Libre albedrío y neurociencias. Primera parte. Libertad del ser

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Libre albedrío y neurociencias. Primera parte. Libertad del ser humano:
consideraciones conceptuales.
FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2009; 13(3)
Fernando Ruiz Rey.
Médico psiquiatra. Raleigh, NC
USA
Recibido el 17/08/2009
PALABRAS CLAVE: Libre albedrío, ‘Libertad para’, Determinismo incompatibilismo, Fatalismo, Compatibilismo.
Resumen
En esta primera parte de la serie de tres artículos sobre ‘Libre albedrío y neurociencias’ se hace un muy breve
esbozo de la historia del concepto de libre albedrío. Se señala como las tensiones conceptuales generadas por el
entendimiento del libre albedrío se encuentran presentes en las raíces mismas de nuestra civilización, y en el curso
de la filosofía del Occidente. Se presentan dos aspectos relacionados y complementarios de la libertad humana:
‘libre albedrío’ y ‘libertad para’. Por último, se comentan las doctrinas filosóficas deterministas a ultranza,
incompatibles con la libertad humana y la responsabilidad de la conducta voluntaria; y las doctrinas compatibilistas
que aceptan el libre albedrío en un mundo regido por la causalidad. Se señalan las dificultades del compatibilismo,
y se muestra la evidencia del libre albedrío en la vida humana.
Antecedentes históricos
La complejidad de la libertad humana ha preocupado el pensamiento de nuestra civilización desde sus raíces
mismas. En el mundo intelectual griego encontramos esbozados los distintos aspectos de la expresión de la
libertad humana que se van a desarrollar y conceptualizar posteriormente en forma más específica y precisa en la
filosofía Occidental. Es importante notar que para Sócrates el conocimiento de la verdad posee una fuerza tan
irresistible sobre la mente humana que para el filósofo resultaba inconcebible que se pudiera actuar en forma
contraria al saber verdadero; el conocimiento y la virtud del actuar humano se identifican, de modo que sólo el
ignorante procede en forma incorrecta. El conocimiento de la verdad --del bien--, como lo presentó Platón, se
imponen sobre la mente humana restringiendo la libre voluntad humana para elegir lo que dicta el conocimiento de
la verdad, identificado con el bien. La libertad humana no es entonces simplemente el hacer lo individual y lo
meramente personal, sino que es el actuar de acuerdo a la verdad igualmente accesible a todos; la virtud consiste
en la acción guiada por la verdad
Por otra parte la concepción judeo-cristiana afirma de una manera radical la libertad de la acción humana
voluntaria. El ser humano fue y es creado a imagen y semejanza de Dios con lo que se entiende la exquisita
capacidad cognitiva del hombre y su intrínseca libertad de elección; esta situación de profunda e inalienable
libertad es claramente patente en la narrativa del Génesis, el hombre exhibe su libre albedrío, desobedeciendo aún
la voluntad Divina. Con la tradición judeo-cristina, la libertad humana se hace más radical que la presentada
habitualmente en la conceptualización griega en la que la aparece en general, supeditada al orden del cosmos, con
un esfuerzo del hombre por conseguir cierta autonomía personal aceptando la ineludible dinámica de los
acontecimientos del ordenamiento universal.
La libertad de elección del ser humano presentada en la tradición religiosa, no está carente de consecuencias, la
elección ajena a la voluntad divina engendra el mal con todas sus secuelas de injusticia, sufrimiento y miserias
para la humanidad. El hombre dotado de tan radical libertad encuentra sin embargo, su máxima felicidad cuando
elige en concordancia con la voluntad de Dios, pero posee el profundo e inalienable don de la libertad, aún para
condenarse a sí mismo.
Para la tradición judeocristiana, la libertad que goza el ser humano es un don divino, el libre albedrío no está
controlado por la causalidad de un Prime Mover aristotélico que rige la dinámica cósmica, ni por un panteísmo
estoico determinante, ni está dominada por la fría racionalidad del conocimiento de la verdad, o de un bien
abstracto y descarnado. Pero esta concepción judeo-cristiana de una libertad humana tan radical de la acción
voluntaria, encuentra tensiones frente a la concepción teológica de un Dios omnipotente en perfecto control del
destino del mundo; porque entonces no se podría justificar el libre albedrío humano ante la voluntad determinante
del Creador. Naturalmente no es el propósito de este trabajo entrar a examinar estas complicadas y sutiles
cuestiones teológicas, baste señalar que un modo de resolver esta dificultad es recurrir a la distinción entre
omnipotencia y omnisciencia divina; Dios, estando fuera del tiempo y del espacio de la Creación, se encuentra en
la eternidad en donde el presente y el futuro del mundo simplemente son dados en su totalidad, y conocidos por
Dios. Dios por tanto conoce el curso de la vida de todo ser humano, sabe cuales son las elecciones voluntarias y
libres que el hombre realiza en su existencia. Esta distinción sin duda alivia el problema, pero no lo soluciona en su
profundidad, ya que el don de la libertad del hombre permanece como voluntad autónoma en el paisaje eterno
regido por la voluntad divina. Una escuela de pensamiento teológico (Dominicos - tomistas) propone que Dios
promueve la libre elección humana a elegir un curso de acción, con lo que Dios sabe lo que el hombre hará y
conserva su omnipotencia en el destino de la Creación, pero en desmedro de una genuina libertad humana. Otra
escuela teológica (Molinista) propone que Dios ayuda la volición humana y provee las circunstancias que inclinarán
al hombre a elegir; de este modo Dios conoce el curso de la vida de todos, y está en control de todo lo que
sucede. (1) La dificultad de conciliar la radical libertad del ser humano con la omnipotencia divina es patente, pero
claro, no se debe perder de vista que en esta situación se trata de la inteligencia humana, esto es, la limitada
creatura es la que pretende conocer los misterios de la creación divina, y esta pretensión no es extraño que falle,
más bien es lo esperable ante la inmensidad del misterio de Dios y de su Creación.
Desde el origen del pensamiento occidental se puede apreciar la problemática que presenta la libertad de elección
de la voluntad humana –libre albedrío--, a una conceptualización precisa y consistente. Por un lado se reconoce
que el hombre tiene la capacidad de elegir, y por otro se señala que el hombre al ser parte de la dinámica cósmica,
o de ser creatura de un Dios omnipotente y omnisciente, está indefectiblemente sometido a fuerzas externas que
limitan su libertad. Esta polaridad y tensión se hace particularmente explícita con el advenimiento de la ciencia
moderna y de la cultura racionalista; si el mundo está regido por leyes naturales inflexibles y reina el
determinismo en la naturaleza, el albedrío del hombre y su libertad se tornan difícil de aceptar y más difícil de
explicar. (2;3: 2135-2147)
El pensamiento filosófico de Spinoza ejemplifica con mucha fuerza la concepción determinista de la naturaleza -concebida de manera lógico matemática--, y, por tanto, el hombre, parte de esa totalidad, queda sujeto y
prisionero de la necesidad inevitable que rige los cambios naturales, incluyendo las pasiones y los afectos
humanos. Con la concepción determinista de la naturaleza, la libertad del hombre se vuelve a proponer como el
simple seguimiento de su condición natural –racional--, para acatar el orden cósmico, como ya lo habían concebido
los estoicos. Pero este modo de concebir la acción humana destruye la moral y la responsabilidad ética del ser
humano, por lo que no es sorprendente que Kant sostenga que el determinismo se presenta en el mundo empírico,
captado por los sentidos y estructurado en base a las categorías del pensar humano. Para el filósofo de Köninberg,
la libertad se da en la vida humana y se encuentra a nivel de la moral, la libertad aparece en un ámbito separado y
distinto del de los fenómenos físico naturales y de la pura racionalidad; la libertad es propia de la existencia moral.
La libertad no puede no existir, para el filósofo la libertad es absolutamente necesaria, ineludible y no
condicionada, y constituye un postulado básico de la vida moral. (2;3: 2135-2147)
El problema de la libertad humana es tratado por algunos pensadores de la modernidad como no existente,
considerando todas las acciones humanas voluntarias como causadas por sus antecedentes mentales previos;
otros la consideraran como necesaria e ineludible si se quiere salvar la moral y el fundamento de toda ética y,
también, como el ámbito de posibilidades de desarrollo, ya sea para un desarrollo de carácter metafísico,
psicológico o social. Más recientemente, la libertad aparece con una centralidad y profundidad fundamental en los
movimientos existencialistas del siglo XX. La libertad aquí ocupa el fundamento mismo de la existencia humana;
con diversos matices y diferencias entre los proponentes de la concepción existencialista, la libertad se propone
como más radical y constitutiva, el hombre es libertad en la que se va haciendo con sus circunstancias, --en-elmundo--, al punto que se propone que el hombre no tiene esencia determinante, sino pura existencia, o historia
en libertad.
Libre albedrío y ‘libertad para’.
Es conveniente tener presente la distinción de dos conceptos con respecto a la libertad humana, dos aspectos
complementarios e íntimamente ligados de un mismo fenómeno. El libre albedrío (liberum arbitrium) se refiere a la
capacidad del hombre de elegir conciente y voluntariamente, esta expresión ha sido usada y debatida
extensamente en teología desde San Agustín (libertas minor). El segundo concepto es el de libertad en referencia
al espacio de posibilidades en que se efectúan las acciones humanas: “libertad para”; en San Agustín este aspecto
consistía en el uso correcto del libre albedrío: libertas maior. Este último sentido de libertad se ilustra bien cuando
hablamos por ejemplo: de libertad social en referencia a las posibilidades que ofrece la estructura social a los
individuos de la comunidad; de libertad política referida a las posibilidades de participación en la organización
gubernamental de la sociedad, y de similar manera la libertad económica. De este modo, la libertad es una
‘libertad para’ algo, para realizar acciones que se consideran propias de la naturaleza del hombre o de sus
derechos; en el caso de San Agustín, para realizar el Bien de Dios. Pero para que la ‘libertad para’ tenga verdadero
significado en el ser humano tiene que envolver su libre albedrío, en caso contrario, hablar de libertad, en
cualquier dominio, resulta un contrasentido. Del mismo modo, para que el libre albedrío posea verdadera plenitud
requiere de las posibilidades de ‘libertad para’; aunque en las condiciones más constreñidas y menesterosas de
‘espacio de posibilidades’, todavía el libre albedrío se expresa en la elección de actitud ante la ausencia de
posibilidades.
Parece claro que la ‘libertad para’ está condicionada por circunstancias que expanden o reducen el espacio de
posibilidades para la acción o desarrollo del hombre. Las coerciones externas e internas (psicológicas) limitan la
‘libertad para’, y disminuyen la dignidad y las posibilidades de expresión del ser humano (violaciones, robos,
atropellos, alteraciones psicopatológicas, etc.) Pero reconocer que la ‘libertad para’ es limitada por factores
externos e internos, y que incluso éstos puedan eliminar ciertos aspectos de esa libertad, no significa que el
hombre no pueda todavía encontrar áreas de desarrollo y crecimiento personal, de ‘libertad para’. La ‘libertad para’
en este sentido, no es nunca una libertad enteramente abierta. Tampoco el libre albedrío se presenta sin
limitaciones, ni ataduras; de partida está limitado por el espectro de opciones presentes, siempre un panorama
cerrado, por amplio que sea. Pero más significativo aún es que el libre albedrío es movido por el logro de un fin, ya
sea la satisfacción de un mero apetito, de un deseo o temor, o una tarea práctica o intelectual; el establecimiento
del fin y de los medios necesarios para su consecución dependen de la naturaleza misma del hombre como es el
caso de los apetitos (hambre, sexual, etc.) o de los proyectos que el agente elabora en base a su historia personal
y del medio en que vive; los medios envueltos en la satisfacción de estos logros son también limitados. De esta
manera, el libre albedrío está condicionado, pero nunca determinado, siempre el hombre puede elegir dentro de
sus posibilidades, elegir un curso u otro para su vida y, aún puede elegir su propio fracaso.
Determinismo, incompatibilismo, fatalismo
Así planteado el problema de la libertad del ser humano con dos aspectos íntimamente ligados: libre albedrío y
‘libertad para’, junto con el telón de fondo del determinismo natural de la ciencia moderna, no es de extrañar que
muchos pensadores hayan optado por simplemente negar la existencia de libertad alguna en el hombre. Las
acciones humanas, para estos autores, se van desarrollando concatenadas por antecedentes determinados y
circunstancias condicionantes ajenas a su control, quedando la libertad del hombre reducida a una mera conciencia
de lo que le ocurre, a una engañosa ilusión.
Pero negar el libre albedrío atándolo a los antecedentes mentales inmediatos y a la historia personal de la persona
y, además, fundamentarlos últimamente en sustratos neuroquímicos cerebrales en base a los resultados de las
investigaciones actuales de las neurociencias, resulta ser una explicación insatisfactoria por la parcialidad y las
inconsistencias del reduccionismo envuelto; de este modo se ignora o, simplemente se elimina la fenomenología
de la libertad humana.
Como ya hemos señalado, es imposible concebir la ‘libertad para’ y el libre albedrío como absolutos. Con una
‘libertad para’ sin tope dejaríamos de ser criaturas limitadas y nos transformaríamos en una especie de divinidad
todopoderosa. Un libre albedrío concebido como el decidir cualquier cosa, con o sin motivo, en forma totalmente
arbitraria sería caótico y destructivo para la existencia e identidad del ser humano; básicamente, un absurdo. El
libre albedrío es libre como abierta es la existencia humana, pero condicionada – no determinada – por las
necesidades del vivir y de la realización personal.
Una simple mirada a la actividad humana espontánea muestra la libertad humana en acción, basta observar
nuestra capacidad electiva en despliege cuando deliberamos frente a la carta de un restaurante, o ante una
compra especial; sopesamos nuestras necesidades y deseos, consideramos nuestras experiencias previas y
nuestras posibilidades económicas. En estos casos somos claramente causa personal de nuestras decisiones y
acciones; en otros casos, dejamos a los hábitos y automatismos realizar acciones de las que sin embargo estamos
concientes, como es el caminar, el conducir y muchas otras conductas de la vida diaria; pero, no sólo estamos
concientes de ellas, sino que tenemos la capacidad de corregirlas, interrumpirlas, o reiniciarlas en cualquier
momento, y lo sabemos, y somos responsables de sus efectos, frente a nosotros mismos y frente a los demás.
Se argumenta que la coerción no sólo elimina las posibilidades de la ‘libertad para’, sino que también al libre
albedrío, mismo, pero no es así, ya que siempre el ser humano tiene la elección de la desobediencia y de la
rebelión, aún con el riesgo de muerte, como lo demuestran los héroes y los mártires. También se ha señalado que
la propaganda y la manipulación subliminal condicionan las elecciones de los hombres borrando la autenticidad de
sus elecciones concientes, sin embargo, aunque se infiltren influencias subconscientes, el hombre elige entre las
posibilidades que tiene a su haber, y tiene la capacidad de revisar y corregir sus elecciones de acuerdo a sus
verdaderas preferencias; por lo demás, la libertad del hombre se ejerce siempre en su vida y circunstancias
concretas, no en una situación abstracta perfecta, de modo que si sus circunstancias han sido manipuladas sin
éste percatarse, elegirá libremente en ese ambiente que le toca vivir.
La objeción fundamental es que el hombre elige desde antecedentes previos, desde una historia personal, desde
motivos y deseos, desde una naturaleza propia, incluyendo la neuroquímica cerebral que se propone como fuente
original de la mente. Pero debe tenerse presente que la vida humana transcurre siempre en el presente, la historia
personal, el pasado no es ya, ni lo es tampoco el futuro; las elecciones las realiza siempre el hombre en el
presente, que es el ámbito en el que se desarrolla la existencia del hombre. El pasado y el futuro aparecen en el
presente como consideraciones importantes para elegir el curso y dirección de nuestras vidas, pero por
importantes que sean, son sólo consideraciones para la elección; de igual modo, los deseos y pulsiones intensas
que se presentan como inevitables y determinantes no lo son siempre necesariamente así, ya que es posible eligir
una satisfacción posterior de éllos, modificarlos o simplemente no satisfacerlos.
El argumento “fatalista” intenta disolver el libre albedrío, y como consecuencia la ‘libertad para’, en la causalidad
universal; todo acontecer tiene una causa. Este argumento sostiene que siempre se elige por una razón – existe
un ‘antecedente causal’ en toda elección. Este argumento no tiene verdadero sentido, puesto que el libre albedrío
precisamente apunta a la capacidad del ser humano de elegir entre lo que es ‘esperable’ de acuerdo a su historia y
situación, y lo diferente; de lo no ‘esperable’, de lo nuevo. Este aspecto de la elección, de lo no ‘esperable’ de
acuerdo a los antecedentes -- de lo nuevo (causa sui)--, se debate interminablemente en algunos círculos
filosóficos, con complicadas sutilezas conceptuales, básicamente para implantar una visión determinista de la
realidad, incluyendo al ser humano en su totalidad. De acuerdo a este argumento, el surgimiento de lo nuevo, sin
antecedentes causales, es lo propio de Dios; en la realidad del mundo reina el determinismo causal (3).
La ideología determinista no da cabida al libre albedrío, pues la libertad propia del ser humano, rompe la cadena
causal del determinismo; las acciones realizadas bajo el libre albedrío no tienen antecedentes causales, sólo meros
condicionantes. La ocurrencia de fenómenos no regidos por la causalidad, es inaceptable en una realidad concebida
exclusivamente como material y determinista. Debe tenerse presente que la ‘realidad’ es un concepto complejo
elaborado por el hombre para entender lo que encuentra en su vida, se trata de un concepto metafísico, no
exactamente una idea proveniente de la ciencia física, y como tal, está abierto a diferentes concepciones y
modificaciones; de hecho, algunos filósofos y físicos señalan que el determinismo (causalidad) no es una situación
definitivamente zanjada, ni en la realidad del mundo, ni en la ciencia física (4). El libre albedrío al ser libre e
inteligente (no indeterminado ni arbitrario) abre las puertas a un ámbito más acorde a la reflexión teológica
filosófica que a la ideología reduccionista del materialismo; en este sentido es oportuno recordar que la tradición
judeo-cristiana considera al hombre como creatura de Dios, hecho a su imagen y semejanza, lo que es
perfectamente compatible con la libertad humana.
Se ha señalado que el ser humano elige ‘el bien’, lo que siente o percibe como bien, un bien que puede diferir
radicalmente de lo que otras personas o la comunidad reconocen como bien, incluso para aquella persona que
elige, ‘equivocadamente’, como sería el caso del suicida. Esta manera de conceptualizar el proceso de elección
muestra que los hombres eligen y deciden de acuerdo a lo que consideran adecuado, en consideración a sus
percepciones, conocimiento, expectaciones y deseos, valores y necesidades; las elecciones del libre albedrío son
inevitablemente personales, pero como hemos ya señalado más arriba, se elige lo que se elige, porque se
considera adecuado hacerlo de esa manera, condicionado por antecedentes que sólo inclinan, no fuerzan
necesariamente la acción; no se trata de una cadena causal inevitable.
El libre albedrío humano no consiste en elegir en forma arbitraria, en un elegir sin ninguna ‘razón’, esto sería
totalmente disolvente y caótico, una situación impensable, una concepción ininteligible, sino que las elecciones se
realizan en el proceso abierto de desarrollo personal; se trata de elecciones condicionadas, pero no rígidamente
determinadas como lo son las leyes de la naturaleza. El ser humano va construyendo su propia existencia
libremente, pero a la vez, y paradójicamente, condicionada a su identidad y circunstancias, solamente
condicionada, porque incluso puede elegir su auto destrucción .
El libre albedrío entendido como característica constitutiva de la condición humana, permite captar más
adecuadamente esta misteriosa peculiaridad de la vida humana. La libertad del hombre se comprende mejor
cuando se mira en el proceso del vivir, en el contexto de la totalidad de la expresión personal; de este modo, las
decisiones impulsivas o las acciones influidas por intensas pulsiones o compulsiones en las que el condicionamiento
del libre albedrío aparece tan fuerte, pueden ser corregidas posteriormente si esta criatura dotada de razón y
libertad lo estima pertinente, puede tomar las medidas para controlar, disminuir o evitar la impulsividad, o las
compulsiones, o las circunstancias que inciden en el ejercicio de la libertad humana; o simplemente, puede
cambiar el curso de sus acciones ante las consecuencias imprevistas o adversas de sus decisiones. De modo
similar y consecuentemente, la acción humana libre puede dirigirse a modificar las posibilidades para la ‘libertad
para’, removiendo obstáculos o generando las condiciones propicias necesarias. La libertad del ser humano debe
comprenderse en el contexto total de la persona, analizar aisladamente las decisiones o acciones del hombre en un
vacío de laboratorio experimental para determinar si son o no libres, aunque en ciertas circunstancias relevantes,
puede conducir a confundir el entendimiento de la condición libre, básica del ser humano.
No es difícil captar las objeciones que enfrenta la filosofía determinista absoluta, en la que todo en el universo –
incluido el hombre y sus acciones--, está sujeto a la rígida e implacable cadena causa-efecto; en estas
circunstancias no es posible la existencia del libre albedrío, el determinismo presentado de este modo, como una
cadena lineal causa efecto es incompatible con el libre albedrío (‘incompatibilísimo’) (3). El materialismo concede la
libertad humana (aunque esto en rigor no tiene sentido en la doctrina presentada) sólo como ausencia de coerción
externa para las acciones, pero como ya hemos visto, la libertad envuelve mucho más que las posibilidades
cercenadas por la coerción.
La especulación filosófica determinista absoluta no sólo es contraintuitiva con la experiencia espontánea de los
seres humanos, sino que además, ignora el fundamento originario de la elaboración de la teoría determinista: un
proceso mental voluntario y dirigido. Las teorías deterministas a ultranza (determinismo monista), en último
término reducen todo a la materia (o un concepto metafísico, o un concepto físico considerablemente vago). Una
materia que se dota de propiedades asombrosas, ‘genera’ la vida y al ser humano con todas sus vicisitudes
existenciales. En otras palabras, la materia ‘crea’ el universo tal como lo conocemos; habría que preguntarse
entonces, cómo se creó esa materia y sus leyes, porque si la concebimos como siempre existente, la colocamos en
un plano divino, la transformamos con nuestras teorías y especulaciones en un dios absoluto y creador.
El libre albedrío se presenta en la experiencia espontánea con una evidencia abrumadora e incontestable. Las
dificultades surgen cuando el hombre trata de entender y explicar el fenómeno, porque este proceso de
comprensión, en nuestra cultura, sigue fundamentalmente la categoría de causa efecto extraído de las
regularidades del mundo físico, lo que necesaria y obviamente choca frontalmente con la libertad humana vivida
espontáneamente. No es de extrañar entonces, que las explicaciones de las ciencias se encuentren en aprietos y
caigan en inconsistencias en sus esfuerzos por dar cuenta del fenómeno del albedrío. En el campo de la filosofía,
las doctrinas de corte materialista-fisicista encuentran escollos similares, y flagrantes contradicciones entre lo que
se propone como realidad, y lo que se vive en la existencia personal.
Libre albedrío y responsabilidad
El libre albedrío y la responsabilidad están íntimamente correlacionadas; sin libre albedrío no puede haber
responsabilidad de ningún tipo. La responsabilidad se espera y se exige con respecto al cumplimiento de normas,
valores o expectaciones de otros (legal, moral, social, familiar, etc.; incluso propias); de modo que la
responsabilidad depende del grado de entendimiento que el sujeto posee de estos estándares, y de las situaciones
en que se aplican. No se puede exigir responsabilidad a aquellos agentes que no tienen la capacidad cognitiva
adecuada para comprenderlos y aplicarlos, como sería el caso de niños y débiles mentales. Sin embargo, estos
sujetos, dentro de sus limitaciones cognitivas, poseen un espacio de acción y de decisiones personales, por cierto
reducido, en donde pueden elegir con cierta libertad y conciencia. Naturalmente la capacidad de elegir del ser
humano se enriquece a medida que maduran sus facultades psicológicas y se amplía su intelecto para conocer e
integrar las reglas, normas y valores que guían la vida personal y comunitaria; de modo concomitante, se
incrementa el autocontrol y la responsabilidad del hombre por sus decisiones y acciones.
La experiencia de la libertad humana es tan vívida que aún los filósofos, científicos, y gente que niegan la
existencia del libre albedrío y adhieren al determinismo sin brecha, asumen la responsabilidad de sus decisiones y
se sienten culpables de sus errores e infracciones, y orgullosos y satisfechos de sus aciertos. La creencia en el libre
albedrío es prevalente en nuestra civilización, y juega un importante papel en el desarrollo de la conducta moral de
nuestros pueblos. Es interesante notar que hay investigaciones que muestran que la creencia en el libre albedrío
inclina a conducta generosa, y la creencia en el determinismo conductual, aumenta la tendencia agresiva. (5) El
libre albedrío es tan básico y evidente en la vida del hombre que es reconocido, aunque sea tácitamente, por todas
las comunidades humanas, sus sistemas legales lo muestran.
Stephen Morse (6;9:177), profesor de Leyes de la Universidad de Pensilvania, señala que el sistema legal no
utiliza las consideraciones de causalidad o no-causalidad (libre albedrío) de la conducta, sino que trata la
responsabilidad como un constructo social de la acción humana, resultante de la coincidencia o consistencia de las
acciones con las creencias y teorías morales que se endorsan. Este autor sostiene que aunque se menciona con
frecuencia el libre albedrío en los escritos legales: “…la presencia o ausencia de libertad no-causada [libre albedrío]
o algo semejante, no es parte de ninguna doctrina legal que considera a la gente responsable.” Y concluye: “Una
afirmación que el ‘libre albedrío’ estaba o no presente [en una acción voluntaria], es simplemente una conclusión
acerca de la responsabilidad que se ha alcanzado basado en otro criterio.” (6;9:177) Así presentada la
aproximación legal al problema del libre albedrío, no lo elimina, simplemente lo soslaya; el sistema legal asume
que toda persona normal en la sociedad tiene la capacidad de comprender y el deber de enterarse de las reglas de
las interacciones sociales pertinentes, y posee la libertad de acatarlas o no; ignorar el libre albedrío significa
remover el sustento que hace posible la responsabilidad mora y legal.
Compatibilismo
Muchos intelectuales que adscriben al materialismo y al determinismo no pueden dejar de lado el problema de la
responsabilidad humana que depende naturalmente de la libre elección del hombre. Estos pensadores proponen
una doctrina conciliatoria del determinismo con el libre albedrío, aceptan la existencia del libre albedrío del hombre
junto con el determinismo de la naturaleza; los presentan como compatibles (‘compatibilismo’).
Pero para el compatibilismo no es tarea fácil compaginar el libre albedrío con el determinismo que rige la
naturaleza toda. Encajar esa misteriosa libertad que caracteriza al libre albedrío, dentro de los procesos causales
cerebrales resulta considerablemente engorroso para el compatibilismo. Esta compatibilidad la ven algunos como
un posible resultado del ‘indeterminismo práctico’ en el seno del mundo determinista -- un universo regido por la
estricta causalidad --; esto es, un indeterminismo por la imposibilidad de conocer y, aún de imaginarse, los
pormenores de la cadena causa--efecto en la multitud inmanejable de los eslabones envueltos (en última instancia
neurológicos para estos autores). (7:10-11) Otros pensadores compatibilistas recurren a los fenómenos cuánticos
a nivel de la materia cerebral, particularmente en las sinapsis neuronales, que alterarían el curso normal de la
causalidad, para justificar el indeterminismo que posibilitaría el libre albedrío; pero tanto el ‘indeterminismo
práctico’ como el ‘indeterminismo cuántico’ con la impredictibilidad al azar que generan, no pueden fundamentar ni
justificar el libre albedrío concebido como una auténtica elección, como una elección libre e inteligente que sigue
un desarrollo personal.
Otra línea de argumentación del compatibilismo hace explícita la idea, que se encuentra en la mayoría de las tesis
compatibilistas, la mente y el cerebro forman una unidad equivalente: mente-cerebro, que se da naturalmente
como dada. En esta conceptualización la mente, por decirlo así, va montada sobre los hombros de la materia
cerebral, concebida como un sistema organizado y complejo, regido por relaciones causales, pero provisto de
mecanismos de feedback y apertura a influjos ambientales e internos del organismo; la conducta humana es el
resultado de la dinámica de este sistema interactivo, comandado últimamente por la causalidad física. De este
modo, la acción humana sería una respuesta adaptada al ambiente, dinámica e impredecible pragmáticamente – lo
que representa en la mente de estos intelectuales al libre albedrío -- pero basada inevitablemente en el
determinismo que late en el interior del sistema dinámico mente--cerebro. En otras palabras, en esta concepción
compatibilista no se reconoce un genuino libre albedrío, el hombre es un simple sistema que funciona como un
mero robot; ilustra esta propuesta la psicología evolucionaria que niega el libre albedrío reduciéndolo a ser una
pura ilusión. En esta concepción psicológico-filosófica se postula que el organismo humano ha evolucionado con
aparición de un número finito de reglas y parámetros de operaciones cerebrales que son capaces de generar un
altísimo número de conductas que resultan imprevisibles para el sujeto en acción, que como consecuencia
desarrolla la sensación de libre albedrío; pero estas conductas aparentemente imprevisibles son el resultado de
procesos determinados que siguen una cadena causal. (8) Recurrir a la Teoría de la evolución para explicar y
fundamentar esta doctrina psicológica, simplemente dobla las dificultades de una tesis de por sí difícil de justificar.
(9)
Tal vez más popular es el compatibilismo que basa el libre albedrío en las características propias de la mente
humana, pero que se generaría a partir de los procesos neuronales del sistema nervioso central, regidos por la
causalidad física y qu¬¬ímica. El argumento de estos intelectuales propone que estos procesos que siguen
fielmente la cadena causa efecto, generarían o, utilizando el jergón filosófico de moda, la conciencia humana y el
libre albedrío que de ella depende, ‘emergen’ del determinismo neurológico (7:12). La vida mental, de acuerdo a
estos autores, depende estrictamente del sistema nervioso, de la materia biológica, al punto que Voss,
investigador de la inteligencia artificial, se atreve a vaticinar: “Predigo que en un futuro no muy distante seremos
capaces de modificar genéticamente a los chimpancés para dotarlos con un lenguaje casi humano, inteligencia y
libre albedrío” (7:11). Pero este ‘emerger’ de la conciencia desde la materia es imposible de ser explicado por las
leyes que rigen los procesos físicos (químicos) neurológicos. El emerger de la conciencia -- del vivenciar -- es
radicalmente diferente del emerger de fenómenos físicos de otros fenómenos físicos, como, por ejemplo, el hielo
desde el agua; las fuerzas primarias de la naturaleza y las leyes físicas explican el fenómeno y comandan el
comportamiento de ambos estados, lo que no que no ocurre con el emerger de la conciencia y del libre albedrío.
Plantear el ‘emergismo’ con capacidad de generar el vivenciar humano con sus peculiares características, desde la
materia biológica, es dotarlo de un milagroso poder ‘creador’, no sustentado por las leyes de la naturaleza; se
trata de una tesis sustentada por un acto de fe.
El Yo
El Yo es una noción que evitan con deliberada precisión muchos compatibilistas que intentan dar cabida al libre
albedrío dentro del mundo determinista. El Yo, el centro de referencia y control de la acción humana constituye
para estos intelectuales la apertura a una dicotomía ontológica cartesiana, a la aceptación de una entidad
inmaterial, más consistente con el pensamiento religioso, e inaceptable para una posición naturalista materialista.
Se habla entonces, de una manera general y vaga, de “nuestra mente”, “de la totalidad de nuestros procesos
mentales”, que, como hemos visto, para estas doctrinas, encuentran su origen o son equivalentes a la materia
cerebral. Para estos pensadores, es “nuestra mente” la que elige, la que controla nuestra vida, el Yo es meramente
un producto conceptual del intelecto y de la conciencia del sistema complejo organizado que es el cerebro humano.
Voss, por ejemplo, escribe: “La consciencia introspectiva de nuestra capacidad de elegir – del control que tenemos
de nuestro destino -- es un subproducto de la inteligencia conceptual. Nuestras mentes son autoconscientes. El
entendimiento de la mente de que está realizando todos los cálculos y decisiones, es lo que nos da el
incontrovertible conocimiento de que somos – la mente – libres de elegir.” (7:6) A la mente, un concepto abstracto
y vago, se le dota de autoconciencia y se le atribuye el carácter ejecutivo de lo que habitualmente denominamos
yo. Pero, resulta muy difícil aceptar esta conceptualización de nuestra vida espontánea, porque cuando elegimos,
decimos, por ejemplo (reflejando lo que sucedió primariamente): “he decidido ir al cine y no ir a pasear al
parque”; “yo” he tomado esa decisión, no mi mente ni mi cerebro, sino que yo soy el que decide, y utilizo para éllo
mis habilidades psicológicas: mi memoria, mis percepciones, mi intelecto, mis deseos, etc. Pretender eliminar esa
identidad primaria del hombre, el Yo, es un sin sentido imposible de justificar filosóficamente. Es en el Yo donde se
muestra la capacidad de elección de la persona – libre albedrío --, una capacidad que no debe confundirse con
ninguna facultad psicológica particular. Las facultades psicológicas son sin embargo, indispensables para la
expresión de la libertad humana.
Bibliografía
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November 20, 2008 from New Advent:
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