetas,
me gustan tal y como están.
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- No te he pedido que te operas las tetas, ni siquiera
he sacado el tema todavía.
- Lo sé, pero es lo primero que hizo mi madre al casarse. ¿Cuánto crees que estaremos juntos?
- El matrimonio es, supongo, para siempre.
- Ya, ¿pero cuánto crees?
- Imagino que llegaremos a los diez años. Yo trabajo
mucho fuera de casa, y eso ayuda.
- Entonces bien, hablaré mañana con mis padres.
- Me parece perfecto.
Alguien pega un grito en el vestíbulo del restaurante
y el anillo que le estabas colocando en el dedo a tu futura
esposa se cae en la copa de champán. Ella se ríe pero a mí
no me hizo ninguna gracia. Joder. Estás ahí, en ese momento, con un anillo de diamantes en la mano y alguien
pega un grito y el anillo se te cae en la copa de champán
y hace que la noche empeore y te levantas exigiendo una
explicación y un mamón con pinta de mamón entra en el
centro de la pista de baile con una escopeta recortada y
pega un tiro al aire, que en realidad revienta un trozo de
techo, y sabes que esa cosa podría atravesarte y distribuir
souvenirs de ti en forma de gelatina viscosa por todo el
jodido restaurante. Así que te sientas y buscas desesperadamente un Valium. Has perdido la cuenta de cuántos has
tomado, pero no te sientes en absoluto relajado. Y el mamón con pinta de mamón (chaqueta de cuero roja, botas
militares y gafas de sol rojas a juego con su pintalabios)
apunta la escopeta hacia ti y dice:
- Señoras y señores, esto es un atraco.
Y entran en escena otros seis o siete atracadores. Y
sabes que todo esto se veía venir.
30
Desgraciadamente, creí que por aquí había un hospital,
pero parece ser que no. Así que me acerco a un tipo que
está tirado en la acera con pinta de vagabundo y que huele
como si se hubiese meado encima (y con toda probabilidad, así ha sido) y le digo:
- Perdone, amable ciudadano, ¿sabe dónde queda el
hospital más cercano?
- Claro tío, pero, oye tío, ¿te encuentras bien? Eso
parece como grave de cojones.
- Mañana por la mañana estaré como nuevo.
- Está a unos cinco minutos en esa dirección- y estira
un brazo esquelético y sucio.
El mamón con pinta de mamón se pasea por el restaurante como Pedro por su casa y apunta con la escopeta
a todos los clientes, pijos, putas y yuppies que hay aquí y
sonríe enseñando mucho los dientes. Tu novia se pega a
ti y te abraza, pero se separa enseguida cuando el peinado amenaza con jodérsele. Los atracadores pasan por tu
mesa y te piden la cartera, las joyas y la American Express,
aunque no tengan ni puta idea de utilizarla. Y tú y tu futura esposa obedecéis, aunque eso implique que todo esto
se veía venir. Los atracadores no se dan cuenta de que hay
un anillo flotando en una copa de champán al lado de tu
codo derecho que, por cierto, es tu mejor codo, y pasan
de largo para seguir despachando a los demás clientes.
Pero el mamón con pinta de mamón se te acerca con la
escopeta recortada en una mano y rascándose las pelotas
con la otra y tu actual novia, potencialmente tu prometida
y tu futura esposa emite algo que se parece bastante a un
orgasmo callado, y no puedes evitar pensar que si metieses la mano en sus bragas te encontrarías con un panora31
ma de lo más húmedo allí abajo. Pero decides no hacerlo
para no reventar la situación. Es cuestión de conocer tus
límites. Y te encuentras cara a cara con el cañón de una
recortada y no sabes si presentarte debidamente o escupir. Y no haces ninguna de las dos, sobre todo porque
escupir es algo como muy glam. Y el mamón con pinta
de mamón te pone mala cara y dice:
- ¿Eso es un anillo?
- Técnicamente, es una copa.
- No te pases de listo.
- Oído cocina.
- Sácalo de ahí y dámelo.
- Primero deberías invitarme a una copa.
- ¿Qué?
- ¿Eres marica?
- Podría meterte mi escopeta por el culo, ¿qué te parecería eso?
- Me parece que te quedarías sin escopeta.
- Eres del tipo que a mí me gustan, un gracioso.
El mamón con pinta de mamón saca un cigarro que
se mete en la boca con habilidad y acerca otra silla a la
mesa, la tercera, sin dejar de apuntarte con la recortada.
Coloca la silla del revés y se sienta, con el respaldo de cara
a la mesa. Deja la escopeta sobre los restos de tarta de
queso. Dice:
- En este tipo de negocio siempre te encuentras con
el mismo tipo de gente. Normalmente no hay muchos
graciosos, porque las armas acojonan, pero a veces hay
alguno como tú. Lo que más abundan son los héroes. Y
las chicas asustadas.
- ¿Y de qué tipo eres tú?
32
- Yo soy el tipo con el arma. El que maneja la situación y sabe exactamente todo lo que va a pasar de aquí a
que salgamos por esa puerta con cerca de un millón en
efectivo y joyas. Y te conviene aceptar pronto que los tipos graciosos no caen bien en estas situaciones.
El mamón con pinta de mamón lleva el arma y la jodida razón. El efecto del alcohol, las pastillas y la mamada
que una puta barata te ha hecho esta tarde, se pasa y ya
no te sientes tan valiente. De hecho, te sientes como una
mierda. Peor que eso, sobre todo porque el mamón con
pinta de mamón y tu novia, tu prometida y tu futura esposa llevan el mismo pintalabios. Te dan ganas de pedirle
a este mamón que se case contigo y te chupe la polla.
Miras por el rabillo del ojo y ves que tu novia no le quita
los ojos de encima al mamón y, muy disimuladamente,
se frota la entrepierna con ambas manos. Y sabes que
está cachonda por él, por el mamón con pinta de mamón,
no por ti, pero te da lo mismo porque el pintalabios de
este tipo es hipnótico y quieres gritarle que por favor te
la chupe, e incluso empiezas a notar tu polla abriéndose
paso en tus pantalones, pero te quedas ahí sentado y no
haces nada y el mamón saca el anillo de compromiso de la
copa de champán y se lo lleva. Las probabilidades de que
te atraquen en un restaurante mientras cenas en él son de
una contra trescientas.
-No intentes sacarme de quicio- dice el mamón-.
Todo está bajo control.
Mi novia, es decir, tu novia, sigue masturbándose
mientras mira al mamón. Y piensas que no recuerdas la
última vez que follaste con ella.
33
Cinco minutos después, me duelen los tobillos. Lo que
más me preocupa ahora, de camino al hospital, es que me
entren ganas de cagar. En serio, porque si mis intestinos
me cuelgan del torso y los tengo metidos en los bolsillos,
técnicamente me cagaría en los bolsillos de un Armani. El
mendigo mintió, porque el hospital no está a cinco minutos andando, claro que puede que haya tomado, adrede, la
dirección contraria. A lo mejor porque quiero morir, pero
no estoy seguro de nada. A lo mejor ya estoy muerto, y
no me he enterado. A lo mejor me he perdido mi propia
muerte.
La puerta de la cocina se abre de golpe y un cocinero
asiático sale corriendo con un cuchillo en la mano. Se
lanza contra el mamón, que ha vuelto a la pista de baile
y está de espaldas a la cocina. Ahí tenemos al héroe. El
mamón hace una pirueta como de baile de salón y queda
cara a cara con el cocinero. Lo único que les separa es la
recortada, que saluda al cocinero, recién convertido en
héroe, con un nuevo agujero en el pecho. El cuerpo del
cocinero describe un círculo en el aire y aterriza en nuestra mesa. Tu novia moja tanto las bragas que incluso con
el ruido del disparo puedes escuchar un inconfundible
sonido como de chapoteo. El mamón y sus compañeros se mean de risa. Todo es como una locura, porque
todo podría, perfectamente, ser un sueño. O un cuelgue.
¿Cuántos Valium hemos tomado, compañero? Te levantas y te pones la chaqueta, azul marino, y te plantas en
mitad de la pista de baile, seguido por las miradas atónitas de los atracadores. Te metes una mano en el bolsillo
y notas un papel arrugado. Es una actitud muy de caballero.
34
- Señores, creo que hemos empezado con mal piedices.
Nadie responde, por primera vez en tu vida todo el
mundo escucha lo que tienes que decir.
- No hay motivo para que esto termine en una tragedia, todos tenemos motivos para matarnos los unos a los
otros, pero el odio sólo engendra más odio. Mamón, te
pido que dejéis las armas y os entreguéis.
-¿Me estás hablando a mí?- dice el mamón- ¿Lo de
“mamón” va por mí?
- Obviamente.
- Acabas de firmar tu sentencia de muerte.
- Entonces, chúpamela por favor. Me encanta tu pintalabios, ¡viólame!
- Te acabas de meter en la boca del lobo.
- Nunca había estado tan cachondo, te lo aseguro.
El mamón coge el cuchillo del cocinero-héroe y lo
pasea por delante de tu cara. Tu novia sigue masturbándose bajo la mesa, porque aún te llega el distante sonido
de chapoteo. El mamón con pinta de mamón hace un
gesto con la cabeza a sus niñas con polla y te sujetan entre
varios y te tumban en el suelo y te desabrochan la camisa.
La hoja del cuchillo está caliente y aceitosa, y eso se agradece cuando te están jodiendo vivo.
Por eso tengo las tripas metidas en los bolsillos, no
tengo nada de dinero y camino hacia un hospital, pero
no encuentro ninguno y son más de las tres de la mañana y empiezo a pensar que todo, el restaurante, la pedida de mano, el mamón, los héroes y los graciosos y mis
tripas estaba relacionado. Que yo sólo soy un paradigma
de resentimiento, materialismo y falta de contacto con la
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realidad y eso hace que me cabree todavía más y necesite desesperadamente una pastilla. Y decida levantar la
mano hacia la carretera y el primer taxi que veo pasar se
detiene junto al bordillo. Así que abro la puerta y el tipo
que conduce podría ser la reencarnación hermafrodita de
Jesucristo. Me dice:
- ¿A dónde?
- Al cementerio, deprisa.
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