5 El siglo XIX José Luis Gómez Urdáñez y Ainhoa Reyes Manzano 111 Tradicionalmente, el siglo XIX ha pasado a la historia como el siglo de las convulsiones sociales y políticas, golpes de estado y procesos revolucionarios, que para una buena parte de historiadores son los responsables del atraso español. Pero hay otros historiadores que ven en estos hechos precisamente lo contrario: la manifestación de la oposición entre tradición y progreso, es decir, las dificultades que el progreso entraña siempre a la hora de abrirse camino en medio del inmovilismo. Esto, sin embargo, no es una característica exclusivamente española; antes al contrario, en este siglo XIX de cambios trascendentales, encontraremos muchos países europeos en circunstancias igualmente dramáticas, pues en todas partes se abría paso un nuevo sistema político que invocaba la libertad como estímulo y la propiedad como garantía, contra el Antiguo Régimen, basado en privilegios, en el poder del clero y la nobleza, los pilares inamovibles del entramado político-social-económico. Y es que durante el siglo XIX el fenómeno histórico más importante en toda Europa fue la lucha de la burguesía por conseguir la hegemonía, por lograr el control sobre la economía y por su dominio total en el campo político, lo que obviamente debía producir reacciones airadas en la clase social antagonista a la que trataba de desplazar. En España, nobleza y clero obstaculizaron cuanto pudieron el proceso revolucionario burgués y emplearon para ello todos los medios, a veces excitando la furia de sus oponentes, otras, provocando el pacto; otras, en fin, movilizando al pueblo, al que fácilmente se le hace ir tras un cura, ora con un garrote, ora con un cirio. Como medida más radical a lo largo del siglo sobresale la desamortización, es decir, la transformación de la propiedad vinculada, “amortizada”, de nobleza y clero, en propiedad libre susceptible de entrar en el mercado de tierras e inmuebles (obviamente, en beneficio de quien tenía dinero para comprarlas); pero como contrapartida, en poco tiempo, los “nuevos ricos” acabaron pactando con la nobleza y el clero, un pacto que los moderados de Narváez llevaron a efecto a partir de los años cuarenta, creando el subsidio de culto y clero y aceptando a la nobleza como parte constitutiva del nuevo régimen siempre que se mostrara dispuesta a colaborar, como hizo una parte de ella sobre todo cuando tuvo que tomar partido contra los reaccionarios carlistas tras la primera guerra civil. En fin, el revolucionario Espartero fue nombrado Duque de la Victoria; en Autol, donde había habido un señor de la villa desde la Edad Media, repudiado en el siglo XVIII a costa del sacrificio y el dinero de los autolanos, volvía a haber un señor, nada menos que en pleno siglo XIX. El marqués de Reinosa, que debía su título al hecho de ser notario de la boda de Alfonso XII, era miembro de una saga de ministros liberales en la que destacó Calderón Collantes, y que se convirtió, ya a fines del siglo liberal, en conde de Autol. Ya veremos en adelante las consecuencias de este anacronismo. Una guerra en la antesala: Independencia y Revolución Por ahora, nos asomaremos al nuevo siglo, que comienza con hambre, epidemias y guerra: un extraño colofón a décadas de ilustración y progreso. El siglo XIX empezó en Autol con una crisis demográfica grave entre los años 1804-1806. Hubo tercianas (malaria) y además malas cosechas que produjeron cifras de mortalidad, sobre todo infantil, parecidas en virulencia a las del siglo XVII. Además, la crisis económica que atravesaba España, y que se había agravado tras la derrota de Trafalgar en 1805, provocaba desabastecimiento y un clima de violencia social inusitado. Todo se robaba en las huertas, de forma que los pequeños propietarios -a los que llegaba la crítica interna en la corte del hijo contra el padre (el futuro Fernando VII contra Carlos IV) y el pérfido Godoy aliado del amo de Europa, Napoleónpensaron que debían hacer frente a la situación. Unos harían lo de siempre, esperar tiempos mejores; otros, pensarían en ceder ante Napoleón, el emperador que había devuelto la paz a Francia e incluso había pactado con el Papa; otros, encontrarían en los fenómenos revolucionarios que siguieron al dos de mayo algo así como la esencia de España, que no se deja doblegar por tiranos. 112 La guerra civil y la revolución fueron de consuno en 1808, sin embargo, Autol sufrió poco las consecuencias. En La Rioja hubo sublevación popular antifrancesa en junio, sobre todo en Logroño y en Calahorra, pero las autoridades locales, temerosas del ejército francés que se enseñoreaba por todo el valle del Ebro desde principios del año, desde Miranda a Zaragoza, evitaron como pudieron sumarse a los motines. El propio obispo de Calahorra, Mateo Aguiriano, que luego fue diputado en Cádiz, y la mayoría de los canónigos del cabildo se mostraron como mínimo prudentes en un principio, y si en Logroño y en Soria triunfó la sublevación popular a principios de junio de 1808 –aunque fue pronto reprimida-, en Calahorra, el corregidor Carlos de Cea y el alto clero –Aguiriano estaba ausente- aquietaron a los revoltosos tras mantener una reunión el día 4 de junio y acordar medidas para evitar que se levantaran contra los franceses. Ya bajo la tutela de las fuerzas militares del nuevo rey de España, José I, los ayuntamientos del valle riojano fueron gobernados por colaboracionistas hasta el abandono de España por las tropas francesas, salvo escasas excepciones. Conocemos bien los hechos ocurridos en Soria (capital de la provincia a la que pertenecía entonces Autol), Logroño, y Calahorra, adonde llegaron las primeras tropas francesas en febrero de 1808. Como pidió el rey, los franceses fueron recibidos como amigos y aliados, cumpliendo lo estipulado en el tratado de Fontainebleau. Tras el motín de Aranjuez, en marzo, la tensión fue en aumento y la convivencia se fue haciendo más difícil: los soldados franceses estaban acuartelados en conventos, los mandos en las casas de gente principal de las ciudades; los pueblos debían contribuir a su alimentación (y a la de sus caballos), lo que provocó pronto la desaparición del grano del pósito de Calahorra y las primeras contribuciones de los pueblos. Tras el dos de mayo de 1808, la insurrección amenazaba en todas partes, de manera que aumentó el contingente de soldados franceses, que fueron tomando posiciones en sitios estratégicos. El valle del Ebro fue constantemen- El célebre cuadro de Casado del Alisal que representa la sesión inaugural de las te recorrido por las tropas Cortes de Cádiz y juramento de los diputados (septiembre de 1810), entre los que en cuanto se produjo la estaba el obispo de Calahorra Francisco Mateo Aguiriano, un riojano nacido en resistencia de la sitiada Alesanco. 113 Zaragoza. Calahorra tuvo desde el principio un señalado interés estratégico por su cercanía al puente de Lodosa, donde acamparon 25.000 soldados franceses para proteger la vía de comunicación norte-sur, por Navarra, crucial para el ejército francés. El tránsito de tropas por el valle fue incesante, incluso después de la victoria de Bailén, cuando José I abandonó Madrid y se refugió en Miranda y Burgos. Desde allí, el rey en persona viajó el día 31 de agosto a Calahorra, donde fue agasajado por los canónigos, entre ellos el deán, el lectoral y el más afrancesado del cabildo, Vizmanos, amigo de Juan Antonio Llorente. El rey fue acogido en su casa palacio por Miguel Raón (que luego será depurado, acusado de afrancesado). Seguramente, tanto el rico Raón como los canónigos miraban por sus intereses al ser solícitos con José I, pues la guerra ya había producido los primeros efectos económicos en forma de entrega obligada de diezmos a las tropas, o robos de vino y alimentos en bodegas y graneros. El ejército napoleónico tenía que vivir sobre el terreno, así que, como comprobamos en Pradejón, su presión sobre curas y alcaldes para que entregaran dinero y pertrechos fue incesante. Tanto es así que, en 1811, un año terrible de hambre, las autoridades militares francesas de Calahorra encarcelaron al alcalde de Autol, Juan Francisco Escudero, por no hacer efectivas las demandas de dinero; seguramente, los vecinos no podían dar más. Luego, los franceses robarán la mayoría de los objetos litúrgicos de Autol: el objetivo era la plata, dinero contante y sonante. La victoria de Bailén, el 19 de julio de 1808, produjo un revulsivo entre los restos del ejército español y obligó al rey José I y sus ministros a dejar Madrid, provocando la gran euforia “española”, pues en Bailén había quedado demostrado que Napoleón no era invencible. Nacía el mito de Castaños, el general que había vencido en Bailén…, a pesar de que llegó tarde a la batalla. Pero como era el de mayor graduación, firmó la capitulación … y pasó a la historia y al imaginario de los españoles de entonces. Napoleón se desesperó al conocer la derrota y se propuso entrar personalmente en España con un gran ejército. Mientras, Castaños y otros generales prepararon la defensa, precisamente en las sierras riojano-sorianas, en Ágreda, Calahorra y … Autol. A principios de noviembre, cuando ya se sabía que Napoleón estaba al otro lado del Bidasoa, Castaños tenía su ejército en el valle medio del Ebro riojano: en Calahorra, la IV división, al mando del general Lapeña; en Alfaro, la V, al mando del general Roca, y en Arnedo, Quel y Autol, la I y la II, al mando de Guimarest. Éstas eran las tropas que se enfrentarían a las “águilas del Imperio” en la célebre batalla de Tudela que se libró ese mismo día (23 de noviembre de 1808), la que más tropas concentró, de uno y otro lado, en toda la guerra, unos 90.000 soldados. Algunos soldados pasaron cerca de Autol, acamparon a veces en su término, y desde luego, se abastecieron con alimentos, caballos, etc. que requisaban a los autoleños. Como contrapartida por José I Bonaparte, rey de España, visitó Calahorra, donde fue agasajado tanto sacrificio, las autoridapor la mayoría de los ricos y por algunos canónigos de la catedral, afran- des locales de los pueblos del cesados como el célebre Juan Antonio Llorente, natural de Rincón de Soto Cidacos se alegrarían el día 23 (retratado por Goya, a la derecha). de octubre al saber que la ciu114 dad de Calahorra, entre vivas a Fernando VII, voltear de campanas, Te Deum y luminarias, vio entrar en la ciudad al victorioso general Castaños... un mes antes de la derrota. No debió de ocurrir entonces nada diferente a lo que ya observamos en Pradejón, donde hay una documentación muy interesante, ni a lo conocido por las actas municipales del ayuntamiento calagurritano, que ha estudiado Sergio Cañas. Solo conocemos, por el libro de difuntos de la parroquia, que el 8 de octubre de 1808 fue enterrado en Autol Miguel de La Riva, de 43 años, de Navajeda (Santander), que era cabo de la segunda compañía del regimiento de Ceuta; que el 30 de octubre murió una niña, hija de un sargento primero del regimiento de caballería de Borbón, presente entonces en la villa; y que poco antes de entrar Napoleón en España murió en Autol Marcos Fernández, soldado voluntario del segundo batallón del Bierzo. Comprobamos así la presencia de las tropas del general Castaños en Autol, tras la reorganización del ejército El general Castaños, héroe de Bailén, español, a la espera de lo que ya constituía una temible notiderrotado en la batalla de Tudela cia: el emperador en persona iba a llegar a España con más de (noviembre de 1808). 100.000 “águilas del Imperio”, soldados de todas las nacionalidades de Europa. En efecto, Napoleón cruzó la frontera el 8 de noviembre de 1808 y tras la batalla de Gamonal entró inmediatamente en Burgos, donde fue agasajado incluso por el arzobispo, que también había “coronado” a José I cuando pasó hacia Madrid unos meses antes. Napoleón quería llegar a toda prisa a Madrid para impedir que la población se organizara y ocurriera como en Zaragoza. Por eso destacó al mariscal Ney para que llegara a Aranda con 20.000 hombres. En tres días podía estar a las puertas de Madrid, pero la inteligencia francesa le informó del peligro que podía suponer que las tropas españolas acantonadas en el valle medio del Ebro, mandadas por Castaños, el héroe de Bailén, avanzaran río arriba y cortaran sus comunicaciones con Francia. Por eso mandó a Ney atacar Soria y caer sobre la línea Calahorra-Tudela. Probablemente, el soldado desconocido que fue sepultado en la iglesia de Autol el 23 de noviembre y que, según el párroco, murió repentinamente, fue testigo de los preparativos de la célebre batalla de Tudela, que se libró ese mismo día, una resonante derrota de Castaños que puso fin a cualquier intento de organizar la defensa en Calahorra y sus alrededores (y que provocó el segundo sitio de Zaragoza, el que se hizo célebre en el mundo por la crueldad desatada en la ciudad, sin alimentos, asolada por las epidemias y llena de cadáveres). También murió en Autol, el día 25, otro soldado desconocido, de 28 años, y el día 29, otro, éste del regimiento de Chinchilla, de 21 años. Todavía moría el día 3 de diciembre otro soldado de 24 años, y el día 4 uno, de 26 años, de la tercera división del batallón de tiradores de tierra Ledesma; y el día 21 un soldado de 20 años, del regimiento de las Guardias españolas. Seguramente, éstos últimos resultaron heridos en la batalla, o en la huida de las tropas de Castaños, que se retiró hacia las sierras del Sistema Ibérico y Calatayud. Aún murió otro soldado, de la tercera compañía del segundo batallón del regimiento de las Cuatro Órdenes en fecha tardía, el día 10 de enero de 1809, cuando ya las autoridades francesas habían impuesto su nuevo orden, ahora militar, en los pueblos de La Rioja. Éste fue enterrado como pobre. Tenía 20 años, era gallego, seguramente resultó herido y aguantó la muerte socorrido por la caridad de los autoleños, que al menos pudieron darle cama en el ruinoso hospital de la villa. Muchos heridos solo habían sufrido heridas superficiales, pero durante los días posteriores a la batalla, la gangrena hacía estragos. 115 A partir de entonces, el control absoluto fue ejercido por las autoridades imperiales desde Logroño y Calahorra, nombrando alcaldes, imponiendo contribuciones especiales, robando toda la plata de las iglesias y, a partir de 1810, poniendo en venta propiedades del municipio o de la iglesia con el fin de mejorar la maltrecha economía del ejército ocupante sobre todo en los terribles inviernos de 1810 y 1811. La necesidad de alimentar a tantos jóvenes soldados como demandaba el control de España dejó muchos pueblos sin ovejas o cabras y con muy pocos animales de tiro o de carga, pues eran requisados por los militares (y los guerrilleros, un verdadero ejército). El desastre que supuso en España la Guerra de la Independencia influyó durante décadas en el atraso y la falta de infraestructuras. Hubo pueblos incendiados, miles de puentes hundidos, caminos y carreteras destrozados; la cabaña trashumante diezmada –la Mesta no se repuso de este golpe de gracia-, el número de caballos reducido y, desde luego, la sangría humana alcanzó proporciones gigantescas. En 1812 la guerra comenzó a dar un giro contra los franceses. Napoleón no podía creer lo que ocurría en la “guerra de España”. Sin ejército regular, sin artillería, y así y todo los españoles resistían. Es cierto que ya Wellington representaba un factor fundamental en el potencial militar en la Península, pero también había progresos por parte de los españoles en regiones en las que no había ni tropas inglesas ni desde luego, españolas regulares. Era cosa de los bandidos, los “brigants”, según los franceses; gente ruda echada al monte incapaz de entender la civilización. Para los franceses, estos “guerrilleros” eran crueles y bárbaros, no se sometían a las leyes de la guerra y estaban fanatizados por curas y frailes resentidos por la exclaustración y la abolición de la Inquisición. Los ingleses, con su típico comportamiento militar en “tierras bárbaras”, pensaban que la guerrilla era innecesaria; incluso, un estorbo. Siempre han pensado que la guerra la hacen los militares; les sorprendía ya entonces que la hicieran los pueblos. Pero en España, sin embargo, nacía una forma nueva de defender la Patria. Algo muy profundo hacía que estos hombres, que llegaron a formar ejércitos de miles de efectivos a caballo y armados –y fueron luego militares profesionales-, se entregaran a la causa, a veces, procediendo contra gente tan importante como Manuel Sáenz de Vizmanos, el deán afrancesado de Calahorra, al que amenazaron y humillaron por su colaboracionismo hasta el punto de que cuando murió –en Sevilla, al fugarse de Calahorra e ir al encuentro de su amigo Llorente, que acompañaba a José I en su viaje por Andalucía- no hubo quien quisiera tocar a muerto las campanas de la catedral de Calahorra. Los echados al monte y los restos del ejército español se estaban haciendo fuertes en las sierras riojanas y en tierras de la meseta, en la cercana Soria, desde donde el general José Joaquín Durán lanzará un ataque contra la ciudad de Soria, ocupándola unos días durante el mes de marzo de 1812. Con Durán, entró en Soria el Batallón de La Rioja, mandado por Tabuenca, en su mayor parte compuesto por patriotas que habían sido vencidos en Logroño y en Calahorra y resistían en las sierras, amparados por la junta patriótica de Soto de Cameros y por vecinos de pueblos de la cuenca alta del Cidacos; también iba el batallón de Leales Numantinos, mandado por Gregorio de Vera. Sin embargo, la debilidad de las tropas nacionales hizo que Durán tomara la decisión de retirarse de Soria el día 24 de marzo antes de que llegaran refuerzos enemigos. Los franceses ejecutaron por ese motivo a muchos patriotas, pero también el cura Merino mandó ejecutar a 110 prisioneros, entre los que había desertores y afrancesados. La guerra había llegado a la máxima crueldad, tal y como la pintó Goya. El 17 de septiembre de 1812, Durán y Tabuenca volvieron a caer sobre Soria, que esta vez quedaba definitivamente liberada. Los franceses no dejaron en su huida ni una oveja, ni un grano de trigo: el próximo invierno fue terrible. Durán tuvo que ser enérgico al pedir alimentos a los pueblos de alrededor, pero a la vez encontró una mejor solución: lanzarse sobre el valle del Ebro donde sabía que había abundancia, así que dirigió sus tropas hacia Calahorra, donde entró el 26 de julio (había estado antes el 23 de mayo, lo que demostraba 116 la debilidad francesa en el Ebro medio). Sin prácticamente presentar resistencia, la guarnición francesa de Calahorra se rindió. Sin embargo, la misma debilidad aquejaba a las tropas de Durán, la mayoría formada por guerrilleros, de forma que cuando supieron que el 17 de septiembre de 1812 llegaban las tropas francesas del coronel Barón Darquier, se retiraron prudentemente. A partir de ese momento hubo un constante tránsito de tropas francesas por el Ebro, que al fin serán derrotadas definitivamente en julio de 1813 en la batalla de Vitoria. Antes, todavía Calahorra y su partido sufrieron el saqueo de los soldados franceses hambrientos y desesperados, tal y como lo cuenta un documento posterior: “En el día 26 de junio del año pasado (1813), al tiempo que se retiraron por esta ciudad las tropas francesas enemigas, hicieron un saqueo general tanto de vino, harina, nueces del campo y otras especies y artículos, sin reservar ninguna de las casas de estos vecinos”. Así terminaba una terrible guerra que duró más de seis años y que vio nacer algo muy contemporáneo: la represión de las ideas. Unos españoles sufrieron exilio o muerte por afrancesados; otros, por un nuevo delito, el de infidencia, inventado por Fernando VII, el rey cautivo que nunca hizo nada por liberarse de su prisión de Valencay, un confortable castillo donde hacía bordados con su tío don Antonio, y que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los españoles al punto de asombrarle, pues no podía creer tanta vileza, según escribió luego el emperador. Antes, el rey había traicionado a su padre, difamado a su madre y entregado la corona a José I. En fin. Y aún quedaba otro grupo de españoles, los liberales y los constitucionalistas de Cádiz, duramente reprimidos por el monarca absoluto, cruel desde el primer día que puso el pie en España. El liberalismo: de revolucionarios a conservadores Los problemas que le esperaban a un pueblo como Autol son muy conocidos a nivel general, aunque apenas tenemos fuentes para saber qué ocurrió en algunos momentos fundamentales, como fueron la proclamación de la Constitución de Cádiz de 1812 y los vaivenes constitucionales de 1820 y 1837, los hitos históricos con los que comienzan las grandes controversias políticas de los españoles, pues muchos fenómenos que recorren el siglo y el siguiente tienen ahí su origen. En primer lugar, la Constitución dividió profundamente a la sociedad española, en la que ya no dejará de haber una nítida distinción entre constitucionalistas (liberales) y opuestos (reaccionarios). Entre estos últimos destaca desde 1833 la facción que ellos mismos denominaron Carlismo, es decir, aquellos españoles que, partidarios de don Carlos, hermano de Fernando VII –y de profundas convicciones absolutistas-, se opusieron a la legitimidad de María Cristina, que conducía a la entronización de Isabel II y, más importante, al triunfo de la burguesía liberal revolucionaria. Por eso se produjo la primera guerra civil. Carlistas y cristinos fueron forjando un ideario que en cada época posterior –otras dos guerras civiles en los próximos treinta añosse fue radicalizando. Los cristinos decretaron la desamortización, entre otras razones para obtener dinero y pagar la guerra contra los carlistas; los carlistas se opusieron invocando la “alianza del altar y el trono” como fundaSagasta, el león de Torrecilla, y Olózaga, nacido en Oyón, pero arnedano de adopción, fueron los padres indiscutibles mento legitimador de la propiedad inviolable de la Iglesia. Por debajo del liberalismo progresista español. 117 estaba la verdad: los liberales querían ampliar el mercado de tierras y crear pequeños propietarios que dieran estabilidad al nuevo régimen; no se había avanzado mucho desde Campomanes. Los carlistas se hicieron fuertes en regiones donde abundaba la propiedad comunal y la propiedad eclesiástica, que permitían el trabajo seguro de pequeños campesinos a los que la renta de la tierra les salía muy barata. Al pasar las tierras desamortizadas a manos de los ricos de los pueblos, esos pequeños campesinos reaccionaron pues quedaban convertidos en meros jornaleros y encontraron el ala protectora del Carlismo en otro grupo de propietarios, empobrecidos pero pagados de sus viejas hidalguías, que se sintieron amenazados. En adelante, ante otras coyunturas, este movimiento iría encontrando nuevas posiciones, siempre reaccionarias, hasta llegar a rearmarse ideológicamente durante la Segunda República –rechazando todos los partidos políticos- y a sumarse al Movimiento en la primera hora (aunque manteniendo con energía su ideología esencial). No sabemos por qué, en el siglo XIX, el carlismo fue más fuerte en Quel y en Arnedo que en Autol. En el comienzo de la guerra carlista, tanto Quel como Autol se manifestaron radicalmente liberales, cristinos e isabelinos, aunque como veremos hubo luego algún conato reaccionario. En 1835, el 27 de agosto, un capitán sublevado en Calahorra, que al parecer había arrastrado a la primera compañía de Voluntarios de La Rioja, fue detenido cerca de Autol por patriotas de los dos pueblos. Los urbanos de Quel persiguieron al capitán hasta Cornago, donde se había refugiado. Tres años después, en el verano de 1840, hubo en Autol pronunciamientos de “los díscolos y retrógrados”, como llamaba el alcalde, Saturnino Martínez Llorente, a varios vecinos y algunos miembros de la Milicia Nacional que habían dado voces contra la Constitución de 1837. El 13 de septiembre de 1840, el alcalde decía en un bando –que fue recogido en el Boletín Oficial de la Provincia- que el pueblo “ofrece un aspecto favorable a la causa de la Libertad Nacional, confesando muchos el error que cometieron en creer a los que con títulos o nombres seductores se presentaron cubriendo las preciosas intenciones con que caminaban a privar al pueblo de sus derechos adquiridos y restablecidos a costa de tanta sangre”. Para el alcalde, la culpa era –cómo no- del clero del pueblo: “como tenemos un clero largo, ignorante y fanático, que fue el órgano que los condujo al error que confiesan, y sus individuos son siempre los mismos”… En cualquier caso, reinaba ya en Autol la más profunda veneración de la reina niña Isabel –a la que se elevaba al trono bajo la regencia de Espartero- y, además, la guerra civil terminaba. Por decreto de 12 de agosto de 1841, cien vecinos de Autol, seleccionados por la Junta Provincial a propuesta del alcalde, eran condecorados con la medalla “cívica” creada para enaltecer a los pronunciados a favor de Isabel II. Sus nombres están en el Boletín Oficial de 14 y 17 de julio de 1842. Eran el primer sustento en Autol del liberalismo de los Espartero, Olózaga y Sagasta. Pero además, por esas fechas, el padre del que iba a ser primer conde de Autol, Valentín de Garralda, se alistaba, en 1835, en el ejército liberal. Luego, un hijo, Joaquín Garralda y Oñate, se casaría con Fernanda Calderón, que era la hija de un ministro de la saga Calderón Collantes, ennoblecido por Alfonso XII con el título de marqués de Reinosa. Todos eran liberales y ejercieron diversos cargos, ministros, senadores o diputados. El viejo antagonismo de la burguesía liberal con la nobleza se había olvidado. Ahora, Joaquín Garralda y Oñate, marino de carrera, del partido liberal -el marido de doña Fernanda, que aporta al matrimonio el título del marquesado de Reinosa-, dejó la Armada por el escaño llegando a senador vitalicio, pero ostentando a la vez el título de conde de Autol por gracia real desde 1893. Quizás el tener en el mismo pueblo a un marqués, conde, senador vitalicio, rico e influyente y además, según dicen, culto y buena persona… del partido liberal provocó que en Autol todos, o casi todos, fueran liberales. La trayectoria de la familia puede ser considerada un modelo en la historia política de España. Liberales, pero bienquistos con la Iglesia –el conde fue sepultado en la iglesia parroquial de Autol, en la capilla del Rosario, y la condesa viuda regaló una huerta para los curas, 118 El abrazo entre Espartero y Maroto, en agosto de 1839, puso fin a la guerra carlista en el norte. en 1908-; nobles, pero no ociosos –la familia se preocupó por la repoblación posfiloxérica y mantuvo sus bodegas-; desprendidos –el primer conde fomentó una sociedad para socorro de los pobres- y como veremos, pendientes siempre de ayudar desde Madrid para hacer posibles los grandes proyectos de Autol, desde el teléfono a la carretera o la traída de aguas. Como ya sabemos, el salto del molino del conde hizo posible la primera central que dio luz eléctrica a Autol, en 1900, y diez años después, la creación de Electra de Autol. En suma, los autoleños creían entonces que esa manera de ser clase dirigente era señal de progreso y seguramente se consideraron siempre afortunados. Así se pactó el estado liberal que culminó en la Restauración. El Estado liberal español tardó en consolidarse, pero es un hecho que a partir de la década de 1840, la burguesía, revolucionaria o conservadora, tenía claras las metas de modernización del país. Ferrocarriles, industrialización, liberalización del comercio para estimularlo, mercado nacional…, sí, pero sobre todo, educación, instrucción. La Ilustración dieciochesca siguió actuando, a través de las Diputaciones Provinciales –herencia en parte de aquellas Sociedades de Amigos del País-, y la enseñanza se convirtió desde los años 1840 en una obsesión. Se difundió el principio de que todo era posible mediante la instrucción. A mediados del XIX, Pascual Madoz, diputado y ministro liberal, importante hacendista, plasmó en su famoso diccionario, impreso entre 1846 y 1850, lo que eran, pero también lo que debían ser los pueblos de España según el ideario del liberalismo. Debían producir, vigorizar todas sus potencialidades, comerciar y hacer de su población gente instruida. En el artículo sobre Autol, el diccionario nos informa de que el pueblo tiene ya 2.740 almas, que viven en “500 o 600 casas de regular fábrica, distribuidas en varias calles, todas pendientes, excepto tres que son de buen piso”; produce toda clase de frutos y tiene mucha ganadería, lo que se explica por su extenso término y por los eriales del Yerga –“muchos y exquisitos pastos”, y mucho vino, pues hay más de 300 bodegas. En efecto, hay mucho vino, pues no solo hay que surtir al comercio y el consumo de Arnedo y Calahorra, sino que con el excedente de uva o vino se elabora aguardiente, en seis fábricas. El de Autol es “muy estimado en la costa de Cantabria y preferido al de Cataluña y extranjero”. Se exporta también a Madrid y a las Provincias Vascongadas. Por eso, hay muchos mulos y mulas, pues la arriería es una válvula de escape de la sociedad autoleña en los meses de menor trabajo agrícola. Fiel a la idea que había dado lugar al lema de Real Sociedad Riojana de Amigos del País, “prosperarás El primer conde de Autol, don Joaquín extrayendo”, el diccionario repara en que puede haber Garralda y Oñate, un título honorífico como todos los ennoblecimientos decimonónicos, cobre en Los Agudos, aunque no se “beneficia, ignopero que en este caso tuvo gran trascenrándose la causa”, y que la industria de Autol es condencia para Autol por la personalidad de siderable. Además de las destilerías, hay fábrica de don Joaquín. 119 La Cooperativa autoleña recuerda al prócer decimonónico, pionero en la lucha por la calidad del Rioja. Los numerosos premios obtenidos por los vinos de la Cooperativa recuerdan que seguimos en la misma línea. jabón –vimos que existía ya a mediados del XVIII- y nada menos que 17 telares de lienzos, todavía. Éstos ocupan a 19 personas y “consumen” al año 700 arrobas de lino y cáñamo, que producen 19.710 varas de ropa. Además, hay algún alpargatero y artesanía del esparto. No es solo una industria al servicio de los autoleños; esto hubiera sido el deseo de los ilustrados del XVIII; a ello, los liberales superponen el estímulo del comercio, que hace llegar “géneros coloniales” a Autol, tanto a través de su Foto de la placa del Conde. mercado, privilegiado por una merced regia en 1805, como de los de Calahorra y Arnedo. En cuanto a la educación, el diccionario da idea de que el punto de partida de Autol va a ser muy bajo… como vimos ya desde 1750, con aquel único maestro y solo de niños. Todavía la educación es considerada hoy el fundamento del progreso de las sociedades y la garantía de su modernidad, pero en el siglo XIX era, además, la única palanca de transformación social. Ya en la Edad Moderna, la Iglesia fue consciente de esta realidad; incluso en pueblos como Autol, dio becas para estudiantes pobres, o admitió algún legado u obra pía cuyos réditos se destinaron a la educación cristiana de los niños. La Ilustración hizo que la preocupación pasara al Estado. Muchos pueblos tuvieron en el siglo XVIII el primer maestro, a veces por medio de la labor de las reales sociedades de amigos del país, otras, por alguna junta que solían denominar “de caridad”, otras, en fin, por el interés municipal, como ocurrió en Autol y sabemos por el Catastro de Ensenada, aunque todavía correspondía a los padres pagar a los maestros casi en todos los pueblos. En el siglo XIX, el objetivo de que la educación fuera competencia del Estado afloraba en cada periodo constitucional, en los que, como un símbolo, los ayuntamientos liberales constituían juntas de enseñanza. Así ocurrió en 1820 y definitivamente tras el triunfo de los revolucionarios burgueses entre 1835 y 1837. Es cierto que donde primero se notó fue en las ciudades; así en Logroño hubo muy tempranamente un liceo Espartero, al que siguió el instituto de enseñanza media y, en una fecha muy temprana, una escuela de magisterio (1851), que 120 además formaba también maestras. Estas dos últimas instituciones siguen en pie en la capital riojana. En Autol, como hemos visto, había escuela de niños desde el siglo XVIII al menos, pero la de niñas tardó en llegar, y aún así, costó muchos años y mucho sacrificio por parte de maestros y maestras vencer el absentismo, como veremos, propiciado por los propios padres, que no podían mantener una boca más. Los niños dejan la escuela para ir al campo (a veces, durante la vendimia o la recogida de la aceituna, la escuela cierra), las niñas sirven de criadas. La concentración de clérigos en la catedralicia Calahorra era un buen reclamo para estas pequeñas criadas, que podían acabar siendo amas de curas, una posición muy respetable (aunque no exenta de burlas, y más en La Rioja Baja). La primera noticia sobre la “educación estatal” en Autol es de 1839, cuando bajo la presidencia del alcalde Laureano Bretón se constituye la junta local de enseñanza primaria, tal y como ordenaba la ley de 21 de julio de 1838. Con el alcalde, formaban la junta el párroco y dos próceres locales, D. Manuel Pérez Irujo y el licenciado D. Leonardo Manuel de las Heras. Unos años después, en 1844, se documenta la vieja escuela, “sita en la basílica de los dolores” (¿). Se formó ese año una “comisión local de instrucción primaria”, compuesta por Manuel Fernández, alcalde, Laureano Bretón, regidor, José María Calvo, cura, además de don Florentino González de Barrionuevo y el licenciado D. Leonardo de las Heras. Pero no hay más datos. Por la información que recogió Pascual Madoz en su célebre diccionario, sabemos que Autol tenía en la década de 1840 “una escuela de primeras letras de tercera clase”, a la que iban 140 niños, cuyos padres pagaban al maestro 3.300 reales, y una escuela de gramática, dotada con una corta renta y el estipendio por alumno, 5 reales mensuales y una fanega de trigo, que hacían unos 2.200 reales. Esta escuela de gramática, o cátedra de latinidad, venía siendo, en ausencia de seminario, la forma de aprender los primeros latines en la carrera de cura, que se hacía luego en dos o tres años en una universidad, a veces en universidades que daban fácilmente el grado, como Oñate, Burgo de Osma, etc. Ése fue generalmente el camino de los muchos curas que salieron de Autol y por eso la “cátedra” estaba regentada por el cabildo, que era el que contrataba al “catedrático”. En 1816, todavía se anunció la vacante en La Gaceta de Madrid, fijándose el estipendio en 300 ducados (3.300 reales) y la asistencia, en unos 20 estudiantes. Tener un hijo cura era una buena salida para las familias de los pequeños propietarios autolanos y una forma de arraigar en lo profundo el catolicismo, que desde la irrupción del liberalismo será en España una posición tanto religiosa como política. La composición del cabildo de 1859 permite constatar que muchos de los curas de Autol eran hijos de la villa: ahí está José María Calvo, Manuel Bruno Baroja, Pedro José Oñate, José Patricio Baroja, José Herce, etc, apellidos autoleños de gran resonancia. Todavía no había escuela de niñas, pero no tardará en llegar. El 19 de enero de 1852 el alcalde de Autol recibió una carta de la Comisión Superior de instrucción primaria de la provincia en la que se le instaba a “crear una escuela de niñas”. Debería aprontar 2.000 reales para la maestra, 500 para material y darle habitación. La Comisión deseaba que estos gastos se incluyeran ya en los presupuestos de 1853. Según la Comisión, “la escasez de maestras con la instrucción suficiente para dirigir la educación de las niñas ha sido hasta ahora la causa de que esta Comisión se haya limitado a promover la creación de escuelas en los pueblos cabezas de partido, procurando entre tanto proporcionar por medio del Seminario de maestras establecido en esta capital la instrucción correspondiente a las jóvenes dedicadas a esta profesión”. El “Seminario de maestras” era la Escuela Normal de Maestras de Logroño, creada en 1851, una de las primeras de España (las de Zaragoza y Vitoria son de 1856; la de Burgos, de 1871; la de Madrid, de 1858). Al año de empezar a funcionar el “Seminario de maestras”, había ya suficientes maestras como para atender a más pueblos que los cabezas de partido, según decía el presidente de la Junta provincial, que era el gobernador civil. Los elegidos ese año habían sido, además de Autol, Aldeanueva, Ausejo, Cenicero, Fuenmayor, Igea, Munilla, Navarrete, Quel y Villoslada. 121 La primera escuela de niñas de Autol se creó, en efecto, al año siguiente, en 1853. A ella llegó en septiembre la primera maestra, doña Rufina Albornoz, tras haber ganado la plaza por oposición y haber conseguido la venia docendi del rector de Zaragoza, máxima autoridad en todo lo concerniente a la educación en el distrito de Aragón, Navarra y Rioja. El ayuntamiento pagó a doña Rufina los 2.000 reales y le dio casa; sin embargo, se negó a que las niñas contribuyeran con una cuota, tal como hacían los niños. (Empezamos bien, ¿verdad?). El 22 de marzo de 1854, la maestra pidió sus derechos al ayuntamiento, pero de nuevo se los negó, por lo que Las niñas son llamadas, no por sus nombres, sino por el de sus se dirigió a la Comisión Provincial, padres. A la izquierda de la lista la maestra ha puesto una pº que sí le hizo caso. La Comisión se (pagado) para llevar la cuenta de los padres morosos. Costó dirigió al alcalde en tono agrio el día mucho conquistar la individualidad. 1 de junio de 1854, advirtiéndole de que era un derecho de la maestra cobrar a cada niña, excepto las declaradas pobres. La carta expeditiva de la Comisión Provincial causó efecto y el 2 de julio, el ayuntamiento y la maestra acordaron el estipendio que cada niña debía pagar: Las de primera, que se destinen a toda clase de zurcido, festoneo y bordado, 2 reales. Las de segunda, que se ejerciten en hacer media, toda clase de punto, esto es sencillo, doble y rayado y calado, 1, 5 reales. Y las de tercera y última, 1 real. Son cantidades que han de pagar cada mes. Después se añade “sin perjuicio de ser instruidas las niñas en la Doctrina Cristiana, lectura y escritura y demás”. La maestra doña Rufina había salido ganando, pero lo difícil era llevar a la práctica su derecho a cobrar. De las 112 niñas a las que enseñaba, no pagaron 63. En 1855, el inspector visitó la escuela y dejó por escrito “la dificultad de mantenerse” del maestro y la maestra “por la carestía de los alimentos”. Daba igual que se obligara a los niños, pues no podían pagar, así que el ayuntamiento, presidido por el alcalde Lucas Barea, llegó el 30 de abril de 1856 a un acuerdo con la maestra de niñas, Rufina Albornoz, por el que los padres se obligaban a darle media fanega de trigo anual por cada niña de cinco a doce años, vayan o no a la escuela. El drama de la asistencia y la imposibilidad de pagar al maestro fue una constante durante muchas décadas más. De todas formas, doña Rufina no estuvo mucho tiempo en Autol. En 1868, ya estaba de maestra en Logroño (Buisine, p. 215). Así pues, la situación era pésima. Los locales pequeños, escaso el mobiliario, como mucho unos tablones corridos para que se sentaran algunos niños, las “gradas”. Por eso, conocida la situación por la Junta Provincial, el gobernador instó el 23 de abril de 1858 al alcalde de Autol a mejorar las escuelas. El año anterior, en instancia de 21 de abril de 1857, el maestro Juan Díaz suplicaba que le pusieran un “pasante” pues tenía que atender a 180 niños. El maestro llevaba sufriendo la situación 22 años, desde que empezara a ejercer como maestro de Autol en 1835. 122 Educación y Revolución Un atado de cartas de la Junta de Instrucción local de 1869 a 1874, conservado en el archivo municipal, nos permite conocer muy bien la situación escolar durante ese tiempo de convulsiones políticas, los últimos estallidos revolucionarios antes de llegar al pacto que iba a traer la Restauración después del fracaso de la Primera República. Ya no se trata solo de problemas materiales, de sueldos bajos y pagados tarde; ahora hay por medio ideas, ilusiones de cambio político, y todo ello podemos verlo a través del comportamiento de un maestro, un joven profesor que tiene ideas republicanas y federales, que bebe en las fuentes de Pi y Margall y que seguramente se ilusionó demasiado al ver destronada y expulsada de España a Isabel II. Viva España con honra y sin borbones, sí pero… Sabemos por estos documentos que en Autol había ya en 1869 escuela de niños, de niñas y también de párvulos, y que se había constituido la junta de enseñanza local como de costumbre. Los problemas eran los de siempre, pero además ahora había uno nuevo: ya no había unanimidad entre las fuerzas vivas y el magisterio, pues un maestro joven, don Modesto Ramírez de la Piscina, de ideas republicanas y laicas, había empezado a inquietar a la conservadora sociedad autoleña. El problema saltó un año antes del destronamiento de Isabel II, el 20 de mayo de 1867, en que reunida la junta local de enseñanza con el inspector provincial y el alcalde, a la sazón Justo Baroja, el inspector “manifestó la queja producida contra el maestro D. Modesto Ramírez, que consiste en que la conducta de éste es tibia e indiferente y que deja de asistir a las vísperas los días festivos”. El inspector dio la palabra a la junta, que dice no haber observado nada anormal en la conducta del maestro, “antes bien, observa con satisfacción que procura cumplir con sus respectivos deberes profesionales”. Además, el maestro asiste a misa y a las vísperas con sus discípulos y “su conducta moral y religiosa es buena”. La junta local ha apoyado al maestro, pues profesionalmente es muy bueno y trabaja más que nadie por los niños. Pero en adelante, cada vez serán más frecuentes las denuncias por las ideas políticas y religiosas del maestro y se irán haciendo más evidentes y públicas tras la Revolución de septiembre de 1868. Con todo, en sus escritos, don Modesto hablaba más de escuela que de política. Partidario de la enseñanza gratuita, pidió al ayuntamiento que a condición de elevar un poco el sueldo de los maestros los niños dejaran de contribuir con media fanega de trigo al año, como era costumbre, y que era en realidad la causa del absentismo de los más pobres. En sus numerosos escritos, algunos de airada protesta, fue dejando constancia de su pensamiento progresista en la educación. Así, el día 20 de noviembre de 1869 escribió largamente sobre los problemas de la escolaridad en Autol. Para él, el primero era que “la asistencia de los niños a la escuela es tan poco continuada que imposibilita al que suscribe adelantar un paso en el camino de la instrucción a pesar de los mayores esfuerzos empleados con tal objeto”. Pero señala también “que las causas que influyen para la no asistencia son entre otras: el abandono de los padres, en unos; el interés material, es decir, el querer que los hijos les rindan producto ocupándoles en labores impropias de su edad, en otros; y en los más, el estar adeudando las retribuciones, no solo del año actual, sino que también de los anteriores, sirviéndoles de pretexto el no mandar sus hijos a la escuela en época marcada para el pago de tan insignificantes cantidades”. Modesto Ramírez de la Piscina, al que pronto veremos involucrado en los alborotos promovidos por los republicanos, tenía la solución y la expuso: “una de las medidas que mejor conducirían al objeto que todos anhelamos es la de declarar la enseñanza gratuita de acuerdo con el ayuntamiento y los profesores; y después, hacer cumplir la ley de 1857 vigente, exigiendo a los padres la multa de 2 a 20 reales”. El maestro recordaba luego la Constitución, obviamente la nacida de la revolución de septiembre, que obligaba a los padres a enviar a los hijos a la escuela, como también “las órdenes y circulares expedidas por el gobierno de Su Alteza el Regente que tanto se interesa por la instrucción”. El Regente era Francisco Serrano, el general que con Prim y Topete se había 123 sublevado en septiembre contra la reina y en la batalla de Alcolea había logrado cambiar el régimen. La carta del maestro, fechada en 20 de noviembre de 1869, debió de sentar muy mal a los padres, pero el ayuntamiento dictó un bando recordándoles su obligación, mientras el maestro exhibía sus ideas laicas al amparo de la Constitución de 1869, la primera que permitía la libertad de cultos en España y sin duda la más democrática hasta la republicana. Al año siguiente, en carta del 1 de abril de 1870, Modesto Ramírez volvía a insistir con la pluma ante la junta. Esta vez recordaba el decreto del Regente de 23 de febrero de 1870 que hacía obligatoria la enseñanza de la Constitución en las escuelas, así como la circular de la Junta Provincial de Enseñanza del día 20 de marzo, recordándolo. Para ello proponía repartir entre los niños y niñas que sabían leer “el opúsculo publicado al efecto por el digno profesor D. Millán Orio”. Pero como era de esperar, los conservadores autoleños reaccionaron: 11 padres, a los que don Modesto citaba al margen, se habían negado a que sus hijos leyeran la Constitución. Para el maestro era terrible y, con prosa vehemente, lo expuso al presidente de la junta, el alcalde: “como V. I. no ignorará, son los deberes y derechos que tiene todo ciudadano y cuya carencia ha sido causa y puede seguir siendo de que los españoles toleren y sufran resignadamente las cadenas de la esclavitud y el despotismo, que rotas en mil pedazos en el puente de Alcolea y evaporadas por el calor de la libertad, desaparecieron de nuestra querida patria el día 6 de julio de 1869 al tiempo de promulgar solemnemente la Constitución que nos rige”. Palabras encendidas y patrióticas que se repiten cada vez que en España se conquistan parcelas de libertad… Modesto Ramírez insistía después en sus habituales argumentos dibujando, una vez más, la triste situación: “los niños pululan por las calles y plazas sin ocupación de ningún género”; muchos “jamás han asistido a la escuela”, etc. Eran tiempos difíciles políticamente, también para los sufridos maestros de Autol. Además de Modesto Ramírez, ejercían en el pueblo José María Fernández, Aniceto Hernáez (de párvulos) y Epifania Garayoa, que no compartían precisamente las ideas de Modesto. Los tres recibieron el 11 de junio de 1870 el Boletín Oficial de la provincia en el que venía la obligación de enseñar la Constitución; sin embargo, callaron. El 14 de septiembre de 1870, Modesto Ramírez volvía a la carga, esta vez dolido porque los padres habían empezado a reaccionar contra él. El maestro tuvo que defender su “dignidad como hombre”, apeló a su conciencia y a su honor, y denunció que los padres: “atribuyen públicamente al que suscribe las faltas que son propias de su egoísmo o de su indiferencia”. Recordaba que en el pueblo había habido entre 130 y 160 niños en la escuela, mientras “en la actualidad fluctúa la matrícula entre 50 y 60, de los cuales acuden por término medio 30, la mayor parte sin libros, sin papel y sin nada, pues de cuatro partes del año, tres los tienen ocupados en las faenas agrícolas”. El escrito lo remitía a la Junta local y también a la junta provincial, que el 24 de septiembre de 1870 ya había dado la razón al maestro y solicitado apoyo de todos para cumplir las leyes en Autol. Pero la Junta local seguía irritada con el maestro y algunos vocales se hacían eco de las críticas contra él (por supuesto, el párroco). De nuevo, el 5 de octubre de 1870, don Modesto cogió la pluma para defenderse y empezó recordando las obligaciones de la propia Junta, la primera, cumplir las leyes; luego se defendió de las críticas por asuntos religiosos; y eso que todavía no se había promulgado el decreto más laico en la enseñanza en España hasta el momento: el de 14 de octubre de 1870, por el que “se dispensa a los maestros de dar la enseñanza de religión, moral e historia sagrada, a los niños cuyos padres lo soliciten”. A partir de ese día, el maestro tendrá ya la ley de su parte y lo hará notar. El 6 de marzo de 1871 se constituía la Junta de nuevo, seguramente tras las elecciones en Autol, de lo que no hay documentación local. Sabemos solo que se plantea un acuerdo sobre salarios de los maestros tras las declaraciones ante la Junta de don Modesto y doña Epifania, que ratifican que la causa del absentismo es la media fanega que han de pagar los padres. 124 La Junta acuerda que el ayuntamiento les pague una tercera parte más del sueldo, que significa: a Modesto 275 pesetas, y a Epifania 183. Los maestros aceptan. Pero el 12 de marzo de 1872 se produce un hecho bastante insólito: el alcalde, Vicente López, toma la decisión de aumentar el salario “solo en el caso de que sea constante la asistencia a cada escuela por lo menos de 86 niños”, teniendo en cuenta, prosigue el alcalde, “que si fuese menor la asistencia se les ha de rebajar lo que a prorrata corresponda”. Las cosas no pasan a mayores y la corporación aprueba el salario de los maestros, lo que comunica a la Junta en 27 de marzo de 1872: Modesto recibirá 1.016 reales anuales y la maestra Epifania Garayoa 816 reales. La maestra había pedido 100 reales más, pero el ayuntamiento no lo acepta. Todavía pasarán muchos años antes de que los salarios de maestros y maestras se equiparen. Las convulsiones políticas no cesan en el Sexenio. Hay libertad de cultos, escuela laica, un nuevo monarca no Borbón, constitucional, Amadeo de Saboya, que no logra poner paz en la “jaula de locos” que, según sus palabras, era España entonces. Como siempre, en la jaula de locos estaba enredando el clero, que no podía tolerar el laicismo y la llegada a España de protestantes a adoctrinar, que como ya vimos en Pradejón histórico, hicieron de este pueblo vecino la capital del protestantismo en el norte de España (tuvieron escuela, iglesia y cementerio separado, que aún conservan). Veremos luego que los protestantes pradejoneros, ya en el siglo XX, vinieron a menudo a Autol a captar prosélitos, lo que provocaba reacciones furibundas del clero local católico. En Autol, el problema era sólo el laicismo y la figura laica por excelencia, el maestro don Modesto Ramírez de la Piscina, denunciado de nuevo el 24 de abril de 1872 ante la Junta local de enseñanza, esta vez por no asistir a misa con los niños. Llamado ante la Junta, declaró “que si no había dado cumplimiento a la orden de la Junta era por considerar que como la Constitución establece la libertad de cultos no tenía semejante obligación, pues ya desde entonces todo ciudadano quedaba libre de observar o no prácticas religiosas”. Con esta declaración, el maestro alteró al alcalde presidente que, “con asentimiento de los demás señores de la Junta, le advirtió que si en cualquier ciudadano residía la indicada libertad, en el maestro no”. La ley era solo la ley y el alcalde, el que mandaba. Pero este alcalde era listo, pues quería ampararse en la ley para negar al maestro sus derechos, sólo que se remitía a la ley que hacía obligatoria la enseñanza religiosa …¡de 1864! El maestro dijo que obedecería mientras afilaba ya la pluma para recurrir a la Junta provincial. Pero entretanto, el proceso revolucionario continuaba y se dejaba notar también en Autol. El 2 de diciembre de 1872, el alcalde comunicaba al gobernador civil los “sucesos” ocurridos días antes en el pueblo, un motín popular contra la monarquía, del que don Modesto había sido uno de sus cabecillas como líder del movimiento republicano federal. El alcalde lo denunciaba por tomar parte “en la agitación que en días pasados ha reinado en el pueblo por causa de los federales intransigentes”. Don Modesto –seguía diciendo- “ha sido uno de los que más ha tomado parte en los sucesos, siendo hoy en día secretario del Comité federal”. Por ello, la corporación se dirigía a la Junta de enseñanza “a fin de que se sirva manifestar si con motivo de tales sucesos ha faltado el referido maestro al cumplimiento de sus deberes profesionales”. De todo ello se informó también al gobernador, que el día 5 se remitía a la Junta pidiendo información sobre el maestro. Seguramente, el maestro estaba a punto de sufrir un serio correctivo, pero… Amadeo de Saboya abdicó, se refugió en la embajada de Italia y luego salió de España. Llegaba así la Primera República, proclamada el 11 de febrero de 1873, que seguramente significó para don Modesto el día más feliz de su vida. Sin embargo, unos días antes de la República, el 31 de enero, la Junta de enseñanza de Autol recibía carta del presidente de la Junta provincial, don Ezequiel Sorzano, que se pronuncia125 ba sobre nuestro maestro y, paternalmente, le daba algunos consejos (claramente amenazantes). El documento no tiene desperdicio, así que lo transcribimos íntegro. “Esta Junta se ha enterado con el mayor sentimiento de una queja proferida contra Vd., en la cual se manifiesta que desde hace más de dos años se dedica Vd. con toda asiduidad a difundir determinadas ideas políticas desatendiendo lastimosamente el cumplimiento de su deber; que con este motivo los padres de familia se retraen de mandar sus hijos a la escuela y que a las personas honradas de esa villa les preocupan y alarman los comentarios que públicamente se hacen acerca de las relaciones que se supone sostiene Vd. con individuos de ésa y otras localidades cuyos antecedentes repugnan a todo hombre de bien. La Corporación de mi presidencia, que así como está dispuesta a hacer respetar los derechos de los maestros está igualmente decidida a obligar a los profesores al exacto cumplimiento de los deberes que su delicado cargo les impone, no ha podido oír con indiferencia la relación de los hechos que a Vd. le imputan; y deseando evitar a Vd. las funestas consecuencias que podría traerle el olvido de la alta misión que está llamado a realizar en ese pueblo, y ávida, por otra parte, de que sean eficaces y produzcan sus naturales frutos los sacrificios que las autoridades de esa localidad vienen haciendo a favor de la enseñanza, ha acordado hacer a Vd. las prevenciones siguientes: 1º. Que procure Vd. tener en cuenta que si bien el maestro de primera enseñanza por su carácter de ciudadano es libre para sostener las doctrinas políticas que su razón le dicte como mejores y más aplicables al régimen y gobernación del estado, no debe olvidar jamás que por razón de su cargo es un funcionario público y que, por tanto, está muy obligado a respetar a las autoridades constituidas y a inculcar en los tiernos corazones de sus discípulos este mismo sentimiento moral sancionado por la Religión y por las leyes civiles. 2º. Que en lo sucesivo ponga Vd. un decidido empeño en cumplir fiel y exactamente con las obligaciones que su cargo le impone ocupando especialmente su atención en el progresivo desarrollo de la educación y enseñanza de los niños que le están encomendados, y supeditando a esta idea toda otra que de alguna manera pudiera distraerle del principal objeto que en esa villa le incumbe a Vd. llevar. Y 3º. Que no perdiendo Vd. jamás de vista la obligación también con los vecinos todos del pueblo, procure relacionarse con personas de acreditada probidad, evitando todo consorcio con individuos cuyos antecedentes puedan hacer que Vd. desmerezca en el concepto público, pues es bien notorio que, si todo ciudadano está obligado a ser hombre de bien, el maestro de escuela pública no sólo debe serlo sino también parecerlo ante la Sociedad, y Vd. debe saber perfectamente cuanto influye en el buen nombre de un individuo las cualidades más o menos morales de aquellos con quienes habitualmente se acompaña. La Junta (Provincial de Enseñanza) espera que, reconociendo Vd. el buen deseo que la anima al hacerle estas prevenciones, procurará que le sirvan de saludable consejo, y evitará con su conducta ulterior, la reproducción de quejas que solo traen en pos de sí la ruptura de las buenas relaciones que deben existir entre las autoridades y los maestros, y como consecuencia el descrédito de los profesores y la sensible pérdida de la educación y la enseñanza”. Lo firma el presidente de la Junta provincial, el 31 de enero de 1873, 10 días antes de la proclamación de la Primera República. Probablemente, don Modesto se hizo ilusiones y festejó la llegada del nuevo Régimen, pero en Autol no habían cambiado las cosas dos meses después. El día 6 de abril de 1873, el alcalde volvía a reconvenir al maestro a través de la Junta, que es la que le comunica lo siguiente: “Esta Junta viene observando con disgusto y extrañeza que no asiste Vd. con los niños a la misa conventual los días festivos y a las procesiones y demás prácticas religiosas como anteriormente acostumbraba. Que con disgusto porque siendo este pueblo católico en su 126 totalidad, no ve la Junta que por los niños dirigidos por su maestro se haga público alarde de los sentimientos religiosos. La Junta confía del sano criterio de Vd. que en lo sucesivo, conociendo los deseos de esta corporación, que son los de todo el vecindario, nada la ha de dejar (ilegible) sobre el particular”. Había República, sí, pero el alcalde decía que los autoleños eran católicos “en su totalidad”. El alcalde durante la República fue Nicolás Bretón, del que no conocemos sus ideas salvo por lo que manifestó al maestro en el documento anterior. Una nueva Junta de enseñanza se constituyó el 16 de febrero de 1874, después de la caída de la República por el golpe de estado del general Pavía, en enero. El experimento republicano apenas había durado un año, así que en cuanto pudo el conservadurismo autoleño volvió a cargar contra el maestro, al que la Junta le recordaba el 5 de abril de 1874 que su asistencia a misa era obligatoria. Poco después las ilusiones de don Modesto quedaron truncadas para mucho tiempo, pues en diciembre de 1874 el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto –con el acuerdo tácito de Sagasta, el gran zorro riojano de Torrecilla, que presidía el gobierno- a favor de la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, que iba a ser rey “por la Gracia de Dios”. Comenzaba la Restauración, un régimen constitucional, con elecciones y partidos, fuertemente centralizado y católico. Don Modesto pudo seguir siendo republicano –y en Autol habrá concejales republicanos en adelante-, pero debió acatar las órdenes de la nueva Junta local, constituida el día 9 de mayo de 1875 y presidida por el alcalde Pedro Cordón González. Entre sus miembros volvía a estar el párroco. Lo primero que hizo la nueva Junta fue leer la circular de la Junta provincial en la que se declaraba obligatoria la enseñanza de la religión cristiana y que “los maestros den buen ejemplo en todo y acompañen a los niños a las funciones religiosas”. Obviamente, la Junta acordó enviar la circular a D. Modesto, que sólo pudo ya obedecer. En 1878, don Modesto Ramírez de la Piscina hacía inventario de su escuela. Presidía el aula el retrato de Su Majestad el Rey. Había también un reloj, un termómetro de mercurio, y colgadas en la pared “dos oraciones de entrada y salida en la escuela”. Entre los libros destacaban “las tres primeras series de Historia Sagrada puestas en sus armarios correspondientes”. Pronto habrá también una imagen de la Inmaculada. Con todo, en algo ganó don Modesto, pues en 1882 el alcalde se decidió por fin a multar a más de cuarenta padres por no llevar a sus hijos a la escuela, aunque la lista que ha quedado se hizo precisamente porque no habían pagado la multa. Revolución y Restauración Apenas tenemos documentación local sobre los grandes procesos que sobrevienen al triunfo de la Constitución de 1837, precisamente el momento en que nuestro pueblo tiene un político de altura en Madrid, más conocido por su obra literaria que por su actividad política, y que sin embargo fue muy importante, siempre a las órdenes del líder del progresismo, don Salustiano de Olózaga. Es obvio que nos referimos a don Manuel Bretón de los Herreros, que nació en Quel, pero cuyos antecedentes a través de los abuelos maternos son autoleños. Bretón de los Herreros participó en numerosos procesos electorales, aunque tuvo siempre que dejar pasar por delante a los líderes políticos, a cuya sombra pudo hacer fortuna en Madrid. Pues bien, ésa es la época en que se consolida la pequeña burguesía agraria y se produce en los pueblos alguna especialización industrial, que en Quel y Autol pasa por la producción vinícola y la destilación del excedente que no podía venderse como vino, dando lugar al aguardiente, un negocio del que participó la familia de Bretón. Este producto venía produciendo grandes beneficios desde el siglo XVIII, ya que se conservaba y se transportaba sin los riesgos que presentaba el vino, pues no se conocía todavía ningún método para estabilizarlo. Autol sorprende desde el siglo XVIII por ser gran productor de vino, lo que con127 tinuó siendo en los siglos XIX y XX, llegando a crear un mercado que superaba el marco local –especialmente Calahorra, tierra sin vino- y a comercializar caldos en la vecina Navarra. Todavía en el siglo XX continuó esa tradición. Sin embargo, la tradición de los tejedores, los alpargateros y los esparteros, que todavía figuraba en el diccionario de Madoz, había entrado en regresión en la segunda mitad del XIX, probablemente porque otros pueblos de la comarca se habían especializado en este sector, sobre todo Cervera. La primera estadística moderna de Autol, la recogida en el Nomenclátor de la Provincia, publicado por la Dirección General de Estadística, en 1866, nos permite imaginar la situación socio-económica de Autol en esa época: Habitantes, 2.639 Fábricas de aguardiente, 12 Molinos harineros, 3 Molinos de aceite, 3 Colmenares, 16 Neveras, 1 Casas de un piso, 50 Casas de dos pisos, 129 Casas de tres pisos, 369 Casas de más de tres pisos, 96 Bodegas-cuevas para guardar vino, 376 Corrales, 266 Pajares, 262 Casas de campo, 1 Casas de huertas, 14 Albergues, 43. Esta estructura agraria con un mínimo complemento industrial fue el soporte de una clase social destinada a dirigir la historia de Autol durante muchas décadas, quizás hasta años después de la Guerra Civil. La pequeña burguesía agraria autolana tuvo que controlar el proceso, pero no lo hizo de mano de la conjunción oligarquía y caciquismo. Es mucho más complejo, pues lograron una constitución que permitió hacer política, aunque obviamente esa política iba a ser la que a ellos les interesaba. Pero, a mediados del siglo XIX, esa burguesía rural ya se había dividido en liberales y conservadores –y pronto aparecerían los republicanos y aun los carlistas-, adoptando diferentes nombres y estrategias en función de los partidos y, sobre todo, de sus líderes. En La Rioja, tierra donde cuajó el liberalismo precisamente por ser la frontera contra el carlismo navarro y vasco, el liberalismo tuvo un enorme arraigo en pueblos como Autol. Primero Espartero, luego Olózaga, y después Sagasta fueron para los riojanos personajes cercanos, pero además jefes de sus partidos y ministros o presidentes que necesitaban los votos de sus feudos provinciales, donde tenían a sus parciales y valedores. Obviamente éstos conformaban las oligarquías locales y lograban una enorme estabilidad a pesar de los cambios revolucionarios. Por eso, pasadas las convulsiones de la “Gloriosa” de 1868 y de la Primera República de 1873, estaban en las mejores condiciones para aceptar lo que hemos llamado Restauración. Conviene insistir en que, a pesar de la mala fama que tiene este largo periodo y la clase dirigente, ésta logró consolidar un régimen constitucional, con elecciones censitarias, derechos reconocidos y, en el ámbito rural, con una gran estabilidad política que contribuyó a lograr un cierto desarrollo material y moral. Persistieron los problemas de la distribución de la tierra, del jornalerismo y del hambre, del peso de la Iglesia amparada en el analfabetismo generalizado, pero esa pequeña burguesía que permitía el turnismo entre Cánovas y Sagasta y hacía de colchón entre opuestos, fue un grupo humano coherente y que en muchos casos dotó a sus pueblos desde los ayuntamientos de unas directrices nítidamente dirigidas al progreso material y moral. 128 En Autol, la sola contemplación de una relación de contribuyentes para elaborar el censo electoral permite imaginar la composición social del pueblo. La primera que tenemos es de 1883. Por ella sabemos que al menos un centenar de cabezas de familia contribuyen y por tanto son electores. Entre ellos destacan ya algunos que pagan más de 100 pesetas, como Manuel Fernández Sáez Inestrillas, o Miguel Martínez Moreno, o Santiago Calvo Arnedo; pero hay ricos propietarios que pagan 300 pesetas como Juan Martínez Villoslada, 225 como Manuel María Cuevas y hasta 500 y 600 como Antolín Sáez Inestrillas o Claudio Herreros Jiménez. Son ricos propietarios agrarios que viven en las calles del Cristo, Vallejo, Horno o Cerro Santiago, Carasol, Puente, Puerta Somera, Muela, Rosal, Heras, Juanes, Horcerías, Escuadra o Iglesia. Son decenas de familias que tienen un buen pasar. Por citar algunos de conocidos apellidos autolanos, figuran en las listas León Calvo Benito, con 208 pesetas; Ruperto Hernández Pascual, con 106; Juan Herce Moreno, con 113; Pedro Cillero Ramírez, con 129, o Domingo Calleja Puerta, con 343; Manuel Calvo Vergara, con 106; Santos Arnedo Hernández, con 151; José Lasanta Bona, con 221; Mateo López de Baró, con 446 o Juan Manuel López de Murillas, con 124. Ésas son las familias que constituyen los ayuntamientos, que son alcaldes y concejales a lo largo de las siguientes décadas, incluso durante la República y hasta en el franquismo. Esa burguesía agraria que siempre intentó redondear el patrimonio a base de matrimonios ventajosos entre sus miembros, o que cuando pudo mandó a estudiar a un hijo -al menos que se hiciera maestro-, fueran liberales o conservadores, o luego republicanos, socialistas o falangistas, dio siempre el tono de armonía social en conjunción con la Iglesia. A los más conspicuos de ellos, en unión del médico, el boticario, el practicante o el sargento de la Guardia Civil, se les llamó “fuerzas vivas”. Debían aparentar ser ricos, más de lo que lo eran, pues al fin y al cabo dependían del cielo, de las cosechas y de las fluctuaciones del mercado; también de los peones que debían emplear. No eran rentistas, desde luego. En 1883 uno de ellos, don Domingo Cuevas, era el alcalde; con él, hombres como Manuel y Cipriano Herreros, Mateo López de Baró, Manuel Calvo, Manuel Fuertes o Pedro Miranda formaban el ayuntamiento. Todos se habían sometido a la pertinente elección tal y como preveía la Constitución y la ley electoral, pero esta ley electoral tenía un artículo (que no es el 33 sino el 29), por el que si había los mismos candidatos que puestos de concejales a ocupar, se evitaba la votación. Esto sucedió con mucha frecuencia. Los propietarios ricos decidían antes quién de ellos se presentaba o continuaba, exponían su decisión para que todo el pueblo lo supiera, y así evitaban que se presentara cualquier otra lista. Hay historiadores que critican este sistema por antidemocrático, pero es que ellos nunca pretendieron ser demócratas. Era una manera de evitar violencias y provocaciones, pues en muchos sitios a la jornada electoral le llamaban “el día de los bastones” a causa de que los ricos salían de casa con un bastón, que a veces era también un arma ofensiva, incluso podía hacer de martillo para destruir la urna. La idea de la paz social que podía lograrse si no había elecciones fue acostumbrando a los pueblos; sin embargo, la Constitución se mantuvo hasta 1923 en que, bajo la dictadura de Primo de Rivera, ya no hubo ni elecciones ni partidos políticos. Y la ley electoral fue la que rigió durante las elecciones de 1931, las que trajeron la República. La Restauración provocó al principio una gran estabilidad en Autol. Basta con ver los libros de actas, los que recogen los acuerdos de las juntas municipales (Hacienda, Fomento, Enseñanza, Sanidad) y los de cuentas para comprender que ese régimen produjo una concienciación de los pequeños propietarios agrarios en cuanto a que tocaba hacer bien las cosas. El primer presupuesto que ha quedado de la villa de Autol es de 1888. Por ley, gastos e ingresos tenían que ser la misma cantidad, no se aceptaba el déficit. Con 39.252 pesetas el pueblo de Autol tenía que hacer frente a los gastos del ayuntamiento (6.357), a la policía (2.505), a la “corrección pública” (777), y a otros gastos diversos, pero de todos ellos sobresalía la “instrucción pública” con 4.320 pesetas, junto con los salarios de médico, prac129 ticante, comadrona, farmacéutico y veterinario. En definitiva, el régimen de la Restauración que tantos dramas atravesó –sobre todo tras la crisis del 98-, produjo en pueblos como Autol una sensación de progreso y estabilidad que, sin embargo, se demostraría finalmente falsa, pues todos los historiadores estamos de acuerdo en que la Restauración no pudo resolver el gran problema social que atenazaba a España desde lo que se ha venido en llamar “revolución burguesa inacabada”. Es evidente que la burguesía revolucionaria aspiró a mejorar su clase, no la antagónica, es decir, el proletariado; sin embargo, a fines del siglo XIX, los países modernos europeos ya habían comprendido el utilitarismo, o el pragmatismo de una idea que acabaría por triunfar: es beneficioso para el patrón mejorar las condiciones en que desarrolla su trabajo el obrero. Desgraciadamente, esto en España hace muy poco que se ha empezado a comprender. El 1 de noviembre de 1884, el alcalde Pedro Miranda debía iniciar los trámites para realizar el presupuesto para el año siguiente tal y como se ordenaba por ley. Las partidas eran fijas, pero ese año se debatía un problema: una previsible epidemia de cólera, que sería la tercera en el siglo XIX. Ésta no sería tan dura en Autol como la de 1835 –que causó 230 muertos, un 10% de la población-, o la de 1855, con 122 víctimas mortales y que fue recordada en el viejo cementerio por una inscripción que decía: “Ciento veintidós personas, tres ministros de Altar, difuntos en veinte días, A Dios por ellos rogad”. En 1885, el alcalde, sin embargo, pensó que el cólera no llegaría a Autol y, por tanto, ordenó “que eliminen las partidas que conceptúen innecesarias por ahora mediante a que han desaparecido los temores que reinaban sobre el cólera”. En realidad, el alcalde estaba presionado por el pueblo y quería aminorar en lo posible el importe del repartimiento, “y de ese modo no será tan sensible el pago por los contribuyentes”. Pero desde hacía años la preocupación por la sanidad era un hecho y el alcalde incluyó 4.000 pesetas de gastos de enfermería municipal, otras 4.000 de imprevistos y 2.500 “para el ensanche del cementerio”. El asunto de los camposantos, como la Iglesia quiso llamar a los cementerios, ya no era objeto de polémica, pero lo había sido hasta poco tiempo atrás. La Iglesia se negaba a dar sepultura fuera de los templos; accedió a malcumplir la orden de Carlos III de 1787 y puso junto a los muros de la iglesia el cementerio, pero cuando hubo que cumplir las leyes de sanidad del siglo XIX y llevar los cementerios extramuros de las ciudades, a parajes altos y bien ventilados, muchos eclesiásticos volvieron a alzarse con el santo Cristo y a escandalizar a sus fieles, pues debían recordar que al final de los tiempos hemos de resucitar en los mismos cuerpos que tuvimos, y que por tanto, el cuerpo es sagrado. Madoz, por eso, ya reparaba en que el cementerio de Autol era “higiénico”. Al final llegó también el cólera de 1885 a Autol. Fue medio año después. El primer caso es del 28 de septiembre y el último de 22 de octubre. 62 autolanos pasaron la epidemia, de los que murieron 14. Autol no fue uno de los pueblos más castigados. Por ejemplo, Aldeanueva, con prácticamente la misma población que Autol, perdió 49 personas y fueron afectadas 345. En Rincón de Soto, con 1.000 habitantes menos, los muertos fueron 98, en Alfaro, 293, y en Calahorra, 130. La situación económica del pueblo se agravó, con lo que la deuda crecía año tras año. En 1889, el alcalde Cipriano Herreros concitó una reunión extraordinaria para buscar la forma de cubrir el déficit y ya no quedaba más que el cargo directo sobre los productos de la próxima cosecha, trigo, cebada, centeno, avena y aceite. No se permitía por ley gravar la producción, sin embargo el ayuntamiento se arriesgó a solicitarlo al gobernador civil, aun a sabiendas de que no lo permitiría. Por eso, en junio de 1889, la corporación propone gravar la caza –“ánades, perdices, gallinas, gamos, patos, gallos, liebres y conejos”-, los huevos, los quesos, la leche, la leña, las algarrobas y hasta la hierba para el ganado. El presupuesto de ingresos de ese año era de 30.187 pesetas, bastante menos que los de años anteriores, y además los gastos suponían casi 37.000. El capítulo de instrucción pública permanecía igual, 130 mientras disminuía el de beneficencia y aumentaba el de “corrección pública”. Todo se robaba en el campo, y guardas y serenos municipales multaban a los vecinos pobres, a los que en último término se les llegaba a embargar incluso los aperos de labranza. La situación era tal que el ayuntamiento decide comunicar al ministro de la Gobernación la dificultad de cobrar a los vecinos, pues el pueblo es “esencialmente agrícola” y no tiene los recursos “de los pueblos industriales o de los grandes centros de población y movimiento mercantil”. Pero la necesidad aguza el ingenio y en Autol no faltaba ni una ni otro, así que el ayuntamiento sacaba dinero incluso del estiércol de los caminos y las calles. Como si de cualquier otro servicio municipal se tratara, la corporación publicaba la oferta y, convocados los licitadores, procedía a la subasta. El que ganara, es decir, el que más dinero ofreciera, debería “recoger el fiemo a mano, y sólo podrá barrerse con escoba de mijo, sin que se permita hacer uso de ganchos ni de otros instrumentos que puedan deteriorar los caminos”. El pliego de condiciones señalaba los límites del término y las calles donde debía recogerse el fiemo, así como la cantidad mínima por la que empezaba la subasta, que era de 200 pesetas. En efecto, el acto público se celebró el 29 de diciembre de 1901, ante la presencia del alcalde Eugenio García del Moral y de algunos concejales que le acompañaban como Pedro Cillero, Pedro Herreros, José Abad, etc. Concurrieron Ignacio Hernández Lasanta, que ofreció 200 pesetas, Pedro Cordón Benito, 216; y Raimundo Pérez Cuevas, 217. Este último firmó luego el contrato, obligándose a pagar en cuatro veces la citada cantidad. Lo mismo se hacía con el matadero, con un mínimo de 1.000 pesetas, con el yeso y la cal de las canteras de la jurisdicción, con 400 pesetas; el de pesos y medidas, y con los puestos públicos de venta de alimentos diversos que se gravaban también con la conocida “tarifa”. La Restauración produjo una cierta estabilidad política, aunque fue quizás muy desigual en los pueblos, pero también fue el periodo en que se consolidó un catolicismo militante, muy activo políticamente y con aspiraciones monopolísticas en los pueblos, que explica en parte la trayectoria posterior de pueblos como Autol. En nuestro pueblo, hubo siempre una gran proporción de clérigos y frailes. Todavía en 1859, cuando ya se había producido la gran disminución del clero –al dejar de cobrar diezmos-, Autol tenía un cabildo compuesto por 12 sacerdotes, mientras el pueblo había dado 4 frailes, dos benedictinos y dos carmelitas. No es extraño que haya siempre una gran movilización y que el pueblo acoja frecuentemente las “Misiones”, o diversas instituciones eclesiásticas como el “Apostolado de la Oración” o la “Preceptoría de Latinidad”. Esta última, herencia de aquella cátedra de Latinidad, fue creada en 1886 por el obispo de Calahorra Antonio María Cascajares y regentada por Juan Peñalva y Varea, un sacerdote hijo del pueblo, que enseñaba a 13 jovencitos, sin duda orientados hacia el sacerdocio, ahora con más seguridad pues el seminario de Logroño –creado en el antiguo colegio de los jesuitas expulsos- conocía estos años una gran afluencia. Dos años después, el obispo Cascajares bendecía el “Apostolado de la Oración” de Autol, dirigido por el cura José Celorrio. Lo primero que había hecho esta entidad era una novena al Corazón 131 de Jesús, en cuyo acto final comulgaron más de 500 personas. Esta manifestación de piedad había sucedido en enero de 1888, pero en junio lo que ocurría era un imponderable, un efecto de la naturaleza, que sin duda, fue aprovechado por la Iglesia para mover a los corazones. Dos rayos destruyeron el chapitel de la torre de la parroquial y uno de ellos, además, entró en el templo incendiando el altar mayor. Afortunadamente, “un arriesgado joven lo apagó en el acto” –decía un periódico de Calahorra-, mientras, como si fuera un milagro, el rayo pasó entre los hombres congregados para apagar el incendio que había provocado el primero sin tocar a nadie. Obviamente, hubo días después toda clase de actos recordando la intercesión divina, que el periódico “La Rioja Católica” divulgaba. Unos años después, en 1892, la iglesia local tocó de nuevo un tema predilecto: la acción social. Por esas fechas se divulgó por la diócesis la Conferencia de San Vicente de Paúl, una institución que había sido fundada en París en 1833 con el objetivo de ayudar a los pobres. En su origen, debía ser una organización de laicos, pero en España, la Iglesia nunca ha visto bien las organizaciones autónomas –ni siquiera las cofradías-, así que las parroquias la orientaron. En Autol, se constituyeron en agosto de 1892, bajo la presidencia de Plácido Jalón y del cura Barilonga, con un socio de gran influencia, Galo López de Baró, que era diputado y fue alcalde y concejal hasta su muerte en 1913. Varios socios pidieron limosna por las calles y todo parecía ir bien, pero en febrero de 1893, el párroco Peñalva tenía que “aclarar algunas dudas que acerca de ella (de la Conferencia) existen en el vulgo”. Al parecer, había muchos actos religiosos, misas y sermones, pero era menos visible la acción con los pobres. En julio de 1893, los socios sorprendieron a todo el pueblo, pues durante la fiesta de San Vicente de Paúl estrenaron “un precioso armonium que se ha traído de Paris con las limosnas recogidas al objeto”. Unos meses después, el 16 de diciembre de 1893, La Rioja Católica publicaba un sueltito que decía: “El domingo celebró la Conferencia de San Vicente de Paúl de Autol, con la solemnidad de costumbre, la Junta general correspondiente a la Inmaculada Concepción. También se trata de fundar en dicho pueblo un Círculo Católico de Obreros. Adelante y no desfallecer”. Como es evidente, la Iglesia estaba en guardia y muy activa, y quizás muchos pensaban que los pobres eran una disculpa. Todavía en plena República, en 1934, veremos al párroco crear un Sindicato Católico de Obreros, que se opondrá a la UGT local. La Conferencia tuvo altibajos en Autol durante los años posteriores. En 1913 se organizó una Conferencia de Señoras. En general, la caridad católica tuvo diversas formas y fue más o menos activa en función del interés de los dirigentes o del celo de los párrocos, o de la orientación que en cada época querían dar a su ministerio. Con todo, nunca faltó un acto de gran tradición en el mundo rural: las Misiones. Nadie ha narrado como el padre Calatayud, a mediados del XVIII, el ambiente que creaban los misioneros en los pueblos. Para ellos, era de recogimiento y vivencia cristiana, pero lo cierto es que producían todo tipo de emociones, incluido el pánico. Resumiremos el relato que hizo el cura Luis Cillero, en el Boletín del Obispado, de la misión que hubo en Autol en febrero de 1901 y que duró 19 días: Dos padres “hacen la entrada” a las 6,30 de la tarde del día 16 y al poco, todo el pueblo está en la iglesia. Empieza la Misión. “Ocupó la sagrada cátedra el padre Ramón y, con el sermón inaugural, arrebató al auditorio”. “Movieron a los jóvenes de tal modo que no ha quedado uno sin acercarse al sacramento de la Penitencia, robusteciéndose después con el Pan Eucarístico”. Los dos padres “supieron tocar desde un principio la fibra más delicada del corazón de estos mis paisanos y feligreses, cual es la devoción que todos profesamos a la Virgen Santísima de Nieva”, por lo que los jóvenes le regalaron un manto nuevo, mientras los dos padres “consagraron a la Santísima Virgen a los hijos todos de este pueblo”. A lo largo de la Misión hubo “tres comuniones generales”. El relator casi puede asegurar que no ha quedado ni uno solo sin comulgar. 132 El cuadro del pueblo no quedaría completo sin colocar a lo lejos una pareja de hombres armados, gruesos capotes azul oscuro –luego fueron verdes- bajo un tricornio acharolado, a veces a caballo, otras a pie: es la Guardia Civil. El Benemérito Cuerpo, creado en 1844 por el duque de Ahumada, su primer Director, fue una respuesta del gobierno moderado de Narváez contra la delincuencia en el mundo rural. Su implantación fue progresiva y no llegó a Autol hasta después de 1886. El 14 de mayo de ese año, los autoleños conocían que el comandante jefe de la Guardia Civil de la Provincia había pedido al ministro de la Gobernación que concediera un puesto en Autol con seis efectivos, previa petición de la corporación de Autol, que quedaba satisfecha, pues “a no dudarlo cooperará en lo posible a fin de conseguir la tranquilidad y reposo de este vecindario”. Pero nada más conocer la buena noticia, el ayuntamiento comenzó con las quejas. El alcalde dijo que “la situación municipal es apuradísima por la carencia de recursos con que poder sobrellevar ciertas cargas debido en su mayor parte a la pérdida de cosechas de algunos años y muy particularmente de este último”. Sin embargo, ante “asunto tan vital olvidan cuantas pérdidas hayan podido experimentar y se encuentran dispuestos a facilitar a los seis individuos de la guardia civil y su jefe, la casa cuartel y asistencia facultativa gratuita”. Era, decía el alcalde, un “pequeño sacrificio”, pero se conseguía algo importante: “se evitarán los desmanes que se vienen cometiendo contra la propiedad y sus frutos, y el orden reinará en el vecindario con solo la presencia de los individuos del benemérito cuerpo.” Así comenzó la Guardia Civil en Autol. No sabían lo que les esperaba. Fueron alojados en casas poco higiénicas, hacinadas las familias, sin retretes; se les escatimó por el ayuntamiento reparaciones, pintura, provocando fuertes protestas. Un cuartel nuevo se estuvo pidiendo desde fines del siglo XIX y hubo intentos –y planos- para construirlo durante la Dictadura de Primo de Rivera, después en la República, luego cuando se hicieron las escuelas en la década de 1950, pero la Guardia Civil de Autol no tuvo un edificio nuevo… ¡hasta la Democracia! Realmente, fue benemérita la paciencia de la Guardia Civil de Autol. Como veremos, la Guardia Civil de Autol actuó no solo en la protección contra el delito, sino por su condición doble –militar y sujeta al ministerio de Gobernación-, en actos políticos, como presidir la comisión que iba a poner un nuevo ayuntamiento tras el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, o declarar cesante el ayuntamiento republicano el día 19 de julio de 1936, antes de acompañar a la Comisión Gestora Falangista a tomar posesión. En muchas ocasiones tuvo que proteger a alcalde y regidores frente a la multitud amotinada en la plaza, a veces provocando la tragedia, como en los “sucesos de Arnedo” –en los que había guardias de Autol- del día 5 de enero de 1932 y que C. Gil Andrés ha plasmado magistralmente en La República en la plaza. Cuando iba a despuntar el siglo XX, el que se anunciaba con las promesas de la ciencia y el progreso, España se sumía en una profunda crisis. En muchas zonas de La Rioja, el “desastre del 98” fue acompañado por la filoxera –terrible en un pueblo tan vinícola como Autol-, por la negrilla de los olivos y la enfermedad del ganado, que también afectó a nuestro pueblo, así que las promesas –el cuartel de la Guardia Civil, las escuelas, el matadero, el agua potable, etc.- tuvieron que esperar muchos años, como veremos. 133