Espinosa, Francisco Miguel

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Francisco Miguel Espinosa
Malos y cobardes
De El Fungible, XX Premio de Relato Joven Ayuntamiento de Alcobendas, 2011.
Este es el tipo de mierda que mi madre no quería para mí.
Te das cuenta de este tipo de cosas cuando las tripas te cuelgan del
torso y te manchan un encantador traje Giorgio Armani y una corbata
Brooks Brothers y tienes que metértelas en los bolsillos y caminar
quince minutos hasta un hospital porque no encuentras un puto taxi. Y
todo esto te pasa en la misma noche, la noche en que ibas a declararte
a tu novia. Y no lo haces por amor, o por sexo, o por pena. Lo haces
por lo que haces todo en tu vida: por dinero. Restaurante caro, traje
elegante y conversación banal adulterada con champán y Valium. El
anillo de diamantes que tu secretaria ha comprado por ti, los zapatos
con plantilla incómoda y un insoportable ardor de estómago que sólo
puedes combatir con más champán. Los postres llegan con tanto
retraso que piensas con toda seriedad entrar en la cocina y meter la
cabeza del cocinero (sin duda, un tipo gordo) en el jodido horno. Pero
este tipo de mierda se te pasa enseguida con otro Valium y tu futura
prometida está todo el rato bla bla bla, intentando describir una
deprimente película de Kurosawa y sólo se calla cuando le ponen
delante el trozo de tarta de queso que ha pedido. Y dice:
—Esto no es lo que yo he pedido.
—Claro que es lo que has pedido.
—No, he pedido tarta de chocolate.
—La de queso tiene más vitaminas.
—No me importa, he pedido la de chocolate.
—Todo ocurre por alguna razón.
Y en el restaurante ponen una música asquerosa como de Celine Dion
o algo así y pierdes el apetito.
Lo siguiente que vas a ver es a mí, andando con mis intestinos metidos
en los bolsillos por la calle principal de una ciudad cualquiera a altas
horas de la noche, porque ningún taxi ha querido llevarme al hospital.
Este es el tipo de mierda por el que la gente se muere. Y la perspectiva
de morir con esta corbata y una novia dedicada a la defensa de los
derechos de las familias adineradas de derecha me repatea. Lo último
que encontrarán en mi estómago, cuando me hagan la autopsia, será la
tarta de queso que la cabeza hueca de mi novia no se quiso comer.
Y no duele tanto como decían. Lo de las tripas, quiero decir. Cosa del
Valium.
Y sabes que todo empezó a ir mal, realmente mal, cuando sacaste un
puro de tu chaqueta, azul marino, oscura y elegante, y te diste cuenta
de que no tenías mechero. Y le tienes que pedir fuego al subnormal
del camarero que lleva toda la noche preguntándote si todo está a tu
gusto. Y te imaginas a ti mismo levantándote y gritando: "NADA
ESTÁ A MI JODIDO GUSTO, ESTE LUGAR ES DEPRIMENTE",
pero no lo haces porque se supone que esta noche estarás prometido y
la cuenta bancaria, bonos del estado, inversiones y terrenos de la
familia de tu novia, y dentro de poco tu futura familia, superan con
creces cualquier contratiempo. Pero en ese preciso momento, cuando
buscas tu mechero y no lo encuentras y eso te saca de quicio, sabes
que todo va a ir mal. Sabes que acabarás caminando hasta un hospital
con los intestinos metidos en los bolsillos.
Y necesitas otro Valium para pasar el trago.
—Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.
—¿Por qué dices "el resto"?
—¿Cómo?
—Cuando dices "el resto de mi vida", es como si te fuera a pasar algo,
como si te estuvieses muriendo o algo así.
—Bueno, puede que todos nos estemos muriendo desde que nacemos,
pero ese no es el caso.
—Vale.
—El caso es que establecer un compromiso, un vínculo emocional y
real con alguien, es algo que me reconforta.
—¿A dónde quieres llegar?
—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
—¿Qué?
—Quiero decir, que si quieres más champán.
—No, gracias, estoy bien así.
—Entonces, ¿quieres casarte conmigo?
—Sí, supongo que sí. Pero no voy a operarme las tetas, me gustan tal
y como están.
—No te he pedido que te operas las tetas, ni siquiera he sacado el
tema todavía.
—Lo sé, pero es lo primero que hizo mi madre al casarse. ¿Cuánto
crees que estaremos juntos?
—El matrimonio es, supongo, para siempre.
—Ya, ¿pero cuánto crees?
—Imagino que llegaremos a los diez años. Yo trabajo mucho fuera de
casa, y eso ayuda.
—Entonces bien, hablaré mañana con mis padres.
—Me parece perfecto.
Alguien pega un grito en el vestíbulo del restaurante y el anillo que le
estabas colocando en el dedo a tu futura esposa se cae en la copa de
champán. Ella se ríe pero a mí no me hizo ninguna gracia. Joder. Estás
ahí, en ese momento, con un anillo de diamantes en la mano y alguien
pega un grito y el anillo se te cae en la copa de champán y hace que la
noche empeore y te levantas exigiendo una explicación y un mamón
con pinta de mamón entra en el centro de la pista de baile con una
escopeta recortada y pega un tiro al aire, que en realidad revienta un
trozo de techo, y sabes que esa cosa podría atravesarte y distribuir
souvenirs de ti en forma de gelatina viscosa por todo el jodido
restaurante. Así que te sientas y buscas desesperadamente un Valium.
Has perdido la cuenta de cuántos has tomado, pero no te sientes en
absoluto relajado. Y el mamón con pinta de mamón (chaqueta de
cuero roja, botas militares y gafas de sol rojas a juego con su
pintalabios) apunta la escopeta hacia ti y dice:
—Señoras y señores, esto es un atraco.
Y entran en escena otros seis o siete atracadores. Y sabes que todo
esto se veía venir.
Desgraciadamente, creí que por aquí había un hospital, pero parece ser
que no. Así que me acerco a un tipo que está tirado en la acera con
pinta de vagabundo y que huele como si se hubiese meado encima (y
con toda probabilidad, así ha sido) y le digo:
—Perdone, amable ciudadano, ¿sabe dónde queda el hospital más
cercano?
—Claro tío, pero, oye tío, ¿te encuentras bien? Eso parece como grave
de cojones.
—Mañana por la mañana estaré como nuevo.
—Está a unos cinco minutos en esa dirección- y estira un brazo
esquelético y sucio.
El mamón con pinta de mamón se pasea por el restaurante como Pedro
por su casa y apunta con la escopeta a todos los clientes, pijos, putas y
yuppies que hay aquí y sonríe enseñando mucho los dientes. Tu novia
se pega a ti y te abraza, pero se separa enseguida cuando el peinado
amenaza con jodérsele. Los atracadores pasan por tu mesa y te piden
la cartera, las joyas y la American Express, aunque no tengan ni puta
idea de utilizarla. Y tú y tu futura esposa obedecéis, aunque eso
implique que todo esto se veía venir. Los atracadores no se dan cuenta
de que hay un anillo flotando en una copa de champán al lado de tu
codo derecho que, por cierto, es tu mejor codo, y pasan de largo para
seguir despachando a los demás clientes. Pero el mamón con pinta de
mamón se te acerca con la escopeta recortada en una mano y
rascándose las pelotas con la otra y tu actual novia, potencialmente tu
prometida y tu futura esposa emite algo que se parece bastante a un
orgasmo callado, y no puedes evitar pensar que si metieses la mano en
sus bragas te encontrarías con un panorama de lo más húmedo allí
abajo. Pero decides no hacerlo para no reventar la situación. Es
cuestión de conocer tus límites. Y te encuentras cara a cara con el
cañón de una recortada y no sabes si presentarte debidamente o
escupir. Y no haces ninguna de las dos, sobre todo porque escupir es
algo como muy glam. Y el mamón con pinta de mamón te pone mala
cara y dice:
—¿Eso es un anillo?
—Técnicamente, es una copa.
—No te pases de listo.
—Oído cocina.
—Sácalo de ahí y dámelo.
—Primero deberías invitarme a una copa.
—¿Qué?
—¿Eres marica?
—Podría meterte mi escopeta por el culo, ¿qué te parecería eso?
—Me parece que te quedarías sin escopeta.
—Eres del tipo que a mí me gustan, un gracioso.
El mamón con pinta de mamón saca un cigarro que se mete en la boca
con habilidad y acerca otra silla a la mesa, la tercera, sin dejar de
apuntarte con la recortada. Coloca la silla del revés y se sienta, con el
respaldo de cara a la mesa. Deja la escopeta sobre los restos de tarta
de queso. Dice:
—En este tipo de negocio siempre te encuentras con el mismo tipo de
gente. Normalmente no hay muchos graciosos, porque las armas
acojonan, pero a veces hay alguno como tú. Lo que más abundan son
los héroes. Y las chicas asustadas.
—¿Y de qué tipo eres tú?
—Yo soy el tipo con el arma. El que maneja la situación y sabe
exactamente todo lo que va a pasar de aquí a que salgamos por esa
puerta con cerca de un millón en efectivo y joyas. Y te conviene
aceptar pronto que los tipos graciosos no caen bien en estas
situaciones.
El mamón con pinta de mamón lleva el arma y la jodida razón. El
efecto del alcohol, las pastillas y la mamada que una puta barata te ha
hecho esta tarde, se pasa y ya no te sientes tan valiente. De hecho, te
sientes como una mierda. Peor que eso, sobre todo porque el mamón
con pinta de mamón y tu novia, tu prometida y tu futura esposa llevan
el mismo pintalabios. Te dan ganas de pedirle a este mamón que se
case contigo y te chupe la polla. Miras por el rabillo del ojo y ves que
tu novia no le quita los ojos de encima al mamón y, muy
disimuladamente, se frota la entrepierna con ambas manos. Y sabes
que está cachonda por él, por el mamón con pinta de mamón, no por
ti, pero te da lo mismo porque el pintalabios de este tipo es hipnótico y
quieres gritarle que por favor te la chupe, e incluso empiezas a notar tu
polla abriéndose paso en tus pantalones, pero te quedas ahí sentado y
no haces nada y el mamón saca el anillo de compromiso de la copa de
champán y se lo lleva. Las probabilidades de que te atraquen en un
restaurante mientras cenas en él son de una contra trescientas.
—No intentes sacarme de quicio— dice el mamón—. Todo está bajo
control.
Mi novia, es decir, tu novia, sigue masturbándose mientras mira al
mamón. Y piensas que no recuerdas la última vez que follaste con
ella.
Cinco minutos después, me duelen los tobillos. Lo que más me
preocupa ahora, de camino al hospital, es que me entren ganas de
cagar. En serio, porque si mis intestinos me cuelgan del torso y los
tengo metidos en los bolsillos, técnicamente me cagaría en los
bolsillos de un Armani. El mendigo mintió, porque el hospital no está
a cinco minutos andando, claro que puede que haya tomado, adrede, la
dirección contraria. A lo mejor porque quiero morir, pero no estoy
seguro de nada. A lo mejor ya estoy muerto, y no me he enterado. A lo
mejor me he perdido mi propia muerte.
La puerta de la cocina se abre de golpe y un cocinero asiático sale
corriendo con un cuchillo en la mano. Se lanza contra el mamón, que
ha vuelto a la pista de baile y está de espaldas a la cocina. Ahí
tenemos al héroe. El mamón hace una pirueta como de baile de salón
y queda cara a cara con el cocinero. Lo único que les separa es la
recortada, que saluda al cocinero, recién convertido en héroe, con un
nuevo agujero en el pecho. El cuerpo del cocinero describe un círculo
en el aire y aterriza en nuestra mesa. Tu novia moja tanto las bragas
que incluso con el ruido del disparo puedes escuchar un inconfundible
sonido como de chapoteo. El mamón y sus compañeros se mean de
risa. Todo es como una locura, porque todo podría, perfectamente, ser
un sueño. O un cuelgue. ¿Cuántos Valium hemos tomado,
compañero? Te levantas y te pones la chaqueta, azul marino, y te
plantas en mitad de la pista de baile, seguido por las miradas atónitas
de los atracadores. Te metes una mano en el bolsillo y notas un papel
arrugado. Es una actitud muy de caballero.
—Señores, creo que hemos empezado con mal pie— dices.
Nadie responde, por primera vez en tu vida todo el mundo escucha lo
que tienes que decir.
—No hay motivo para que esto termine en una tragedia, todos
tenemos motivos para matarnos los unos a los otros, pero el odio sólo
engendra más odio. Mamón, te pido que dejéis las armas y os
entreguéis.
—¿Me estás hablando a mí?— dice el mamón— ¿Lo de "mamón" va
por mí?
—Obviamente.
—Acabas de firmar tu sentencia de muerte.
—Entonces, chúpamela por favor. Me encanta tu pintalabios,
¡viólame!
—Te acabas de meter en la boca del lobo.
—Nunca había estado tan cachondo, te lo aseguro.
El mamón coge el cuchillo del cocinero—héroe y lo pasea por delante
de tu cara. Tu novia sigue masturbándose bajo la mesa, porque aún te
llega el distante sonido de chapoteo. El mamón con pinta de mamón
hace un gesto con la cabeza a sus niñas con polla y te sujetan entre
varios y te tumban en el suelo y te desabrochan la camisa. La hoja del
cuchillo está caliente y aceitosa, y eso se agradece cuando te están
jodiendo vivo.
Por eso tengo las tripas metidas en los bolsillos, no tengo nada de
dinero y camino hacia un hospital, pero no encuentro ninguno y son
más de las tres de la mañana y empiezo a pensar que todo, el
restaurante, la pedida de mano, el mamón, los héroes y los graciosos y
mis tripas estaba relacionado. Que yo sólo soy un paradigma de
resentimiento, materialismo y falta de contacto con la realidad y eso
hace que me cabree todavía más y necesite desesperadamente una
pastilla. Y decida levantar la mano hacia la carretera y el primer taxi
que veo pasar se detiene junto al bordillo. Así que abro la puerta y el
tipo que conduce podría ser la reencarnación hermafrodita de
Jesucristo. Me dice:
—¿A dónde?
—Al cementerio, deprisa.
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