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CUANDO LA PASANTÍA
TIENE
SABOR A UVAS
Rubén Darío Pimentel
Mediabyte, S.A.
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CUANDO LA PASANTÍA
TIENE
SABOR A UVAS
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Rubén Darío Pimentel
CUANDO LA PASANTÍA
TIENE
SABOR A UVAS
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Titulo original: Cuando la pasantía tiene sabor a Uvas
Rubén Darío Pimentel
Primera edición, noviembre del 2001.
Santo Domingo, D.N.
República Dominicana.
Ilustración de cubierta: Publicom
El registro de ley sobre el derecho de autor (Ley No. 65-2000 del 24 de julio del 2000) de esta edición de
Cuando la pasantía tiene sabor a Uvas fue hecho en la Oficina de Registro Nacional de Derecho de Autor,
Registro público, Oficina Nacional de Derecho de Autor (ONDA), bajo el No. 0001224, Folio No 3, en Santo
Domingo, República Dominicana, el de 16 de marzo 2001.
Copyright © 2001.
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Mediabyte, S. A.
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sea electrónico o mecánico, incluyendo copias fotostáticas, acumulación en un sistema de información con
memoria o de ninguna otra forma, sin autorización por escrito del autor.
ISBN
Depósito legal:
Impreso en la República Dominicana
Printed in Dominican Republic
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A Manuel García Génere (Check) †
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A mis compañeros de promoción
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Ciclo social de internado
Una de las ventajas de llenar un diario consiste en que uno se vuelve, con una claridad
tranquilizadora, consciente de las transformaciones a las que está sometido incesantemente,
unas transformaciones que uno crea, presiente y admite generalmente de un modo natural,
pero que siempre niega inconscientemente cuando se trata de obtener esperanza y paz con
semejante reconocimiento. En el diario se encuentran pruebas de que uno ha vivido, ha
mirado a su alrededor y ha anotado observaciones incluso en estado de ánimo que hoy
parecen insoportables; o sea que esta mano derecha se movió como en este momento, en el
que de hecho, gracias a la posibilidad de tener una visión de conjunto del estado anterior, nos
hemos vuelto más sensatos, aunque por esto mismo debemos reconocer más aún la intrepidez
de nuestro esfuerzo de entonces, que sin embargo se mantuvo en una total ignorancia.
Un hombre (o una mujer) que no lleva un diario se encuentra en una posición falsa ante el
diario de otra persona. Cuando lee por ejemplo en el diario de Goethe que éste se pasó todo el
día 11 de enero de 1797 en su casa «ocupado en diversos asuntos», el lector piensa que él no
ha hecho nunca tan poca cosa.
«Todo fluye», dijo Heráclito. Todo está en movimiento y nada dura eternamente. Por eso
no podemos «descender dos veces al mismo río», pues cuando desciendo al río por segunda
vez, ni yo ni el río somos los mismos.
Heráclito también señaló el hecho de que el mundo está caracterizado por constantes
contradicciones. Si no tuviéramos nunca enfermos, no entenderíamos lo que significa estar
sano. Si no tuviéramos nunca hambre, no sabríamos apreciar estar asociados. Si no hubiera
nunca guerra, no sabríamos valorar la paz, y si no hubiera nunca invierno, no nos daríamos
cuenta de la primavera.
«Tanto el bien como el mal tienen un lugar necesario en el Todo», decía Heráclito. Y si no
hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.
« ¿Qué fue primero? ¿La gallina o la idea de gallina?» Esta pregunta era casi tan difícil
como aquella vieja adivinanza sobre la gallina y el huevo. Sin huevo no hay gallina, pero sin
gallina tampoco hay huevo. ¿Sería igual de complicado encontrar qué fue antes: la gallina o
la «idea de gallina»? Me doy cuenta de lo que Platón quería decir. Quería decir que la «idea
de gallina» existió en el mundo de las ideas muchísimo antes de que hubiera gallinas en el
mundo de los sentidos. Según Platón, el alma había «visto» la propia idea de gallina» antes de
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meterse en un cuerpo. ¿Pero no este punto sobre el que había llegado a la conclusión de que
Platón se había equivocado? Una persona que ni ha visto una gallina viva, ni ninguna imagen
de una gallina, no podrá tener ninguna «idea de gallina».
Así como la «idea de la gallina», la idea de la pasantía (de saber hacer o no las cosas) era
misteriosa para mí. Era como el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto
antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba en principios contradictorios:
luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío. Uno de los polos de la contradicción era, según él,
positivo (la luz, el calor, lo fino), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y
negativos puede parecernos puerilmente simple.
Después de haber hecho la pasantía, he encontrado respuesta.
Hacerla en el campo (particularmente en la frontera) es positivo, la urbana también lo es.
Saber hacer las cosas es negativo (aprendemos —bueno o malo—con la marcha).
¿Tengo razón o no? Es una incógnita. Como fuera una incógnita la respuesta de
Parménides. Solo una cosa es segura: la contradicción entre saber qué hacer y qué no hacer es
la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.
A pesar de esas contradicciones en el año de pasantía es que se aprende todo (o casi todo)
y casi siempre es el año que decide el futuro de nuestro destino. ¿Pero debe retomarse la
pasantía como se hacía en los ochenta? ¿Donde el pasante permanecía en la comunidad, la
educaba y atendía los problemas primarios que surgían? Sí —Pienso yo—. El pasante tiene
una función que desarrollar que consiste en la atención de la salud. Prevención, las
prioridades, interrelaciones con la escuela, con la iglesia, con los agricultores, con las
autoridades. La pasantía debe ser como doctrina institucional tras el bosque. Adaptación de
los programas curriculares de las universidades para que los médicos puedan vivir la realidad
de nuestras comunidades y participar incluso en su vida social.
La vida social se desarrolla en círculo. Sólo los afectados por un determinado sufrimiento
se entienden entre sí. Gracias a la naturaleza de su sufrimiento, forman un círculo y se apoyan
mutuamente. Se deslizan por los bordes interiores de su círculo, se ceden el primer puesto o
se empujan suavemente unos a otros, entre las aperturas. Cada uno de ellos anima al otro con
la esperanza de que ello repercuta en sí mismo, o bien (y entonces sucede de un modo
apasionado) con el goce inmediato de dicha repercusión. Cada uno de ellos tiene únicamente
la experiencia que le permite su sufrimiento y, sin embargo, entre tales compañeros uno oye
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que se intercambian experiencias de una tremenda diversidad. «Eres así», dice uno a otro,
«en lugar de quejarte, da gracias a Dios por ser así, porque si no fueras así, te encontrarías con
tal o cual desgracia, con tal o cual ignominia.» ¿Cómo puede este hombre saberlo? Por lo que
dice, pertenece sin duda al mismo círculo que el interpelado; su necesidad de consuelo es de
la misma especie. No existe ni el menor asomo de una idea que el consolador haya reunido
antes que el consolado. De ahí que sus conversaciones sólo sean coincidencias de la
imaginación; los deseos del uno quedan recubiertos por los del otro. Alguna vez uno de ellos
mira al suelo y el otro el vuelo de una ave; en tales diferencias se materializa su trato. Otra
vez se unen en la fe y ambos, juntas las cabezas, miran a lo alto, hacia unos puntos situados
en el infinito. Pero el reconocimiento de la propia situación sólo se manifiesta cuando ambos
bajan la cabeza conjuntamente y el martillo común desciende sobre ellos.
Mi paso tranquilo, mientras siento sacudidas en el cráneo y una rama que resbala
débilmente sobre mi cabeza me produce el peor de los desasosiegos. Tengo la calma, tengo la
seguridad de otras personas dentro de mí, pero de algún modo vuelta al revés. Mi cabeza y yo
nos desatamos en ira ante las relaciones humanas.
Si es posible dividir a las personas de acuerdo con alguna categoría, es de acuerdo con
estos profundos anhelos que las orientan hacia tal o cual actividad a la que dedican toda su
vida. Todos los dominicanos son distintos. Pero todos los actores del mundo se parecen, en
Santo Domingo, actor es aquel que desde la infancia está de acuerdo con pasar toda la vida
exponiéndose a un público anónimo. Sin este acuerdo básico que no tiene nada que ver con el
talento, que es más profundo que el talento, no puede llegar a ser actor. De un modo similar,
médico es aquel que está de acuerdo con pasar toda la vida y hasta las últimas consecuencias,
hurgando en cuerpos humanos. Es este acuerdo básico (y no el talento o la habilidad) lo que
le permite entrar en primer curso a la sala de disección y ser médico seis años más tarde.
La Medicina (en un caso particular la cirugía) lleva el imperativo básico de la profesión
médica hasta límites extremos, en los que lo humano entra en contacto con lo divino. Si le
pega usted con fuerza un porrazo a alguien, el sujeto en cuestión cae y deja definitivamente
de respirar. Un asesinato así sólo se adelanta un poco a lo que Dios se hubiese encargado de
hacer algo más tarde. Se puede suponer que Dios contaba con el asesinato, pero no contaba
con la cirugía. No sospechaba que alguien iba a atreverse a meter la mano dentro del
mecanismo que él había inventado, meticulosamente cubierto de piel, sellado y cerrado a los
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ojos del hombre. Cuando pasé por primera vez el bisturí sobre la piel de un hombre
(obviamente un cadáver para la práctica de Anatomía) y luego atravesé esa piel con un gesto
decidido y corté con un tajo recto y preciso (como si fuese un trozo de materia inerte, un
abrigo, una sábana, un mantel) tuve una breve pero intensa sensación de sacrilegio. ¡Pero era
precisamente eso lo que me atraía!
¿Nace el ser humano ya con alguna idea? Lo dudo mucho, pensé. Tenía poca fe en que un
bebé recién nacido tuviera alguna idea sobre algo. Pero, claro, no podía estar totalmente
seguro, porque aunque el bebé no tuviera aún fe, no significaba necesariamente que tuviera la
cabeza vacía de ideas. Pero ¿para saber algo sobre las cosas del mundo, no tendrías que
haberlas visto antes?
¿Cuál es la diferencia entre una planta, un animal y un ser humano? Pienso que hay
diferencias muy claras. No pienso, por ejemplo, que una planta tenga un alma muy
complicada. ¿Se había oído hablar alguna vez de una flor con mal de amor? Una planta crece,
se alimenta y produce unas semillas pequeñas que posibilitan su procreación. Y eso es más o
menos lo que se podría decir sobre las plantas. Pensé que todo lo que había dicho de las
plantas a lo mejor también podría decirse de los animales y de los seres humanos. Pero los
animales tenían, además, otras cualidades. Se movían, por ejemplo. (¡Cuando se había visto
una roca correr los 60 metros!) Resultaba un poco difícil señalar la diferencia entre un ser
humano y un animal. Los seres humanos piensan, ¿piensan los animales también? Estaba
convencido de que el gato Juaniquito era capaz de pensar. Por lo menos, se comportaba muy
astutamente. ¿Pero sería capaz de pensar cuestiones filosóficas? ¿Era capaz el gato de pensar
en la diferencia entre una planta, un animal y un ser humano? ¡Más bien no! Un gato puede
ponerse contento o triste, pero nunca se preguntará si Dios existe, o si tiene una alma
inmortal. Pero, claro, pasaba como con la pregunta sobre el bebé con ideas innatas. Resultaba
igual de difícil hablar con un gato sobre este tipo de asuntos que con un bebé.
Alguien preguntó: « ¿Por qué llueve?» Me encogí de hombros. Suponía que llovía porque
el mar se evapora y porque las nubes se condensan. ¿No había aprendido ya eso en tercero?
También se podría decir que llueve para que las plantas y los animales crezcan. ¿Pero era esa
la razón? Un chaparrón, ¿tenía en realidad algún objetivo?
La última pregunta tiene que ver al menos con objetivos. Desde que la razón comenzó a
echar sus primeras raicillas en mi cerebro, surgió en mí un deseo inquietante y placentero (o
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de pasión) a la medicina. Y pronto ese deseo innato, que era mi más preciado objetivo,
floreció, se llenó de frutos y estaba a punto de convertirse en realidad. Ya sólo faltaba hacer el
internado.
Tengo que meter orden en mi memoria y en mis papeles, después también en mis papeles,
hay que leer mucho a Platón y hay que librarse con unos suaves ejercicios de yoga, unas bien
medicinas asanas* después de la meditación y el canto, siempre en ayunas, antes de la salida
del sol, tu analiza tus propias contradicciones y accederás al sosiego, pienso que lo mejor va
a ser contra nuestra experiencia a la pata la llana; en los libros antiguos todo se contaba a la
pata la llana, los partos, las ejecuciones y los juramentos de amor eterno, lo demás, se
declamaba levantando un poco la voz, no demasiado, y accionando muy rendidamente.
De niño pensaba: nada podrá acabar conmigo, nada destruirá esta cabeza dura, clara,
evidentemente vacía, jamás cerraré los ojos con inconsciencia o con dolor, ni arrugaré la
frente, ni me temblarán las manos; lo único que podré hacer siempre es describirlo.
Ahora sentía que hacía rápidos progresos. La causa del rápido desarrollo era debida a mi
educación, casi tanto como al temple de mi alma, ya que, no habiendo aprendido situaciones
traumáticas en mi infancia, carecía de prejuicios. Como mi entendimiento no lo retorció, se
mantenía recto. Veía las cosas como son, al contrario de muchos a quienes las ideas que les
imbuyeron en la infancia les hace verlas toda su vida como no son.
El alma es una entelequia, una razón en virtud de la cual tiene el poder de ser lo que es; así
lo dice expresamente Aristóteles página 633 de la edición del Louvre:
—No entiendo el griego —confesó el gigante.
—Ni yo tampoco—respondió el filósofo.
—Entonces ¿por qué citas a ese Aristóteles en griego?
—Porque lo que no entiende, lo ha de citar en una lengua que no sabe.
Busqué entonces la definición de alma en críticas de las «Ideas innatas» y dice así: «El
alma es un espíritu puro, que el vientre de la madre recibe todas las ideas metafísicas y que,
en cuanto sale de él, tiene que ir a la escuela para aprender de nuevo lo que tan bien sabía y
que nunca volverá a saber.»
—Tus perseguidores son abominables— le dije una vez a un pastor amigo. Te
compadezco por perseguido, pero también por protestante. Toda secta me parece errónea.
*
Ejercicio Yoga
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Dime, ¿hay sectas en geometría?
No, hijo mío, —me dijo suspirando el buen pastor—; todos los hombres están de acuerdo
sobre la verdad cuando puede demostrarse, pero discrepan sobre las verdades oscuras.
—Sobre las falsedades oscuras, dirás. Si existiera una sola verdad escondida entre
inmensidad de argumentos que se barajan desde hace tantos siglos, se la habría descubierto,
sin duda, y el universo entero se pondría de acuerdo al menos, sobre ese punto. Si esa verdad
fuera necesaria como el Sol lo es a la Tierra, sería brillante como él. Es un absurdo, es un
ultraje al género humano, es un atentado contra el Ser infinito y supremo decir: existe una
verdad esencial para el hombre, y Dios la oculta.
Todo lo que yo decía en mi ignorancia, instruido solo por la naturaleza, causaba una
impresión profunda en el espíritu del viejo y desventurado pastor.
— ¿Será cierto—exclamaba— que yo me haya sumido en la desdicha por una quimera?
Estoy mucho más seguro de mi desgracia que de la gracia eficaz. Me he pasado la vida
meditando sobre la libertad de Dios y del género humano, y he perdido la mía. Ni San
Agustín, ni San Próspero me sacarán del abismo en que me encuentro.
Entonces, llevado por mi carácter, le dije al fin:
— ¿Quiere que le hable con absoluta franqueza? Los que se sacrifican por esas vanas
disputas de escuela me parecen poco inteligentes; los que los persiguen me parecen
monstruos.
Todos los seres humanos precisan comida, calor, amor y cuidados. Todo eso era, al menos,
una especie de condición previa para poder alcanzar la felicidad. Luego yo agrego que todo el
mundo necesita encontrar respuestas a ciertas preguntas filosóficas. Además, sería bastante
importante tener una profesión que le guste a uno. Por ejemplo, uno que odie el tráfico, no
sería muy feliz siendo taxista. Y si uno odia hacer deberes, no sería muy bueno ser maestro. A
mi me gustaban mucho las cosas relacionada con la medicina, así que de mayor me gustaría
ser médico. Pensaba que no hacía falta que te tocaran cincuenta millones en la lotería para
vivir feliz. Más bien al contrario. Hay un refrán que dice: «La ociosidad es la madre de todos
los vicios».
Me daba vuelta en la cabeza aquello de que si las personas nacían con ideas. Así que me
leía a Platón y a Aristóteles.
Aristóteles está en desacuerdo con Platón en que la idea de «gallina» sea anterior a la
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gallina. Lo que Aristóteles llama «forma de gallina», está presente en cada gallina, como las
cualidades específicas de la gallina; por ejemplo, el hecho de que ponga huevos. De ese
modo la propia gallina y la «forma» de gallina son tan inseparables como el cuerpo y el alma.
Con esto hemos dicho lo esencial sobre la crítica de Aristóteles a la teoría de las ideas de
Platón. No obstante, debemos darnos cuenta de que nos encontramos ante un cambio radical
en la manera de pensar. Para Platón, el mayor grado de realidad es lo que pensamos con la
razón. Para Aristóteles era igual de evidente que el mayor grado de realidad es lo que
sentimos. Platón opina que todo lo que vemos a nuestro alrededor en la naturaleza, son meros
reflejos de algo que existe de un modo más real en el mundo de las ideas, y con eso también
en el alma del ser humano. Aristóteles opina exactamente lo contrario. Lo que hay en el alma
del humano, son meros reflejos de los objetos de la naturaleza; es decir, la naturaleza es el
verdadero mundo. Según Aristóteles, Platón quedó «anclado» en una visión mítica del
mundo, en la que los conceptos del hombre confunden con el mundo real.
Aristóteles señaló que no existe nada en la mente que no haya estado antes en los sentidos,
y Platón podría haber dicho que no hay nada en la naturaleza que no haya estado antes en el
mundo de las ideas. En ese sentido, opinaba Aristóteles, Platón «duplicaba el número de
cosas».
Aristóteles pensó que todo lo que tenemos dentro de pensamientos e ideas ha entrado en
nuestra conciencia a través de lo que hemos visto y oído. Pero también tenemos una razón
innata con la que nacemos. Tenemos una capacidad innata para ordenar todas nuestras
sensaciones en distintos grupos y clases. Así surgen los conceptos «piedra», «planta»,
«animal», «hombre».
Aristóteles no negó que el hombre tuviera inteligencia innata. Al contrario, según
Aristóteles es precisamente la razón la que constituye la característica más destacada del ser
humano. Pero nuestra inteligencia está totalmente vacía antes de que sintamos algo. Por lo
tanto el ser humano no puede nacer con idea alguna.
Tras haber aclarado la relación de la teoría de las Ideas de Platón y Aristóteles, llego,
dentro de mis estudios de medicina, a la fase del internado. Habían pasado ya diez semestres
desde aquel momento emocionante en que un estudiante siente los primeros vagidos de la
criatura, viva, agitada y deseosa de llamar la atención como cualquier otro recién nacido.
Ahora es probable que me toque hablar del incierto ciclo social del internado rotatorio, es
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decir, hacer realidad, a través de la «forma», de la «la idea» que tenía de niño.
Comenzaré por decir, sobre los días iniciales del ciclo social de internado, que mi más
grande deseo era hacerlo en un lugar lluvioso, apartado y frío. Pero sobre todo, un lugar que
me ofreciera la oportunidad de obtener el máximo rendimiento desde el punto de vista de
aprendizaje. Por eso, cuando la mañana del dos de abril, de mil novecientos setenta y nueve,
Blanca Odette García Peguero (doña Blanquita), Dagoberto Tejeda Ortiz e Isolina De la Cruz
Hernández, distribuían a los estudiantes de medicina de la Universidad más vieja del nuevo
mundo, para iniciar el internado, quise saber las características de los diferentes lugares
donde se hacía éste. Como siempre tuve predilección por las bajas temperaturas, cuando
Dagoberto informó que Vallejuelo era un lugar de bajas temperaturas, me ofrecí como
voluntario para pasar tres meses en la clínica rural de aquel municipio. Vallejuelo está al
Suroeste de San Juan de la Maguana, a treinta y tres kilómetros. Lo separan tan sólo las
hirsutas montañas en cuyas cimas se levantan, como obeliscos, grandes cactus hostiles y
floridos. Sin embargo, algo infinitamente indefinible distancia a Vallejuelo de San Juan. San
Juan es una ciudad prisionera, cercada por sus muros de montañas. Vallejuelo, en cambio,
abre sus puertas a la infinita lluvia, a los gritos de los riachuelos, a la áspera piel verdosa de
los árboles.
Fui enviado al lugar. La tarde era lluviosa. La lluvia caía en hilos como largas agujas de
vidrio que se rompían en los techos, o llegaban en olas transparentes contra las ventanas, y
cada hogar era un navío que difícilmente llegaba a puerto en aquel océano de primavera.
Esta lluvia fría de la cordillera central no tiene las rachas impulsivas de la lluvia caliente
que cae como un látigo y pasa dejando el cielo azul. Por el contrario, la lluvia de la cordillera
tiene paciencia y continúa, cayendo desde el cielo gris.
El siete de abril de mil novecientos setenta y nueve llegué a la clínica. Frente a ella, la
calle (o callejón) era un inmenso mar de lodo. Un campesino esperaba la llegada del galeno
(ya se había difundido la noticia de que ese día llegaría al poblado un nuevo médico). Apenas
entré, ofrecí mis atenciones al necesitado. Se había cortado con un machete mientras
chapeaba en el conuco y accidentalmente se seccionó el tendón de Aquiles del pie izquierdo.
Sin pensarlo dos veces hice una nota de referimiento y el herido fue trasladado al hospital
Alejandro Cabral de San Juan de la Maguana. Este referimiento lo hice en letra de molde para
evitar confusión. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil
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saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y
confunden, disparados hacia el destino ineludible de un lenguaje global.
El verdadero problema del lenguaje, cómo doblegarlo y moldearlo, cómo hacer de él
nuestra libertad, cómo reconquistar sus posos envenenados, cómo dominar el no de palabras
de tiempo de sangre; de todo esto no tengo ni idea. Cuán dura la lucha, cuán inevitable la
derrota. A mí nadie va a decirme para nada. Ni base de poder, ni distrito electoral, sólo la
batalla con las palabras. El lenguaje es valor: es la habilidad para concebir un pensamiento,
decirlo y, diciéndolo, hacerlo realidad. Mi primer obstáculo fue precisamente con la lengua
que hablamos, porque a pesar de que es la misma, cuando Adriana preguntó por mi gracia no
supe qué responder: era como si me encontrara en la Babel de sus orígenes. Ella me explicó
que la gracia se refería a mi nombre. Allí supe que a una persona le ofendía el sentido cuando
tenía dolor de cabeza; que jervores significaba acidez estomacal; que tener el curso volteado,
era tener hemorroides. También supe que tener precisa era tener diarrea, lo mismo que estar
relajado y que tener armonía en el curso significaba prurito anal. Ese primer día comencé a
sentir la importancia de haber seleccionado aquel lugar: apenas llegado ya palpaba las
pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo.
Pienso que la razón aparece ante todo en el lenguaje, y el lenguaje es algo a lo que
nacemos. El idioma se arregla perfectamente sin el señor Cervantes, pero el señor Cervantes
no se arregla sin el idioma español. El idioma no es creado por el individuo, sino que es el
idioma el que crea al individuo.
De la misma manera que el individuo nace a un lenguaje también nace a sus condiciones
histórico-culturales. Esto me hizo recordar la anécdota comentada por uno de mis profesores:
cuando un médico pasante, en un campo de nuestro país, interrogaba a una señora y le
preguntó:
—Señora usted esputa—.
El joven médico se vio en tremendo aprieto y tuvo que ofrecer todas clases de
explicaciones para no ser expulsado de la clínica donde hacía su pasantía. El galeno
preguntaba acerca de la acción de esputar (expectorar o escupir). Pero ella entendió que le
decía puta.
Confusión de idiomas para resolver dificultades como la del pasante e incluso
internacionales. Un cibaeño en Francia no sabría cómo arreglárselas.
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La propiedad del idioma español de ser bonito en boca de extranjeros que no lo dominan y
que, en general, tampoco quieren dominarlo es peculiar en nuestro pueblo. Por lo que hemos
podido observar de los franceses, jamás hemos visto que les gustasen las faltas que hacemos
nosotros al hablar francés, o que simplemente consideraran estas faltas dignas de oírse, e
incluso nosotros, cuyo castellano puede producir un escaso sentido de la ...
No se puede vivir toda una vida con un idioma, moviéndolo longitudinalmente,
explorándolo, hurgándole el pelo y la barriga, sin que esta intimidad forme parte del
organismo. Así me sucedió con nuestra lengua la española. La lengua hablada tiene otras
dimensiones; la lengua escrita adquiere una longitud imprevista. El uso del idioma como
vestido o como piel en el cuerpo; con sus mangas, sus parches, sus transpiraciones y sus
manchas de sangre o sudor; revela al que escribe o al que habla. Esto es el estilo. Y así como
existe el estilo para hablar y escribir, existe el estilo para todo ser humano comportarse en
todos los sentidos posibles de la palabra humano.
Tradicionalmente cuando un ser humano llega a un lugar se producen ciertas
inhibiciones, sobre todo, con el acto de la defecación. Al día siguiente supe donde
almorzaría, donde me bañaría (en un pequeño cuarto de tabla de palma anexo al local de la
clínica). Pero no pensé ni me preocupé en indagarlo, dónde expulsaría los excrementos
productos de los alimentos que cotidianamente ingería. La enfermera Adriana Quezada me
ofreció las indicaciones de lugar. Al tercer día tuve deseo de botar la basura de mi interior y
cuando pregunté por el lugar donde se acudía a depositar estos desperdicios, Adriana me
informó —señalando con el dedo índice de su mano derecha— que el lugar usado como
vertedero por el médico anterior era un matorral que se levantaba en la margen occidental de
la clínica. Acudí a él y sucedió esto:
Me coloqué en cuclillas, asiéndome del fino tronco de una joven especie de acacia
dominicana conocida como bayahonda (Proposis juliflora). Ese primer día no hubo
inconvenientes, aunque debo decir—lo admito— que la rapidez no me permitió tomar papel
y después de la catástrofe, no me quedó otra alternativa que usar una piedra para lo que
ustedes saben. Al sentir la piedra pensé que se trataba de un pedazo de roca caído de un
cometa desintegrado por el calor de Mercurio. Algo vino a turbar aquellos días consumidos
por el sol. Inesperadamente, un cordero pequeñito llegó a ramonear las yerbas entre el
matorral y su aparición era como un pequeño ángel de niebla que humanizaba de pronto el
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lugar, cayendo como un pétalo de ternura sobre la soledad del paraje. Me sentí acompañado.
De pronto, una piara de cerdos entró también al matorral. Eran cuatro o cinco bestias
oscuras, cerdos negros semisalvajes con hambre cerril y pezuña de piedra. Presencié
entonces una escena de espanto. Los cerdos se echaron sobre el cordero y junto a mi horror
literalmente lo despedazaron y devoraron.
Esta escena de sangre y soledad hizo que cambiara de lugar (o de matorral). Pero el otro y
los siguientes días era todo un espectáculo evacuar en aquel nuevo escenario. Tenía que
hacerlo agarrándome con la mano izquierda de una rama del árbol confidente y sujetando con
la derecha una piedra, para tratar de ahuyentar una puerca de esas que le dicen bolanchina1
que hacía lo imposible por alimentarse con mis excrementos prácticamente antes de que los
evacuara; pero mi mayor temor no era éste; sino más bien que aquella bendita paquidermo
me dejara eunuco. Llegó un momento en que el jabalí contaba con el almuerzo que yo
depositaba en aquel lugar. Tuve que acostumbrarme a dicha situación. Allí fue donde me di
cuenta que realmente los alemanes estaban equivocados en eso de que un ser humano no
puede desempeñar dos acciones al mismo tiempo. Yo las hacía: defecaba y también me
defendía de la puerca hambrienta.
Estas condiciones infrahumanas en que teníamos que desenvolvernos en las clínicas
rurales, me provocaron temor, y ha vuelto a suscitarme la idea, siempre inmediata, aunque
inadvertida durante mucho tiempo, de si no será el loco egoísmo, el miedo que he sentido por
mí mismo, y no precisamente el miedo por un Yo superior, sino el miedo por mi vulgar
comodidad, la causa de mi decadencia; es como si desde mí mismo, me hubiese enviado el
vengador (un caso especial de la-mano-derecha-no-sabe-lo-que-hace-la-izquierda). No se
debe tener miedo. En los que tienen miedo, siempre se cuenta con que su vida empieza
mañana, y en cambio, están llegando al fin.
El poder de la comodidad sobre los seres humanos; su impotencia sin la comodidad. No
conozco a otra especie en quien sean tan fuertes ambas cosas. De ahí que todo lo que el
hombre construye sea vacío, sin consistencia; la criada que se olvida de llevarle el agua
1
Bolanchina equivalente a hocico largo. Esta es una característica de los cerdos criollos, que a pesar de su
extinción a partir de 1978, por la presencia de Fiebre Porcina africana en el país, quedaban algunos en las zonas
rurales.
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caliente por la mañana, transforma su mundo. Y es que la comodidad le persigue desde
siempre, y no sólo le ha quitado las fuerzas para soportar otras cosas, sino también las fuerzas
para obtener su misma comodidad; o surge por sí sola a su alrededor, o la obtiene
mendigándola, llorando, renunciando a cosas más importantes.
Pensar en esta situación me arranca el sudor de la frente. Antes, cuando tenía un dolor y
pensaba, me sentía feliz; ahora sólo me siento aliviado, pero tengo esta amarga sensación:
«Quién pudiera estar sano, sólo esto.» Era como refugiarse en una tierra conquistada y
encontrarla en seguida insoportable, puesto que uno no tiene donde refugiarse. O peor aún,
como el niño que aún sin nacer, y ya obligado a deambular por las calles y hablar con la
gente.
Adriana Quezada fue la enfermera que encontré en la clínica, un buen día me preocupó lo
que observaba: cada vez que ésta le administraba una inyección intramuscular de penicilina a
un niño o a un adulto salían corriendo y pasaban como bólidos, frente a la ventana de mi
consultorio. Esto me inquietó. Acudí donde la enfermera para informarme de lo que ocurría.
Ella me mostró un frasco de diez mililitros de penicilina y me explicó cómo lo había
preparado; le solicité que buscara el envase del agua destilada con la que preparó la
penicilina: era cloruro de potasio. A la semana andaban, los pequeños y los grandes,
literalmente goteándole los pedazos de nalga. Este fallo (sin consecuencias fatales) me hizo
recordar a Shakespeare. A él no le gustaban ni el hombre ni la mujer, el hombre y la mujer no
son sino la quintaesencia del polvo mortal en el que todos acabamos convirtiéndonos, no es
posible que el hombre y la mujer hayan sido creados por Dios a su imagen y semejanza, Dios
no admite tal cúmulo de imperfecciones, sería ir contra su propia esencia, la infinitud de Dios
no da cobijo a los fallos infinitos, los fallos no son nunca infinitos aunque lo parezcan, la
noción de Dios no puede dar asilo a los fallos que empiezan antes del hombre y terminarán
después de que el hombre haya desaparecido, pero que tienen principio y fin y, por tanto no
son infinitos.
Transcurrido los días supe que Adriana había sido el producto de una huelga de
enfermeras. En realidad era la conserje, pero la huelga la obligó a desempeñar las funciones
de enfermería y, levantada la huelga, se quedó como tal.
Esta situación creó en mí una debilidad, una insuficiencia clara, pero es difícil describirla;
se trata de una mezcla de ansiedad, de reserva, de locuacidad, de tibieza; no pretendo
18
describir con ello nada definido, un grupo de flaquezas que representan una debilidad única y
bien caracterizada en un determinado aspecto (una debilidad que no se mezcla con los
grandes vicios, como la falacia, la vanidad, etc.) Esta debilidad me defiende tanto del miedo
como de todo progreso. Por el hecho de defenderme del miedo, la cuido mucho; por reservas
al miedo, sacrifico el progreso, y en este terreno, que nada sabe de estos problemas, es
evidente que voy a salir perdiendo. Con tal que no se entrometa la somnolencia y, con su
actividad nocturna y diurna, derribe todo aquello que constituye un obstáculo, y deje el
camino libre. Entonces, una vez más, me resistiré en caer en manos del miedo, puesto que no
quise el progreso, que sólo se alcanza cuando uno quiere.
Llega mayo. Una creencia muy difundida en todo el territorio nacional es la atribuida a la
primera agua de mayo. Es común en nuestros campos y ciudades percatarnos de ese sentido
de impaciencia de nuestras gentes ante la perspectiva de esa bendición del cielo que es la
primera agua de mayo. ¿Por qué el afán de no perder esa primera agua? La creencia más
difundida es quizás, que sirve para el embuchado de mayo, que es el nombre popular para
cierto malestar estomacal en que la gente se siente jarta2 sin haber comido. Según el decir de
J Morillo, de Capulina: «Quien no bebe de esa agua está expuesto a sufrir de este embuchao,
y el que ya tiene el malestar tiene en esta agua un certero remedio.» Por otro lado, también
existe la creencia que si la persona se lava la cara con esta agua desaparecen las arrugas y se
rejuvenece. Mojarse bajo la primera agua de mayo es bueno para la gripe, se cree. También
se dice que la primera agua de mayo es «buena para la suerte».
Según me contó M. Ogando como mejor surte efecto la primera agua de mayo es tomando
tres tragos al revés, es decir, en vez de decir primer trago, segundo trago y tercer trago, se
dice: tercer trago, segundo trago y primer trago.
La llegada del mes de mayo no fue óbice para mantener mi incertidumbre sobre Adriana
Quezada. Afortunadamente esta incertidumbre y escepticismo no duró mucho porque al mes
y tres días designaron a Daysi Ruiz, la esposa del profesor Ramón Mateo (conocido por
Saviñón), como enfermera de la clínica y Adriana Quezada reasumió sus originales
funciones de conserje.
Almorzaba donde Alfonsina Caro (Evia) la esposa de Plinio Sánchez. Evia, era una mujer
agradable, dulce, suave en la conversación y el trato, una mujer todo terreno, muy dispuesta y
2
Dominicanismo equivalente a harta. (N del A).
19
trabajadora, a la que no se le ponía nada por delante; Evia hacía su agosto3 con un colmado
que tenía en su propia casa, además de que vendía comida a personas seleccionadas también
en su propia casa. Evia tiene un marido que es un guardia pensionado, se llama Plinio
Sánchez. Era madre de cuatro hijos: dos hembras (Sonia y Milka) y dos varones (José
Luis—Papo— y Rafael—Rafa—). En este hogar estaba como en familia. Afuera llueve; la
madre (o Evia) se echa las cartas y la hija (o Sonia) escribe. No hay nadie más en la cocina.
Como es dura de oído, también yo podría llamarla madre. Recuerdo que en una ocasión algo
que comí fuera de la casa de Evia me hizo daño, me provocó churria (o diarrea). Esta se
acompañó de un dolor insoportable en todo el abdomen, sobre todo, en el bajo vientre. Ya
había abandonado la casa de Evia y me encontraba, con mi dolor, en una enramada que había
en la parte trasera del bohío de Adriana. Realmente estaba precisado. Solicité permiso para
acudir a la letrina. Mi sorpresa fue grande cuando constaté que aquella letrina consistía en un
espacio cerrado lateralmente por yaguas, con una puerta de saco de cabuya (de los que
utilizan para envasar la sal en grano) y la parte posterior estaba abierta y daba al valle, se
observaba toda la llanura de la comunidad desierta. De todas maneras como tenía urgencia
me encaramé en el cajón de madera de roble. Afuera jugaban dominó. Al iniciar la
evacuación lancé una carreta de pedos que la vergüenza acababa conmigo. Entonces me las
ingenié y comencé a toser fuertemente para que los de afuera no escucharan los pedos y así
pude solucionar aquella apremiante situación. Este acontecimiento me hace recordar a Pujol,
pedorro musical, el cual era francés, más conocido como Le Petomane, en su época mostró
un talento inusual para soltar pedos. Tal era su dominio que a principios de siglos protagonizó
espectáculos en los que tocaba temas e imitaba sonidos con los aires que dejaba soltar
hábilmente por el ano. Cuando murió en 1945, los médicos de la Universidad de la Sorbona
ofrecieron sin éxito a la familia un dinero para examinar sus intestinos.
Días después, estando donde Francisquito Tapia, el sastre de Vallejuelo, y aprovechando
la oportunidad de evitar conflicto con la puerca «bolanchina» que constantemente me
asediaba en procura de lo que ella consideraba su almuerzo natural, fui a la letrina de aquella
casa y me llamó la atención dos cosas: la primera fue que había un saco lleno de tusas (es
3
Hacer uno su agosto. Lucrarse, aprovechando ocasión oportuna para ello. Hacer su negocio.
20
cultura de la región limpiarse después de la defecación con una tusa e incluso se dice que la
tusa tiene tres funciones: limpia, arrasca y desenreda) y la segunda fue que uno de los
holcones (los cuales eran de baitoa—Phyllostylon brasiliensis) de la letrina tenía como unos
machetazos, cuando indagué el por qué de aquellos machetazos me informaron que era para
impedir que la gente se limpiara de ellos. Me mostré escéptico. No podía creer que un ser
humano pudiera hacer semejante cosa. Días después, estando en Jorgillo, lo pude comprobar
con mis propios ojos: uno de los esquineros de baitoa de la letrina del bohío donde me
encontraba, estaba más grueso y su color era del color de los excrementos humanos (un color
ladrillo negruzco, tirando a achocolatado brilloso). Cerré los ojos tratando de imaginar a
alguien procurando higienizar su ano en aquella posición y la verdad es que debe ser muy
difícil: extraña costumbre. Imagínenselo ustedes.
Ese mismo día, ya entrada la noche, permanecía en el bohío de Dichosa Montero allá en
Jorgillo. De repente salieron unos hombres y mujeres del matorral circundante. Se pusieron a
danzar alrededor de una estaca de madera de Cambrón (Acacia macracantha), rodeada por
una gran cadena plateada. Un curioso (o curandero) estaba aparte con una varita de ruda
levantada sobre el hombro derecho. Con ella hacía, en el aire, la señal de la cruz. El cielo
estaba nublado, pero ya había cesado la lluvia y la calma era dueña del lugar.
—Ábrete—decía el curandero. El ser humano saldrá al exterior. Respira el aire y el
silencio del lugar y entrega tu alma. Pero aquel silencio no perduró por mucho.
Inocencio Montero, era el practicante del curanderismo, él se acostó siempre con
Agraciada Ogando, la ratoneadora, en el cafetal de Secundina Morillo, en posturas decentes,
en eso se le notaba que había recibido alguna educación, a Secundina Morillo le gustaban
más las posturas indecentes, eso puede ser un juego confundidor y peligroso porque el
demonio regala bienes materiales, pero no perdona deudas espirituales y el que le vende su
alma acaba irremediablemente en el infierno antes o después, el tiempo ni cuenta ni importa
cuando se le condena a arder por los siglos de los siglos en la caldera de Pedro Botero, en la
sartén de la eternidad.
A don Epifanio Ramírez le gusta hablar de la muerte y de la salvación eterna con Tonila
Encarnación.
—Se dice que un punto de constricción salva las almas, pero no es verdad, eso no puede
ser verdad, resultaría demasiado cómodo que fuese así. Un hombre se pasa la vida pecando
21
contra los mandamientos de la ley de Dios y aliándose con el mundo, el demonio y la carne, o
sea disfrutando de sus deleites y cadencias y cuando le llega la hora se arrepiente y en paz, a
gozar de la presencia del Todopoderoso por los siglos de los siglos! A mí me convendría que
esto fuese verdad, ¡que más quisiera!
Estaba en una pulpería en Jorgillo. La tarde había sido lluviosa; y no había aparecido ni un
solo cliente. Hasta el atardecer no se aclaró un poco el cielo; fue escampando lentamente y
las camareras (o meseras) se pusieron a secar las mesas. El dueño estaba bajo el arco de la
puerta a la espera de los clientes que no llegaban. Efectivamente se acercaba ya uno subiendo
por el sendero del bosque. Sobre los hombros llevaba un serón;4inclinada la cabeza sobre el
pecho y, a cada paso, con el brazo muy extendido, apoyaba muy lejos el bastón en el suelo.
Detrás de la señora se divisaban una, dos, tres…nueve mujeres jóvenes.
La señora del serón que se aproximaba era la doctora Morillo Encarnación (lo de doctora
era su nombre de pila, porque en realidad era analfabeta); devota de San Ramón. Había
parido diecinueve muchachos, catorce de ellos todavía vivos. Ella residía en la comunidad
de Río Arriba. De sus catorce hijos, nueve eran mujeres. Esta señora acudía a los bailes con
música pri-pri5 que cada sábado se celebraban en Jorgillo; con sus hijas y un serón y sentada
en uno de los extremos del salón de baile, recibía los regalos que las hijas obtenían de parte
de las parejas que las invitaban a bailar. Todavía se tiene (o se tenía) la costumbre que el
parejo, luego de bailar con la joven, debía acudir a la pulpería y ofrecer algún obsequio a la
joven que le había servido de pareja. De esa manera doctora Morillo regresaba al hogar con el
cesto lleno de mercancías que le permitían pasar varios días alimentándose ella y sus hijos.
Las mujeres vulgares tenemos —decía Doctora Morillo— tanta historia como las que no
lo son, lo que sucede es que solemos olvidarla o confundirla, hay gente que disfruta
olvidando y confundiendo, suelen acabar ardiendo en el infierno porque a Dios Nuestro
Señor le ofende tanto el olvido como la confusión.
—No pierda el tiempo porque nadie la escucha, proceda usted sin perder la hilación
4
5
Serón. Especie de canasta más larga que ancha que se usa para echar café. Un serón equivale a 10 cajas.
Mangulina. Baile folclórico dominicano practicado en la región Sur, pero conocido en todo el país. Se
desconoce con exactitud el origen de este baile. Las canciones mangulina son versos en coplas y décimas. El
conjunto de mangulina se llama «pri-pri»: acordeón, barsié, guira y pandero.
22
debida y recuerde que el limbo está lleno de pájaros muertos y de miserables alimañas
muertas, el hombre mata a las raposas, las garduñas y las comadrejas con arsénico, las
envenenan con arsénico, con los hurones ya acabó, los pájaros mueren de ver y oler la
muerte, usted no pierda el tiempo porque nadie la escucha.
—Lo se bien y tampoco quiero abusar de la paciencia de nadie. Por eso vengo a cada fiesta
que se celebra en Jorgillo con mis muchachas y mi serón.
Las fiestas de Jorgillo, que se celebraban con música tocada por un picó6 (o tocadiscos),
siempre terminaban en pleitos. En la clínica había que estar preparado para trasladar los
heridos al hospital de San Juan porque siempre eran apuñalados y siempre eran varios. Las
noches de los fines de semanas en la clínica de Vallejuelo eran horrendas: se las agradezco a
los vicios de la gente de Jorgillo, a sus debilidades, a sus reservas, a su inseguridad, a sus
cálculos, a su pésima previsión… que me hayan enviado una camioneta con varios
apuñalados.
No me canso de repetir que a las personas vulgares también los hieren los compromisos de
la historia que padecemos, quienes la escriben son los otros, los demás, los distintos, los que
nos hacen sufrir, yo me siento ceñudamente perseguido por el violento chorro de arena de la
murmuración, yo pienso que sería mejor hacer borrón y cuenta nueva de todo y volver a
empezar otra vez desde el principio, nadie sabe qué es lo que espera al mundo tras el juicio
final, a lo mejor Dios se irrita o se deprime y le planta fuego a todo, los teólogos dicen que en
Dios no caben ni la irritación ni la depresión; lo único que Dios no es, es débil.
¡Qué furiosos somos los humanos contra los humanos! Basta con que nos pongamos
hablar con uno de ellos para excitarnos y estar a punto de gritar.
Lo peor de todo esto es que no logramos entendernos. El doctor José Rodríguez, médico
asistente de la clínica, que solo me acompañó durante las dos primeras semanas, me dijo: «El
paciente sufre sin duda, y yo no creo que sufra, que pueda sufrir; no lo creo a pesar de que
tengo evidencia de ello; no lo creo para no tener que ayudarlo, cosa que no podría hacer,
porque también estoy irritado contra él».
En fin, pienso yo, el mundo ha sido dominado y lo hemos presenciado con los ojos
abiertos. O sea que podemos darnos la vuelta tranquilamente y seguir viviendo. Aunque
6
Aparato que se usaba para escuchar música en disco de 45 revoluciones por minuto.
23
obviamente, debemos tomar lo bueno del uno y rechazar lo malo del otro.
Así como llegaban los apuñalados, llegaban también niños «barrigas verdes». Siempre
había oído hablar de la expresión «sanjuanero barriga verde», pero nunca nadie me explicó
la razón de ésta. Esos niños llegaban ahogándose en vómitos miásicos (de áscaris o
lombrices) por boca y nariz. La estructura corporal de aquellos niños llamaba la atención:
eran niños secos en las extremidades y el tórax, pero con una gran distensión abdominal,
cuya piel brillaba y bajo aquella brillantez se destacaban múltiples redes de diminutos vasos
sanguíneos dando la impresión de un color verde luminoso: eran niños marasmáticos,
extremadamente enflaquecidos, desnutridos, víctimas de la pobreza y la ignorancia. Sus
madres cocían, en aceite de maní (o de coco), los gusanos vomitados y se los daban a comer,
así creían evitar los vómitos de esos parásitos. Sin embargo, persistía la costumbre, en la
mayoría de la población, de acompañar esos gusanos fritos con la decocción de la hoja de
Apasote (Chenopodium ambrosioides) con sal, de Artemisa (Ambrosia paniculata) o de
Manzanilla (Crhysantenum parthenium) para eliminar esos vividores. También las madres
colocaban al cuello del niño un collar de diente de ajo morado y no era extraño que untaran
ajo en la región perianal cuando el niño o incluso el adulto tenían «armonía en el curso»
atribuida generalmente al enterobius vermicularis (conocido como oxiuro o bicho).
Durante el tiempo que permanecí en aquella clínica, el fantasma de la desnutrición se
presentó en ella con diferentes rostros: era frecuente ver niños con aspecto de payaso pobre,
es decir, hinchados (o edematizados), el pelo fino, quebradizo, abanderado y del color del
maíz seco. Nunca podré olvidar la visita, a la clínica, de un médico cooperante canadiense
que al observar un niño de éstos preguntó con qué se había quemado. Él nunca había visto en
su país un desnutrido.
Para ese mismo período Juan Pablo Luna se encontraba en Juan Santiago, una noche le
atacó un dolor agudo y una hora después empezó la diarrea: un chorro fino y negruzco. En la
tarde, el peligro de deshidratación crecía y Luna estaba tan débil que no podía incorporarse
para tomar el alimento. No tenía apetito, la enfermera consiguió darle unas cucharadas de
sopa de semolina y un poco de jugo de guayaba (Psidium guajava).
Se quedó dormido, pero a la una de la mañana había tenido que levantarse seis veces.
Luego se confirmó la sospecha: una Fiebre tifoidea, adquirida a través del agua, se había
instalado en el cuerpo de Luna y literalmente lo calcinaba. Cuando alguien se infecta con
24
Salmonella Tiphi es porque ha ingerido accidentalmente excrementos (de gallina o humana).
«Por el amor de Dios —gritaba la enfermera—, vamos a llevarlo al hospital.» Pero
estaban en Juan Santiago y era extremadamente difícil conseguir transporte.
A las tres, Juan Pablo estaba tan débil que la enfermera lo llevó al baño casi en vilo. Ya en
la mañana temprano una fiebre calcinante se había agregado. «Busca la guagua —gritó la
enfermera al sereno—. Nos vamos a San Juan. Ahora mismo.» La prueba de que Juan Pablo
estaba peor era que esta última vez consintió que la enfermera le ayudara. «La mierda negra
es mala, dijo, tiritando por la fiebre.»
De esta manera los seres humanos andamos por el mundo clasificando las cosas en
distintas casillas. Colocamos a las vacas en los establos, a los caballos en la cuadra, a los
cerdos en la pocilga y a las gallinas en el gallinero. Lo mismo ocurrió cuando Juan Pablo
Luna le dio Fiebre tifoidea. Colocamos a la Clínica de Juan Santiago (y todas las clínicas
rurales) en el orden de peligrosa para el inicio de una protesta que culminaría con la
suspensión del ciclo social del internado rotatorio en clínicas rurales.
Y en Hondo Valle, un poco más hacia el Sur profundo, Bolívar Marte D’ Óleo trataba la
fiebre de los niños de la siguiente manera: ponía al padre del niño a cavar un hoyo en el patio
interior del centro y enterraba al pequeño, dejándole sólo la cabeza fuera (al estilo de como se
ven que les hacen a los condenados en las películas de vaqueros).
Qué largo es el camino desde la angustia íntima hasta la escena como la del patio, y que
breve es el regreso. Y cuando uno ha llegado a la propia casa, no puede ya volver a salir.
También trataba de un modo tan peculiar a la neurosis histérica que jamás he podido
olvidar.
La histeria nos ofrece tanto la apariencia de lo divino como de lo demoníaco; o bien se nos
presenta con un doble rostro, del que cada cara va unidad a la que se le opone por vínculos
inseparables. Estos ataques de histeria se han descrito en el país como formas típicas de
posesión. La observación que va a continuación, voluntariamente limitada al análisis de los
hechos más llamativos, por la reunión y vinculación de los fenómenos que somete a
reflexión, permitirá formarse una idea más completa y más sintética de lo que puede ser una
falsa mística, como de ellos hay tantos ejemplos en la historia. En este sentido describiré un
caso que siempre me ha llamado la atención.
Cuando hacía el ciclo social del internado en la clínica rural de Vallejuelo, una
25
madrugada, a eso de la una y cuarenta y cinco, llegaron tocando la puerta de la clínica varias
personas procedentes de una comunidad rural perteneciente a Vallejuelo conocida como Río
Arriba. Estas personas traían una señora en litera.7 Según un hermano de la que traían en
litera, ésta había caído enferma y mientras la trasladaban murió pero como estaban cerca del
pueblo decidieron llegar a la clínica con la «difunta». Junto al cadáver estaba prácticamente
toda la comunidad. Ordené introducir a la muerta y a un hermano suyo, cuando la examiné
me percaté que en realidad no estaba muerta, ante esta situación le dije en voz alta al hermano
de la que yacía tirada en la camilla, que por fortuna tenía unas inyecciones que me habían
traído de Venezuela, las cuales, luego de dos minutos de aplicadas, las personas volvían a la
normalidad. Mi propósito era influir en la mente de aquella enferma. Le administré la
inyección y esperamos los dos minutos al cabo de los cuales la muerta se levantó e inició
conversación. Gran sorpresa que se llevó el hermano y los que afuera esperaban, muchos de
los cuales, asustados, salieron corriendo del lugar. Una vez que investigué la historia del
acontecimiento la propia enferma me comunicó que sufría de piedra en los riñones (litiasis
renal) y que había acudido a Cuendas —comunidad de San Juan de la Maguana famosa por la
gran cantidad de brujos que hay en ella— y un brujo del lugar conocido como Pirrindín, le
preparó una botella la cual debía tomar tres veces al día, teniendo el cuidado de que la última
toma debía ser sin que nadie la viera y que no podía dejar de hacerlo, pues moriría. Esa noche
la señora olvidó la última toma y ya ven ustedes las consecuencias de ese olvido. Si no
hubiera sido porque en ese lugar había un médico, posiblemente a esta señora la habrían
sepultado viva.
Los ataques de neurosis histérica de conversión en mujeres son frecuentes y pueden
desencadenarse sobre todo por acontecimientos de sufrimientos, pero pueden ocurrir en otras
situaciones. Estos ataques son muy comunes en los velatorios y cuando ocurre en estos
lugares existe la creencia de que el espíritu del muerto se ha montado en la persona con los
ataques.
Como para los presentes se trata de un fenómeno de posesión generalmente toman
7
Medio de transportar personas enfermas en los campos, llevados por hombres. Generalmente una hamaca, o
una silla adaptada sobre dos palos.
26
diferentes conductas para tratar de alejar el espíritu; muchas veces se pone a oler un zapato de
alguien de los presentes cuyos pies realmente despidan un olor bien desagradable; en algunas
partes, como Hondo Valle por ejemplo, a las señoras que les dan estos ataques les dicen
algunas palabras obscenas y con esto espantan el espíritu: algunas veces se les da a oler hojas
de naranja: algunos colocan una bacinilla (orinal) en la cabeza o incluso la cédula en el
pecho. Como Martín Lutero, los médicos han caído en la trampa de tomar conductas
agresivas, para supuestamente alejar los malos espíritus, entre ellas: aprietan las manos, en el
espacio interdigital de los dedos pulgar e índice; otros le frotan el pecho con el puño cerrado;
otros inyectan agua destilada en el deltoides; e incluso ví, en Hondo Valle, a Marte D' Óleo,
introducir hielo en la vagina a una mujer con una crisis de neurosis histérica; la gran
proveedora de las falsificaciones de la mística. Estos procedimientos buscan producir dolor
con lo que se alejaría el espíritu. En realidad no se recomienda ninguna de las conductas
anteriores. Lo ideal es dedicar tiempo al paciente con el propósito de identificar la razón por
la cual cayó en el estado de crisis.
Para el tratamiento de estos pacientes es importante intentar abrir la «puerta cerrada» con
mucho cuidado, o quizás abrir una «puerta nueva». Colaborando con el paciente debemos
intentar volver a sacar a la luz las vivencias reprimidas. Pues el paciente no es consciente de
lo que reprime, y sin embargo puede estar muy interesado en que el médico le ayude a
descubrir los traumas ocultos.
¿Qué métodos debe emplear el médico?
Freud desarrolló lo que él llamó técnica de las asociaciones libres. Consistía en que dejaba
que el paciente se tumbara en una postura cómoda y que luego hablara de lo que se le
ocurriera, independientemente de lo insustancial, casual, desagradable o embarazoso que
pudiera parecer. Se trataba de intentar destruir aquella «tapadera» o «control» que se había
colocado encima de los traumas. Porque son precisamente los traumas los que tienen interés
para el paciente. Están constantemente en acción, pero no en la conciencia.
Si interpretamos estos fenómenos popularmente, tendremos que concluir que habría que
hacer un despojo. En el vodú dominicano el despojo se concibe como el exorcismo del
espíritu intruso. Este intruso casi siempre, está relacionado con un espíritu diabólico (la gente
tiene la facultad de hacer invención del diablo).
Cuando estamos poseídos por el diablo, no puede ser uno solo, porque entonces
27
viviríamos, al menos en la tierra, tranquilos, como con Dios, en unidad, sin contradicción, sin
reflexión, siempre seguros del ser que tenemos detrás. Su rostro no nos asustaría, porque
como seres demoníacos, por poca sensibilidad que tuviésemos para esta visión, seríamos lo
bastante listos para sacrificar una mano con que mantener tapado su rostro. Si simplemente
nos poseyera un único demonio, con una visión global, tranquila e inalterable de todo nuestro
ser y con la libertad de disponer de nosotros en cualquier momento, entonces tendría
asimismo fuerzas suficiente para mantenernos durante toda una vida humana tan por encima
del espíritu de Dios, y para lanzarnos hacia todas partes, que tampoco llegaríamos a ver un
solo destello de él, o sea que tampoco por este lado seríamos inquietados. Sólo toda la caterva
de demonios puede determinar nuestra infelicidad terrena. ¿Por qué no se exterminan
mutuamente hasta que quede uno de ellos, o por qué no se someten jerárquicamente a un gran
diablo? Ambas cosas responderían al principio diabólico de engañarnos lo más
completamente posible. Si sigue faltando la unidad, ¿de qué sirve la penosa atención que nos
dedican todos los diablos? Es esencialmente obvio que la caída de un solo cabello de un
hombre tiene más importancia para los diablos que para Dios, porque al diablo se le cae
realmente el pelo, y a Dios no. Así, mientras haya en nosotros toda esa cantidad de diablos,
nunca llegaremos a sentirnos cómodos.
La misma tarde que me dejaron en Vallejuelo, llevaron a David Dante Ramírez Florentino,
quien iba a ser uno de mis más queridos compañeros generacionales, al Derrumbadero. Esta
comunidad se encuentra situada entre Vallejuelo y el Cercado. Es un campo que se
alumbraba con jumiadora. Conocemos la expresión: «Si no lo veo, no lo creo». Pero yo no lo
creía ni siquiera cuando lo estaba viendo. Pensaba que los sentidos nos ofrecen una imagen
errónea del mundo, una imagen que no concuerda con la razón de los seres humanos.
Consideraba fuera de lo normal la falta de sentido común de las autoridades. En aquella
clínica que no había energía eléctrica tenía una nevera eléctrica que SESPAS8 había llevado
para guardar los biológicos del programa de vacunación que siempre se dañaban, en su lugar
guardaban plátanos, yuca, batata… En cambio, en la clínica donde yo estaba, en Vallejuelo,
había energía eléctrica pero la nevera era de gas, por fortuna funcionaba. David (o epiplón
mayor como le llamaba Wazar), al llegar al lugar, no soportó aquello y decidió continuar
viaje, esa misma tarde, hacia Hondo Valle, donde durmió. Como se negó a quedarse en el
8
Secretaría de Estado de Salud Pública y Asistencia Social.
28
Derrumbadero, lo reubicaron en la clínica rural de Juan de Herrera, donde finalizó su ciclo
social. Juan de Herrera, a diferencia del Derrumbadero, era un lugar mucho más acogedor,
más cercano a la ciudad y tenía algunas características que lo distinguían: una factoría de
arroz, los mejores chicharrones y longanizas de la región y el histórico Corral de los Indios.
Al recordar al amigo David, florecen en mi memoria algunos acontecimientos ocurridos
durante el pre internado: El primero fue cuando un grupo de estudiantes acudimos a la
maternidad San Lorenzo de Los Mina para recibir docencia de Gineco-Obstetricia. En el
salón de conferencias nos recibió el Dr. Jesús Disla, el cual dijo: —Bienvenidos todos.
Tienen que tener presente que aquí ustedes son unos mojones.9 No acepto a nadie con barba,
ni bigote. Por lo tanto ustedes, nos señalaba a David (que tenía bigote de morsa), a Alan
Omar y a mí que teníamos barba, tienen que afeitarse, si no lo hacen no lo recibo en esta
clase. Al día siguiente Alan llegó afeitado, pero David y yo no. Nos sacó del curso y tuvimos
que cursar la parte teórica de la materia en el hospital Dr. Francisco E. Moscoso Puello, con el
doctor Víctor Montes de Oca. Los servicios los hacíamos en Los Mina.
Para esa misma fecha fue que David hizo su primer parto. Estaba tan nervioso que la
pijama se podía exprimir del sudor y el niño se le resbaló de las manos enguantadas, por
fortuna cayó en la cubeta y la sangre y restos placentarios amortiguaron el golpe.
Recuerdo que una noche en sala de partos, mientras hacía el parto a una joven primigesta,
el médico ayudante de turno estaba observando, pero estaba incómodo con la paciente por su
poca cooperación para el desenlace del parto, sus palabras ofendían. De repente la joven
parturienta le dijo: —Sí, doctor, imagínese a usted cagando un coco a ver si es bueno.
Había un interno colombiano, estudiante de la UCE,10 apellidado Osorio, que no dejaba
que ningún pre interno se acostara a descansar, siempre estaba haciendo preguntas. Por su
parte, David se hizo famoso por sus enormes manos. Tanto que, luego, en el internado,
cuando una mujer se retrazaba en la labor de parto, lo buscábamos para que le hiciera un tacto
vaginal, tan pronto lo hacía y retiraba sus largos y gruesos dedos enguantados, venía el
muchacho más atrás. Finalmente, David hizo su pasantía en Agua Santa del Yuna y siempre
coincidíamos en la oficina de la regional tres, que para la fecha estaba en San Francisco de
Macorís, donde acudíamos los fines de mes, en busca de nuestro salario.
9
Mojón. Bolo fecal grueso y largo.
10
Universidad Central del Este.
29
Volviendo a mi estancia en Vallejuelo, recuerdo un acontecimiento trágico que me
conmovió terriblemente. La fatídica mañana del lunes catorce de junio de mil novecientos
setenta y nueve, en su habitación, lleno de soledad, apareció traicionado por el sueño maligno
Manuel García Génere (conocido por todos nosotros por el sobrenombre del Chuck). Tenía
los ojos implorantes y estaba tirado en el piso, cuando la puerta fue violada, todos quedamos
sorprendidos. Apenas doce horas antes habíamos celebrado en el hospital de San Juan, y él
nos había deleitado tocando su guitarra y cantando aquella canción de René y René, pegada
para la fecha, y titulada «para cuando regreses». Esa canción era como una poesía. Pero la
poesía no ha muerto, tiene las siete vidas del gato. La molestan, la arrastran por las calles, la
escupen y la befan, la limitan para ahogarla, la destierran, la encarcelan, le dan cinco tiros y
sale de todos estos episodios con la cara lavada y una sonrisa de arroz.
Cuando escucho esta melodía el Chuck vive en mi memoria; jamás podré olvidar aquella
cara de copiosas cejas y largas pestañas cuyo tic nervioso (abría y cerraba los ojos
constantemente) le daba un toque especial a su alegría y jovialidad. Si yo no puedo olvidarlo
¿cómo podría hacerlo Guillermo Wazar Puello su amigo-casi-hermano?
La muerte del compañero, mientras dormía en su habitación esperando el nuevo día para
el trabajo, fue descrita por las autoridades, por un tal Guancho, como «un caso raro». En
primera instancia se informó que había sido una intoxicación alcohólica, posteriormente, por
pescado. En el pueblo la gente opinaba y ofrecía todo tipo de versión sobre aquella muerte
inesperada. Alguien llegó a decir: «Al parecer, el doctor sufrió una pesadilla tan espantosa
que le hizo gritar en sueños de modo penetrante, atrayendo la inmediata atención de la
doctora Perdomo, médico pasante que compartía la clínica con él. Esta doctora le administró
una inyección de metoclopramida endovenosa y posteriormente, a altas horas de la noche, le
llamó la atención un sonido, llegando a tiempo de ver la figura gigantesca del durmiente salir
literalmente despedida de la cama, bajo la maligna influencia del sueño, y caer al suelo. La
doctora oyó un fuerte chasquido; era el sonido que hizo el cuello del doctor al romperse. La
muerte fue instantánea».
El sueño maligno se llevó de este mundo a uno de los seres más alegres que he conocido.
Se fue el amigo con sus pajaritas de papel volando por el cielo y bajo la lluvia.
Pero la primera noche los amigos que le velaron recibieron una insólita visita. La lluvia
torrencial caía sobre los techos, los relámpagos y el viento iluminaban y sacudían los grandes
30
árboles, cuando se abrió la puerta y entró un hombre de riguroso luto y empapado por la
lluvia. Nadie lo conocía. Ante la expectación de los amigos que lo velaban, el desconocido
tomó impulso y saltó sobre el ataúd. En seguida, sin decir una palabra, se retiró tan
sorpresivamente como había llegado, desapareciendo en la lluvia y en la noche. Y así fue
como la sorprendente vida del Chuck fue sellada con un rito misterioso que aún nadie puede
explicarse.
Visto desde fuera, es horrible morir en edad temprana pero todavía joven, o matarse
incluso. Dejar el mundo en una confusión total, que tendría sentido dentro de una posterior
evolución, sin esperanza o con una única esperanza de que este hacer acto de presencia en la
vida, dentro del cálculo supremo, sea considerado como algo no ocurrido. Esta sería mi
situación al momento de la muerte del Chuck. Morir no sería nada más que entregar una nada
a la nada; pero esto sería imposible de concebir, porque cómo podría uno, no siendo más que
una nada, entregarse de un modo consciente a la nada, y no solo a una nada vacía, sino a una
nada rugiente, cuya nulidad sólo consiste en su incomprensibilidad.
«En su forma actual, mientras vive en su cuerpo, así le ven los hombres y los dioses; pero
después que su cuerpo ha sido devastado por la muerte, no le ven ya, ni los hombres ni los
dioses. Y tampoco la naturaleza, que todo lo percibe, lo ve ya: Ha cegado el ojo de la
naturaleza, ha escapado al mal.»11
¿Es tan difícil comprender la muerte de un amigo? ¿Puede comprender quien está fuera el
hecho de que uno viva dentro de sí mismo una historia desde su comienzo, desde el remoto
punto de partida hasta la locomotora de acero, carbón y vapor, que se aproxima, y que ni
siquiera entonces la abandona, sino que quiera ser perseguido por ella y aún le quede tiempo
para ello, o sea que ella le acosa y él corre delante por propio impulso, dondequiera que ella
se lance y dondequiera que uno la atraiga?
No puedo comprenderlo y ni siquiera creerlo. En estos momentos vivo únicamente a ratos
en una pequeña palabra, en cuya vocal modificada —en la palabra «muerte», escrita más
arriba— pierdo, por ejemplo, mi inútil cabeza durante un segundo. La primera y la última
letra son el principio y el fin de esa sensación mía que es como un pecado.
11
La cita proviene de la novela legendaria. El peregrino Kamanita, de Kart Gjelleup.
31
Yo estaba recién llegado a Vallejuelo, procedente de San Juan, cuando recibí la trágica e
incomprensible noticia de la muerte del Chuck. Pocas veces he sentido un dolor tan intenso.
Pero, a pesar del dolor, además, debía hacer algo ritual para despedirlo. Había muerto tan
lejos de su hogar, en Sabana Yegua, en días de tremenda lluvia que anegaron el cementerio.
El no poder estar junto a sus restos, el no poder acompañarlo en su último viaje, me hizo
pensar en una ceremonia. Me acerqué a un amigo y con él nos dirigimos a la iglesia de San
Juan. Compramos dos velas, y entramos con ellas a la penumbra del templo. Se me ocurrió
que aquél era el gran escenario por el amigo desaparecido. Hicimos encender los velones en
el centro del templo, junto a las nubes del artosonado, y sentado con mi amigo, en la iglesia
vacía, pensamos que aquella ceremonia silenciosa, pero a nuestro agnosticismo, nos acercaba
de alguna manera misteriosa a nuestro amigo muerto. Las velas, encendidas en lo más alto
del templo, vacío, eran algo vivo y brillante como si miraran desde la sombra y entre exvotos
los ojos de aquel médico interno cuyo corazón se había extinguido para siempre.
La unidad de la humanidad, puesta en duda de vez en cuando —aunque sólo sea
emocionalmente— por todos, incluso por las personas más asequibles y acomodaticias, se
manifiesta por otra parte, o parece manifestarse, a cualquiera en la identificación total,
constantemente localizable, de una evolución general e individual de los hombres. Aun en los
más reservados sentimientos del individuo. Esta unidad se hizo manifiesta en todos nosotros,
es decir, en los internos de medicina de la Universidad más vieja del nuevo mundo. Se
produjo una protesta sin que se vislumbrara solución. Todos nos unimos en la Asociación de
Internos de Medicina y acordamos informar al Dr. Vicente Castillo (director de la regional
sur de salud) y al doctor Daniel Guzmán (director de hospitales de la SESPAS) y visitar al
doctor Diómedes Roble Cid, coordinador del internado rural, para contarle tal vez nuestras
privaciones y angustias. Finalmente jamás, a partir de aquella fecha, se envió ningún interno
a clínicas rurales. Esta fuerza de utilidad pública de la muerte de un interno de medicina se
basó en su fuerza, en su ternura, en la alegría y en la esencia verdadera. Sin esta calidad el
internado suena pero no canta. El Chuck canta siempre.
Esto hace recordar el giro que toma una conversación cuando al principio se habla
detalladamente de la existencia más íntima, y luego, no cortándola, pero tampoco surgiendo
naturalmente de ella, se pasa a hablar de cuándo y dónde volveremos a vernos y qué
circunstancias hay que tener en cuenta para ello. Si esta conversación acaba asimismo en un
32
apretón de manos, se sale de ella con una fe momentánea en una estructura pura y sólida de
nuestra vida, y con respeto hacia la misma.
En una autobiografía, es inevitable que donde, de acuerdo con la verdad, se debería poner
«una vez», se ponga «a menudo». Porque uno es siempre consciente de que el recuerdo se
extrae de la oscuridad, que se hace añicos con la palabra «una vez» y que con la palabra «a
menudo» queda, si no totalmente protegida, al menos conservada en opinión del que escribe,
y le transporta a unos aspectos que tal vez no han existido nunca en su vida, pero que le sirven
de sucedáneo para aquellos aspectos que ya no puede alcanzar en su recuerdo, ni siquiera con
la adivinación.
Pero todo lo mágico surge y resurge siempre en San Juan de la Maguana. Desde un río que
le comenzó a nacer a un campesino en su pobre «conuco», mientras sembraba habichuelas.
Pasando por el misterio del lugar donde descansan los restos del cacique Enriquillo (para
algunos en Boyá, para otros en la iglesia Santa María de Azua, y para muchos desconocidos).
Hasta la desenfrenada búsqueda del esqueleto de Olivorio Mateo, que según se dice descansa
en El Palmar (o en Palma Sola), en su santuario, con su túnica roja cubriendo secularmente el
cráneo del «dios mesiánico». Y la no menos intensa persecución de los restos del coronel
Francisco Alberto Caamaño Deñó, perdidos desde hace tres décadas en Nizaíto (16 de
febrero de 1973), y que de pronto aparecen aquí o allá, custodiados por soldados
revolucionarios secretos, para volverse a sumergir sin tregua en la noche inexplicable.
Así como el mito del dios Oliverio Mateo, también los griegos tenían su visión mítica del
mundo cuando surgió la primera filosofía. Durante siglos, habían hablado de los dioses de
generación en generación. En Grecia los dioses se llamaban Zeus y Apolo, Hera y Atenea,
Dionisio y Asclepio, Heracles y Hefesto, por nombrar algunos.
Alrededor del año 700 a. de C., gran parte de los mitos griegos fueron plasmados por
escrito por Homero y Hesíodo. Con esto se creó una nueva situación. Al tener escritos los
mitos, se hizo posible discutirlos.
Los primeros filósofos griegos criticaron la mitología de Homero sólo porque los dioses
se parecían mucho a los seres humanos y porque eran igual de egoístas y de poco fiar que
nosotros. Por primera vez se dijo que quizás los mitos no fueran más que imaginaciones
humanas.
Encontramos un ejemplo de esta crítica de los mitos en el filósofo Jenófanes, que nació en
33
el 570 a. de C. «Los seres humanos se han creado dioses a su propia imagen», decía. «Creen
que los dioses han nacido y que tienen cuerpo, vestidos e idioma como nosotros. Los negros
piensan que los dioses son negros y chatos, los tracios los imaginan rubios y con ojos azules.
¡Incluso si los bueyes, caballos y leones hubiesen sabido pintar, habrían representado dioses
con aspecto de bueyes, caballos y leones!»
Estas explicaciones me hicieron comprender que los seres humanos quizás hubieran
necesitado siempre encontrar explicaciones a los proceso de la naturaleza. A lo mejor la gente
no podía vivir sin tales explicaciones. Y entonces inventaron todos los mitos—incluido el del
dios Oliverio Mateo— en los tiempos en que no había ninguna ciencia o apenas se conocía.
San Juan vive en mí como una pequeña cigua palmera (Dulus dominicus) equivocada que
circula en mis venas. Sólo la muerte le doblegará las alas sobre mi corazón de soldado
dormido.
Para la fecha del trágico acontecimiento del Chuck, Sabana Yegua, era una mesopotamia,
descansaba entre el río La Cueva y la margen oriental del río más fiero e indomable de la
región sur (el Yaque del Sur), pero luego, cuando se construyó la presa en aquel lugar de
aguas incontenibles y salvajes, todas aquellas familias fueron pastoreadas (o llevadas) como
borregas a pacer al kilómetro once de Azua; y aquel indomable río, convertido en un dócil
riachuelo.
El miedo a la necedad. Ver necedad en todo sentimiento que aspira a algo de un modo
directo, que hace olvidar todo lo demás. ¿Qué será entonces la necedad? Es no-necedad
quedarse de pie ante el umbral, a un lado de la entrada, como un mendigo, pudrirse y
derrumbarse. Pero las autoridades que decidieron aquella mudanza son sin embargo
verdaderos necios. Tiene que haber necedades mayores que sus depositarios. Este estirarse de
los pequeños necios dentro de su gran necedad es tal vez lo más repulsivo. Pero ¿no fue en
este sentido cómo los fariseos vieron a Cristo?
No es bueno tratar de solucionar los acontecimientos uno mismo, con nuestra mente. Por
estar pensando en la necedad del presidente Balaguer con aquellos pobladores de Sabana
Yegua fue que una tarde, en el momento de dormirme meditaba. Como si la sólida tapa del
cráneo, que envuelve el cráneo insensible, se hubiese retraído profundamente en sí misma y
dejado una parte del cerebro expuesta al libre juego de luces y músculos.
Y luego, al dormirme, soñaba: «Despertar en una fría mañana de otoño, de luz amarillenta.
34
Salir por la ventana casi cerrada y, todavía frente a los cristales, antes de caerse, flotar con los
brazos extendidos, el vientre formando un arco, las piernas dobladas hacia atrás, como los
mascarones de proa en los navíos de otros tiempos.»
Otro compañero generacional le tocó pasar un período de su pasantía en Sabana Yegua,
aunque ya localizada en el kilómetro once de Azua. Luis Pujol, quien hizo el ciclo social del
internado en el hospital de San José de Ocoa, posteriormente hizo sus primeros cuatro meses
de pasantía en el once de Azua., duró los siguientes cuatro meses en las Yayas del Yajama y
finalmente los últimos cuatro meses en el subcentro de Padre las Casas de Azua también.
Cuenta Pujol que el síndico de Sabana Yegua (o del once de Azua), quiso obligarlo a que
atendiera un pariente suyo (un hermano) a domicilio, pero Pujol no aceptó tal exigencia.
Surgió una controversia y Pujol solicitó su traslado al día siguiente.
Me comentó el propio Pujol que estando en Padre las Casas le llegó una señora con una
amenaza de aborto, él le sugirió reposo en cama, pero ella se tiró de una escalera, entonces
cuando acudió nuevamente al subcentro hubo que practicarle un legrado, por lo que le
administró un diazepan cuando le hacía el legrado, la mujer se quejaba mucho de dolor,
entonces Pujol le dijo: «señora, es un hierro y no la lengua lo que le estoy introduciendo»; la
enfermera ayudante en el procedimiento, inició una risa y de tanto hacerlo le dio una crisis
que se vio a punto de morir. Hubo necesidad de trasladarla a un hospital de referencia en
Santo Domingo.
En el mismo subcentro de Padre las Casas también recuerda Pujol que los doctores Robert
Hernández y Felipe Cárdenas le informaron que cada paciente que se ingresaba era
responsabilidad del que lo internaba; Pujol tenía un paciente que quería aquellos médicos le
asesoraran, pero ellos se negaron. Un día había una paciente con placenta retenida y
necesitaban una persona de manos pequeñas como Pujol, él se la extrajo, previo acuerdo de
que a partir de aquella fecha todo sería en equipo.
Varios años después, cuando Pujol hacía residencia de pediatría en el hospital Infantil Dr.
Robert Reid Cabral, siendo residente de segundo año (R-II), dejó un paciente de cuidado al
doctor Alfredo Richardson Tapia, residente I, Alfredo a su vez se lo dejó a un interno para
que le hiciera la nota de evolución. Pujol entonces le dejó la siguiente nota, en un recetario:
«la responsabilidad de los pacientes es de los residentes, eso es sancionable, que no vuelva a
ocurrir».
35
En casi todas las comunidades había clínicas rurales. Resultará difícil entender por qué
República Dominicana tenía tantas clínicas rurales diseminadas por todas partes. No deja de
ser extraño que una pequeña república, envíe y mantenga médicos pasantes e internos en toda
la geografía nacional.
En el fondo —explico yo— estas clínicas rurales eran productos de la fantasía de la
Atención Primaria de Salud que, para la fecha, iniciábamos los dominicanos. Naturalmente
que mi mayor preocupación con relación a estas clínicas es que la gente espera lo que no
podemos darle. El doctor José Rodríguez Soldevilla, Secretario de Estado de Salud Pública
de ese entonces, fue el responsable del alquiler (o de la construcción en algunos casos) de
todas ellas. Tuve la oportunidad de conocerlo en aquella fecha. Su rostro era el rostro de
República Dominicana. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo
de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y
endurecida al viento frío, eran dos rayos de fuerza y de ternura.
Los elementos mismos de la salud los vi salir de sus palabras, pero alterados ahora por una
nueva magnitud, por su resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja transformada.
Estas clínicas rurales tenían y aún tienen dos fases: una de mucha actividad y la otra de
muy poca (o ninguna) actividad. La primera, la población la tiene identificada con la llegada
de los pocos medicamentos que envía la institución rectora a esos lugares, la segunda
coincide con su agotamiento.
Con actividad o sin ella, los domingos nos reuníamos en el hospital Alejandro Cabral de
San Juan de la Maguana. Eran nuestros anfitriones: Juan López, Guillermo Wazar Puello,
María del Carmen Ramírez (Mary) y Erickson Olivero Peña y, Juan Pablo Luna, que desde
que salió enfermo de Juan Santiago, jamás regresó y terminó su ciclo social de internado en
aquel hospital. Los internos de la zona éramos entre otros: Alan Omar Checo Alonso, ahora
médico militar neumólogo con rango de general, que estaba en Sabana Alta; David Dante
Ramírez Florentino, en Juan de Herrera; Andrés Rivas, que estaba en el hospital Armando
Aybar de Las Matas de Farfán, y quien escribe estas líneas. También Ronaldo Santana,
Gineco-Obstetra radicado actualmente en USA,12 que estaba en Bohechío. Los problemas de
Ronaldo eran siempre los mismos: cuando llovía, el río se desbordaba llevándose el puente, y
dejando a la comunidad incomunicada por varios días. No tengo constancia de que esto se
12
Unite State of America (Estados Unidos de América).
36
haya resuelto.
De lo que sí tengo evidencia es que cuando se penetra en los bosques de Bohechío no se ve
nada en la penumbra y da la sensación de estar ante la presencia de los hermanos caciques
Bohechío y Anacaona. Cuando se penetra aún más, entonces nos parece escuchar los llantos
y lamentos de la rebelión de Roldán. De los bohíos vecinos se percibe un fuerte olor a
incienso y por allá algo que se mueve. Es una culebra que se despereza. Poco a poco notamos
que hay algunas que otras. Luego se observa que tal vez son nueve o diez. Más tarde
comprendemos que en el bosque hay centenares de culebras. Las hay pequeñas enroscadas
entre las ramas de los árboles, las hay oscuras, metálicas y delgadas, todas parecen
adormecidas y saciadas. Las culebras no nos miran. Pasamos rozándolas por los estrechos
caminos del monte, están sobre nuestras cabezas, colgadas a los árboles, duermen en ellos, se
enroscan sobre ellos. Hay culebras grises, negras y verdes. También las hay rojas. Estas son
pequeñas y los habitantes de la región le llaman «víboras». A éstas se les teme más que a
ninguna. Se cree que si una persona es mordida por una de estas «víboras» puede morir.
Entonces surge la superstición: hay que ingerir mierda colada y luego acudir al río más
cercano y tomar tres tragos de agua primero que la «víbora» para evitar la muerte.
Alcibíades de León anda por esos lugares; busca leña entre la maleza del campo junto a un
compadre. De repente una pequeña víbora (así le llaman en Bohechío a la culebra sabanera
de color bronceado) cae sobre el compadre. Alcibíades (apodado baila bajito) le sugiere
buscar excrementos humanos y colarlo para que se lo tome e inmediatamente corra hacia el
río y tome tres tragos de agua primero que la víbora, porque si la víbora lo hace primero que
él morirá. La víctima de la mordida se desespera ante el pánico, ingiere los excrementos sin
colar para no perder tiempo e inmediatamente corre hacia el río donde se toma tres tragos de
agua.
Una costumbre común en la zona es cuando la culebra, en este caso la jabada, «bajea» a
una persona. Durante el sueño una culebra podría robarle el aliento a alguien en cuyo caso
estaría bajeado. El pasante o médico de la comunidad debe actuar para evitar la supuesta
muerte del «bajeado». ¿Deberá darle un placebo? ¿Qué opinan ustedes?
Nunca olvidaré una danza carnavalesca de origen yoruba que observé allí (en un campo,
localizado en las montañas) y que los nativos le llaman «Culebra». La practicaban alrededor
de una culebra y termina con la muerte del reptil. La coreografía consiste en una serie de
37
evoluciones y cantos en torno al animal con sátiras y pullas13 a los que se les acercan. El
último bailarín de la fila pasea el cuerpo del animal.
Movido por la protesta que originó la muerte del amigo Chuck, anoto todas las relaciones
que se han aclarado para mí en la narración, tal como las establezco en este momento. Esto es
necesario, porque la narración salió de mí como en un verdadero parto, cubierta de suciedad
y de mucosidades, y sólo yo tengo la mano capaz de llegar al cuerpo y deseosa de hacerlo: No
fue por amistad.
El amigo es el nexo entre padre e hijo; es su máxima comunidad. «Únicamente sentado
junto a su ventana, el hijo penetra en este elemento común, y lo hace con voluptuosidad, cree
tener al padre en su interior y considera que todo es idílico excepto cierta fugaz y melancólica
tendencia a la meditación. El desarrollo de la vida muestra luego cómo, a partir del nexo de
unión del amigo, el padre se destaca y se alza como antagonista del hijo, fortalecido por otros
vínculos comunes menores, a saber, por el amor, el apego a la madre, por el triste recuerdo de
la misma y, sobre todo, por las demás personas con las que se relaciona. De esa relación, del
siempre compartir, surgieron muchos amigos, algunos de los cuales, hacíamos el ciclo social
del internado rotatorio en el lejano sur profundo.
José Guillermo Wazar Puello es uno de esos amigos. Es bajo de estatura, redondo de cara
y prematuramente miope. Sin embargo, su presencia era siempre imponente, a tal punto que
las reuniones se celebraban en el lugar donde él se encontraba, era una especie de cacique
entre los internos. Su llegada a este lugar fue muy accidentada. Inicialmente Wazar fue a
Capotillo, luego pasó al Cercado, de ahí a Juan de Herrera para finalmente terminar en el
hospital Alejandro Cabral. Como a Wazar le encantaba apodar a sus compañeros, yo le llamé
«turbao» y a partir de aquel momento el mote de «turbao» fue común a varios compañeros:
Wazar Puello, Raúl Contreras, Andrés Rivas, incluso a mí me llamaban por ese apodo. Otros
compañeros también pasaron por la experiencia del apodo, fue el caso de Elio Méndez Dotel
(actualmente Ortopeda), a quien le decíamos y aún le digo: «viejo amigo»; Carlos Tavárez
13
Pullas. Palabra o dicho obsceno. Dicho con que indirectamente se humilla a una persona. Expresión aguda y
picante dicha con prontitud.
38
(Internista del Centro Médico UCE)14 a quien llamábamos —cuando estaba ausente—
Volkswagen, y lo nombrábamos así, con cariño y obviamente porque era bien pequeño de
estatura, pero nunca supimos si nuestro sobrenombre le molestó; José Jáquez (el vedeto);
José Nadal (el pajarito); Matilde Acosta Mármol (Mati totona), era una joven de encendidos
colores, gordita y apatitosa. Ahora Mati es misionera en Haití y Wazar dice que ella anda por
ese país en busca de un hombre que se apellide «brazobán», es decir, que tenga la
«naturaleza» lo más gorda y larga posible; Rafael Barbour Minaya (Don' t fucking, no
question).
Cuando nos quedábamos a dormir en el hospital, las noches se tornaban insoportables.
Desde luego, todas las ventanas estaban abiertas, porque la noche era calurosa, pero el mal
olor y el sofoco se negaban a abandonar las habitaciones, ya que los internos, que no
teníamos camas propiamente dicho, nos echábamos a dormir en cualquier parte, en el último
lugar donde estuvimos sentados, sin desvestirnos, con nuestras ropas sudadas. Todo estaba
lleno de chinches. Por las mañanas, nos humedecíamos ligeramente las manos y la cara con
agua y nos poníamos de nuevo a estudiar. Casi siempre estudiábamos juntos, por lo general
dos en un mismo libro.
En este hospital conocí al médico beodo y enfermo que, con tos, me obligó a salir del
compartimiento en plena noche; dice sólo soporta carne de cordero. Allí, fue que vi, por
primera vez, al doctor Séneca Peláez. Era un hombre maduro, ortopedista y traumatólogo.
Cuando Séneca Peláez llegó al pueblo de San Juan se metamorfoseó en beodo. El ron
Siboney «casco rojo» y las adolescentes eran su debilidad y las resacas15 sus compañeras
matutinas.
Recuerdo una ocasión, un lunes a eso de las diez de la mañana, el doctor Séneca Peláez,
envió por Wazar; cuando Wazar fue, estaba Séneca Peláez parado en la acera de su casa, en
ropa interior y con una escopeta de cartucho al hombro, esperando, decía él, a alguien que iba
a matar; el «jumo» era tan grande que él mismo no se daba cuenta que estaba en ropa interior.
Cuando su amistad con nosotros se hizo más estrecha nos confesó que, a pesar de su gran
14
Centro Médico UCE pertenece a la Universidad Central del Este. La edificación anteriormente correspondió
al Centro Médico Nacional.
15
Resacas. Malestar que se siente al otro día de una parranda.
39
inclinación por la bebida, él no deseaba aquella suerte (si es que se le puede llamar así) para
nosotros. Pasábamos largas horas discutiendo y hablando de diferentes temas, pero siempre
caíamos en los aspectos médicos.
Posterior a la finalización del ciclo social del internado, el doctor Séneca nos ofreció un
almuerzo en el Hotel Maguana. A ese almuerzo asistimos Guillermo Wazar Puello, Alan
Omar Checo Alonso, David Dante Ramírez Florentino, Ricardo Antonio Liriano y yo. De
regreso a Santo Domingo, sábado en la tarde, cuando el sol bosteza y se dispone a marcharse
a su hogar a descansar, un vehículo que avanzaba delante del nuestro, embriagado tal vez por
el bostezo del astro solar, estropeó a un caprino, al parecer sin darse cuenta; lo introducimos
al baúl de nuestro vehículo. Y no supe jamás de la suerte de aquel chivo: Me imagino que
corrió la misma que el chivo acribillado por sus secuaces en la George Washington de la
ciudad de Santo Domingo, frente al Mar Caribe, el 30 de mayo de 1961.
Para la fecha del ciclo social del internado, el doctor Nelly Arbaje se desempañaba como
director del hospital Alejandro Cabral y el doctor César Rolando Cuello (Cuellito), como
subdirector. Varios años después, Luis Pujol ganó un concurso de médico ayudante en ese
hospital, cuando se presentó a tomar posesión, le informaron que debía contactar al Dr.
Cuello. Llegó a su oficina, encontró a un señor con una camisa a rayas, casi borradas por los
años y prácticamente transparente por el uso. Pensó que este médico debía de estarle yendo
muy mal e incluso llegó a pensar que tal vez tenía muchos hijos. Posteriormente, cuando
Séneca Peláez le cuestionó sobre la impresión que la causó César Rolando Cuello, Pujol le
dijo lo que había pensado. En ese momento fue que Pujol se enteró que aquella camisa a
rayas le decían la veintisiete, porque había acabado esa cantidad de pantalones; que Cuello
era propietario y servidor de su propia bomba (o estación de gasolina). Era un secreto a
voces, que nunca cambiaba los cheques, los guardaba tal y como los cobraba. Finalmente
supo que era uno de los médicos de mejor posición económica en San Juan. De ellos nunca
más he vuelto a tener noticias, excepto la que me proporcionó Pujol.
Varios informantes me habían asegurado que Séneca Peláez había fallecido en Barahona,
luego Pujol, me corrigió esta información, afirmando que había fallecido en Padre Las Casas.
Como existía contradicción sobre el lugar de la muerte de Séneca Peláez indagué sobre la
misma y la doctora Ana Mercedes Parra, oriunda de Padre Las Casas, fue quien me informó
que Séneca Paláez había fallecido en la Clínica Rodríguez Santos de la ciudad de Santo
40
Domingo y sepultado en Estebanía de Azua. Cuando ella vino a hacer la especialidad de
pediatra a Santo Domingo, tenía una clínica y la dejó bajo la responsabilidad de Séneca
Peláez incluso dormía en la misma. Un día enfermó, fue trasladado a la clínica Dr. Rodríguez
Santo y en ella falleció aquel barahonero.
Poco a poco comenzó a romperse la corteza impenetrable y a tener, en la comunidad de
Vallejuelo, algunos pocos buenos amigos. Descubrí al mismo tiempo la juventud impregnada
de colonialismo cultural que no hablaba sino de la dejadez de la población por la lectura. No
había biblioteca en aquella comunidad. ¿Acaso las había en las otras comunidades?
En lugar de biblioteca estaba el bar de Oliva que difundía la cultura del alcohol. Éste era
atendido por la madre y sus atractivas y dadivosas hijas. Tan pronto llegada un médico, un
agrónomo... nuevo, Pasín se encargaba de reclutarlo y convertirlo en cliente del bar de Oliva.
Cuando llegaba una emergencia a la clínica, el demandante buscaba al médico en el bar de
Oliva Mateo.
Constantino Ramírez (Alias Pasín), era todo un personaje en Vallejuelo. Era el alambique
de la comunidad. Desde muy joven se inició en la toma de alcohol. Estaba en unas
condiciones que si le pronunciaban la palabra alcohol (o ron), inmediatamente estaba ebrio.
Novio de Deisy Pérez por unos 20 años, ella tuvo un hijo con otro hombre a los 30 años,
cansada de esperar a Pasín. En el 2002 Pasín tuvo que unirse a una mujer que dijo estar
embarazada de él. Luego la mujer tuvo otro hijo, esta vez de Pasín. La verdad es que luego de
la unión con esta mujer Pasín dejó el alcohol.
Un día alguien me dijo, en alusión a que ocasionalmente Pasín me visitaba en la clínica:
«El que se acuesta con perros, se levante con pulgas.» No pude contenerme y dije algo
inconveniente. A pesar de ello, sentía y aún siento un gran afecto por él.
Héctor Luis Cabrera Colón, conocido por todos como Colon, el agrónomo del municipio,
fue víctima del reclutamiento de Pasín. Mi ciclo de internado coincidió con las labores que
desarrollaba Colón. Agricultura lo había designado para orientar a los agricultores en el
cultivo, particularmente de las habichuelas y el maní, función que hacía excelentemente bien.
Pero se dejó atrapar por el alcohol y se pasaba los días haciéndole competencia a Pasín. No
salía de una borrachera y en varias ocasiones hubo que administrarle glucosa por las venas
para sacarle del estado de inconciencia provocado por la ebriedad. Colón fue novio de una de
las jóvenes más elegantes del pueblo. Milagros hija de la profesora del mismo nombre y de
41
Sirquiles, a su vez vecinos de Plinio Sánchez y Evia. Frente al colmado de Evia, al otro lado
de la calle, vivía Wenceslao Silva (Alias Sijo). El llegó a Vallejuelo, procedente de San Juan,
para trabajar, como empleado del INDRHI * en la construcción de canales y acueductos de
riego, conoció a Josefa Montero, se unió a ella y procreó dos hijos, aunque en San Juan tenía
otra familia. Murió en noviembre del 2003.
Julio César Martínez (Alias Mamerto), fungía como una especie de guía turístico,
trabajaba en la ODC16 y fue a través de este joven que conocí la mayoría de lugares de la
región.
Para la misma fecha se vivía en Vallejuelo una historia de fascinante amor, una especie de
novela criolla, la bella Pili, que comparado con sus ojos eran fuego insignificantes el sol, la
luna y todos los astros del firmamento, hija del señor Antonio Fernández, el español dueño
del almacén y de la única casa de dos plantas que había en Vallejuelo, tenía amores con
Fernando Ogando, un joven de color. El español no aprobaba aquellas relaciones y nunca las
aceptó, sin embargo, los enamorados se las arreglaban para verse y mantener viva aquella
apasionante novela. Pili estaba tan enamorada de su novio que se las arreglaba para hablar a
solas con todas las visitas, ya que ante una sola persona uno puede expresar y repetir mejor su
amor. Ambos jóvenes tuvieron que esperar la muerte del ibérico para ver hecho realidad su
idilio de amor.
Los domingos por la mañana el milagro de aquella naturaleza recién lavada me
sobrecogía. Desde temprano estaba yo haciéndoles compañía a los vendedores que acudían al
mercado procedente de todos los rincones de la geografía de Vallejuelo. El jueves era un día
muy parecido al domingo. Tradicionalmente, también se hacía mercado y de todas las
comunidades aledañas bajaban a vender sus mercancías. Este mercado público quedaba en el
mismo centro del pequeño pueblo.
Luego de terminada la venta (o durante la misma) la gente demandaba atención en la
clínica rural. Acudían a ella en procura de «una buena vitamina para la naturaleza17 que la
sentían floja», un remedio para los parásitos del niño que durante las noches crujía
(bruxismo) sus dientes y el eterno jarabe rosado para la gripe.
*
Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos
16
17
Oficina de Desarrollo a la Comunidad.
Naturaleza. Término usado en República Dominicana para designar el pene.
42
Luego de las actividades de los domingos, iba frecuentemente a la colonia, allí vivían los
hermanos Porras: Oscar y Luis; también la familia Montero Ogando, todos miembros del
club: «Amantes del progreso». Desde mi llegada me hice miembro de aquel club. La misma
colonia era también el lugar de morada del señor Morales (conocido como Moralito), esposo
de Francisca la hija de Francisquito Tapia.
Francisquito Tapia, en cambio, vivía en la margen oriental de Vallejuelo, sus hijos habían
heredado la profesión del padre, todos eran sastre: Francisco Antonio (Tito), Josefina (Fefa),
Francisca y Leopoldo (Chelito), Anselmo (Chiquitín), Radhamés, Guarionex (Chinchín),
Fanida (Fanny), Maritza, Deyanira (Yanín). Allí conocí a Babincito
León, llamado
popularmente por todos como Bichán, todas las noches coincidíamos viendo la película «El
hombre de la Atlántida», porque donde Francisquito era uno de los pocos lugares de
Vallejuelo donde había televisión.
El señor José María Martínez M, conocido por el mote de Duarte, fue otro de mis
relacionados, en el cual encontré gran apoyo. Lo mismo que la familia Quesada: Adriana,
Héctor, Máximo (el agrónomo), Jorge (fallecido) y Evangelista que luego supe que emigró a
los Estados Unidos de Norteamérica.
En la clínica, mientras estaba esperando, miré a una de las muchachas y pensé lo mucho
que costaba retener su cara, aún mirándola. Desconcertaba especialmente la relación entre un
peinado estofado, que sobresalía alrededor de la cabeza, siempre con idéntico espesor, y una
nariz recta que casi siempre parecía demasiado larga. Ante un movimiento más chocante de
la muchacha, que leía precisamente un reporte de laboratorio, casi quedé afectado por la
observación de que, con todas mis reflexiones, había permanecido más extraño a ella que si
le hubiese rozado la falda con el meñique.
María Morillo, era el nombre escondido de Agraciada Encarnación, la muchacha que
miraba en la clínica. La población de Vallejuelo tiene una fuerte creencia en la existencia de
malos espíritus. Por eso la gente de este lugar tiene dos nombres: el escondido que es el
nombre con el que declaran a las personas, es decir, el que llevan en su acta de nacimiento y
el prestado que es por el que todo el mundo lo conoce.
La primavera había sido tardía en la región suroeste. Aquellos días solitarios me sirvieron
para intimar con la primavera terrestre que, aunque tarde, se había engalanado para su
solitaria fiesta. Durante el verano no cae una gota de lluvia; la tierra es gredosa, hirsuta,
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pedregosa; no se divisa una brizna verde. Durante el invierno, el viento de la montaña desata
furia, polvo de grandes olas, y entonces la naturaleza luce acongojada, víctima de aquellas
fuerzas terribles.
La primavera comienza con un gran trabajo amarillo. Todo se cubre de innumerables,
minúsculas flores doradas. Esta germinación pequeña y poderosa reviste laderas, rodea las
rocas, se adelante hacia el río y surge en medio de nuestros caminos cotidianos, como si
quisiera desafiarnos, probarnos su existencia. Tanto tiempo sostuvieron esas flores una vida
invisible, tanto tiempo las apabulló la desolada negación de la tierra estéril, que ahora todo
les parece poco para su fecundidad amarilla.
Luego se extinguen las pequeñas flores pálidas y todo se cubre de una intensa floración
violeta. El corazón de la primavera pasó del amarillo al azul, y luego al rojo. ¿Cómo se
sustituyeron unas a otras las pequeñas desconocidas, infinitas corolas? El viento sacudía un
color y al día siguiente cambiara el pabellón de la primavera y las repúblicas diferentes
ostentarán sus estandartes invasores.
En esta época florecen los cactus de las praderas. Lejos de esta región, en los contrafuertes
de la cordillera central, los cactus se elevan gigantescos, estriados y espinosos, como
columnas hostiles. Los cactus de la pradera en cambio, son pequeños y redondos. Los vi
coronarse con veinte botones escarlatas, como si una mano hubiera dejado allí su ardiente
tributo de gotas de sangre. Después se abrieron. Frente a los grandes matorrales verdes del
paisaje se divisan miles de cactus encendidos por sus flores plenarias.
Un viejo agave de la clínica sacó desde el fondo de su entraña su floración suicida. Esta
planta, azul y amarilla, gigantesca y carnosa, duró más de diez años junto a la puerta,
creciendo hasta ser más alta que yo. Y ahora florece para morir. Erigió una poderosa lanza
verde que subió hasta siete metros de altura, interrumpida por una seca inflorescencia, apenas
cubierta por polvillo de oro. Luego, todas las hojas colosales del Agave Americana se
desploman y mueren.
Junto a la flor que muere, he aquí otra flor titánica que nace. Nadie la conocerá fuera de la
cordillera central, Vallejuelo y de la reserva científica Villa Elisa; no existe sino en estas
montañas eternas. Se llama bromillas (Tillandsia sp.). Esta planta ancestral fue adorada por
los indígenas. Ya el antiguo Enriquillo no existe. La sangre, la muerte, el tiempo y luego los
cantos épicos de Manuel de Jesús Galván, cerraron la antigua historia de un cacique indio de
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arcilla que despertó de su sueño geológico para defender su patria invadida. Al ver surgir sus
flores otra vez, sobre siglos de oscuros muertos, sobre capas de sangriento olvido, creo que el
pasado de la tierra florece contra lo que somos, contra lo que somos ahora. Sólo la tierra
continúa siendo, preservando la esencia.
Pero olvidé describirla.
Es una bromeliácea de hojas agudas y aserradas. Irrumpe en los caminos como un
incendio verde, acumulado en una panoplia sus misteriosas espadas de esmeralda. Pero, de
pronto, una flor colosal, un racimo le nace de la cintura, una inmensa rosa verde de la altura
de un hombre. Esta señora flor, compuesta por una muchedumbre de florcillas que se agrupan
en una sola catedral verde, coronada por el polen de oro, resplandece a la luz del río. Es la
única inmensa flor verde que he visto, el solitario monumento al río.
La frase se envuelve en la gravedad de la sombra, enronqueciéndose, agravando y
dilatando su agonía. Parece edificar su congoja como una estructura gótica, que las volutas
repiten llevadas por el ritmo que eleva sin cesar la misma flecha.
El elemento del dolor busca una salida triunfante que no reniega en la altura su origen
trastornado por la tristeza. Parece enroscarse en una patética espiral mientras el piano oscuro
acompaña una y otra vez la muerte y la resurrección del sonido. La intimidad sombría del
piano da una y otra vez a luz el serpentino nacimiento, hasta que amor y dolor se enlazan en
la agonizante victoria.
Esta mañana temprano he encontrado a la señorita Agraciada. Es realmente un abismo de
fealdad; un hombre no puede cambiar así. Cuerpo pesado, como recién salido del sueño; la
vieja chaqueta, que ya conozco; lo que lleva debajo de la chaqueta es tan irreconocible como
sospechoso; puede que solo lleve la camisa; al parecer, también a ella le resulta desagradable
que la encuentren en tal estado, pero hace algo inadecuado; en lugar de ocultar el motivo de
su azoramiento, se pone la mano, como sintiéndose culpable, en el escote superior, pero sólo
en un lugar; impresión de una fealdad rebuscada. Sin embargo, me gusta bastante, aún en su
indudable fealdad; además se ha mantenido inalterable la belleza de su sonrisa, en tanto que
la belleza de los ojos se ha visto afectada por la degeneración del conjunto. Por lo demás nos
separan continentes; es indudable que no la entiendo; ella, en cambio, se contenta con la
primera y más superficial de las impresiones que le he producido. Con toda inocencia, me
pide una opinión sobre los pueblos de la frontera.
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Durante el tiempo que permanecí en Vallejuelo, quise conocer los pueblos de la frontera,
aquellos pueblos que conforman la muralla que separa la tierra haitiana de la dominicana.
Las tierras de la frontera han metido sus raíces en mi mente y nunca más han podido salir de
ella. Mi vida es una larga peregrinación que siempre da vueltas, que siempre retorna al
bosque, a la montaña perdida.
Allí los grandes árboles fueron tumbados a veces por setecientos años de vida poderosa o
desraizados por la turbulencia o quemados por el hombre para el carbón o devorados por el
incendio. He sentido caer en la profundidad del bosque los árboles titánicos: el roble que se
desploma con un sonido de catástrofe sorda, como si golpeara con una mano colosal a las
puertas de la tierra pidiendo sepultura.
Pero las raíces quedan al descubierto, entregadas al tiempo enemigo, a la humedad, a los
líquenes, a la aniquilación sucesiva.
Según respira el bosque a la luz de la luna, a veces se contrae, es pequeño, comprimido,
los árboles ganan altura, a veces despliega en anchura, se desliza por todas las pendientes, es
monte bajo, es menos aún, es vaporoso, lejano resplandor.
Nada más hermoso que esas grandes manos abiertas, heridas y quemadas, que
atravesándose en un sendero del bosque nos dicen el secreto del árbol enterrado, el enigma
que sustentaba el follaje, los músculos profundos de la dominación vegetal. Trágicas e
hirsutas, nos muestran una nueva belleza: son esculturas de la profundidad: obras maestras y
secretas de la naturaleza.
Una vez, andando con Mamerto entre cascadas, matorrales y bosques, cerca del
Derrumbadero, él me hacía observar que cada ramaje se diferenciaba del otro, que las hojas
parecían competir en la infinita variedad del estilo.
—Parecen escogidas por un paisajista botánico para un parque estupendo— me decía.
Años después y en Australia recordaba a Mamerto y a aquel paseo y la opulencia natural
de nuestros bosques.
Así era. Así no era. Pienso con melancolía en mis andanzas de niño y de joven
adolescente entre Iguana y Sabana Larga (allá en Baní). ¡Cuántos descubrimientos! ¡La
apostura del Bruscal y su fragancia después de la lluvia, la flor amarilla imperial de la Saona
(Ziziphus rignoni), el fruto moribundo y cianótico de la Bija (Bixa orellana); el chayotal de la
Cueva de la Jaiba de fertilidad inigualable y cuyo fruto, la cayota o chayote, nosotros les mal
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llamamos tayota; y los líquenes cuya barba de invierno cuelga de los rostros innumerables
del bosque!
Yo empujaba las hojas de café (Coffea arabica) caídas en las manchas de vegetación
nativas, tratando de encontrar el relámpago de algunos coleópteros: los cárabos dorados, que
se habían vestido de tornasol para danzar un minúsculo ballet bajo las raíces.
O más tarde, cuando crucé a caballo la loma de «El firme» hacia el lado del Monte del
«Maniel» (allá en Baní), bajo la bóveda verde de los árboles gigantes, surgió un obstáculo: la
raíz de uno de ellos, más alta que nuestras cabalgaduras, cerrándonos el paso. Trabajo de
fuerza y de hacha hicieron posible la travesía. Aquellas raíces eran como catedrales volcadas:
la magnitud descubierta que nos imponía su grandeza.
Me acostumbré a andar a caballos. Mi vida fue haciéndose más alta y espaciosa por las
rutas de empinada arcilla, por caminos de curvas imprevistas. Me salían al encuentro los
vegetales enmarañados, el silencio o el sonido de los pájaros del bosque, el estallido súbito de
un árbol florido, cubierto con un traje escarlata como un inmenso arzobispo de las montañas,
o nevado por una batalla de flores desconocidas. O de cuando en cuando también esperaba, la
flor de copihue, salvaje, indomable, irreducible, colgando de los matorrales como una gota de
fresca sangre. Fui habituándome al caballo, a la montura, a los duros y complicados aperos, a
las crueles espuelas que tintineaban en mis talones. Se comenzó por infinitos lomas o montes
enmarañados una comunicación entre mi alma, es decir, entre pensamiento y la tierra más
solitaria del mundo. De esto hace muchos años, pero esa comunicación, esa revelación, ese
pacto con el espacio han continuado existiendo en mi vida.
De esos recuerdos dos llegan a mi memoria con nostalgia: el primero fue cuando tenía
unos diez años, mientras me bañaba en el arroyo Iguana defequé entres unos arbustos, a la
orilla del arroyo, al terminar me limpié, sin saber, con una hoja de pringamoza y la alergia fue
tan intensa que sentía como si mis glúteos pesaran dos toneladas. Hubo que llevarme al
médico e inyectarme un antialérgico. La segunda ocasión ocurrió más o menos a la edad de
catorce años, cuando la presión de la vida familiar parece insoportable, mientras, también me
bañaba desnudo en el mismo arroyo. Estaba encima de una gran piedra para lanzarme al
charco cuando una avispa, embriagada por el néctar de la flor de mayo o cañuela
47
(Broughtonia domingensis), me picó en el bimbin.18 Al instante mi órgano sexual externo
inició un crecimiento inusitado y yo, a pesar del dolor que este crecimiento me causaba, a
alegrarme. Me llevaron al médico, pero me oponía a todo tratamiento. Mi madre, intrigada,
cuestionó mi comportamiento, expresándole el deseo que mi bimbin se quedara así como
estaba de grande. Finalmente me inyectaron el antialérgico y aquella enorme cosa volvió a su
tamaño original. A propósito de bimbin, llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta
y cuatro significados, mientras en la República Dominicana tienen ciento doce nombres para
el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y
que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven escritor francés lo deslumbran
los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño
desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: «Parece un faro». Que una
vivandera del sur profundo dominicano rechazó un cocimiento de jengibre porque le supo a
Viernes Santo. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a
ventana, un pan que sabe a rincón, un té que sabe a beso?
Volviendo a mis aventuras por los pueblos del sur profundo. Venía yo desde Jimaní,
asombrado del gran lago Enriquillo, asombrado de esas aguas metálicas que son paroxismo
de la naturaleza, solamente comparable al mar color turquesa de Varadero en la isla de la
Sierra Maestra. Asombrado del cuerpo de agua más salado que existe en toda América,
llegando sus aguas a sobrepasar tres veces en salinidad las aguas del mar, aunque resulte
extraño para la ciencia, alberga vida en su interior: aquí viven varias especies de peces
endémicos y de agua dulce como la viajaca (cichlasoma hitiensis), y la jimia (Jimia
sulfurofila), que sólo vive en uno de los manantiales azufrados que proceden de la Sierra de
Bahoruco; asombrado de los cocodrilos americanos, que llegaron hace más de un millón de
años; asombrado de las tres islas: Cabritos, Barbarita y la islita, todas bajo el nivel del mar;
asombrado de la presencia de iguanas Ricordi y Cornuta; asombrado de los flamencos que
hacen sus nidos y se reproducen en las islitas; asombrado de su vegetación donde destacan
cactus, guazábaras, cayucos, oreganillos, cagüey, y el fascinante y siempre hermoso algodón
18
En República Dominicana, órgano sexual masculino, sobre todo, de los niños. En 1890, el general Horacio
Vásquez se consideraba opositor a Ulises Heureaux. Participó en la llamada «Revolución de los Bimbines» de
1893.
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de seda. Y luego el salvaje cristalino del balneario Las Marías, invisible en su aterrador frío.
Venía también transido por la incomunicación y la pobreza de los pueblos de la región;
vecinos a la energía colosal pero desprovistos de luz eléctrica; viviendo entre las infinitas
cabras pero vestido con ropa pobre y rota. Hasta que regresé a Vallejuelo.
Allí, cerrado el día, el gran crepúsculo me esperaba. El viento perpetuo cortaba las nubes
de cuarzo. Ríos de luz azul aislaban un gran bloque que el viento mantenía en suspensión
entre la tierra y el cielo.
Tierras de agricultores, sembrados que luchaban bajo la presión del viento. Alrededor la
tierra se elevaba con las torres duras, puntas cortantes, agujas góticas, columnas naturales de
granitos. Las montañas arbitrarias de la cordillera central, redondas como bolas, elevadas y
lisas como mesas, mostraban rectángulos y triángulos verdes.
Y el cielo trabajaba su crepúsculo con cendales y metales: centelleaba el amarillo en las
alturas, sostenido como un pájaro inmenso por el espacio puro. Todo cambiaba de pronto, se
transformaba en boca de ballena, en leopardo ardiendo, en luminarias abstractas.
Sentí que la inmensidad se desplegaba sobre mi cabeza nombrándome testigo de la
cordillera central deslumbrante, con sus cerrerías, sus millones de árboles muertos y
quemados que acusan a sus antiguos homicidas, con el silencio de un mundo en nacimiento
en que está todo preparado: las ceremonias del cielo y de la tierra. Pero faltan el amparo, el
orden colectivo, la edificación, el hombre, los que viven en tan graves soledades necesitan
una solidaridad tan espaciosa como sus grandes extensiones.
Me alejé cuando se apagaba el crepúsculo y la noche caía, sobrecogedora y azul.
Ahora afloran en mi mente los inicios de mis estudios universitarios en Santo Domingo,
luego de abandonar mi tierra nodriza.
Cuando llegué a Santo Domingo, en abril de 1972, para incorporarme a la universidad, la
capital dominicana no tenía más de 675 470 habitantes. Olía a gas y a café banilejo.
Miles de casas estaban ocupadas por gentes desconocidas y sus camas por chinches. Era
común observar en las aceras bastidores de camas atesados19 soleándose luego de haberlos
inundado con agua caliente para matar a este fétido habitante. El transporte en las calles lo
19
En la época los bastidores de las camas cuando se flojaban eran atesados. Había atesadores profesionales que
salían a la calle a brindar dicho servicio.
49
hacían los destartalados vehículos conocidos por el nombre de concho,20 que se apiñaban en
las principales vías. Aunque existía cierta organización: Los capotas blancas trabajaban un
día y, los capota rojas al día siguiente, de igual manera los de color verde, estaban destinados
exclusivamente a la Avenida 27 de Febrero y al transporte interurbano. Era interminable el
trayecto que recorrían trasladándose de un extremo a otro de la ciudad capital por sólo diez
centavos. Un recuerdo viene a mi memoria, resulta que para aquella fecha, es decir, para abril
de 1972, iba a la universidad en la ruta 5 de la Metro. En una ocasión abordé una de estas
guaguas,21 en la calle Las Mercedes esquina 30 de Marzo, frente al parque independencia, tan
pronto lo hice llegó un sordomudo, con un gorro de marinos, dijo algunas cosas en una jerga
mímica que nadie entendió y luego distribuyó una especie de pequeños volantes donde
solicitaba ayuda para viajar a México a operarse de su sordomudez. El Viernes Santo de abril
de 1999, es decir, 27 años después, abordé en el parque Enriquillo, en Santo Domingo, una
guagua expreso con destino a Baní, mientras esperaba la partida del vehículo, entró un
sordomudo portando un gorro de marinos, dijo algunas cosas en un lenguaje mímico que
nadie entendió, luego distribuyó unos pequeños volantes donde solicitaba ayuda para acudir
a México para operarse del problema que le afectaba, era el mismo sordomudo del 1972 que
aún pide para ir a México a operarse de la sordomudez.
Al local de la federación de estudiantes entraban y salían las figuras más destacadas de la
rebelión estudiantil, ideológicamente vinculada al poderoso movimiento anarquista de la
época. Felvio Rodríguez, Iván Rodríguez y Roberto Santana (del FRAGUA); Leonardo
Mercedes (del BRUC); Radhamés Abréu (del FEFLAS); Francisco Santamaría (del FUSD);
Justo Jiró (del PACOREDO); Juan López (del MPD); eran los dirigentes de más historia. Felvio
Rodríguez era sin duda el más formidable de ellos, temido por su atrevida concepción
política y por su valentía a toda prueba. Una mañana, se regó como pólvora, que el
presidente de la Federación Dominicana de Estudiantes (FED), era escribiente en el palacio de
la Policía Nacional. Por esta misma razón Felvio fue obligado a renunciar prematuramente.
De Justo Jiró diré que nunca había visto a un hombre tan pálido. Su cara delgadísima
parecía trabajada en hueso o marfil. Su palabra me sonó irónica y aguda desde el primer
momento.
20
21
Concho. Santo Domingo. Medio de transporte cotidiano, por medio de carros.
Nombre dado en República Dominicana al ómnibus que presta servicio en un itinerario fijo.
50
Cuando ingresé a la universidad, al colegio universitario, fueron mis profesores:
Margarita González de Billini (física -011), Máximo Mercedes Cordero (Matemática-011),
Fior Daliza Mueses de Cordero (Biología-011), Bienvenido Díaz Castillo (Letras-011),
Pablo María Hernández (Filosofía-011) y Juan Piñao Ortiz y el Mariscal Lantigua
(Deportes).
En el colegio universitario adquirí varios amigos, entre ellos al Cangrejo aéreo (de Puerto
Plata), Radhamés Ulloa (de Guananico, Puerto Plata). Recuerdo cuando éramos 0-11 y
hacíamos la práctica de biología, el profesor de práctica hizo una pregunta a Juan Luis
Crisóstomo y la respuesta que dio fue: «cangrejo aéreo». A partir de aquel día bautizamos a
Juan Luis con el nombre de Cangrejo aéreo. No volví a ver a Cangrejo aéreo, hasta hace
aproximadamente un año que me encontré con él en el club Naco. Cangrejo Aéreo es todo un
ingeniero y miembro de ese prestigioso club social.
En la vida revolucionaria del colegio universitario, la figura más importante era Manuel y
Rijo (no recuerdo el apellido del primero, ni el nombre del segundo). Allí descolló también
Daniel Guerrero, que nos dejaba asombrado con su gran estatura y sus palabras que dejaba
caer con una suerte de menosprecio, orgullo o dignidad. Pronto se convirtió en un dirigente
estudiantil de importancia. Su presencia me conmovió en aquella aula donde recibíamos
docencia de letra del profesor Díaz Castillo, sin que yo hubiera sabido antes de su existencia,
tal como la llegada del coronel revolucionario Francisco Alberto Caamaño Deñó a Playa
Caracoles, el protagonista de la revolución de abril del 65 que la juventud rebelde
dominicana veía como ejemplo.
Recibir docencia en esta etapa de mi vida universitaria fue difícil. Se producía
manifestaciones a diario, siempre solidarias o por alguna fecha conmemorativa al socialismo
y al comunismo. También por el atropello de algún izquierdista, algún obrero y obviamente
de fechas aniversarios como el 14 de junio y 24 de abril. Había todo un fervor revolucionario
en todo el mundo y la UASD21 era la representante de ese fervor en el país. Figuras como Ché
Guevara, Fidel Castro, Nguyén Van Troi, Camilo Cienfuegos, Francisco Alberto Caamaño
Deñó, Manolo Tavárez Justo, representaban emblemas de diferentes movimientos de masas
en la UASD. Con frecuencia las masas estudiantiles ponían en retirada a los policías,
enfrentándolos con piedras, o devolviéndoles las propias bombas lacrimógenas, aunque a
21
Universidad Autónoma de Santo Domingo.
51
veces tiraban balas. Estos jóvenes sin temor, enfrentaban a la policía y a un ordinario y
folclórico casco negro conocido por Vampiro,22 que a veces se acorazaban detrás de
Gricelda.23
Dos amargos acontecimientos ocurridos en aquellos tiempos de enfrentamientos entre
estudiantes y las fuerzas públicas fue la muerte prematura de Rafael Candelario Mateo y
Mateo (Alias Prieto), quien murió asfixiado por los gases lacrimógenos lanzados por la
policía represiva de la época en el fértil útero de la muy triste y maltratada UASD y el otro fue
el vil asesinato (4/abril/1972) de la joven estudiante Sagrario Ercira Días Santiago, a manos
de las tropas de operaciones especiales de la policía, comandadas por el teniente coronel
Francisco A. Báez Maríñez. Las balas asesinas de aquel fatídico 4 de abril de 1972 rompieron
su cráneo, dejándole inconsciente y agónica por diez días, hasta las 4:20 pm del de abril del
1972 cuando murió, pero no pudieron borrar su memoria, pues Sagrario Díaz se convirtió en
un símbolo para siempre de todos aquellos que entienden que es mucho más digno servir que
ser servido. La repercusión de estos crímenes, dentro de las circunstancias nacionales de un
pequeño país, fue tan profunda y vasta como habría de ser el asesinato en Brucelas
(Bélgica-1971) de Maximiliano Gómez Horacio (alias El Moreno).
Idea maravillosa, totalmente contradictoria, de que alguien que, por ejemplo, ha muerto a
las tres de la madrugada en Bélgica, accede poco después más o menos al alba, a una vida
superior. ¡Qué incompatibilidad existe entre lo visiblemente humano y todo lo demás! ¡Cómo
de este secreto se sigue otro mayor! En el primer instante, pierde el aliento el humano
calculador. En realidad, a uno debería darle miedo salir de casa.
También fluyen en mi memoria, aspectos de la vida universitaria, cuando ingresé a la
Facultad de Medicina y han dejado señales indelebles en mí. Los desquiciamientos de
algunas y desvelos amorosos de algunos profesores.
Si pudiera llevar al detalle la lista de las soledades y el puntual inventario de los malos
pensamientos y las inconfesables y escondidas realidades, nos llevaríamos todos, muchas
sorpresas.
22
Era un agente policial gigante; negro como el azabache, obeso y con una boca grande y desierta en la que
apenas se observaba un enorme colmillo izquierdo. Disparaba las bombas lacrimógenas sin máscaras antigás,
pues esa sustancia no le afectada.
23
Camión policial. Lo de Griselda viene por el color gris a modo de celda carcelaria.
52
— ¿Usted pondría una mano en el fuego por todo lo que está diciendo aquí?
— No jamás, ya le dije antes que no, la mano en el fuego no se debe poner por nada ni por
nadie y menos en estos lances fáciles de inventar y de negar.
Según se supo, la razón del ametrallamiento del cuatro de abril, se debió por el supuesto
albergue de Tácito Leopoldo Perdomo Robles, quien había llegado de Cuba desde hacía dos
meses, con la encomienda de dar muerte al Dr. Joaquín Balaguer, quien ordenó, al general
Nivar Seijas apresar como diera lugar a Perdomo Robles.
Los estudiantes almorzábamos en el comedor universitario por apenas veinticinco
centavos:
Alberto era el jefe de cocina del comedor. Decían que era amanerado y Ricardo era amigo
de él. Frecuentemente Alberto le regalaba taquillas para el almuerzo en el comedor. Ricardo,
David Dante y yo siempre andábamos juntos. Cuando íbamos al comedor, yo les cambiaba a
mis dos compañeros, el vaso de leche que servían, por arroz. Casi nunca servían alimentos
con carne. En una ocasión se regó por toda la universidad que servirían un locrio de pollo.
Todos los estudiantes acudimos al medio día al comedor para probar aquel manjar, pero la
desilusión no se hizo esperar,
porque aunque verdaderamente el arroz tenía el color
característico de un locrio, nadie encontró carne alguna. Alguien encontró, en su plato, un
hueso de pollo «hueso de la suerte» y fue todo celebración. Otros que se mantenían por los
alrededores del comedor eran: Yossi (el haitiano), Neftali Abréu.
En la emplanada de la facultad de medicina, siempre nos encontrabamos con Carita que
tenía una paletera y un limpiabotas, él sabía de todo y discutía de todo. Más hacia el Este, en
el mismo lugar, se encontraban la paletera borrachona cuyo nombre no he podidp recordar,
así como el hermano de Peña Gómez que frecuentemente lo veía por esos lugares. Frente a
Ciencias Jurídicas (Calazans), se destacaba Pedro, el vendedor de frí-frío.
Cuando ingresé a la facultad de medicina no me imaginaba que la selección de materias
era tan difícil. Al término de mi primer semestre e inicio del siguiente comencé a palpar la
prueba del trabajo que se pasaba para tener oportunidad de seleccionar las materias que
ofertaba la universidad. Era todo un acontecimiento festivo: existía un comité que se
encargaba de la organización, que generalmente lo encabezaban el gordo José Luis y Pedro
Oscar (Manolo) Tineo Badía (falleció 18/03/2004). A partir de las nueve de la noche
53
comenzábamos a llegar a la emplanada de la Facultad de Medicina donde ya todo estaba
organizado: mesas donde se jugaba barajas, dominó, parché; en algunos lugares grupos
haciendo cuentos, tocando guitarra y cantando; otros, los menos, estudiando y otros incluso
durmiendo en algún colchón que habían llevado.
Con relación a mis compañeros generacionales, diré algunas cosas. Porque yo sólo los
seguía (a los más cercanos) en sus voces, en sus presencias y palpitaciones y en sus nombres.
Sobre todo, en sus nombres, porque ellos tienen raíces y radículas, tienen aire y aceite, tienen
historia y ópera: tienen sangre en las sílabas.
El primero que recuerdo con agrado de mis años de estudiante universitario es Anito
Guerrero. Anito es de la provincia donde está el hogar de la virgen patrona de la República,
su nombre provocó que él llegara a considerar su retiro de la universidad por los constantes
relajos a los que era objeto: porque a pesar de que Anito es el masculino de Anita, todos
pensábamos (incluyendo a nuestro fallecido profesor de Semiología quirúrgica, Dr. Eduardo
Rodríguez Lara) que se trataba del diminutivo de la parte terminal del intestino. La verdad es
que jamás supe de Anito. Cuando escribía estas líneas Luis Pujol me dijo que Anito no había
terminado la universidad, que era taxista y se parqueaba en el Conde esquina Palo Hincado,
en la cafetería Paco. Varias veces acudí a ese lugar, pero todo fue en vano.
Nada, sólo imagen, nada más, olvido completo. De Ágüeda (escribo su nombre con tanto
placer) (no recuerdo en estos momentos su apellido) que también era higüeyana, digo lo
mismo. Ella inclina la cabeza durante la comida, incluso cuando come salchichas en el
comedor; uno cree poder introducirse con la mirada bajo sus párpados, si previamente mira
con precaución las mejillas en toda su longitud y luego, encogiéndose, se cuela en su interior,
sin que sea necesario pasar un resplandor azulado que induce al intento. Tenía unas cejas
copiosas y los párpados adornados de hermosas pestañas jamás vistas. La voz dulce que se
vuelve heroica con un breve y recto ascenso, sólo con ayuda de una superior resonancia
interna, sin forzarla, el gozo que penetra en ella a través de su rostro que se abre, que se
expande por toda la alta frente hasta los cabellos. Pero en esto reside la verdad del conjunto, y
consiguientemente, la convicción de que no se puede quitar ni un ápice a sus efectos. La perdí
de vista antes de finalizar la carrera y jamás noticia alguna me ha llegado de ella. Creo que sí
terminó su carrera y debe estar trabajando en algún punto de esta tierra escenario de los
pleitos de Colón y de su más amarga humillación.
54
Beneraida De Peña, también de La Altagracia, fue otra compañera de estudios y de la cual
sí tengo constancia que llegó a hacerse patóloga, pero al igual que los dos compañeros
anteriores la perdí de vista. Al escribir estas líneas logré ponerme en contacto con ella, me
dijo que hizo el ciclo social del internado en Santiago, en el hospital del Seguro Social y la
pasantía en la clínica rural de Boca Canasta de Baní. La propia Beneraida me informó que
laboraba en el Centro Médico UCE y en el hospital Padre Billini. Cuando veo un
Volkswagen, lo asocio a Beneraida, y es que ella siempre fue a la universidad en uno de estos
vehículos, que eran conocidos con el nombre de cepillos.
Con los actores presentes aquí, como Beneraida, me convencen una y otra vez, para horror
mío, de que casi todo lo que uno escribe de ellos hasta ahora puede dejar de decir algo. Y uno
lo hace porque se escribe con un amor invariable (ahora, en el momento de escribirlo, esto
también puede dejar alto escondido), pero escribo sobre ellos con una energía variable y esta
energía variable no acierta a hablar claro y con exactitud de las personas reales, sino que se
pierde sordamente en ese amor que jamás se dará por satisfecho con la energía y que, por el
hecho de contenerla, cree proteger a las personas. Pues no, lo haré de esa manera, diré la
verdad. Una mañana llegó Beneraida a la universidad con su bello rostro de cremas y
pomadas, todo aruñado: sus compañeras de pensión la había agredido.
Beneraida De Peña me puso en contacto con Amparo Ortiz y Maura Marte. En cuanto a
Amparo Ortiz, fueron muchas las llamadas que le hice pero todas resultaron infructuosas.
Maura Marte me dijo que Amparo se había hecho Gineco-Obstetra y que trabajaba en el
Hospital Materno Infantil Plaza de la Salud, además de tener una farmacia en la Meriño, aquí
en Santo Domingo. Finalmente, una tarde, al acostarse el día, la localicé en la farmacia. Ella
informó que hizo el ciclo social del internado en el hospital José María Cabral y Báez de
Santiago y la pasantía en Las Guáranas de San Francisco de Macorís. Cuenta Amparo que
durante su ciclo social en el hospital, cada vez que llegaba un vehículo a la emergencia decía:
«!Ay, virgen Santa que sea una mujer pariendo!». Esto era por el miedo a que fuera una real
emergencia, porque lo único que sabía era hacer partos.
Maura Marte por su parte, hizo su ciclo social de internado en el hospital Morillo King de
La Vega y la pasantía en El Guineo de Yamasá.
Gracias a Maura Marte pude obtener información de varios compañeros de promoción
tales como: Margarita Dunker, la morena del eterno afro. Hizo pasantía en Pimentel de San
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Francisco de Macorís. Emigró a Curazao (Esto me lo informó Amparo Ortiz, quien estuvo en
su casa por una semana). Luego regresó al país afectada de cáncer de mama. Tusen Madrigal
me informó que Margarita se encuentra muy bien de salud. Vive en Holanda, donde trabaja
desde hace varios años.
Por su parte, Ángel Tusen Madrigal hizo el ciclo social del internado en el hospital de San
José de Ocoa y él que coincidió con el ciclón David que fue devastador por esa zona y la
pasantía en Guaimate de La Romana. Posteriormente hizo Medicina Familiar en San Pedro
de Macorís donde actualmente trabaja, tanto en el seguro social como en Salud Pública.
Araceliys Melo Pimentel se quedó como médico general y labora en Villa Mella.
Manuel Medina, Lucía Rosario se fue a Dajabón y por allí hizo su vida, lo mismo que
Alicia Castro. Actualmente es subdirectora del hospital de Dajabón.
Austria de la Rosa (Medicina Interna- Santiago). Hizo el ciclo social en Guachupita y la
pasantía en El Carretón de Baní. Al trío compuesto por Austria De la Rosa, Altagracia
Méndez y Ondina, le decían y aún se dicen, entre ellas, las Galileas: porque nunca perdían
una discusión. Segura, hizo cirugía general y se fue para Cotuí, por allá es director provincial
de Salud. De Leonel Berroa (SPM) jamás he sabido de él, Andrés García hizo ortopedia y
labora en Santiago. Joaquín Ramírez a la docencia (todavía es profesor de anatomía en la
UASD), Juana Ramírez, su hermana, trabaja en el hospital Dr. Luis E. Aybar.
Ramón -Mon- del Coco de Villa Tapia. David Ramírez me informó haberlo visto en 1997
y Mon le dijo que había regresado al país y lo habían designado director del hospital de Elías
Piña. Después de esta información no me ha llegado ninguna otra.
En esos años de estudiante universitario, un acontecimiento que quedó grabado en mi
memoria, fue aquel ocurrido una tarde, a eso de las cinco, al salir del hospital Infantil Dr.
Robert Reid Cabral, luego de recibir un examen de pediatría, donde Tomás Hosking (que
ahora es radiólogo y labora en la Clínica Abréu) le propinó una bofetada que rodó por el
pavimento del parqueo a nuestro compañero De los Santos Figuereo (el mellizo). La razón
de aquella bofetada fue porque el viejo amigo Elio Méndez Dotel, fue donde Hosking
buscando las preguntas del examen porque, supuestamente, el mellizo había dicho que él, es
decir, Hosking tenía el examen de pediatría. Y en pleno examen, antes del inicio del mismo,
Hosking pidió permiso al profesor Hugo Mendoza y dijo: «Quiero dejar bien claro que el
bachiller Alberto De los Santos Figuereo ha dicho que tengo el examen y eso es una
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falsedad». Esta fue la tercera y última bofetada que recibía el mellizo. La primera la recibió
de parte de Mary, la segunda de Sheila y estuvo a punto de recibir una cuarta de parte de Ana
(Anita) Navarro.
Hosking hizo el ciclo social del internado en Boca Canasta de Baní, posteriormente inició
la pasantía en el hospital San Bartolomé de Neyba para finalizar en el antiguo hospital militar
Dr. Enrique Ligow Ceara, conocido por todos como El Marión.24
Y así como el mellizo tenía un soplo que vivía pregonándolo y sirviendo de práctica de
los compañeros, Milagros Holguín, padecía de una rara enfermedad cuya presentación
clásica consiste en pérdida sensorial (pérdida de la sensación al dolor y a la temperatura y
preservación de las sensaciones del tacto y la vibración), que está suspendida sobre la nuca,
hombros y parte superior de los brazos (distribución en esclavina), y posteriormente se
extiende hacia las manos, adelgazamiento muscular en la parte baja del cuello, los hombros,
brazos y manos, con reflejos asimétricos ausentes, y cifoscoliosis torácica alta. Finalmente
identificaron aquella rara enfermedad: Siringomielia. Según pude indagar Milagros vive en
su pueblo natal, Dajabón, allá en la zona fronteriza.
Recuerdo a Bolívar Rodríguez Rosario (el loco de Bolívar como lo llamábamos todos
cuando él no estaba presente). En una ocasión mientras recibíamos docencia de patología
Quirúrgica, en un aula localizada en la segunda planta del edificio de Odontología, con el
doctor Roberto Sánchez Salley (director del Hospital Dr. Francisco E. Moscoso Puello), éste
le preguntó a Bolívar cómo se llamaba la técnica quirúrgica que se utilizaba para la
mucosectomía. Bolívar, inteligente como era, respondió inmediatamente: «técnica de
Swenson» (pronunciándola: suenson). El profesor corrigió: «de suenson no, de Suinson.»
Entonces Bolívar ripostó: «Sí, esa misma, lo que pasa que yo la dije en español». Aquel día
conocí el don de la palabra. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los
24
El Centro Médico Policlínico Naco, la clínica privada más grande construida en Santo Domingo, quebró al
poco tiempo de estar laborando, y el gobierno asumió el control de ella, entonces el hospital Dr. Enrique Ligow
Ceara fue trasladado a esa edificación y designado con el nombre de Central de las Fuerzas Armadas y la
Policía Nacional. El edificio del Marión fue donado a la UASD para que tuviera su propio hospital, pero la
universidad decidió albergar las oficinas de la Facultad de Ciencias de la Salud en aquel local donde aún
permanece esa facultad, al lado del Instituto Dominicano de Oncología Dr. Heriberto Pieter.
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tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio
bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplantándolas ni que puede
extinguirlas. Al contrario, está potencializándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras
con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la de la vida actual. Palabras inventadas,
maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los teléfonos, los
altavoces públicos, por los estudiantes en los sanitarios, gritadas a brocha gorda en las
paredes de las calles o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es
el silencio. Por eso le di (y aún le doy) la razón a Bolívar.
Tal vez por la cercanía de sus orígenes, Bolívar y Alan eran (o son) grandes amigos.
Bolívar es de Cabrera y Alan Omar Checo Alonso, de Río San Juan. Y por otra razón,
posiblemente también de cercanía yo era y sigo siendo un gran amigo de Alan (a pesar del
tiempo que ha transcurrido sin vernos) y por lo tanto, amigo de Bolívar también.
Ya era una costumbre de los tres amigos, Alan, Bolívar y yo, utilizar los fines de semanas
u otro breve período e incluso en las vacaciones para estudiar. Durante el resto del año,
nuestra amistad consistía en que nos gustaba reunirnos por las noches, generalmente en la
casa de Alan, que, por ser el más acomodado, tenía una habitación más grande; allí se
contaban cosas y Alan bebía, ocasionalmente, una cerveza con moderación. Del amigo Alan
tengo muy buenos y gratos recuerdos, pero hay uno que es necesario narrar: Él vivía en el
Ensanche Luperón, en la avenida Barney Morgan (conocida como Central) y por aquella vía
pasaban las guaguas de la universidad (las rutas conocidas como Luperón arriba -guiadas por
Gandulito unas veces y otras, por España- y Luperón abajo -conducida por «Bola de nieve»).
Ambas rutas pasaban por la puerta de su casa y por la puerta de la casa de Rafael Schiffino,
que también vivía en la central, a unas cuatro casas del hogar de Alan. Recuerdo una ocasión
que a eso de las diez de la noche, habíamos salido de docencia y nos disponíamos a abordar
una de las dos rutas antes mencionadas, que era su última salida, por lo que esperábamos. La
multitud era grande. Se aproximaba una guagua y alguien vociferó: «Luperón arriba». Alan,
la muchedumbre y yo nos lanzamos hacia aquella guagua. Y cuando ya estábamos cerca de la
puerta de entrada, Alan me halaba y me voceaba algo que, por el bullicio estudiantil, yo no
podía oír ni entender. El me halaba y yo incómodo, porque no me dejaba entrar en la guagua.
Al fin, después de estar todo estrujado, sudado y la camisa sin botones, fue que pude entender
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que la ruta que trataba de abordar era la de Los Mina.
Perdí de vista a los Checo Alonso por muchos años, hasta después supe que Alan se había
convertido en Neumólogo y militar del más alto rango, su hermano Fausto anestesiólogo y su
hermano Persio, en un gran pintor.
Por aquellos días de estudiante universitario adquirí la amistad de Elio Méndez Dotel.
Cuando lo conocí me percaté de dos condiciones: andaba de amores con Fior María Sención
(Pediatra, vive en los USA) (o sea que era muy mujeriego) y estaba tomándose una cerveza
(le gustaba y aún le gustan los tragos).
La cara risueña, juvenil, astuta y sin secreto del «viejo amigo» Elio Méndez, una cara que
jamás le había visto y que sólo hoy he advertido al conversar con él, cuando he levantado la
vista casualmente. Se ha metido la mano derecha en el bolsillo del pantalón encogiéndose de
hombros, como si fuese otra persona.
Nunca es posible advertir y enjuiciar todas las circunstancias que obran sobre el humor de
un momento, que llegan a influenciarlo y acaban actuando en el juicio, por lo que es falso
decir: ayer me sentía con el espíritu firme y hoy estoy desesperado. Tales diferenciaciones
demuestran únicamente que uno tiene ganas de influenciarse a sí mismo y de llevar
temporalmente una vida artificial, distanciado de sí mismo, escondido tras prejuicios y
fantasías, del mismo modo que, en un rincón de bar, escondido de un modo suficientemente
satisfactorio tras una copa de licor, Elio se entristece exclusivamente consigo mismo, con
imaginaciones y sueños absolutamente falsos, indemostrables.
Una vez más hago firme propósito de la enmienda y me dispongo a poner un mínimo de
orden en mis recuerdos y en mis papeles, estimulado por el deseo de que «el viejo amigo», el
ortopeda azuano, limite el licor. La última noticia del viejo amigo fue que, producto del
alcohol que aún no abandona, le dio una pancreatitis aguda, que lo mantuvo al borde de la
muerte. Unido al recuerdo del viejo amigo surge la figura de Freddy Simonó, también
azuano, del cual no he sabido jamás. Aunque debo admitir que su comportamiento penetró a
lo más hondo de mis sentimientos, cuando hicimos la práctica de Epidemiología, allá en el
barrio Puerto Rico de San Pedro de Macorís. De esta misma actividad se desprenden otros
gratos recuerdos de los amigos Glauco González, José Antonio Matos Pérez y Hernán
(extranjero) quienes fueron mis compañeros de grupo de aquella práctica memorable con la
que nos pasamos toda una noche tabulando la información, en el hogar de Hernán, en la
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avenida 30 de mayo, frente a ese inmenso y siempre incansable Mar Caribe.
Posteriormente, cuando hacía la residencia de Pediatría, tuve de compañero a Glauco. Allí
conocí a Leticia, su esposa, y a la familia de ésta que para la fecha vivían en la Avenida
Independencia número cinco, después del parqueo de Expresos Dominicanos y antes de
llegar a la bomba. Glauco siempre fue mi compañero de equipo de guardia y Silvia Marte, y
Leticia llevó una suculenta y sabrosa cena que Glauco compartió siempre conmigo.
Un compañero digno de admiración por su dedicación y vocación de estudio es Héctor
Vargas Vidal. Era un joven delicado y esa delicadeza fue mal interpretada por muchos, que
decían, nunca de frente, que era amanerado. Durante la pasantía no recuerdo donde estuvo y
actualmente se desempeña como cardiólogo en Puerto Rico, donde es muy querido. Entre sus
amigos inseparables se cuentan: Daysi, que actualmente es policía, Ciria y Belkis, Mary y
Erick.
De Ciria y Belkis Rodríguez sólo se que formaban parte del grupo que rodeaba a Héctor
Vargas, eran sus grandes amigas. Como esta es una narración de lo real y de las cosas oídas,
que no necesariamente tienen que ser reales, siempre se comentó, entre bastidores, diferentes
cosas sobre ellas: que no eran hermanas fue a la que más importancia le di, aunque todavía no
he descubierto su veracidad.
No las volví a ver, tampoco tuve noticias de ellas. Luego de veinte años supe que Ciria
tenía una pequeña clínica en la tierra que fue nodriza del sátrapa dominicano asesinado el 30
de mayo de 1961. Cuando por accidente obtuve su teléfono la llamé y confirmé que sí tenía
una clínica en Cambita Garabito, municipio de San Cristóbal. La calma de Ciria, su
satisfacción, su naturaleza y su claridad, aunque en los últimos años se ha consumado el
proceso que ha hecho de ella una mujer con más años; esa opulencia que ya entonces le
resultaba molesta y que pronto habrá alcanzado el límite de una obesidad estéril; una especie
de movimiento danzarín y de arrastrar el cuerpo con avances, o más bien con una constante
exposición del vientre, que se manifiesta al andar; en la barbilla —a primera vista sólo en la
barbilla— han crecido unos pelos rizados donde antes tenía vello.
Fue la propia Ciria quien me informó haber hecho el ciclo social del internado en el
hospital Nuestra Señora de Regla de Baní, junto a Daysi, un joven nombrado José del cual no
recuerda su apellido y otra joven de la cual tampoco recuerda nombres ni apellidos. Sí
recuerda con precisión que ellos cuatro, es decir, los internos, permanecieron varios días
60
solos, en el hospital, porque coincidió con el ciclón David.25
Ciria me narró que el primer día del ciclón, llegó al hospital una mujer en labor de parto,
pero como el parto se prolongó, llamó al subdirector que era cirujano, éste se molestó y los
amonestó; cuando la mujer no se desembarazaba el subdirector fue llamado nuevamente.
Entonces le hizo «episiotomía bilateral de 120 puntos». Y recomendó sancionar a los
internos. Finalmente la paciente murió al igual que el niño que había guardado en su vientre
durante 280 días.
Hubo un sometimiento ante el Secretario de Estado de Salud Pública Dr. José Rodríguez
Soldevilla y el subdirector, expulsado del hospital. Terminado el internado Ciria hizo su
pasantía de ley en la comunidad de Arroyo Hondo de Baní. Allí también tuvo una experiencia
inolvidable. Ciria recuerda la tarde de un día que llegó a la clínica toda la comunidad con un
niño que se había tragado, accidentalmente, una bola. El niño no podía respirar por lo que le
hizo una traqueotomía con una «gillette» y le colocó un pequeño tubo de bolígrafo marca Bic,
a seguidas se trasladó, con el niño y con parte de la comunidad que le acompañó, al hospital
de Baní.
Belkis por su parte, hizo su ciclo social del internado en un consultorio médico que había
en Villa Duarte, cerca de la cabeza del puente que lleva el nombre del Padre de la Patria
dominicana. La pasantía la hizo en la comunidad de Cambita Garabito de San Cristóbal. No
hizo especialidad y emigró a los Estados Unidos de Norteamérica, donde aún vive.
Genara Liriano Matos (Alias Daysi), hizo el ciclo social del internado en el Km 13 de
Haina (en un consultorio médico católico). La pasantía la dividió: seis meses en la clínica
rural de Mella de Duvergé y seis meses en el hospital San Bartolomé de Neyba. Recuerda
Daysi que el primer día, al llegar a Neyba, lo hizo acompañada de una señora epiléptica
conocida de su esposo, al quedarse en el parque, la mujer comenzó a convulsionar,
aferrándose al cuello de Daysi, tan apremiante fue la situación que se vio obligada a
25
El huracán David azotó el país en 1979 y a su paso causó cerca de 300 muertos y dejó sin hogar a centenares
de miles de dominicanos. Este huracán dejó una pérdida que representó el 16.0 por ciento del PIB de la
República Dominicana. Inmediatamente después se presentó la tormenta Frederich. Cuando se presentó el
huracán yo estaba de servicio en la maternidad del Hospital Dr. Luis E. Aybar, en mi ciclo de
Gineco-Obstetricia, donde permanecí tres días de servicio.
61
desprendérsela de un empujón, buscar un diazepan y administrarlo endovenosamente en
pleno parque.
A través de Daysi tuve noticias de Alba Inés Tapia (Ari). Luego conversando con Ari,
supe que hizo el ciclo social del internado en el Hospital Lic. José María Cabral y Báez de la
ciudad de Santiago y la pasantía, en Capotillo de Loma de Cabrera. Actualmente se
desempeña como cirujano general en el hospital Juan Pablo Pina de San Cristóbal.
Los recuerdos de Daysi van unidos a los de Manuela Azcárate Zimmerman, o sea la
españolita, que al igual que Ágüeda (la higueyana), no fuma, tampoco bebe. Manuela tiene
figura explosiva, así como, Hilda Lafontaine, nuestra profesora de Nefrología, se parece,
bueno, se parecía a Ava Gardner, ella es casi igual que Marilyn Monroe, todas las mujeres de
esta familia son hembras importantes y también desgraciadas, a Manuela se le hielan a veces
los recuerdos, los hay muy tristes y agobiadores y tan raros que no tienen desperdicios, se
aprovecha todo como en la matanza: la sangre que queda en los lebrillos y las palanganas
también se enfría poco a poco y al final se hiela de tristeza, la sangre triste no es buena para
hacer morcillas.
De otros compañeros generacionales como Tomás Hosking, José David Mateo y Manuel
Cueto, debo decir que hicieron la tesis de grado juntos. Según supe, Cueto inicialmente
estaba en el grupo de tesis de José Checo, pero no trabajaba y Checo lo expulsó, entonces fue
a parar donde Hosking y Mateo, donde tampoco trabajó. Ellos no lo sacaron de su tesis
porque cuando trataron de hacerlo no lo aceptaron en la escuela de medicina. Cueto
pertenecía y aún pertenece a la Marina de Guerra donde ostenta el rango de capitán de
navío.26 Después de años sin saber de Cueto, finalmente supe que hizo Otorrinolaringología,
y designado director general de Emergencias de la SESPAS en el gobierno de Hipólito Mejía.
José David Mateo por su parte, hizo el ciclo social en el Cañafistol de Baní para luego
iniciar la pasantía en Uancho de Pedernales, finalizando en Enriquillo de Barahona. Hizo
residencia en Gineco-Obstetricia y labora en el Centro Médico Dominicano.
Marcos Rafael Valdez Perdomo es coronel, hizo neurocirugía.
Con Félix Benjamín Ramos Peña me he mantenido en contacto, hizo su ciclo social de
internado en el hospital Simón Straidel de Azua. Le acompañó en este ciclo Manuel Taveras
Severino. Nada extraordinario que comentar. Su pasantía la hizo en la clínica rural de
26
Equivale al rango de coronel.
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Valdesia. Narra el propio Benjamín que fue trasladado a la clínica rural de Las Tablas de
Baní. En esta clínica existía el problema de que el alcalde desde que llegaba un pasante se
presentaba y le informaba de un serie de reglas que él imponía, entre las que se encontraba
que el médico no podía ausentarse de la clínica sin antes presentar una solicitud de permiso
escrito, lo mismo hacía con la enfermera. Cuando Benjamín llegó lo primero que hizo el
alcalde fue presentarse a la clínica y leerle el pedigrí, Benjamín escuchó pacientemente, pero
hizo una rabieta de las que él sabia hacer y le dijo que se había equivocado medio a medio y
que él era muy come mierda para querer ejercer autoridad en la clínica, que el único que lo
mandaba era el director regional y para finalizar la discusión le dijo que él era autoridad de la
comunidad pero en la clínica «yo soy el que mando» usted sólo puede entrar aquí como
enfermo. Durante los dos meses que estuvo allí, Bejamín se iba todos los días y el alcalde
jamás se metió con los médicos de la clínica, posteriormente fue trasladado de nuevo a
Valdesia donde finalizó la pasantía. Él trabaja como médico general en el Dispensario
Médico Esmeraldo Díaz, en el Simón Bolivar, aunque hizo una maestría en Salud Pública.
Daysi Durán Melo fue una compañera generacional, nacida en Tabara Arriba de Azua,
que hizo su ciclo social de internado sin novedades en Manresa y la pasantía en Las Tablas de
Baní. Durante su año de pasantía, cuenta la doctora Durán, que lo que más le llamó la
atención es que los hombres del lugar decían que «las mujeres hacían lo mal hecho a sus
maridos.» y que al agua de azúcar le llamaban «limonada». Ella trabaja en la clínica urbana
Yolanda Guzmán de Santo Domingo, donde se ha desempeñado en el área de pediatría por
veinte años ininterrumpidos.
José Brazoban González hizo el ciclo social del internado en el club Oscar Santana, en
Santo Domingo. Su pasantía la hizo en Elías Piña, los primeros 45 días en el hospital Rosa
Duarte y el resto en Pedro Santana. Ahora es Gineco-Obstetra y director del hospital
municipal de La Victoria. Cuenta Brazobán que en una ocasión mientras se encontraba en El
Carrizal con dos colegas, en una fiesta de noche vela, uno de los colegas que era interno,
comenzó a tomar bronco (clerén) y lo invitó a tomar, pero Brazobán no quiso porque él
deseaba tomar Brugal. Mientras el interno tomaba su clerén llegó un militar, se le acercó
para llevárselo preso, pero éste dijo que la botella era de Brazobán; se lo llevaron preso a los
tres, a la fortaleza Pedro Santana, aunque al rato fueron liberados.
Finalmente Brazobán fue que me informó de otros dos compañeros generacionales: Juan
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José Cuvalo y Maritza Taveras. Ellos fueron compañeros de tesis. Juan José ha tenido
problemas de salud y se encuentra retirado en su hogar, mientras que de Maritza Taveras no
he sabido nada.
Emir Fernández hizo su ciclo social en el hospital de Las Matas de Farfán. Estando en este
ciclo se introdujo al país el ciclón David. Luego hizo la pasantía en el hospital de Pedernales
junto a Erickson Olivero Peña, María (Mary) Ramírez y Roberto Sánchez Tati. Me cuenta
Emir que un día, a la hora del almuerzo, mientras comía una deliciosa carne de res, una novia
que le acompañaba se percató que la carne tenía gusanos, ya se había comida más de la mitad
de aquella carne. Después de varios años sin vernos, coincidimos al visitar a Antonio Pérez
Ceballo que se encontraba ingresado en el hospital Padre Billini para evaluar la realización
de una hemodiálisis. Allí, Emir me informó que Roberto Sánchez Tati, hizo neurocirugía y se
desempeñaba como sub director del hospital Dr. Salvador B Gautier.
De Antonio Pérez Ceballo, conocido por todos nosotros como Antonito, sólo se que es
director del hospital municipal de Gaspar Hernández y que una Diabetes Mellitus que está
padeciendo lo ha llevado a una Insuficiencia renal crónica que ha ameritado hemodiálisis. De
Daysi Tejada, su eterna novia en los tiempos de estudiante, sabía que emigró a Puerto Rico, y
ahora Antonito solo sabe que aún vive allá; mientras que Luis Varga y Bethania Salazar (que
les decíamos la Virgen María y San José, porque siempre andaban juntos), finalmente se
casaron y están ejerciendo en San Francisco de Macorís. También he sabido que Arturo
Zorrilla se convirtió en urólogo y ejerce también en la ciudad del Jaya.
La verdad es que la soledad de Nelson Miguel Díaz Suárez no sólo era pesada, sino
letárgica. Tenía algunos escasos amigos en la universidad. Fue (o es) el mejor amigo de
Francisco R. García Pérez. Ellos hicieron la tesis de grado juntos. Durante la época de
estudiante Nelson se mantuvo con el pelo largo y siempre se dijo que «era loco», yo pensé y
aun sigo pensando que no, porque aunque cargaba una pistola, nunca dio indicios que
pudieran confirmar aquella versión demencial. Actualmente se desempeña a nivel privado en
Gurabo, Santiago y el tiempo me ha dado la razón.
Francisco R. García Pérez, por su parte, hizo el ciclo social del internado en el hospital
Juan Pablo Pina de San Cristóbal y la pasantía de ley en la clínica rural «Barrio Japón» de
San Pedro de Macorís. Actualmente es cirujano oncólogo y labora como tal en el hospital Dr.
Luis E. Aybar. Siempre que veo a este compañero de estudio, surge en mi memoria la figura
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imponente, elegante y hermosa de Casilda Cabral Fatule, quien durante los años de
estudiante, allá en la UASD, fuera amiga inseparable de Francisco. Con Casilda compartí
parte de mi entrenamiento en la residencia de pediatría en el hospital Infantil Dr. Robert Reid
Cabral. Recuerdo una ocasión, al inicio de la residencia, tuve que sentarme con ella para
convencerla porque estaba decidida a abandonar su entrenamiento. Me siento feliz de haberla
convencido de aquella loca idea. Cuando terminó emigró a los Estados Unidos y jamás he
tenido noticia de ella.
Altagracia Méndez. Ella hizo su ciclo social de internado en un consultorio localizado en
el populoso barrio de Gualey; la pasantía, en la Guayiga, en el km 22 de la autopista Duarte
y luego hizo Maestría en Salud Pública; trabaja actualmente en el hospital Infantil Dr. Robert
Reid Cabral. Altagracia es una gran mujer, siempre lo vaticiné. Por fortuna, un hermano de
otra compañera singular, de Mayra Pérez; se casó con Altagracia y ni él mismo sabe que se
sacó la lotería. Mayra, por su parte, hizo su pasantía en la clínica rural Vengan a Ver de
Jimaní.
Gilberto Barahona, se metió a la política, no estoy seguro, pero creo que no llegó a
graduarse. Tampoco le he preguntado al respecto, a pesar de que siempre lo veo con una
botella de cerveza en la mano, en el colmado de la Hernán Suárez, en el Cacique, donde vive.
De Alfredo Richardson Tapia, guardo muy buenos recuerdos, pero sobre todo, del
aromático y sabroso arte culinario de su esposa Divina: que Dios le bendiga ese don de
cocinar que tiene esa agradable mujer. Siempre que converso con alguien de Higüey,
pregunto por el amigo y colega Richardson Tapia (porque es un excelente pediatra). Cuando
recuerdo a Alfredo, también vienen a mi memoria sus amigos inseparables: José Cruz
Domínguez, José Alfredo García, hizo gineco-obstetricia y labora en la clínica Chan Aquino;
José Rijo, jamás supe de él; Lucía Rosario vive en Dajabón, donde se desempeña como jefe
de anestesiología; Virgilio Hernández Balderas, conocido por todos como Papi, inició el ciclo
social del internado en el hospital Dr. Salvador B Gautier y luego trasladado a batey Verde de
Sabana Grande de Boyá. La pasantía la hizo en la clínica rural Las Cañitas de Sabana De la
Mar. Posteriormente hizo maestría en Salud Pública y se trasladó a ejercer a Valverde Mao,
donde aún labora.
Carol y el gordo, laboran en la clínica las mercedes. La pareja obesa deboradora de
salchicha.
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Raúl Contreras es uno del grupo de los llamados «turbao». El hizo su ciclo social en el
hospital de San José de Ocoa, terminado el internado, se dirigió al Cibao para hacer la
pasantía en «La Bajada» de San Francisco de Macorís. Actualmente es médico Internista y
Neumólogo y labora en el Centro Médico SEMMA, en la ciudad de Santo Domingo.
Recientemente me enteré que al turbao de Raúl hizo una enfermedad cerebro vascular sin
consecuencias mayores.
Zoila Vargas Guzmán. Esposa de Juan Pablo Luna. Hizo su ciclo social en el hospital Lic.
José María Cabral y Báez de Santiago. La pasantía la inició en el hospital Melenciano de
Jimaní, de donde pasó a Postrer Río y terminó en Fundación de Barahona. Según me
comentó la propia Zoila, una de las cosas que más le sorprendió fue que al llegar a Postrer
Río, la letrina consistía en un hoyo sin cajón por lo que para evacuar tenía que hacerlo
asiéndose del tronco de un pequeño árbol. Viajando en la cola de un motor se quemó con el
mofler caliente; aun guarda la cicatriz dejada como recuerdo en su pierna derecha. Zoila no
conocía las Tilapias y las Iguanas, todos los días, al medio día, observaba cómo las mataban.
Allí las conoció y aprendió a comerlas. Pero lo que más le llamó la atención era que la gente
del lugar comía mucha marifinga.27 La primera vez que visitó a Tierra Nueva, se levantaban
gigantescas olas de polvo y si no estaba prevenida podía comer polvo. Mientras Zoila sufría
las consecuencias del polvo de Tierra Nueva, su esposo, Juan Pablo Luna hacía pasantía en la
misma región. El inició su pasantía en La Descubierta, pasó a Los Ríos de Neyba para
terminar en El Peñón de Barahona.
El Mellizo es amigo de los hermanos Mary y hermanos mellizo, y suele confundirlos, eso
le pasa a casi todo el mundo, no se tratan siempre de usted pero sí casi siempre, a lo mejor
algún día rompen a tutearse. Mary y el hermano que estudiaba ingeniería.
Alberto de los Santos y el hermano mellizo que estudiaba ingeniería. El mellizo sostenía
que las mujeres no son más que las escupideras de los hombres y varios de nuestros
compañeros de promoción piensan que a lo mejor tenía la razón.
Los hermanos mellizos López Luciano. Fue otra pareja de mellizos que anidó la UASD en
su matriz. De los hermanos López Luciano debo decir, que una terrible enfermedad les fue
comiendo sus cerebros hasta que finalmente los dejó con el cráneo vacío para dar paso a la
dulce muerte. Andaban siempre haciendo equilibrio por las lindes de la depresión, estos
27
Plato preparado con harina de plátano y leche que se daba en las escuelas públicas.
66
jóvenes estudiantes enamoradizos y medio mágicos tenían alma de trapecistas de circo, pero
les fallaba el sistema nervioso y presentaban disociación específica de las emociones
psíquicas, y eso es un peligro incluso grave, eso es siempre un peligro, es como un lobo
hambriento que ataca sin avisar. Es falso decir de ellos: Todo le fue bien, han sufrido poco; es
cierto decir: Por su forma de ser, nada podía ocurrirle; pero lo mejor, es decir: Lo han sufrido
todo, pero en un solo y único momento; ¿cómo habría podido ocurrirle algo más, si las
variaciones del dolor estaban completamente agotadas en la realidad, o por su propia
decisión?
Andrés Rivas, hizo el ciclo social de internado en el hospital Armando Aybar de Las
Matas de Farfán de San Juan de la Maguana, finalizado éste hizo el año completo de pasantía
en Constanza, allí conoció al doctor Nouris Maluf Nasser. Se hizo Gineco-Obstetra y trabaja
en el hospital Licenciado José María Cabral y Báez, desde entonces. El me informó de cómo
localizar a José Augusto.
José Augusto Vargas González, hizo el internado en el hospital de Salcedo, luego inició la
pasantía en Tenares y los últimos seis meses, los pasó en El Pozo de Nagua. Posteriormente
se hizo Gineco-Obstetra y labora en su pueblo natal, es decir, en Tenares. Supe, vía David
Ramírez, que el 31 de diciembre del 2003 a José Augusto le dio un infarto. Cuando hablé con
él me confirmó lo del infarto. Fue José Augusto quien me puso en contacto con Moreta.
Bernardo Martínez Moreta. Era un morenito de esos que si lo encuentran en la calle se lo
llevan directo al zoológico, pero con un alma de buena gente del tamaño de la isla que nos
sirve de morada. Como Moreta siempre trabajó en clínicas privadas, mucho antes de
graduarnos, logró hacer el ciclo social del internado en Guachupita y la pasantía la dividió
entre el ingenio Consuelo (primer meses), hospital Nuestra Señora de Regla de Baní (5
meses) y clínica rural de Najayo Arriba (últimos 6 meses). Cuenta Moreta que mientras se
desempeñaba como pasante en el ingenio Consuelo, fue una señora a chequearse una
episiotomía rarísima que le habían hecho en el hospital de San Pedro. Él se la arregló y el
esposo agradecido, le regaló un Barceló. Cuando estaba en Baní, me cuenta el propio Moreta,
vía telefónica, le llegó una señora con una herida en la cara cosida con hilo 3-0, la citó para el
día siguiente, llevó hilo 6-0 y le cosió nueva vez la herida. Finalmente, me cuenta Moreta
que los seis meses que duró en Najayo Arriba fue una constante de los habitantes del lugar
ante el director regional para que él durmiera en la clínica, nunca lo hizo. Supe por Wazar,
67
que Moreta estaba viviendo en Washington. Al momento de redactar este libro José Augusto
Vargas, me informa que Moreta se encuentra viviendo en Santo Domingo y me facilita su
número de teléfono celular. Me pongo en contacto con Moreta y efectivamente, se confirma
la información, Moreta está viviendo en Santo Domingo Oriental, en La Caleta, y me
informó que laboraba como asesor social del INESPRE. 28
José Pineda (You) que perdió la vida, allá en los Estados Unidos, mientras viajaba en una
avioneta en el desempaño de sus funciones (era cirujano del Clevelan Clinic).
A algunos compañeros los perdí de vista y por más que indagué acerca de ellos no obtuve
información alguna, fue el caso de Anito Guerrero, Agüeda, Máximo Gómez y José Rijo.
Tengo grabada en mi memoria la cara de Héctor Vargas (el moreno). He preguntado a varios
compañeros, no me han informado de su paradero, es como si la tierra se los hubo tragados.
De Isabel Cuevas es poco lo que tengo que decir, después de tantos años sin verla, me
encontré con ella en el supermercado Nacional de la Máximo Gómez una tarde de junio del
2002, allí supe, por confesión de la propia Isabel, que rebasó una grave enfermedad y por
agradecimiento al creador se convirtió al evangelio.
Al Mieses todos sabemos que desde estudiante tenía una clínica en la Avenida 27 de
Febrero, cerca de la Duarte y vivía en Guachupita. Hizo su pasantía en Boca Chica y me
comenta que en una ocasión llegó a un lugar donde había ocho bandejas de carne frita y era
carne de caballo y terminó comiendo también esa carne. Luego se convirtió en abogado,
profesión a la que está dedicado en la actualidad.
A la compañera a poco de romper con el profesor, le dio una depresión y los padres la
llevaron al psiquiatra,29 antes se llamaba contrariedades amorosas y no la llevaban a ningún
lado.
Ahora es probable que me toque hablar de los profesores que tuvo en la Facultad. Tuve
algunas malas experiencias con uno que otro profesor. Recuerdo el caso del profesor de
Hematología. Todos los martes íbamos al aula de Ciencias Jurídicas, a las dos de la tarde,
para recibir la docencia de esta materia, pero nunca llegaba el profesor, sabíamos su nombre
por el listado del bedel, pero no lo conocíamos. Por fin, tres meses después conocimos a
nuestro profesor de Hematología, que resultó ser un destacado y famoso profesional de la
28
Instituto de Estabilización de Precios.
29
Es la última persona con quien uno habla antes de dedicarse a hablar solo.
68
medicina. Inmediatamente llegó al aula manifestó su inconformidad con el calor de la hora, a
lo que la mayoría de los estudiantes aplaudieron. Nos invitó bajar a su vehículo y allí nos
vendió unos folletos de algunas 20 páginas. Entonces acordó una fecha para el examen final.
Ante la incertidumbre, había adquirido el libro de Hematología de Thompson (era el libro de
texto recomendado) y mientras estudiaba aquel libro, un compañero me informó que no
estudiara nada porque aquel profesor, siempre formulaba las mismas preguntas,
entregándome una copia del perenne examen. Llegó el día de la evaluación y efectivamente
aquella copia resultó ser el examen, una vez más.
Otro caso singular fue cuando seleccioné deportes. Escogí béisbol, y me presenté el
primer sábado al estadio de la Universidad donde los profesores El Mariscal Lantigua y Luis
Piñao Ortiz. Recuerdo que ese primer sábado Piñao Ortiz nos envió a las gradas para que
observáramos el partido, el sábado y todos los demás sábados nos ordenó lo mismo…
Finalmente aprobé deporte (béisbol) con 99 puntos por observar los juegos desde la grada.
Toda la ternura del mundo tropieza al final con el mismo mundo; a los caballos también
los manean para que no se vayan demasiado lejos, en una cárcel inglesa parió una reclusa con
las esposas puestas, los carceleros fingieron que temían que se escapara y aprovecharon para
reírse un poco; Rafael Valdez hubiera llorado con desconsuelo de haberse enterado del parto
de la reclusa.
Igual sensación de sufrimiento y rabia, experimentó Rafael Valdez Peña (hoy renombrado
patólogo dominicano) después de sostener una discusión con nuestro profesor de genética,
Celito García. En aquellos tiempos, aprobar genética significaba graduarse. No era que la
materia fuera difícil ni el material extenso, más bien la dificultad radicaba en el docente.
Rafael Valdez fue una de las tantas víctimas de los profesores de la época. Sostuvo una
discusión con el profesor, el cual hacía pausas; las pausas suelen huir de las descripciones,
suelen descolorarse, nadie acierta a ponerlas en su lugar debido, las pausas son igual que los
ciempiés, huyen siempre en zigzag y como desorientados. Así hizo Celito. Pero antes de
hacerlo el profesor mandó al estudiante a que presentara sus demandas al director del
departamento, Valdez así lo hizo. Y ese mismo día acudió al departamento e informó a la
secretaria su deseo de ver al director, e inmediatamente lo hicieron pasar. La sorpresa no se
hizo esperar cuando Valdez descubrió que el director era el propio Celito García.
Debían de ser las tres de la madrugada, pero era en verano y ya había algo de luz.
69
Entonces, en una cuadra del Hipódromo Perla Antilla, se levantaron cinco caballos.
Dicayagua,30 Felo Flores, Tipotanque, Guillermito M y One Aye. A causa de la noche
sofocante, habían dejado entornada la puerta de la cuadra; los dos caballerizos dormían bocas
abiertas sobre la paja; las moscas revoloteaban sobre sus bocas abiertas sin que nadie lo
impidiese. Tipotanque se situó de modo que quedaron los dos hombres debajo de él y,
mientras les observaba el rostro, estaba dispuesto a patearlos con los cascos al menor síntoma
de que despertasen. Entretanto, los otros cuatro, con dos ágiles saltos, abandonaron la cuadra
uno a continuación del otro; Tipotanque les siguió. Esto lo soñé, la noche que recordé la
escena de Valdez y Celito García, pareciera como si los caballos fueran más inteligentes (o
menos estúpidos) que algunos humanos.
Recuerdo con añoranza las cátedras de Fisiología del profesor Peña Vasallo; cuando
hablaba retumbaba en toda el aula. Me agradaba escuchar, sobre todo, cuando decía: «los
poros de las células miden ocho angström». Y Magín Domingo Puello en su clase de
Anatomía, así como el siempre impecablemente vestido profesor de Embriología, Jiménez
Camacho (el príncipe). Wady Hasbún, excelente profesor de bioquímica, parecía todo un
sacerdote; Hilda Lafontaine, profesora de nefrología. Cuando ella entraba al aula, los
estudiantes quedábamos aturdidos, yo nunca había visto mujer tan hermosa como ella; era la
diosa venus encarnada en la UASD; por el contrario, Francisco Canó González, profesor de
Cardiovascular, excelente, sin embargo, los estudiantes siempre rechazaban su sesión,
porque era obsesivamente estricto a la hora de las evaluaciones; siempre que daba un examen
se aparecía con unas gafas oscuras. Recuerdo una ocasión en que atrapó a un estudiante
preguntando, le quitó el examen y le dijo: «Bachiller me debe 10 puntos para el próximo
semestre cuando vuelva a seleccionar la materia.»; esto lo convirtió en uno de los profesores
más odiado entre los estudiantes, por lo que frecuentemente le rayaban el vehículo o le
pinchaban las llantas.30 Con Marté Durán cursé la neuroanatomía, y si Canó González fue
30
Potro gris, leyenda de la hípica dominicana, traído al país en 1943 por el señor Manuel Moya Alonzo.
Adquirido posteriormente por Benigno Pérez Martínez, quien lo corrió durante las décadas de 1940-50. Su fama
fue tal, que la familia Trujillo importó al ejemplar Sombra para competir con Dicayagua. (Carmona B.
Dicayagua sin cabeza, la degradación de un símbolo. El Listín Diario. Santo Domingo (Rep Dom): Sábado 11
de septiembre del 2004. Sección B, p. 1, (Col. 1).
30
Un agujero rodeado de hule.
70
odiado, Marté resultó repugnante para muchos estudiantes. En el caso particular mío, ambos
profesores (Canó González y Marté Durán) resultaron excelentes en el desempaño de sus
funciones, obviamente tuvieron fallas como cualquier ser humano.
Otros nombres de profesores que fluyen por el manantial de mi memoria son: Ramón
Pimentel Billini, banilejo31 de pura cepa, hizo anestesiología en USA, me dio anestesiología.
Tenía un carrito Triumph blanco y fumaba mucho, nunca en el curso. En fecha de examen,
juntaba todas las sesiones, repartía el examen, dejaba los estudiantes solos y se montaba en su
carrito a fumar su tabaco y a recibir los exámenes ya llenos; alguien me comentó que la nota
la ponía según el listado, pasándole sólo los que le correspondían número terminados en 0 y
5. Cuando indagué sobre su paradero, otro banilejo de pura cepa también, Rubén Andujar
Pimentel me informó que Ramón había fallecido.
Otro profesor que según el decir de la mayoría tenía una forma peculiar de evaluar a los
estudiantes era Eduardo Rodríguez Lara, «se iba al malecón a corregir los exámenes y sólo
pasaban los que no se volaban». Todos aquellos exámenes que con la brisa se volaban, él lo
reportaba quemado. Rodríguez Lara tenía una peculiaridad: Siempre andaba con unos
enormes zapatos blancos, marcadamente sucios que semejaban barcos bikingos. De él son
muchas las anécdotas que conozco, me limitaré a una escuchada de la propia boca del
profesor ante un grupo de estudiantes que estaban pidiendo revisión de notas de Semiología
quirúrgica. Un estudiante le dijo: «profesor saqué 66 puntos». El profesor dijo: «no hay
problema tiene 70». Otro estudiante, dijo: «Yo saqué 64 puntos». Rodríguez Lara le dijo:
«Tiene 70». Entonces una monjita que también estaba reclamando le dijo, segura de que el
profesor le llevaría su nota a 70: «yo saqué 69». El profesor le informó que debía de
examinarse en extraordinario. La monjita, incrédula, dijo: «profesor por qué tengo que
examinarme, yo saqué 69 puntos, y otros compañeros que sacaron menos que yo, usted lo
31
El sufijo ejo tan sólo se registra en el gentilicio banilejo en cuanto a derivación anómala. La «l» de bani-l-ejo
es seguramente una palabra eufónica o de enlace destinada a evitar el hiato. Banilejo, popayenejo (de Popayáan.
Ciudad de Colombia), santaclarejo (de Santa Clara, Cuba) y Cainejo (deCain, pueblo de la región
asturiana-España) son los únicos gentilicios que hemos encontrado con la designación con la desinencia ejo.
Tradicionalmente, sin ser cierta, se le dice banilejo a los que son del campo y de Baní, a los que son de la ciudad.
Pimentel Billini era de la ciudad, por lo tanto era de Baní; Andujar Pimentel, es de Sombrero, por lo tanto
banilejo.
71
llevó a 70». El profesor respondió: «Porque ese número es muy plebe.»
Otros profesores que tuve fueron: Leopoldo González Brache, de Gastroenterología y a
quien le decían «cutis suave» por la forma delicada de manejarse; Víctor Suero, de Nutrición,
le decíamos «el desnutrido»; Enriquillo Moreta, de Farmacología; Carlos Lamarche Rey—el
gallito—, de infecciosa; Luciano Castillo, de Antropología; Lino Romero, de clínica
psiquiátrica; Jesús de la Rosa y César Mella Mejías, de Bioestadística; Elpidio García
Patronis, de Endocrinología; Manuel Mario Morillo y Pichardo, de Urología que jamás supe
nada de él hasta que me informaron que una enfermedad neurológica lo obligó al retiro;
Mario Tolentino Dip, de neurología; Arnaldo Espaillat Cabral, de oftalmología (tal vez el
más culto de todos los profesores que tuve); Ney Arias Lora, de Neurocirugía; Diógenes
Santos Vitoria, práctica de neurología, quien ahora no le agrada que yo le diga profesor,
porque, dice él: «pueden pensar que soy viejo.»; Eladio De los Santos, de Dermatología, que
no tocaba el manubrio de las puertas, sino era con un pañuelo o con una parte de la bata de
médico que usaba. A los estudiantes les agradaban sus claves, porque lo que narraba eran sus
viajes por Europa, su inclinación por el arte culinario y los finos vinos de alta calidad que
degustaba con la gente de abolengo de aquí y de allá. Un compañero me contó que en una
ocasión, mientras se encontraba en el Instituto dermatológico recibiendo práctica, el profesor
Parra salió afuera pistola en mano, desafiando al profesor De los Santos a matarse, porque
supuestamente estaba celoso, debido a que «ambos estaban relacionados con un chófer que
De los Santos le había quitado a Parra.» Eladio De los Santos fumaba exageradamente,
apenas terminado un cigarrillo encendía con la colilla el siguiente…, y finalmente esta
dependencia le produjo un cáncer pulmonar que le dañó los órganos donde se bota el bióxido
de carbono y se adquiere oxígeno y le impidió continuar respirando.
Sería injusto si omitiera al profesor de Anatomía Patológica, Sánchez Pujol. Este a pesar
de no ser patólogo, se sabía el libro de Patología Estructural y Funcional de Robins con
punto y coma y así lo recitaba en las aulas, sólo había un inconveniente, no se le podía
preguntar cuando hablaba, porque no respondía y si accedía a responder, perdía la hilación y
sólo atinaba a decir, «continuamos mañana». Los otros profesores de Anatomía patológica
eran: Leocadio Peña (murió posteriormente), Guaroa Lora y Bergés (este último también
murió). A Berges, recuerdo que los estudiantes le decían: «El burrólogo.»
No haré como Sánchez Pujol, no abandonaré este diario para mañana. Debo mantenerme
72
aferrado a él, porque no puedo aferrarme a otra cosa. Me gustaría explicar el sentimiento de
felicidad que, de vez en cuando, siento en mi interior, como ahora, precisamente. Es en
verdad algo efervescente, que me llena del todo con un ligero y agradable estremecimiento y
me convence de que tengo unas aptitudes de cuya existencia puedo convencerme en
cualquier instante, también ahora, con toda seguridad. Aunque debo admitir que la mayor
satisfacción para continuar este diario es que uno piensa que se describe correctamente, pero
sólo hay una aproximación y el diario la corrige.
Ahora me referiré a algunos recuerdos de compañeros de promoción. En estos recuerdos
no veo la precisión periódica del tiempo. Se me confunden hechos minúsculos que tuvieron
importancia para mí y me parece que debe ser ésta mi primera experiencia como antesala a la
pasantía.
A Natividad Cerón casi nadie le llama Natividad, la verdad es que el único que no le apea
el tratamiento soy yo, todos le dicen Nati de apodo. Nati Cerón es una mujer menuda, de
moño bajo y aspecto modesto, de redondas mejillas, cara alargada y una nariz diminuta y
tosca, de esas que nunca estropean los rostros dominicanos; el temple y la procesión,
heredado de la familia, le van por dentro, parece una artesana de órdenes. Sheila Goicochea
y María Teresa Brugal (Tere) fueron (o son) sus amigas desde cuando estudiaban en la
universidad; aunque no se frecuentan mucho, Sheila va algunas tardes a tomar el café a casa
de Nati.
Natividad hizo la pasantía en el subcentro de La Victoria, en Santo Domingo. Un hecho
inolvidable, narrado por la propia Natividad, fue la ocasión en que un señor le llevó su hija de
trece años, porque decía «tenía parásitos». Natividad, luego, no examinó a la niña sino que
más bien le indicó unos análisis. El padre, que había enviudado, le llevó los resultados, pero
la niña continuaba con el dolor y días después a Natividad se le ocurrió examinarla y
¡sorpresa! Estaba embarazada, el propio padre fue el responsable del incesto. Y lo que son las
cosas de la vida, Natividad se hizo Gineco-Obstetra y años después se convirtió en la esposa
de mi gran amigo y hermano: Miguel Franjul Troncoso.
A Miguel Franjul lo conocí en Baní, allá en Villa Majega. Crecimos juntos y jugamos los
mismos juegos. Luego lo vi en la universidad. Recuerdo que cursando la práctica de
Fisiología fuimos a la Margarita (propiedad del padre de Miguel donde había muchos sapos)
y agarramos más de dos docenas de ranas para practicar con su corazón: Abríamos las ranas
73
por el vientre y dejábamos sus corazones al descubierto. Le echábamos agua fría y caliente y
observábamos sus efectos.
Luego cuando nos llegó la hora de hacer el ciclo social del internado rotatorio, Miguel lo
hizo en el hospital Nuestra Señora de Regla de la ciudad que nos vio nacer. Para la fecha su
hermano, Rafael Franjul Troncoso (Rafaelín), se mencionaba como posible director de aquel
hospital y Maury, que era el subdirector, le dio a Miguel un pase y le dijo que le quedaba bien,
entonces Miguel lo tiró al piso contestándole: «ahí queda mejor». Maury pensaba que si
designaban a Rafaelín como director, Miguel lo podría sustituir en la subdireción.
Terminado el internado, hizo su pasantía en la clínica rural El Limón de Jimaní, junto a
nuestra entrañable amiga común Isabel Matos. Recuerda Miguel que Donoso era un policía
hipertenso, hijo de una haitiana escondida en la Loma del Aguacate de Jimaní. Cuando
ordenaban apresamiento y represalia contra los haitianos, el primero que salía gritando: «a
matar haitianos» era Donoso. Él había sido un abanderado reformista toda su vida, pero dos
días antes de las elecciones se pasó al PRD.32 Ahora en su gobierno, acudía a la clínica y
saludaba diciendo: «doctores», para que lo atendieran primero, pero Isabel Matos, que lo
conocía, le decía a Miguel: «ponlo a esperar un poco», y luego de atender algunos pacientes,
lo llamaban y atendían.
Nunca puedo olvidar la voz estentórea de Miguel, tratando de ayudar siempre a sus
pacientes. Miguel Franjul es para mí uno de los más grande médicos de nuestro tiempo, y su
genio tiene de la abigarrada grandeza de Hipócrates y Galeno. Cualquier acto de Miguel
Franjul escudriña como un hurón en lo físico y en lo metafísico, en la verdad y en el espectro,
y lo que sabe y ha hecho sobre los pacientes y sus semejantes no lo ha hecho sino él. Ha sido
el acumulador de un universo secreto. Ha cambiado la sintaxis de la Deontología sanitaria
con sus propias manos, dejándolo impregnado con sus propias huellas digitales que nadie
puede borrar.
Los elementos mismos de la medicina los vi salir de sus palabras, pero alterados ahora por
una nueva magnitud, por un resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja
transformada en un hijo. En mis años de médico, y de escritor errante, puedo afirmar que la
vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría
verbal. Hemos sido amigos toda la vida y lo exhibo con profundo orgullo.
32
Partido Revolucionario Dominicano.
74
En cuanto a Sheila, es rubia, de facciones delicadas y sonrosadas, bien hecha, con las tetas
muy en su sitio y el culito respingón, en eso fuera igual que su madre si no fuera por el
contraste del peso, los hombres vuelven la cabeza al verla pasar. Sheila sabe arreglarse con
mucho gusto y tiene el armario y el tocador lleno de trajes y zapatos, de cremas y perfumes.
Para esa época Sheila hacía el ciclo social del internado en el hospital Ricardo Limardo de
Puerto Plata. Una madrugada, cuando el alba daba señales de levantarse, le llegó un paciente
con priapismo. Ella no sabía qué hacer y como ya faltaba poco para el término del servicio
esperó, cuando llegó la hora se lo entregó a la médico ayudante que le recibía el servicio. Esta
solo atinó a decir: «Y por qué tú me dejas eso a mí».
También recuerda que había una señora que tenía un cabaré y había criado una joven
mentalmente retrasada. En una ocasión la puso a sostener relaciones con uno de los clientes y
el señor murió encima de la retrasada. Ella comenzó a exclamar: «yo no lo maté», «yo no lo
maté», «yo no lo maté»...
Luego hizo la pasantía en el hospital Jaime Oliver Pino de San Pedro de Macorís, su
pueblo natal.
Cristina Rodríguez Taveras hizo su ciclo social en el hospital Francisco Gonzalvo de la
Romana y la pasantía en un centro de salud del IDSS,33 los primeros cuatro meses en Villa
Vázquez y los ocho meses restantes en Monte Cristi. Narra la propia Cristina que tuvo que
tomar prestado el dinero para la tesis y tan pronto terminó, se vistió con un traje blanco, blusa
rosada y laso también rosado y un maletín médico marrón y se fue al seguro en busca de
trabajo de pasante, al llegar al seguro un portero llamado Lester no la dejaba pasar,
finalmente, a las tres de la tarde, fue que lo logró y dos horas más tarde consiguió su
nombramiento de pasante.
Estaba tan sorprendida de aquel nombramiento que compró un cigarrillo y lo fumó, como
nunca había fumado, le dio un mareo que cayó, permaneciendo un buen rato desmayada;
cuando volvió en sí estaba toda mojada por el agua que le habían echado para reaminarla.
Compró, entre otras cosas, unos zapatos de tacos altos, para presentarse en la clínica donde
había sido designada. Nunca había estado en aquellos lugares y al hacerlo por vez primera se
encontró que para acceder a la clínica era necesario hacerlo por un callejón de lodo. La
pasante que encontró en dicha clínica fue quien le sugirió que debía cambiar los zapatos por
33
Instituto Dominicano de Seguro Social.
75
unas botas de hule. Y así lo hizo.
Mientras Cristina me hablaba, yo recordaba a Sócrates. De él se cuenta que una vez se
quedó parado delante de un puesto donde había un montón de artículos expuestos. Al final
exclamó: «! Cuántas cosas que no me hacen falta!».
Esta exclamación puede servir de titular para un libro de cínica, fundada por Antístenes en
Atenas alrededor del año 400 a. de C. Había sido alumno de Sócrates y se había fijado ante
todo en la modestia de su maestro.
Los cínicos enseñaron que la verdadera felicidad no depende de cosas externas tales como
el lujo, el poder político o la buena salud. La verdadera felicidad no consiste en depender de
esas cosas tan fortuitas y vulnerables, y precisamente porque no depende de esas cosas puede
ser lograda por todo el mundo. Además no puede perderse cuando ya se ha conseguido.
El más famoso de los cínicos fue Diógenes, que era discípulo de Antístenes. Se dice de él
que habitaba en un tonel y que no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de
pan. (¡Así no resultaba fácil quitarle la felicidad!) Una vez en que estaba sentado tomando el
sol delante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo
que si deseaba alguna cosa, él se la daba. Diógenes contestó: «Sí, que te apartes un poco y no
me tapes el sol». De esa manera mostró Diógenes que era más rico y más feliz que el gran
general, pues tenía todo lo que deseaba.
Los cínicos opinaban que el ser humano no tenía que preocuparse por su salud. Ni siquiera
el sufrimiento y la muerte debían dar lugar a la preocupación. De la misma manera tampoco
debían preocuparse por el sufrimiento de los demás.
Hoy en día las palabras «cínico» y «cinismo» se utilizan en el sentido de falta de
sensibilidad ante el sufrimiento de los demás.
Ana Josefa Abréu González (muchos les decían la gallareta por su forma de hablar), por
su parte, hizo el ciclo social del internado en el consultorio de la UASD, mientras que la
pasantía la hizo en Baní: seis meses en El Carretón y los otros seis en Paya, la ciudad del
dulce. Comenta la propia Ana Josefa que sus primeros seis meses de pasantía en la
comunidad del Carretón, fue semestre de fobia y temor vivido por las constantes riñas a
cuchillos y machetes que allí se sucedían. Aunque ella tomaba las cosas con «tranquilidad
estoica», esto motivó que solicitara su traslado. Y lo logró. Fue trasladada a la clínica rural de
la comunidad de Paya, en Baní. A esta clínica se accesaba también a través de callejones que,
76
al llover, se convertían en ríos de lodo.
Ana Josefa no lograba comprender cómo dos comunidades tan cercanas eran tan distintas.
La población de El Carretón era negra y la de Paya, blanca. Aunque, según admite, para la
época ya habían negros en Paya. La comunidad se había dividido y los blancos vivían en
Paya Arriba, es decir, en la zona norte con respecto a la autopista. Obviamente la clínica
estaba en Paya Arriba, lo que significaba que los negros no podían acudir a la clínica. Este
acentuado racismo hace recordar los finales de 1 800, cuando Lilís pasaba con sus tropas por
Paya y una lugareña, que observaba la comitiva, le voceó a otra: «Comadre qué nublado está
el cielo» a lo que Lilís respondió: «no se preocupe señora que esa nube va de paso.»
77
Pasantía en Las Uvas
Fui a parar a una clínica rural a unos dieciocho kilómetros de la ciudad de La Vega. La
Vega es una ciudad de surtidores y fuentes, de parques con glorieta34en la que, en otros
tiempos, los domingos en la tarde, los niños y los adultos, se divertían escuchando y bailando
la retreta, 35 tocada por la banda de música municipal. El doctor Julio E. García Cruz, director
del hospital doctor Luis Manuel Morillo King, fue quien me llevó al lugar. Un cuatro de junio
de mil novecientos ochenta. Me refiero a la comunidad de Las Uvas. El lugar está cubierto
todo de vegetación, sus muros están formados por riachuelos que languidecen en su eterno
lecho: el Bacuí, la abraza como una herradura y el Reparadero, pareciera la base de aquel
mordisco (o de la herradura). Es una comunidad de visión extraña: amurallada por seis
puertas, todas ellas un milagro realizado por las manos divina de la naturaleza que dominan
el arte de transformar las negras y pastosas tierras en matriz fecunda —el mismo símbolo de
la inconsistencia, la quintaesencia de lo inconstante, fluido, engañoso, efímero—y, por
medio de la alquimia, han hecho de ella el material de su recién inventada permanencia. Esta
comunidad se encuentra sólo a tres cuadros de generaciones de su pasado agrícola, de la
época en que tenía poco arraigo como el limo36 o creía que el camino era el hogar.
Las Uvas de hoy es todo perfume. Los olores de La Vega, de La Vega odorífera, impregna
el aire: los Pinos, las Azucenas, las Amapolas, los Jazmines, las Gardenias y los
Flamboyanes. La vida camina suspendida en el aire nocturno que respiramos en Las Uvas.
¡La noche de Las Uvas! Un punto del planeta se iluminó, diminuto, en el universo vacío.
Palpitaron las luciérnagas y comenzó a arder en el valle una herradura de oro.
La verdad es que luego la inmensa noche despoblada desplegó colosales figuras que
multiplicaron la luz. Aldebarán tembló con su pulso remoto. Casiopea colgó su vestidura en
las puertas del cielo, mientras sobre la esperma nocturna de la Vía Láctea rodaba el silencioso
carro de la Cruz Astral.
34
Plazoleta en medio de un jardín o parque. Por definición la plazoleta es un espacio descubierto, a modo de
plazuela, en jardines y alamedas. En el caso de la glorieta representa un espacio cubierto, en medio del parque,
en forma de un cono, lo contrario de la plazoleta.
35
36
Concierto al aire libre
Lodo
78
Entonces, Sagitario,37 enarbolante y peludo, dejó caer algo, un diamante de sus patas
perdidas, una pulga de su pellejo distante.
Había nacido Las Uvas, encendida y rumorosa, apiñada y adherida a un vástago común
por un pezón de ciguapa.38
La noche de sus callejones se llenó de náyades negras. En la oscuridad te acecharon las
puertas, te aprisionaron las manos, las sábanas del Norte extraviaron al agricultor.
El origen de su nombre es controversial. Nunca hubo parras y actualmente sólo un anciano
y estéril arbusto en el patio de Luis Reinoso. Se recogen algunas informaciones que afirman
que la zona era un inmenso potrero donde se «subaban» o arreaban animales y de la palabra
subar se originó Las Subas que se pronuncia «Las Subas». Sin embargo, la mayoría coincide
en que su nombre viene del aspecto geográfico que tiene la comunidad. Es como una isla en
tierra firme: surcada por riachuelos (Reparadero y Bacuí). Seis son sus vías de acceso, todas
subidas. (de suba: alza, subida).
Algunas fuentes afirman que hubo una época que Las Uvas, era el trayecto más corto para
las peregrinaciones llegar al Santo Cerro. Según se cuenta la gente acudía a este lugar a
caballo y luego de llegar a Las Uvas bajaba y ascendía la subida que conduce a la zona
conocida como «camino real». Esta subida era tan empinada que los viajeros tenían que bajar
de sus monturas y subir los animales. Llegó un momento en que todos los peregrinos cuando
se referían al camino para llegar al Santo Cerro lo hacían con el nombre de «Las Subas» o el
camino de Las subidas. Parece ser que el nombre original era «Las Subas», pero con el pasar
del tiempo la palabra fue metamorfoseándose y como Las Subas su pronunciación suena
igual que Las Uvas se transformó en esta última.
Para llegar a Las Uvas, hay que usar literalmente hablando, escaleras. Las escaleras parten
de abajo y de arriba y se retuercen trepando. Se adelgazan como cables, dan un ligero reposo,
se tornan verticales. Se marean. Se precipitan. Se alargan. Retroceden. No terminan jamás.
¿Cuántas escaleras? ¿Cuántos peldaños de escaleras? ¿Cuántos pies en los peldaños?
¿Cuántos siglos de pasos, de bajar y subir con el libro, con los plátanos, con los huevos, con
37
38
Noveno signo o parte del zodíaco.
Fantasma, en ilusorio con forma de mujer vieja y los pies hacia atrás, que se presenta de noche, al borde de las
corrientes de agua.
79
la yuca, con las botellas, con el pan? ¿Cuántos miles de horas que desgastaron las gradas
hasta hacerlas canales por donde circula la lluvia jugando, cantando y llorando?
! Escaleras!
Ninguna comunidad las derramó, las deshojó en su historia, en su rostro, las aventó y las
reunió como Las Uvas. Ningún rostro de comunidad tuvo estos surcos por los que van y
vienen las vidas, como si estuvieran siempre subiendo al cielo, como si siempre estuvieran
bajando a la creación. ¡Escaleras que medio camino dieron nacimiento a un cardo de flores
purpúreas! ¡Escaleras que subió el cibaeño que volvía del extranjero y que encontró en su
casa una nueva sonrisa o una terrible ausencia! ¡Escaleras por las que bajó como meteoro
negro un borracho que caía! ¡Escaleras por donde sube el sol para dar amor a las colinas!
Si caminamos todas las escaleras de Las Uvas habremos dado la vuelta al mundo.
Lo primero que me impresionó en Las Uvas fue su sentimiento de extensión, su
recogimiento espacial, los inmensos platanales milagrosamente puros, los riachuelos, las
subidas para llegar a ella y sus gentes sencillas.
Amé a primera vista la tierra de Las Uvas y comprendí que de ella salía no sólo una
lección moral para todos los rincones de la existencia humana, una equiparación de las
posibilidades y un avance creciente en el hacer y el repartir, sino que también interpreté que
desde aquel pedazo de tierra, con tanta pureza natural, iba a producirse un gran vuelo. Estaba
seguro que mi año de pasante en aquel lugar, sería de inestimable valor para mi futuro
médico. En la misma noche de mí llegada todo aquello palpitaba: hombres, hojas,
extensiones en que el platanar nuevo comenzaba a vivir. La naturaleza parecía formar una
unidad victoriosa con el hombre.
Me encontraba en medio de una fogata en que parte de los pobladores de Las Uvas, con
vestidos de fiesta, escuchaban las aclamaciones de algunos de los presentes. De aquellas
aclamaciones en Las Uvas tenía que surgir alguna vez el hombre que volaría hacia otros
continentes.
Mientras los campesinos presenciaban el homenaje se descargó una intensa lluvia. Un
rayo cayó muy cerca del lugar, calcinando a un hombre y al árbol que lo cobijaba. Todo me
pareció dentro del cuadro torrencial de la naturaleza. Además, aquella poesía acompañada de
la lluvia estaba ya en mis pensamientos, tenía que ver conmigo.
Las Uvas es secreta, sinuosa, recodera. Se sabe cuánto come, cómo viste (y también
80
cuánto no come y cómo no viste) en el infinito pueblo de las subidas. La ropa a secar
embandera cada casa y la incesante proliferación de pies descalzos delata con su colmena el
inextinguible amor.
Pequeños mundos de Las Uvas, abandonados, sin razón, sin tiempo, como cajones que
alguna vez quedaron en el fondo de una bodega y que nadie reclamó, y no se sabe de dónde
vinieron, ni se saldrán jamás de sus límites. Tal vez en estos dominios secretos, en estas
almas de Las Uvas, quedaron guardadas para siempre la perdida soberanía de la brisa, la
tormenta, el río Bacuí que zumba y parpadea. El río de cada uno, amenazante y encerrado: un
sonido incomunicable, un movimiento solitario que pasó a ser harina y espuma de los sueños.
En las excéntricas vidas que descubrí me sorprendió la suprema unidad que mostraban
para el trabajo, lo devotos a la religión y, su hospitalidad.
Esta hospitalidad comencé a sentirla a mi entrada al caserío. Eran las cinco y treinta de la
tarde cuando lo hice. El sol declinaba y dos nubes que navegaban por el cielo se detuvieron,
cargadas de oro. Una leve bruma dorada cayó sobre los árboles, sobre los rostros de los
hombres y sobre la tierra. La gente saludaba con la señal inconfundible de la alegría dibujada
en sus rostros. Al pasar frente a la escuela, vi entrar una joven a un pequeño colmado, era una
muchacha de largas piernas y una luenga cabellera negra. No pude ver su rostro, pero admito
que me llamó la atención: guardé su desconocida imagen en el último bolsillo de mi alma (o
de mi memoria).
Hace mucho tiempo, el hombre oía extrañado el sonido de un golpeteo regular dentro de
su pecho y no tenía ni idea de su origen. No podía identificarse con algo tan extraño y
desconocido como era el cuerpo. El cuerpo era una jaula y dentro de ella había algo que
miraba, escuchaba, temía, pensaba y se extrañaba; ese algo, ese resto que quedaba al
sustraerle el cuerpo, eso era el alma.
Hoy, por supuesto, el cuerpo no es desconocido: sabemos que lo que golpea dentro del
pecho es el corazón y que la nariz es la terminación de una manguera que sobresale del
cuerpo para llevar oxígeno a los pulmones. La cara no es más que una especie de tablero de
instrumentos en el que desembocan todos los mecanismos del cuerpo: la digestión, la vista, la
audición, la respiración, el pensamiento.
Desde que sabemos denominar todas sus partes, el cuerpo desasosiega menos al hombre.
Ahora también sabemos que el alma no es más que la actividad de la materia gris del cerebro.
81
La dualidad entre el cuerpo y el alma ha quedado velada por los términos científicos y
podemos reírnos alegremente de ella como de un prejuicio pasado de moda. Pero basta que el
hombre se enamore como un loco y tenga que oír al mismo tiempo el sonido de sus tripas. La
unidad del cuerpo y el alma, esa ilusión lírica de la era científica, se disipa repentinamente.
Unos 150 metros más adelante, donde la morena de piernas y cabellos largos me
impresionó, estaba nuestro destino. La doctora Aurora Robles, «Aurorita» como le llamaban
todos, nos recibió en la clínica. Ella aún no había terminado su pasantía y como era mujer,
dormiría en la clínica, mientras yo lo haría en la casa contigua, la que quedaba al Sur, allí
dormí durante dos semanas. Ambas casas se encontraban en la margen occidental de la única
calle estrecha y sin pavimento que tenía Las Uvas, y pertenecían a Danilo Hernández, quien
tenía la mayor rifa de aguante39 de la comunidad.
Todo era misterioso para mí en aquella casa, en los callejones maltrechos, en las
desconocidas existencias que me rodeaban, en el sonido profundo de los insectos lejanos.
Por fin estaba en la casa sin energía eléctrica, que resultó ser una gran casa con una gran
sala y dos habitaciones. Una de ellas ocupaba la cama donde dormiría. Las demás estaban
vacías. Esta casa estaba recién construida, era de madera de clavó aún sin pintar, techada de
zinc y piso de tablas. Tenía un gran patio donde había ocho vacas flacas y un escuálido toro
negro consumido por la lujuria.
La primera noche me encontraba en aquella casa. La cama donde me tocó dormir, tenía
dos características conventuales. Unas sábanas blancas como la nieve y tiesas a fuerza de
almidón; capaces de sostenerse solas en pie. Y una dureza del lecho equiparable a la de la
tierra del desierto; no conocían colchón sino unas tablas tan lisas como implacables. Y de
noche había cucarachas. Sobre las tablas de la cama extraña había un jergón de paja cubierto
de arpillera y, en la oscuridad aquellos bichitos salían de él, retorciéndose a través de
pequeñas fisuras del universo, como hacen las cucarachas, y yo la sentía moviéndose sobre
mi cuerpo como dedos sucios. Al principio, me estremecía y me ponía en pie de un salto,
pisaba con fuerza y me sacudía a ciegas, y lloraba cálidas lágrimas fóbicas. Mi aliento era
como un rebuzno, mientras lloraba. Cuando prendía la luz, las cucarachas se recogían para
39
Rifa. Solteo de una cosa que se hace generalmente por medio de billetes y quinielas. Juego de azar (Lotería).
Rifa de aguante. Sorteo que se hace por medio de la venta de números clandestinamente.
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aguantar el retorno de la oscuridad. No podía dormir; mi batalla contra aquellas criaturas
inmundas agotaba todas mis fuerzas. Caía sobre la cama, y las ratas entraban
aturrulladamente en agujeros de la pared.
Ahora estaba solo, melancólico. Pronto supe, por respiraciones y ronquidos, que dormían
todos. A mi cansancio, tirado en aquella cama extraña, me era difícil conciliar el sueño. Se
oía un silencio de altura, de cumbres solitarias. Sólo algunos ladridos de perros astrales que
cruzaban la noche, sólo el canto de un gallo ebrio preguntándole a otro gallo, la hora, me
confirmaban la noche de Las Uvas.
Observaba a través de la ventana la clínica donde pasaría todo un año. De repente sentí
una influencia extraña y arrolladora que me hundía. Era una fragancia montañosa, un olor a
pradera, a vegetaciones que habían crecido con mi infancia y que yo había olvidado en el
fragor de mi vida ciudadana. Me sentí reconciliado con el sueño, envuelto por el arrullo de la
tierra maternal. ¿De dónde podría venir aquella palpitación silvestre de la tierra, aquella
purísima virginidad de aromas? Así y todo me dormí como un bendito. Sin ningún esfuerzo
entraba a compartir el sueño con la innumerable legión de mosquitos que fusilaban39 El lago
de los cisnes de Tchaikosvski.
5 de junio. Jueves. Corpus Christi.40 Inspección de la clínica. El día aún nacía, en efecto.
Las nubes se habían dispersado, la tierra brillaba, recién lavada, saciada y miraba al cielo con
gratitud. Un guaraguao remontó el vuelo y comenzó a formar círculos sobre la clínica para
secarse las alas. Los gallos batían las alas, se oía rebuznar a los asnos y los terneritos mugían
tiernamente. Entre aquellas voces dispares, las palabras uniformes de los hombres daban a la
atmósfera una nota de seguridad y dulzura. Este local, donde me alojaría, tenía un jardín
39
Fusilar en República Dominicana equivale a grabar (o apropiarse) una canción en otro ritmo diferente al
original.
40
Jueves. Sexagésimo día del domingo de Pascua de Resurrección, en el cual celebra la Iglesia católica la
festividad de la institución de la Eucaristía (acción de gracia, sacramento instituido por Jesucristo). La fiesta del
Copus Cristi, que la Iglesia Católica celebra, fue instituida el 2 de octubre de 1264 mediante la bula Transituurs
del Papa Urbano IV, con el objeto de reafirmar «la verdad primera real y sustantiva» del cuerpo y sangre de
Cristo que está `presente en la Eucaristía.
83
desordenado, con un camino de piedra que a mí me pareció que lo dividía en dos,
menoscabado por la lluvia. Salvo mi insignificante persona nadie entraba jamás en la
sombría soledad donde crecían las yerbas, las madreselvas, los cadillos, el caldo santo y mi
admiración. Por cierto que había en aquel jardín extraño otro objeto fascinante: era un viejo
neumático, huérfano de un naufragio, que allí en el jardín yacía sin olas ni tormenta,
encallado entre las yerbas, criadero de insectos.
Porque lo extraño de aquel jardín salvaje era que por designio o por descuido había
solamente amapolas. Las otras plantas se habían retirado del sombrío recinto. Las había
grandes y blancas como palomas, escarlatas como gotas de sangre, moradas como viudas
olvidadas. Yo nunca había visto tanta inmensidad de amapolas y nunca más las he vuelto a
ver. Aunque las miraba con mucho respecto, con cierto supersticioso temor que sólo ellas
infunden entre todas las flores, no dejaba de cortar de cuando en cuando alguna cuyo tallo
quebrado dejaba una leche áspera en mis manos y una ráfaga de perfume inhumano. Luego
acariciaba y guardaba en un libro los pétalos de seda suntuosos. Eran para mí alas de grandes
mariposas que no sabían volar. Aridio Gómez las cambió por rosas y sólo dejó la amapola
blanca: él decía que eran de mal augurio.
En realidad esta clínica era mucho mejor que la de Vallejuelo. Era una construcción de
tabla de palma real con el frente de madera de roble, pintada toda de verde; alquilada por
SESPAS, localizada a la salida que da a Cayetano Germosén (o Guanábano), en una de las
puertas de entrada (o de salida) a Las Uvas. La experiencia vivida en Vallejuelo hizo que
investigara de inicio la letrina.
Las tazas de los retretes en los cuartos de baño modernos se elevan del suelo como flores
blancas de nenúfar. El arquitecto hace todo lo posible para que el cuerpo olvide sus miserias
y el hombre no sepa qué pasa con los residuos de sus entrañas cuando rumorea por encima de
ellos el agua violentamente salida del depósito. Los tubos de la canalización, aunque llegan
con sus tentáculos hasta nuestras casas, están cuidadosamente ocultos a nuestra vista y
nosotros no sabemos nada de la invisible Venecia de mierda sobre la cual están edificados
nuestros cuartos de baño, habitaciones, salas de baile…
El retrete de la clínica rural de Las Uvas era menos hipócrita; era de madera de palma,
techado de zinc. El suelo, en lugar de piedra, era de cemento; el cajón, también de cemento,
se elevaba del suelo abandonado y mísero. Su forma no semejaba la de la flor del nenúfar,
84
sino que aparentaba aquello que era: la terminación ampliada de un pozo ciego. El piso
estaba roído en todo su derredor. Esto me hizo observar que al menos, conocer el estado
digestivo de los cibaeños no es ningún problema en una casa con papel de retrete en lugar de
paredes, tusas y holcones.
La primera vez que entré a la letrina no pude sentarme en el cajón, así que me coloqué en
cuclillas sobre él y el deseo de vaciar las tripas, de repente me invadió, era un deseo de ir
hasta el límite de la humillación, de ser cuerpo lo más plenamente posible, ese cuerpo del
cual decía mi madre que no sirve más que para comer y defecar. Vacié mis tripas y tuve en ese
momento una sensación de infinita tristeza y soledad. No hay nada más mísero que un cuerpo
desnudo acuclillado encima de la terminación ampliada de una tubería de desagüe.
Mi alma había perdido la curiosidad del espectador, la malicia y el orgullo: volvía a estar
en algún sitio de las profundidades del cuerpo, en su más lejana entraña y aguardaba
desesperada por si alguien la llamaba para que saliera a la superficie.
Me bajé del cajón. El alma temblaba dentro del cuerpo desnudo y rechazado. Aún sentía
en el ano el tacto de la tusa con la que me había limpiado en Vallejuelo.
Y en ese momento sucedió algo inolvidable: noté el roído del piso en todo derredor del
retrete. Y sentí la necesidad de buscar una forma de poder permanecer en aquella letrina sin el
temor de que pudiera derrumbarse y evitar el peligro de ahogarme en mierda. Hacía apenas
una semana que había leído en un diario de circulación nacional sobre la muerte de un joven.
Murió ahogado en un hoyo de letrina.
Otro diario, el Sunday Times,41narra cómo murió Iakov, el hijo de Stalin. Preso en un
campo de concentración alemán durante la segunda guerra mundial, compartía su
alojamiento con oficiales británicos. Tenían el retrete en común. El hijo de Stalin lo dejaba
sucio. A Los ingleses no les gustaba ver el retrete embadurnado de mierda, aunque fuera
mierda del hijo de quien entonces era el hombre más poderoso del mundo. Se lo echaron en
cara. Se ofendió. Volvieron a reprochárselo una y otra vez, le obligaron a que limpiase el
retrete. Se enfadó, discutió con ellos, se puso a pelear. Finalmente solicitó una audiencia al
comandante del campo. Quería que hiciese de juez. Pero aquel engreído alemán se negó a
hablar de mierda. El hijo de Stalin fue incapaz de soportar la humillación. Clamando al cielo
terribles insultos rusos, echó a correr hacia las alambradas electrificadas que rodeaban el
41
1980.
85
campo. Cayó sobre ellas. Su cuerpo, que ya nunca ensuciará el retrete de los ingleses quedó
colgando de las alambradas.
El hijo de Stalin no tenía una vida fácil. Su padre lo había concebido con una mujer a la
que, después, según todos los indicios, asesinó. El joven Stalin era por tanto hijo de dios
(porque su padre era venerado como un Dios) y, al mismo tiempo, réprobo. La gente lo temía
por partida doble: podía hacerles daño con su poder (al fin y al cabo era hijo de Stalin) y con
su favor (el padre podía castigar a sus amigos en lugar de hacerlo con el hijo réprobo).
El hijo de Stalin dio su vida por la mierda. Pero morir por la mierda no es una muerte sin
sentido, los alemanes, que sacrificaban su vida para extender el territorio de su imperio hacia
oriente, los rusos, que morían para que el poder de su patria llegase más lejos hacia occidente,
ésos sí, ésos morían por una tontería y su muerte carece de sentido y de validez general. Por el
contrario, la muerte del hijo de Stalin fue, en medio de la estupidez generalizada de la guerra,
la única muerte metafísica.
A pesar de que Iakov tuvo una muerte con sentido, yo no quería ese tipo de muerte. Esto
me obligó a tomar la precaución de lugar para no morir ahogado por la mierda de otros. Tomé
un cordón de bandera y lo até a una rama de un árbol de aguacate que había frente a la letrina.
Pasé la fina soga de esparto por encima del dintel y desde que entraba a la letrina, con fines de
bañarme, mear o defecar, me ataba la cuerda a la cintura. Con esta medida estaba
previniendo, en caso de que el piso se derrumbara, caer en el pozo séptico.
La gente, en su mayoría, huye de sus penas hacia el futuro. Se imaginan, en el correr del
tiempo, una línea más allá de la cual sus penas actuales dejarán de existir. Pero yo no veía
ante mí rayas como esas. Lo único que podía consolarme era mirar hacia atrás, porque
entiendo que es la manera de prevenir el desastre. Por eso al ver el piso de la letrina roído fui
hacia atrás y recordé la muerte del joven en el hoyo de letrina y la de Iakov: ambos murieron
de maneras diferentes, pero por la misma razón.
Días después, Carmen Suriel intrigada, preguntó, para qué era la cuerda atada a la rama de
lauráceas y cuando le expliqué no quiso creerlo, pero finalmente terminó confirmándolo.
Cuánta verdad, pensé. Pronto tendría tracoma, infecciones del oído interno, disentería,
enfermedad de las vías urinarias. Paludismo, Tuberculosis, Fiebre tifoideas. Y ya se hablaba
de una nueva asesina secreta, de una cosa sin nombre. Las putas se estaban muriendo de eso
—convirtiéndose en esqueletos vivientes y pasando luego a mejor vida, según el rumor— y
86
los chulos42 del Cibao lo estaban silenciando. No es que hubiera muchas posibilidades (diría
yo ninguna) de que yo entrara en contacto ahora con ninguna puta.
Mientras las cucarachas se arrastraban y los mosquitos picaban, sentí que la piel se me
caía realmente del cuerpo, como había soñado hacía tiempo que ocurriría. Pero, en esta
versión del sueño, mi piel, al pelarse, se llevaba con ella todos los elementos de mi
personalidad que pudieran ser negativos. Me estaba convirtiendo en alguien, en un médico;
o, mejor, me estaba convirtiendo en lo que había hecho de mí. Era lo que el guardián veía, lo
que mi nariz olía en mi cuerpo; aquello a lo que las ratas empezaban a aproximarse, con
entusiasmo creciente. Era un médico pasante.
6 de junio. Viernes. He empezado a trabajar un poco. Un poco tímido. Además, perdido
entre estas gentes extrañas. Al llegar a Las Uvas, no me imaginé que me pasaría todo lo que
narraré aquí, pero sí me encontré con la triste realidad de la familia de Juan Hernández y su
mujer Juana Peralta (Juanita). Juan era conocido popularmente por el apodo de Juan
checheré. Uno de sus hijos, Juan Reinaldo Hernández (Tito), estaba en la fase terminal de una
Insuficiencia Renal Crónica. Juan se sentía cada vez peor. Sus riñones se resistían a continuar
su labor; por mucho que se insistiese, no trabajaban. Tenía anasarca y cara de luna llena y piel
con una palidez blanco hueso, realmente estaba jojoto.43 De su estómago salían
descomunales eructos que iban abriéndose paso a través del tracto digestivo. Algunos
escapaban ruidosos. Otros, nuevos cachorritos quedaban alojados en el pecho y le producían
un ardor muy intenso.
La causa material de la mala salud de Tito era, sus familiares estaban convencidos, el
consumo excesivo de gaseosas. Pero había otras razones, más sutiles. La gente que lo
visitaba lo estaba matando antes de que la muerte se lo llevara; comentaban y le daba pena la
situación del enfermo, preguntaban que si ya lo habían confesado…
La única solución era un trasplante renal. Por lo que los médicos que lo atendían, en el
hospital Licenciado José María Cabral y Báez de Santiago, ante la imposibilidad del
trasplante y la solicitud de la familia que deseaban que el enfermo muriera en la paz del
hogar, se lo entregaron a la familia.
Lo primero que hizo la familia del adolescente cara de Luna llena fue buscarme para saber
42
43
Chulo. El que trafica con mujeres públicas.
En el Cibao, persona anémica, hinchada, que padece de anasarca.
87
qué enfermedad estaba afectando a su hijo. Es costumbre de la gente de nuestros pueblos,
cuando tiene una enfermedad que ha sido declarada incurable, acudir en busca de la opinión
de otros médicos, sin nunca declarar el estado de enfermedad anterior.
Visité al muchacho que estaba en cama crónicamente enfermo. Yo, me encontraba sentado
junto a la mesita que habían acercado a la cama y observaba al paciente, que me contemplaba
a la vez. «No hay remedio», dijo el enfermo, no como si preguntase, sino como si diera una
respuesta. Abrí un poco un enorme libro de Medicina Interna que había colocado al borde de
la mesita, lo miré fugazmente y desde lejos, y dije cerrando el libro de golpe: «El remedio
está en un trasplante.» Y al ver que el enfermo apretaba los ojos con fuerza, añadí:
«Trasplante renal, en los Estados Unidos.» «Queda muy lejos», dijo el enfermo. Y a seguidas
agregó: «Puedo soportarlo todo, todo, salvo la hediondez del cuerpo que se descompone.» He
leído en narraciones históricas otro cuerpo atroz que aún vivía. Comía, hablaba, suspiraba…
y se descomponía. Era el rey Herodes, una gran alma condenada. Mató a la mujer que amaba,
la hermosa Mariana; mató a sus amigos, sus generales, sus hijos. Conquistó reinos, construyó
torres, palacios, ciudades y alzó en Jerusalén un Templo más suntuoso que el antiguo Templo
de Salomón. Grabó profundamente su nombre en las piedras, en el bronce, en el oro. Tenía
sed de inmortalidad. Y súbitamente, en el apogeo de su gloria, el dedo de Dios le tocó en el
cuello y su cuerpo comenzó a pudrirse. Tenía hambre, comía incesantemente y nunca estaba
saciado. Sus intestinos no eran más que una larga llaga fétida, y hasta el punto tenía hambre
que los chacales oían de noche sus gemidos y temblaban. Su vientre, sus pies, sus sobacos
habían comenzado a hincharse. Salían gusanos de su sexo, que fue lo que primero se pudrió.
El hedor era tal que ningún ser humano podía acercársele. Los servidores se desvanecían. Lo
llevaron a las fuentes termales de Callirroé, cerca del Jordán, pero su estado empeoró. Lo
sumergieron en aceite caliente, pero continuó empeorando. Un rabino tenía entonces
reputación de curar y de exorcizar enfermedades; alguien se lo contó al rey y éste lo mandó
llamar. Lo habían llevado a los huertos de Jericó. La fetidez se difundía de Jerusalén hasta el
Jordán. Cuando se acercó a él por vez primera se desvaneció. Preparó ungüento y con ellos le
untó el cuerpo. Bajaba la cabeza a escondidas y vomitaba. Pensaba: «Este es un rey, he aquí
lo que es el hombre: inmundicia y hedor. ¿Dónde está el alma que ponga orden en el cuerpo?»
Cuando salía del bohío donde descansaba el muchacho enfermo, el señor Pedro Antonio
Sarete (Chele Sarete) me interceptó, me llamó aparte y susurró al oído:
88
— Hablando de doctoi a doctoi ¿qué opina usted del enfermo?
No estaba seguro de lo que escuchaba y me palpé la oreja como para confirmar. El
pabellón de mi oreja se palpaba fresco, áspero, frío y jugoso como una hoja. La conversación
se interrumpió con la llegada de Pedro Custodio Guerrero, que me buscaba…
Me presentarían los promotores de salud de la clínica. Estaban presente: El supervisor
Miguel Ángel Bidó (de Las Yayas); Pedro Custodio Neris (presidente); Esperanza Núñez
(promotora de Las Uvas); Proniana Peña, alias Conán (promotora del Toronjo); Estela la de
Quico Duarte (promotora de Magüey); Aida Guerrero alias Shira (promotora de El Fundo) y
el médico pasante de la clínica que era yo. Belen , Rosa García, Nana,
Estos promotores eran los llamados a educar a la población de sus comunidades y
dedicaban todo el día a esta labor. Ellos aparecieron en el escenario de los comités de salud a
partir de 1978, en el marco de la estrategia de la atención primaria en salud, y la política de
salud para todo en el año 2000, de Alma Acta, en la URSS.44
Para alcanzar la meta de la salud para todos en el año 2000 en el país era indispensable
disponer de un número suficiente de trabajadores de salud debidamente adiestrados. La
preparación de agentes de salud suficientemente capacitados para atender las necesidades
presentes y futuras de actividades en el sector de la salud y otros afines representa el
desarrollo de los recursos de personal de salud.
Para garantizar el éxito de los comités de salud, sus promotores debían ser adiestrados,
contratados o empleados por otro concepto de manera apropiada, debidamente retribuidos, y
de que se les ofrecieran suficientes perspectivas profesionales para inducirles a seguir
trabajando en el sistema de salud. Los promotores deben proceder de la misma comunidad y
ser elegidos por ésta. Normalmente los promotores que ejercen en dedicación exclusiva o
parcial son retribuidos, en caso de los promotores de La Uvas, apenas recibían la mísera
suma de 60 pesos dominicanos.
7 de junio. Sábado. Callejones de Las Uvas. Por la mañana, nada singular. Me lo pasé
reconociendo las actividades que hacía Aurora en la clínica. Ella me informa que no hay
medicamentos. Los encargados de compras y suministros deberán adoptar las disposiciones
necesarias para aprovechar las instalaciones y el equipo existente y hacer las gestiones
indispensables para adquirir los medicamentos necesarios, y sobre todo, velar porque lleguen
44
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
89
oportunamente.
Al inicio de la noche visita a Tito. Más tarde, en la esquina de Víctor Rodríguez. Cuando
una formación desorganizada, que sólo tiene en sí la mínima coherencia necesaria,
imprescindible para la simple subsistencia insegura, se ve exhortada de pronto a efectuar
unas actividades limitadas en el tiempo ( y por lo mismo necesariamente enérgicas), o al
propio desarrollo, o a expresarse con palabras, entonces se da una respuesta amarga, en la que
se mezclan el orgullo por lo alcanzado—que sólo se puede soportar con todas las fuerzas no
ejercidas—, una pequeña ojeada retrospectiva sobre los conocimientos que escapan
sorprendidos y que son especialmente movibles porque eran más presentidos que arraigados,
y finalmente el odio y la admiración del ambiente.
8 de junio. Domingo. Cumpleaños. Precisamente fue primavera y florecían las lilas
cuando llevaron a mi madre a la maternidad. Allí tras varias horas de dolores, salí a la sucia
sábana del mundo. Al nacer, me correspondió el nombre de Maximino Obispo Merejo,
extraído, según la tradición de la época, del Almanaque Bristol, por fortuna, mi madre me
llamó Rubén Darío45 como el poeta Nicaragüense, el cual ha quedado en la historia literaria
como el hombre más destacado del modernismo.
Me pasaron luego en una cuna pequeñita junto a su cama, desde donde ella podía oír mis
dulces vagidos; tenía el cuerpo dolorido, pero lleno de orgullo.
Este cumpleaños pasó desapercibido. Me hubiera gustado no saber mi fecha de
nacimiento, pues así no me preocuparía por medir la longitud de mi vida. Aunque estoy
seguro (si analizo mis ancestros masculinos) que será muy larga. El viejo Elías Franco, mi
abuelo paterno, murió ciego, después de haber pasado el siglo. Manuel Mateo Pimentel, el
materno, fue un octogenario. Mis abuelas (paterna y materna) murieron prematuramente,
ambas de cáncer cérvico uterino, antes de los 40 años. La abuela materna tuvo cuatro hijos;
uno se hizo abogado: Luis Díaz; otro se convirtió al cristianismo desde muy joven: Manuel
Efraín Pimentel; otro inició la historia de la medicina familiar al hacerse médico
Gineco-Obstetra: Víctor Bolívar Díaz y, mi madre que ejerció el duro y difícil oficio de ser
45
Félix Rubén García Sarmiento, llamado Rubén Darío, poeta y escritor nicaragüense (1867-1916). El ritmo y
la armonía de sus composiciones y el gusto refinado en la elección de los temas le han valido ser considerado
como la figura máxima de la lírica contemporánea, cuya influencia a ha extendido
90
madre.
Al aparecer la primera sombra de la noche, salí a la única calle despavimentada y
polvorienta que dividía esta comunidad en dos mitades, y en el centro, en la esquina formada
por las casas de Félix Reinoso, la del juego de billar, la Iglesia y el colmado de Víctor
Rodríguez, se originan el callejón de los La Paz que conduce al Fundo, y el callejón de los
Abréu; allí vi por primera vez a María Victoria Ureña, conocida popularmente como la
locutora. Luego cuando me paraba frente a la iglesia, siempre que iba donde Víctor
Rodríguez, me encontraba con la locutora que de continuo lanzaba miradas que me
ruborizaban. Lo que yo tenía de tímido y de silencioso lo tenía ella de precoz y coqueta (o de
chibirica).46 Esa vez, parado en la puerta del colmado de Víctor, trataba de no mirarla. Pero
la coquetería de María Victoria, me impulsaba a mirar.
¿Qué es coquetería? Podría decirse que es un comportamiento que pretende poner en
conocimiento de otra persona que un acercamiento sexual es posible, de tal modo que esta
posibilidad no aparezca nunca como seguridad. Dicho de otro modo: la coquetería es una
promesa de coito sin garantía.
María se paraba en la puerta de la iglesia y coqueteaba conmigo. ¿Me desagradaba esa
permanente marea de frases ambiguas, anécdotas, ofrecimientos, sonrisas y miradas? En
absoluto. Aunque no estoy seguro de que realmente ella estuviera coqueteando, más bien
creo que esa es su forma natural.
El equilibrio entre la promesa y su falta de garantía (¡en el que reside precisamente el
virtuosismo en la coquetería!) queda roto. Promete con demasiado fervor, sin dejar
suficientemente clara la falta de garantías de la promesa. En otras palabras, María, le parece a
todo el mundo excepcionalmente accesible. Y cuando los hombres reclaman después el
cumplimiento de lo que a su juicio les fue prometido, topan con una violenta resistencia que
no pueden explicarse más que suponiendo que María es mala y taimada.
En la iglesia, volví a estar de frente a María Victoria. Ayer, su cuerpo era más hermoso que
su rostro, que parecía más delgado que de costumbre, de suerte que la frente, que se le llena
de arrugas a las primeras palabras, llamaba demasiado la atención. El cuerpo, de estatura
media y hermosas curvas, no correspondía ayer a su rostro; me recordó vagamente los seres
híbridos, como náyades, sirena, centauros. Luego, cuando la observé de cerca, con el rostro
46
Chibirica. Mujer coqueta (N del A.)
91
contraído, el cutis impuro, perjudicado por el maquillaje, con una mancha en la blusa azul
marino de manga corta, fue como si tuviese que hablar a una estatua en medio de un círculo
de espectadores implacables. Daba la impresión de la chiquilla sucia, descalza, que corría
con su camisita y el cabello flotando al viento. El alma del niño es una página en blanco.
Mi desconfianza hacia la gente (mis dudas con respecto a que tengan derecho a decidir
acerca de lo que me concierne y a juzgarlo) tuvo probablemente algo que ver en la elección
de la profesión que acababa de finalizar, que descartaba cualquier posibilidad de relación con
el público. Cuando alguien elige, por ejemplo, una carrera política, opta libremente por hacer
del público su juez, en la ingenua y manifiesta confianza de que logrará su favor. Un eventual
rechazo de las masas le estimula para lograr metas aún más difíciles, del mismo modo en que
la dificultad de un diagnóstico me estimulaba.
El médico (a diferencia del político o del actor) sólo es juzgado por sus pacientes y por sus
colaboradores más próximos, o sea entre cuatro paredes y a la vista de sus jueces. Puede
responder inmediatamente a las miradas de quienes lo juzgan con su mirada, puede
explicarse o defenderse. Pero ahora me encontraba (por primera vez en la vida) en una
situación en la que se fijaba en mí un número de ojos mayor de lo que era capaz de registrar.
No podía reprenderles ni con una mirada, ni con palabras. Estaba a su merced. Se hablaba de
mi en la clínica (en aquella época, Las Uvas, nerviosa, comunicaba las noticias acerca de
quién había defraudado, qué había denunciado, quién había colaborado, con la extraordinaria
rapidez de un tamtam africano), y yo lo sabía pero no podía hacer nada por remediarlo. Yo
mismo estaba sorprendido de lo insoportable que aquello resultaba y de la sensación de
pánico que me invadía. El interés que aquella gente sentía por mí resultaba tan desagradable
como una aglomeración o como el contacto de la gente que nos arranca la ropa en nuestras
pesadillas. No escribo esto porque no lo sepa, sino porque tal vez es bueno escribir a menudo
lo que nos sirve de advertencia.
La timidez es una condición extraña del alma, una categoría, una dimensión que se abre
hacia la soledad. También es un sufrimiento inseparable, como si se tienen dos epidermis, y
la segunda piel interior se irrita y se contrae ante la vida. Entre las estructuraciones del
hombre, esta calidad o este daño es parte de la aleación que va fundamentando, en una larga
circunstancia, la perpetuidad del ser.
Mi lluviosa timidez duró más de lo necesario. Cuando llegué a Las Uvas adquirí
92
lentamente amigos y amigas. Mientras menos importancia me concedían, más fácilmente les
daba mi amistad. No tenía en esa etapa gran curiosidad por el género humano; no puedo
llegar a conocer a todas las personas de este mundo, me decía. Y así y todo surgía en ciertos
medios una pálida curiosidad por este nuevo médico de unos veinte y tantos años, joven
reticente y solitario a quien se veía llegar y partir con solo dar los buenos días y despedirse.
Fuera de que iba vestido con unas anchas camisas a rayas, pantalones sin correa y un gran
sombrero de cana (o paba)47que me hacía semejar un espantapájaros. Nadie sospechaba que
mi vistosa indumentaria era directamente producida por mi forma natural de ser.
Toda mi vida he tenido una cierta sospecha en cuanto a mí mismo. Pero ocurría sólo de
vez en cuando, en medio había largos intervalos que bastaban para olvidar. Eran, además,
cosas insignificantes, que también se dan en otras personas y que en ellas no tienen mayor
importancia, por ejemplo el asombro que produce el propio rostro reflejado en el espejo, o la
nuca o incluso la figura entera, cuando de pronto uno pasa por la calle delante de un espejo.
O una sospecha semejante a la que siente un niño adoptado respecto a sus padres
adoptivos, aunque se le eduque cuidadosamente en la creencia de que los padres adoptivos
son sus verdaderos padres. La sospecha está ahí, por más que los padres adoptivos quieran al
hijo como si fuese propio y no escatimen las muestras de cariño y de paciencia, es una
sospecha que acaso se ponga de manifiesto sólo de vez en cuando y tras largos intervalos,
sólo en ocasiones breves y fortuitas, pero que está viva, que, cuando descansa, no desaparece
sino que hace acopio de fuerzas, y en un momento propicio, de un salto, se convierte de
malestar mínimo en una sospecha grande, violenta, maligna, que no admite trabas y que
destruye sin vacilar todo lo que hay en común entre el sospechoso y lo sospechado. Paíta,48
tiene cierta sospecha de su padre, y nota que se agita en él, igual que la mujer embarazada
nota el movimiento del niño, y sabe además que no sobrevivirá a su nacimiento real. ¡Vive,
hermosa sospecha, dios grande y poderoso, déjala morir a mí, que te he traído al mundo a ti,
que dejaste que yo te trajera al mundo!
9 de junio. Lunes. Solo en la consulta. Se inician los nerviosismos. Pero si puedo hacer
algo, entonces puedo hacerlo sin medidas de precaución supersticiosas.
Por la mañana, consulta. Por la tarde, estoy verdaderamente muy fatigado al final de mi
47
48
Sombrero de ala grande, viejo o pasado de moda.
Joven chofer de Las Uvas. Vivía en el camino real.
93
quinto día de trabajo. No quiero decir, sin embargo, que me sienta descorazonado o
deprimido o derrotado. Me he enfrentado al sistema cara a cara por primera vez en mi vida,
plenamente decidido a actuar dentro de su marco como observador y crítico de incógnito,
como si dijésemos. Si hubiera más empresas como SESPAS, estoy seguro de que las fuerzas
laborales de República Dominicana se ajustarían mejor a sus tareas. Allí no se importuna en
absoluto al trabajador que es claramente digno de confianza, pero he aquí lo negativo: El
pasante labora sin medicamentos, sin supervisión.
Un conjunto de hombres que son amos y criados. Rostros trabajados, que brillan con vivos
colores. El señor se sienta y el criado le trae los manjares en la bandeja. Entre ambos no hay
una gran diferencia, ninguna diferencia que pueda estimarse distinta a la que existe, por
ejemplo, entre un hombre que, por la coincidencia de innumerables circunstancias, es inglés
y vive en Londres, y otro que es dominicano y que en ese mismo momento cruza el mar en un
bote, solo en medio de la tormenta. Sin duda el criado —aunque solo en determinadas
circunstancias— puede convertirse en señor, pero esta cuestión, cualquiera que sea la
respuesta que pueda dársele, no altera para nada los hechos, puesto que se trata de la
valoración actual de unas relaciones actuales.
Generalmente, el que uno busca, vive al lado. Es algo que no puede explicarse fácilmente;
en principio hay que aceptarlo como un hecho experimentado. Tiene unas razones tan
fundadas, que uno no puede evitarlo aunque se lo propusiera. Esto se debe a que uno no sabe
nada del vecino que busca. No sabe ni que lo busca ni que vive al lado, pero luego resulta
indudable que vive al lado. Esta experiencia generalizada hay que conocerla como tal, por
supuesto; este conocimiento no estorba en lo más mínimo, aunque uno lo tenga siempre
presente intencionalmente.
Entre la gente que me buscó estaba la familia Custodio Guerrero: Pedro Custodio Neris,
su esposa doña María Mercedes Guerrero (Miscelania) y sus cuatro hijos: Carlos, Amparo,
Pedro hijo y Jovania. Los Custodio Guerrero me invitaron muchas veces, gentiles y discretos,
sin hacer caso a mis diversas capas de alegría y aislamiento. Me iba contento de su casa, y
ellos lo notaban y volvían a invitarme.
Por esos días vi en Las Uvas una señora alta, con vestido largo y zapato de taco bajo. Era
la directora de la escuela. Se llama Bertha Custodio Neris.
Yo la miraba pasar por los callejones de Las Uvas con sus vestidos largos y le tenía temor.
94
Pero, cuando me llevaron a visitarla, la encontré agradable y el temor desapareció. De
inteligente vivacidad, orgullosa y modesta. En su rostro tostado en que la sangre mestiza
predominaba como un bello cántaro taíno, sus dientes blanquecinos se mostraban en una
sonrisa plena y generosa que iluminaba la habitación.
En esta habitación, que correspondía a la casa de sus ancestros, conocí a la profesora y a
su esposo Manuel Taveras, a su abuela, la matriarca doña Iginia La Paz (conocida como Pun
pun) y a su madre, María Onoria Neris (o mamá Nona). Supe que la edad de Pun pun
suparaba el siglo. Pude percibir cómo Pun pun leía la Biblia sin necesidad de lentes. Pero lo
que más me llamó la atención fue el pijama (o bata de dormir) de Pun pun. Aprovechaba toda
ocasión para mirarlo de reojo, con intensa admiración. Estábamos en primavera (si es que
podemos llamar primavera en nuestro país a la tercera semana de junio) y aquél era un pijama
de paño grueso, como de tela de billar, pero de un azul ultramar. Yo no concebía entonces
otro color de pijama que las rayas como de uniformes carcelarios. Este de Pun pun se salía de
todos los marcos. Su paño grueso y su resplandeciente azul avivaban la envidia de un médico
pasante que creció en el barrio de Villa Majega de la ciudad de Baní. Pero, en verdad, jamás
en veinte años he encontrado un pijama como aquél.
A mamá-Nona, le dio por vagar descalza por la casa grande y olorosa de la matriarca Pun
pun en el callejón de los Neris, durante las rachas de insomnio que, por algún tiempo, se
convirtieron en su dolencia nocturna y, durante esas odiseas noctívagas, abría
invariablemente todas las ventanas de par en par: primero las ventanas interiores con
mosquiteros cuya tela metálica de finas mallas protegía la casa de los diminutos mosquitos,
luego los postigos de listones de madera. Como consecuencia, mamá-Nona, de 83 años
—cuyo mosquitero48 personal tenía, con el paso de los años, algunos agujeros pequeños pero
importantes que ella era demasiado miope o demasiado tacaña para observar—, se
despertaba cada mañana por las molestas picaduras de sus antebrazos delgados y huesudos y
soltaba un débil chillido al ver a las moscas zumbando, en torno a la bandeja de café matutino
que había dejado a su lado María Eduviges López, la nieta (que huía velozmente).
Mamá-Nona se dedicaba, con inútil frenesí a rascarse y dar manotazos, arremetiendo en
torno a su cama, y derramando a menudo el café sobre las sábanas o sobre su camisón, de alto
cuello de volantes que ocultaba el cuello de la propia mamá Nona, en otro tiempo de cisne
48
Colgadura de la cama que sirve para impedir que entren los mosquitos.
95
pero ahora más bien corrugado. Y mientras la paleta matamoscas de su mano derecha azotaba
y golpeaba, mientras las largas uñas de su mano izquierda rastrillaban su espalda en busca de
unas picaduras de mosquito cada vez más esquivas, el gorro de dormir de mamá Nona se le
resbalaba, dejando al descubierto un revoltijo de cabello blanco y serpentino, a través del
cual se podían ver muy fácilmente (¡ay!) zonas de moteado cuero cabelludo. Cuando la joven
Eduviges, que escuchaba junto a la puerta, consideraba que los ruidos de la furia de su
aburrida abuela (juramentos, destrozos de porcelana, los importantes palmetazos del
matamoscas, el desdeñoso zumbido de los insectos) estaban llegando a su apogeo, adoptaba
su sonrisa más dulce y se presentaba tan fresca ante la abuela con un alegre saludo matutino,
sabiendo que la madre de los Custodio Neris llegaría al paroxismo de su cólera salvaje con la
llegada de aquella juvenil testigo de su impotencia de vejestorio, con el pelo en desorden,
arrodillada sobre unas sábanas manchadas, agitando el alzado matamoscas como una varita
mágica rota y buscando un escape para su rabia, aullaba como un bicho raro, al ver, a la
intrusa Eduviges para secreta alegría de la chica.
Perdí de vista a mamá Nona (murió el 13 de diciembre de 1986, a los 90 años) y a la
matriarca Pun pun (murió el 3 de marzo de 1989, a los 117 años). Ellas abandonaron este
mundo.
Sobre Manuel Taveras me vienen a la memoria gratos recuerdos también. Manuel me
invitaba con cierta frecuencia a comer «toto tuerco», o «corre que me cago», o «culito sucio»,
así le llamaba él al plato que preparaban en el Cibao (o en Las Uvas) y que es el equivalente
al llamado «Chambre».49 Aún recuerdo cuando doña Bertha metía el cucharón en la panzuda
sopera, disponiéndose a repartir el chambre. Todavía acudo, a Los Mameyes de Santo
Domingo, algunos fines de semanas, donde Manuel Taveras y doña Bertha Custodio a
comerme un sabroso «culito sucio».
Manuel y Bertha tuvieron cuatro hijos ejemplares: Milta Altagracia (ahora secretaria
ejecutiva), Juan José Lisandro (Ingeniero civil), Luis Wascar Manuel (Sacerdote) y Manuel
María, a quien le llamaban Villena.
10 de junio. Martes. Desde el alba y durante todo el día, pero mucho más de noche, cuando
49
Salcocho o sancocho. Típica comida nacional compuesta generalmente de varias carnes (cerdo, pollo, chivo,
vaca, etc.) y plátanos, y yuca, auyama, todo lo cual cocido por una o más horas, ofrece un riquísimo caldo. Es
muy parecido al ajiaco cubano, pero sin picantes. Se le acompaña con arroz y aguacate. En los campos del
(completar)
96
nadie la veía, la primavera se abría paso suavemente en la tierra y las piedras, y ascendía
desde el suelo de Las Uvas. Me quedaba acechando el yucal del frente de la clínica y sólo
algunas veces pude verla asomarse. Las pocas veces que pude atraparla, ella siempre me
invitó a la contemplación.
Así como la invitación de la primavera, recibí muchas otras. De Miguel Frías, la cual
siempre rechazaba, porque era para que me tomara un trago; de Romelio Durán (Lulín),
Francisco Roque y otros tantos, con las mismas pretensiones. Lulín era barrigudo y
tabernero, el ebanista del pueblo, el que hacía los ataúdes de los que morían en Las Uvas.
Siempre andaba en su motor, como una jicotea, con su barriga a cuestas; se daba unas
jarturas [sic]50 que luego tenía que pasarse una escoba —decía él—por su enorme vientre
distendido para poder dormir.
11 de junio. Miércoles. La soledad verdadera la conocí en aquellos primeros días en Las
Uvas. No tuve más compañía que seis anoréxicas y desnutridas vacas y un misterioso toro
negro (corrían rumores que este toro era el bacá51 de Danilo Hernández), mi trabajo, un
millón de ratas que hicieron lo imposible para desalojarme de aquel lugar y Aridio Gómez
que me servía y regresaba a su bohío por las noches. Este hombre (que siempre cargaba un
afilado machete sin baqueta)52 no era propiamente compañía; su condición de servidor
cibaeño lo obligaba a ser más silencioso que una sombra. Le apodaban o le apodan «El
Cojo». No era preciso ordenarle nada, pues todo lo tenía listo. Parecía que se le había
olvidado el lenguaje. Sólo sabía sonreír con grandes dientes de caballo.
50
51
Dominicanismo equivalente a hartura (comilón). (N del A).
En la República Dominicana existe la creencia de que cuando una persona tiene mucho dinero es porque
tiene un contrato con el diablo, es decir, tiene un bacá. La creencia en el Baká o el Bacá es muy difundida en la
región sur, particularmente en la zona fronteriza, pero también se observa en otras zonas como Las Uvas, por
ejemplo. Según los propios creyentes, el bacá pasa a ser uno de los seres más terribles y perversos, dentro de la
magia vuduista. Con el vocablo de bacá se designa a un espíritu maligno que ronda y protege, bajo la apariencia
de un animal, las propiedades de su dueño. También se emplea para cuidar casas, sembrados, ganados, etc.; para
ahuyentar ladrones y perseguir a enemigos e incluso, según me comentó Pedro Antonio Sarete (alias «Chele
Sarete»), de Las Uvas, para robarle la flor de la cosecha a los demás campesinos.
52
Baqueta. Vaina o funda ajustada para armas blancas o instrumentos cortantes o punzocortantes,
generalmente hecha de cuero (o suela) de animal.
97
No usaba correa. Pero guardada una de piel que me habían regalado para mi graduación.
La conservaba en la caja donde vino envuelta en papel de regalo. En una ocasión se me
ocurrió usarla pero cuando la saqué del lugar donde la guardaba, me encontré que las ratas les
habían hecho un nuevo diseño, les habían construido unos adornos en ambos lados y de los
tres centímetros de ancho que tenía, el roído de las ratas la había reducido apenas a uno.
Las ratas corrían respetuosamente por toda la clínica. Estaba furioso con aquellas ratas
que; a veces se quedaban mirándome como si se burlaran de mí. Contra estas ratas, que
atacaban mis pertenencias, me bastaba una larga varilla de acero que había en la clínica.
En mis primeros días, cuando lo captaba con avidez, atravesé con la varilla una de
aquellas ratas y la clavé en la pared a la altura de mis ojos. Uno sólo puede observar con
precisión ciertos animales de pequeño tamaño cuando los sitúa a la altura de sus ojos; si tiene
que agacharse a mirarlos, se hace de ellos una idea falsa e incompleta. Lo más chocante de
aquellas ratas eran las garras, grandes, algo abombadas, y sin embargo de afiladas puntas,
muy apta para escarbar. Con los últimos espasmos, la rata colgada ante mí en la pared
extendió las garras con una rigidez que no parecía propia de su naturaleza; parecía que le
tendieran una pequeña mano.
En general estos animales me molestaban poco, sólo me despertaba alguna que otra
noche, cuando golpeando el duro suelo, cruzaban junto a la clínica a toda velocidad.
Entonces me incorporaba en el camastro y prendía una candela de cera; así podía ver, en
algunas grietas de las tablas, las garras de una rata que trabajaban febrilmente y se
introducían desde el exterior. Era un esfuerzo inútil, porque para abrir un agujero que
permitiese pasar al animal, éste habría tenido que trabajar días y días, y lo que hacía en
realidad era salir huyendo con las primeras luces del alba. Y sin embargo se afanaba como un
trabajador que sabe lo que persigue. Y hacía un buen trabajo; las partículas que saltaban por
los aires eran sin duda imperceptibles, pero jamás usaba sus uñas sin obtener algún resultado.
A veces me la quedaba mirando con los ojos fijos en la oscuridad de la noche, hasta que la
regularidad y la calma de esta mirada me adormecía. Luego ya no me quedaban fuerzas para
apagar la candela de cera, y ésta seguir alumbrando unos momentos la rata en su actividad.
Una noche cálida, al oír una voz más el ruido de las garras, salí con precaución, sin
encender ninguna luz, para ver al animal. La cabeza de hocico puntiagudo estaba muy
hundida, casi oculta entre las patas delanteras, para introducirse tanto como podía en la
98
madera y para que las garras se metieran lo más profundamente posible en la misma. Uno
habría creído que alguien, en el interior, tiraba de las garras y quería introducir en la clínica
todo el animal, tal era la tensión de su cuerpo. No obstante todo acabó con un puntapié, con el
que maté a la rata. No podía tolerar, estando completamente despierto, que mi clínica (el
lugar que me servía de albergue) fuese objeto de ningún ataque.
Para proteger la clínica contra las ratas, cerré todas las grietas con paja y estopa, y cada
mañana me dedicaba a examinar el suelo (la habitación donde estaba la cama tenía el piso de
tierra) en sus cuatro costados. También tenía intención de cubrir con tablas el suelo de la
clínica, que era de tierra. Esto podía ser útil asimismo para el invierno. Un campesino de la
sección más cercana, un tal Minguito, me había prometido tiempo atrás que me traería tablas
secas y en buen estado; debido a dicha promesa, yo lo había agasajado con frecuencia; nunca
estaba mucho tiempo sin aparecer; venía cada dos semanas; a veces tenía que hacer envíos
con Rafael La Paz, pero no me traía las tablas. Tenía siempre alguna excusa que darme; casi
siempre la de que era demasiado viejo para llevar una carga tan pesada y su hijo, que hubiese
podido hacerlo, estaba precisamente ocupado con las faenas del campo. Según él mismo
decía, había pasado con mucho de los setenta, lo que parecía ser cierto; pero era un hombre
alto y muy fuerte todavía. Por otra parte, también cambiaba sus excusas, y en otras ocasiones
hablaba de lo difícil que era obtener unas tablas tan largas como las que yo necesitaba. Yo no
le apremiaba, no necesitaba las tablas imprescindiblemente; había sido el propio Minguito
quien me había dado la idea de cubrir el suelo; a lo mejor, tampoco era tan ventajoso cubrir el
suelo con tablas; en resumidas cuentas, podía tolerar tranquilamente las excusas del viejo. Le
dirigía el mismo saludo: «!Las tablas, Minguito!» e inmediatamente, entre balbuceos, se
iniciaban las disculpas; me trataba de doctor, de licenciado o simplemente de compadre. No
sólo me prometía traerme las tablas cuanto antes, y construir en su lugar una verdadera casa.
Yo le escuchaba hasta que me cansaba de él y lo echaba. Aún en la puerta, para obtener mi
perdón, levantaba aquel brazo suyo, supuestamente tan débil, pero con el cual habría podido
acogotar a un hombre hecho y derecho. Yo sabía por qué no me traía las tablas; el viejo tenía
la idea de que, al intensificarse el frío de invierno, yo las necesitaría con mayor urgencia y se
las pagaría mejor; además, él mismo, mientras no hubiese hecho entrega de las tablas, tenía
más valor para mí. La verdad es que no era tonto y sabía que yo conocía sus intenciones
ocultas, pero en el hecho de que no me aprovechase de ese conocimiento veía el anciano una
99
ventaja para él, y defendía.
Sin embargo, todos los preparativos que hice para proteger la casa contra los animales y
para resguardarme yo mismo del invierno, tuvieron que ser suspendidos cuando —tocaba a
su fin el primer trimestre de mi desempeño de pasante— uno de mis pacientes cayó
gravemente enfermo. Hasta entonces había pasado años enteros sin ser víctima de
enfermedad alguna y sin sufrir siquiera la más leve indisposición; esta vez se hallaba
enfermo. Todo empezó con una fuerte tos. A una hora de la casa, en la llave que estaba en la
escuela, solía sacar su provisión de agua en un barril que traslada con una carretilla. Solía
bañarse en el arroyuelo también a menudo, y la tos era una consecuencia de uno de esos
baños (decía él). Los accesos de tos eran tan fuertes, que su cuerpo se doblaba
completamente al toser; pensaba que no podría resistirlos si no se doblaba y no concentraba
así todas sus fuerzas. Suponía que el personal de la clínica quedaría aterrado con aquella tos;
pero ya la conocían, la llamaban tos de perro. Desde entonces, empezó a identificar los
aullidos en su tos. Permanecía sentado en el banquillo que estaba fuera de su casa y saludaba
aullando a la gente que pasaba; con aullidos acompañaba su partida. Por las noches se
arrodillaba en el camastro en lugar de acostarse y hundía el rostro en las pieles para ahorrarse
al menos tener que oír los aullidos. Esperó en tensión el estallido de algún vaso sanguíneo
importante que acabara con todo. Pero nada semejante ocurrió y la tos desapareció incluso
totalmente a los pocos días. Existe una infusión que la cura; uno de los que pasaban por su
casa prometió traérsela, pero le indicó que no había que tomarla hasta pasados ocho días
desde el inicio de la tos; de lo contrario no producía efecto alguno. Efectivamente la trajo a
los ocho días y recuerdo que, además de los que pasaban por allí, entraron en su bohío los
amigos, dos jóvenes campesinos, porque se considera un buen augurio escuchar la primera
tos que se produce después de tomar la infusión. Bebió y, con un acceso de tos, arrojó el
primer sorbo de la infusión a la cara de los presentes, pero inmediatamente sintió cierto
alivio, aunque de hecho la tos se había debilitado ya en los últimos dos días. No obstante, le
quedó algo de fiebre, y ya no desapareció.
Esta calentura52 le agotaba mucho; perdió toda capacidad de resistencia; podía ocurrir
que, inesperadamente, se le cubriera la frente de sudor; le temblaba todo el cuerpo, tenía que
acostarse en cualquier lugar donde estuviese y esperar hasta que recobrara todas sus
52
Fiebre (N del A)
100
facultades. Notaba perfectamente que no mejoraba, sino que iba empeorando y que le era
imprescindible ir al Santo Cerro y permanecer allí unos días hasta sentirse mejor. Por más
que traté de convencer al enfermo de que tratara su enfermedad no pude: él tenía miedo de
que la gente conociera su padecimiento y lo aislaran.
Recuerdo la última vez que lo atendí. El quedó anonadado durante horas enteras. El sol
ascendía, calentaba la tierra, traspasaba la carne del enfermo, entraba en su cabeza, secaba su
cerebro, su garganta, su pecho. Sus entrañas pendían como los racimos secos que quedaban
en las vides en el otoño. La lengua se le había pegado al paladar, le caían jirones de la piel y
por debajo apuntaban los huesos; la punta de sus dedos presentaban un color azul.
El tiempo era ahora breve como el latido de un corazón y grande como la muerte. Ya no
sentía hambre ni sed. Lamentablemente meses después murió. Lo peor de todo esto fue que
murió desesperado.
12 de junio. Jueves. Los primeros pacientes que examiné en la clínica fueron niños y la
mayoría acudió por la misma causa: diarrea. La enfermedad diarreica aguda53 representaba la
morbilidad y mortalidad más común en niños para la fecha. El saneamiento básico era y aún
es una prioridad en la resolución de los problemas de salud de la Nación. La parasitosis era
común, sobre todo, la uncinariasis que, frecuentemente disminuía la capacidad laboral del
campesino adulto por la anemia ferropénica que ocasiona, mientras que las madres de
menores los llevaban a la clínica porque lo notaban jojoto y con tonteras;54 ni hablar de la
importancia de las infecciones respiratorias (gripe, amigdalitis, otitis, rinitis, entre otras.)
En los primeros días, en Las Uvas, recuerdo que me llegó una madre con su hijo enfermo,
después de anotar las informaciones pertinentes en el libro de registro, pregunté qué le
ocurría al pequeño, pero la señora permanecía sin pronunciar palabra. Se comía las uñas y
callaba, pero ya no pudo contenerse y dijo: «yo no se, dígame usted que es el médico.»
Observación penosa, que sin duda parte también de una construcción cuyo extremo
inferior flota en alguna parte del vacío: cuando tomé el lapicero del escritorio para anotar en
el libro de registro, sentí en mí cierta solidez, como cuando, por ejemplo, la esquina de un
gran edificio aparece entre la niebla y vuelve a desaparecer en seguida. No me sentía
perdido; algo esperaba en mí, independiente de los seres humanos, incluso de la madre que
53
Evacuaciones líquidas y frecuentes con duración menor de 15 días.
54
Debilidad, anemia, mareos.
101
tenía ante mí. ¿Qué ocurriría si saliese corriendo, como cuando, por ejemplo, uno echa a
correr de pronto por los campos?
Este pronosticar, este guiarse por unos ejemplos, este miedo definido es ridículo. Son
figuraciones que incluso en la imaginación, único lugar donde reinan, sólo llegan casi a la
superficie viva, pero siempre deben quedar sumergidas con una sacudida. ¿Quién tendrá la
mano mágica para meterla entre los mecanismos sin que se la corten y se la dispersen mil
cuchillos?
13 de junio. Viernes. Ando a la caza de construcciones. Entro en una habitación y las
encuentro entremezclándose blanquecinas en un rincón.
Por la mañana, consulta solo: Aurora se ausentó desde ayer. Drenaje de «nacío ciego»54en
glúteo. No hay medicamentos.
Demanda limitada. Por la noche visita a Tito.
Es inconcebible la despreocupación de los niños. Por la ventana de la clínica se ve un
pequeño parque. Es un jardincillo municipal, no mucho más que un trozo de terreno
despejado y polvoriento, separado del callejón por mustios matorrales. Allí, como siempre
jugaban también esta tarde los niños.
14 de junio. Sábado. La educación como estrategia de trabajo. Reconocimiento de la
comunidad. Pedro Custodio hijo como guía. En la tarde, visita a Tito. Confesión, necesaria
confesión, portal que se abre de golpe, en el interior de la casa aparece el mundo, cuyo difuso
reflejo estaba fuera hasta ahora. Comprendo que en el mundo haya temor, tristeza y vacío,
pero sólo en la medida en que son sentimientos difusos, generales, que sólo rozan la
superficie. Todos los demás sentimientos los niego, lo que nosotros designamos con ese
nombre no es sino apariencia, cuento, imagen-reflejo de las experiencias y la memoria.
Cómo va a ser de otra manera, si los hechos reales nunca pueden ser alcanzados ni, menos
aún, sobrepasados por nuestros sentimientos. Nosotros los vivimos antes y después del hecho
real, que pasa de largo con ímpetu y rapidez inconcebibles, son vagas fantasías limitadas a
nosotros. Vivimos en el silencio de la media noche y vivimos la salida y la puesta de sol
volviéndonos hacia levante o hacia poniente.
54
Lesión caracterizada por la aparición de pústulas anchas, redondeadas, rodeada de una zona inflamatoria, de
base dura y con costras. El nacío corresponde al ectima.
102
15 de junio. Domingo. Por la mañana. El sol había salido y cubría ya el mundo. Observo
desde la ventana abierta una muchedumbre que se acerca a la clínica. Una señora de porte
bajo, delgada, desgreñada y llorando desconsolada, carga un niño —su hijo—teñido de
sangre. Pedro Ramón Rosario (o Santos) fue atropellado por un vehículo que se desplazaba
veloz por el callejón central de Las Uvas, afortunadamente no hubo fracturas ni lesiones de
órganos internos, sí una extensa abrasión que abarcaba toda la parte anterior del tórax y
extremidades superiores. Santos al igual que José Eduardo Rosario (Sandy) eran hijos de
Ofelia María Gutiérrez. Por esta vía conocí a estos dos pequeños y a su madre, y fue como
pasar la prueba de mi pasantía en aquel lugar, porque ese domingo estuve presente y resolví
el accidente que se presentó en la comunidad, sin la necesidad de traslado a La Vega. Milfre
Altagracia Olivares y Pedro Holguín.
Por la tarde. Visita a Guanábano. Intercambio con jóvenes del club cultural de aquella
comunidad. Pedro Custodio hijo fue el guía.
16 de junio. Lunes. Ayer, domingo fatigoso. Hoy, por la mañana, llegada de Aurora. Pocos
pacientes. No hay medicamentos. Por la noche, visita al enfermo de insuficiencia renal
crónica. Escasa energía vital, educación equívoca, soltería: su resultado es el escéptico, pero
no necesariamente; para salvar el escepticismo, algunos escépticos se casan, por lo menos
mentalmente, y se hacen creyentes.
17 de junio. Martes. Consulta matutina. Al medio día despedida de Aurora Robles. Al
caer la tarde traslado a la clínica. Este martes de mi segunda semana en Las Uvas, fui a mi
local de pasante definitivo y dormí por primera vez en la clínica. Las emociones, tanto
tiempo anestesiadas, fluían a mí alrededor como las aguas de una inundación. Traté de
desterrar de mi mente el pasado reciente. En mi amarga confusión de distribuir culpas; y, más
que nada, culpaba a mi propio cerebro. Él era quien me maltrataba con aquellos recuerdos de
Vallejuelo. Y tomé la decisión de aceptar y olvidar: de perder el miedo.
Al aceptar lo ineludible, le perdí el miedo. Les diré un secreto sobre el miedo: es un
absolutista. Con el miedo, se trata de todo o nada. O bien, como un tirano intimidante,
domina nuestra vida con omnipotencia estúpida y cegadora, o bien lo derrocas, y su poder se
desvanece en una bocanada de humo. Y otro secreto: la revolución contra el miedo, el logro
de esa caída aparatosa del déspota, no tiene casi nada que ver con el «coraje». Se deriva de
algo mucho más sencillo: la simple necesidad de continuar con vida. Yo dejé de sentir miedo
103
porque, si mi tiempo en la Tierra estaba limitado, no tenía segundos que perder teniendo
miedo. Mi mandamiento repetía el lema del que encontré una versión, años más tarde, en un
relato de Conrad: «Tengo que vivir hasta que muera.»
Yo heredé el don de mi madre para dormir. Todos dormimos como niños cuando la
tristeza o los problemas aparecen. (No siempre, es cierto: los insomnios son aperturas de
ventanas y lanzamientos de ornamentos míos, a los 12 años, fueron una antigua, pero
importante excepción a esa regla.) De forma que, en los días en que me sentía mal, me echaba
y me desconectaba —«me cerraba», —hubiera dicho mi abuelo— como una luz; y confiaba
en «abrirme» en mejor disposición de ánimo. No siempre funcionaba. A veces, en mitad de la
noche, me despertaba y lloraba, gritaba lastimeramente pidiendo no se qué cosa. Los
estremecimientos, los sollozos venían de algún lugar demasiado profundo para ser
identificable. Con el tiempo, acepté también esas lágrimas nocturnas, como prenda que tenía
que pagar por ser excepcional; aunque, como ya he dicho, no tenía ningún deseo de serlo:
quería ser Clark Kent, no una especie de supermán. En nuestro hogar, hubiera acabado mis
días en calidad, tal vez, de acaudalado hombre de mundo como Bruce Wayne, con «pupilo» o
sin él. Pero, por muy ardientemente que lo deseara, no podía desconocer su naturaleza
secreta, esencialmente de «murciélago».
18 de junio. Miércoles. Ayer, despedida de Aurora. Por la mañana, consulta matutina. En
horas de la noche, trataba de dormir., pero no podía. Era mi segunda noche allí y ya tenía
problemas. La clínica estaba techada con planchas de zinc acanalados, a veces selladas con
una pasta de petróleo y tela vieja para evitar goteras inmisericordia en épocas de aguaceros,
una pasta llamada sellalotó con la que muchas veces los agentes policiales sellaron
provisionalmente la boca a borrachos de la oposición. En múltiples ocasiones tuve que
acostarme con una vasija en la cama para colectar las goteras. Estaba sentado junto a una
pequeña mesa oyendo los rumores del riachuelo, mi alma plácida suspensa en un nirvana en
algún lugar situado muy por encima de los dos ancianos robles de la clínica. Mis sentidos
saboreaban subconscientemente el rumor de las ratas y el aroma a papel y madera viejos y el
sentimiento de seguridad que me proporcionaba mi bolsudo pantalón Levy's. Llovía aquella
noche. Gruesas gotas caían del cielo espeso de Las Uvas. Yo me sentía confundido. Por fin
que el sueño me venció. Pero a eso de las dos de la madrugada, fueron tocando la puerta;
abrí. Llevaron un señor mayor, de unos sesenta y cinco años de edad, sufría de litiasis renal
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(piedra en los riñones) y el cólico nefrítico que le provocaba aquella piedra, al movilizarse,
era insoportable. Estaba perdido en la inundación de su propia carne, parecía un sapo, un
reflejo, en un espejo de feria, y la boca se le torcía de dolor. Cuando busqué algún analgésico
que administrarle, no encontré nada, en la vitrina donde se colocaban los fármacos hallé una
ampolla de diazepan de diez miligramos y se la administré por las venas. Le sugerí que
observara la expulsión de la piedra, entregándole una riñonera. Apenas unos minutos después
de la inyección endovenosa, el señor orinó un chorro de sangre y con él expulsó la piedra que
aún guardo como recuerdo. De inmediato la alegría se reflejó en el dolorido rostro de aquel
campesino que tenía años sufriendo por las movilizaciones de aquella piedra le causaba. Pero
la razón por qué comento esto es porque el señor, que era de la sección de La Sabana de los
Jiménez, difundió por toda la zona, «que en Las Uvas había un médico que ponía unas
inyecciones que hacían expulsar las piedras de los riñones»; una semanas después todo el que
sufría de cálculos renales estaba demandando atención en la clínica en busca de la
administración de la famosa inyección que nunca existió. La clínica se convirtió en la más
popular y hubo que ofrecer consultas, de una tanda que se ofrecía en las mañanas, a dos
tandas (en las tardes también). Aquella inyección me convirtió, en la zona, en una especie de
superhéroe.
Fue en las paredes de mi infancia en donde supe por primera vez del acaudalado hombre
de mundo Bruce Wayne y su pupilo Dick Grayson, bajo cuya lujosa residencia acechaban los
secretos de la Cueva de los Murciélagos; del Clark Kent de suaves modales que era el
inmigrante del espacio Kal-El planeta Krypton, y que era Superman; de John Jones, que era
el marciano J’onn J’ozz, y de Diana King, que era Wander Woman, la Reina de las Amazonas.
Fue en esas paredes en donde aprendí lo profundamente que un superhéroe puede ansiar la
normalidad, que superman, que era valiente como un león y podía ver a través de cualquier
cosa salvo el plomo, deseaba más que la vida misma que Lois Lane lo amase como sumiso
pelele con gafitas. Nunca me imaginé a mí mismo como superhéroe, no me entiendan mal;
pero, si ponía un diazepan a un enfermo de litiasis renal y expulsaba las piedras, la gente me
consideraba como un superhéroe, y no tenía ninguna gana de serlo. Aprendiendo del Hombre
Enmascarado y la antorcha, de Flecha Verde y Batman y Robin, empecé a crearme mi propia
identidad secreta.
Aridio Gómez, sí fue un superhéroe. El venció cuando pequeño la poliomielitis. Apodado
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el «Cojo», debido a que realmente cojeaba por haber sido una de las tantas víctimas de esta
invalidante enfermedad; también le decían «compañero», porque el fanatismo patológico del
perredeismo (o Peñagomismo) lo había infectado; era el sereno de la clínica y ampliamente
conocido en toda la comunidad. El aspecto terrorífico del pie equino.
19 de junio. Jueves. En la mañana, niño con prolapso rectal. La gente usa, para reducir la
protrusión del recto hacia el exterior, un trapo de cocina caliente. Es costumbre de la
población la automedicación o recurrir a la medicina empírica. Siempre había escuchado que
el prolapso rectal estaba asociado a tricocéfalos: indiqué los análisis de lugar, entre los cuales
se incluía coprológico seriado.
Ese mismo día veo una muchacha, en la pequeña sala de espera, cuyo vientre al sentarse
caía informe entre las piernas separadas bajo el vestido transparente, en cambio cuando se
levantó, el vientre se retrajo como un decorado de teatro tras unos telones y el resultado fue
un cuerpo de muchacha soportable. La muchacha, cuya dulzura, para el ojo deductivo, se
manifestaba sobre todo en la rodilla redonda y sin embargo detallada, expresiva y afectuosa.
La muchacha era un bello ejemplar de la obesidad. La referí al servicio de Endocrinología de
un hospital de Santo Domingo, porque en La Vega no se ofrecía este servicio. Cometí el
error, porque no sabía, de no explicarle hora y día en que tenía que presentarse al hospital.
Resulta que los servicios especializados no se ofrecen todos los días ni a todas horas, casi
siempre es en el horario de la mañana: El médico rural debe conocer los servicios que se
ofertan y el horario de funcionamiento de esos servicios en los hospitales de referencia.
A continuación llegó un agricultor, que tiene la figura de un hombre al que le han
arrancado la columna vertebral y el cerebro para que pueda pasar el agua de la lluvia. A este
lo envié al servicio de Ortopedia, del Morillo King: nunca recibí una nota de parte del
hospital informándome acerca de aquel paciente, a pesar de que yo sí le hice una.
20 de junio. Viernes. Consulta matutina. Nada fuera de lo común. Ayer un hombre se cayó
del sillón detrás de nosotros. —Una metáfora: Aquellos a quienes el sol alegra y que exigen
también alegría en los demás, son como borrachos que regresan una noche de una boda y
obligan a los que se cruzan con ellos a beber a la salud de la novia desconocida.
El alcohol es el sufrimiento del hombre—dijo Pedro Custodio— que llegaba ante la pareja
de beodos.
—Deja de lado a los hombres— expresó un tercero que se encontraba tomando. También
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son hombres los españoles, que nos degollaron durante tantos años. También lo son los
norteamericanos, ¡malditos sean, que continúan degollándonos y mancillan nuestro territorio
y a nuestro honor. ¿Por qué te preocupas por ellos? Piensa en nuestra educación. Si sientes
piedad, siéntela por nosotros… ¡y todo lo demás se vayan al infierno!
La educación como conspiración de los grandes. Llevamos a nuestra angosta morada a los
que se mueven libremente con unos espejismos a los que damos crédito. Pero no en el sentido
en que lo presentamos. (¿A quién no le gustaría ser un noble? Se cierran puertas.)
Lo ridículo de las explicaciones y enfrentamientos entre Chino Polo y el hijo que acude a
él para regresarlo a la casa, luego de la jumera (o jumo). Aunque sin duda, el Chino de nariz
roja e hinchada y ojos rojos e hinchados también, debía saber que lo querían llevar al hogar,
le dirigía al hijo una mirada llena de reproches, olvidándose de su borrachera.
Las historias de ayer me las contó Chele en la esquina de Juan Checheré, mientras cerraba
el juego de dominó y decía: «Yo tengo el unitatilatín» para referirse que tenía el uno blanco.
El agricultor que le pidió insistentemente una rana en el conuco; cogió al animal por las patas
y, en tres bocados, engulló primero la cabecita, luego el tronco y finalmente las patas. —La
mejor manera de matar gastos que tienen una vida tenaz: se les aplasta la cabeza en una
puerta y se les tira de la cola. —Su repugnancia por los insectos. Una noche, durante
descansaba plácidamente en los brazos de Morfeo,55 algo le picó bajo la nariz; lo agarró sin
despertar y lo aplastó. Ese algo era una chinche, y anduvo arrastrando el mal olor durante
días.
Cuatro personas comían un asado de gato muy bien aderezado, pero sólo tres sabían lo que
comían. Después de la comida, esos tres se pusieron a maullar, pero el cuarto no quería
creerlo; sólo lo creyó cuando le mostraron la piel ensangrentada. Le faltó tiempo para salir
corriendo a vomitarlo todo y estuvo dos semanas gravemente enfermo.
El agricultor no comía más que pan, y las frutas o seres vivos que pudiese encontrar por
casualidad, y no bebía más que aguardiente. Dormía en el depósito de yaguas viejas que
había en el conuco. Una vez, Sarete lo encontró al ponerse el sol andando por los campos.
«Párate», dijo el hombre, «o si no…». Sarete se paró en son de broma. «Dame un cigarro»,
siguió diciendo el hombre. Sarete se lo dio. «!Dame otro!» «Ah, ¿quieres otro?», preguntó
Sarete; blandió su bastón de nudos en la mano izquierda por lo que pudiese pasar, y con la
55
Dios del sueño en la mitología griega y romana
107
derecha le dio al hombre un puñetazo que le hizo caer el cigarro. El hombre echó a correr
inmediatamente, cobarde y débil, como suelen serlo los bebedores de ron.
El valor de los vicios desenfrenados, que nada puede sustituir, consiste en que éstos se
elevan y se hacen visibles con toda su fuerza y su grandeza aunque uno, con el deseo
excitante de participar, sólo vea de ellos un pequeño reflejo.
21 de junio. Sábado. Esta mañana, el cielo lucía un resplandor lechoso. Las Uvas, dormía
aún y soñaba. El Lucero Matutino repiqueteaba como una campana; los limosneros y las
palmeras se hallaban aún envueltos en un velo azulado. Reinaba un silencio profundo; ni
siquiera había cantado el gallo negro. Observo la carreta vacía y el caballo grande y flaco que
tira de ella. Ambos, al hacer el último esfuerzo para llegar a lo alto de una pendiente, parecen
alargarse de un modo desacostumbrado. Posición oblicua al espectador. El caballo, con las
patas delanteras un poco levantadas, el cuello estirado hacia un lado y hacia delante. Y
encima, el látigo del carretero.
No se aprende la vida en el mar con ejercicios en un charco, y en cambio, un exceso de
entrenamiento en el charco puede incapacitarnos para ser marinero.
Entre las cuatro condiciones que los husitas (partidarios de Juan Huss o Hus-quemado
vivo por el concilio de Constanza)* propusieron a los católicos como base de unión, estaba la
de que debían ser castigados con pena de muerte todos los pecados mortales, entre ellos «la
glotonería, la embriaguez, la lujuria, la mentira, el perjurio, la usura, la aceptación de un solo
céntimo por misas y confesiones». Uno de los bandos quería incluso que se concediera a
cualquier individuo el derecho a ejecutar la pena de muerte, tan pronto como viese que se
manchase con tales pecados.
¿Es posible que reconozca el futuro, primero en sus fríos contornos, con la razón y con el
deseo, y no llegue más que progresivamente a la realidad de este futuro, atraído y empujado
por ambas cosas?
Tenemos permiso para fustigarnos con nuestras propias manos con el látigo de la
voluntad.
Las muchachas envueltas en sus delantales que las ciñen especialmente por detrás. Una de
la casa, la de Chele Sarete, hoy por la mañana; en ella, las tiras del delantal, sólo cerrado en el
*
Lago formado por el Rin, entre Suiza, Austria y Alemania, 540 km2. Concilio de 1414, que puso fin al gran
cisma de Occidente y donde Juan Hus fue condenado a ser quemado.
108
trasero, no se juntan como es habitual, sino que iban dando pasadas una sobre otra, de suerte
que la muchacha quedaba empaquetada como un bebé de pañales. Impresión sensual al verlo,
como la que me han producido siempre, inconscientemente, los bebés de pañales, tan
constreñidos en sus mantillas y camitas, y sujetos con cintas, como para dar satisfacción a un
deseo.
En una entrevista en Norteamérica sobre su viaje a República Dominicana, Henry
Kessinger cuenta que, a su parecer, el desarrollo relativamente alto de Dominicana (en los
suburbios hay calles anchas, jardincitos delante de las casas, y viajando por el campo se ven
construir fábricas) se debe a que la emigración de dominicanos a Norteamérica es muy
grande, y los que van regresando, uno por uno, traen de allá nuevas aspiraciones.
A Las Uvas habían llegado esas aspiraciones y deseo. También locales que buscaban sus
aspiraciones culturales: tenía su propio club cultural.
22 de junio. Domingo. «Vamos a caminar». A los diecinueve días de haber llegado a Las
Uvas, asistí a la primera reunión del Club «Unión y Progreso». Pedro Custodio Neris me
llevó. La directiva alrededor de una mesa. Recuerdo al hombre sentado en la parte alargada
de la derecha, con un rostro que la posición de perfil parece allanar, el cutis amarillento, una
nariz muy saliente (es tan saliente a causa del aplastamiento lateral) y recta, y un espeso
bigote negro, aceitoso, que se curva sobre la boca. Luego de la reunión, Rafaela Durán, la de
Lulín; Sandra y otras jóvenes me dijeron: «ven más tarde para que caminemos», acepté la
invitación. Cuando me presenté, ellas me informaron que era una broma y me explicaron el
significado que tenía la expresión «vamos a caminar». En Las Uvas «vamos a caminar»
significa tener relaciones sexuales.
Los biógrafos no conocen la vida sexual íntima de su propia esposa, pero creen conocer la
de su personaje. La vida erótica (no muy fácil) de la época de mi pasantía se parecía poco a la
de ahora: Las muchachas de entonces no hacían el amor antes de casarse; a un soltero no le
quedaban más que dos posibilidades: las mujeres casadas de buena familia o las mujeres
fáciles de clases inferiores: vendedoras, criadas y, naturalmente, prostitutas.
«Las mujeres se equivocaron al creer que un hombre auténtico sólo otorga importancia a
la posesión física. No es más que un símbolo y está lejos de igualar en importancia el
sentimiento que la transfigura. Todo el amor del hombre está destinado a ganarse la
benevolencia (en el verdadero sentido de la palabra) y la bondad de la mujer.»
109
El reino encantado del amor lo tenía MC. Desde muy pequeña, desde que tenía once años,
atraía a los niños como la miel a las moscas, por los callejones se la veía pasar sola y airosa y
triunfadora con un rastro de niños detrás, tres o cuatro niños, caminadores en pos del
misterioso olor de sus hormonas como los canes tras la perra en celo. De aquel tiempo guardo
un recuerdo confuso y dulzón casi venenoso, MC tiene la tez rosa pálido y delicadísima y los
labios encendidos y muy hinchados, al anochecer se mete en el cafetal de Pun Pun, que está
oscuro y misterioso y se deja devorar por los niños, también por algunos señores, MC no
habla ni mira de frente, ella pasea en silencio y de vez en cuando se para, sonríe con mucho
comedimiento y deja hacer, deja que le acaricien las tetas como dos ciruelas y el culo, que
parece de nácar. Esto me lo contó Chele Sarete, que se la encontró una noche en el cafetal,
con don G.M que había sacado al perro a que se desentumecieses un poco, estos animalitos
sufren mucho encerrados.
En esto de caminar en Las Uvas, había un trío de gurú compuesto por: Nelson García, el
hijo de Cucha; Luis José Reinoso, el de Cochecha y Carlos Custodio, el de Miscelánea. Ellos
eran los dueños de todas las muchachonas «buenas» de Las Uvas y zonas aledañas.
Posteriormente se les unió Víctor Durán, el de Calilín, y más tarde, Fausto Durán, el de Lulín
y Alberto Reyes (El Rubio) de la Guama, el hijo de José Reyes. Pero entre los más adultos
estaba un cincuentón alto y fuerte con el talle bien ceñido. El peinado de rizos alrededor de la
cabeza, firmemente pegado al cráneo, sin que nunca se deshaga. Como en todos los viejos
meridionales que tienen una nariz gruesa y la cara ancha y arrugada que corresponde a dicha
nariz, de cuyos orificios puede salir un fuerte viento como el hocico de un caballo, y ante los
cuales uno no sabe perfectamente que éste es el estado definitivo de su rostro, ya inalterable,
pero que aún va a durar mucho, su cara me recordó también la cara de una vieja cibaeña
provista de una crecida barba, indudablemente natural.
Danilo Hernández era otro de aquellos expertos (le decían el padrote de Las Uvas), que
tenía mujeres por todos lados, aunque se decía que era por influencia del demonio. Muchos
afirman que estas personas van derecho al infierno.
Los cinco principios que conducen al infierno (en orden genético):
1.
«Tras la ventana está lo peor.» Todo lo demás es angélico, bien sea de un modo
explicativo o (como es el caso más frecuente) admitido sin hacerle caso.
2.
«!Tienes que poseer a todas las muchachas!», no como un donjuan, sino de acuerdo
110
con la expresión diabólica «ceremonia sexual».
3.
«!No puedes poseer a esta muchacha!», y por eso mismo, no puedes. Faltar
Morgana en el infierno.
4.
«Todo es, simplemente, una necesidad física»; y aunque la tienes, date por
satisfecho.
5.
«La necesidad física lo es todo.» ¿Cómo podrías tenerlo todo? Por consiguiente, ni
siquiera tienes necesidades físicas.
Ignacia, la milagrera de Las Uvas, tenía un concepto muy flexible del orden, todo aquello
que puede ser ordenado debe ser ordenado incluso con desorden y despreocupación, el
demonio no cabe en las almas aseadas y huye del aire ventilado.
— ¿Usted cree que el demonio es anaerobio?
— Evidentemente, sí, recuerde que no hay virtud sin orden ni vicio con aura barredora.
Los deberes tienen muy escasa relación con la naturaleza y Danilo Hernández tampoco
quiere ir contra nadie, el porvenir es siempre confuso y no conviene tentar al destino como si
fuera San Antonio en el desierto, las mujeres desnudas ya no son causa de motín, Danilo
Hernández se va durmiendo por todas partes, tiene siempre sueño, también tiene miedo
aunque no sepa a ciencia cierta a qué, y le duele algo, el estómago, a lo mejor no es el
estómago, el corazón, a lo mejor no es el corazón, los oídos, a lo mejor no son los oídos. La
sangre triste debe tirarse por la ventana procurando que no llegue al suelo, que se quede en el
aire para siempre, la sangre triste no es buena para hacer morcillas porque le corta el sabor a
las pasas de California (o Ligo) y le merma el color y el aroma al azafrán: el vacío no existe,
repugna al sentimiento e incluso al instinto el admitir lo contrario, el Rey no se deleita con el
perfume de la violeta más que yo (Shakespeare).
— ¿Y el resto es silencio?
— Sí.
Ignacia, me dijo que el demonio le meaba el portal a Ondina para envolverla en un halo de
lujuria, esto no está muy claro, pero ya no es culpa mía, yo no entiendo las motivaciones de
casi nada; Danilo Hernández no tomaba café con nuez moscada, tampoco jugo de chinola, a
los hombres hay que darle chocolate para que se sientan bien, hay productos que agudizan los
instintos varoniles, los huevos de pato con vino tinto, el ponche de café con huevo de gallina
criolla, los mariscos, el «paragüevitos», y sustancias que los vuelven romos como la piedra
111
pómez o la goma de borrar lápiz, el té de tilo.
Ahora les voy narrar lo que ocurrió en Las Uvas:
Hace ya bastante tiempo, Ñoña la echadora de cartas le dijo a la hermana de Tribilín que
su hermano mayor tenía novia y que ésta le engañaba. Entonces él se resistía furioso a creer
tales cuentos. Yo: «¿Por qué sólo entonces? Hoy es tan falso como entonces. Ella no te ha
engañado.» Él: «¿Verdad que no?»
Entonces una amiga escribe al novio una carta digna de una prostituta. «Si fuéramos a
tomarlo todo tan a pecho como antes, cuando vivíamos bajo la influencia de las pláticas de
confesionario.» «Por qué te contuviste tanto en Santo Domingo, mejor desahogarse poco a
poco y no a lo grande.» Con toda convicción, doy a la carta una interpretación favorable para
la novia, y lo hago con buenos argumentos.
Ayer Tribilín estuvo en Las Uvas. Se pasa todo el día sentado con ella en la habitación y no
cesa de hacerle preguntas, con el paquete que contiene todas las cartas (su único equipaje)
sobre las rodillas. No se entera de nada nuevo; una hora antes de la partida, pregunta:
«Cuando te besó, ¿estaba la luz apagada?» Ya se entera de la novedad, que le deja
desconsolado, de que Sarapio, durante el beso (el segundo), apagó la luz. Sarapio dibujaba en
un extremo de la mesa, Laura estaba sentada al otro lado (en la habitación de Sarapio, a las
once de la noche) y leía, sobre todo en alta voz, los cuentos de Las Mil y una Noche. He aquí
que Sarapio se levanta, va al balcón a buscar algo (Laura cree que fue un compás, Tribilín
cree que fue un preservativo), apaga la luz de pronto, se arroja sobre ella y se pone a besarla;
ella cae hacia atrás en la cama, él la coge por los brazos, por los hombros, y le dice mientras
tanto: «!Bésame!»
Laura en otra ocasión: «Sarapio es muy poco diestro.» Otra vez: «Yo no le besé»; otra vez:
«Me imaginé que estaba en tus brazos.»
Tribilín: «Tengo que poner las cosas en claro» (piensa hacerla reconocer por un médico-es
cuando acude a mí), «¿qué ocurriría si luego, en la noche de bodas, descubriese que mintió?
Puede que esté tan tranquila simplemente porque él usó un preservativo.»
La sexualidad que estalla en las mujeres. Su impureza natural. El juego, para mí insensato,
con las pequeñas cosas. La visión de una mujer gorda, acurrucada en una mecedora de guano,
con un pie visiblemente retraído, que estaba cociendo y conversaba con una vieja,
probablemente una solterona, cuya dentadura postiza, cada vez más patente, asomaba a un
112
lado de la boca. El aspecto pletórico y la inteligencia de la mujer embarazada. Su trasero
literalmente formando facetas, con las superficies lisas delimitadas.
Como ya he destacado, a pesar de mi origen tropical, tengo una marcada predilección por
las bajas temperaturas. No soporto el calor, por eso en la habitación donde dormía, en la
clínica, nunca cerré la puerta que daba al patio. Todas las noches al disponerme a dormir
colocaba la cama, de tal manera que mi cabeza quedara al medio y frente a la puerta abierta.
En la madrugada, reinaba una calma extraña, inquietante, ahogada, espesa. No podía oírse
la respiración de Las Uvas ni tampoco la de Dios. Todo el universo —hasta el demonio, que
jamás duerme— se había hundido en un foso profundo y negro y sucedió esto:
A eso de las cuatro de la madrugada, alguien entró por el patio. Obviamente, ese alguien
sabía que dormía con la puerta abierta y no tuvo que llamarme, porque tenía y aún tengo «el
sueño tan liviano como una pluma de colibrí» y despierto al más leve ruido.
Al sentirlo, contuve la respiración y esperé.
Nadie habló. Las únicas voces de la noche ascendían serenas, dulces, eternas: los grillos,
los saltamontes, los pájaros nocturnos con sus gemidos plañideros y, a lo lejos, allá a los
lejos, los perros que distinguían en la oscuridad a lo que los hombres no pueden ver y
ladraban… alargué el cuello; estaba seguro de que había alguien bajo el roble, frente a mí,
murmuró entonces en voz baja, como orando: «mi doctoi…, mi doctoi…»
El visitante estaba muy preocupado y me expresó que si no era molestia que por favor le
regalara un par de preservativos (o condones). Este solterón trataba de protegerse de las
maldades del sexo.
La infelicidad del solterón, sea aparente o real, es tan fácil de adivinar por cuantos le
rodean, que maldecirá su decisión en cualquier caso, si se ha quedado soltero por placer del
misterio. Es cierto que anda por ahí con la chaqueta bien abrochada, las manos en los
bolsillos, que le quedan altos, los codos salientes, una cachucha encasquetada hasta los ojos,
una falsa sonrisa, ya innata, que debe proteger su boca, como los lentes de pinzas protegen
sus ojos; los pantalones son más estrechos de lo que conviene estéticamente a unas piernas
delgadas. Pero todo el mundo sabe lo que le ocurre, puede enumerarle todos sus sufrimientos.
Un soplo de frialdad emana de su interior, donde se asoma con la mitad más triste de su doble
rostro. Se muda por así decirlo incesantemente, pero con una regularidad prevista. Cuanto
más se aparta de los vivos, para quienes debe trabajar como un esclavo consciente que no
113
debe exteriorizar su conciencia —y éste es el peor de los sarcasmos—, tanto menor es el
espacio que los demás consideran suficiente para él. Mientras los demás, aunque se hayan
pasado toda la vida en un lecho de enfermo. Sólo pueden ser vencidos por la muerte, puesto
que (si bien habrían sucumbido mucho antes a sus propias debilidades) lo sostiene su relación
con los consanguíneos o consortes sanos, fuertes y amantes, él, el soltero, ya en la mitad de su
vida, se resigna aparentemente por propia voluntad a un espacio cada vez más reducido, y
cuando muere, el ataúd es justamente lo que necesitaba.
23 de junio. Lunes. En aquellas noches primaverales el alma de Las Uvas se
metamorfoseaba para convertirse en mariposa, para ir a posarse en la ventana abierta de cada
joven uvera y cantar hasta el alba sin dejarla dormir. ¿Por qué duerme sola? —cantaba la
noche, reprendiéndola cariñosamente—. ¿Para qué crees que te di largos cabellos, hermosos
senos y caderas anchas y redondas?
Decía Chele Sarete: «En la tierra de Las Uvas odio los campos sin labrar, los árboles sin
podar y las vírgenes.»
Así como las mariposas, los jóvenes de Las Uvas, despertaban a las muchachas con sus
cantos de serenatas al pie de una ventana del bohío. Ellas se asomaban a las ventanas para
mirarlos, cuando la luz de la luna era más intensa y se distinguía netamente el rostro del
enamorado. Ellas siempre debían mirarlos, porque la mujer nació del hombre y aún no puede
separar su cuerpo de él. No siempre era felicidad. A veces, la madre de la doncella dejaba
caer una bacinilla 56 de miao57 en el rostro del enamorado.
24 de junio. Martes. San Juan Bautista. Apenas veinte días después a mi llegada, fui
invitado a las fiestas patronales de Las Uvas. Acudí, el veinticuatro de junio, día de San Juan
Bautista, patrono de Las Uvas, a la fiesta que cada año se celebra. Desde por la mañana Las
Uvas estaba alborotada. Una dulzura primaveral inesperada había cubierto el rostro enlodado
de Las Uvas. Sus callejones se habían abierto y llegaban peregrinos desde los cuatro puntos
del Cibao. El patio de la iglesia rugía sorprendentemente y en él apestaba el olor de animales
degollados, de estiércol y de hombres.
Ante el pórtico de la iglesia se había reunido una multitud de indigentes y tullidos de
rostros pálidos y hambrientos y de ojos ardientes. Miraban de reojo a los asistentes a la misa
56
57
Orinal.
Orina.
114
bien alimentados, a los ricos de rostro satisfecho y a sus mujeres vanidosas cargadas de
pesados adornos de oro.
A tempranas horas de la noche, ya las muchachas habían sacado sus alhajas y se
preparaban para dirigirse al escenario, la escuela Ramona Rodríguez de Santana. Cuando
llegué unas jóvenes me invitaron a hacerles compañía. Estaban sentadas en una mesa, al
fondo de la entrada, esperando que acudieran los invitados. Allí se encontraban Arielina y
Sandra Durán (las hijas de Bienvenido Durán y Calilín Custodio Neris), Nelly Hernández (la
hija de Calembo), Rafaela Durán (la de Lulín), dos jóvenes que no logro recordar sus rostros
y otra joven. Cuando quise recordar a esta última, debí hacer un esfuerzo, como si tratara de
recoger un puñado de niebla. Frágil, casi invisible. ¿La conocía? ¿No la conocía?
Era muy bella: tenía una sorprendente tersura de las mejillas, junto a su boca musculosa,
óvalo pálido enmarcado por dos alas negras de pelo recogido, unos grandes ojos de
terciopelo que siguen mirando a través de los años. Se trataba de la mujer que el día de mi
llegada había guardado en el último rincón del bolsillo de mi alma (o de memoria) y que
durante los veinte días que habían transcurrido no la había vuelto a ver. Era elegante, con
pantalones y blusa morados, de un resplandor cegador. Tenía la piel del color de la canela,
luego de haberla puesto a hervir; de una vivacidad y un atrevimiento llenos de alegría.
Acepté la invitación sentándome en su mesa. Hablé, dentro de mi timidez, con ella. Traté
de comunicarle la sensación que había despertado en mi, parte de ella, cuando la vi por
primera vez de espalda, pero cada vez que lo intentaba la lengua se tornaba pesaba y la sentía
como nudosa, impidiéndome hacerlo.
A partir de mañana consulta vespertina.
25 de junio. Miércoles. La mañana transcurre normal, sin novedades. Inicio de consulta
por las tardes. Drenaje de «nacío ciego» en glúteo derecho. Penicilina.
He sepultado mi inteligencia en la mano, la cabeza la llevo alegre, erguida, pero la mano
cuelga desmayada, la inteligencia la atrae hacia la tierra. Mira bien esta pequeña mano, de
cinco dedos, de abultadas venas y suave piel, una mano surcada de venas y sin arrugas, ¡qué
bien haber puesto a salvo la inteligencia en ese insignificante recipiente! Lo mejor de todo es
que yo tenga dos manos. Como en el juego infantil, pregunto: ¿En qué mano tengo mi
inteligencia? Nadie puede adivinarlo, porque, cruzando las manos, en un instante puedo
pasar la inteligencia de una mano a otra.
115
26 de junio. Jueves. Por la mañana, señora con erisipela: edema caliente de extremidad
inferior izquierda. Penicilina. Por la tarde, reunión Comité de Salud. Conocimiento de los
promotores de salud. Conán: «Nunca he llegado a conocer la regla.»
El mal que te rodea en semicírculo, como la ceja rodea el ojo, desactívalo con la fuerza de
tu mirada. Cuando duermes, que vele tu sueño, sin que pueda avanzar ni un paso.
27 de junio. Viernes. Un grito, desde el río, se vuelve más fuerte.
Voy a tener cuatro semanas en la clínica. ¿Puedo decir que me tratan mal? Imposible. He
recibido el mejor trato que puede dispensársele a un humano. Puericultura: control de niños
sin novedades.
28 de junio. Sábado. Amparo Custodio. Ella estudiaba magisterio en la Escuela Normal
Emilio Prud΄Homme58 de Santiago. Y apenas venía a Las Uvas. Cuando la conocí, en uno de
sus fines de semanas libres, conocí también a Juan Tomás Reinoso, que era su novio, y más
tarde su esposo. Amparo tenía una frente amplia, de manos grandes, gruesas y fuertes y pies
de gigante. Su madre decía que ella era una desbarata zapatos. Labios gruesos que
delimitaban una boca sensual y también grande.
29 de junio. Domingo. Por la tarde, visita a Calilín y Bienvenido Durán. Pedro Custodio
hijo nos presentó. También conocí a algunos de sus trece hijos: Ramonita, Cruz María, José
Leonel, Víctor Manuel, Georgina, Sandra, Arielina, Alfi Antonio, José Frank, Silvia, Luz
Irene, Hipólito y Tania.
De regreso también fui presentado a la familia de Ramón Pascual y su esposa Antonia La
Paz y sus hijos: Ligia, Cristino (Tino-fue policía, se había infectado con el virus de la
inmunodeficiencia humana, hasta que un accidente acabó con su vida), Luisa (actualmente
en Suiza), Dionisia (Nisi), Kelvi, José Luis y Rosita.
30 de junio. Lunes. Consulta matutina. Mañana se inician los servicios de guardia cada
cuatro días en el hospital Dr. Luis Manuel Morillo King, en La Vega. En el hospital, la luz
lanzó sus rayos con una fuerte descarga, desgarró el tejido que se dispersó en todas
58
(1856-1932). Poeta, maestro y abogado. Ejerció el magisterio durante 30 años. Colaborador de Hostos.
Dirigió la escuela normal de Santo Domingo. Fue diputado y Secretario de Estado de Justicia e Instrucción
pública (en el gobierno de Francisco Henríquez y Carvajal). Se opuso a la ocupación norteamericana a la que
siempre combatió. Su obra cumbre es el poema épico o letras del Himno Nacional, escrito en 1893.
116
direcciones, brilló implacablemente a través de lo que quedaba, una red vacía y de gruesas
mallas. Abajo temblaba la tierra y permanecía inmóvil, como un animal recién capturado.
Mutuamente fascinados, nos miramos los dos. Y un tercero, temiendo el encuentro, se apartó.
Entonces el paciente, dijo: «Una vez me rompí la pierna, fue la más hermosa experiencia
de mi vida.»
1 julio. Martes. Por la mañana, actividad sin novedades. Cuando me preparaba para acudir
al hospital para mi primer servicio de guardia, y antes de salir, la joven elegante de la fiesta
me preguntó por centésima vez qué era lo que yo quería decirle. Tomé un papel, lo escribí, y
luego de introducirlo en un sobre sellado, a la salida, le entregué la confesión. Servicio de
guardia. Al término del servicio y de regreso a Las Uvas, ya no recordaba aquella confesión,
la primera en recordármelo y en saludarme fue ella. También me dijo que si me interesaba lo
que le había escrito en el papel, no supe qué decir. Todas las preocupaciones se habían
disipados; alegre, tranquilo, sin el menor temblor en mis mejillas brillantes manchas de sol,
vista a través de la puerta entreabierta de la clínica, se extendía el yucal. Entonces saqué
valor de donde no había y le dije que sí. Ella respondió positivamente.
Ese mismo día, por la noche, cuando entré a mi habitación, encima de la cama encontré
«Las Mil y una noche». Antes de leer pensaba: De niño (y así habría seguido mucho tiempo,
de no haber topado violentamente con los asuntos sexuales), era un inocente y desinteresado
respecto a las cosas del sexo, como lo soy actualmente, pongamos por caso, respecto a la
teoría de la relatividad. Sólo alguna insignificancia (y éstas únicamente cuando era instruido
sobre ella) me llamaban la atención, por ejemplo, el hecho de que precisamente las mujeres
que, en la calle, me parecían más bellas y mejor vestidas, tuviesen que ser malas.
El amor es como la juventud eterna, imposibles; aunque no hubiera otros obstáculos, el
hecho de observarse uno mismo la haría imposible. Sólo representa una compañía.
Acompañado, se siente más abandonado que solo. Cuando está con alguien, éste extiende su
mano para agarrarte, y él queda a su merced. Cuando está solo, es toda la humanidad la que
quiere agarrarte, pero los innumerables brazos extendidos se cogen unos a otros, y nadie le
alcanza.
2 de julio. Miércoles. «La dulzura de la producción literaria nos engaña en lo que respecta
a su valor absoluto.»
Cuando uno se siente dominado por un libro independientemente de quien sea el autor, en
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este caso anónimo, no se incorpora con sus propias fuerzas, porque para ello ya se necesita
arte, y éste es feliz consigo mismo, sino que se entrega —así le ocurre muy pronto a quien
simplemente no opone resistencia— dejándose arrastrar por la totalidad del otro y se deja
convertir en un ser afín al otro; entonces no tiene nada de extraño que, al cerrar el libro, uno
sea devuelto a sí mismo, vuelva a sentirse cómodo, tras esta excursión y este desahogo, en su
personalidad propia, nuevamente reconocida, removida de nuevo contemplada por unos
momentos a distancia, y que con la cabeza más despejada . —Sólo posteriormente puede
sorprendernos que aquella peripecia vital de un extraño, a pesar de su viveza, esté descrita de
un modo inalterable en un libro, aunque creemos saber por experiencia propia que nada en el
mundo dista tanto de una experiencia —por ejemplo, el dolor por la muerte de un
amigo—como la descripción de esta experiencia. Sin embargo, lo que está bien para nuestra
persona, no lo está para los otros. Cuando pongamos por caso, no podemos dar satisfacción a
nuestros sentimientos con nuestras cartas —naturalmente hay aquí una cantidad de
gradaciones que se diluyen en ambos sentidos—, cuando debemos recurrir una y otra vez,
aun en nuestros mejores momentos, a expresiones como «indescriptible», «indecible», o a un
«tan hermoso», seguido de una frase que se desmorona rápidamente, introducida por un
«que», entonces se nos da como compensación la facultad de comprender informaciones de
otros con la tranquila precisión que nos falta ante las propias cartas, al menos en tal medida.
El desconocimiento en que nos hallamos respecto a los sentimientos que nos han llevado
según los casos a estrujar o a extender el papel de la carta; precisamente tal desconocimiento
se convierte en inteligencia, puesto que nos vemos obligados a atenernos a la carta que
tenemos delante, a creer únicamente en lo que hay en ella, a hallarlo perfectamente
expresado, y con una expresión igualmente perfecta, como debe ser, si queremos que se abra
ante nosotros el camino hacia lo humano. Así, por ejemplo, las cartas de Napoleón Bonaparte
sólo contienen el relato de la breve vida de un enamorado… (se interrumpe).
3 de julio. Jueves. Las dos menos cuarto de la madrugada. Llora un niño en la casa
contigua a la clínica. De pronto, en la misma habitación, habla un hombre, tan cerca como si
estuviera junto a mi ventana: «Preferiría arrojarme por la ventana, antes que seguir oyendo
esto por más tiempo.» Sigue refunfuñando, lleno de nerviosismo; la mujer, sin decir nada,
sólo con siseos, trata de que el niño vuelva a dormirse.
En la mañana confirmo que aquel hombre era Vinicio Hernández el hermano de Danilo.
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En Las Uvas se decía que tenía el cerebro trastocado. Debido a que ocasionalmente
presentaba raros comportamientos. Era mi vecino en la parte Norte de la clínica. Además de
Danilo y Vinicio existía una hermana, Estela Hernández, la profesora. Luego del hogar de
Vinicio está, también al Norte, frente al costado sur de la escuela y frente al colmado de Juan
Checheré, el de Manuel Evangelista, donde nacieron sus hijos: Francisco y Daniel (muertos),
Altagracia, Yolanda, Angelita, Hilda, Milagros, Lucía, Bolívar y Felo.
4 de julio. Viernes. Por la mañana, llegan los medicamentos. En la consulta matinal: Niño
con piodermitis (nacíos ciegos), edema palpebral y de las extremidades, y hematuria.
Consulta del Manual de Internos de Hugo Mendoza. En la tarde, una fila enorme de
pacientes. Todos buscan jarabe para la gripe, para los parásitos, pastillas de pollo*… sólo le
importa que sirva para algo.
5 de julio. Sábado. Servicio de guardia en el hospital Dr. Luis Manuel Morillo King. Los
fines de semana y días feriados, tomaba los servicios de guardia a las ocho de la mañana. Hay
que tener fuerza de voluntad. Las fuerzas del hombre no están concebidas como una
orquesta. Antes bien, todos los instrumentos tienen que sonar sin interrupción, con toda la
fuerza. Pues no están destinados a los oídos humanos y no se tiene disposición una dilatada
velada musical, durante la cual cada instrumento espera poder sobresalir entre los demás.
6 de julio. Domingo. Caía la noche. A los lejos se oyeron truenos. El resplandor de un rayo
penetró por la rendija de la puerta e iluminó por un segundo mi rostro en el espejo. Volvió a
oírse un trueno más cercano. El cielo había descendido hacia la tierra, cargado de angustia.
Sentí de pronto una gran fatiga; las rodillas se me doblaron y me senté en la cama. Un olor
pestilente me dio en pleno rostro, un olor a sudor, a chivo, y me apreté la garganta para no
vomitar.
Abrí la puerta y asomé la cabeza. El aire se había oscurecido y gruesas gotas de lluvia,
espaciadas, daban contra las hojas del naranjo. El cielo pendía sobre la tierra, pronto a caer
sobre ella. Las vacas de la casa vecina se habían metido en el patio para refugiarse bajo el
almendro.
Cerré rápidamente la puerta. Ya había estallado la tormenta. Afuera, el viento de Jehová
batía aún la puerta y quería entrar. No se oía ninguna otra voz. No había ni un chacal en Las
Uvas, ni un cuervo en los aires. Todos los seres se habían acurrucado. Aterrorizados,
*
En el Cibao le llaman pastilla de pollo a la cloromicetina.
119
esperando a que pasara la cólera del Señor.
Me quedé tumbado en la cama, y el ruidoso repiqueteo de la lluvia sobre el tejado de la
casa era como si golpeara en el propio pecho. En el borde del tejado saliente, las gotas
aparecen de un modo mecánico, como luces que se fueran encendiendo a lo largo de la acera
de una calle. Luego caen. Como un animal salvaje, corre de pronto un anciano a través del
prado y toma un baño de lluvia. El golpear de las gotas en la noche. Uno se encuentra como si
estuviera dentro de la caja de un violín. Inclino la cabeza sobre el pecho, como un ave
soñolienta, cerré los ojos y me dormí. Por la mañana, la carretera a pie; la tierra blanda bajo
los pies.
7 de julio. Lunes. Sobre el asfalto es más fácil conducir los automóviles, pero también es
más difícil frenarlos. Esta fue la respuesta obtenida del síndico de La Vega a la petición de
arreglar la carretera de las Uvas. He hecho un viaje sin éxito. Pero no me doy por vencido, a
pesar del insomnio, los dolores de cabeza de las jóvenes que me acompañaron, la general
incapacidad. Son las primeras fuerzas vitales, que se han empleado para ello. He hecho la
observación de que no rehúyo a la gente para poder vivir tranquilo, sino para poder morir
tranquilo. Pero ahora me voy a preparar. Tengo once meses de tiempo, para intentarlo de
nuevo.
El joven del orzuelo. Zona de fluctuación con evidencia de pus que el joven atribuye por
haberle negado una naranja a una embarazada. Se estaba colocando la aldaba de la puerta
todos los días en las mañanas.
8 de julio. Martes. ¿Dónde hallaré salvación? Cuántas falsedades de las que había perdido
ya toda noción serán remontadas a la superficie. Si la verdadera unión fue tan impregnada de
ellas como una verdadera despedida, entonces seguramente he obrado bien. Sin una relación
humana, no hay en mí mentiras visibles. El círculo limitado es puro.59 Se puede comprender
qué grande es el ámbito de la vida por el hecho de que la Humanidad, desde tiempos
inmemoriables, está inundada de palabras, y por otra parte las palabras sólo son posibles
cuando se quiere mentir.
La confesión y la mentira son una misma cosa. Para poder confesar, se miente. Lo que uno
es, no puede expresarse, pues eso se es sin más; sólo se puede comunicar lo que no se es, o
sea, la mentira. Sólo hablando a coro puede haber una cierta verdad.
59
Entre esta anotación y la anterior, figura el viaje del Comité de Salud a La Vega, al gobernador de esa ciudad.
120
9 de julio. Miércoles. Por la mañana Chequeo prenatal. A partir del medio día, Servicio de
guardia. No estoy de acuerdo con hacer servicio a partir de las doce del medio día. Lo hago
por no entrar en contradicción, mi presencia las veinticuatro horas en la clínica es más
provechosa que hacer un servicio en el hospital.
10 de julio. Jueves. A veces las cosas parece que funcionan de la siguiente manera: tiene
una tarea precisa; para llevarla a cabo tienes las fuerzas necesarias (ni demasiadas ni
demasiado pocas, es cierto que tienes que mantenerlas reunidas, pero no hay que
angustiarse), se te ha dado tiempo suficiente, también tienes voluntad de trabajo. ¿Dónde está
el obstáculo que te impide realizar esa enorme tarea? No pierdas el tiempo buscándolo, puede
que no haya ningún obstáculo. El socorro me espera en alguna parte, y los guías me desvían.
Papanicolau: Chequeo de mujeres para control de planificación.
11 de julio. Viernes. Puericultura. La madre que canta algunos versos, justamente al
comienzo, por ejemplo: «Duerme, María, mi niña»,60 dejando que la voz ande perdida en la
melodía; súbita explosión de la Canción de Mayo (parece como si sólo la punta de la lengua
se meta entre las palabras). Si uno mira el techo de la sala, se siente elevado por los versos.
La madre que canta. Luego al darse cuenta que otros la escuchan, se puso en pie, estirando
y retorciendo el pañuelo en las manos, y echando chispas por los ojos. Mejillas redondas y no
obstante rostro anguloso. Cabello flojo y suelto, alisado una y otra vez con una mano floja y
suelta. Las críticas entusiastas que se han oído sobre su canto sólo le sirven, en nuestra
opinión, hasta que se le oye por primera vez; luego se enreda con ellas y no puede producir
una impresión pura.
12 de julio. Sábado. Me escuchó con extrema atención, sin observarme aparentemente en
lo más mínimo, concentrado del todo en mis palabras. Asentía de vez en cuando, cosa que
parecía considerar un recurso para concentrarse mejor. Al principio le producía molestia un
resfriado silencioso, se le humedecía constantemente la nariz y no cesaba de hurgarla con el
pañuelo hasta el fondo, con un dedo metido en cada agujero.
13 de julio. Domingo. Sólo hay metas, no hay camino. Lo que llamamos camino es
60
Canción de cuna para niños.
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vacilación. Los golondrinos. Infarto glandular en el sobaco, que comúnmente termina por
supuración. La creencia es que salen siete. Servicio de guardia
14 de julio. Lunes. Frustración. Por la mañana, muchacha con pápulas eritematosas,
manchas sobre montadas de una pápula central. Aparecida por la hipersensibilidad adquirida
a picadura de insectos. No hay antialérgico que administrarle. Por la tarde, ninguna novedad.
La forma de distribuir y usar en una sociedad los ingresos podría ser más importante que
su nivel medio. Los grandes cambios de estado de salud de la totalidad de las poblaciones a
lo largo del tiempo no necesariamente dependen de poner en práctica medidas de salud
pública o de control médico contra enfermedades concretas. Apuntan, por el contrario, a la
existencia de un vínculo profundo entre salud y entorno social, incluidos los niveles y la
distribución de la prosperidad en cada sociedad.
15 de julio. Martes. La soledad en este caso no se quedaba entera de invocación literaria
sino que era algo duro como la pared de un prisionero, contra la cual puedes romperte la
cabeza sin que nadie acuda, así grites o llores.
16 de julio. Miércoles. El tabaco que fumaba la anciana Ana Ercilia, bajo la mata de
mango que había donde Cochecha, le permitía escuchar el rumor de las aves que cada día se
reunían en aquel mango. Distraía así los dolores que le traspasaban las rodillas y las
articulaciones. Había debido ser muy hermosa en su juventud; sus miembros eran finos, la tez
clara y los ojos grades: de buena casta. Varios pretendientes se la había se presentaron ante su
difunto padre. El perspicaz anciano había pesado en su imaginación el cuerpo, el alma y la
fortuna de cada uno de ellos y había elegido el indicado, pero ella prefirió lo contrario. Este la
había desposado y ella le había hecho la vida feliz. Pero ahora, la hermosa entre las hermosas
había envejecido, sus encantos se habían ajado, devorados por el tiempo, y a veces, durante
las grandes fiestas, su viejo marido, siempre vigoroso, pasaba la noche fuera de casa
divirtiéndose con las viudas. La consulta comienza a disminuir.
El hueco que la obra genial ha dejado al quemar lo que nos rodea es un buen lugar para
encender la pequeña luz propia. De ahí la incitación que parte de lo genial, la general
incitación que no sólo nos induce a imitar. Este modelo lo usan las autoridades para justificar
122
el no envío de medicamentos para el desempaño de los médicos rurales. Falta de
medicamentos.
17 de julio. Jueves. Consulta matutina. El sol estaba alto en el cielo y el día resplandecía,
cuando llegaron las primeras mujeres a la clínica. Papanicolau. Servicio de guardia.
Lamento tener que laborar apenas hasta las onces de la mañana. Los países con mejor
estadote salud son aquellos que han puesto mayor énfasis en la importancia de las mujeres y
los niños en sus culturas y medioambientales, así como sobre sus políticas sociales. Estoy
convencido que sólo cuando las mujeres están suficientemente educadas como para
experimentar alguna sensación de control sobre sus vidas y las de sus niños (por ejemplo,
siendo capaces de conseguir espacio para éstos), las tasas de mortalidad infantil y durante los
primeros años de vida empiezan realmente a disminuir.
18 de julio. Viernes. He empezado a trabajar en la clínica. Mañana y tarde chequeo de
niños sanos. He leído un poco los cuentos de Juan Bosch en el exilio. La lejanía mantiene a
esta vida en serenidad; estos cuentos la incendian. La claridad de todos los acontecimientos
la hace misteriosa, del mismo modo que la verja de un parque proporciona reposo a la vista
cuando ésta contempla vastas extensiones de césped, y nos inspira sin embargo un respeto no
legítimo.
Ahora mismo viene a visitarme por primera vez Danilo Hernández.
19 de julio. Sábado. No reía. Su rostro estaba serio, absorto. Se detuvo un instante y estiró
sus miembros bajo el sol. Llevaba el torso desnudo y, sobre su corazón, el dibujo de un gran
pez formaba una mancha negra. Muchos años atrás, un artista, antiguo forzado, le había
hecho aquel tatuaje con una aguja, y con tanta destreza que se hubiera dicho que el pez movía
la cola, nadaba alegre y se deslizaba entre los pelos rizados de su pecho. Sobre el pez había
una cruz de cuatro brazos con anzuelos.
20 de julio. Domingo. La Biblia. Sólo el Antiguo Testamento lo ve —no decir todavía
nada al respecto.
Isaac repudia a su mujer ante Abimelec, como antes lo hizo Abraham con la suya.
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Charla en el Club de la comunidad. ¿Cómo evitar la Hipertensión arterial?
Visita del tío Víctor Bolivar y su esposa Gloria que viven en Moca, frente al hospital. Mi
tío es Gineco-Obstetra y Gloria farmacéutica.
21 de julio. Lunes. Ignorancia. Joven que acude en la mañana a la clínica con varicela en
pleno periodo contagioso. Servicio de guardia. Los gruesos labios de la enferma se movieron;
iba a hablar pero se abstuvo de hacerlo.
22 de julio. Martes. Devorado por el sol me desplazada por los callejones de Las Uvas.
Justina Apolinario, madre de Ramón Capulina, era una beneficiaria. Tenía mala salud, era
diabética y padecía de los riñones, de Hipertensión arterial y del hígado, el doctor Miguel
Ángel (Cucho) Guzmán Suárez (falleció el 16/marzo/2004), cardiólogo de La Vega, le dijo
que llevara una vida normal pero que vigilara mucho la alimentación, no tomara ni una sola
copa, reposara dos horas después de las comidas y sobre todo que se quitara de la cabeza la
idea de comer con sal.
Antonia Contreras, la madre de María Altagracia Gutiérrez (Miriam), padecía de Lepra,
siempre se mantuvo controlada y siempre la visitaba un promotor del Instituto Dominicano
de Dermatología. Con frecuencia también yo la visitaba, sobre todo, cuando se presentaba
algún problema de salud diferente a su enfermedad.
A Pun-pun la chequeaba a diario (sufría de vejez) lo mismo que a mamá Nona, su hija,
que era hipertensa.
Juana Marte era también otra hipertensa a la que atendía en su hogar. Vivía al iniciarse el
callejón de los Mora, el hogar lo compartía con sus nietos, la profesora Mercedes Leonardo, y
José Leonardo que luego estudió medicina y Belkis que tanto estaba en Las Uvas como en los
Estados Unidos. Madre de José Mercedes Leonardo, conocido por todos por el sobrenombre
de Palilo. A mi llegada a Las Uvas, encontré en Palilo un importante apoyo, al igual que en
su esposa, la profesora Zoraida Martínez.
Justina Almánzar, la esposa de Colá, fue otra paciente que siempre disfrutó de las
atenciones a domicilio que ofrecí en los callejones de Las Uvas, mientras me desempeñé
como médico pasante.
Ignacia, que se dedicaba a ejercer el curanderismo y que una hipertensión arterial la había
124
llevado a la insuficiencia cardíaca congestiva, se descompensaba frecuentemente. La primera
vez que la atendí ella me enseñó una radiografía de tórax que le habían hecho en La Vega con
un corazón de tinaja. Ella vivía al fondo del callejón por lo que en los tiempos de lluvia
resultaba difícil el acceso a su hogar. Y sobre todo porque Edilio (el cojo), siempre estaba
atento de quien entraba o salía del callejón de Ignacia. Edilio fue otra víctima de la
poliomielitis en Las Uvas.
Llegó un momento en que la demanda me obligó a trasladarme a lugares fuera del área de
influencia de Las Uvas, como fueron los casos de Palmira Salcedo en Magüey, que padecía
hipertensa arterial. La primera vez que la visité me dijo: «Me he mantenido apartada de la
violencia de la actividad familiar. Me he revuelto en la cama. La presión de la sangre en la
cabeza y el inútil ir tirando. ¡Qué perjudiciales efectos!» Luego agregó: «Ayer mientras
almorzaba sangré por la nariz y el dolor de cabeza era sordo y leve. Hoy me he pasado toda la
tarde en la cama con dolorido cansancio.»
Ramón Almonte, en Las Yerbas, fue paciente mío; también fueron pacientes a domicilios
algunos de Bacuí, Barranca, La Guama, Guanábano, La Rosa, La Sabana de los Jiménez, El
Naranjal, Olla Grande, Villa Tapia
Cuando había que trasladarse a comunidades fuera de Las Uvas, utilizaba un motor Honda
50 propiedad del señor Pedro Custodio Neris, presidente del Comité de Salud de la
comunidad. Fueron muchas las veces que utilicé el motor saltamonte de Mon para acudir en
auxilio de estos enfermos.
En Las Uvas fue que aprendí a manejar motor, y donde juré no montarlo jamás. Recuerdo
que Miguel Ángel Bidó (el coordinador de promotores) me prestó el suyo, un Yamaha 125,
arranqué desde la clínica sin problemas, pero el motor se apagó frente a la escuela. Y estando
atravesado en la vía, con el frente hacia la escuela, intenté encenderlo, pero olvidé ponerlo en
neutro. Cuando le di a la palanca de encendido y al mismo tiempo aceleré, el motor salió
como un bólido, escapándose de entre mis piernas y dejándome parado en la vía, se estrelló
contra la verja que protegía la escuela.
El violín es un instrumento que nunca se llega a dominar del todo, en Salzburgo te pueden
enseñar la técnica pero nada más, eso es poco, la técnica es siempre poco, el alma del violín
hay que descubrirla o que adivinarla, bien mirado es lo mismo, también se puede inventar el
alma de cada violín o de cada concierto de violín según la estación del año, la fase de la luna
125
o la adyecta e inoportuna menstruación de las adolescentes dominicanas, el sentimiento
jamás se deja dominar por los estatutos, Elena Mora supone que todos nacemos platónicos, lo
cual es una aberración estrepitosa.
Se presentó una joven señora cuya procedencia no logró recordar. La nueva paciente se
llamaba Mercedes, pero Aridio, el Cojo, imitando la afición de los dominicanos a inventar
apodos, le había dado ese nombre de desierto, «porque es plana y estéril como la arena y en
tanto terreno desperdiciado no se ve ningún lugar adonde echar un trago».
Esta señora me dijo:
—Doctoi— hace ser meses que no veo el periódico.
De inicio pensé, para mi interior: «y qué es lo que se cree esta mujer, si yo que soy médico
no veo el periódico por estos lugares, cómo pretende verlo ella». Luego supe que se refería a
la menstruación.
Uno de los muchos problemas que tienen las mujeres a los que constantemente se enfrenta
un médico pasante en el campo es esto de la menstruación. El primer problema es los
diferentes nombres con que se la conoce: la cosa, menstruación, luna, periódico, costumbre,
regla…
Días después llegó a la clínica otra mujer. Al preguntarle en qué podía servirle, la señora
me respondió inclinando la vista hacia arriba, hacia el techo de la clínica, y señalando, hacia
arriba también, con el dedo pulgar de su mano derecha. De inicio pensé que había algo en el
techo, pero al mirar no vi nada; como la mujer insistía, llamé a Carmen la enfermera,
imaginando que la señora era muda. Fue Carmen quien me sacó de aquel apuro al susurrarme
al oído que la mujer se refería a la menstruación. Y lo que son las cosas de la vida. La mujer
que tenía vergüenza de hablar de esas cosas, luego que entró en confianza optó por nombrarla
como al astro, satélite de la tierra que alumbra cuando está de noche sobre el horizonte, y que
según mi opinión personal es la designación más desagradable que tiene la menstruación.
Sobre esta condición de la mujer existen muchas creencias. Una creencia muy popular es
que cuando una mujer tiene planes de ir a una fiesta y le llega la menstruación, se coloca
medio limón en la planta del pie y se le quita la menstruación. Esto mismo hace cuando va a
la playa o cuando desea tener relaciones sexuales, con tan solo pisar un limón partido se le
suspende la menstruación, también si le ponen la mano a un limón con la menstruación ésta
desaparecerá. La señora MC, de la Sabana de los Jiménez, me informó que cuando una mujer
126
desea cortarse la menstruación sólo tiene que ingerir un refresco de botella color rojo.
Por otra parte, se cree que si a una mujer le llega la menstruación en luna nueva sangra
más de lo normal. Si tiene la menstruación y come frutas y éstas le provocan dolor de cabeza.
Este no se le quitará hasta que no hierva la cáscara de la fruta que comió y se la tome con
agua. Por otra parte, si una mujer con la menstruación corta algún tipo de fruta, la mata se
seca, lo mismo ocurrirá si le pasa por encima a alguna producción en un conuco.
Si la menstruante no deberá bañarse ni tarde ni temprano porque le da dolor y se le va la
sangre a la cabeza. Lavarse la cabeza con la menstruación: hace daño
Las mujeres paridas o con la «costumbre» no pueden lavar con cloro porque se
«malogran». Tampoco pueden cargar niños porque lo indispondrían, es decir, le daría
diarrea. Pero, no vayamos tan lejos. Se sorprendería usted si le contamos que en nuestro país,
todavía hay personas que hablan de fenómenos sobrenaturales, como niños con espinas en la
espalda o deformaciones, que consideran resultantes de «inoportuna visita de alguna mujer
amiga, que haya venido a conocerlos al momento de nacer y que coincidentemente, tuviera
su menstruación». Casos peores son aquellos en los que se adoptan recetas insalubres como
ingerir excrementos, para deshacerse de las maldiciones proferidas por supuestos enemigos.
Por último, el flujo menstrual ligado con café amargo es muy utilizado para atraer
hombres, y para el acné juvenil si se mezcla con hiel.
Maruca decía que la menstruación era una de las hieles (o amarguras) para la vida de la
mujer, como para la tierra, el verano.
23 de julio. Miércoles. Ayer estaba hermosa la señora de La Guama. La belleza
evidentemente normal de las manos pequeñas, de los dedos ágiles, de los redondeados
antebrazos, tan perfectos en sí mismos que ni la visión inhabitual de su desnudez nos hace
pensar en el resto del cuerpo. El pelo partido en dos ondas, claramente iluminado por la luz
eléctrica. El cutis algo impuro en torno a la comisura derecha de la boca. Como para una
queja infantil, se abre su boca formando arriba y abajo dos arcos de fino dibujo. Uno piensa
que esta hermosa formación de vocablos, que expande la luz de las vocales en las palabras y
preserva con la punta de la lengua el puro contorno de las mismas, sólo puede conseguirse
una vez, y queda asombrado de que se repita. Frente baja y blanca. Los polvos, cuando se
usan como lo he visto hasta ahora, son algo que aborrezco, pero cuando este color blanco,
127
este velo que flota cerca de la piel, proviene de estos polvos de color lechoso, algo turbio,
entonces quisiera que todas las mujeres se empolvaran.
24 de julio. Jueves. Por la mañana, consulta. No hay medicamentos. Estoy tratando de
educar a la población para que compren los medicamentos: SESPAS, no debería maltratar a
la población y al médico rural de esta manera. Por la tarde, papanicolau.
25 de julio. Viernes. Descuido. Recién nacido con conjuntivitis. Servicio de guardia. En el
hospital, se habla del fin del mundo, se dice de boca en boca que a las cinco de la tarde el
mundo acabará. Ahora el fin a causa del egoismo. Vivimos una época decisiva.
26 de julio. Sábado. Una noche de luna nueva salí de la clínica rural de Guanábano camino
a Las Uvas, el trayecto era un trayecto corto por un callejón recto, en el que daba de pleno la
luna, se veía en el suelo cualquier detalle con más claridad que de día. Ya me quedaba poco
para la pequeña alameda, que empalma al final con el puente de Las Uvas, cuando a unos
pasos delante de mí —tenía que haber estado soñando para no haberlo visto— vi un pequeño
tugurio de madera y trapos, una persona no habría podido estar de pie allí dentro. Estaba
completamente cerrada; ni siquiera cuando la rodee muy de cerca y la tanteé, encontré el
menor hueco. En el campo uno ve muchas cosas y se aprende así fácilmente a enjuiciar lo que
uno no conoce, pero no podía comprender cómo había llegado ese tugurio hasta allí y cuál era
su finalidad.
Yo aprendí que a través del inmenso aire azul, más allá del bosque primordial, más allá del
platanar, había centenares, millares de seres humanos que cantaban, reían y trabajaban
juntos, que hacían fuego con la cuaba y moldeaban cántaros; y también mujeres ardientes que
dormían desnudas sobre las delgadas esteras, a la luz de las inmensas estrellas. Desde aquel
momento, me propuse matar con la ferocidad de un tigre, la soledad que me hacía compañía.
Ahora que me había retirado de todos los escenarios de soledad, mi mente estaba llena de
nostalgia: de la belleza, el amor, la salud, la inocencia, la ilusión, la energía, la seguridad, la
esperanza, de todo lo perdido.
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27 de julio. Domingo. El Tablón de Villa Tapia. Visité, con Pedro Custodio, a Maximino
Polanco el novio de una hija de José Reyes de la Guama. Máximo Polanco tenía un hermano
odontólogo que ejercía en Moca al que también lo visitamos. Cuando reinicié estas
narraciones supe que lamentablemente el odontólogo había fallecido.
28 de julio. Lunes El cielo, que en Guanábano amenazaba lluvia para refrescar la tierra,
era aquí hierro al rojo. La Clínica era un horno abrasador. Por la noche reconocimiento de los
habitantes del poblado: Los vecinos Bruno, Francisco, Luciano y Sofía (madre), en el
callejón de los Abréu después del salón.
29 de julio. Martes. Mañana sin novedad. Al mediodía partida al Morillo King. Servicio
de guardia: Hoy, un tanto sudado, por la tarde; el paciente que me dice: «doctor tiene que
acabar por hacerme estallar la cabeza. Y precisamente en las sienes. Al imaginarlo, lo que vi
fue en realidad una herida de bala, sólo que en torno al orificio los bordes aparecían abiertos
hacia fuera, rectos, con los cantos agudos, como cuando se abre una lata con violencia. »
30 de julio. Miércoles. La inimaginable fortaleza de la mañana. Por la noche, leí un poco
de Medicina Interna. Esta energía que tengo para vivir, para decidir, para poner el pie con
satisfacción en el lugar preciso. Se siente en sí mismo, como un diestro remero se sienta en su
bote y se sentaría en cualquier bote. Quise escribir. Por la tarde, visita al hogar de Negrito y
Edita, así como a sus hijos: María, Sisía, José Miguel, Mercedes y Minerva.
31 de julio. Jueves. Paso a paso fui conociendo Las Uvas. Una noche atravesé todos los
oscuros y enlodados (o polvorientos) callejones para asistir a una cena. De una casa oscura
partía la voz de un niño o de una mujer que cantaba. Me detuve. Al lado de la puerta pobre me
asaltó una emanación que es el olor inconfundible de Las Uvas: mezcla de jazmines, sudor,
aceite de coco, amapola y tierra húmeda. Las caras oscuras, confundidas con el color y el olor
de la noche, me invitaron a pasar. Me senté silencioso en la silla de guano, mientras persistía
en la oscuridad la misteriosa voz humana que había hecho detenerme, voz de niño o de mujer,
trémula y sollozante, que subía hasta lo indecible, se cortaba de pronto, bajaba hasta volverse
oscura como las tinieblas, se adhería al aroma de las amapolas, se enroscaba en arabescos y
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caía de pronto —con todo su peso cristalino— como si el más alto de los surtidores hubiese
tocado el cielo para desplomarse enseguida entre el platanar.
Mucho tiempo continué allí, estático bajo el sortilegio de los tambores y la fascinación de
aquella voz, y luego continué mi camino, borracho por el enigma de un sentimiento
indescifrable, de un ritmo cuyo misterio salía de toda la tierra. Una tierra sonora, envuelta en
sombra y aroma.
La familia se había sentado a cenar. Por las ventanas sin visillos, se veía la noche tropical.
La cena de aquella noche en casa del señor Jiménez María fue una costosa, divertida y gran
cena. Fue amena la conversación. Aunque algo científica, y no se trató ni de las modas
últimas, ni de las ridiculeces del prójimo, ni de los sucesos escandalosos más recientes.
Pero sí del tema del lujo. Preguntaron si fue debida al lujo la caída del Imperio Romano, y
se probó que ambos imperios, el de oriente y el de Occidente, fueron destruidos por la
teología y los monjes. Efectivamente, cuando se apoderó Alarico de Roma, no encontró allí
más que disputas teológicas, y cuando atacó Constantinopla Mahomer II, defendían los
frailes con más energía la eternidad de la luz del Tabor, que en su ombligo veían, que la
ciudad de los turcos. Uno de los comensales hizo observar que mientras ambos imperios
habían perecido, todavía subsisten los escritos de Horacio, Virgilio y Ovidio.
Del siglo de Augusto pasaron de un vuelo al de Luis XIV. Una señora preguntó por qué
los autores del día, aun cuando tengan mucho talento, no producen obras de tanto valor.
Respondió el señor Jiménez María que era porque ya las habían producido los de siglos
pasados. Esta idea audaz, pero exacta, dio que pensar a los circunstantes quienes se burlaron
luego cruelmente de un puertorriqueño que se había metido a regulador del buen gusto y
crítico de Racine, sin saber una palabra de francés. Con más vigor todavía fue tratado un
haitiano llamado François, el cual censuró El masacre se pase a pie de Freddy Prestol
Castillo, sin entender la obra, atacando lo mejor que ella tiene. Esto trajo a la memoria de
todos, el afectado desdén en que Juan Bosch tenía a Los Carpinteros. Alguien manifestó que
con todos sus defectos, Los Carpinteros era tan superior a Homero, como con todos los
suyos, todavía mayores, es Juan Bosch al aburrido Alejo Carpentier. Se censuraron los
prejuicios entre nación y nación y se trató al señor François como merecía, y como tratan las
personas inteligentes a los pedantes.
También hubo de hacerse la observación sagaz de que son las obras maestras del siglo
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pasado las que más ocupan la atención de los literatos actuales. Nuestra tarea se reduce a
examinar sus méritos. Parecemos hijos desheredados, que hacen la cuenta del caudal del
padre. En lo que todos coincidieron fue en admitir que la filosofía había adelantado mucho,
pero que el estilo y el idioma se empobrecían.
Norma es de todas las conservaciones saltar de un asunto a otro. En breve desaparecieron
todos estos temas de amenidad, ciencia y gusto, para señalarse el feo espectáculo que se dio
al mundo con las elecciones del 78. Se brindó a la salud del presidente Don Antonio Guzmán
Fernández y a la de los que los imitaran. Hasta el doctor García Cruz les colmó de elogios;
porque ha de saberse que en ese gremio se encuentran a veces, sujetos razonables, como se
encuentran hombres de talento.
Un alto funcionario del gobierno dejó a todos maravillados al hablarles de los progresos
que en dominicana se hacían. Nadie supo decir por qué gustaba más la historia de Joaquín
Balaguer, que se pasó la vida destruyendo, que la de Juan Bosch, que pasó la suya en crearlo
todo. Supimos que la razón de esta preferencia era nuestra frivolidad y falta de juicio y
convinimos en que Balaguer fue el Don Quijote y Bosch, el Solón del Norte; en que los
entendimientos superficiales prefieren a los grandes planes del legislador, el extravagante
heroísmo del soldado, y les agrada menos la narración circunstanciada de la fundación de una
ciudad, que la temeridad de un capitán que con unos cuantos hombres se enfrenta a diez mil
haitianos. Ciertamente, la mayor parte de los lectores sólo buscan el pasatiempo, no la
instrucción. Por eso, de cada cien mujeres, noventa y nueve leen ridículos novelones y sólo
una, un capítulo de Cervantes.
¡De cuántas cosas se habló en esta cena que no olvidaré en mucho tiempo! Al fin fue
indispensable tocar la tecla de los cómicos y cómicas, eterno asunto de las conversaciones de
sobremesa en República Dominicana y otros lugares. Nadie negó que tan raro fuera un buen
autor como un buen poeta, y se concluyó la cena cantando algunas notas, que un comensal
había escrito dedicadas a las damas. Confieso, por lo que a mí toca, que no me hubiera
parecido más grato el banquete de Platón que el del señor y la señora Jiménez María.
De regreso a la clínica he empezado a leer ávida y felizmente «Las Mil y una noche».
Como el deseo de leerla había superado ampliamente la lectura misma, al principio me
resultó más extraña de lo que pensaba, y tuve que interrumpir la lectura de vez en cuando,
para permitir que, con el descanso, se acumulase mi cultura árabe. Pero a las pocas páginas
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leídas la emoción fue grande.
1 de agosto. Viernes. Mirada a la torre cuya bóveda es el cielo azul. Calmante. Labor sin
novedades. Por la noche, visita al hogar de José María Ureña. En el mismo callejón y más
abajo, conocí al cojo Avelino Frías (falleció varios años después).
2 de agosto. Sábado. Tengo la infortunada creencia de que me falta tiempo para realizar mi
trabajo, porque realmente me falta tiempo para una historia, para extenderme en todas
direcciones, como debería hacerlo. Pero después vuelvo a creer que mi pasantía me dará
mejores resultados, que comprenderé mejor las cosas si me relajo escribiendo un poco, y por
ello vuelvo a intentarlo. Servicio de guardia.
3 de agosto. Domingo. Al medio día. Políticos con la boca entreabierta. (Felipa Gómez
Sarete). Conocí a los hermanos Felipa y Pablo Gómez Sarete, dirigentes políticos nacionales,
y oriundos de Las Uvas. Habían nacido en el Camino Real, el callejón que se inicia con una
bajada para luego subir, la subida más inclinada de todas.
El sol se ponía al fin; las montañas del Cibao habían adquirido tonos de un subido color
violeta, y las montañas que se divisaban a los lejos un color rosado. Mis párpados dejaban de
arder y de pronto, en el puente del camino, sentí una frescura en los ojos. En los ojos y en el
cuerpo, como si acabara de entrar en el agua fresca. Justamente ante mí, allá al fondo del
puente, se extendía un verdor inesperado; había allí corrientes de agua que susurraban,
mangos cargados de frutos y casitas blancas y sombreadas. En el aire se sintió
repentinamente el perfume de jazmines y rosas.
Ese mismo día, visité los Olivares. La noche ya había caído; la tierra se oscureció, al subir
la cuesta de la Guama, el río quedó sepultado en las tinieblas y las primeras lámparas se
encendieron en Las Uvas. Las aves habían metido la cabeza bajo el ala para dormir y las
nocturnas se despertaban y partían de casa. La luna ascendía en el cielo y se derramaba sobre
la tierra, lamía las piedras, los árboles y los hombres. Las sombras se proyectaban negras y
azules sobre la tierra. Frecuentemente observaba aquel espectáculo natural, pero aquella
noche fue espacial. Lamentablemente sólo logro recordar los apodos de las hijas del hogar de
los Olivares: Iris, Morena, Boba y Teté.
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4 de agosto. Lunes. Tengo dos meses trabajando en esta clínica, actividad normal. Por la
tarde, al término de la consulta vespertina, llega Mildred Apolinario con fiebre (38,5 ºC)
elevada y vómitos frecuentes. Los padres la habían llevado a varios médicos, tanto públicos
como privados, sin mejoría ni control de la fiebre y los vómitos. La niña tenía amigdalitis y
un soplo pan sistólico, en maquinaria; nunca nadie se había preocupado por auscultarla o al
menos, no lo había informado a sus progenitores. Esa misma, tarde cuando informé de los
hallazgos a los padres, quisieron volverse locos. La referí al hospital doctor Luis Manuel
Morillo King de La Vega para ser evaluada por el doctor Jiménez María o por Cucho
Guzmán.
5 de agosto. Martes. Sentarse con unos amigos en la mesa de una casa donde he sido
invitado, bajo la enramada, y mirar en la mesa contigua a una mujer que acaba de llegar;
respira con dificultad bajo unos grandes pechos y se sienta con el rostro acalorado, moreno
brillante. Echa hacia atrás la cabeza y se hace visible un bozo considerable; vuelve los ojos
hacia arriba, casi como cuando mira quizás algunas veces a su marido, que ahora está
leyendo a su lado una revista ilustrada. Ojalá pudiera uno convencerle de que, al lado de su
mujer, en el comedor, se puede leer a lo sumo el periódico, pero nunca una revista ilustrada.
En un momento dado, ella tiene conciencia de su opulencia física y se aparta un poco de la
mesa.
Evaluación de Mildred. La niña fue examinada en La Vega, pero sus padres no quedaron
satisfechos. Ese mismo día, en la tarde, hice un referimiento al ya fenecido doctor José
Nicolás Crespo Rodríguez, que para ese entonces era el jefe del servicio de Cardiología del
hospital doctor Francisco E. Moscoso Puello, en Santo Domingo.
6 de agosto. Miércoles. En el patio vecino un buey lanzó un bramido de terror. Debía
haber visto en sueños a un gigante tirarse un pedo, cuyo ruido aplastara una selva bajo sus
pies, y olió un hedor como aquel pedo que el gigante se tiró en mil novecientos cuarenta y
cinco. Nuevas estrellas ascendían por el lado oriental, grandes estrellas furiosas en formación
de batalla, como un ejército. ¿Que significan hoy las afirmaciones de ayer? Significan lo
mismo que ayer; son ciertas; sólo que la sangre se escurre entre las grietas de la gran piedra
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de la ley. La felicidad infinita, profunda, cálida, redentora de estar uno sentado junto a la cuna
de su hijo, frente a la madre.
Hay en ello algo de la sensación siguiente: Ya no se trata de ti, a menos que lo desees. En
cambio, ésta es la sensación de los que no tienen hijos: Constantemente depende de ti mismo,
quieras o no, cada momento hasta el final, cada momento que te desgarra los nervios; una y
otra vez te asalta y sin resultado alguno. Balaguer es soltero. Servicio de guardia.
7 de agosto. Jueves. Por la mañana, en la entrega de guardia, conferencia de Erasmo
Vázquez Henríquez (El camarada). Lo de camarada viene porque durante su juventud fue
dirigente estudiantil de grupos comunistas. De él aprendí mucho. Su conferencia sobre el
cordón umbilical fue muy ilustrativa: nunca antes había oído el significado de la cicatriz
umbilical ni la importancia que se le daba hasta ese momento.
Copio aquí la conferencia del camarada, porque espero alcanzar algo con ella.
Desde el punto de vista fisiológico, el ombligo es una cicatriz inútil para el adulto. Sin embargo, durante la vida
uterina resulta esencial para la supervivencia del feto ya que de él parte el cordón umbilical que le permite
respirar y nutrirse. Con una longitud de 50 a 60 centímetros, el cordón umbilical es un conducto gelatinoso que
se extiende desde el abdomen del feto hasta la placenta, órgano que sirve de intermediario entre la madre y el
futuro bebé, explicaba Erasmo Vázquez. Por el interior del cordón —añade— discurren tres vasos: dos arterias
y una vena, al contrario de lo que sucede en los adultos, la vena del bebé transporta la sangre oxigenada y rica en
nutrientes, mientras que por sus arterias, que son ramas de las arterias ilíacas fetales, fluye la sangre venosa.
Después del alumbramiento —dice Erasmo—, pinzamos el cordón umbilical en dos puntos y los cortamos por
el medio, para que ninguno de sus extremos sangre. No obstante, Los vasos sufren de forma natural una
retracción y una trombosis, que hacen que se cierren espontáneamente y se corte la hemorragia. Los obstetras
siempre dejan un colgajo de cordón de unos cinco centímetros, que se oclusiona con una pinza.
En la primera semana de vida, este fragmento se momifica; después, se seca y cae. La herida cicatriza, los
tejidos circundantes se retraen y se crea el famoso ombligo, comenta Erasmo. En principio, su aspecto viene
determinado por el proceso de cicatrización, que varía de una persona a otra. Pero también influyen otros
factores. La cantidad de grasas que hay almacenada en la barriga, por ejemplo, determina su profundidad, y el
que la piel sea más o menos tersa condiciona su forma definitiva, añade Erasmo.
Pero más interesante que la función fisiológica del ombligo resulta ciertamente su significado simbólico. Este
boquete en la piel tiene, según algunos autores, categoría de eco genital, o sea, que su visión recuerda en nuestro
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subconsciente al ano y la vagina. Hay quienes no están de acuerdo con esta hipótesis, aunque, si en verdad el
ombligo careciera de atractivo sexual, no se explica entonces por qué no sólo era borrado en las antiguas
fotografías de desnudos femeninos, sino que se censuraba en el cine. El caduco Código de Hollywood prohibía
expresamente su exhibición, de manera que las bailarinas de harén, en las películas de guerra, estaban obligadas
a cubrírselo con algún elemento ornamental.
En la República Dominicana, sobre todo en las zonas rurales, es costumbre fajar al niño cuando nace. Esto
consiste en colocar una moneda en el ombligo y luego fajarlo con un pedazo de tela, generalmente de color
blanco; con esto se piensa que se evita que el ombligo del pequeño se brote, es decir, se evitaría una hernia
umbilical; otras veces le echan orégano molido para acelerar el proceso de secado.
En los bateyes dominicanos he recogido la costumbre de los haitianos, quienes confirman la costumbre de fajar
sus hijos, pero en lugar de una moneda, colocan tierra y generalmente sólo fajan los varones. El propósito de
fajar a los varones es para que se críen más fuertes que las hembras. Le echan tierra porque, según ellos,
«nacemos de la tierra y en tierra nos convertiremos». Es muy frecuente la complicación de onfalitis
—inflamación del ombligo— por esta práctica e incluso, la presentación de septicemia —infección de la
sangre— o el tétanos neonatal cuya puerta de entrada es esta vía.
Por otra parte, era tradición de las madres dominicanas guardar el ombligo de su hijo, la creencia era que
mientras el ombligo permaneciera guardado en el hogar el hijo tenía la necesidad de volver a él. De ahí la
famosa expresión: «tu pareces que tienes el ombligo enterrado en ese lugar.
8 de agosto. Viernes. Mejor conciencia de mí mismo. Pulsaciones cardíacas más cerca de
lo deseable. El rumor de la luz eléctrica sobre mi cabeza.
Por la mañana, bien temprano, partida de Mildred a Santo Domingo. El doctor Crespo
atendió a la menor y ofreció las informaciones de lugar. En la tarde, a eso de las seis, llegaron
los padres a Las Uvas; y antes de ir al hogar pasaron por la clínica, muy preocupados, y sin
esperanzas. Ante esta situación sugerí que fueran a Santiago.
Poca planificación. Por la mañana, pocos pacientes. Es obvio la escacés de medicamentos.
No hay consulta de puericultura. Sólo un niño con hernia umbilical. Si el niño tiene una
hernia umbilical la conducta asumida por las madres dominicanas es pasar una babosa por la
hernia para luego clavarle una espina de naranjo hasta que la babosa se seque y muera. Otras
veces siembran un ajo luego de pasarlo tres veces por el ombligo, cuando el ajo nace y se seca
el ombligo también se secará.
Eran consultas obligadas y de manera constante las «Normas de Atención Pediátrica» de
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Hugo Mendoza, lo mismo que «Urgencias Médicas» de Guarocuya Batista del Villar. Estos
dos manuales fueron mis eternos compañeros en los servicios de guardia que hacía en el
hospital. Otro compañero de guardia frecuente lo fue el Dr. Vélez Santos, quien estaba de
servicio prácticamente todos los días; él los hacía por paga. Vélez tenía una cojera similar a
la de Aridio y Edilio. Cuando niño él también fue víctima de la poliomielitis y quedó
marcado para la corta vida que le tocó vivir. Lamentablemente murió como nació: sin nada.
9 de agosto. Sábado. Vida en la selva. Celos de la naturaleza feliz, inagotable y que sin
embargo, trabaja visiblemente por necesidad (exactamente igual que yo), aunque siempre
satisface todas las exigencias del adversario. Y de un modo tan fácil, tan musical.
En aquellas guardias del Morillo King conocí a los pediatras Tabaré Ramos, Fausto
López Solis, Alsedo Hernández (Zeus), Raisa Soto (oriunda de San José de Ocoa) y Erasmo
Vásquez Henríquez; al doctor Marino Ledesma (jefe de cirugía), Miguel Ángel (Cucho)
Guzmán (actualmente paralítico) y Ricardo Jiménez Rojas (cardiólogos) que posteriormente
emigró a Puerto Rico; Damián Tavárez y Jaime Aude Robert (Gastroenterólogos); José
María Hernández García, Rafael García Rojas y René Álvarez (Gineco-Obstetras) y
Mundeta Escuder que tenía su propia clínica; Rosina De León, la esposa de Ledesma se
desempeñaba en el departamento de epidemiología y Baltasar Rodríguez, que ya murió, era
el otorrinolaringólogo; Moncho y Gallardo, eran los psiquiatras; Gallardo ya murió, también
Adelico Longo, que era famoso poniendo los rayos e identificando a los tuberculosos.
López Solís se ha dedicado a la política y ahora es más político que pediatra.
Para este período llegaban diferentes especialistas a La Vega, se iniciaba una nueva etapa
de la práctica médica la que hoy día se divide en dos: antes y después de 1980.
En la primera fase había un grupo que la manejaba, a través del centro médico Padre
Fantino, entre ellos: Julio E. García Cruz (director del Morillo King), José Alejandro Salcedo
(Buyún), fallecido; José Jiménez María, también fallecido; Gilberto Concepción que aún
vive, entre otros.
10 de agosto. Domingo. La imagen de la insatisfacción representada por una calle en la
que todo el mundo levanta los pies del lugar en que se encuentra, para escapar corriendo.
Servicio de guardia: El trabajo avanza arrastrándose penosamente, tal vez en su momento
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más importante, cuando sería necesaria toda una buena noche.
11 de agosto. Lunes. El verano era abrasador en Las Uvas. Quema el cielo y el platanar.
La tierra quiere recuperarse de su letargo. Las casas no estaban preparadas para el verano,
como no lo estuvieron para el invierno. Yo voy por los callejones y ando, ando. Me pierdo en
los callejones de El Fundo. Estoy solo, tengo el bolsillo lleno de guayaba. En una caja llevo
una araña peluda recién cazada. Arriba no se ve el cielo. El follaje de los árboles, siempre está
húmedo, me resbalo; de repente grita un pájaro, es el grito fantasmal del Cao. Crece desde
mis pies una advertencia aterradora. Apenas se distinguen como gotas de sangre las flores de
copihue. Soy sólo un ser minúsculo bajo el platanar gigante. Junto a mi boca vuela una abeja
con un ruido seco de alas. Más arriba otros pájaros se ríen de mí con risa ronca. Encuentro
difícilmente el camino. Y es tarde.
Llego a la clínica. Se descarga la lluvia como una catarata. En un minuto la lluvia y la
noche cubren el mundo. A la mañana siguiente me levanto muy temprano. Las ciruelas (o
Jobos61 o jocotes morados) que me ha llevado un amigo estaban verdes. Las ciruelas están en
extinción, en el único lugar que hay una mata de ciruela es en el patio de la casa de Bolívar
Rodríguez, el esposo de Thelma Pimentel, la profesora, allá en Las Yerbas. Ella me las envió
con Francisco Roque. Tomo un paquetito con sal molida. Me voy al patio, me instalo
cómodamente, muerdo con cuidado una ciruela y le saco un pedacito, luego la empapo con
sal. Me la como. Así hasta treinta ciruelas. Ya lo sé que es demasiado. La gente de Las Uvas
ingiere mucha sal. Por eso a pesar de lo que he hecho con las ciruelas, desarrollo una
campaña en todo el poblado para disminuir el consumo de sal. Siempre había escuchado al
doctor Héctor Mateo hablar de aquella eficiente conducta preventiva.
Miro a los vecinos. No hay nadie. Levanto unos palos. Nada más que unas miserables
arañas chicas. En el fondo del patio, a la derecha, está la letrina. Los árboles junto a ella
tienen, en sus ramas, comejeneras repletas de hormigas blancas (o de comején). Los
almendros muestran su fruta forrada en felpa blanca. En los aguacates y los robles se ven
61
Árbol americano de la familia de las anarcardiáceas, con hojas alternas compuestas de un número impar de
hojuelas aovadas, puntiagudas y lustrosas; flores hermafroditas en panopas y fruto amarillo parecido a la
ciruela.
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varias cigarras (o chicharras) momificadas, mientras otras hieren mis oídos al iniciar su
música incansable, estridente y monótona, para morir después del verano.
Contemplaba en el fondo del patio, bajo el roble, las galanterías que le ofrecía el tórtolo a
la tórtola cuando una avispa, celosa, me picó en la mejilla, cerca del ojo izquierdo. El dolor
fue el aviso del dardo lanzado con furia por el insecto y el edema apareció casi de inmediato
en el lugar del aguijonazo. Entré a la clínica, busqué, sin encontrarlo, un antialérgico que
administrarme; mientras Aridio sugería untarme secreción vaginal de mujer recién parida.
12 de agosto. Martes. Chele Sarete. Estoy tumbado en la hierba; pasa Chele Sarete; va
desde su hogar hasta la escuela (él es conserje en esta escuela primaria de Las Uvas, llamada
Ramona Rodríguez de Santana); le sigo con la vista, sin presentir nada, pero él se acerca a mi,
en lugar de regresar a su sitio; yo cierro los ojos, pero él se presenta: Chele Sarete,
agrimensor, y me da cuatro pequeños escritos como lectura dominical. Mientras se aleja, dice
aún algo sobre «Margaritas» y «arrojar», con lo que pretende indicarme que no debo
confundir el corazón amarillo de la flor blanca de las margaritas con el rojo suyo. A Chele
Sarete le gustaban las metáforas.
Chele Sarete era bajo de estatura, siempre con su viejo sombrero de fieltro y sus lentes de
gruesos cristales; una particularidad difícil de olvidar de Chele Sarete era su forma de hablar:
iniciaba la conversación en tono alto y de repente, era tan bajo el timbre de voz, que daba
trabajo escucharlo, para luego volver a subir tan alto que hería la audición.
La amistad que me unió a Sarete fue hermosa. Él me llamaba «pai siño Rubén» y todos los
días, por las tardes, después de dormir la siesta, me comentaba sus sueños. Soñaba
constantemente con los números de la Lotería Nacional, soñaba hasta en las siestas y por lo
regular lo hacía con todos los números. Era un jugador empedernido. Los lunes solía
decirme, casi siempre, «pai siño Rubén» salieron tal o cuales números, yo soñé con ellos lo
que pasó fue que no supe arreglar el sueño.
A pesar de que era conserje en la escuela, su oficio era la agrimensura (o mojonería).62
Recuerdo que en una ocasión, a propósito de un sueño que había tenido, me comentó: «Pai
62
Mojonero (de mojonaría) el que afora. Poner en las lindes mojones. Mojón. Señal permanente que se pone
para fijar los linderos de heredades, términos y fronteras.
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siño Rubén», anoche estaba soñando que medía unas tierras en Olla Grande, pero no nos
poníamos de acuerdo con relación al precio, yo le cobraba quinientos pesos y el señor sólo
ofrecía cuatrocientos. En eso desperté del sueño y como estaba necesitado de dinero, cerré
los ojos de nuevo y atrapé el sueño en el mismo lugar donde lo había dejado y le dije a aquel
señor que aceptaba, pero entonces fue el señor el que no quiso. Esto me lo contó Chele
Sarete, allá en la pulpería de Juan Checheré, mientras jugábamos dominó.
Pero era desagradable oír a Chele Sarete, entre incesantes indirectas a la suerte de los
jóvenes de hoy y sobre todo a la de sus hijos, las penalidades que tuvo que soportar en su
infancia. Nadie niega que, durante años, por la insuficiencia de sus ropas, de invierno, tuvo
llagas abiertas en las piernas, que pasó hambre con frecuencia, que ya a los diez años, incluso
en invierno y muy de mañana, tenía que tirar de un carrito por los callejones; pero estos
hechos reales, comparado con el hecho no menos real de que yo no he pasado todas estas
calamidades, no le permiten —cosa que se niega a comprender— sacar en ningún momento
la conclusión de que yo he sido más feliz que él, de que puede envanecerse de sus llagas en
las piernas, lo que afirma y da por sentado desde el principio, de que yo no puedo apreciar sus
pasados sufrimientos y de que, por el simple hecho de no haber pasado esos mismos
sufrimientos, tengo que estarle agradecido. Con qué gusto le oiría hablar incesantemente de
su infancia y de sus padres; pero oír todo esto contado en un tono de jactancia y de
provocación resulta un tormento. Constantemente da palmadas diciendo: « ¿Quién sabe hoy
estas cosas? ¿Qué saben los hijos? ¡Nadie lo ha sufrido! ¿Lo entiende un muchacho de hoy?».
Hoy ha hablado en términos semejantes con Juan Checheré, que estaba presente en el juego
de dominó. Tiene las facciones de hombre pequeño de todos los parientes del lado paterno.
Hay un pequeño matiz perturbador en la colocación o en el color erróneo de sus ojos. A los
diez años ya lo enviaban a pies a La Vega. En diciembre, en medio de un frío intenso, lo
enviaban a algún recado con su pantalón corto mojado; se le saltaba la piel de las piernas, se
le encogía el pantalón y sólo se le secaba de noche, en la cama.
Con los recuerdos de Chele Sarete liados en mi cerebro, fui a coger cerezas al hogar de
Manuel Taveras. Después de comer, leo siempre un capítulo de la Biblia; hay una en mi
habitación. Anochecer, niños que juegan. La pequeña niña gorda que se hurga la nariz con
frecuencia; es lista pero no demasiado bonita; su nariz no tiene futuro; se llama Xiomara, y
una señorita dice de ella que tiene algo de radiante, nueve años; pantaloncitos de color rosa.
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13 de agosto. Miércoles. Las piedras ardían y los rostros de los hombres palidecían bajo la
luz demasiado intensa.
Visita al hospital José María Cabral y Báez de Santiago. Hablé con el doctor Cury quien,
luego de evaluar a la enferma, se comprometió a operar a Mildred.
Por la tarde, ya de regreso a la clínica, he cogido cerezas con la escalera de mano, en una
funda plástica. He llegado hasta lo más alto del arbusto antillano, cuyas cimas dejan ver
pétalos de color rosado, a veces morados y blancos. Estoy en la clínica. Por la mañana,
consulta. Por la tarde también…
Ahora valoro la lista de cosas y verdades que, por una cualidad no identificable, producen
una impresión de vida particularmente intensa, que no concuerda esencialmente con lo
descrito: el médico rural debe adaptarse a la vida que le corresponde desarrollar en el campo.
Obviamente esta lista no la cambiaría por las ciudades corrompidas: Lista de cosas que hoy
es fácil imaginar como algo antiguo: los mendigos lisiados en los caminos de los paseos y
lugares de excursión, los espacios que quedan sin alumbrado por las noches, los postes
cruzados en los puentes.
14 de agosto. Jueves. Papanicolau. La posibilidad de servir para algo con todas mis
fuerzas.
¡Cómo entender a las madres! Por ejemplo, cuando traen al niño de Las Yerbas, con
mucha frecuencia, sin tener nada. El análisis indicado reporta que no tiene anemia, tampoco
parásito. La madre inicia una rabieta, porque esos análisis están mal hechos. «Mi hijo tiene
anemia y tiene parásito porque cruje mucho los dientes en las noches».
Llegan los medicamentos Servicio de guardia.
15 de agosto. Viernes. Ausencia de Carmen y llegada de Mexicana. La enfermera Carmen
Suriel tomó licencia prenatal, la sustituyó, Mexicana Perpetua Lizardo apodada por el Cojo
como la «Rébora». El mote de «Rébora» le vino porque un día el Cojo preparaba sus
alimentos en la cocina de la clínica. Había Salcochando (o sancochando) unos plátanos y sólo
quedó la sancochadura. Mexicana dormía. Desde su llegada, ella había empezado a dormir
mal y a resollar asmáticamente.
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Es todo ese aire viciado —dijo ella—. Vaya, vaya. Tengo que comer algo. Pasado el medio
día, se levantó, fue a la diminuta cocina que había en la clínica y como lo que vio fue la
salcochadura (o sancochadura) encima de la estufa se la tomó. Aridio, que entró en ese
instante, no podía creer lo que veía y como era muy dado a poner apodos, le adjudicó el de
«Rébora». Ella se pasaba la mayor parte del tiempo tomando cervezas, comiendo
opíparamente y entregada a los brazos de Morfeo.
16 agosto. Sábado. Restauración de la República.63 Segundo aniversario del gobierno de
Antonio Guzmán. El sentimiento puro y la claridad de sus motivos. La visión de los niños,
especialmente, de una chiquilla (camina erguido, cabello negro, corto) y de otra (rubia,
rasgos indefinidos, sonrisa indefinida), la música animada, el paso de la marcha, la sensación
de alguien que está en apuros y recibe ayuda, pero no se alegra de que vayan a salvarle —no
le salvarán—, sino de que se acerquen jóvenes desconocidos, seguros, dispuestos a
emprender la lucha, aunque no tienen conciencia de lo que les espera; pero es una
inconsciencia que no quita la esperanza al espectador, sino que le induce a la admiración, a la
alegría, a las lágrimas. Se mezcla también el odio hacia aquel contra quien se lucha (pero
poco el sentimiento dominicano, me parece).
17 de agosto. Domingo. Así me va el domingo tranquilo, lluvioso, estoy sentado en el
dormitorio y tengo silencio, pero en lugar de decidirme a escribir, actividad en la que
anteayer, por ejemplo, hubiese querido volcarme con todo lo que soy, me he quedado ahora
largo rato mirando fijamente mis dedos. Creo que esta semana he estado influido totalmente
por los pacientes, que acabo de agotar el vigor de dicho influjo y que por ello me he vuelto
inútil.
18 de agosto. Lunes. El rostro abotagado estaba henchido por todas partes, y por las
63
Guerra de la Restauración (1863-1865). Guerra librada entre las fuerzas españolas de ocupación y los
patriotas dominicanos que buscaban restaurar la República. El verdadero movimiento restaurador se inició el 15
de agosto de 1863. En esta fecha, un grupo de patriota encabezados por Santiago Rodríguez y que se hallaban en
territorio haitiano, cruzaron la frontera hacia territorio dominicano y de inmediato tomaron el Cerro de
Capotillo (Dajabón) donde izaron la bandera dominicana para dar inicio a una guerra que duraría dos años.
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grietas rezumaba un líquido amarillo y blancuzco que manchaba la toalla blanca, con la cual
lo había protegido y se le había pegado a la piel. Servicio de guardia.
19 de agosto. Martes. Por la mañana, consulta sin novedad. Por la tarde, mientras
evaluada una muchachita pálida con gafas por el callejón de los Monegro. Un niño está
tranquilo en la penumbra de la cocina y juega indolentemente con algún objeto no
identificable. Impresión de gran beatitud. Especialmente ante el ajetreo de la madre, de
elevada estatura, que lava los platos en una tina.
20 agosto. Miércoles. Comité de salud. Pero en Las Uvas había un Comité de salud para
educar la población y sacarla de la ignorancia. La OMS,64 posterior a la Conferencia
Internacional sobre Atención Primaria de Salud, que se celebró en Alma Ata, declaró que
«Uno de los principales objetivos sociales de los gobiernos, de las organizaciones
internacionales y de la comunidad mundial entera en el curso de los próximos decenios debe
ser el de que todos los pueblos del mundo alcancen en el año 2000 un nivel de salud que les
permita llevar una vida social y económicamente productiva. La atención primaria de salud
es la clave para alcanzar esa meta como parte del desarrollo conforme al espíritu de la justicia
social.» La Conferencia exhortó a todos los gobiernos a que formularan políticas, estrategias
y planes de acción nacionales, con objeto de iniciar y mantener la atención primaria de salud
como parte de un sistema nacional de salud complejo y en coordinación con otros sectores.
Surge el Comité de salud, que a través de sus promotoras, realizaba una labor digna de imitar.
Tal vez, una de las mejores implementaciones del doctor José Rodríguez Soldevilla, además
del impulso de las clínicas rurales, fue disponer de promotores de salud en todo el país. Estos
promotores constituyen el primer punto de contacto entre el individuo y el sistema de salud.
Pero como siempre, todo lo bueno dura poco. Pronto a los comités llegó el agua sucia de
política y se infectaron, se cambió el hablar de vacunación por el comité de base. El trabajo se
tornaba difícil, donde incluso, a veces, se recibía insinuaciones de «beneficiar al partido». A
pesar de esto en Las Uvas, hacíamos todo lo humanamente posible por lograr nuestro
objetivo y la verdad —hay que decirlo— la política no influyó tanto como en otros lugares.
64
Organización Mundial de la Salud.
142
21 de agosto. Jueves. Prevención. Promoción de la planificación de las familias: charla.
Entrega de anticonceptivos orales (píldoras), preservativos (condones), colocación de
dispositivos intrauterinos (DIU-«aparatico» [sic])65 en la propia clínica. Toma de muestra de
papanicolau.
22 de agosto. Viernes. La niña de la portera, que abrió la puerta. Embutida en un viejo
mantón de mujer, pálida, con su carita carnosa, pasmada. Servicio de guardia. Ahora les voy
a narrar una experiencia inolvidable ocurrida en el hospital doctor Luis Manuel Morillo
King. Anoche me correspondió servicio con una doctora pasante que el tiempo ha borrado su
nombre de mi memoria, pero sí recuerdo que le decían la Barbie. Aquella noche la pasante
estaba en emergencia, mientras yo hacía servicio en planta. A eso de las tres de la mañana
decidí bajar al área donde ella se encontraba para hacerle compañía. En un banco, en el
pasillo, frente a la emergencia, había una joven extremadamente obesa quejándose. Entré a
la emergencia y pregunté a la Barbie qué le pasaba a la joven que se lamentaba. Me informó
que la joven, sufría de litiasis renal, había asistido a la clínica del doctor Báez Soto y
administrado una baralgina endovenosa, pero al continuar con el dolor, sus familiares
decidieron acudir al hospital; la doctora la evaluó y repetido otra ampolla de baralgina
endovenosa; sin embargo, transcurrido una hora, el dolor persistía sin ningún cambio.
Invité a la paciente pasar de nuevo a la emergencia con fines hacerle una reevaluación. Le
sugerí subir a la camilla de examen y despojarse de su ropa interior. La observé: ¡realmente
era muy obesa! Al examinarle el abdomen, a pesar de la obesidad, sentí partes duras, daban la
sensación de partes fetales. Entonces requerí la presencia de la madre. Tanto la joven como la
madre, reiteraban una y otra vez que nunca había tenido novios, mucho menos relaciones
sexuales. E incluso la señora se molestó cuando le informé que le iba a practicar un examen
vaginal. Ordené guantes y lubricante y cuando me disponía a realizar el tacto vaginal
!sorpresa! el producto estaba coronado, se observaba el cuero cabelludo. De inmediato, en la
camilla, tuve que recibir al niño, con él en el vientre, aún unido a él por el cordón umbilical,
la adolescente obesa juraba que nunca había tenido relaciones sexuales.
Hubo que sujetar al padre, porque con todo y parida la hija, quería entrarle a golpe: por la
vergüenza que le había hecho pasar, decía él. Esta fue mi primera gran experiencia sobre la
65
Equivalente a aparatito.
143
importancia de realizar un examen físico a un paciente. Este hecho también me hizo recordar
una anécdota comentada por mi profesor de Semiología Quirúrgica, doctor Eduardo
Rodríguez Lara. Narraba él que en una ocasión un profesor le hablaba a un grupo de nuevos
estudiantes y les decía que para ser buen médico había que reunir tres condiciones: ser
inteligente, ser buen observador y no tener escrúpulos. Y seguidas colocó un frasco con orina
en su escritorio, introdujo un dedo y posteriormente se lo llevó a la boca y lo lamió. Luego
exhortó a los estudiantes que lo imitaran. Todos, uno a uno, repitieron lo que había hecho el
profesor. Entonces éste dijo: «No sé cuántos de ustedes sean inteligentes, aunque sí estoy
seguro que no tienen escrúpulos, pero ninguno sirve para médico». Cuando los estudiantes
preguntaron la razón por la cual no podían ser buenos médicos el profesor respondió:
«porque ninguno es buen observador. No se percataron que introduje este dedo en el frasco
(enseñándole el índice de su mano derecha) pero el que me llevé a la boca fue éste
(mostrándole el medio de la misma mano), mientras que ustedes introdujeron el índice y se
chuparon ese mismo».
23 de agosto. Sábado. Bautizo de Mildred. Hubo que acudir a la iglesia Nuestra Señora del
Carmen, de Guanábano para bautizar a la pequeña Mildred, porque los familiares, aunque
estaban dispuestos a someterla al procedimiento quirúrgico, pensaban (y no le faltaba razón)
que el riesgo de muerte era alto. El padrino fui yo; la madrina Elba Apolinario Mejía. Plinio
Roque (que posteriormente murió), fue el sacerdote. Los progenitores de la niña, el señor
José Apolinario (José Manchao) y la señora Mercedes Durán, y toda la comunidad me
consideran como el salvador… las venas del cuello se me hinchan con un orgullo levemente
comprensivo, que penetra artificialmente en mí.
Entonces me imaginé que Mildred era una niña a la que alguien había colocado en un
cesto untado con pez y la había mandado río abajo. ¡No se puede dejar que un cesto con un
niño dentro navegue por un río embravecido! ¡Si la hija del faraón no hubiera rescatado de las
olas el cesto del pequeño Moisés, no hubiera existido el Antiguo Testamento ni toda nuestra
civilización! Hay tantos mitos que comienzan con alguien que salva a un niño abandonado.
¡Si Pólibo no se hubiera hecho cargo del pequeño Edipo, Sófocles no hubiera hecho su más
bella tragedia!
No me daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las
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metáforas no se juega. La vida (o la muerte) puede surgir de una sola metáfora. Es por eso
que la pasantía es una obligación positiva: aún sin nacer, y ya obligado a deambular por las
calles (o callejones o caminos o veredas) y hablar con la gente. La juventud eterna es
imposible; aunque no hubiera otros obstáculos, el hecho de observarse uno mismo la haría
imposible.
Preparativos para la charla. Excitaciones: a causa de la charla, una noche calurosa; el calor
me pone frenético; hay que interrumpir la charla porque el organizador no aparece a la hora
indicada.
24. de agosto. Domingo. Desayuno donde Luncinda donde no sirven bebidas alcohólicas.
Mantequilla como yema de huevo. Yuca y Chicharrón con ácido de limón.
Traslado a Magüey. Paciente me informa: «Pequeño acceso de desvanecimiento, ayer, en
el conuco inclinación sobre un almendro, para ocultarlo». «Hoy, dolor de cabeza intenso,
luego sangrado por la nariz.» Paciente conocido diabético e hipertenso, que no hacía caso a la
dieta y cada día estaba más obeso. Fumaba y tomaba ron a escondida de la esposa. El estilo
de vida individual representa los efectos que sobre el estado de salud medio de las personas
de los distintos subgrupos de una población tienen las diferencias en hábitos y
comportamientos específicos. Como el aserto de la casualidad inversa, la observación de que
tales heterogeneidades se hallan asociadas a diferencias en la frecuencia relativa de
conductas reconocidamente arriesgadas o no saludables (fumar, estar obeso, conducir
borracho, etc.) puede ser usada para acabar una discusión o derivar la atención política lejos
de las heterogeneidades en sí. Al fin y al cabo, «éste es un país libre» y «ellos escogieron sus
estilos de vida».
Contradicciones. El domingo por la tarde, sermón de censura de la iglesia sobre la
planificación familiar. El sermón por parte del padre Mariano Zaragoza de la iglesia de Santo
Cerro.
25 de agosto. Lunes. En Santiago hospitalización de Mildred. En Las Uvas,
responsabilidad. El pasante y las personas y grupos encargados de establecer y aplicar el
proceso de gestión para el desarrollo nacional de la salud debemos asumir la responsabilidad
de la evaluación de los programas, los servicios y las instituciones creadas por ese proceso,
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así como proceso propiamente dicho. El pasante particularmente, tiene la responsabilidad de
la salud de su comunidad: ahora atiendo a un hombre que manifiesta problemas emocionales.
Es un hombre desdichado, que no tendrá hijos, estará terriblemente encerrado en su
desdicha. En parte alguna existe una esperanza de renovación, de ayuda por parte de una
estrella más propicia. Presa de su desdicha, tienen que seguir su camino, y cuando ha
concluido su ciclo, darse por satisfecho y no enlazar con nada capaz de indagar si esta
desdicha que ha sufrido podría extinguirse u originar algo bueno en un camino más largo, en
otras condiciones físicas y temporales.
Niño que al examinarlo tenía ausencia testicular en saco escrotal. Esperar hasta los 3 años
y enviar a endocrinología.
26 de agosto. Martes. Un colega. Se espera que se me declare una congestión pulmonar.
Miedo, no tanto de la enfermedad como a causa de mi madre, de ella, de mi padre, del
director y de todos los demás. Parece evidente que existen aquí los dos mundos y que, frente
a la enfermedad, soy tan ignorante, tan desinteresado, tan temeroso como podría serlo,
pongamos por caso, frente al director del hospital. Por lo demás, la separación me parece
excesivamente definida, peligrosa por su misma definición, triste y demasiado tiránica.
¿Vivo pues en el otro mundo? Me atrevo a decirlo?
Alguien puede decir: «¿Qué importa la vida? Solo por mi familia, me resiste a morir.»
Pero resulta que la familia es, precisamente, la representación de la vida, o sea que quiere
permanecer con vida por la vida. En cuanto a mí, por lo que respecta a mi madre, esto parece
ser cierto, pero únicamente en los últimos tiempos. ¿No es, sin embargo, la gratitud y la
compasión las que han llevado a esta actitud? Gratitud y compasión, porque veo que se afana,
con una energía infinita para su edad, por equilibrar mi falta de relación con la vida. Pero la
gratitud, también es vida. Servicio de guardia.
27 de agosto. Miércoles. Consulta prenatal. Insonmio, casi toda la noche; mortificado por
sueños como grabados a arañazos en un material que se les resiste. Agotamiento de los
medicamentos.
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28 agosto. Jueves. Charla en el Fundo. Hoy debía presentar una charla a los habitantes del
Fundo. El sol había ascendido y cubría Las Uvas. Mis narices olfateaban el aire con avidez;
siguiendo aquel olor, salté un foso, franqueé una valla, entré en un platanar y distinguí bajo
un cedro achaparrado de tronco hueco una pequeña cabaña. El humo subía y formaba volutas
por encima del techo de yagua. Una vieja de movimientos vivos y nariz puntiaguda estaba
ocupada en los quehaceres domésticos. Junto a ella, un perro negro con manchas amarillas
había posado las patas delanteras en el fogón y abría sus anchas fauces, hambrientas, llenas
de dientes. Oyó pasos en el platanar y se abalanzó ladrando sobre mí. La vieja se volvió
sorprendida y me vio. Sus ojillos sin pestañas brillaron. Le regocijaba ver aparecer al médico
de Las Uvas en su soledad. Luego me indicó el camino.
29 de agosto. Viernes. Este viernes, ya el sol se había apiadado de los habitantes de Las
Uvas y descendió al poniente, suavizando sus rayos, se presenta a la consulta una señora que
había envejecido y parecía consumida. Sólo le quedaban los huesos cubiertos por una piel
cetrina; el alma se aferraba aún a aquel cuerpo esquelético. En los últimos tiempos la anciana
ya no podía dormir y si, a veces, lograba hacerlo cuando ya despuntaba el día. La anciana
me dijo que tenía serios problemas económicos y que sus hijos no la ayudaban por lo que ya
había buscado ayuda en los bosques, atravesado casi a saltos las primeras estribaciones
montañosas, corrido en búsqueda de las fuentes de los arroyos que bajaban a su encuentro,
golpeado el aire con las manos, resollado con la nariz y con la boca sin encontrar nada por lo
que había acudido donde mí para que yo lo hiciera.
El brillo de las lágrimas en los ojos de la anciana, cuando me hizo esta petición, en la que
me quedé cabizbajo, me pareció de una significación que iba mucho más allá del canto, del
teatro, de las preocupaciones de todo público e incluso de mi propia imaginación. Pregunté
de qué manera podría ayudarle. Contestó que sólo deseaba que le diera dos números para
jugarlos en un palé.66 Le hice saber que no jugaba. La anciana estalló en zollozos e insistió en
no importarle, que le diera los dos números, porque tenía mucha fe en mí. De tanto insistir, no
me quedó otra alternativa que darle el cincuenta y cinco y el veinte. La anciana salió
66
Esta es una forma de juego de azar clandestina, creada por los dominicanos, que consiste en combinar los
números de la Lotería que salen premiados en primera y en segunda, para que el jugador pueda ganar.
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precipitadamente, pero antes dijo: «!Que los dones de Abraham y de Isaac caigan sobre sus
sueños!»
Niño desnutrido. Vitrina llena de ampollas de cafeína y atropina, pero sin una baralgina,
difenidramina, dipirona, diazepan. Galones de antidiarreico, sin acetaminofén, ni
antiparasitarios.
30 de agosto. Sábado. Bien temprano partida hacia el Morillo King, Servicio de guardia.
Llega hombre con pérdida de la fuerza muscular de la extremidad inferior derecha. Las
fuerzas del hombre no están concebidas como una orquesta. Antes bien, todos los
instrumentos tienen que sonar sin interrupción, con toda fuerza. Pues no están destinados a
los oídos humanos y no tienen disposición una dilatada velada musical, durante la cual cada
instrumento espera poder sobresalir entre los demás.
31 de agosto. Domingo. Un acontecimiento, en cierto modo parecido, y a propósito de
papanicolau, fue el de la señora que acudió a la clínica rural para hacerse el estudio. Ese día
solo pude tomar cinco muestras porque cuando la coloqué en posición ginecológica, la
fetidez proveniente de su vagina era tan insoportablemente fuerte que todas las demás
mujeres que esperaban se marcharon. Apenas pude soportar aquel desagradable olor. Cuando
la examiné encontré una gasa que permanecía allí desde el parto, hacía seis meses. Pero lo
que más me llamó la atención fue su aparente ignorancia: no percibía aquel desagradable
olor, aparentemente tampoco su esposo, porque al interrogarla me confesó que normalmente
sostenía relaciones sexuales con él y nunca le había dicho nada al respecto.
1 de septiembre. Lunes. PCA.67 Efectivamente al mes la niña fue operada. Operación de
Mildred, todo un éxito.
Publicaciones. En el transcurso de mi pasantía, aproveché esta labor (la de los
papanicolaus) para preparar un artículo de investigación y publicarlo en la Revista Médica
Dominicana. Fui doblemente afortunado al contar, para la redacción del mismo, con los
oportunos y sabios consejos del desaparecido maestro de la medicina dominicana, doctor
67
Persistencia de Conducto Arterioso
148
Marcelino Vélez Santana,68 y porque para esa fecha el secretario de publicaciones de la
AMD69 era el Dr. César Mella Mejías. Más adelante publiqué otro artículo sobre citología
vaginal junto a otros compañeros, entre los cuales estaban José Ramón Villa Mercedes,
Alberto de los Santos, Víctor Manuel Zorrilla, Aldemar Molina, Bolívar Pérez Molina y el
doctor Alejandro Pichardo Pantaleón, quien era secretario de publicaciones y biblioteca de la
AMD.
2 de septiembre. Martes. ¡Qué difícil es prevenir cuando el propio sistema te bloquea! Por
la mañana, Scabiasis, tener que prescribir Hexocloruro gamma benceno. En tres meses no he
recibido este medicamento en la clínica. Por la tarde, prevención de cáncer próstata. Se inició
campaña para detección precoz de cáncer de próstata, a través de la realización rutinaria de
tacto rectal a todo hombre mayor de 40 años. Fracaso total. Ni siquiera los pocos hombres
relacionados al Comité de Salud lo apoyaron. Se debe trabajar fuertemente para tratar de
cambiar el pensamiento machista de la población dominicana.
3 de septiembre. Miércoles. Falta de sentido de las quejas. Como respuesta a este hecho,
punzadas en la cabeza. La ambición perjudica. Los humanos todos somos ambiciosos, y esas
ambiciones son las mismas, lo que cambia son los escenarios y las caras. Servicio de guardia
4 de septiembre. Jueves.
Recuerdo que comenté esos acontecimientos (los de los
papanicolaus) a alguien cuya respuesta fue: No es que las mujeres no tengamos historia, los
hombres tampoco, las mujeres vulgares lo somos a nuestro pesar e ignoramos los más
pedestres conocimientos, lo que pasa es que no sabemos contar con nuestra propia historia; a
las ciudades y a los pueblos le pasa lo mismo y así resulta que unos son esplendorosos y
rutilantes como el Paraíso Terrenal, otros opacos y deleznables como las aburridas y cándidas
ánimas del purgatorio, y aun otros anodinos y mansos como las ovejas del matadero quienes,
en su dulce y suplicante (inconsciente que no deliberadamente suplicante) mirar, parecen
sonreír al matarife; los cerdos son más dignos y mueren estremeciéndose, sangrando y
68
Fue presidente de la AMD. En 1961, brindó auxilio a uno de los autores de la muerte de Trujillo, quien salió
herido en el suceso: Pedro Livio Cedeño. También ayudó
69
Asociación Médica Dominicana
149
sufriendo, sí, pero también odiando, rugiendo y blasfemando, el odio, el rugido y la
blasfemia deben ir siempre más allá del testimonio e incluso del estupor.
La señora que hablaba con rostro apacible y lleno de dulzura me dijo entonces: me arma
de valor y de melancolía y confieso sin rubor alguno haber pecado contra todos los
mandamientos de la ley de Dios, pero pienso que ya se me hizo pagar la penitencia a muy alto
precio y que no sería justo que ahora, cuando me muera, ahora que ya oigo a la muerte repicar
en el aldabón de mi cuarto de dormir, se me mandase al infierno a seguir ardiendo por los
siglos de los siglos, es probable que el infierno esté vacío, en el infierno a lo mejor no está ni
Judas y considero que sería muy desairado terminar allí, bueno, ni terminar siquiera: verme
allí ardiendo en la infinita soledad y por la infinita eternidad. Hace ya más de un mes que el
fantasma de la muerte se mea todas las noches por el tuvo que recoge el agua de lluvia y la
conduce al aljibe, se conoce que quiere avisarme con sus histéricas risas, sus malévolas
amenazas y sus descaradas procacidades.70 El demonio de Balcebú de P. R., que es del
Naranjal, en la provincia de La Vega, tenía una paloma torcaz que no ponía huevos de oro,
eso son sólo algunas gallinas, es del dominio público que no ponía huevos de oro sino que
fabricaba en el intestino morocotas71 de oro con el busto de Ulises Heureaux (Lilís) muy bien
dibujado, todos los martes o viernes 13 de mes expulsaba una cantidad infinita por su debido
conducto.
No es que las mujeres corrientes, las que pese a todo nos resistimos a morir en el hospital
y mirando muy comedida y abyectamente a nuestros verdugos, no tengamos historia, no, lo
que sucede es que no queremos contarla, tampoco sabemos, lo dije hace un momento. A mí y
a mi marido ya nos quemó la sangre la familia, a mí y a mi marido ya nos crucificaron
desnudos y como a san Andrés en una cruz en forma de aspas para que las golondrinas nos
descubrieran la tupida y recóndita vulva y los escondidos testículos inmediatamente y nos los
coronaran de espinosas y heridoras flores de cardo santo, ¡Jesús que disparate!, borra lo de
las golondrinas y pon en vez moscas cojoneras, queda más propio.
Yo me voy a disolver o voy a arder, a lo mejor me voy a desvanecer como un suspiro de
70
71
Desvergüenza
Morocota. Morrocota (nombre indígena). Antigua onza española, moneda de oro de veinte dólares. Moneda
antigua de oro o de plata y de tamaño grande.
150
humo, eso no se sabe nunca y creo que es mejor ignorarlo, el porvenir es de los ignorantes y
los suicidas, también de los negros hipogenitales, de los timidísimos lapones y de los enanos
lascivos y patizambos, pero a mí no me importa nada del porvenir, es más, yo no tengo
porvenir y tampoco me siento culpable de no tenerlo, a veces pienso lo contrario y entonces
me duele la cabeza o me duelen los oídos o las muelas, nunca el estómago. A mí me va a
acabar confundiendo el demasiado amor que siento por la novedad, sobre todo si acierta a
vestirse de luto
5 de septiembre. Viernes. Promiscuidad. Adolescente con manchas hipocrómicas e
hipercrómicas cubiertas de finas escamas localizadas en el tronco, cuello y extremidades
(Pitiriasis versicolor o paño). Sulfato de selenio o hiposulfito de sodio al 40 por ciento.
6 de septiembre. Sábado. He visitado un enfermo en Olla Grande. La madre salió de la
casa de tabla de palma del moribundo. Se levantará el espíritu, y ahora es con el espíritu con
lo que tiene que luchar, porque su cuerpo está más o menos acabado.» «¿Cuánto tiempo le
queda?», preguntó José García. «Podría ocurrir en cualquier momento.» El mieloma estaba
presente en todos los «huesos largos» de Pancho —el cáncer había traído a la casa su propio
vocabulario; aquí ya no se decía brazos y pierna— y en el cráneo. Las células cancerosas se
habían detectado incluso en la sangre contigua a los huesos. «Debimos sospecharlo —dijo la
madre—, y yo empecé a percibir la fortaleza de la juventud, la fuerza de voluntad con la que
reprimía sus sentimientos-. Su acusada pérdida de peso durante los dos últimos años.
También se quejaba de dolor, por ejemplo en las rodillas. Pero ya sabes lo que ocurre.
Cuando se trata de una persona anciana, echas la culpa a la edad, no sospechas que una
enfermedad maligna y asquerosa…» Se interrumpió, por la necesidad de controlarse la voz.
Resultó que Manuel su marido, había muerto de vejez hacía casi un año, mientras dormía:
una muerte más clemente que la que ahora devoraba el cuerpo de su señor, el seductor de su
esposa.
El cáncer había espesado la sangre de Pancho de tal manera que el corazón la bombeaba
con gran dificultad. También el sistema circulatorio estaba contaminado de cuerpos extraños,
plaquetas que atacaban toda la sangre que se le transfundía, aunque fuera de su propio tipo.
De manera que ni siquiera con esto podría ayudarle, comprendió el doctor. El enfermo podía
151
morir de estas complicaciones antes de que el cáncer lo matara. Si moría de cáncer, el fin
llegaría en forma de pulmonía o de fallo del riñón; los médicos sabiendo que nada podían
hacer por él, lo habían enviado a casa, a esperar el fin. «El mieloma afecta a todo el
organismo, por lo que ni la quimioterapia ni la radioterapia estaban indicadas -explicó un
médico-. El único medicamento es el Melphalan, que, en algunos casos, puede prolongar la
vida, incluso durante años. Pero nos han dicho que su caso es de los que no responden al
Melphalan.» Pero no se lo han dicho, insistían las voces interiores de Pancho. Y eso está mal,
muy mal. «De todos modos, un milagro ya ha ocurrido -exclamó Pedro García-. Los médicos
dijeron que normalmente éste es uno de los tipos de cáncer más dolorosos; y tu padre no tiene
dolor. Si rezas, a veces se te concede un favor.» Fue por esta extraña ausencia de dolor por lo
que resultó tan difícil diagnosticar el cáncer; llevaba por lo menos dos años extendiéndose
por el cuerpo de Pancho.
7 de septiembre. Domingo. El arduo esfuerzo de la convivencia impuesta por la
distanciación, la compasión, la concupiscencia, la cobardía, la hipocresía y sólo en el fondo,
tal vez, un pequeño arroyo digno de ser llamado amor, inaccesible a la búsqueda,
resplandeciente una sola vez en el momento de un momento. Servicio de guardia.
La inseguridad que vive el pasante. Recibí la noticia del propio pasante: «Anoche se
presentó un paciente a la emergencia del hospital Toribio Pascasio Bencosme, el señor llegó
procedente de un campo que ahora no recuerdo acompañado de varios familiares y vecinos.
Se quejaba de un fuerte dolor de cabeza. Yo, que era el pasante de servicio fue quien lo
atendió y administró un analgésico intramuscular. El paciente falleció en esos momentos y al
cabo de unos minutos, mientras todavía el cadáver permanecía en la emergencia se apareció
una turba de gente con piedras, palos y machetes con fines de vengarse de la supuesta muerte
que le había provocado al enfermo. Afortunadamente la policía interceptó la turba evitando
la tragedia.
8 de septiembre. Lunes. Por la mañana, el sol llegaba ahora a la puerta de la clínica, quería
entrar y tocar los pies de los pacientes. Llegan pacientes de Las Yerbas. Siempre son muchos
y siempre los mismos. Entre ellos, siempre Sarah Inés Molina, la hija de la viuda Mireya
Molina. Nunca tenía problema de salud, pero siempre acompañaba a los pacientes que
152
acudían a la clínica desde Las Yerbas. Esta muchacha, de largas piernas, ojo café y cutis
amarillo infantil, de una vivacidad y un atrevimiento llenos de alegría, mira a una pequeña
amiga que lleva el sombrero en la mano. «¿Tienes dos cabezas?» La amiga entiende en
seguida la broma, que en sí es muy pobre, pero que resulta vivaz por la voz y la manera de
formularla de la pequeña personita. Riendo, se la cuenta a la otra, a quien encuentra unos
pasos más allá: «!Me ha preguntado si tenía dos cabezas!» Sarah Inés tiene falda estrecha, la
blusa blanca, de seda, holgada, con apliques de piel; el cuello al descubierto; el sombrero, de
la misma tela, muy ceñido. Su cara llena, risueña, de constante palpitación; los ojos amables,
aunque un poco amanerados. El calor me invade el rostro cuando pienso en ella. Muy cerca,
casi frente a su hogar, en el que había un salón de belleza, vivía Ramón Almonte.
Tico Almonte, su hijo, estaba arruinado y su perdición hubiera sido absoluta a no ser por
un familiar, a quien un famoso médico de La Vega tenía desahuciado, discurriendo sobre
medicina con tanto acierto como yo sobre agricultura.
9 de septiembre. Martes. Por la tarde, a eso de las seis, con apenas unos días en Las Uvas,
el hijo de Ramón Almonte interceptó el vehículo en el que viajaba para que viera al padre
enfermo. Cuando indagué por la lesión que tenía, el agricultor indicó un lugar detrás del
cuello, allí donde el cráneo se une a la columna:
— A veces me duele aquí.
Sin levantarme de la silla, le palpé el lugar señalado y estuve un rato haciéndole preguntas.
Después le dije:
— Yo no tengo derecho a recetar. Pero vaya a La Vega, dígale a su médico que habló
conmigo y que le recomendé esto.
Saqué del bolsillo de la camisa un bloc y arranqué un papel. Con letras de imprenta escribí
el nombre del medicamento. Estas no son las circunstancias para ver un enfermo, por lo que
le sugiero, si lo desean, me informen de nuevo.
El cráneo se fue pudriendo poco a poco, bueno, bastante de prisa, a los pocos días daba un
olor muy fuerte, un olor espantoso y nauseabundo, y empezó a criar gusanos, entonces la
familia (o su hijo) me buscó.
Ustedes no me lo van a creer, pero el señor Ramón Almonte tenía gusanos y la verdad es
—hay que decirlo— no sabía cómo abordar aquella situación. Tomé una decisión rápida y le
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eché creolina (de la misma que utilizan para los gusanos de los animales). Iba dos veces al día
a curarlo: en las mañanas temprano, antes de las ocho y en las tardes, a la ocho que sol se
acuesta. Para sorpresa de todos, incluido el propio Ramón, el enfermo se curó. El había
estado ingresado en el Hospital doctor Luis Manuel Morillo King de La Vega y desahuciado
(entregado a la familia para que muriera en la paz del hogar) luego de haber sufrido un
aparatoso accidente con lesiones varias. Una de las cuales se había infectado y por descuido
se había convertido en hogar de unos vermes que nunca identifiqué pero que causaron
grandes problemas al señor Ramón Almonte. Siempre llegaban a mí noticias de aquel
paciente. En 1999 recibí la última e infortunada noticia de que un vehículo lo arrolló sin la
suerte del primer accidente. También supe por Sarah Inés que previo al deceso del padre ya el
hijo había desaparecido de la vida terrestre.
Hay posibilidad para mí, sin duda, pero, ¿bajo qué piedra están escondidas? El hijo de
Ramón Almonte, Antonio Almonte (alias Tico) murió. El alcohol lo mató. Vivió junto al
padre, al iniciar el callejón de Ignacio. Este callejón tomó el nombre del señor Ignacio
Comprés que vivía al fondo del mismo.
10 septiembre. Miércoles. En aquel callejón, a su inicio, en el hogar de los Almonte,
conocí a Elida De Co que vivía al fondo del mismo. Ella siempre acudía a la clínica y
siempre llevaba pacientes, era una especie de promotora de la salud para la clínica de Las
Uvas. Se convirtió en una asidua visitante y por estas circunstancias y, a través de Sarah Inés,
en amiga. La primera vez que comí flan de auyama fue en su hogar, preparado con sus
propias manos. Fue el mejor y más sabroso flan de auyama que haya probado, aquel que comí
donde Elida De Co, allá en Las Yerbas.
11 de septiembre. Jueves. Papanicolau. Por aquellos días adquirí la amistad inesperada de
una viuda indeleble, de inmensos ojos cafés que se velaban tiernamente en recuerdo de su
fallecido esposo. Este había sido un joven agricultor, célebre por su hermosa apostura. Juntos
habían integrado una memorable pajera, ella con su cabellera azabache, su cuerpo
irreprochable y sus ojos ultracafés, y él muy alto y atlético. El agricultor había sido
aniquilado por una tuberculosis de aquellas que llamaban galopantes. Después he pensado
que la monumental compañera puso también su parte de Venus galopante, y que la escasez de
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medicamentos, más la esposa fogosa, se llevaron de este mundo al marido monumental en un
par de meses.
La bella viuda no se había despojado (ni nunca lo hizo) para mí de sus ropajes oscuros,
sedas negros y violetas que la hacía... Servicio de guardia.
12 de septiembre. Viernes. Fue por Francisco Roque que también hice amistad con
Bolívar Rodríguez y su esposa Thelma Pimentel que era amiga y compañera de trabajo de la
señora Minerva González, ambas profesoras en la escuela de Barranca.
13 de septiembre. Sábado por la noche, estando de servicio en el hospital Morillo King,
me llevaron un paciente. El propio paciente me dijo, ahorraré los médicos, mi historial
médico llenaría media docena de volúmenes. La mano de tocón de árbol, el envejecimiento
súper acelerado, el asombroso tamaño, seis pies y cuatro pulgadas, en una ciudad en donde
un adulto medio rara vez crece más de cinco: todo ello sometido a escrutinio reiterado. (Hasta
hoy, las palabras: Hospital Lic. José María Cabral y Báez evocan, para él, el recuerdo de una
especie de reformatorio, una benevolente cámara de torturas, una zona de tormentas
infernales a cargo de curiosos bien intencionados que lo mortificaban… que lo freían… por
mi propio bien.) Y al final, después de cada intento, el movimiento de desdén, lento e
inevitable, de la inminente cabeza estetoscopiada de algún diablo, jefe, los gestos de palma
hacia arriba de importancia, los murmullos sobre el destino. Además de los médicos, lo
familiares lo llevaron a especialistas de Santo Domingo, profesores nuestros, curanderos y
santones. Ramona era la madre de aquel joven. Era una mujer dispuesta —¡una vez más, por
su propio bien!— a exponerse a toda clase de gurú —imposturas que ella misma despreciaba
y aborrecía.
—Sólo por si acaso—le oía decir a Ramona más de una vez—. Te lo juro, si uno de esos
tipos de amuletos consigue arreglar el reloj del pobre chico, me convertificaré en un tictac.
No funcionó.
A propósito de personas equilibradas o desequilibradas, «¿conoces el caso del
esquizofrénico paranoico que convencido de que era Napoleón Bonaparte, se avino a
someterse a la prueba del detector de mentiras? —Lo primero que le preguntaron: ¿Es usted
Napoleón? Y la respuesta que él dio, seguramente con una sonrisa de malicia: No. Y ellos
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miran la máquina que, con toda la agudeza de la ciencia moderna, dice que el loco miente.»
Existe una debilidad, una insuficiencia clara, pero es difícil describirla; se trata de una
mezcla de ansiedad, de reserva, de locuacidad, de tibieza; no pretendo describir con ello nada
definido, un grupo de flaquezas que representan una debilidad única y bien caracterizada en
un determinado aspecto (una debilidad que no se mezcla con los grandes vicios, como la
falacia, la vanidad, etc.). Esta debilidad defiende tanto de la locura como todo progreso. Por
el hecho de defender de la locura, debe cuidarse mucho; por miedo a la locura, sacrifica el
progreso, y en este terreno, que nada sabe de estos problemas, es evidente que voy a salir
perdiendo. Con tal que no se entrometa la somnolencia y, con su actividad nocturna y diurna,
derribe todo aquello que constituye un obstáculo, y deje el camino libre. Entonces, una vez
más, caerán en manos de la locura, puesto que no quiere el progreso, que sólo se alcanza
cuando uno quiere.
Es frecuente que algunas enfermedades vayan por familias, el cáncer, la locura, la lepra,
otras no, la sarna, la tiña, la blenorragia, no se pueden dar normas generales, es cierto, pero sí
aproximadas.
Hay dos clases de locura, a peor, las dos pueden ser leves pero también graves, locura de la
cabeza y locura de la conciencia, en algunos casos ambas se pueden presentar entreveradas,
mechadas.
— ¿También recíprocamente embutidas?
— Quizá no tanto.
Gustavo Reinoso padece de locura de la cabeza y Félix Reinoso, su padre, enfermó de
locura de la conciencia, ambas producen mucho dolor en torno.
— ¿Y no dan risa a nadie, puede usted asegurarme que no dan risa a nadie?
— No, salvo a los muy herméticos o muy civilizados.
Los locos de la cabeza, en los casos graves, dicen que son Alejandro Magno o Napoleón
Bonaparte, si son varones, y Helena de Troya o Madame Curie, sin son mujeres.
— ¿Y no varían?
— Sí, mucho, pero no estoy citando sólo los ejemplos más tópicos y con mayor incidencia
en el registro.
En los casos leves, estos locos se creen Trujillo, o Duarte, y Salomé Ureña o María
Trinidad Sánchez, según el sexo.
156
— ¿Y doña Emma Balaguer?
— Sí. Y las hermanas Mirabal, sobre todo entre cibaeñas.
A las hienas se les barren los malos pensamientos devorando gacelas muertas y medio
pudres, los pensamientos, tanto los buenos como los malos, no se borran jamás de la cabeza,
cuando incomodan basta con barrerlos para que se los lleve el viento terral camino de la mar
abierta; las leonas, que son de sentimientos más generosos y decentes, persiguen gacelas
vivas y ágiles y sólo las muy viejas llegan a criar malos pensamientos.
— ¿Se encontró usted un carnero con cintas azules y encarnadas?
— No, ¿por qué me lo pregunta?
— No, por nada, era para darle el teléfono del dueño que ofrece gratificación.
El juez, mandó llamar al loquero tísico y le preguntó acerca de Mary Carmen y algunas
circunstancias.
— ¿Conoce usted a la enferma?
— Sí, señor.
— ¿Tuvo usted acceso carnal con ella alguna vez?
— ¿Diga?
— Que si se acostó usted con ella.
— Sí. Señor, puede que sí.
— ¿Le es posible ser algo más preciso?
— No, señor.
Los locos de la conciencia, en los casos graves, se sienten San Juan Bautista o Poncio
Pilatos, si son hombres, y santa Ana o María Magdalena y hasta en ciertas ocasiones la
esposa de Lot, si son mujeres. En los casos leves los hombres se proclaman el Papa de Roma,
sin mayores señalamientos, o Gandhi, y las mujeres Carolina Otero o la madre Teresa de
Calcuta.
— ¿ Por qué cierras los ojos con timidez cuando te leen el reglamento en voz alta?
— No lo sé.
— ¿Por qué tu marido, en vez de lavarse con jabón medicinal, se perfuma el esfínter del
ano con humo de sándalo?
— No lo sé, no he podido averiguarlo nunca, mi marido a veces es muy misterioso, muy
entretenido y asustadizo, mi marido está asustado casi siempre, es muy huraño.
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Meses después me encontré con el señor huraño y le pregunté por la esposa.72 El me
informó que se habían divorciado. Me dijo que la causa de la separación había sido porque la
esposa cada vez que iban a tener relaciones sexuales le limpiaba el pene con alcohol. Para
poner en práctica las recomendaciones preventivas que había aprendido: soportó hasta que
llegó al límite de la humillación.
Llegó un momento en que su válvula no aguantó más la neurosis de la esposa. Mientras el
señor huraño se libraba literalmente de los grilletes, dijo:
— ¿Sabes?, los grillos y las cadenas tienen funciones en la vida moderna que jamás
debieron imaginar sus febriles inventores en una época más simple y antigua. Si yo fuera un
constructor de casas lujosas, instalaría por lo menos uno de cadenas fijadas en las paredes de
todas las nuevas casas amarillas de ladrillo tipo rancho y de todos los chalets dúplex de Santo
Domingo. Cuando los residentes se cansasen de la televisión y el dominó o de lo que hiciesen
en sus casitas, podrían encadenarse unos a otros un rato. Les encantaría a todos. Las esposas
dirían: «Mi marido me encadenó anoche. Fue maravilloso. ¿Te lo ha hecho a ti tu marido,
últimamente?» Los niños volverían corriendo del colegio a casa, a sus madres, que estarían
esperándoles para encadenarles. Esto ayudaría a los niños a cultivar la imaginación, cosa que
la televisión les veta. Y habría una reducción apreciable en el índice de delincuencia juvenil.
Cuando el padre volviera del trabajo, la familia unida podría agarrarle y encadenarle por ser
tan imbécil como para estar trabajando todo el día para mantenerles. A los parientes viejos y
revoltosos podría encadenárseles a la puerta del automóvil. Sólo se les soltarían las manos
una vez al mes para que pudieran firmar los cheques de la insignificante pensión que reciben.
Las cadenas y los grilletes podrían asegurar una vida mejor para todos. Tengo que conceder
un espacio a esto en mis notas y apuntes.
Cansado de aquella conversación le dije al hombre huraño: ¿es que no te vas a callar
nunca?
14 de septiembre. Domingo. El hijo de Avelina Contreras: Pedro Pablo Contreras (alias
Plen el loco) tuvo la desagradable desdicha de haber nacido loco, transitar por la vida, en Las
72
El señor huraño define a la esposa como la mujer que generalmente hablando está generalmente hablando.
158
Uvas, soportando un cepo73 de madera colocado a sus extremidades inferiores, que no le
impedía tirar piedras, vociferar y caminar, en realidad desde muy pequeño le daban
vonculsiones epilépticas. Según supe en una ocasión salió en busca de «sica» para
alimentarse y para una chiva que decía él que tenía y se perdió hasta que 22 días después
apareció en el Hoyo de Haya en San Francisco de Macorís, fue apresado y posteriormente
liberado porque no hablaba y tenían que buscarle flores. Finalmente murió llevándose una
cavidad craneana llena de una masa cerebral carcomida por las termitas de la locura. Cuando
llegué a las Uvas, ya Plen había fallecido. Pero Xiomara Sarete, estaba presentando indicios
de este parásito en su cerebro de niña campesina.
Por la noche, azúcar salvadora. Hombre convulsionando y ebrio: Intoxicación alcohólica.
Administración de dextrosa al 50 por ciento. En tres meses y diez días SESPAS no ha
enviado una ampolla de Dextrosa. Mantengo dos en existencia que la obtengo en el hospital.
15 de septiembre. Lunes Nacimiento de Aidé. Por fin nació una robusta niña. En el
momento actual, la dinámica expansionista de la asistencia médica tradicional afronta, no la
competencia de peticiones a favor de políticas de salud más amplias, sino acusaciones de que
el actual sistema cuesta ya demasiado. En el periodo posterior a la Segundo Guerra Mundial
—desde aproximadamente finales de la década de 1940 a finales de la de 1960— el tema de
mayor cadencia en política sanitaria para el mundo desarrollado era cómo llevar las
maravillas de la asistencia médicas moderna a la totalidad de los ciudadanos. Durante las dos
décadas siguientes, sin embargo, el énfasis político se ha desplazado notoriamente, de
ampliar el acceso a la asistencia a contener sus costos. Para algunos el problema está en las
«insaciables demandas» de «consumidores con expectativas no realistas»; otros, por el
contrario, ponen más énfasis en las ineficiencias y la inadecuada gestión de los propios
sistemas asistenciales; aún unos terceros resaltan las amplias pruebas existentes de que la
asistencia se presta de modo no idóneo e ineficaz.
(Servicio de guardia.) Señor de unos cincuenta y ocho años, natural y residente en Las
73
Cepo. Instrumento hecho de dos maderos gruesos, que unido forman en el medio unos agujeros redondos, en
los cuales se aseguraba la garganta o la pierna del reo, juntando los maderos. En el Cibao modificaron este
concepto y le llaman cepo al lugar donde excluyen a un demente.
159
Yayas, al cual llevaron a la emergencia y recibido doctora Barbie. Este se quejaba de dolor en
hemitórax derecho, sobre todo, en el hombre de ese lado. La doctora le prescribió
«Beserol®» (no recuerdo dosis y horario) y lo despachó. Andaban a pies. El enfermo salió
de la emergencia aparentemente bien y al cruzar el dintel de la puerta que permite la salida
del hospital, hacia la avenida García Godoy, cayó fulminado: era un infarto agudo del
miocardio.
16 de septiembre. Martes. Qué infantil parece, a través de la puerta abierta de la pulpería
de Miscelánea, un calderero anciano, sentado frente a su trabajo, golpeando incesantemente
con su martillo. Un perro me pone una pata en la punta del pie, que balanceo. Niños, gallinas,
adultos de vez en cuando. Una madre, inclinada por momentos sobre la cuna o escondiéndose
tras una puerta, me mira con deseo. Bajo sus ojos no sé lo que realmente soy, si indiferente,
vergonzoso, joven o viejo, insolente o afectuoso, con las manos delante o detrás, con frío o
calor, amante de animales u hombres de negocios, amigo o solicitante, superior a los
participantes en una asamblea, que a veces salen del local y van a orinar haciendo
ininterrumpidamente el trayecto de ida y vuelta, o ridículo a causa de mi ropa ligera. El hecho
de deambular, de limpiarme la nariz, de leer Don Quijote alguna que otra vez, de evitar a la
criada con ojos medrosos para comprobar de pronto que está vacía, de mirar las aves de
corral, de ser saludado por un hombre, de ver a través de la ventana de la clínica los rostros
juntos, inclinados y achatados de unos hombres, vueltos hacia un orador, todo ayuda. En
estos momentos viene a mi memoria la figura de Marcial Arias-que de vez en cuando viene
del campo de mi padre. Barba entre negra y castaña, que enmarca mejillas y mentón, ojos
negros, y entre los ojos y la barba, las oscuras tonalidades de las mejillas. Es amigo de mi
padre; le conozco desde que era un niño, y la idea de que fue tostador de café me lo hizo aún
más moreno y viril de lo que era. También brotan, como un manantial, los nombres de
algunos locos, de mi pueblo que tuvieron su historia: Siquita, Cheita, Tana y Braulio (en
Sabana Larga).
17 de septiembre. Miércoles. Leocadio Florencio, apodado Pana, fue el último «loco
manso» de las Uvas. Tenía trastornos de comportamiento y vivía por los callejones de los
Abréu. A estos callejones Pana los llamaba «el Cibao». Pocos días después de mi llegada a
160
Las Uvas, apareció Pana en la consulta, porque según él, estaba malo de la «prisión» (por
decir presión). A partir de aquel momento se convirtió en mi principal paciente. Todos (o casi
todos) los días iba a la clínica para que le tomaran «la prisión».
A Pana no le quedaba ni un solo diente, solo las raíces, el gusano de la caries se los había
comido (eran caries rampantes).
Quienes sostienen que el hombre es un animal omnívoro se basan, entre otras cosas, en
que su dentadura no tiene la especialización de la de los herbívoros ni de la de los carnívoros;
pero, al paso que vamos, es posible que en el futuro desaparezca todo rastro de dentadura.
Una ley de la naturaleza establece que la función hace al órgano; y, si esto es así (que lo
es), el futuro de la dentadura humana parece amenazado por las tendencias de los cocineros
más adeptos al vanguardismo puro y duro.
18 de septiembre. Jueves. Por la mañana, consulta matinal. Por la tarde, he atendido
Fausto Durán Reinoso con un absceso en la mejilla. Los límites siempre vacilantes, entre la
vida diaria y el terror aparentemente real.
Dice que no lo comprendes. Trata de comprenderlo llamándolo enfermedad. Es una de las
muchas formas de enfermedad que el psicoanálisis cree haber descubierto. Yo no lo llamo
enfermedad y veo el lado terapéutico del psicoanálisis como un torpe error. Todas esas
supuestas enfermedades, por triste que sea su apariencia, son hechos de fe, arraigo en algún
suelo materno del hombre agobiado; así, para el psicoanálisis la causa última de las
religiones es lamisca que origina las «enfermedades» del individuo, por otra parte hoy no hay
comunidad religiosa, las sectas son innumerables y se concentran por lo general en el
individuo, pero tal vez se lo parezca así sólo a la mirada inhibida por el presente. Tales
formas de arraigo, que ocupan suelo real, no son sin embargo propiedad individual del
hombre, sino que están prefiguradas en su naturaleza y siguen después configurando su
naturaleza (y su cuerpo) en esa dirección. ¿Qué hay que curar ahí?
19 septiembre. Viernes. También de manera trágica, acabaron los días de la profesora
Nicolasa Montero allá en el Sur profundo, en Hondo Valle, frente al parque. Polico era un
loco no manso que el 1 de noviembre de 1981, el día del censo de población y familia, a las
seis de la mañana, mientras la profesora, que estaba embarazada, llegaba al parque para
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reunirse con sus compañeros e iniciar las actividades del censo, la decapitó.
Visto con ojos primitivos, el dolor corporal es la verdad única, irrefutable, no perturbada
por nada externo (el martirio, el sacrificio por otra persona). Es curioso que el dios del dolor
no fuese la principal divinidad de las primeras religiones (quizá lo haya sido de las
posteriores). A cada enfermo, su dios lar; al enfermo de los pulmones, el dios de la asfixia.
¿Cómo puede uno soportar su llegada, si no ha comulgado con él antes de la terrible unión?
El recuerdo de la vida de Pana, viste a mi alma de un torpe frenesí, me traslada a las aulas
universitarias, a mi primer día de docencia, a las siete de la mañana, en el aula cien de la
escuela de medicina, donde recibiría clase de anatomía I. Un grupo de nuevos estudiantes,
alrededor de ochenta, esperábamos al profesor, de repente alguien que apareció hizo que
todos ocupáramos nuestros asientos, había llegado el profesor. Era bajo de estatura, saco
negro y maletín también negro. El profesor nos dijo, mientras escuchábamos atentamente:
como hoy es el primer día, les voy a hablar de generalidades; comenzaré diciendo que el
idioma es un problema serio, figúrense que al lugar donde ustedes van a comer le dicen
comedor, en vez de nombrarlo comedero, porque comedor es el que come mucho; siempre se
ha dicho que la sangre circula por las venas, pero realmente la sangre no circula, lo que
circula es el oxígeno; y para que ustedes vean lo confundida que anda la humanidad, el
hombre al contar dice: uno, dos, tres... diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis..., en
lugar de decir: uno dos tres... diez, dieciuno, diecidos, diecitres, diecicuatro, diecicinco,
dieciséis... justo en este momento, mientras todos escuchábamos con admiración y sorpresa
al profesor, llegó otro señor portando gafas para miope, discretamente cojo secuela de
poliomielitis, luciendo chacabana blanca, que dirigiéndose al profesor que nos hablaba, le
preguntó: ¿Matos Méndez qué haces aquí? El recién llegado era el doctor Napoleón
Perdomo, director del Instituto de Anatomía y verdadero profesor de Anatomía I. Aquel al
que todos nosotros habíamos escuchado por más de veinte minutos era Matos Méndez, uno
de los dos locos más conocidos de la universidad, al otro loco le llamaban el Cienciólogo.
Según supe después el bastón de San Bartolomé, que se perdió en la iglesia de Neyba,
llevó tal confusión a Matos Méndez, que perdió la cabeza. Con el oráculo que el sacerdote de
la iglesia había pronunciado y la tiranía de Trujillo sobraba para que perdiera la razón, y en
efecto, a los pocos días se volvió loco.
Esta locura que se atribuyó a castigo del cielo, fue la señal para que Matos Méndez se
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trasladara a Santo Domingo y le cogiera la locura con ser profesor y político a la vez.
Así como llegaba el verano del Cibao, amarillo y abrasador, también se desataban el frío,
la lluvia y el lodo de los callejones, es decir, el cínico y desmantelado invierno de Las Uvas.
Para esa época del año tenía que ofrecer los servicios médicos a domicilio, claro que esto era
a algunos pacientes que no podían trasladarse a la clínica. Para visitar las diferentes casas
utilizaba unas botas de hule que me cubrían las extremidades inferiores hasta las rodillas…
Servicio de guardia
20 septiembre. Sábado. Por la mañana, visita a paciente en La Guama. A la paciente, que
esperaba desde hacía varios años, «ser pedida» por un familiar residente en New York, le
llegó la notificación del Consulado de los Estados Unidos de Norteamérica, la información la
tomó de sorpresa; la paciente no tenía dientes, era edéntula, pero tenía una prótesis completa
(o caja de dientes). Accidentalmente la prótesis de la arcada superior se rompió y ella se
había descuidado en ir al dentista (u odontólogo). En tales circunstancias envió al hijo donde
una comadre para que «le hiciera el favor de prestarle su caja de dientes» para así estar
estéticamente presentable el día de la cita. Obviamente la comadre se negó a semejante
proposición.
Volviendo a Pana (el loco manso), recuerdo que en una ocasión comentó lo siguiente:
«LF me llevó a un cafetal y me dijo que me bajara los pantalones y luego me puso en
cuatro» y cuando le pregunté y ¿qué pasó?, me dijo: «! Oh me lo metió!». Lamentablemente,
un vehículo de motor lo arroyó en el cruce de Magüey y acabaron los días de sufrimiento y
dolor de Pana el loco manso de Las Uvas.
21 de septiembre. Domingo. Poco antes de mi partida hacia El Callejón de Los Mora, de
una cocina vecina, salió un pajarillo, se quedó al borde del fogón, miró los alrededores, alzó
el vuelo y desapareció. No es normal un pájaro que sale volando de la cocina. Desde la
ventana de la clínica la muchacha que fue a buscarme, miró al cielo, vio elevarse el pájaro y
gritó: «Ahí va volando a toda velocidad; mirad como vuela», y dos niños se pusieron
inmediatamente a su lado para ver también al pájaro. Con frecuencia, los domingos,
caminaba por El Callejón de Los Mora. En aquel callejón vivía la profesora Eugenia Mora y
163
toda su familia. Ellos tenían su propio burén.74 Por este callejón se podía obtener el mejor
cazabe del Cibao.
22 de septiembre. Lunes. La mañana del lunes. Aglomeración de pacientes antes de que
abran la clínica. Al iniciar la consulta, observé por la ventana una inusual fila de gente
esperando ser atendidas; pregunté a Carmen el por qué de de aquella muchedumbre. Ella me
sugirió esperar para que conociera la razón. Inicié la consulta y al entrevistar al primer
paciente entendí la insinuación de Carmen Suriel. Ninguna de las personas tenía problemas
de salud. Fueron en busca de números para jugar el palé del siguiente domingo. Investigando
la razón de esta rara demanda, supe que la señora a la que le había dado el cincuenta y cinco
y el veinte, ambos números salieron premiados ese mismo domingo. Pero lo peor de todo fue
que la mujer dijo (y se regó como pólvora por todas las comunidades) que yo tenía un
familiar trabajando en la Lotería Nacional y que éste me informaba sobre los números que
saldrían en primera y segunda. Todo el mundo jugó ese palé y luego los riferos de aguante no
encontraban como pagarle a la gente y me culpaban a mí por su desgracia.
A partir de ese momento para la gran mayoría de la gente del lugar y zonas aledañas me
había hecho rico con el dinero que me había sacado en la lotería.
Cuando ya pensaba que esta situación había pasado al olvido. Un sábado apareció un
señor de Jumunucú en un camión Daihatsu rojo, para invitarme a comer un sancocho. Acepté
la invitación. Al sábado siguiente ocurrió lo mismo y al otro sábado también…
Pasados varios sábados de sancocho en sancocho el señor me dijo:
— Doctoi, le vor a sei sincero, este camión lo debo y tengo otras deudas. Yo quiero que
usted me haga el favoi. Yo lo escuchaba atento. Le dije, dígame en qué puedo servirle. Y el
señor me dijo:
— Poi favoi, dígame los dos números que van a salir el domingo, para yo revolvei estos líos
que tengo.
74
Voz indígena. Especie de hornilla que se construye con piedras tendidas en el suelo y que usaban nuestros
aborígenes para cocer la yuca guayada para hacer casabe. Actualmente nuestros campesinos construyen dos
tipos de burén: uno en forma de arco y otro sobre la base de las líneas paralelas.
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23 de septiembre. Martes. Algunos árboles comienzan a perder su librea señalando el
inicio del otoño que no existe. Sigo pensando en los sueños de Chele Sarete. De tanto
escuchar sus sueños me contagié. Hoy he soñado con un burro parecido a un galgo, que era
muy reservado en sus movimientos. Le observé detenidamente, porque era consciente de la
rareza del fenómeno, pero no conservo más que el recuerdo de que sus delgados pies
humanos no me acababan de gustar a causa de su longitud y simetría. Le ofrecí ramitas de
ciprés, de color verde oscuro, que me acababa de dar una vieja dama de La Guama (todo ello
ocurría en Las Uvas); pero él no las quiso, se limitó a olisquearlas un poco; pero luego,
cuando las dejé en una mesa, se las comió tan completamente que no quedó más que un
núcleo como una castaña, apenas reconocible. Más tarde se habló de que dicho burro no
había andado nunca a cuatro patas, sino que siempre se mantenía erguido como una persona y
mostraba su pecho de brillo plateado y su barriguita. Pero en realidad no es cierto.
Soñé además con un inglés al que conocí en una asamblea. Había unos asientos como los
de la escuela; bajo el pupitre había además un cajón abierto; cuando metí en él la mano para
poner algo en orden, me maravilló la facilidad con que se hacen amistades en los viajes.
Evidentemente pensaba en el inglés, que se me acercó al poco rato. Llevaba un traje claro y
holgado, en muy buen estado; sólo la parte trasera de los brazos, en lugar de ropa —o al
menos cosida en ella— tenía un paño gris, arrugado, un poco colgante, rasgado en tiras,
como punteado de arañas, que recordaba tanto los apliques de cuero en los pantalones de
montar como los parches en las mangas de las costureras, vendedoras, oficinistas. Su rostro
estaba asimismo cubierto por un paño gris, con hábiles aberturas para la boca, los ojos y
probablemente también para la nariz. Pero dicho paño era nuevo, afelpado, más bien como de
franela, muy blanda y flexible, de excelente fabricación inglesa. Todo aquello me gustó hasta
el punto de que sentí deseos de conocer al hombre. Quiso invitarme además a su casa, pero
como yo tenía que partir a los dos días, se deshizo el proyecto. Antes de abandonar la guagua,
se puso unas cuantas prendas de vestir más, al parecer muy prácticas, las cuales, una vez
abrochadas, le permitían pasar totalmente desapercibido. Aunque no pudo invitarme a su
casa, sí me pidió que le acompañara a la calle. Le seguí, nos quedamos de pie frente al local
de la asamblea, en el borde de una acera, yo abajo, él arriba, y después de un rato de
conversación, volvimos a descubrir que la invitación era imposible.
165
A seguidas soñé que Chele Sarete, Pedro Custodio hijo y yo teníamos la costumbre de
hacer las maletas al llegar a la parada. Llevábamos, por ejemplo, las camisas a través del
vestíbulo principal, hasta nuestras lejanas maletas. Aunque aquello parecía ser una
costumbre general, a nosotros no nos satisfacía, especialmente porque empezamos a hacer el
equipaje excitados, y pocas esperanzas teníamos de alcanzar la guagua, y menos aún de
encontrar buenos asientos.
Finalmente, de aquellos sueños que recuerdo, uno se repetía: La casa donde vivía era
aislada y solitaria y estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo la alquilé traté de saber en
donde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos
de la ducha; hacia el fondo de la casa.
Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar
al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi pueblo natal. Pero los nuestros se
situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un
simple cubo de cerámica bajo el agujero redondo.
El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su
contenido. Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé
asombrado mirando lo que pasaba.
Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella
que había visto hasta entonces en Santo Domingo, de la raza negra. Iba vestida con un vestido
rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba ajorcas. En cada oreja le
brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.
Se dirigió con pasos solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida
de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su
paso de diosa.
Era tan bella a pesar de su humilde oficio que me dejó preocupado. Como si se tratara de
un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La
llamé sin resultado. Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, dulce o frutas.
Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura
belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente. Servicio de guardia.
24 de septiembre. Miércoles. Nuestra Señora de Las Mercedes. Cirugías. Durante mi año
166
de pasantía hacía cirugías menores: Drenaje de abscesos, atención y sutura de heridas,
frenectomía, extracción de cuerpos extraños (animados e inanimados). Recuerdo una ocasión
que una señora de Las Yerbas llevó una niña de cinco años porque —según la madre— su
hija le comía mucho el oído izquierdo. Cuando le hice la otoscopia ¡sorpresa! tenía una
garrapata adulta con una prole de garrapatitas. Le instilé xilocaína al dos por ciento y luego le
hice un lavado de oído y adiós garrapatas. Puse en práctica lo que había aprendido en el
hospital doctor Francisco E. Moscoso Puello, en la clase de Otorrinolaringología, con el
profesor Román Jabit. El problema fue con la señora que no quería admitir que su hija tenía
garrapatas, se convenció luego del lavado de oído, cuando le mostré la garrapata con toda su
prole.
Todo llega a su tiempo y es siempre malo precipitarse, Lao Tse culpaba a la prisa de todos
los males, esto se lo oí decir, más de una vez, a mi profesor de oftalmología Arnaldo
Espaillat Cabral.
25 de septiembre. Jueves. En los periódicos, en la conversación, en la oficina, nos induce
frecuentemente a engaño la naturaleza temperamental del lenguaje, y también la esperanza
de una debilidad momentánea, en una iluminación súbita, tanto más intensa ya en el
momento siguiente, o una sólida confianza en uno mismo, o una simple negligencia, o una
gran impresión momentánea que uno quiere a cualquier precio proyectar sobre el futuro, o la
opinión de que el verdadero entusiasmo presente justifica todo aturdimiento en el futuro, o el
gozo ante unas frases que, con una o dos sacudidas, se elevan en el centro y hacen que la boca
se abra gradualmente en todo su tamaño, aunque luego la obligan a cerrarse de un modo
demasiado rápido y retorcido, o la huella de la posibilidad de un juicio decisivo, que aspira a
la claridad, o el esfuerzo para seguir dando curso a un discurso realmente acabado, o el deseo
de abandonar precipitadamente el tema, si es preciso dejándolo patas arriba, o la
desesperación que busca una salida para su pesada respiración, o el ansia de una luz sin
sombras; todo esto puede conducirnos engañosamente a decir frases como: «el quiste que
acabo de extirpar es el más aséptico que he hecho nunca.», o bien «es más aséptico que
cualquier otro de los procedimientos que he hecho.»
26 de septiembre. Viernes. Se levantaban altas olas de polvo. El viento era húmedo y
167
cálido; había llegado el otoño y la tierra olía a hojas secas y naranjas demasiado maduras.
Estas henchidas de zumo descansaban al sol. Las muchachas brillaban como las semillas de
los frutos. Habían comido naranjas hasta hartarse y mostraban los labios con manchas
amarillas. Los muchachos, angustiados, en plena locura de la juventud, miraban a hurtadillas
a las muchachas que recogían naranjas y sentían hervir la sangre. En todo el conuco no había
más que gritos y estallidos de risa. Las muchachas se mostraban audaces, provocaban
atrevidamente a los jóvenes. El demonio malicioso de la cosecha correteaba de uno a otro
lado con su sonrisa zumbona y pellizcaba a las mujeres.
Conferencia. Lactancia materna. Muy temprano, multitud de hombres y mujeres habían
llegado a la clínica. Esta mañana, a primera hora, por primera vez en mucho tiempo, la
alegría de haber extirpado un quiste. Llega Juan Bueno, la cavidad está llena de pus.
Entonces me siento como que un cuchillo gira clavado en mi corazón.
Además de las preocupaciones y los posibles errores cometidos, los pasantes vivíamos en
un estado de incertidumbre. Se nos decía que debíamos permanecer las 24 horas en la
comunidad, pero a la vez cada cuatro días, teníamos que abandonar la comunidad para hacer
un servicio de guardia en el hospital. Como el perro de pastor ante la orden de su amo, gruñí
y mostré los dientes, pero bajé la cabeza y obedecí. Durante aquellos servicios observé
muchas cosas buenas y otro número igual de malas; la pasantía era como una uva: dulce, pero
ácida.
27 de septiembre. Sábado. Día del médico. Los griegos creían que las enfermedades
podían deberse a la intervención divina. Las enfermedades contagiosas se interpretaban, a
menudo como un castigo de los dioses. Por otra parte, los dioses podían volver a curar a las
personas, si se les ofrecían sacrificios.
Esto no es, en modo alguno, exclusivo de los griegos. Antes en tiempo de la moderna
ciencia de la medicina, en tiempos recientes, lo más normal era pensar que las enfermedades
tenían causas sobrenaturales. Por ejemplo, la palabra «influenza»75 significa en realidad que
uno se encuentra bajo una mala «influencia» de las estrellas.
Incluso hoy en día, hay muchas personas en el mundo entero que creen que algunas
enfermedades —Las enfermedades epidémicas, por ejemplo—son un castigo de Dios.
75
Juego de palabras. «Influenza» es la palabra noruega para «gripa». (N del A.)
168
Muchos piensan, además, que un enfermo puede ser curado de un modo sobrenatural.
Precisamente en la época en que los filósofos griegos iniciaron una nueva manera de
pensar, surgió una ciencia griega de la medicina que intentaba encontrar explicaciones
naturales a las enfermedades y al estado de salud. Se dice que Hipócrates, que nació en Cos
hacia el año 460 a. de C., fue el fundador de la ciencia griega de la medicina.
La protección más importante contra la enfermedad era, según la tradición médica
hipocrática, la moderación y una vida sana. Lo natural en una persona es estar sana. Cuando
surge una enfermedad, es porque la naturaleza ha «descarrilado» a causa de un desequilibrio
físico o psíquico. La receta para estar sano era la moderación, la armonía y «una menta sana
en un cuerpo sano».
Hoy en día se habla constantemente de la «ética médica», con lo que se quiere decir que, el
médico, está obligado a ejercer su profesión médica según ciertas reglas éticas. Un médico no
puede, por ejemplo, extender recetas de estupefacientes a personas sanas. Un médico tiene
también que guardar el secreto profesional. Esto significa que no tiene derecho a contar a
otras personas algo que un paciente le haya dicho sobre su enfermedad. El Estado no puede
decirle al pueblo: «En las clínicas rurales tenemos todos los medicamentos que ustedes
necesitan», siendo falso. Estas reglas tienen sus raíces en Hipócrates que exigió a sus
discípulos que prestasen su juramento. Servicio de guardia.
28 de septiembre. Domingo. Retomando mis días de pasante en Las Uvas. El recuerdo de
los pajuiles76 es otra imagen ya no trágica, sino más bien tierna, que viene a mí desde el
cafetal de la matriarca Pun-pun. Entre el espesor de las grandes hojas de plátanos. Olor a
humedad. Aroma a frangipanes. Cuando entraba a aquel lugar veía el pavo real, espléndido
en su belleza, de ave recién salida del edén. De plumaje azul y verde con irisaciones doradas,
y un penacho sobre la cabeza; en épocas de celos despliega en abanico su larga cola, de
vistosos diseños, para atraer a las hembras.
Recuerdo que mientras estaba tendido madurando, algunas aves revoloteaban sobre mi
cabeza; iban de un árbol a otro, paseaban por la hierba primaveral, hablaban entre sí,
gorgojeaban, miraban, observaban a la extraña criatura nueva que reposaba en las hierbas, y
cada una de ellas pronunciaba una palabra y continuaba su vuelo.
76
Equivalente a Pavo Real.
169
A mí me parecía conocer el lenguaje de los pájaros y me regocijaba al oírlos.
El pavo real se exhibía desplegando la cola, orgulloso de su plumaje; se paseaba en todas
las direcciones, me lanzaba miradas zalameras y oblicuas, que estaba tendido en tierra y le
explicaba: «Era una gallina, amén un ángel y me convertí en pavo real. ¿Hay en el mundo un
ave más hermosa que yo? No, no la hay.» Una tórtola revoloteaba de árbol en árbol, alzaba el
cuello hacia el cielo y exclamaba: «! Amor! ¡Amor!» El tordo decía: «Soy el único de los
pájaros que canta cuando arrecia el frío, y así me caliento.» La golondrina murmuraba: «Si
yo no existiera, los árboles no florecerían nunca.» La alondra: «Cuando vuelo de mañana
hacia el cielo y canto, me despido de mis pichones pues acaso muera cantando.» El ruiseñor:
«No repares en la pobreza de mis vestidos; tenía grandes alas rutilantes pero las transformé
en canto.» Y un mirlo de pico ganchudo fue a posarse en el hombro de la primera criatura, se
inclinó sobre su oído y le habló en voz baja, como si le confiara un gran secreto. «Las puertas
del Paraíso y del Infierno están una junto a otra. Las dos son idénticas, las dos son verdes y
bellas. ¡Ten cuidado, hombre! ¡Ten cuidado, hombre! ¡Ten cuidado, hombre!»
Y, con el canto del mirlo, desperté al despuntar el día.
Un poco antes, a la salida (o a la entrada), se paseaban los gansos de Fernando y
Manuelcito Neris. Daban sus serenatas graznando fuertemente y eran el símbolo de la
vigilancia del callejón de los Neris.
Todos los días, por las mañanitas, como un reloj que mide el tiempo infinito, oía la sirena,
el canto escandaloso característico del Carrao.* El carrao es conocido por su escasa carne.
Por eso mi madre me decía, «tú pareces un carrao» para referirse a mi delgadez. A pesar de
que es un ave relativamente grande con cuerpo parecido al de la gallina, no la conozco, y a
pesar de que siempre traté de verla nunca lo logré: algunas veces pienso que él se burlaba de
mí, con aquel canto desafinado, mientras se alimentaba y se bañaba en las orillas del
Reparadero, luego de agotar una jornada laboriosa en el cafetal de Pun-Pun.
Tal vez por esta razón, al medio día, cuando el cielo refulgía por encima de mi cabeza y la
tierra lo hería con sus piedras y zarzas, observaba la caza del Guaraguo, en su instinto de
búsqueda de una joven pollona para alimentarse y la batalla que libraba con el Sarnícalo (o
*
Aramos guarauna, nombre científico del carrao. Ave endémica del la isla, actualmente en extinción, protegida
por la Ley 64-00 de medio ambiente y recursos naturales.
170
Sarnícaro)[sic].77
Interminable y sombría tarde de domingo que devora años enteros de vida; una tarde que
se compone de años. Alternativamente, desesperado por los callejones vacíos y tranquilo en
la cama de metal (de las que usan los enfermos en los hospitales) que tengo en la clínica.
Algunas veces, estupefacción ante las nubes que pasan casi incesantemente, sin color, sin
sentido. «!Te reservan para un gran lunes!» «Bien hablado, pero el domingo no acaba
nunca.»
Es seguro que el domingo nunca puede serme más provechoso que un día laborable.
Porque desorna todos mis hábitos con su especial distribución, y el tiempo libre sobrante lo
necesito para organizarme a medias dentro de ese día tan especial.
29 de septiembre. Lunes. Por fin el eterno domingo acabó e inicio el laborioso lunes. La
mañana del lunes llegó. Hacía mucho que había pasado la media noche, cuando llamaron
suavemente a la puerta de la habitación de la clínica donde dormía. No tuve que despertarme;
nunca dormía hasta el alba; entretanto, solía permanecer despierto boca abajo, en la cama,
con el rostro contra la almohada, los brazos abiertos y las manos enlazadas sobre la cabeza.
Había oído inmediatamente la llamada. «¿Quién es?», pregunté. Un murmullo
incomprensible, más débil que los golpes, fue la respuesta. «Está abierto», dije encendiendo
la luz eléctrica. Entró Félix Reinoso (padre de Gustavo) envuelto en un gran mantón gris con
la cara bañada en sangre. Gustavo se escapó del cepo, y le propinó una golpiza al padre, que
fue necesario darle veintidós puntos, todos en la cabeza. Félix Reinoso me dijo, mientras le
cosía la herida, que todo era lo mejor imaginable; pero yo, que no era del mismo parecer, le
dije:
—Todo es indispensable—; de las desventuras particulares nace el bien general; de modo
que cuanto más abundan las desdichas particulares más se difunde el bien.
Mientras de tal suerte razonaba yo se oscureció el cielo, de los cuatro puntos cardinales se
desencadenaron violentos huracanes y, a la vista de la clínica de Las Uvas, asaltó a los
callejones una tormenta horrible.
30 de septiembre. Martes. Siempre había oído (y todavía lo escucho), sobre todo en los
77
Barbarismo: Cernícalo o Cuyaya.
171
pueblos, que cuando alguien lee (o estudia) mucho, se puede volver loco. Esto, según la
opinión de la gente de Las Uvas, parece que le sucedió a Gustavo Reinoso. Aunque también
se habla de que Gustavo se mojó caliente, camino a la escuela de Villa Tapia.
Ay míralo… Anormal… alguna enfermedad extrema… me han dicho que lo tienen
encerrado… una vergüenza así para la familia… dicen que es casi idiota… De esta forma, la
lengua aceitosa de la murmuración lubricaba la rueda del escándalo. Nuestro pueblo no
reacciona con gentileza ante los infortunios del cuerpo. Ni, por cierto, de la mente.
Tal vez, en cierto modo aquellos susurrantes de Las Uvas tenían razón. En cierto modo,
Gustavo era por su naturaleza, convertido en extraño por el destino.
Todo lo anterior puso en tamaña confusión a Gustavo, que perdió la cabeza. Con las
versiones del campo y con la tiranía del padre (surgida de las murmuraciones) sobraba para
que perdiera la razón, y, en efecto, a los pocos días se volvió loco. Esta locura, que se
atribuyó en ocasiones a castigo del cielo, fue la señal para que el padre excluyera a Gustavo.
Pero lo lamentablemente triste es que en el Cibao se usa construir «cepos» para cuando
alguien (o la familia) tiene problemas mentales encerrarlo allí por el resto de su vida. Gustavo
es uno de esos ejemplos. Pero lo que tal vez llame más la atención es que muchas jóvenes
iban a ver a Gustavo; no se por qué razón los locos siempre tienen su «naturaleza» más
grande que lo normal.
Quiso mi desventura que yo fuera partícipe de observar el triste espectáculo de Gustavo
con la cabeza embadurnada de sus propios excrementos. Al señor Félix Reinoso, la violencia,
fuera del cuadrilátero del ring, le ponía malo. El perro, probablemente, fuera lo único que
aquel pobre tipo había tenido en toda su vida. A veces hay que ver a una persona en su medio
real para comprenderla.
Durante unos instantes, me sentí como metido en una armadura.
Al comprender la situación de Gustavo he sufrido mucho mentalmente. Sobre todo,
porque me hace recordar a Braulio el loco de Sabana Larga (allá en mi lejano y querido Baní)
y a Mary Carmen, la hermana de Fulgencio. Ella estuvo encerrada en el manicomio del 28,
los médicos le daban electrochoque de cuando en cuando, no siempre, yo creo que solo
cuando se aburrían, los locos llaman corrientazo al electrochoque, los médicos y los loqueros
también se acuestan con las locas o hacen las porquerías con los locos cuando se aburren, es
fácil, si se resisten se les da un calmante, eso va en conciencias, a Mary Carmen la preñó un
172
loquero que luego se tornó tísico. Lo lamentable del caso fue que a Mary Carmen las
autoridades no le permitieron abortar: el aborto terapéutico no está legalmente permitido.
¿Cuál será la magnitud del sufrimiento de aquel hijo de una loca y el tísico que la violó?
Hoy he sollozado ante la información del proceso contra una tal María, de veinte años,
que, empujada por la miseria y el hambre, estranguló a su hijita Esperanza, de casi nueve
meses, con una corbata masculina que le servía de liga y que se desató. Una historia
completamente esquemática.
1 de octubre. Miércoles. Reflexión sobre las relaciones de los demás conmigo. Por poco
que yo sea, aquí no hay nadie que manifieste hacia mí una comprensión total. Tener a una
persona que poseyese dicha comprensión significa tener un sostén en todos los aspectos,
tener a Dios.
La luna apareció triste y completamente redonda sobre el cafetal de Pun-pun. Se detuvo
un instante en la cresta de una montaña que se divisaba a distancia, indecisa. Miró al mundo
y bruscamente se desprendió de la montaña y comenzó a ascender. El caserío de Las Uvas,
sumergido hasta entonces en la oscuridad, pareció recibir súbitamente una mano de cal y
comenzó a brillar, completamente blanco.
Se alzó el día. Domingo. Nada, en la mañana, una señora con un dolor de cabeza sordo y
leve. Tarde en la clínica, leyendo «Las mil y una noche», que me nutre.
Estaba bajo la copiosa sombra del rojo y antillano framboyán, alimentándome de «Las
Mil y una Noche», cuando una joven inició un cuadro de sacudidas y contorsiones en su
cuerpo.
La muchacha tenía convulsiones y aplastaba insectos al retorcerse y agitar las piernas. Fui
el primero en llegar a su lado, aunque algunos agricultores y el tío, despertados por sus gritos,
no se hicieron esperar. Agarré a la muchacha por la mandíbula, le obligué a abrir la boca y le
introduje una rama que ella enseguida partió con los dientes. Los cortes que tenía en la boca
le sangraban, y temí por su lengua, pero en aquel instante el mal la dejó, ella se calmó y se
durmió. Ordené que la llevaran a su dormitorio, y ahora uno de los agricultores tuvo que ver
a otra bella durmiente en la misma cama, y por segunda vez se sintió invadido por algo que
parecía una sensación muy rica y muy profunda para darle el grosero nombre de lujuria. Él
descubrió que se sentía a un tiempo afligido por sus deseos impuros y eufóricos por las
173
emociones que le recorrían, unos sentimientos frescos cuya novedad le excitaba
sobremanera. Vicenta se acercó a su marido. «¿La conoces?», preguntó el agricultor, y ella
asintió. «Es huérfana.» El agricultor quedó impresionado, y no por primera vez, por la
sociabilidad de su mujer. Él apenas conocía a un puñado de habitantes del pueblo, en tanto
que ella sabía el diminutivo de todo el mundo, la historia de la familia y lo que ganaba cada
cual. Ellos hasta le contaban sus sueños, aunque muy pocos soñaban más de una vez al mes,
porque eran muy pobres para permitirse esos lujos. Volvió a embargarle la ternura que
sintiera por ella al amanecer y la abrazó. Ella apoyó la cabeza en su pecho y dijo suavemente:
«Feliz cumpleaños.» Él le besó los cabellos. Abrazados, contemplaron a la muchacha. María:
su esposa le dijo el nombre.
Cuando María, la huérfana, llegó a la pubertad y, por su belleza alucinada y su aire de
mirar a otro mundo, fue pretendida por muchos jóvenes, empezó a decirse que esperaba a un
amante del cielo, porque se consideraba muy buena para los mortales. Para vengarse, se cortó
el pelo y hacía que los pezones se le transparentaran a través de unas camisas que se ceñían
provocativamente al cuerpo. Los pretendientes rechazados murmuraban, dolidos, que, en
realidad, ella no tenía por qué ser tan exigente, en primer lugar porque era huérfana y, en
segundo lugar, porque estaba poseída por el demonio de la epilepsia, el cual sin duda
ahuyentaría a los espíritus celestes que pudieran estar interesados. Algunos jóvenes
despechados llegaron, incluso, a apuntar que, ya que los defectos de María le impedirían
encontrar marido, por lo menos tomara amantes, para no desperdiciar esa belleza que, en
justicia, hubiera debido otorgarse a persona menos problemática. A pesar de todos los
intentos que hacían los jóvenes de Barranca por convertirla en su ramera, María conservaba
la castidad, y su defensa era una mirada de feroz concentración en zonas de aire situadas
encima del hombro izquierdo de las personas, que generalmente se tomaba por desprecio.
Luego, la gente oyó hablar de su nueva costumbre de tragar insectos y entonces modificaron
su opinión de ella, convencidos de que estaba tocada de la cabeza y, por consiguiente, era
peligroso acostarse con ella, ya que los demonios podían transmitirse a sus amantes. Después
de esto, los lascivos varones del pueblo la dejaron sola y sus familiares la introdujeron en un
cepo, donde permaneció sola, sola con sus animales de juguete y con su peculiar e insectívora
dieta. Mientras esto ocurría en Barranca con María, que durante un tiempo estuvo controlada
de su epilepsia, debido a que le suministrábamos el anticonvulsivante, en Las Uvas, Gustavo
174
y Mario se encontraban excluidos en cepos. Servicio de guardia.
2 de octubre. Jueves Por la tarde, en que el sol estaba a punto de tocar el borde del cielo y
el horno del día se apagaba, fui a evaluar un niño que tenía la rara costumbre de comer
cucarachas, lagartos y mariposas. Cuando ingería cucarachas decía que eran «arenques», tal
vez por el parecido al color del pez. Era uno de los tres engendros de María García (o Mariíta
de Co). Ella (y toda la comunidad) decía que su hijo era tonto porque cuando pequeño se dio
muchos golpes en la cabeza. El embarazo de Mariíta no fue bueno, tampoco se lo chequeó y
el parto resultó aún peor, muy laborioso y lento, al final tuvieron que aplicarle fórceps. Al
niño empezaron a darle convulsiones y ataques epilépticos a los seis meses y esto le ocasionó
un retraso físico y mental considerable, tenía la boca siempre abierta y se le fue poniendo
poco a poco cara de tonto, a tal punto que le decían el Momio de Mariita. El tenía una
particularidad: Se comía su propia mierda. Mariíta llevó las circunstancias casi con paciencia
y descuido; es difícil adivinar las reacciones de la gente. Y ahora era loco porque tenía el
demonio de la epilepsia metido en la cabeza. El niño tenía convulsiones, tenía mirada de
luna, se había evacuado y orinado y tenía una especie de espuma en la boca, una espuma
semejante a la que usan los hombres en la cara cuando se rasuran. Al momento del examen ya
el enfermo se encontraba en estado pos ictal. A partir de aquel día le suministraba,
mensualmente, los anticonvulsivantes necesarios para su tratamiento, y jamás aquel demonio
se introdujo en el cuerpo del hijo de Mariita. Otros niños epilépticos, a los cuales también les
conseguíamos los fármacos que controlan las convulsiones, se mantenían controlados, y no
habían tenido la desdicha de ser introducidos en «cepo», es decir, excluidos. Al finalizar
nuestra pasantía, jamás volvieron a recibir los medicamentos, y el hijo de Mariíta murió
algunos años después, en medio de crisis convulsivas que cada día se hicieron más frecuentes
y prolongadas. Las secreciones provocadas por el demonio que se comió el cerebro del
pequeño hasta dejarlo inútil, fue finalmente la razón de la muerte.
Los otros vástagos de Mariíta (María García) eran Elvira García (Vira) y Nani. Vira tenía
una particularidad: el baño no era su devoción por lo que siempre (o casi siempre) se le podía
observar un collar de «oro negro» en su cuello de tortuga. El perfume que usaba tenía un olor
particularmente nauseabundo, como elaborado del zumo de la cebolla podrida, semejaba una
mezcla del olor a sudor, a chivo cojudo y a miao de burra parida. Este mal olor axilar tiene
175
diferentes designaciones en nuestro país: grajo,78 sobaquina, puñal, cuchillo, machete…
Nani, por el contrario, parecía el único equilibrado y trabajador de la familia.
3 de octubre. Viernes. Cuanto más se esfuerza uno por olvidarse de algo, más se piensa en
ello en el subconsciente. Por eso es importante escuchar las señales del subconsciente. Según
Freud, el «camino real» hacia el subconsciente lo son nuestros sueños. Y su libro más
importante es la gran obra La interpretación de los sueños, publicada en 1900, y en la que
mostró que no es casual lo que soñamos. Nuestros pensamientos subconscientes intentan
comunicarse con la conciencia a través de los sueños.
Estoy plenamente de acuerdo con Freud, él afirma que todos los sueños cumplen deseos.
Esto se observa fácilmente en los niños, pues los niños sueñan con helado y cerezas. Pero en
el caso de los adultos sucede a menudo que los deseos, que a su vez serán cumplidos en los
sueños, están disfrazados. Porque también cuando dormimos hay una severa censura que
decide lo que nos podemos permitir. Ahora bien, durante el sueño dicha censura o
mecanismo represivo está debilitado respecto del estado de vigilia, pero aún así es lo
suficientemente fuerte como para que en el sueño reprimamos deseos que no queremos
reconocer.
Me identifico con Freud que pensaba que siempre existe una tensión entre el ser humano y
el entorno de este ser humano. Mejor dicho, existe una tensión, o un conflicto, entre los
instintos y necesidades del hombre y las demandas del mundo que le rodea. Seguramente no
es ninguna exageración decir que fue Freud quien descubrió el mundo de los instintos del
hombre. Esto le convierte en un exponente de las corrientes naturalistas tan destacadas a
finales del siglo pasado.
El escritor español Calderón, que nació en 1 600, escribió una obra de teatro que se
llamaba La vida en sueño. En esa obra dice: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida?
Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son». Estos motivos Calderón había tomado prestado de los viejos
cuentos árabes de Las mil y una noches. No obstante, comparar la vida con un sueño
constituye un motivo que encontramos aún más atrás en la Historia, sobre todo en la India y
en China. El viejo sabio chino Zhuangzi, por ejemplo dijo: «Una vez soñé que era una
78
Mal olor producido por el sudor.
176
mariposa, y ahora ya no sé si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o si soy una
mariposa que sueña que soy Zhuangzi».
Al menos no se podía comprobar ¿cuál era la verdad? Setter Dass, que vivió en Noruega
de 1 647 a 1 707, por un lado quería describir la vida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó
que sólo Dios es eterno y constante:
Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas.
Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas…
Esta sensación de falsedad que tengo al escribir podría describirse con la imagen
siguiente: ante dos agujeros que hay en el suelo, alguien espera la aparición de algo que sólo
puede salir del agujero de la derecha. Pero, mientras éste permanece cerrado por una tapa
vagamente perceptible, sale del izquierdo una aparición tras otra; estas apariciones intentan
atraer la mirada hacia ellas y acaban consiguiéndolo por su creciente voluminosidad, que
llega a cubrir incluso el otro agujero, el nuestro por mucho que tratemos de impedirlo. Y he
aquí entonces, si no queremos dejar aquel lugar —y no lo queremos a ningún precio—,
tenemos que conformarnos con lo que se nos ha aparecido, lo cual, por su fogosidad —su
fuerza se agota en el simple hecho de aparecer—, no puede satisfacernos, pero que al
quedarse inmóvil por su misma debilidad, nos permite desplazarlo hacia delante y en todas
direcciones, con el único fin de suscitar otras apariciones, porque nos resulta insoportable la
constante visión de una de ellas, y porque además queda la esperanza de que, tras el
agotamiento de las apariciones falsas, surjan finalmente las verdaderas. ¡Qué poca fuerza
tiene la imagen precedente! Entre la sensación real y la descripción metafórica aparece
colocada, como un tablón, una suposición incoherente.
4 de octubre. Sábado. Al paciente, sobre todo al dominicano, debe examinársele de arriba
a abajo. Una tarde, mientras ofrecía la consulta, llegó, con Antón (el chofer de Magüey), un
señor procedente de Magüey. Era un guardia pensionado que usaba unos lentes como cascos
de botella. Le interrogué sobre su problema a lo que respondió tener unos cinco días con un
«doloicito vaginai», además de no tener apetito, pero la queja más importante fue la de haber
acudido a La Vega, por el mismo dolor, habiéndolo examinado un «doctoicito» que ni
177
siquiera la mano le puso.
Ante esta situación le ordené desvestirse y acostarse en la camilla de examen. Exploré sus
oídos, sus ojos, su nariz y la boca; le medí la tensión arterial (en ambos brazos, tanto de pie
como acostado), ausculté los diferentes focos cardiacos y campos pulmonares, así como el
abdomen en sus diferentes divisiones, al que también palpé y percutí; busqué los reflejos
osteotendinosos y luego introduje, por el ano, un dedo enguantado y lubricado. Le indiqué
algunas pruebas de laboratorio. Tres días después, se presentó con los resultados, los cuales,
sólo reportaron valores bajos de hemoglobina. Indiqué unas vitaminas, sugiriéndole volver a
la semana. Al regresar me dijo que estaba bien pero que yo era un abusador. Porque esas
vitaminas le habían estimulado el apetito a tal punto que no podía aguantar y, sacándome la
lengua, me enseñó una menta verde que tenía para poder calmar el hambre. Cuando le
pregunté desde cuándo estaba tomando las vitaminas, me informó que la había iniciado el día
anterior.
Allí fue cuando me di cuenta de la importancia del saludo y el giro que toma la
conservación cuando al principio se habla detalladamente de la existencia más íntima, y
luego, no cortándola, pero tampoco surgiendo naturalmente de ella, se pasa a hablar de
cuándo y dónde volveremos a vernos y qué circunstancias hay que tener en cuenta para ello.
Si esta conversación acaba asimismo en un apretón de manos, se sale de ella con una fe
momentánea en una estructura pura y sólida de nuestra vida, y con respecto hacia la misma.
5 de octubre. Domingo. Debo señalar que no todo es producto de procesos mecánicos,
también lo son nuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, varios
materialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento se relacionan con el cerebro
como la orina con los riñones y la bilis con el hígado.
Pero tanto la orina como la bilis son algo material. El pensamiento no lo es. Recuerdo una
historia que expresa esto mismo. Érase una vez un astronauta y un neurólogo rusos que
discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. «He estado en el
espacio muchas veces», se jactó el astronauta, «pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles».
«Y yo he operado muchos cerebros inteligentes», contestó el neurólogo, «pero nunca he visto
un solo pensamiento».
Eso no significa que no existan los pensamientos. Pero los pensamientos no son cosas que
178
puedan operarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta, por ejemplo, muy
fácil extirpar, mediante una operación, una idea errónea; por algo se ha metido tan adentro.
Un importante filósofo del siglo XVII, llamado Leibniz señaló que la gran diferencia entre lo
que está hecho de «materia» y lo que está hecho de «espíritu», precisamente es que lo
material puede divisarse en trozos cada vez más pequeños. Pero no se puede dividir un alma
en dos. Esto mismo ocurre con los pacientes dominicanos y su pensamiento de cómo debe
actuar el médico para resolverle sus problemas. Lamentablemente no disponemos de un
cuchillo que sirva para eso, salvo nuestro propio pensamiento. Servicio de guardia.
¡Qué largos me parecen este sábado y este domingo al mirar atrás! Ayer por la tarde me
hice cortar el pelo donde Luis Reinoso.
6 de octubre. Lunes. En la semana que atendí al guardia pensionado del «doloicito
vaginai», fue una semana de trabajo intenso, sobre todo, porque había recibido envío de
medicamentos de Salud Pública. Una característica de la población que demanda atención en
las clínicas rurales es que acuden masivamente a ellas cuando se difunde la noticia que ha
llegado el suministro. Tan pronto se agota, la gente deja de enfermarse. Lo peor de todo es
que la mayoría de esta gente generalmente no está enferma.
7 de octubre. Martes. Verruga infecciosa «ojo de pescado». Sugestión. El señor que tiene
una verruga entre las cejas. Le doy, en un pequeño frasco agua ligada con poco de antigripal
y le digo que debe ponerse esa loción todos los días, antes de acostarse, sin que nadie lo vea
en la verruga. Esto debía hacerlo por catorce días. Llegan los medicamentos.
8 de octubre. Miércoles. He hojeado un poco mis apuntes. Me ha proporcionado una
noción de cómo está organizada la vida de un médico en una clínica rural. Por la tarde. La
oscuridad avanzaba en el cielo con su gran cortejo y su pequeño cortejo: las estrellas y las
aves nocturnas. Por doquiera los perros, esclavizados por los hombres, ladraban en las eras y
guardaban la hacienda de los amos. Hacía frío y tiritaba. A veces el sueño me vencía durante
unos instantes, me paseaba por los aires, entre paisajes cálidos y lejanos, pero enseguida
volvía a arrojarme a tierra, sobre las piedras. Ahora el cielo estaba encapotado; el rostro de la
tierra se oscureció y pronto se suspendieron en el aire los hilos negros de la lluvia, que
179
unieron el cielo y la tierra. Alcé los ojos y vi oscurecerse el cielo.
Más tarde, hacia medianoche oí cascabeles que resonaban en la colina y tras los
cascabeles, la canción quejumbrosa de un buey. Oí conversaciones, alguien lanzó un suspiro
y ascendió una voz de mujer clara y fresca en la noche, pero pronto volvió a reinar el silencio
en la noche.
Poco a poco los cascabeles desaparecían en la noche, se suavizaban; yo los oía ahora
como si fueran una risa delicada, un chorro de agua en un jardín profundo que me llamaba
tiernamente por mi nombre. Y así, suave, voluptuosamente, arrullado por el cascabel que
tintineaba, el sueño me sorprendió.
Soñaba que hablaba con Luis Reinoso. Era el que pelaba (o recortaba) a los hombres de
Las Uvas y su esposa, Ramonita Durán, lo hacía con las mujeres. Ellos tenían dos vástagos:
Silvana y Egly; aunque Sofía, que también vivía en aquel hogar era hija de Luis.
Luis habla sin cesar. Cuarenta años, sin barba ni bigote. Le gustan las muchachas y las
viejas también, pero quiere a su mujer, que está en casa llevando el negocio y no puede viajar
porque está gorda y no soporta los viajes. Incluso una vez que fueron a La Vega, tuvo que
apearse dos veces del carro de Reinaldo Anico para andar un poco y reponerse. No necesita
vacaciones; se da por satisfecha con dormir un poco más algunas veces. Todo el mundo decía
—sin prueba alguna— que él le era infiel; ella nunca le dio crédito a esto. Siempre decía:
«Tentaciones a la que está expuesto un peluquero». Todo esto fue en sueño.
9 de octubre. Jueves. Y hablando de tentaciones, pasado mañana debo asistir a Jaiqui
Picao Abajo, a la boda que he sido invitado del colega pasante de La Cuesta de San José de
Las Matas (Santiago de los Caballeros), a su boda, él cayó en la tentación de la belleza de las
mujeres del Cibao… Servicio de guardia.
10 de octubre. Viernes. Llega el cansado y agotado viernes. Por la llanura pasaba la niebla
matutina como pequeñas nubes de algodón. Los pajarillos cantaban enérgicamente, yo no oía
a ningún pájaro grande, pero sí escuché la voz de Carmen Suriel informando que ya no había
medicamentos.
Durante el día, el aire presentaba un tinte azul oscuro, el cielo había perdido al sol y aún no
había hallado a las estrellas y se inclinaba hacia la tierra, despojado de sus ornatos. En aquella
180
penumbra incierta destacaban las voces nocturnas de las ranas. Cierro los ojos para oír mejor.
Las aves diurnas se habían recogido en los nidos y las nocturnas no habían aún abierto los
ojos. Los hogares de los hombres estaban lejos y no se oía ni un solo rumor humano, ni un
solo ladrido. Más tarde, ya entrada la noche, en el momento de dormirme. Yo murmuraba la
lectura de un libro, pero tenía sueño y las palabras naufragaban en el fondo de mi ser, sin
hallar eco. Era como si la sólida tapa del cráneo, que envuelve el cráneo insensible, se
hubiese retraído profundamente en sí misma y dejado una parte del cerebro expuesta al libre
juego de luces y músculos.
Despertar en una mañana fría de otoño, de luz amarillenta. Salir por la ventana casi
cerrada y, todavía frente a los cristales, antes de caerse, flotar con los brazos extendidos, el
vientre formando un arco, las piernas dobladas hacia atrás, como los mascarones de proa en
los navíos de otros tiempos.
Antes de dormirme.
La felicidad infinita, profunda, cálida, redentora de estar uno sentado junto a la cuna de su
hijo, frente a la madre.
Hay en ello algo de la sensación siguiente: Ya no se trata de ti, a menos que lo desees. En
cambio, ésta es la sensación de los que no tienen hijos: constantemente depende todo de ti
mismo, quieras o no, cada momento hasta el final, cada momento que te desgarra los nervios;
una y otra vez te asalta y sin resultado alguno. Balaguer es soltero.
Parece tan desagradable ser soltero, pedir que a uno le admitan, ya viejo y preservando
arduamente la propia dignidad, cuando desea pasar una velada con otras personas; llevarse a
casa algo de comer en una mano, no poder esperar ociosamente a nadie con sosegada
confianza, no poder obsequiar a alguien más que con un esfuerzo o a disgusto, despedirse
frente a la puerta de la calle, no poder subir nunca la escalera con la mujer propia, estar
enfermo y no tener otro consuelo que la vista que se ve desde la propia ventana (si es que uno
puede sentarse), no tener en la propia estancia más que unas puertas laterales que conducen a
viviendas de gentes desconocidas, notar el despego de los propios parientes, con quienes sólo
se puede conservar la amistad por medio del matrimonio, primero a través del matrimonio de
los padres, luego, cuando pasan los efectos del mismo, a través del propio; tener que admirar
los niños ajenos y no poder repetir constantemente: yo no los tengo, y como no hay una
familia que crezca con uno mismo, tener una invariable sensación de decrepitud; conformar
181
el propio aspecto y la propia conducta de acuerdo con uno o dos solterones que recordamos
de nuestra juventud. Todo esto es cierto, pero también se comete fácilmente el error de
desplegar demasiado ante uno mismo los futuros sufrimientos, hasta el punto de que la vista
debe lanzarse mucho más allá de ellos y ya no vuelve más, cuando en realidad, hoy y más
adelante, uno seguirán igual, con un cuerpo y con una cabeza real, y también, por lo tanto,
con una frente para poder golpeársela con la mano.
¿Qué significan hoy las afirmaciones de ayer? Significan lo mismo que ayer; son ciertas;
sólo que la sangre se escurre entre las grietas de la gran piedra de la ley.
El que no sabe qué hacer con su vida mientras vive necesita una de sus manos para desviar
un poco la desesperación por su destino —esto ocurre de un modo muy imperfecto—, pero
con la otra mano puede tomar nota de lo que ve por debajo de las ruinas, porque ve cosas
diferentes y en más abundancia que los otros; es, sin duda, un muerto en vida, y a la vez el
único superviviente, lo cual no presupone que no necesita las dos manos, y más, si las tuviera,
para luchar contra la desesperación.
Varias cicatrices dejadas por Ricardo pueblan mi memoria de estudiante universitario:
Nunca podré olvidar a Ricardo Antonio Liriano. Este amigo, era un caso muy especial. Al
principio, mientras recibíamos práctica de Anatomía I, en el Instituto de Anatomía, bajo las
orientaciones del monitor Pérez Simó, había una compañera estudiante que privaba en buena.
Para esos días ella cumplía años. Varios cadáveres habían acabado en la sala de disección del
Instituto entre jóvenes estudiantes muertos de risa, la risa también puede ser una coraza, una
trinchera, la risa también puede ser el disfraz de la amargura, es muy gracioso llevarse un
dedo de un muerto en el bolsillo con una uña y todo, cortarle el pene es más deslucido porque
se queda en nada, y echárselo a la compañera comparona en la cartera envuelto en papel de
regalos —que fue lo que hizo Ricardo— así se va uno sobrecogiendo al asco.
Ahora me doy cuenta de que he perdido la capacidad de mentir, se conoce que las
circunstancias me vuelven la espalda al hedor de la derrota, tampoco debo hacerlo, no se
debe mentir jamás, y también he perdido la otra capacidad, la de odiar y envidiar con
paciencia, con muy severa y serena perseverancia, lo mejor sería desvanecerse como un
quejido imperceptible y maldecir a los reformistas,79 a veces me gustaría haber nacido
hombre elemental y fértil o muy sofisticado y yermo.
79
Partidarios del Partido Reformista (PR), fundado por el Dr. Joaquín Balaguer.
182
Recuerdo que Ricardo se ponía, en sus años de estudiante universitario, con diez centavos
en su mano izquierda (esto por lo del comunismo), en la puerta del comedor y decía:
—Compañero me faltan quince—. Para ese entonces veinticinco centavos era el costo del
servicio en el comedor de la UASD. Ricardo reunía para el almuerzo de él y de algunos
amigos, para comprar cigarrillos y tomarse un vaso del famoso el frío-frío que vendían en la
emplanada frontal del Calazans (o Ciencias jurídicas) que se tomaba de postre, debajo del
tamarindo, oyendo los tradicionales cuentos colorados de la una, narrados por los
«pacochucos»: era una especie de karaoke universitario.
Mi apetito voraz lo satisfacía con Ricardo y David. El eterno vaso de lecho que daban en
el comedor se los repartía a aquellos dos amigos, a cambio por supuesto, de sus respectivas
raciones de arroz.
Como la mayoría de los estudiantes almorzábamos en aquel lugar, al medio día aquello era
caótico. Entonces Ricardo, colocaba todos los días, a eso de las nueve y treinta de la mañana,
tres papeles blancos con el nombre de cada uno de nosotros y una piedra encima que nos
representaba en la fila. Así reservaba Ricardo un lugar primario en aquella fila imaginaria.
Hubo una etapa de esta historia del comedor en que Ricardo, se enteró que el encargado (el
cocinero), era amanerado, entonces buscó su amistad y dejó de hacer aquella larga,
interminable y odiosa fila.
En una ocasión, mientras orinaba en el baño que quedaba (o queda) debajo de la
biblioteca central, que siempre estaba repleto de excrementos, como todos los demás,
Ricardo se acercó solicitándome prestado cincuenta centavos. Al sacar la moneda del bolsillo
de la camisa cayó al inodoro lleno de excrementos. Sin pensarlo dos veces, y bajo mi
asombro, Ricardo sacó de su bolsillo otra moneda del mismo valor y la lanzó al inodoro,
diciendo, mientras introducía su mano derecha en aquel mar de mierda, repleto de duras
imágenes excrementales que semejaban grandes iceberg: «Yo no meto la mano por medio
peso, pero por uno sí».
Mi amigo Ricardo era un excelente producto del imperio universitario de la época, es
decir, no le daba vergüenza nada.
Finalmente llegamos a la pasantía. El estaba en la clínica rural de Las Terrenas de Samaná.
Del grupo, era el único pasante que no tenía que pagar por su almuerzo, una familia del lugar
le ofrecía gratuitamente desayuno, almuerzo y cena. Después de un tiempo en el lugar que no
183
recuerdo su extensión, la señora que le ofrecía la alimentación gratuita, presentó una crisis
hipertensiva y Ricardo fue llamado para atenderla, luego de asistirla, ésta y sus familiares le
agradecieron al pasante, pero éste les exigió el pago de honorarios, lo que provocó tanto
desaliento e inconformidad en aquella familia que, posteriormente, Ricardo fue trasladado a
la clínica rural de Ojo de Agua de Salcedo.
Uno de los problemas a los que nos enfrentábamos los pasantes y en general todos los
médicos que eran designados por SESPAS, era que había que esperar tres, cuatro y hasta más
meses para cobrar y todavía es así. Lo peor de todo, es que generalmente uno de los meses (de
los cheques) siempre desaparecía. No sabemos la razón y por más que lo hemos indagado no
la hemos conocido: «cultura de nuestras autoridades». Lo que no puedo olvidar, aunque trate
de hacerlo fue cuando cobré mi primer salario.
Por fin llegó la noticia que cobraríamos. Esa misma mañana nos trasladamos todos los
pasantes del área al local que alojaba las oficinas de la regional, ubicada a la entrada y a la
izquierda de la ciudad de San Francisco de Macorís. Esta regional estaba dirigida por el
doctor Misael Requena Jiménez. Cuando llegué, la oficina estaba repleta de pasantes. Todos
cobraríamos por primera vez. Luego de cambiar el cheque y al momento en que nos
despedíamos Ricardo me dijo:
—Rubén Darío, préstame veinte pesos—. Y tú no tienes dinero le dije, —Sí, pero éstos
son para guardarlo en el banco.
Perdí de vista a aquel amigo inolvidable y a otros que se dieron cuenta, muy tarde, de que
se habían equivocado de profesión, y emigraron al exterior. Esto no me lo dijo Ricardo, es
pura interpretación personal mía. Porque pienso que toda persona que dedique la parte más
preciada de su vida a los estudios y luego de más de veinte años, cuando se gradúa, emigra a
al exterior dedicándose a otro oficio, tuvo problemas de orientación. ¿Y para qué todo aquel
sacrificio?
Al describir el amigo en el extranjero, pensé mucho en Ricardo, en Fausto, en El Caballo y
otros compañeros. Pero Luego, cuando me encontré con la hermana del Caballo (que era
enfermera) casualmente, unos años antes de esta narración, me confesó que su hermano se
arrepentía de haber inmigrado a Venezuela.
¿Por qué emigran los médicos de su terrible país? Viviría mejor en cualquier otra parte, si
consideramos su vida actual y sus actuales deseos. Pero no pueden; todo lo que es posible,
184
ocurre; pero en realidad sólo es posible lo que ocurre.
Durante la pasantía formé mi propio criterio sobre este asunto. La experiencia vivida y la
reacción de la gente a la que atendí, despertaron en mí un ferviente y apasionado amor a la
Humanidad, supremo respeto a todas las formas por ella creadas, un sosegado retiro en el
puesto de observación más apropiado. Esto me permitió ver los escritos juveniles de Lucero:
«Las poderosas sombras que, desde un mundo invisible, atraídas por el crimen y la sangre,
penetran en el mundo visible.»
Al término de la pasantía muchos de mis compañeros inmigrantes de nuestro mundo
visible aún, hacia aquel mundo invisible: Helena Cuello Paradí (USA), según Moreta ella
vive en los Estados Unidos de Norteamérica, está casada con un taxista, tiene tres hijos y dejó
la medicina para dedicarse a ama de casa y al cuido se sus hijos; Miguel Beltré, quien hizo su
pasantía en el Limón del Yuna y es cardiólogo (USA); Ganímedes Floirán Peña,
Gineco-Obstetra (Puerto Rico); Víctor García Ramírez, anestesiólogo (España) y el Arturo
(o el Caballo), supe a través de una hermana que es enfermera que había emigrado a
Venezuela.
Habían dos condiciones para inmigrar: la que se producía para mejorar las condiciones
económicas y los que inmigraban con fines de hacerse especialista. En esta última condición
recuerdo a Manuela Azcárate Zimmerman y Fausto Canaan. Manuela, era conocida por
todos como la españolita, al conocer a Fausto se enamoraron, sin embargo, sus padres, es
decir, los padres de Manuela, nunca apoyaron esos amores, primero le quitaron un vehículo
que le habían regalado para que asistiera a la universidad, luego Manuela y Fausto decidieron
unir sus vidas. Se casaron; asistieron a la boda Mary y Erickson, Héctor Vargas y Daysi. Al
finalizar la pasantía, emigraron a los Estados Unidos donde hicieron especialidad en
Medicina Interna. Pero la vida cotidiana es como la carcoma, la vida del matrimonio es como
la polilla, es igual que la polilla, tienes un abrigo colgado de la percha y está muy bien, da
gusto verlo, pero en cuanto dejas que le pase un verano por encima y lo descuelgas se te cae
al suelo en pedazos porque está apolillado, tiene unos agujeros como puños, la vida del
matrimonio es igual, de pronto la esposa se encuentra sentada en su butaca, siempre la
misma, delante de un televisor, el marido está oyendo el diario hablado o viendo el partido
del domingo y, aunque ella se ponga lo que se ponga, él no se va a fijar en ella, descuida,
aunque se tiña el pelo de color zanahoria o verde lechuga él ni se entera, pierde cuidado,
185
entonces hay que tener mucha paciencia porque todo eso le va reconociendo y amargando y
entristeciendo, ella sabe ya es irreversible, que no tiene vuelta atrás.
11 de octubre. Sábado. La fiesta con motivo del compromiso matrimonial se celebró
también un sábado. El banquete había acabado, los comensales se levantaban de la mesa;
abrieron todas las ventanas, era una hermosa y cálida tarde de junio. La novia estaba rodeada
por un círculo de amigas y de buenos conocidos; los demás formaban pequeños grupos, y de
vez en cuando se oían grandes carcajadas. El novio se apoyaba en la puerta que daba al patio;
estaba solo y miraba al exterior.
Después de un rato, lo vio la madre de la novia, se le acercó y dijo: «¿Qué haces aquí tan
solo? No vas con tu novia? ¿Han peleado?» «No», contestó el novio, «no nos hemos
peleado.» «Pues entonces», dijo la mujer, «!anda a reunirte con tu novia!» Tu conducta está
ya llamando la atención.
Unos meses después la boda se celebró por todo lo alto pero con más pretensiones que
resultados, esto pasa cuando no se miden bien las distancias y se queda uno con la cabeza
caliente y los pies fríos o, como suele decirse en el Cibao, «con el culo al aire». Según
murmuraciones la boda fue todo éxito; lo que no supe hasta mucho después fue la triste
verdad, la verdad dolorosa y desnuda y tal como fue. La novia, pese a los esfuerzos de la
madre, estaba horrible, ella era una monada, pero ese día estaba horrible, el pelo lo llevaba
recogido con dos ondas delante de la cara y no le favorecía ni poco ni mucho, a las pestañas
les sobraba rimel y los ojos parecían dos tarántulas; el vestido era bonito, sí, pero un ex novio,
antes de salir la novia para la iglesia, se metió en su habitación, le remangó las faldas y le
echó un violento polvo de gallo...
— ¿Y de urgencia?
— Sí, también.
...un violento polvo de gallo y de urgencia que la dejó tan arrugada como desmadejada,
todos andaban nerviosos como gatos y con prisas y entrando y saliendo de un lado para otro y
nadie se dio cuenta, a lo mejor lo que hicieron fue disimular; el propio novio entró también a
la habitación, pero ya todo había pasado, al novio no le importó nada eso que se dice de que el
novio no debe ver vestida a la novia, vestida de novia, claro antes de salir de casa, porque trae
mala suerte, él no era supersticioso.
186
—Eso de ser supersticioso es lo que trae mala suerte y yo no lo soy, yo no creo en estas
supersticiones.
— ¿Y en las otras?
— Tampoco, son todas lo mismo.
El novio se había hecho varios cortes al afeitarse, se conoce que también estaba de los
nervios, y se presentó con la cara hecha un mapa, también llevaba el pelo muy mal cortado y
parecía un soldado novicio. La novia se despedía de los invitados, llevaba la cola del vestido
hecha un rebujo, parecía un trapo de cocina.
Meses después, la pareja de esposos me visitó y estando bajo el almendro de la clínica,
Chele Sarete le dijo a la joven esposa:
— Genoveva, tienes tus esperanzas futuras ahí entre las piernas, de forma que haz el favor
de concentrarte para que tu marido se interese, y no te mitifiques en los asuntos de tus
mayores.
La joven esposa, nunca tuvo hijos, y nunca contó a alma viviente que, en su noche de
bodas, su marido entró muy tarde en el dormitorio, hizo caso omiso de su joven novia,
aterrorizada y escuálida, que yacía virginalmente temblando en la cama, se desnudó con gran
lentitud y, con la misma precisión, introdujo su cuerpo desnudo (de proporciones tan
similares al de ella) en el vestido de boda que la criada había dejado en un maniquí como
símbolo de su unión, y silbidos que venían hacia ella sobre las aguas y, levantándose envuelta
en sábanas, mientras la pesada certeza de su futuro caía sobre sus hombros haciéndolos
encorvarse, vio su vestido de bodas relucientes a la luz de la luna, mientras un joven se los
llevaba en un vehículo a él y su ocupante, en busca de lo que, entre aquellos seres tan
arcanos, pasara por felicidad.
La historia de la aventura del vestido del joven esposo, que dejó a la desposada
abandonada en las frías dunas de sus sábanas sin ensangrentar, me ha llegado a pesar del
silencio de ella. La mayoría de las familias corrientes no saben guardar secretos; y en su clan
nada corriente, el más profundo misterio termina normalmente en boca de todo el mundo...
Pero ¿quizá todo el incidente fuera inventado, una fábula que la familia fabricó para
chocar-pero-no-demasiado, para hacer más agradable al paladar —al ser más exótica, más
bella— la homosexualidad del esposo?
187
12 de octubre. Domingo. Al mediodía, niño intoxicado porque ingirió cloro. Ayer, en la
iglesia de Guanábano. Murmullos apagados, como de gente en la iglesia. En el vestíbulo, una
cajita con esta leyenda: «Una callada donación aplaca toda indignación.» Interior propio de
una iglesia. Tres devotos católicos, al parecer mocanos. Inclinados sobre el libro de rezos,
con el manto de las plegarias sobre la cabeza, se han encogido todo lo posible. Dos lloran,
¿conmovidos simplemente por el día de fiesta? Uno de ellos quizá tiene únicamente los ojos
doloridos, sobre los que aplica fugazmente el pañuelo, todavía doblado, para volver en
seguida a inclinar el rostro sobre el texto. Las palabras no son propiamente ni principalmente
cantadas, pero tras las palabras vienen unos arabescos formados con una prolongación, fina
como un cabello, de esas mismas palabras. El niño que, sin la menor idea del conjunto y sin
posibilidad de orientación, con el rumor en los oídos, se abre paso entre la gente aglomerada,
dando y recibiendo empellones. La señora, con el pelo estirado, de un rubio descolorido,
sobre unos postizos sin duda repugnantes, con la nariz marcadamente caída hacia abajo, cuya
dirección guarda cierta relación geométrica con los pechos colgantes y el vientre ceñido con
rigidez se queja de dolores de cabeza ocasionados por el hecho de que hoy, Domingo, haya
tanto barullo para nada. El tipo con aspecto de dependiente de comercio, que reza con rápidas
sacudidas, lo que debe interpretarse como un intento de dar a cada palabra el énfasis máximo,
aunque tal vez incomprensible, protegiendo así su voz, la cual, de todos modos, no
conseguiría una acentuación clara en medio de este ruido. La familia del propietario de la
barra Choby. En la iglesia de Guanábano fui conmovido de un modo incomparablemente más
intenso por el catolicismo.
En la barra Choby, Calembo, junto al Chino Polo, bebió ron. Lágrimas en los ojos. Mucha
gente. Música. El hijo de Chino Polo, lo consuela, sin que se sienta triste, o mejor dicho, está
triste sólo por sí mismo, y no tiene consuelo en esa tristeza.
13 de octubre. Lunes. Por la mañana, llega el señor de la Verruga, eufórico: desapareció la
verruga de su frente. A partir del mediodía servicio de guardia. La señora que acudió a la
consulta de Gineco-Obstetricia del hospital, porque, según ella, tenía un flujo menstrual muy
abundante y tenía además dismenorrea. Yo había aprendido del doctor José María
Hernández, jefe del servicio de Gineco-Obstetricia de aquel hospital, que no debemos confiar
en lo que nos digan las pacientes, y que nuestro deber era examinarlas sin importar lo que nos
188
manifestaran, así lo hice con esta paciente. Por eso no me sorprendí al confirmar la
experiencia del doctor Hernández. No era flujo menstrual: tenía un aborto incompleto.
14 de octubre. Martes. Por primera vez después de algunos días, la inquietud de nuevo,
incluso ante estas líneas. Furor contra Mexicana, que entra en la habitación y se sienta junta a
la mesa con un libro. Espero de la primera y mínima ocasión para deshacerme de este furor.
Finalmente ella toma una tarjeta de presentación de la bandeja y se escarba la dentadura. Con
furor decreciente, del que sólo me queda un acre vapor en la cabeza, y con un alivio y una
confianza incipientes, me pongo a escribir.
15 de octubre. Miércoles Por esos mismos días, Pedrito Gómez, el padre de Aridio, vivía
en El Fundo. Sufría de unos dolores reumáticos agudísimos y Serafín Coste en Pueblo Viejo,
le preparaba una botella que le mantenía controlado aquel dolor. En una ocasión el Cojo
solicitó permiso para ir donde Serafín a buscar aquella «medicina» milagrosa. Conociendo el
segundo «curioso»80 de Pueblo Viejo cuán peligroso para la medicina era semejante hombre,
me alié con Aridio para prepararle el medicamento y evitarle el viaje a Pueblo Viejo. El
aceptó. Mezclé antigripal con agua y se lo envié al enfermo de reumatismo; desde aquel día
Aridio preparaba la medicina del padre y siempre se mantuvo asintomático con la mezcla de
«Serafín».
Ya había oído hablar de serafín. Alberto La Paz, el hermano de Rafael La Paz, además de
obeso, era diabético, padecía de erisipela y tenía un rámpano81 desde hacía mucho tiempo. Y
tan pronto llegué a Las Uvas, acudió en busca de mis servicios. Según me narró el propio
Alberto, su erisipela se debió a una caída: En una ocasión iba él en la parte trasera de una
camioneta propiedad de su hermano y se le cayó una gorra. Él se lanzó del vehículo en
marcha para no perder su gorra. Había recibido un basilisco de parte de Serafín. Y me
confesó que Serafín le dijo:
80
El primero que tenía el secreto de curar el pasmo fue Billín Coste, cuando este murió le dejo el secreto y el
misterioso libro a Serafín Costo, su hijo, este también falleció y le pasó el secreto a su hija Maritza Coste que
estudió medicina y que ofrece sus conocimientos allá en Pueblo Viejo, en el claustro materno.
81
Llaga que se forma en las piernas. Ulcera fagenédica de los países tropicales, y que ordinariamente se produce
de la rodilla al pie
189
—Alberto, mi basilisco no se come; toda su virtud se le ha de introducir por los poros; yo
le he puesto dentro de un odre bien henchido de viento y cubierto de un cuero muy fino; es
menester que empuje hacia mí dicho odre en el aire con todo su aliento y que yo se lo
devuelva muchas veces; y con pocos días de dieta y de este ejercicio vera la eficacia de mi
arte.
El primer día se hubo ahogar el enfermo y Alberto creyó que iba a exhalar el alma; al
segundo se cansó menos y durmió mejor; por fin, a los ochos días recobró toda la fuerza, la
salud, la ligereza y el buen humor de sus más floridos años.
La magia del basilisco pronto se desvaneció y volvieron los achaques de Erisipela. Serafín
había sacado en su vida muchos demonios de la boca de los hombres; los poseídos acudían de
todo el Cibao y del mundo y él los curaba. Tenían pequeños demonios fáciles de tratar: el
demonio de la epilepsia, del pasmo, del reumatismo, del «pecho apretao.» Pero este… ¿cómo
luchar con semejante demonio?
Serafín también ejercía una influencia importante en los pobladores de la zona que
padecían de asma bronquial o apretamiento del pecho. Dentro de los múltiples tratamientos
que conocí para el asma el que más me llamó la atención fue uno que recomendaba Serafín.
Una niña de nueve años fue llevada porque el aliento se le hacía difícil; el asma le desgarraba
y crispaba, y le recomendó lo siguiente: «llevar la niña un martes o un viernes al cementerio,
a las doce de la noche, colocarla encima de una tumba de algún familiar, acompañada de los
nueve familiares más cercano. Una vez encima de la tumba del familiar, hacer un círculo con
los nueve asistentes (cada uno con una moneda de a centavo y una vara de gandul) darle a
tomar la moneda y luego una pela. Terminada esta ceremonia la niña queda curada.»
Durante mucho tiempo he recordado con amargura, aquellos días, «los médicos inútiles,
los charlatanes más inútiles aún». Además, tengo que reconocerlo, Serafín me enseñó una
lección que a menudo, en mi vida, he tenido que aprender de nuevo. Y en cada una de esas
ocasiones el proceso ha sido alto, y nadie me ha ofrecido ningún descuento por pagar en
divisas.
16 de octubre. Jueves. Por la mañana, el sol surgió de la pradera como un león. Golpeó
todas las puertas de Las Uvas y desde todas las casas la salvaje oración matinal ascendió
hacia el obstinado Dios de los cibaeños. Qué lejos están de mí, por ejemplo, los músculos
bronquiales.
190
Estoy pensando en los remedios de Serafín. ¿Con qué voy a perdonarme la observación de
ayer sobre Serafín (que es casi tan falsa como el sentimiento descrito por él, puesto que el
verdadero fue desalojado por mi llegada a Las Uvas? Con nada. ¿Con qué voy a perdonarme
que hoy no haya escrito nada todavía? Con nada. Sobre todo porque mi disposición no es hoy
la peor. Tengo continuamente una llamada en el oído: «!Ojalá vinieras, invisible sentencia!»
Para que estos pasajes falsos, que no quieren dejar la historia a ningún precio, acaben por
dejarme en paz, escribo dos aquí:
«Su respiración era ruidosa como suspiros en un sueño en el que la desdicha es más
soportable que en nuestro mundo, de suerte que la simple respiración es ya bastante
equivalente al suspiro.»
«Ahora lo domino con libertad, como se domina un pequeño juego de paciencia, del que
uno se dice: ¿qué importa que no pueda introducir las bolitas en sus agujeros, si todo ello me
pertenece, el cristal, la montaña, las bolitas y todo lo demás? Puede meterme tranquilamente
todo al arte en el bolsillo.»
17 de octubre. Viernes. Curiosidades observadas: «Niño con la mitad superior del cuerpo
muerta, la inferior viva, cadáver de niño con las rojas piernecitas en movimiento.»
«A los inmundos epilépticos, que se alimentaban de gusanos y moscas como los reyes
Gog y Magog, y que fueron desterrados a unas peñas hendidas y sellados hasta el fin del
mundo con el sello de Salomón.»
«Ríos de piedras donde, en lugar de agua, rodaban piedras con estruendo, dejando atrás
arroyos de arena que fluyen tres días hacia el sur y tres días hacia el Norte.»
«Ciguapas, mujeres con los pies al revés, pelo largo, que aparecen en los arroyos del
cibao.»
«Sapos que con su orina quemaban los árboles.»
Siempre había escuchado temor por la orina de los sapos. Hay que evitar que una rana (o
maco) nos orine: si ocurre nos da vitiligo, nos ponemos «jobero»82 o nos da «mal del pinto».
Así nos encanta también sobremanera, cuando andamos por un camino en Las Uvas, la
estremecida aparición de una lagartija ante nuestros pasos, y siempre que ello ocurre,
deseamos agacharnos; pero si la vemos a centenares en la tienda de un comerciante,
arrastrándose entre los grandes frascos donde suelen guardar pepinos, entonces no sabemos
82
Que tiene el cutis manchado. Por ejemplo, persona con vitiligo.
191
cómo tomarlo. Servicio de guardia.
18 de octubre. Sábado. Tarde de otoño, clara y fría, donde Cochecha, luego en la clínica
atiendo una embarazada que creía estar en labor de parto.
19 de octubre. Domingo. No hay que desesperar, ni por el hecho de que nunca desesperes.
Cuando ya todo aparece acabado, avanzan sin embargo nuevas formas, lo cual significa
precisamente que está vivo. Si no viniesen, entonces sí que se acabaría todo, pero de un modo
definitivo.
No puedo dormir. Tengo sueños, pero no tengo sueño. Hoy en mis sueños, he inventado un
nuevo medio de transporte para un parque en pendiente. Se toma una rama, que no sea muy
fuerte, se apoya contra el suelo de través, sosteniendo uno de los extremos en la mano, se
sienta uno encima con la mayor ligereza posible, como en una silla de montar para señora;
luego, toda la mano desciende velozmente por el declive; puesto que uno está sentado sobre
ella, sobre la madera elástica. También se podrá hallar una posibilidad de utilizar la rama para
el ascenso. Aparte de la sencillez del mecanismo, la principal ventaja reside en el hecho de
que la rama, al ser delgada y movible, puede bajarse y subirse según sea preciso, y puede
pasar por todas partes, incluso por aquellos lugares por donde un hombre solo pasaría
difícilmente.
Ahora flota en mi mente lo que me había dicho un paciente cuyo nombre no logro
recordar: «Ser arrastrado hacia adentro a través de la ventana de la planta baja de una casa por
una soga atada al cuello y, sin la menor consideración, como si una persona que no prestara la
menor atención a ello tirase del cuerpo ensangrentado y desgarrado a través de todos los
cielos rasos, muebles, paredes y buhardillas, hasta que en lo alto, sobre el tejado, apareciese
la soga vacía, que hubiese perdido lo que quedase de él al abrir la última brecha en las tejas».
Y mientras rumiaba estos pensamientos que navegaban en mi memoria como grandes
submarinos, sale a flote una experiencia inolvidable: Estando en Vallejuelo, cumpliendo aún
con el ciclo social del internado, asistí al hogar de una anciana, diabética y separada de su
marido, en Río Arriba. Río Arriba es una sección de Vallejuelo donde se produce café. Me
habían requerido para que llenara el acta de defunción de la anciana fallecida. Al examinarla
pude comprobar que había muerto por asfixia. ¿Suicidio u homicidio? No lo sabía. A pesar de
mi sugerencia para que el acta de defunción fuera llenada por un médico legista, éste nunca
apareció, tampoco un alcalde pedáneo y mucho menos un médico de la SESPAS. Tuve que
192
llenar el documento, para evitar que fueran dos las actas de defunciones: la de la anciana y la
mía.
Finalmente supe, por comentarios de la gente, que la anciana en la incapacidad de soportar
la vida, sola, aunque no incapacidad de vivir, sino al contrario; quizás es improbable que sepa
vivir con alguien; pero si era incapaz de soportar a solas el embate de su propia vida, las
exigencias de su propia persona, la ofensiva del tiempo y de la edad, la vaga afluencia del
gusto por cocinar, el insomnio, la proximidad de la locura. Puede que, naturalmente, lo
mezcle todo. La unión con una pareja daría a su existencia mayor capacidad de resistir.
A la anciana le revelaron tener una tuberculosis y no resistió.
La gente se alarmó porque corrió la especie de que a la anciana la había ahorcado un hijo
de ella borracho, después se supo que no y todo el mundo se fue tranquilizando.
Esta forma de morir confirmó lo que me parece que fue don Luis Díaz, juez de Santo
Domingo, quien me dijo que los campesinos se suicidan siempre ahorcándose, los joyeros
siempre tirándose por la ventana de algún edificio, los boticarios y los funcionarios se
envenenan con barbitúricos, las criadas con aguarrás, lejía o con negro eterno (ya casi no se
ve), los marineros, los carpinteros y los plomeros se tiran a un pozo, antes se tiraban por un
acantilado, los comerciantes y los chóferes se ahorcan, también los taxistas al igual que los
campesinos, los militares se pegan un tiro, las adolescentes83 se envenenan con negro
eterno...
El que nace ciego, como el que nace príncipe, tarda muchos años en enterarse de que lo es,
el condenado a muerte tampoco se lo cree del todo hasta que le ponen el corbatín de hierro,
siempre piensa que pueden firmarle el indulto en el último instante. Así viví yo, durante
varias semanas, después de firmar aquella acta de defunción.
¿Qué te une a estos cuerpos bien delimitados, parlantes, que abren y cierran los ojos, más
íntimamente que con cualquier otra cosa, por ejemplo la pluma que tienes en la mano?
¿Acaso el hecho de que sean de su misma especie? Pero tú no eres de su especie por el simple
hecho de haber formulado ya la pregunta. La exacta delimitación del ser humano es
abominable. Lo curioso, lo inexplicable de no haber perecido, de lo que me guía en silencio,
linda con lo absurdo: «Por mi parte, estaría perdido hace mucho tiempo.» Por mi parte. Era
como si el mundo se acabara. Me equivoqué en una cosa, sin embargo: el fin del mundo no es
83
Muchachos que expresan su deseo de ser diferentes, vistiéndose todos iguales.
193
el fin del mundo.
La posibilidad de disponer de un mundo, despreciando sus leyes. La imposición de la ley.
La dicha de esta fidelidad a la ley.
Pero no es posible imponer la ley al mundo de modo que todo lo demás siga como antes y
que el nuevo legislador sea libre. Esto no sería una ley, sino arbitrariedad, sublevación,
autocondena.
Así interpreto yo la ley 146 sobre pasantía médica. Por un lado, establece que el pasante
no tiene facultad para firmar ningún documento hasta que haya obtenido su exequátur, y por
el otro, las autoridades te envían a un lugar donde una de las cosas que hace cotidianamente
es expedir prescripciones médicas (o hacer recetas) e incluso ocasionalmente te ves obligado,
como me ocurrió a mí, a llenar actas de defunción. Esto lo supe varios años después de haber
finalizado la pasantía.
Todo esto representa un juego peligroso. Los pasantes anteriores a mí, los de mi
generación y los que me han sucedido, no estamos lo suficientemente preparados para
abordar la pasantía médica y lo que implica esa responsabilidad. No creo que sea correcto
que los habitantes de comunidades rurales sean obligados a ser pacientes de la inexperiencia
de médicos recién formados, con las deficiencias obvias de la universidad dominicana. Como
la universidad no cumple con el rol que le corresponde, el Estado debe por lo menos, ofrecer
una orientación básica, a todo médico que tendrá bajo su responsabilidad, la salud de la
comunidad donde es enviado.
Entonces no podemos partir de aquella afirmación de que está demostrado que las cosas
no pueden suceder de otro modo; porque estando todo hecho para un fin, todo es
necesariamente bueno hasta llegar a ese fin. Noten bien que las narices han sido hechas para
llevar gafas; luego, usamos gafas. Las piernas están visiblemente instituidas para ser calzadas
y por eso llevamos calzas (o zapatos). Las piedras se han formado para ser talladas y para
hacer casas; yo estoy en una casa de tabla de palma; por último, los cerdos han sido creados
para ser comidos, y, en consecuencia, engullimos cochinillos durante todo el año; para
terminar, aquellos que dijeron que todo está bien, se equivocaron; debían haber dicho que
todo es perfecto. Tan perfecto está todo que la salud de los campesinos dominicanos está en
manos de los pasantes, que con una mano echaban a perder lo que con la otra curaban.
194
Estaba entonces leyendo una traducción al español de Viaje a Lourdes, de Alexis Carrel,84
en la cual se prueba que todo ocurre para bien de todos y que el mundo en que vivimos es el
mejor de los mundos posibles. Así pues, las bubas, la peste, la estranguria,84 los lamparones86
y la santa inquisición fueron encantos del universo creados únicamente para el hombre, rey
de los animales a imagen y semejanza de Dios.
Ahora todas las cosas me dan que pensar. Cada uno de los chistes de la revista
humorística, el recuerdo de la anciana ahorcada en Río Arriba, la visión de los camisones
para acostarse en la cama de mi madre, el matrimonio de mi amigo José. Ayer le dije a mi
amiga: «Todos los casados (entre nuestras amistades) son felices, no puedo concebirlo»;
también esta manifestación me dio que pensar y volvía a sentir angustia.
Necesito estar solo mucho tiempo lo que he hecho hasta ahora no es más que un triunfo de
la soledad. Odio todo lo que no tiene relación con la medicina o la literatura, nos aburre
sostener conversaciones (aunque sean sobre medicina o literatura); me aburre ir de visitas; las
penas y las alegrías de mis parientes me llenan el alma de aburrimiento. Las conversaciones
quitan la importancia, la seriedad, la verdad a todo lo que pienso. Es como si de repente
perdiera la fe. Pero a quién le importa mi estado de ánimo.
Termino de leer Viaje a Lourdes: Ataque contra la fe en los milagros; también ataque
contra la iglesia. Con el mismo derecho, podría lanzar sus ataques contra las iglesias, las
procesiones, las penitencias, las prácticas antihigiénicas que existen por doquier, puesto que
no se puede demostrar si las plegarias sirven de algo. Hay narraciones que son estafas
mayores que Lourdes, y Lourdes tiene la ventaja de que la gente acude movida por su más
íntima convicción. ¿Qué hay de las fanáticas opiniones respecto a operaciones, curaciones
con suero, vacunas, medicinas?
A pesar de todo; los inmensos hospitales para los enfermos graves que han hecho la
peregrinación; las sucias piscinas; las angarillas que esperan a los trenes especiales; la
comisión médica; las grandes cruces de bombillas en las montañas; el Papa cobra tres
millones anuales. El sacerdote pasa con la custodia, una enferma grita desde su camilla: «!
Estoy curada!». Pero sigue con su tuberculosis ósea de curso irreversible.
84
84
86
Premio nobel de medicina, 1912.
Micción dolorosa.
Escrófula en el cuello.
195
La gente de Las Uvas, era muy supersticiosa. En todas las casas, en todos los lugares
donde hay puertas, hay herraduras o un cuadro de San Miguel Arcángel, para evadir los
malos espíritus; en las puertas de las pulperías tienen un pan de agua colgado a la entrada;
una hoja de sábila; hay reliquias, escapularios y medallas de santos que se consideran objetos
protectores contra innumerables desgracias y males de todas clases, pero también semillas y
hojas como el laurel, que preserva de los rayos. Los paquetes con ajo, incienso, olivas
benditas, oraciones, que poseen una eficacia comprobada; hay tablillas colgadas; tienen el
tamaño de una mano y signos cabalísticos impresos, para proteger a la madre durante el
tiempo que va del parto a la fecha de echar agua contra los malos espíritus, que en este
período pueden resultar especialmente peligrosos para ella y para el niño, tal vez porque el
cuerpo de la madre ha quedado tan abierto que ofrece cómodo acceso a todo lo malo, y
porque el niño, mientras no es bautizado, no puede oponer al mal la menor resistencia. De ahí
que, para que la madre no se quede sola ni un instante, se le ponga una mujer que la vigile.
También contra los malos espíritus se utiliza el recurso de dejar aproximar a la cama de la
madre durante siete días después del nacimiento, con excepción del viernes, a unos diez o
quince niños, siempre distintos, y siempre al caer la tarde; los dirige Mariola Rosario la
rezadora87 del pueblo y allí recitan el credo; luego les obsequian con golosinas. Estos
inocentes, que tienen de cinco a ocho años, ahuyentarán de un modo especialmente eficaz a
los malos espíritus, que son especialmente importunos al caer la noche. El viernes se celebra
una fiesta especial, y también durante la semana se suceden varios banquetes. Antes del día
del bautizo es cuando los malos espíritus se vuelven más violentos; de ahí que la última
noche sea una noche de vigilancia; hasta el amanecer, hay que pasarla velando al lado de la
madre. Generalmente el bautizo se efectúa en presencia de parientes y amigos, que a menudo
pasan del centenar. El padrino o la madrina deben sostener el niño o la niña.
El mundo está lleno de ignorancias, sería gracioso que las avispas tuvieran nombre como
los niños, los perros y los caballos, y alguien supiera cómo se llamaba la avispa que me picó
en los testículos, vamos, en el escroto, la historia está llena de lagunas, a nadie le importan
nada las precisiones.
Siempre he querido satisfacer el deseo que he tenido de poseer una biblioteca. Por las
87
Otros rezadores eran: Mariita y su hijo Ramón Castro.
196
mañanas leía y por las tardes consultaba a los doctos para saber en qué había hablado la
serpiente a nuestra madre Eva; si reside el alma en el cuerpo calloso o en la glándula pineal; si
San Pedro había estado veinticinco años en Roma, por qué tienen los negros las narices
aplastadas y por qué y en qué momento brotó la fuentecilla escondida en el coco. Si es que
todavía hay quien se rasque la corinilla perplejo preguntándose: « ¿Por dónde le entra el agua
al coco?».
Tan pronto como, de un modo u otro, me doy cuenta de que dejo pasar unos abusos a cuya
eliminación estoy realmente destinado (por ejemplo, la vida aparentemente satisfecha, pero
que a mí me parece lamentable, de mi amiga casada), pierdo por un momento la sensibilidad
en los músculos de mis brazos.
Progresivamente, intentaré agrupar todo lo que hay en mí de indudable, luego lo creíble,
luego lo posible, etc. Es indudable mi avidez por los libros. No tanto por poseerlos o leerlos
como por verlos, por convencerme de su permanente existencia en los estantes de una
librería. Si en alguna parte hay algunos ejemplares del mismo libro, cada uno de ellos me
alegra. Es como si dicha avidez partiese del estómago, como si fuese un apetito descaminado.
Los libros que yo poseo me dan menos gusto; en cambio me alegran ya los libros de que
encuentro en las bibliotecas. El deseo de poseerlos es incomparablemente menor, casi
inexistente: lo principal es convertir la emoción en carácter.
En Las Uvas tampoco había biblioteca, pero sí bares, donde la gente poder ir y embotarse
los sentidos: la barra «Choby», luego el bar Karina administrado por «Mon» e incluso Luis el
peluquero también se estimuló a vender del veneno que entorpece y torna amargo al cerebro.
Luis se demoraba hasta muy entrada la noche con los ebrios que frecuentaban el negocio, por
la mañana, con mal gusto en la boca y pésimo humor, limpiaba con un trapo mojado el
mostrador, donde quedaban los restos de la francachela. En las mañanas estaba en pie pero
todavía no se había despertado. Los ojos le ardían, la boca le quemaba. En Las Uvas eran
muchos los que tenían el cerebro amargo por veneno: Alberto Polo (el chino polo), Berto
Hernández (Calembo o Bertico, que falleció víctima del veneno), Rafael Hernández el de
Melanea, Neno (murió también víctima de la misma droga), Pedro Custodio… Sin peso, sin
huesos, sin cuerpo, andaba Bertico, durante horas por los callejones de Las Uvas. Ritmo
débil. Poca azúcar en la sangre.
Dos y dos son cuatro, le decía Bertico bajo un jumo a Miguel Frías. Así que, ¡no nos
197
calentemos los sesos!
Pero Miguel se enfadó y dijo:
— ¡Yo digo que dos y dos son catorce! La razón puede decir lo que quiera, ¡que el diablo
me lleve! ¡Sírvenos ron, Luis! Ahoguemos el cerebro en ron para ver con claridad la
cuestión.
20 de octubre. Lunes. El director del hospital. El Dr. García Cruz estaba siempre
extremadamente descontento de sus empleados. Aunque la verdad es que todos los directores
están descontentos de sus empleados, porque la diferencia entre empleados y directores es
demasiado grande para que puedan compensarla las simples órdenes que da el director y la
simple obediencia de los empleados. Únicamente el odio recíproco produce el equilibrio y lo
redondea todo.
García Cruz, director del hospital Morillo King, miró dubitativo al hombre que estaba de
pie ante su escritorio y que solicitaba una plaza en el hospital. De vez en cuando leía también
los papeles del hombre, extendidos ante él en la mesa.
«Estatura ya tiene», dijo, «esto se ve, pero, ¿qué cualidades reúne usted? Aquí los
empleados tienen que saber hacer algo más que lamer sellos, y esto, precisamente, no tienen
que saber hacerlo en nuestro hospital, puesto que tales cosas se hacen entre nosotros
automáticamente. En nuestro hospital, los empleados son medio empleados; tienen que hacer
trabajos de responsabilidad; ¿se siente capaz de ello? Usted presenta una configuración
craneana muy peculiar. ¡Qué frente tan huidiza! Es curioso. ¿Cuál ha sido su último empleo?
¿Cómo? ¿Qué lleva un año sin hacer nada? ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido una pulmonía? ¿Sí?
¿No le parece que esto no es una recomendación muy buena? Naturalmente, sólo podemos
emplear gente sana. Antes de ser aceptado, tiene que pasar por una revisión médica. Ah, ¿ya
está curado? ¿Sí? Seguramente. Es muy posible. ¡Si al menos hablara más fuerte! Me pone
nervioso con ese hilillo de voz. Además, aquí dice que está casado, que tiene cuatro hijos. ¡Y
lleva un año sin trabajar! ¡Sí, hombre! ¿Su mujer es lavandera? Ah, bueno. De todos modos,
ya que está usted aquí, que le visite el médico inmediatamente. La secretaria le acompañará.
Pero no deduzca de ello que está admitido, aunque el dictamen médico sea favorable. En
absoluto. En cualquier caso, recibirá una notificación por escrito. Para ser sincero, voy a
decírselo en seguida: usted no me gusta nada. Necesitamos otra clase de empleado. De todos
modos, que le visite el médico. Ande, vaya, vaya. Aquí las súplicas no le servirán de nada.
198
No estoy autorizado a conceder favores. Ah, usted haría cualquier trabajo. Seguro que sí.
Cualquiera lo haría. Esto no le distingue de los demás. Sólo demuestra lo poco que se valora
a sí mismo. Y ahora se lo digo por última vez: vaya y no me entretenga más. Realmente, ya
basta.»
García Cruz se creyó obligado a golpear con la mano en el escritorio antes de que el
hombre, guiado por la secretaria, abandonara la dirección.
Así como el que buscaba el empleo, así les hacían a los recién graduados cuando se
presentaban en busca de su nombramiento como pasante. El fantasma de la corrupción
(violación a la ley 146) pronto se personificaba en las puertas de la SESPAS y cuando el
recién graduado solicitaba nombramiento como pasante, se le proponía un contrato
honorífico. Carlos Difó 88 fue víctima de esta indecente propuesta, pero se mantuvo siempre
firme y al final logró su nombramiento. El hizo una ejemplar protesta. Se acostó a la entrada
de la puerta que da acceso al despacho del secretario. Lucía Rosario llegó a la SESPAS y
cuando se acercó al tumulto de gente que observaba y cuando vio a Difó en el piso gritó ¡mi
hermano qué le pasó! Él la escuchó y levantó los brazos en señal de calma y le dijo: «estate
tranquila, yo no tengo nada, si tú me quieres ayudar, busca al presidente de la AMD (para esa
fecha era el Dr. Julio Manuel Rodríguez Grullón) y tráelo, pues sólo el me para de aquí.»
Lucía corrió hacia la AMD y regresó con Rodríguez Grullón, pero ya lo había nombrado
como pasante en Puerto Plata. Hizo Gineco-Obstetricia y luego regresó a Puerta Plata donde
aún labora. Difó estuvo enamorado de Mayra Pérez, pero nunca se lo dijo.
En la clínica; indefenso frente a todo el mundo. Malicosas alusiones en la clínica. Asco al
recordarlo la mañana siguiente, agotamiento de los medicamentos básicos.
21 de octubre. Martes. Como Carmen y yo nos desatamos en ira ante la insensatez de la
SESPAS. Servicio de guardia. Una joven de 22 años que fue llevada, desde el campo, a la
emergencia del hospital por un fuerte dolor de cabeza. Al llegar al hospital el médico de
servicio en la emergencia ordenó administrar, por las venas, una inyección analgésica pero al
cabo de pocos minutos la paciente falleció. Los familiares atribuyeron la muerte de la
88
Hermano de la anestesióloga Xiomara Difeaux. Este es un ejemplo de los inconvenientes que se presentan en
los registros civiles de nuestras comunidades. Aunque sus apellidos se pronuncian igual fueron registrados
diferentes.
199
paciente a la inyección administrada. Nunca se supo qué causó la muerte de la joven. Yo que
conocía al médico envuelto en aquel conflicto de opiniones, pensaba al igual que él y todos
los demás compañeros, que pudo haber sido un aneurisma roto. Entonces aconsejé al
compañero en desgracia: no te dejes engañar nunca por la tristeza ni por la ternura, tampoco
por cualquier otra virtud de pobre, por ninguna otra virtud de esclavo, la mendicidad es un
instinto y la serenidad de juicio y la sabiduría adivinada son dos de las cinco inercias de los
triunfadores, las otras no se deben pregonar a los cuatro vientos, antes de la Revolución
Francesa araban la tierra los hombres y no los bueyes, convendría repetir constantemente
esto que acabo de decir. Pocos meses después se informó que había sido un aneurisma roto la
causa de la muerte de la joven.
22 de octubre. Miércoles. ¡Tener que soportar y aguantar tales abusos!
Un día lluvioso. Estás de pie, ante el titileo de un charco. No estás cansado, ni triste, ni
pensativo, estás allí simplemente con toda su pesantez terrestre y esperas a alguien. Oyes
entonces una voz, cuyo mero sonido, todavía sin las palabras, te hace sonreír. «Ven
conmigo», dice la voz. Pero en tu entorno no hay nadie con quien puedas irte. «Iría-dice-,
pero no te veo.» Después ya no oyes nada. Pero llega el hombre alto y fuerte de ojos
pequeños, cejas muy pobladas, mejillas carnosas, un poco flácidas, y una perilla. Tienes la
impresión de haberlo visto ya en otra ocasión. Claro que lo has visto, es tu viejo amigo…
Está en una farmacia. «Quién es», pregunta débilmente una mujer desde dentro. «Tranquila,
es el médico», responde el boticario y entonces entran en la habitación. Nadie piensa en
encender la luz. El médico se ha separado del boticario y se dirige solo a la cama. El hombre
y las mujeres se apoyen en los barrotes de la cama, a los pies de la enferma, como en una
balaustrada. El boticario no se atreve a avanzar, el niño se pega otra vez a él. El médico se
siente itimidado por las tres personas extrañas. «Quiénes son?», pregunta en voz baja, en
consideración a la enferma. «Vecinos», dice el hombre. «¿Qué quieren?» «Queremos —dice
el hombre, hablando mucho más alto que el médico…
23 de octubre. Jueves. He leído unas cuantas páginas de El Hombre Mediocre de José
Ingenieros. No tenía ni idea de un tema, y sin embargo surge todo el hombre inconsciente,
resuelto, que se mortifica, que se domina y vuelve a extinguirse.
El doctor Julio E. García Cruz, me dio trato de hijo. Nunca podré olvidar sus buenos
consejos y todo el esfuerzo de su parte, para que mi estancia en aquel lugar fuera lo más
200
agradable posible. Siempre estaba dispuesto a resolver los problemas del Morillo King,
aunque siempre estaba peleando y quejándose de que le iba a dar un infarto. Por el contrario,
García Cruz era para Devers como un ácido gorgoteando hasta su intestino. Se llenó de gas,
pues la válvula sellada lo atrapaba igual que un globo cerrado por la boca. De su garganta
brotaban grandes eructos que ascendían saltando hacia el cuenco lleno de desechos de la
lámpara de cristal opalino y vacilante llama. Desde el momento en que se le pedía a uno que
entrara en este siglo brutal, podía suceder cualquier cosa. Por todas partes acechaban trampas
como el racismo. García Cruz lanzó una complicada maldición isabelina sobre Devers y,
dándose la vuelta, abusó frenéticamente del guante una vez más.
Antonio estaba considerado como el mejor cirujano del hospital, sin embargo, otros lo
desacreditaban. Se decía que el director, al que ya le faltaba poco para jubilarse, le dejaría
pronto su puesto. Cuando se supo la noticia de que los organismos directivos le habían
pedido una declaración autocrítica, nadie puso en duda que Antonio fuera a obedecer.
Eso fue lo primero que le sorprendió: pese a que nunca había dado motivo para ello, la
gente se sentía más inclinada a apostar por su inmoralidad que por su moralidad.
La segunda cuestión sorprendente era la reacción que producía su supuesta actitud.
Podríamos dividir esas reacciones en dos tipos básicos:
El primer tipo de reacciones era el que manifestaban aquellos que se habían visto
obligados (ellos mismos o quienes los rodeaban) a renegar de algo, a manifestar su apoyo al
régimen de turno o estaban dispuestos a hacerlo (aunque fuera a disgustos; nadie lo hacía por
placer).
Esta gente se sonreía con una sonrisa especial, que hasta entonces desconocía: con la
tímida sonrisa de aprobación del conspirador. Es la sonrisa de dos hombres que se encuentran
por casualidad en un burdel; les da un poco de vergüenza y al mismo tiempo se alegran de
que la vergüenza sea mutua; surge entre ellos una especie de fraternidad que los une.
Le sonreían aún más contentos porque él nunca había tenido fama de conformista. Por eso
su prevista aceptación de la propuesta del director era muestra de que la cobardía iba
convirtiéndose en norma de conducta y de que pronto dejaría de ser vista como tal. Esta gente
nunca había sido amiga suya. Antonio advirtió con temor que, si en efecto hiciese la
declaración que le había pedido el director, lo invitarían a tomar una copa a su casa y
pretenderían hacerse amigos suyos.
201
El segundo tipo de reacciones se refería a la gente que había sufrido (ellos mismos o
quienes los rodeaban) persecuciones, a quienes se negaban a aceptar ningún tipo de
compromiso con el régimen de turno o aquellos a los que nadie les exigía que aceptaran
ningún compromiso que hicieran ninguna declaración), quizá porque eran demasiado
jóvenes para haberse visto implicados en nada y estaban convencidos de que, si se lo
hubieran pedido, no lo habrían hecho.
Uno de ellos, el médico ST, un joven de mucho talento, le preguntó a Antonio:
— ¿Qué, ya la hiciste?
— ¿De tu declaración—dijo ST.
No lo decía con mala intención. Incluso sonreía. Era una sonrisa completamente distinta,
otra de las sonrisas del voluminoso herbario de las sonrisas: una sonrisa de feliz superioridad
moral.
Antonio dijo:
— Oye ¿tú qué sabes de mi declaración? ¿La has leído?
— No —respondió ST.
— Entonces no hables de lo que no sabes —dijo Antonio.
ST seguía sonriendo tranquilamente:
—Todos sabemos cómo funciona esto. Esas declaraciones se escriben en forma de carta al
director o al ministro o al que sea, y éste promete que la carta no se publicará para que el que
la escribe no se sienta humillado.
¿Es así?
Antonio se encogió de hombros y siguió escuchando.
—Después archiva la declaración tranquilamente en su cajón, pero el que la escribió sabe
que puede publicarse en cualquier momento. Por eso nunca podrá decir nada, ni criticar nada,
ni protestar por nada, porque en ese caso se publicará su declaración y él quedaría
deshonrado ante todos. A decir verdad es un método bastante amable. Los hay peores.
—Sí, es un método muy agradable —dijo Antonio—, pero me gustaría saber quién te dijo
que yo he aceptado entrar en semejante juego.
Se encogió de hombros pero la sonrisa no desapareció de su rostro.
Antonio se dio cuenta de una cosa curiosa. ¡Todos le sonríen, todos desean que escriba esa
declaración, todos se alegrarían! Los primeros se alegran de que la inflación de cobardía
202
trivialice su actitud y les devuelva el honor perdido. Los otros ya se han acostumbrado a
considerar su honor como un privilegio especial al que no quieren renunciar. Por eso tienen
por los cobardes un amor secreto; sin ellos su coraje se convertiría en un esfuerzo corriente e
inútil que no suscitaría la admiración de nadie.
Antonio no podía soportar aquellas sonrisas y le daba la impresión de que las veía en todas
partes, incluso en la cara de los desconocidos que pasaban por la calle. No podía dormir. ¿Y
eso? ¿Es tal la importancia que les atribuye? No. La opinión que la gente le merece no es
buena y se enfada consigo mismo por sentirse tan afectado por esas miradas. Es algo que
carece de lógica. ¿Cómo es posible que alguien que estime tan poco a la gente, dependa tanto
de su opinión?
Su profunda desconfianza hacia la gente (sus dudas con respecto a que tengan derecho a
decidir acerca de lo que a él le concierne y a juzgarlo) tuvo probablemente algo que ver en la
elección de su profesión, que descartaba cualquier posibilidad de relación con el público.
Cuando alguien elige, por ejemplo, una carrera política, opta libremente por hacer del
público su juez, en la ingenua y manifiesta confianza de que logrará su favor. Un eventual
rechazo de las masas le estimula para lograr metas de un diagnóstico estimulaba a Antonio.
Y eso que el cirujano a que me refiero era Antonio Devers, en cuyo simpático y noble
rostro se veían todos los elementos de nuestro mestizaje.
Ya se sabe que los taínos fueron aniquilados y por fin, olvidados o vencidos, y la historia
la escriben o los vencidos o los que disfrutaron de la victoria. Pero pocas razas hay sobre la
tierra más digna que la raza taína. Alguna vez veremos universidades taínas, libros impresos
en taíno, y nos daremos cuenta de todo lo que hemos perdido en diafanidad, en rudeza y en
energía volcánica.
Las absurdas pretensiones «racistas» de algunos pueblos dominicanos, productos ellos
mismos de múltiples cruzamientos y mestizajes, es una tara de tipo colonial. Quieren montar
un tinglado donde unos cuantos esnobs, escrupulosamente blancos, o blancuzcos, se
presentan en sociedad, gesticulando ante los arios puros o los turistas sofisticados. Por suerte
todo eso va quedando atrás y la ONU89 se está llenando de representantes negros y
mongólicos, es decir, el follaje de las razas humanas está mostrando, con la savia de la
inteligencia que asciende, todos los colores de sus hojas.
89
Organización de las Naciones Unidas.
203
Pese a lo que han estado sometidos, los negros son una gente bastante agradable en
general. Un amigo racista y prepotente que tenía me decía: «Yo había tenido poca relación
con ellos, en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no
me relaciono con nadie. Al hablar con algunos obreros, todos los cuales parecían deseosos de
hablar conmigo, descubrí que cobraban aún menos que una secretaria».
Siempre he sentido, en cierto modo, una especie de afinidad con la gente de color, porque
su situación es igual a la mía: nos hallamos fuera del círculo de la sociedad dominicana. Mi
exilio es voluntario, por supuesto. Es evidente, sin embargo, que muchos negros desean
convertirse en miembros activos de la clase media dominicana. La verdad es que no puedo
entender por qué. He de admitir que este deseo suyo me lleva a poner en entredicho sus
juicios de valor. Pero si quieren integrarse en la burguesía, no es asunto mío, en realidad.
Pueden ratificar si quieren su propia condenación. Yo, personalmente, protestaría con todas
mis fuerzas si sospechase que alguien intentaba auparme a la clase media. Lucharía contra el
individuo descarriado que intentase auparme, desde luego. En esta parte, el amigo siempre,
invariablemente me decía: «La lucha tomaría la forma de manifestaciones de protesta con los
carteles y pancartas tradicionales, que, en este caso, dirían: «Muera la clase media», «Abajo
la clase media». No me importaría lanzar uno o dos cócteles molotov. Además evitaría
meticulosamente sentarme junto a miembros de la clase media en restaurantes y en
transportes públicos, manteniendo incólumes la honradez y la grandeza intrínsecas de mi ser.
Si un blanco de clase media fuera lo bastante suicida como para sentarse a mi lado, imagino
que le golpearía sonoramente en la cabeza y en los hombros con una manaza, arrojando, con
suma destreza, uno de mis cócteles molotov a un autobús en marcha atiborrado de blancos de
clase media con la otra. Aunque el asedio durase un mes o un año, estoy seguro de que al final
me dejarían todos en paz, una vez evaluado el total de carnicería y de destrucción de
propiedad.»
Admiro el terror que son capaces de inspirar los negros en los corazones de algunos
miembros del proletariado blanco y sólo desearía (ésta es una confesión muy personal)
poseer la misma capacidad de aterrar. El que es negro aterra simplemente por serlo; yo, sin
embargo, tengo que esforzarme un poco para lograr el mismo fin. Quizá debería haber sido
negro. Sospecho que habría sido un negro muy grande y muy aterrador, un negro que
apretase continuamente su muslo monumental contra los muslos marchitos de las viejecitas
204
blancas en los transportes públicos y provocase más de un grito de pánico. Además, si fuera
negro, mi madre no me presionaría para que encontrara un trabajo bueno, pues no habría
ningún trabajo bueno a mi disposición. Y además mi madre, una vieja negra agotada, estaría
demasiado abatida por años de duro trabajo como doméstica para salir a jugar palé por las
noches. Ella y yo viviríamos muy agradablemente en alguna choza mohosa de los suburbios,
en un estado de paz sin ambiciones, comprendiendo satisfecho que no se nos quería, y que
luchar y esforzarse tenía sentido.
Sin embargo, no quiero presenciar el asqueroso espectáculo de la ascensión de los negros
al seno de la clase media. Considero este movimiento una gran ofensa a su integridad como
pueblo. Pero volvamos a lo nuestro, es decir, al doctor Devers y demás médicos que conocí
en La Vega.
24 de octubre. Viernes. Medio ciego, desprendimiento de retina; tiene que guardarse de
golpes y caídas, de lo contrario puede caérsele el cristalino, y entonces todo habría
terminado. Cuando lee, tiene que sostener el libro muy próximo a los ojos e intentar pescar
las letras con el ángulo de los mismos. Estuvo en la guerra del abril del 65, enfermó de
disentería; todo se lo come, cualquier fruta que ve tirada en la casa, cubierta de polvo. Toma
agua sin hervir.
25 de octubre. Sábado. Hermoso día; soleado, cálido, tranquilo.
Uno de los anestesiólogos del hospital era el joven médico Tony Guzmán. Yo lo conocí
cuando llegaba de alpargatas y pantalones campesino de kaki desde sus tierras de Rancho
Viejo, en donde había sido pastor de cabras.
Tony era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón
o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea.
Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese médico salido de la
naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me
narrada cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así
se escuchaba el ruido de la leche que llegaba a las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido
escuchar sino aquel médico de cabras.
Otras veces me hablaba del canto de los ruiseñores. Rancho Viejo, de donde provenía,
estaba cargado de naranjos en flor y de ruiseñores. Tony quería darme la más viva expresión
plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle y, desde las más altas ramas,
205
silbaba o trinaba como sus amados y sublimes pájaros cantores.
El recuerdo de Tony no puede escapárseme de las raíces del corazón. El canto de los
ruiseñores, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad y los azahares, eran para él
presencia obsesiva, y eran parte del material de su sangre, de su vida terrenal y silvestre en la
que se juntaba y todos los excesos del color, del perfume y de la voz de Rancho Viejo vegano,
con la abundancia y la fragancia de una poderosa y masculina juventud. Servicio de guardia.
26 de octubre. Domingo. Hoy, en parte, ha sido un hermoso domingo. He leído algunas
enfermedades contenidas en el primer tomo de la Medicina Interna de Harrison. Ahora me
dispongo a continuar leyendo El Hombre Mediocre. Las narraciones de José Ingenieros,
leídas sobre todo en alta voz, las leo con el mismo placer atento con que me haría pasar por la
lengua un trozo de hilo. Ayer por la tarde me resultaba al principio algo difícil soportar a
Yolanda,90 pero cuando le hube orientado y ella lo entendió un poco y debió de estar
realmente bajo la influencia de lo explicado. Muy satisfecho de mí mismo durante todo el
día.
Mañana tengo que salir para San Francisco de Macorís. Esta noche visito a Ramón, estaba
tan agitado que no podía dormirse, dominado completamente por las preocupaciones del
negocio y por la enfermedad que éstas le han agudizado. Un paño húmedo sobre la cabeza,
vómitos, ahogos, paseos inquietos entre suspiros. La esposa, en su angustia encuentra un
nuevo consuelo que darle. Siempre ha sido tan enérgico, siempre ha superado todas las
dificultades, y ahora… Yo digo que los apuros del negocio sólo pueden durar unos tres meses
más y que luego se arreglará todo. El anda de un lado a otro suspirando y meneando la
cabeza. Está claro que, desde su punto de vista, nosotros no vamos a quitarle las penas, ni
siquiera a aliviárselas, pero también desde nuestro punto de vista aun con la mejor voluntad,
nos queda siempre algo de la triste convicción de que es él quien debe ocuparse de su
familia… Con sus frecuentes bostezos o con su acción de meterse los dedos en la nariz, no
tan repugnante después de todo, Ramón consigue un pequeño alivio, apenas consciente, de su
estado; sin embargo, no hace normalmente tales cosas cuanto está bien de salud. La esposa
me lo ha confirmado… su pobre esposa tendrá que ir a suplicar mañana al dueño del
90
Paciente de Olla Grande que mientras esperaba ser atendida, su pequeño que tenía hipo, mojó de saliva un
pedazo de hilo blanco y se lo colocó en la frente del pequeño.
206
colmado.
27 de octubre. Lunes. Primogénito que cruje los dientes al nacer un hermanito. Al medio
día. Viaje a San Francisco de Macorís. Fui a la regional. El director regional, su secretaria,
dos anchos y grandes incisivos superiores que aguzan el rostro grande, más bien plano; la
conserje, a quien la vejez hace resaltar su sólida osamenta, hasta el punto de que, al menos
cuando está sentada, parece un hombre.
28 de octubre. Martes. La universidad. Al sentarme al escritorio se observaba la
iluminación que venía determinada por la existencia de unas nubes oscuras, otoñales. La luz
matizada del sol relucía de un modo disperso en toda la habitación. UASD visión
microscópica de la República Dominicana.
29 de octubre. Miércoles. Día infructuoso. La única alegría que he tenido ha sido la
esperanza, fundada en la noche de ayer, de dormir mejor. Servicio de guardia. Paciente en el
hospital tan pobre que no tuvo amigo; sin médicos, y se sanó. Sin embargo, tantos médicos lo
visitaron cuando el paciente fue hospitalizado y tanta sangre le sacaron del cuerpo, y tanta
sustancias extrañas le introdujeron que se puso grave.
30 de octubre. Jueves. No existe la maldad; has cruzado el umbral; todo es bueno. Otro
mundo, y no tienes que hablar. Toma de muestras para papanicolau.
31 de octubre. Viernes. Por algunos pequeños detalles, que me avergüenza revelar, he
tenido la impresión de que las dos últimas visitas han sido realmente amables y muy
generosas, como siempre, pero sin duda también algo cansadas, algo forzadas, como visitas a
un enfermo. ¿Es exacta la impresión?
¿Ha encontrado en los diarios algo decisivo contra mí?
Promiscuidad: Pediculosis.
Puericultura: labio leporino.
1 de noviembre. Sábado. Por la mañana, he leído cuentos y novelas de Voltaire. He
hecho una lectura en voz alta de Cándido, a satisfacción.
Necesidad de hablar sobre bailarinas con signos de admiración. Porque así uno imita su
movimiento; porque se queda en el ritmo y así el pensamiento no le estorba a uno en su goce;
porque la actividad permanece siempre al final de la fase y sigue ejerciendo.
Mi atención sobre la lectura y sobre la música casi sin conciencia. Desde ahora, ya no
podré aburrirme con la música y menos aún con la lectura. Este círculo impenetrable que con
207
la música se forma a mi alrededor, no intentaré penetrarlo, como hacía antes, inútilmente;
también me guardaré de saltármelo, como sería perfectamente capaz de hacer, sino que
permaneceré tranquilo con mis pensamientos que, en la estrechez, se desarrollan y expiran
sin que pueda intervenir una auto observación perturbadora en esta lenta aglomeración. —La
hermosa narración de Voltaire, que a intervalos parece abrir el pecho de Cándido.
2 de noviembre. Domingo. Se ha hecho muy necesario llevar un diario nuevamente.
La educación de las muchachas, su desarrollo, la adaptación a las leyes del mundo,
siempre ha tenido para mí un interés especial. Entonces ya no se apartan tan
desesperadamente de alguien que sólo las conoce por encima y que quisiera hablar
superficialmente con ellas; ya se detienen un poco, aunque no sea precisamente en el punto
de la habitación en que uno desearía que lo hiciesen, ya no hay que retenerlas con miradas,
con amenazas o con el poder del amor; cuando nos dan la espalda, lo hacen lentamente y no
quieren herirnos, y luego vemos que también se ha vuelto toda la pregunta sin que uno tenga
necesidad de apresurarse, y responden, sin duda en broma, pero hacen preguntas con la cara
levantada, y no le resulta insoportable una pequeña conversación. Un espectador no les
impide ya continuar el trabajo emprendido; les prestan ya menos atención, pero dicho
espectador puede permanecer también más tiempo contemplándolas. Sólo cuando tienen que
vestirse se retiran. Es el único momento en el que uno puede sentirse inseguro. Por lo demás,
uno no tiene que correr ya por las calles, estar al asecho en las puertas de las casas y esperar
continuamente una feliz casualidad, aunque uno ha comprobado ya que no tiene la facultad
de forzarla. Servicio de guardia.
3 de noviembre. Lunes Estoy trabajando desde junio; por lo común, no trabajo poco ni
mal, pero ni en uno ni en otro aspecto llego al límite de mis posibilidades, como debería ser,
especialmente porque según todos los indicios (la falta de medicamentos) mi capacidad no va
a durar mucho, aunque creo que es ilimitada.
4 de noviembre. Martes. Obesidad. Cuando llegué a Las Uvas, encontré varios obesos:
Juan Carlos Liriano, Américo Hernández, Bolívar Evangelista, eran tres rechonchos, pero
aún jóvenes; Alberto La Paz y Ñoña, también eran rechonchos, pero mayores. En cambio, yo
era como un tirigüillo,91 apenas pesaba ciento veintiocho libras. Los lugareños siempre
fueron excelentes anfitriones y comenzaron a llevarme golosinas, y yo a golosear y a
91
Tiriguillo. Persona muy delgada. Por comparación con el racimo de la palmera
208
degustar el sabroso sazón cibaeño: primero de Lucinda Cáceres y luego de Modesta
Contreras y de vez en cuando los «culitos sucios» que preparaba doña Bertha Custodio la
esposa de Manuel Taveras. Mi vida aquí era como si estuviese totalmente seguro de una
segunda vida, de la segunda navegación que siempre se he hablado, del mismo modo que, por
ejemplo, me consolé de mi malograda estancia en la clínica rural de Vallejuelo con la idea de
que procuraría volver allí pronto. Al mismo tiempo la visión de la letrina, claramente
delimitada de aquella clínica del Sur profundo. Cinco meses después pesaba ciento sesenta
libras y Aridio entonces decía:
—Usted ahora parece un hombre de veidad, poique cuando usted vino poi primera vez
parecía una gaiza 92 de regío.
5 de noviembre. Miércoles, por la mañana vi un niño con reuma (ganglios), una señora
que acudió por tonteras (mareos), otro pequeño estaba empachao (ahíto). En la medicina
folclórica de la región el empacho o indigestión es una entidad frecuente tanto en adultos
como en niños y se refiere a un conjunto de síntomas, algunas veces relatados como diarrea,
vómitos, cefalea o falta de apetito y en otras mal definidos. La madre del niño me confesó
que ya Ignacia lo había ensalmado, también le había administrado unos polvos y aceites
vegetales sin mejoría. Estos niños llevaban colgados del cuello amuletos en forma de media
luna, hechos con colmillos de jabalí; otros, estatuillas en bronce de diosas, de anchas caderas,
y otros, en fin, collares con los dientes de sus de perros, de sus enemigos y obviamente
azabaches.
6 de noviembre. Jueves. Constitución de la República.93 Papanicolau. Servicio de guardia
Atiendo una anciana: punta de la nariz de cutis terso, casi juvenil todavía, que se desliza
cuello abajo; el ensanchamiento de su boca, signo de que juzgan irreprochables, naturales,
nada sospechosos, el viaje en guagua, la composición de los restantes viajeros, su disposición
92
Gaiza equivalente a Garza. Ave originaria de África, Asia occidental y Madagascar. Se ignora cómo llegó a
esta isla. Es de color blanco, pero en la época nupcial su plumaje se torna rojizo salmón, tanto en la hembra
como en el macho, las plumas son amarillas negruscas y también el pico.
Su vida se caracteriza —de ahí su nombre—por estar siempre al lado del ganado vacuno. Alimentándose las
plagas o insectos que atacan estos animales. Por tanto, prestas un extraordinario servicio a la gandería.
Anida en árboles de media altura, donde pone de tres a cinco huevos de color azul claro. Mide
aproximadamente entre 30 a 40 cm de los cuales 6 corresponden al pico y a la cola.
93
La Constitución es un pedazo de papel (Dr. Joaquín Balaguer).
209
en los asientos, la temperatura del interior de la guagua, e incluso la funda plástica que
llevaba sobre las rodillas, el palo de fósforo detrás de la oreja, el limón nuevo frotándolo en
sus manos, oliéndolo de vez en cuando, y las miradas que le dirigen de vez en cuando
(aunque después de todo es algo que no podían prever en la guagua), mientras creen aún que
todo podía haber sido mucho peor.
7 de noviembre. Viernes, por la mañana, atendí un pequeño que ingirió gas querosene
guardado en un frasco de gaseosa. La diarrea de otro que había comido semilla de piñón y los
vómitos de otro que comió almendra de javilla.
Miraba por la ventana. Un día gris. Es noviembre. Me parece que cada mes tiene una
significación peculiar, pero que noviembre tiene además un peculiar suplemento de
peculiaridad. Por lo pronto, sin embargo, no se percibe nada de eso, solamente está cayendo
una especie de aguanieve. Pero eso quizás sea solamente el aspecto exterior, que engaña
siempre, porque, como los hombres en su totalidad se adaptan enseguida a todo y la primera
opinión que uno se forma está basada en el aspecto exterior de las personas, en el estado del
mundo. Pero como uno es también un ser humano, que conoce la propia capacidad de
adaptación y juzga a partir de ella, se entera de algunas cosas y sabe lo que significa que allá
abajo no cese el tráfico, sino que, callejón arriba, callejón abajo, continúe a toda marcha, con
superioridad infatigable, tenaz, impenetrable.
8 de noviembre. Sábado. La mañana brillaba sobre el río Bacuí, cuyas escasas aguas
centelleaban bajo el sol matinal, fangosas en las orillas a causa de las tierras arrastradas por la
lluvia de la noche; más allá verdeazuladas y más lejos aún blancas como la leche. Algunas
aves blancas rosadas se mecían voluptuosamente sobre las aguas estremecidas y algunos
cormoranes negros posados en los peñascos clavaban la mirada serena en el agua a la espera
de que un pequeño pez saltara de alegría para jugar con la espuma. En la orilla, Las Uvas se
despertaba, húmeda. Los gallos batían las alas, se oía relinchar a los caballos y
el tintineo de esquila de las vacas de Danilo que descendían hacia la orilla del río. Los perros
ladraron y alguien silbó. Me volví, el cojo me llamaba.
Charla sobre vacunación a los miembros del Comité de Salud.
9 de noviembre. Domingo. Reflexiones. Las reuniones científicas constituyen, sin duda,
alimento para la mente. Pero sus reuniones de bienvenidas suelen plantearse como un
alimento más concreto y pedestre. En un evento reciente al que asistí, tal bienvenida parecía
210
más bien una celebración de la cocina del país. En una enorme enramada, se entremezclaban
los aromas provenientes de sartenes gigantes y parrillas de carbón de leña. Alrededor de las
parrillas, y también de muchas mesas de buffet, se ha formado colas, y la gente empieza a
inquietarse.
El evento en cuestión es grande, y las filas reflejan esta tesitura. Incluso en algunas mesas
hay colas en cada extremo, además de una turba de frenéticos indecisos que tratan de tomar
por asalto la parte media. En ninguna parte ha podido imponerse el estilo inglés, lineal,
austero, y estrictamente sin contacto.
Los chefs se deleitan con su arte, y los más sádicos parecen gozar particularmente al asar
con especial esmero pequeños y exquisitos bocados a escasos centímetros de las narices de
un centenar de ansiosos comensales. La misma escena se repite quince o veinte veces en
diferentes rincones de la enramada. También se ameniza con música autóctona.
En la sesión científica que tiene lugar a la mañana siguiente, la escena es bien diferente.
Hay más que suficiente para todos. Turnos simultáneos de tres horas, compuestos por
sesiones de veinte minutos que tienen lugar en cinco o seis salones y exhibiciones de
posters… ¡Y ni una sola fila! Salvo cuando llega la hora del café. Las diapositivas son
abirragadas y poco atractivas. Las disertaciones son murmullos, perfectamente ensayadas
para llenar los veinte minutos, pero no para que se comprendan en inglés. Este —el idioma de
Shakespeare, del control del tráfico aéreo y de más de la mitad de los mendigos y prostitutas
del mundo—sirve también como lenguaje internacional de la ciencia.
Porque generalmente en estos congresos asistimos a ellos debido a que hay invitados
expertos que no hablan español. Entonces ocurre la normal: la mayoría no entiende lo que
dice el experto, porque está hablando inglés, sin embargo, esa mayoría observa a alguien que
está entendiendo, y cuando el que entiende se ríe, la mayoría que observa también lo hace,
como queriendo dejar claro que ellos saben y entienden el inglés.
Cuando se presenta el dominicano, siempre ocurre que debe probar las diapositivas
porque no estaban ordenadas. A ellos también le corresponde veinte minutos, pero se toman
cuarenta y cinco. Tan pronto anuncian al conferenciante, el público se ausenta. Y la
conferencia la escuchan el encargado de proyección, el moderador y el conferenciante
siguiente.
Y el que sigue, y el que sigue, y el que sigue. Diapositivas y murmullos, diapositivas y
211
afirmaciones. Para la hora de la comida, se empieza a experimentar la sensación de estar
atrapado sin límite de tiempo en un aeropuerto equivocado.
Existe la necesidad de reflexionar. El sol brilla y hay varios atractivos turísticos muy cerca
del centro de convenciones, el museo del ámbar por ejemplo. Ahora nos encontramos con la
evidencia (a juzgar por el número de portafolios idénticos, que pueden encontrarse en la
galería de arte, en los lugares históricos y en las calles) que muchos de nosotros hemos
sentido la necesidad de tomar algún tiempo para reflexionar sobre las riquezas científicas
adquiridas durante la mañana. La culpa, que nunca es muy fuerte, empieza a disiparse aún
más.
En una plaza soleada me encuentro con un par de pasantes tomando café. Uno de ellos
lleva semanas tratando desesperadamente de ponerse en contacto conmigo. Mis intentos han
sido iguales de infructuosos. Tomando café y absorbiendo el sol del atlántico solucionamos
en pocos minutos la cuestión que nos ha exigido tanto tiempo desencontrado en nuestro país.
Después de un rato, se reúne con nosotros un grupo de agradables mujeres pasantes que
lucen vestidos nuevos y extravagantes y un par de cervezas parece una idea realmente
oportuna. ¿Quién puede quejarse de que estas grandes reuniones científicas son una pérdida
de tiempo? ¿Qué mejor manera podría esgrimirse para mantenerse en contacto con los
colegas?
10 de noviembre. Lunes. La tuberculosa. Ella se despertaba tosiendo, y tosía terriblemente
antes de irse a dormir. Los accesos de tos la despertaban en medio de la noche, y vagaba por
la vieja casa, abriendo de par en par las ventanas… pero, dos meses después de su regreso,
fue el esposo quien se despertó y la encontró tosiendo en un sueño febril y echando sangre
por la boca. Se le diagnosticó tuberculosis, había afectado a ambos pulmones, era mucho más
peligrosa entonces que lo que es hoy, y ella tenía que reducir drásticamente sus actividades
laborales.
Yo no entendía la razón por qué la universidad dominicana nos enseña, con lujo de
detalles, raras enfermedades y las comunes, las que vemos a diario ni siquiera la mencionan.
Servicio de guardia.
11 de noviembre. Martes. Mis estados de ánimos carecen de tiempo y de autorización para
desplegarse naturalmente hasta agotar su fuerza; en cambio, los desfavorables tienen más
tiempo para ello del que necesitan. Ahora me encuentro en uno de tal estado desde hace
212
nueve, casi diez días, como se puede calcular a través del diario. Ayer volví a acostarme con
la cabeza ardiendo, y ya iba a alegrarme de que hubiese pasado esta mala época y a temer que
dormiría mal. Pero todo pasó, dormí bastante bien y me despierto mal.
12 de noviembre. Miércoles. Historia El violín de David. El hermano desheredado, un
artista del violín, vuelve enriquecido, como en los sueños de mis primeros años de enseñanza
media; pero antes vestido de mendigo, con los pies envueltos en andrajos, como uno de esos
que quitan la nieve, pone a prueba a sus parientes, que nunca han salido del país: su honrada
y pobre hija, el hermano rico, que no ha querido que su hijo se casase con una prima pobre y
que va a tomar por esposa a una mujer joven, a pesar de su edad. Sólo posteriormente, el
hermano desheredado se descubre abriendo una levita cruzada bajo la cual aparecen, sobre
una banda oblicua, las condecoraciones de todos los príncipes de Europa. Tocando el violín y
cantando, convierte a todos los parientes y a sus conocidos en buenas personas, y les arregla
todas las cosas.
Conferencia. Importancia del chequeo prenatal.
13 de noviembre. Jueves. Hoy, durante el desayuno hablaba casualmente con Lucinda de
niños y matrimonios, sólo unas palabras, pero por primera vez advertí con toda claridad
hasta qué punto es errónea y pueril la idea que Lucinda se hace de sus hijos. Los cree unos
jóvenes enfermos, que tienen un poco de ilusión de estar sanos. Esta ilusión desaparecerá por
sí sola con el tiempo. Ellos son artistas, son músicos.
El joven Duba cuando canta. Como única gesticulación, hace rodar sobre su articulación
el antebrazo derecho, la mano semiabierta se abre aún un poco más y luego vuelve a cerrarse.
El sudor le baña el rostro, especialmente sobre el labio superior, como esquirlas de vidrio. A
toda prisa, se ha colocado su guitarra en el pecho, metido una pechera sin botones.
14 de noviembre. Viernes. Por la mañana, chequeo de niños sanos a las madres reunidas
por el Comité de Salud en la propia clínica rural. Al mediodía, Servicio de guardia. Niño
deshidratado grave. La madre informa sobre el santiguo de que es objeto: un ramito de ruda y
agua bendita, luego de jalar los cueros de la espalda y darle a tomar agua al revés* después
que una haitiana se ha lavado su vagina.
15 Noviembre. Sábado.
*
Colocar al niño con la cabeza hacia abajo, es decir, tomado por los pies, y darle a tomar el agua.
213
Siempre que cruzaba por Bacuí observaba a Rosa y Albania, dos elegantes jovencitas
exhibidas por sus padres Anibal Salcedo y Elbia Morillo. Los fines de semanas iba con
frecuencia a Magüey, allí conocí a Ángel Morillo (siempre le chequeaba su tensión arterial y
le aconsejaba limitar la comida: comía como un chancho); a Mundito Beato; a Josefa
Mariona Santos, la mujer de Mario Arístides Salcedo Pérez (fallecido) y sus hijos: Nancy y
Luz (Luchy). Luchy estudió medicina y trabaja en la clínica urbana Yolanda Guzmán,
localizada en la calle del mismo nombre del barrio María Auxiliadora, en Santo Domingo.
La casa donde me hospedaba tenía una estufa de latón y hierro, cargada de leña salvaje,
como recién cortada, ardía noche y día. La tremenda lluvia del Cibao golpeaba sin tregua las
ventanas, como si purgara por entrar a la casa. Siempre que visitaba aquella casa la lluvia
dominaba el platanar sombrío, los callejones, el día y la noche, y se rebelaba furiosa porque
aquella guarida de seres humanos tenía otro estatuto, y no aceptaba su victoria. Su padre
además de agricultor, era criador de cerdos. En el patio de aquella casa siempre se respiraba
un aire a verraco y a excrementos de puercos.
Yo conocía muy poco a Francisco Roque. Chófer de minibús, mezcla de hombre práctico,
obeso y lenguaje típico cibaeño, tenía aire de campesino innato, un plante rural que en cierto
modo cuadraba bien el ambiente. Exhibía un diente de oro que serviría para describirlo, a
pesar de la vaguedad de la impresión general que produce.
Doña Argelia Beato, la madre de Francisco, era una mujer obesa y frágil a la vez, asediada
por la diabetes; Ramón Roque (Blanco), el padre, también era víctima del asedio de la
enfermedad relacionada con el dulce. Se quejaba, pero todo marchaba puntualmente y se
comían alimentos definitivos, venidos del conuco y del agua. Tenían seis hijos: Rafael
(Pino), Francisco, Reynaldo (Macho), Berenice, Senobia (Negra) y Sira Roque Beato.
Aquel hogar me hacía recordar otro hogar que visité meses antes en Río Arriba de
Vallejuelo. Todo el tiempo que permanecía allí chirriaban con un lamento agudo las sierras
que cortaban los grandes troncos. Primero se oía el golpe profundo, subterráneo, del árbol
que caía. Cada cinco a diez minutos se estremecía la tierra como un oscuro tambor, cuando la
golpeaba el derrumbe de los robles, de los cedros y las caobas, obras colosales de la
naturaleza, árboles plantados allí por el viento hace mil años. Luego se elevaba la queja de la
sierra, metálico, estridente, y elevado como un violín salvaje, después del tambor oscuro de
la tierra que recibía a sus dioses, todo esto formaba una atmósfera de intensidad mitológica,
214
un círculo de misterio y de cósmico terror. El bosque se moría. Yo oía sobrecogido sus
lamentaciones como si hubiera llegado para escuchar las más antiguas voces que nunca más
resonarían.
La amistad con Francisco ha seguido a través del tiempo. Entre sus cualidades se cuenta
una franqueza irreducible de hombre de campo acostumbrado a tener el sartén por el mango.
16 de noviembre. Domingo. He leído otro fragmento del Hombre Mediocre. Esta libro me
lo regaló mi tío materno Luis Díaz que para la fecha era Subsecretario de Salud Pública de
Asistencia Social. Al leer el segundo fragmento, penetra en mi interior una gran impresión, a
la que sólo presto oído esporádicamente, me tiene preso e inmovilizado; pero también el
hambre que me impone mi estómago y la habitual excitación del domingo sin nada qué hacer,
llevan dicha excitación hasta tal lejanía, que sólo leer, del mismo modo que, ante una
excitación impuesta desde el exterior, no le queda a uno otro remedio que agitar los brazos.
Fuera, bajo el cielo lluvioso, apto para pasear en silencio, respiré aliviado y esperé
satisfecho durante una hora el vehículo de la SESPAS, en la clínica. Estas esperas, con
miradas espaciadas al reloj unos pasos indiferentes arriba y abajo, me resultan casi tan
agradables como estar acostado en al cama con las piernas estiradas y las manos en los
bolsillos del pantalón. (Cuando está medio dormido, uno no cree tener ya las manos en los
bolsillos del pantalón, sino los puños cerrados descansando en la parte alta de los muslos.)
17 de noviembre. Lunes La cálida sombra en el rojo suave de la boca de la joven de Las
Yerbas cuando canta. Festival de la voz en Las Uvas. José y Marino, los hijos de Lucinda, y
Duvalié (Duva), formaban el trío de músicos de Las Uvas. Ellos tuvieron la responsabilidad
de la organización del festival este año. La representante de Las Yerbas se lleva el triunfo.
Posteriormente, hubo un accidente donde perdió la vida Fausto Durán ( 27 /8/84). Las armas
de fuego no se usan para tumbar mangos, sólo para dispar a nuestros semejantes. Todo el que
porta un arma probablemente tenga —sin estar seguro—malas intenciones. No se protege la
propiedad matando.
18 de noviembre. Martes. Crisis hipertensiva. Siempre dispongo de Urgencias Médicas de
Guarocuya Batista del Villar para consultar. Al mediodía, servicio de guardia. Incertimbre
entre los médicos. La incertidumbres la causa de gran parte de la variación entre patrones de
práctica médica. Los médicos a quienes se supone debo seguir sus ejemplos—no deben
sorprenderse—no consiguen ponerse de acuerdo en las indicaciones de procedimientos
215
específicos por las sustanciales incertidumbres existentes sobre su efectividad.
19 de noviembre. Miércoles. La niña con hepatitis y escleras amarillas que el padre
evangélico logró —según afirmó él—que se curara con oraciones.
Hoy, después de la comida, he oído al señor evangélico, y los presentes, a excepción de los
dos abuelos, que pasaban el tiempo aburridos o soñando, sin entender absolutamente nada de
la plegaria, he visto ante mí el cristianismo cibaeño implicado en una transición evidente y de
imprevisibles consecuencias, que no preocupa a los inmediatamente afectados, los cuales,
como auténticas personas de transición, aceptan lo que les viene impuesto. Estas formas
religiosas, llegadas a su definitivo final, tenían en su práctica de hoy, un carácter tan
indiscutible y meramente histórico, que sólo parecía necesario un brevísimo espacio de
tiempo, dentro de esa misma mañana, para interesar históricamente a los presentes con
relatos sobre la anticuada costumbre primitiva de la curación y sus plegarias de
agradecimiento.
20 de noviembre. Jueves. Las vacilaciones prenatales. Si existe la transmigración de las
almas, yo estoy aún en el primer peldaño. Mi vida es la vacilación prenatal. Ictericia.
Hepatitis. Exigencia para que le pongan suero vitaminado. Alguna de la evidencia más
persuasiva del impacto del estilo de práctica proviene del trabajo realizado con los pacientes.
Algunos patrones de práctica resultan no sólo costosos, sino casi con seguridad, no sanos.
Asumir que tasas altas son necesariamente menjores, olvida también el hecho de que un
hospital puede ser un lugar peligroso. Los riesgos asociados ala hospitalización se han vuelto
peores con el tiempo.
21 de noviembre. Viernes. Firmeza. No quiero evolucionar de un modo determinado,
quiero cambiar de lugar; esto es, ciertamente, el deseo de «volar a otro planeta»; me bastaría
estar cerca de mí mismo; me bastaría poder considerar distinto el lugar donde estoy. La
evolución es sencilla, los humanos la complicamos. Cuando aún está satisfecho, quiere estar
insatisfecho y se lanza con todos los recursos de la época y de la tradición que tiene a su
alcance hacia la insatisfacción; entonces desea poder retroceder. O sea que está siempre
satisfecho, incluso con su propia satisfacción. Es curioso que, con un proceso lo bastante
sistemático, la comedia puede convertirse en realidad. La decadencia intelectual de la
humanidad empezó con un juego infantil, aunque infantilmente consciente.
22 de noviembre. Sábado. Servicio de guardia. Por la mañana, sin novedad. En la noche,
216
hombre de rostro silenciosamente crispado, asombrado, atento, de cutis oscuro y ojos negros.
Cuatro puntos de sutura en la mejilla derecha y seis en brazo derecho.
23 de noviembre. Domingo, por la tarde, recién nacido que no orina, dándole té de grillo.
Existen dos elementos en una respuesta plausible. En primer lugar, las políticas sanitarias
de cualquier época reflejan las concepciones prevalentes en la misma salud y factores que
contribuyen a su mejora o deterioro. Por tanto, un cambio significativo de política exigiría
modificar el sistema subyacente de creencias de la nación. Existe típicamente una gran
diferencia entre comprensión científica y creencias populares. Los cambios en las creencias
de ese público más amplio tienen lugar de manera lenta.
24 de noviembre. Lunes. Ayer fue divertido en casa de La locutora. Estuve allí con María
Victoria. Tomás esta en Guanábano. Me sentía libre, podía efectuar cualquier movimiento
hasta el final, contestaba y escuchaba cuando correspondía, hacía más ruido que nadie, y si
dije una vez una tontería, no se convirtió en algo de suma importancia, sino que fue barrida
inmediatamente. Lo mismo ocurrió al volver a la clínica con María Victoria bajo la lluvia; a
pesar de los charcos, el viento, el frío y el lodo, el tiempo pasó para nosotros tan de prisa,
como si hubiésemos ido en montado. Y a ambos nos supo mal despedirnos.
25 de noviembre. Martes. Crisis asmática. Un manantial seco; el agua está a una
profundidad inalcanzable y además incierta. Nada, nada. No entiendo la política de la
SESPAS llama hermosas a unas cosas que me resultan repelentes cuando las pongo en
relación conmigo. ¿Qué es lo que me sostiene de cara a un pasado o a un futuro? El presente
es fantasmal; no me siento a la mesa sino ando revoloteando a su alrededor. Nada, nada.
Desolación, aburrimiento; no, no hay aburrimiento, sólo desolación, falta de sentido,
debilidad ante la impotencia.
26 de noviembre. Miércoles. Sarampión Servicio de guardia. A la emergencia, llegó un
paciente que me dijo: «Conservaba con mi esposa y otros acompañantes. La conversación
siguiente me confundió un poco, puesto que dos de los presentes estaban muy lejos de
constituir entonces mi preocupación principal, y por ello no hallé las respuestas adecuadas a
las objeciones de mi esposa. Pero después, cuando estaba solo y habían desaparecido no sólo
el trastorno de mi tristeza, producido por la conversación, sino también el consuelo, casi
siempre eficaz, de la presencia de mi esposa, mi desesperanza creció hasta el punto de que
empezaron a disolverse mis pensamientos.
217
27 de noviembre. Jueves. ¡Cómo estás al acecho! Por ejemplo, cuando vas al médico, y
allí, con mucha frecuencia. Papanicolau. No tomar muestra para papanicolau sólo.
Absorta, pendía la flor del alto tallo. El atardecer la envolvía.
28 de noviembre. Viernes. Sarampión. Llega la guagua de la SESPAS. «Todos los
chóferes tienen un aspecto agreste», dijo un señor. Aquél tenía pelos en el dorso de la nariz.
Gorra ribeteada de piel, que se echa continuamente hacia atrás, y hacia delante. Sucio y puro,
una particularidad de las personas que piensan intensamente. Se rasca el nacimiento de la
barba, se suena la nariz con la mano, tirando los mocos al suelo; toma los manjares con los
dedos… Sin embargo, cuando posa unos instantes la mano en la mesa, se observa la negrura
de la piel, una negrura que uno sólo cree haber visto en representaciones de la infancia. Por lo
demás, entonces también no eran puros nuestros padres. Llegan los medicamentos
29 de noviembre. Sábado. Por la tarde, charla: Medidas preventivas del Sarampión, en el
local de la clínica. Por la noche, en casa de Miscelanea, estaba sentado en la mecedora;
hablamos del desorden de nuestras vidas; ella lo hacía indudablemente con cierta confianza
(«hay que desear lo imposible»), yo sin ella, con la vista fija en mis dedos, con la sensación
de ser el representante de mi vacío interior, que es exclusivo y que ni siquiera tiene un tamaño
desmesurado.
30 de noviembre. Domingo. Antes de dormirme, tuve ayer la impresión gráfica de un
grupo de personas aislado en el aire igual que una montaña, tan completamente nuevo para
mí en su técnica de dibujo y tan fácilmente realizable, una vez descubierta dicha técnica.
Alrededor de una mesa se había congregado un grupo de gente; el suelo proseguía hasta algo
más allá del círculo de personas, pero de todas aquellas gentes yo sólo veía
momentáneamente, gracias a una gran potencia visual, a un joven vestido a la antigua. Tenía
apoyado en la mesa el brazo izquierdo, la mano colgaba suelta ante la cara; miraba de un
modo juguetón a alguien que se inclinaba sobre él solícita o inquisitivamente. Su cuerpo,
especialmente la pierna derecha, estaba estirado con juvenil negligencia, más acostado que
sentado. Los dos pares de líneas bien diferenciadas que limitaban las piernas se
entrecruzaban y se unían levemente en las líneas que limitaban el cuerpo. Con una tenue
corporeidad, entre estas líneas se combaban las ropas de colores pálidos. Asombrado por
aquel hermoso dibujo, que produjo en m mente una tensión que era (estaba convencido de
ello) la misma y sin duda permanente tensión capaz de guiar el lápiz en mi mano cuando yo
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quisiera, me sustraje a este estado crepuscular para poder imaginar mejor todo el dibujo.
Entonces se puso pronto de manifiesto que no había imaginado más que un pequeño grupo de
porcelana de color blanco grisáceo. Servicio de guardia.
1 de diciembre. Lunes. Por la mañana, sarampión. Anoche, frente a la iglesia, bajo las
estrellas.
2 de diciembre .Martes. Por la mañana, Sarampión. Otras anécdotas sobre un enfermo de
tétanos que no quería morirse.
El enfermo había estado solo muchas horas, la fiebre había bajado un poco, de vez en
cuando había podido pescar al vuelo un semisueño ligero, por lo demás, como no podía
moverse de debilidad, había contemplado el techo, teniendo que luchar contra muchos
pensamientos. Su pensamiento parecía haber quedado reducido a pura defensa, todo aquello
en que se ponía a pensar le aburría o le torturaba y desgastaba fuerzas en sofocar su
pensamiento.
Seguramente era de noche, en cualquier caso había oscurecido hacía ya tiempo, pues era
diciembre, cuando se abrió la puerta de la habitación contigua, entró la dueña de la casa, para
encender la luz eléctrica, y el médico detrás de ella. El enfermo se asombró de lo poco
enfermo que estaba en realidad o de lo poco que le afectaba la enfermedad, porque reconoció
exactamente a los recién llegados, no les faltaba ninguno de los detalles conocidos, y ni
siquiera los que solían causarle una sensación de hastío o de repugnancia le parecieron
exagerados, todos era como siempre.
3 de diciembre. Miércoles. Por la mañana, crisis de asma: Niña con orificios nasales
dilatados, labios amoratados y el pecho silbando. Por la tarde, charla a las madres sobre La
buena dieta.
4 de diciembre. Jueves. Vomitando el hígado. Servicio de guardia. Paciente: «En lugar de
sentirme animado, estoy deshecho. Un recipiente vacío, todavía entero y tirado ya entre
cascotes, o bien hecho pedazos y colocado aún en medio de objetos enteros. Lleno de
mentiras, de odio y de envidia. Lleno de incapacidad, de estupidez, de vacilación. Lleno de
pereza, de debilidad de indefensión., y apenas tengo treinta y dos años.»
5 de diciembre. Viernes. La señora que llega a la clínica con su hijito pequeño. La
enfermera tiende al pequeño una naranja. El niño la toma. Luego le da un pedazo de pan; le
toca los labios con él, pero el niño vacila. Yo digo: No puede creerlo. La enfermera lo repite
219
palabra por palabra. Muy agradable. Obrando sangre.
6 de diciembre. Sábado. Durante el año que estuve en Las Uvas, fue mi mayor deseo
resolver los problemas de la comunidad. Este deseo hizo, pienso yo, que cometiera algunos
errores. Hice cirugías menores tales como extracción de quistes. La población asociaba la
ingesta de semillas con la formación de quiste sebáceo. Mi labor educativa fue ardua en este
sentido.
Recuerdo que en una ocasión, un sábado por la mañana, le extraje un quiste de
aproximadamente el tamaño de un limón a Juan Bueno, el hermano de María Mercedes
Guerrero (Miscelánea). Me llevé un gran susto, porque la cavidad que quedó luego de la
extirpación, se infectó y transcurrieron varias semanas para curarse.
Cuando al atardecer o durante la noche, un gran sabio comete un pecado, no es necesario
reprocharle nada a la mañana siguiente, porque, con su sabiduría, él mismo debe de estar ya
arrepentido.
Si uno roba un buey, tiene que devolver dos; si mata al buey sustraído, tiene que devolver
cuatro; pero si se mata un ternero robado, entonces no hay que devolver más que tres, porque
se supone que el ternero hubo que llevarlo a cuestas y que se ha hecho por tanto un duro
trabajo. Esta suposición condiciona el castigo, aun cuando uno se haya llevado el ternero con
toda comodidad.
Por la tarde, charla ¿Cómo evitar los parásitos? a toda la comunidad, en el local del Club.
Con el mensaje siguiente: «Ser desbordante y no ser, sin embargo, más que una olla en un
fogón apagado.»
7 de diciembre. Domingo. Visité a Juana, la madre de la muda, que me había solicitado
por sus fuertes dolores de cabeza, que probablemente pronostican una grave dolencia en la
cabeza, se apoyaba en la pared de la salud de la casa, en la sala, donde me esperaba con la
mano derecha apretada desesperadamente contra la frente. Pensé que por primera vez en mi
vida había observado de un modo tan sencillo, de frente, en la casa, un suceso que me
concernía. Bien mirado, conozco esta manera de observar por Sherlock Holmes.
8 de diciembre. Lunes. Gripe: Pequeño con dos hilos de secreción hialina en ambos
orificios nasales, tos y calentura. Servicio de guardia.
9 de diciembre. Martes. Hidroceles. Consulta del Manual de Internos de Hugo Mendoza.
Funciones del pasante en la comunidad. Por la tarde, camino al carril un campesino me
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paré en el callejón y me pidió que fuese a su casa con él, que a lo mejor podía ayudarle, pues
se peleaba con su mujer y eso le amargaba la vida. También tenía unos hijos tontos y
descatados, que o estorbaban y eran unos inútiles o sólo hacían barrabasadas. Yo dijo que iría
de buen grado con él pero que era muy poco seguro que siendo yo una persona extraña
pudiese ayudarle, que a los hijos tal vez pudiese darles algunas líneas de conducta pero que
en la mujer probablemente no podría influir en absoluto, pues si una mujer es pendenciera la
causa suele estar en la forma de ser del marido, y como a él no le gustaba pelear, seguramente
ya se habría esforzado por cambiar, pero no lo había conseguido, entonces ¿cómo iba a
conseguirlo yo? Todo lo más, yo podría desviar hacia mí las ganas de pelea de su mujer. Así
hablé más para mí que para él, pero luego acepté de buena.
10 de diciembre. Miércoles. En las salas de espera se pasan toda clase de experiencias; por
ejemplo, un enfermo roncaba de un modo insoportable; le despertaron y le pidieron que
tuviese consideración con los demás pacientes; él lo prometió, pero en el preciso instante en
que volvió a dormirse, volvieron los tremendos ronquidos. Era algo curioso. Los demás
pacientes empezaron a tirarle sus zapatillas; el enfermo estaba en un rincón y era un blanco
perfecto. Hay que ser severo con los enfermos, de lo contrario no se consigue nada, sí, sí, no,
no, y no permitir que le tomen a uno el pelo. En este punto intervengo con una observación
estúpida, pero muy característica de mi manera de ser, belicosa, astuta, marginal, impersonal,
indiferente, falsa, distanciada, sacada de alguna morbosa predisposición anterior, e influida
además por la obra de otros pasantes aprendida anteriormente; dije que a las mujeres debe
serles agradable poder tratar así a los hombres. Ella no escuchaba la observación, o la pasa
por alto. La enfermera, naturalmente, la capta en todo su sentido y se la hace suya entre risas.
Gripe
11 de diciembre. Jueves. Señora de las que acudían a realizarse el papanicolau, tenía un
hilo colgando: hacía dos años que le habían colocado un dispositivo intrauterino y el médico
que le puso aquel dispositivo no cortó el hilo. No sé como se las arreglaba aquella señora para
sostener relaciones sexuales, sin que ocurriera un accidente.
12 de diciembre. Viernes. Consulta matutina. La niña respirando asmáticamente. Servicio
de guardia. En planta: la enfermera me explica algunos procedimientos sencillos, pero
básicos para el buen desenvolvimiento. Es bueno aprovechar el conocimiento de los que ya
saben qué hacer, no importa de donde venga. Con las enfermeras debemos llevarnos bien, tal
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vez mejor, excelentemente bien.
13 de diciembre. Sábado. Por la tarde, charla Importancia del lavado de las manos, a toda
la comunidad, local del Club.
He abierto la puerta de la clínica para ver si el tiempo invitaba a dar un paseo. No podía
negar que el cielo estaba azul, pero había grandes nubes grises que transparentaban el azul,
con bordes curvados en forma de válvulas, que flotaban muy bajas y se la podía ver
aproximarse desde las cercanas colinas boscosas. Si embargo, la calle estaba llena de gente
que había salido a pasear. Los niños eran sostenidos por las manos firmes de las madres. De
vez en cuando, entre la multitud, se detenía un vehículo y esperaba hasta que la gente se
dispersaba ante los caballos, que ascendían y descendían. Entretanto, Rafael en su caballo,
miraba ante sí, sosteniendo tranquilamente las riendas tensas; no perdía el menor detalle, lo
examinaba todo varias veces y, en el momento preciso, dio el vehículo el último impulso.
Aunque había tan poco espacio, los niños podían correr. Muchachas con vestidos ligeros,
iban del brazo de los jóvenes, y una melodía reprimida en sus gargantas se hacía perceptible
en el danzarín de sus piernas. Las familias se mantenían juntas, y si alguna vez se dispersaban
en una larga hilera, no faltaban brazos extendidos hacia atrás, manos que hacían señas,
llamadas con apelativos cariñosos, que volvían a enlazar a los perdidos. Los hombres que
andaban solos intentaban encerrarse aún más en sí mismos, metiéndose las manos en los
bolsillos. Era una la rutina de siempre. Primero me quedé de pie en la puerta abierta, luego
me apoyé para mirar con más calma. Los vestidos me rozaban; una vez cogí una cinta que
adornaba la parte trasera de la falda de una muchacha y la fui soltando a medida que ella se
alejaba; al acariciar una vez el hombro de una muchacha, sólo para halagarla, un transeúnte
que veía detrás me dio un golpe en los dedos. Pero yo lo atraje tras el batiente de la puerta que
quedaba cerrado; mis reproches consistieron en levantar las manos, en miradas de soslayo, en
dar paso hacia él y un paso alejándome de él; estuvo contento de que le dejara escapar con un
empujón. Desde este momento, llamé naturalmente a la gente con frecuencia; bastaba una
seña con el dedo o una mirada rápida, que no vacilaba nunca.
14 de diciembre. Domingo, las doce del mediodía. La mañana ocasionalmente
desperdiciada observando las vacas de Danilo y leyendo periódicos. Este diario tiene frases
que inmediatamente resultan inutilizables, áridas, interrumpidas mucho antes del final, y que,
con las partes salientes de sus fracturas, parecen anunciar un triste futuro. En la tarde,
222
paciente del Carril demanda atención por una Culebrilla. Manifiesta un dolor desgarrador,
pero su temor es que la lesión rojiza que presente por debajo de la piel, entre las costillas, se
una a la del otro lado.
15 de diciembre. Lunes. Por la mañana, pacientes con gripe. Al mediodía, atiendo a
Esperanza del Comité de Salud quien me manifiesta: «Tuve un leve ataque de
desfallecimiento, que me oprimió todo mi ser, lo superé y, al poco rato, lo recordé como algo
olvidado mucho tiempo atrás.»
Aun cuando prescinda de todos los obstáculos restantes (estado físico, padres, carácter),
tengo una buena disculpa para no limitarme a pesar de todo a la salud con la alternativa
siguiente: a nada puedo atreverme, mientras no lleve a término un trabajo de mayor
importancia, que me satisfaga completamente. Esto es ciertamente irrefutable.
Ahora siento, y lo sentía ya antes, un gran deseo de mantenerme trabajando y así como
viene de las profundidades, hundirlo en las profundidades de mi ser, o bien dejar constancia
escrita de un modo que me permitiera incorporar lo escrito íntegramente a mi interior. No se
trata de un deseo estético.
Hoy cuando Esperanza me hablaba de su insatisfacción y de su indiferencia frente a todo
lo que hace la SESPAS, recurrí a la nostalgia como explicación de su estado, pero no le di, en
cierto modo, esta explicación, aunque la expresara, sino que la guardé para mí y la gocé
transitoriamente como mi propia tristeza.
16 de diciembre. Martes. No hay medicamentos. Síndrome de Down. Los genes
determinan quién podría caer enfermo dentro de una clase, pero son los factores
medioambientales quienes determinan la frecuencia de enfermedad entre los susceptibles.
Sería beneficioso poder identificar a los individuos con el factor medioambiental presente,
para comparar luego entre sí las configuraciones genéticas de afectados y no afectados. El
desarrollo de marcadores de DNA y de los nuevos métodos genéticos pude facilitar esta
aproximación- Servicio de guardia.
17 de diciembre. Miércoles. Vómitos de parásitos. Lombrices que se retuercen y salen
aturrulladamente por los agujeros nasales.
Los dedos húmedos de los visitantes de la galería, que se secan los ojos.
Lo mismo que a veces se puede sentir, sólo por la coloración del paisaje y sin mirar
siquiera al cielo nublado, que aunque la luz del sol todavía no se ha abierto paso, las nubes
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están literalmente desgajándose y se disponen a desaparecer, o sea, que sólo por esa razón y
sin necesidad de más prueba, el sol va a brillar enseguida por todas partes.
18 de diciembre. Jueves. Papanicolau. La desagradable noticia de un resultado positivo.
Un día a la semana, los jueves, nuestra labor se concentraba en hacer papanicolau a las
mujeres de la comunidad. Todos los jueves acudían unas veinte mujeres a tomarse muestras
para el papanicolau. A los ocho meses, más del noventa por ciento de las mujeres del área de
influencia de la clínica, se había hecho su papanicolado. Me agradaba el trabajo que hacía
sobre porque era una práctica preventiva: Se había salvado varias mujeres. Las muestras una
vez tomadas las enviábamos al Morillo King, a la semana ya reclamaba los resultados. Era
necesario hacerlo así, de lo contrario nunca llegaban. Uno de aquellos jueves, una de las
señoras que acudían a hacerse el papanicolau, me pidió que le chequeara una úlcera que
tenía. La revisé y no vi nada, la referí al hospital, tampoco ellos visualizaron nada. Esta
señora informó que un médico le «quemaba», cada quince días, una úlcera que tenía en el
cuello de la «matriz» por lo que le cobraba una cantidad de dinero que nunca supe.
19 de diciembre. Viernes. El nacimiento. Vengo de visitar a la joven que acaba de
convertirse en madre. Anteayer, cuando su madre regresó a la una de la noche de casa de la
hermana con la noticia del nacimiento del niño, el abuelo recorrió toda la casa en camisón,
abrió todas las habitaciones, despertó a todos, y anunció el nacimiento como si el niño no
sólo hubiese nacido, sino llevado ya una vida honorable y tenido un adecuado entierro.
20 de diciembre. Sábado. Desde muy temprano, partida hacia el Morillo King. Servicio de
guardia. El pasante compañero que ya se siente cansado de hacer servicio y apenas hemos
comenzado. Buscaba consejo. No era obstinado. No era por obstinación que cuando alguien
le aconsejaba algo, sin saberlo, se reía de él silenciosamente, con la cara contraída y las
mejillas acaloradas y relucientes. Era tensión, receptividad, carencia morbosa de obstinación.
21 de diciembre. Domingo. En el camino hacia donde Lucinda. En las Uvas. Por el
callejón de los Abréu. El suelo rojo y la luz se expanden ante mí. Los troncos de los árboles
que se van alzando ante uno. Las anchas ramas oscilantes de hojas achatadas; del platanar.
Me detengo a tomar café donde Ñoña. Su cara madura y fresca, con aire de lechuza; tiene
los rasgos llenos de vitalidad y de tensión. El cuerpo, indolente. La mujer es gruesa, con una
cintura sugerida sólo en el vestido; tiene los ojos negros y saltones, inteligentes, y el cabello
negro también, peinado hacia arriba; sabe cocinar. Ñoña tiene melancolía, ataques de riñón,
224
una digestión mala; padece de agorafobia,94 no duerme hasta las cinco de la madrugada y se
despierta a las ocho; «naturalmente, lo pasa muy mal» y «se pone hecha una furia». El
corazón le funciona de un modo totalmente irregular y tiene graves accesos de asma. Su
padre murió en estado de demencia senil.
Me disponía a seguir por el callejón de los Abréu cuando me detuvo Evangelina, la esposa
de Víctor Rodríguez, para que le hiciera el favor de verle a sus hijos Edward y Lucho, que
hacía más de una semana presentaban «calenturas en la cabeza» y ella estaba ocupada en el
salón, pero como yo pasaba por allí y era el doctor de Las Uvas aprovechaba la ocasión.
Inicialmente almorzaba donde Lucinda Cáceres que a veces parece una suela gastada de
zapato criollo y a veces una correa de cuero. Un día, al poco tiempo de estar en Las Uvas, a la
hora del desayuno, encontré un arenque ahumado en el plato. Lo miraba sin saber por dónde
empezar. Luego, lo corté y me metí en la boca un bocado de espinas. Cuando las hube sacado
todas, otro bocado, con más espinas. Los presentes, que también desayunaban me miraron en
silencio; ninguno me dijo: Mira, esto se come así. Tardé más de una hora en comerme el
pescado y no quise levantarme de la mesa hasta no terminar de comérmelo. Para entonces
estaba temblando y, si hubiera sabido, habría llorado. Luego se me ocurrió que me habían
enseñado una lección importante. Las Uvas es un pescado ahumado de sabor peculiar, lleno
de púas y espinas, y nadie me diría nunca cómo se comía. El arenque ahumado fue mi
primera victoria, el primer paso de mi conquista de Las Uvas.
Dicen que Guillermo el conquistador empezó comiéndose un bocado de arena inglesa.
Allí duré varios meses que no conté, pero luego fui a caer a otro lugar. De donde Lucinda,
del callejón de los Abréu, me retiré como un molusco que sale de su concha. Me despedí de
aquel caparazón para conocer el lodo, es decir, el mundo. El lodo desconocido eran los
callejones de Las Uvas, apenas entrevistas mientras caminaba entre la vieja escuela
universitaria (en Santo Domingo) y la polvorienta o enlodada comunidad de Las Uvas. La
cual era como una ciudad antigua: calleja angosta y empinada por la que desciende
pesadamente un hombre vestido con una camisa azul. Parece bajar una escalera.
Yo sabía que el estrés de los estudios universitarios acumulados no aumentaría en esta
aventura. Una señora, remotamente ligada a los quehaceres de la clínica, me auxilió alguna
94
Sensación de angustia ante los espacios abiertos.
225
vez con algún mangú95 de plátano cibaeño con cebolla y jugo de toronja (o lima) o carambola
misericordiosos. Otra me ofreció un trozo de arepa. Pero no había más remedio: la vida, el
amor, la gloria, la superación me reclamaba. O así me parecía.
22 de diciembre. Lunes. Había comenzado el invierno y la tierra tiritaba. Muchos árboles
el otoño los había desnudados y sentían frío. Otros, bendecidos por Dios, como el roble, la
palmera y el almendro. Conservaban intacta, tanto en verano como en invierno, su librea.96 Y
cuando eran pobres, los hombres sentían frío como los árboles sin hojas.
Tuve que buscar en pleno invierno, dando tumbos por los callejones hostiles, un nuevo
lugar donde satisfacer mi amenazado almuerzo. Lo encontré a pocos metros de la clínica, allí
donde Modesta Contreras, conocida por todos por el sobrenombre de Cochecha. Saltaba a la
vista que aquí la propietaria no tenía nada que ver con el más allá. A través de callejones
enlodados, con fuentes de agua estancadas que el musgo acuático recubría de sólidas
alfombras verdes, se alargaban unos jardines desamparados. En aquella casa, además de
Cochecha vivían su hijo Luis José Reinoso y sus nietos: Nancy, Leo, Checho y Edry (hijos de
Germania, su otra vástago, que residía en New York). En la casa de Cochecha me quedé.
Yo defendí mis costumbres culinarias provincianas, almorzando al medio día y cenando a
las seis de la tarde. Y obviamente, desayunándome con el pan con café —costumbre que aún
conservo— que aprendí de mi abuelo materno: Manuel Mateo Pimentel. Pero, fuera de la
clínica, la turbulencia de la vida de Las Uvas de la época tenía su especial fascinación. Los
habitantes de esta comunidad ya comenzaban a acudir a las barras y lugares de tertulia. Las
conversaciones y las fiestas iban y venían hasta la madrugada. Mi trabajo se concentraba en
la clínica rural.
23 de diciembre. Martes. Cinco de la mañana (las mañanitas). Frío, té de jengibre97 en los
hogares. Anoche aguinaldo98 por los callejones. Tradición cultural de Las Uvas.
95
Puré de plátano vede con aceite o manteca. También se le dice a algo blando o informe. Lo mismo a una
persona con debilidad o miedo, se le dice: Se volvió un mangú.
96
97
Traje distintivo que llevan los criados de una casa importante. Se refiere al ramaje de los árboles (N. del A.)
Bejuco silvestre de la familia de las convolverláceas, muy común en la República Dominicana y que florece
por Pascua de Navidad.
98
Regalo que se da en Navidad o en la fiesta de la Epifanía. Regalo que se da en alguna otra fiesta u ocasión.
Villancisco de Navidad.
226
Por la tarde, los viejos trucos de la feria de Navidad. Un hombre ofrece flores artificiales
con versos: «Esta es una rosa hecha de cuero.»
24 de diciembre. Miércoles. Nochebuena. Se celebraba la Navidad. (La Natividad, ese
invento septentrional, ese cuento de nueve y medias para los regalos, de alegres fogatas y
remos, canciones en latín, de árboles de hoja perenne y Santa Claus con sus «ayudantes»
negritos, es devuelta por el color tropical a algo perecido a sus orígenes, porque, cualquiera
que el Niño Jesús pueda haber sido o no sido, era un niño de clima cálido; por pobre que fuera
su pesebre no era frío; y los reyes Magos llegaron, siguiendo (imprudentemente) a una
estrella lejana, llegaron, no lo olvidemos, de Oriente. Al otro lado, familias inglesas han
puesto árboles de Navidad con algodón en las ramas; en la iglesia de San Francisco
—anglicana en aquellos tiempos, aunque hoy no—, un joven reverendo ha celebrado ya el
servicio Navideño anual; y hay pasteles de carne picada y vasos de leche que esperan a Santa
Claus, y de algún modo mañana en la mesa habrá pavo, sí, con dos clases de relleno y hasta
coles. Pero aquí en Las Uvas, hay muchos cristianismos y católicos, hay misas de gallo en
donde el incienso asfixia los pulmones, hay sacerdotes con trece cruces en el bonete que
simbolizan a Jesús y los trece apóstoles, hay guerra entre las distintas confesiones, católicos
romanos v. siríacos, y todo el mundo está de acuerdo en que los nestorianos no son cristianos,
y también todas esas Navidades en disputa se están preparando. Servicio de guardia.
25 de diciembre. Jueves. Fiesta del Natalicio del Señor.
En pleno invierno llegaron días soleados; el sol comenzó a brillar, la tierra se templó y el
almendro del patio de la clínica creyó que era primavera y comenzó a brotar. Y en Samaná el
martín pescador esperaba aquellos días de tregua para confiar sus huevos a las rocas. Todas
las aves del cielo ponen los huevos en primavera, pero el martín pescador los pone en pleno
invierno. Dios se apiadó del Cibao y les prometió que el sol calentaría esta tierra durante
algunos días del invierno para que pudieran multiplicarse. Y ahora aquella joya del mar
estaba ebria de dicha y revoloteaba gorjeando sobre las aguas y los peñascos de Samaná,
agradeciéndole a Dios haber cumplido, también ese año, su promesa.
26 de diciembre. Viernes. Pudor. A la cinco, salida hacia la Guama. La señora de cutis
oscuro. Curvas hermosas del mentón y las mejillas. Cómo la costura de sus medias giraba en
torno a sus piernas; se había cubierto la cara con el periódico y le veíamos las piernas.
227
27 de diciembre. Sábado Por la mañana lectura del Listín Diario. He empezado la Novela
El hombre desnudo;99 quizás sea demasiado llana la claridad del conjunto; en los detalles,
impecable. Educación de los seres humanos. Instructivo en lo bueno y lo malo.
Por la noche, charla sobre El sexo en la adolescencia, en el local del Liceo a los miembros
del Club e invitados.
28 de diciembre. Domingo. Tarde frente a la iglesia (domingo de Pascua). Jovencita
diminuta, de dieciocho años; la nariz, la forma de la cabeza, rubia, vista fugazmente de perfil;
salía de la iglesia.
La República, de Platón. He posado para el Dr. M. —La página del Flaubert sobre la
prostitución. —la gran influencia del cuerpo desnudo en la impresión general que produce el
individuo. Servicio de guardia
29 de diciembre. Lunes. El olor a gasolina de un automóvil procedente de La Vega me
hizo observar a los que esperaban en la sala y venían a consultar, la desagradable sensación
de este olor nauseabundo. Realmente en las zonas rurales a los médicos pasantes les esperaba
visiblemente una agradable vida doméstica (aunque sólo tuvieran la luz de una vela, que
basta para ir a acostarse); aunque también parecía que les habían echado de la universidad,
como personajes subalternos ante los cuales ha caído el telón por última vez y detrás de los
cuales se han abierto las puertas por donde entraron orgullosos de alguna ridícula inquietud,
antes de empezar la obra o durante el primer acto.
30 de diciembre. Martes. Cuando me pongo a escribir después de cierto tiempo, atrapo las
palabras como si las sacara del aire vacío. Cuando consigo una, sólo la tengo a ella y todo el
trabajo empieza de nuevo desde el principio.
31 de diciembre. Miércoles. Estas y algunas observaciones de mí mismo me convencieron
de que en mi firmeza interior, cada vez más grande, y en mi convicción existen posibilidades
de susbsistir a pesar de todos los inconvenientes, e incluso de conducirlo a una evolución
ventajosa para mi destino. Es, en cualquier caso, una creencia a la que me aferro cuando, en
cierto modo, estoy en el borde de la ventana, observando al mundo.
Debo actuar para complacer a mí mismo, por mi propia satisfacción, sin esperar nada de
los demás. Esto, estoy seguro, me aislará de todos, hasta la insensibilización. Me enemistará
con todo el mundo, probablemente mañana, no hablaré con nadie.
99
Novela de Emil Strauss.
228
1981
1 de enero. Jueves. Año Nuevo. Visita de los ahijados con presentes para sus padrinos.
Muchas ganas de continuar mi narración: no he cedido. Estoy más estimulado que nunca a
continuar mi trabajo y me siento más comprometido que nunca a terminar con dignidad mi
labor de pasante en Las Uvas. El recuerdo de la extirpación del quiste cebaceo a Manuel
Bruno es mi constante «Día de Expiación».100 Servicio de guardia.
2 de enero. Viernes. En medio de un frío desesperante; el rostro transformado, e
incomprensibles de los demás.
Lo que me dijo Juan, sin poder comprender totalmente su verdad (también existe un triste
orgullo justificado), sobre la dicha de charlar con la gente. ¡A quién puede gustarle charlar
más que a mí! Probablemente, es demasiado tarde y, dando un extraño rodeo, regreso a la
gente.
Promiscuidad sexual: Ptirius pubis.101
3 de enero. Sábado. Por la tarde, charla sobre Medidas de prevención contra el paludismo,
a los integrantes del Comité de Salud. En la tarde, hacia Bacuí, hacia donde Sabá Crisóstomo,
y me cogió la noche. Se había instalado una fina bruma y yo buscaba la gallera que
representaba mi punto de referencia. Blandiendo mi brazo como una espada, rasgué la fina
bruma y apareció la carretera. Brilla y sonreía el agua azul del río Bacuí. Desaparecía la
sábana de bruma. En medio del campo, bajo los árboles, a lo largo de las orillas pedregosas
del río y los bohíos, semejante a grandes nidos llenos de huevos, resplandecían de blancura.
4 de enero. Domingo. Desde hace dos días constato en mí la frialdad y la indiferencia
cuando quiero. Anoche, mientras regresaba de Bacuí, el más mínimo rumor callejero,
cualquier mirada dirigida a mí, cualquier cara asomada en una ventana, era para mí más
importante que yo.
5 de enero. Lunes. Ignorancia completa. Los niños preparan presentes a los Reyes Mayos
100
Según la doctrina judaica, el día en que uno medita sobre sus pecados. En la palabra y el concepto «Día de
expiación» hay algo más: el perdón.
101
Pediculosis del pubis. Popularmente ladilla.
229
durante la noche y hacen peticiones102 escritas del deseo. Conjuntivitis. Servicio de guardia.
6 de enero. Martes. Vida imperceptible. Fracaso perceptible. Día de los Santos Reyes.
Ahijados en busca de sus regalos.
7 de enero. Miércoles. En épocas de transición, como lo ha sido para mí la última semana
y lo sigue siendo este momento, se apodera de mí un asombro triste pero sosegado por mi
insensibilidad. Estoy separado de todas las cosas por espacio vacío, a cuyos confines ni
siquiera intento acercarme.
Ahora al anochecer, cuando los pensamientos empiezan a ser más libres en mí, y tal vez
sería capaz de hacer algo, tengo que ir donde Miscelanea.
8 de enero. Jueves. Una mala siesta;103 todo distinto; la miseria ha vuelto a pegársele. Es
un estilo dominicano dormir la siesta al medio día, luego del almuerzo. Este estilo de vida
disminuye la capacidad de trabajo del individuo y expone a la obesidad.
Un problema serio que podemos observar en la población dominicana económicamente
activa es que «no le gusta trabajar», prefiere acostarse al medio día, dormir la siesta. Siempre
se queja de no merecerse el trabajo que desempeña, piensa que tenía que ser el jefe. Rara vez
habla, casi siempre por ignorancia, y cuando la necesidad lo obliga a trabajar lo hace de
manera lenta y a regañadientes, siempre está incómodo, incluido nosotros los médicos.
Posiblemente los dominicanos no sean ociosos o indolentes por naturaleza, podrían ser
hombres laboriosos que las ideas político-paternalistas los han infectados; podrían ser
hombres enfermos que necesitan ayuda del personal de salud pública y la atención del
médico.
Papanicolau.
9 de enero. Viernes. Conjuntivitis. «Mi salud es más de plomo que de hierro.» Forma
pedante de presentarse un paciente guardia pensionado. Servicio de guardia.
10 de enero. Sábado. Emergencia. Dolor de muela. En el rostro dorado, adormecido, del
joven, estalló de repente el terror. Hizo un ademán con la mano para ahuyentar el sueño que
había posado sobre sus párpados y los mantenía cerrados. Reunió todas sus fuerzas para
102
Tradición de dejar un vaso de agua, un paquete de hierba de guinea, una menta verde, un cigarrillo, además
de una nota solicitando a los Reyes Magos los juguetes deseados.
103
Tiempo del mediodía utilizado para dormir después de almorzar.
230
despertarse: pensó que se trataba de un sueño y que debía despertar, librarse de él. Pero el
dolor lo maltrataba obstinadamente y se negaba a irse; el joven me señalaba ahora
quejumbroso con el dedo la gran caries de uno de sus molares.
11 de enero. Domingo. Un gallo, sin duda en la casa vecina de Vinicio, batió las alas en el
tejado y cantó con voz fuerte, con cólera. Seguramente estaba ya cansado de la noche, que
había durado demasiado, y llamaba al sol para que apareciera por fin.
Conferencia: orientación sobre uso de medicamentos. Nada, pero se ha explicado con una
autosatisfacción que de vez en cuando resultaba contagiosa. Rostro de muchacha, con bocio.
Ante de emitir casi cada una de las frases, idénticas contracciones musculares en la cara,
como si estornudase.
12 de enero. Lunes. Apoyado contra la pared, escuchaba. La luz iba a dar contra las casas
y las puertas se abrían: los callejones se animaban y de la tierra, de los árboles, de las rendijas
de las casas ascendían suavemente los murmullos de la mañana: Las Uvas se despertaba.
Desde la casita vecina partió un profundo suspiro, seguido por el grito salvaje de Vinicio, que
despertaba a Dios y le recordaba una promesa hecha: «Dios —le gritaba—, Dios, ¿hasta
cuándo?, y yo oía el ruido seco y precipitado de sus rodillas al chocar contra las tablas del
piso.
Paciente con picor ocular, sensación de cuerpo extraño, enrojecimiento, deslumbramiento
y secreción purulenta (Conjuntivitis).
13 de enero. Martes. La pálida claridad matinal penetró por el tragaluz, cayó sobre ella e
iluminó delicadamente su rostro; toda obstinación, sufrimiento, orgullo. El vello de sus
mejillas se había transformado en una discreta barba rizada, negra; la nariz era ganchuda y
los labios gruesos y entreabiertos dejaban ver dientes brillantes. Aquel rostro era hermoso,
pero poseía una seducción secreta e inquietante. Sus ojos centelleaban como los de la
serpiente, y cuando miraban a través de las largas pestañas, uno se sentía poseído por el
vértigo.
Servicio de guardia.
14 de enero. Miércoles. Microcefalia. Sus ojos de gandules me asustan. La diminuta
cabeza de limón encajada en el cuello de la camisa, los cabellos ordenados en torno al
cráneo, herméticamente cerrado, con absoluta inmovilidad, los músculos de las mejillas, más
abajo, tensos en su lugar…
231
15 de enero. Jueves. Meses en cama. Un pequeño grupo de gente junto a la cama.
Repulsión. Evasión. Derrota completa. Siempre la historia universal cerrada entre las paredes
de las habitaciones. Lejos, lejos camina la historia universal, la historia universal de tu alma.
Una seriedad y un cansancio nuevos.
Papanicolau « ¿Qué te has creído? Soy virgen.»
16 de enero. Viernes. Muerte de Tito. La muerte tenía que sacarlo de la vida, como se saca
aun inválido de la silla de ruedas. Estaba incrustado tan sólida y pesadamente en la vida como
lo está el inválido en la silla de ruedas.
Quienes se disponían a morir yacían por tierra, arrimados a los muebles, les castañeaban
los dientes, sin moverse de su sitio, tanteaban la pared. «Ayer fue la noche peor, como si todo
acabara.»
En Tito se trata sólo de cansancio; pero hoy, un nuevo ataque que le arranca el sudor de la
frente. ¿Qué pasaría si uno mismo se estrangulase—pensó Tito—? ¿Qué pasaría si, a causa
de una auto-observación insistente, disminuyera de tamaño o se cerrara del todo la abertura
por la que uno se vierte al mundo? En estos momentos no está lejos de esta situación. Un río
que corre hacia atrás. Es algo que, en gran parte, ocurre desde hace mucho tiempo. Era un río,
unas aguas turbias; se deslizaban en ondas planas y silenciosas, con gran prisa, pero una prisa
como perezosa, como demasiado uniforme. Quizás no fuese posible otra cosa, por estar
demasiado lleno…
Entrelaza el sueño en las ramas del árbol. El coro infantil, la amonestación del padre
inclinado hacia abajo. Romper el trozo de leña sobre la rodilla. Medio desmayado, pálido,
apoyarse en la pared, mirar el cielo buscando la salvación. Un charco en el patio. Detrás,
viejos e inservibles utensilios de labranza. Un sendero que, con rápidos y múltiples recodos,
serpentea por la falda del cafetal. Llovía a intervalos, pero también a intervalos salía el sol.
Un perro realengo apareció tan súbitamente que los que llevaban el ataúd retrocedieron.
17 de enero. Sábado. Servicio de guardia. Un mal ejemplo. Niño de cuatro años
inconsciente. Hedor a alcohol. Historia: Padre dejó ron al alcance y niño, en un descuido, se
lo tomó.
18 de enero. Domingo. Por la tarde, demandó atención niño con cuerpo extraño en fosas
nasales que fue extraído con un clic. Este fue un caso muy peculiar procedente de La Rosa
(Moca) cuya madre había acudido al hospital Toribio Pascasio Bencosme y lo habían referido
232
a Santo Domingo. Ese mismo día, en la noche, ofrecí una charla en La Rosa; la madre del
pequeño que estaba presente, al término de la charla, me cuestionó acerca del problema y le
sugerí llevarlo a la clínica. Al día siguiente, a primera hora, estaba en la clínica con su hijo y
efectivamente, de la fosa nasal izquierda se desprendía un olor extremadamente fétido que no
había dudas que se trataba de un cuerpo extraño. Introduje un clic previamente preparado
para tales fines (como establecía Las Normas de Atención Pediátrica de Hugo Mendoza) y al
halarlo extraje un pedazo de colcha espuma.
19 de enero. Lunes. Líder de la comunidad. Para el reconocimiento del terreno se requiere
el instinto del cuadrúpedo.
20 enero. Martes. Lunes en la mañana. Hace siete meses y dieciséis días que inicié la
pasantía. Se presentó a la clínica Juan Ledesma, el carnicero de El Toronjo, con uno de sus
hijos a la consulta de la clínica. El pequeño tenía una oscilación espasmódica de ambos
globos oculares, alrededor de su eje horizontal. Otros dos hermanos presentaban el mismo
trastorno. Los niños también tenían fotofobia. Ya el padre los había llevado al hospital
Pascasio Toribio Bencosme de Moca y le habían sugerido evaluarlo por un neurólogo,
porque probablemente, estos niños tenían una lesión cerebelosa; como los pequeños veían
bien, el padre hizo caso omiso a aquella sugerencia. Algunos vecinos incluso se habían
aventurado a afirmar que podía tratarse de algún guanguá. Según el padre, desde el
nacimiento, aquel movimiento horizontal anormal de los ojos estaba presente en sus hijos.
Me llamó la atención esta patología y me puse a investigar todos los familiares. Después de
un tiempo encontré que catorce niños (todos varones) tenían el mismo problema. Los niños
fueron llevados al Instituto de Oftalmología Dr. Espaillat Cabral, en la ciudad de Santo
Domingo, donde se llegó a la conclusión diagnóstica que los niños padecían de una
enfermedad hereditaria conocida como nistagmus congénito, que se hereda de manera
recesiva ligada al sexo, o sea, que las hembras portan el problema y los varones lo padecen.
Allí mismo recibieron el tratamiento correspondiente. Inicié las pesquisas de lugar para
construir el árbol genealógico de aquella familia.
21 de enero. Miércoles. Nuestra Señora de la Altagracia. Peregrinación a Higüey. Fe
religiosa puesta en evidencia del señor que hizo una peregrinación a pie y descalzo desde
Puerto Plata hasta Higüey. Servicio de guardia.
22 de enero. Jueves. Campesino da de comer a una cabra, campo minado por ratones,
233
desenterrar yuca («cómo le sopla el viento en el culo»), cosecha de inicio de año del
campesino (7 hijas, una de ellas pequeñita, de mirada dulce, con un conejo blanco sobre el
hombro); el otro campesino (robusto, cuenta, con aire de superioridad, la historia universal
de su granja, pero es amable y bueno). Impresión general que dan los campesinos: nobles que
se han salvado en la agricultura, donde han organizado su trabajo con tanta sabiduría y
humildad, que llena sin lagunas toda su vida, y ellos están preservados de toda inseguridad y
de toda sensación de vértigo hasta que mueren dulcemente. Verdadero habitante de la tierra.
Papanicolau.
23 de enero. Viernes. Puericultura. Llegan los medicamentos. Por la tarde, charla:
Prevención de la Conjuntivitis.
24 de enero. Sábado. En el restaurante, observo una pareja, frente a la parada Expresos
Dominicanos. Ella espera aún un buen desenlace, o así lo aparenta. Bebió cervezas. Lágrimas
en los ojos. Salen guaguas para Santo Domingo.
En La Vega comí arroz y guinea. Un bebedor de cervezas observaba mis intentos de cortar
con el cuchillo pedazos del pequeño trozo de guinea, poco blando. Las miradas del viejo me
avergonzaron y abandoné el trozo de guinea; hojeé varias veces El Listín Diario,104
esperando a que decidiera marcharse. Finalmente, saqué fuerzas de flaquezas y, a pesar del
mirón, di un mordisco al caro trozo de carne, nada jugoso. En la glorieta, junto a mi, un señor
alto, que no se ocupa más que del asado, que selecciona cuidadosamente, y de la cerveza que
tiene en la mano izquierda. Acaba encendiendo un grueso cigarro; yo le observo por encima
de mi periódico.
El joven en mangas de camisas. La muchacha robusta, con muchos brazaletes de plata.
Frente a mí, tomando cerveza, un jorobado y un joven flaco y anémico, que fuma. Los
mendigos con su olor característico y las manos extendidas. Hombre melancólico y solitario
en un rincón de la cafetería. Finalmente abandoné el lugar.
25 de enero. Domingo. Atendía a un pequeño que le picó una araña cacata y la madre le
estaba dando a tomar té de mierda. Servicio de guardia. En el Morillo King, durante el
servicio, observo un paciente que atienden otros colegas. Es muy robusto y cada vez lo es
más. Parece vivir a costa de otros. Uno podría imaginárselo como un animal del desierto que
solo, lento, mesurado, va por la noche al abrevadero a beber, con paso cimbreante. Tiene los
104
Diario de circulación nacional
234
ojos opacos, muchas veces se tiene la impresión de que está viendo de verdad a quien está
mirando. Pero en tal caso no es distracción, ocupación, lo que se lo impide, sino una cierta
apatía. Son los ojos opacos de bebedor de un hombre que visiblemente no es un bebedor.
Puede que lo traten injustamente, puede que eso le haya convertido en un ser tan hermético,
puede que siempre le hayan tratado injustamente. Parece ser ese género de injusticia
imprecisa que con tanta frecuencia creen los jóvenes que pesa sobre ellos, pero que acaban
quitándose de encima mientras todavía tienen fuerzas para hacerlo; él desde luego ya es
viejo, aunque tal vez no tan viejo como parece, con ese aspecto torpe y pesado, con esos
surcos casi llamativos que descienden por su rostro y con un vientre sobre el que se abomba
la camisa.
26 de enero. Lunes. Natalicio de Juan Pablo Duarte.105
Duarte no pudo satisfacer su voluntad… Enfermo de cuerpo y de alma, su vida se fue
apagando hasta hundirse en la nada el 15 de julio de 1876.
27 de enero. Martes. Niña de 7 años, con aparición de los caracteres sexuales secundarios
funcionales. No sabía dónde referirla. Decidía referirla a Endocrinología del hospital Dr.
Robert Reid Cabral. SESPAS debería entregar guía de servicios especializados a todo los
médicos rurales.
28 de enero. Miércoles. La noche era suave, cálida, húmeda y soplaba un viento leve del
sur. Las Uvas olía a amapola y jazmín. El viejo Chele Apolinario estaba en el patio de su
casa, bajo el gran tamarindo, con su mujer, Esperanza. Acababan de comer y charlaban. En la
casa, su hija Aura Esthela se revolvía en el lecho: fuertes dolores menstruales la
mortificaban.
29 de enero. Jueves Prurito anal, sobre, por las noches Servicio de guardia.
30 de enero. Viernes. Gripe. —El mundo está patas arriba, mujer —dijo—. Ahora los
jóvenes sienten que su pellejo les viene pequeño. No son ni aves ni peces, sino peces
voladores. El mar les resulta demasiado pequeño y se echan a volar por el aire, pero no
soportan el aire y vuelven al hundirse en el mar. Y, ¡zas, otra vez se echan a volar! Han
perdido la cabeza. Mira fíjate en nuestro hijo, tu niño querido.
31 de enero. Sábado. Un lagarto verde apareció en un matorral espinoso para calentarse al
sol. Vio al hombre, semejante a una fiera terrible, y sintió miedo. Sus venas comenzaron a
105
Padre de la patria (1813-1876).
235
latir violentamente en el cuello, pero se animó, se pegó a una piedra caliente, giró la mirada
de sus ojos redondos y negros y la posó con confianza en mí, como para darme la bienvenida,
como para decirme: vi que estabas solo y he venido a hacerte compañía. Me regocijó;
contuve el aliento para no asustarlo. Y mientras lo miraba sentía que mi corazón latía como el
del lagarto, dos mariposas comenzaron a revoletear entre nosotros, yendo de uno a otro. Eran
mariposas negras, aterciopeladas, con manchas rojas. Volaban alegremente, jugaban bajo el
sol hasta que fueron a posarse en la paba que tenía en mi cabeza. Mientras me deleitaba con
las caricias de las mariposas, sentí un escozor en las plantas de los pies, incliné la cabeza y vi
una hilera de hormigas rojas y negras, preocupadas, presurosas, que transportan entre dos o
tres un grano de maíz en sus gruesas mandíbulas. Los había robado en la llanura, los habían
arrebatado de la misma boca de los hombres y los arrastraban a su hormiguero.
1 de febrero. Domingo. Por otra parte, y fuera del ámbito médico, en Las Uvas conocí a
Sor Eduviges Cáceres, hermana de Andrés Reyes Cáceres el esposo de Hipólita Ureña
(Polita) Eduviges era monja, vivía en Higüey pero al enfermar regresó su la tierra natal. Ella
me regaló un rosario de lágrimas de San Pedro que aun conservo, y al obsequiármelo dijo:
«salva tu alma hijo», luego murió (29/septiembre/1986). Se fue con sus oraciones en los
labios. Fue mujer siempre dispuesta a abrir la mano, que conocía la bondad, que había
dedicado su vida a Dios y que una vez —eso me lo confesó ella como un secreto—se negó a
comer en casa de un extranjero —allá en Higüey—, porque los largos cabellos y un pañuelo
de colores del hijo de aquel extranjero le hicieron sospechosa la religiosidad de la casa.
En el salmo 90 de la Biblia se dice que mil años son como un día, no le falta razón, parece
un tango pero no le falta razón, el mundo va a durar siete mil años, la cuenta no puede ser
muy puntual porque el calendario tuvo varias confusas reformas, tampoco importa
demasiado esa imprecisión, el advertirlo no pasa de ser sino una mera cautela, el mundo va a
durar siete milenios, siete días, es cierto, pero también lo es que debe volvérsele la espalda
puesto que no tiene posible arreglo, el alma es la esencia del individuo, el sindicado lo
inventó el diablo para luchar contra el individuo y para conseguirla no debe descartarse el
debido uso de cualquiera de los siete pecados mortales, todo se vuelve pálido ante el único
gran negocio del hombre, la salvación de su alma.
Años después de la partida de Sor Eduviges, se celebraron los funerales de su hermano,
Andrés Reyes Cáceres (1/marzo/1995) allá en Las Uvas. La cama estaba colocada en el
236
centro del dormitorio; los candelabros los habían prestado los parientes y amigos; por lo
tanto, la habitación estaba llena de luz y humo de las velas. Una abeja zumbaba cerca del
techo y un insecto negro y velludo revoloteaba perezosamente en torno de las velas e iba de
una a otra como para elegir en cuál de ellas quemarse. Cerca de cuarenta hombres
permanecieron todo el día de pie alrededor de su lecho, para alentarse con la muerte de un
hombre piadoso. Estuvo consciente hasta el final y en el momento preciso se puso la mano en
el pecho y empezó a recitar las plegarias destinadas a aquel trance. Durante su agonía y
después de su muerte, la esposa que estaba con las mujeres en la habitación contigua, lloró
incesantemente; pero en el momento mismo de la muerte, se mantuvo en absoluto silencio,
porque está prescrito aliviar la muerte al agonizante en la medida de las propias fuerzas.
Cuando ocurrió la muerte de Andrés Reyes Cáceres, ya Porfirio Ureña (26/febrero/1993),
madre de Hipólita, formaba parte del polvo cósmico de donde había nacido; también sus
hermanos José María Ureña (27/marzo/1993) y María Ureña (20/noviembre/1994).
Andrés Reyes Cáceres fue muy envidiado por esta muerte, después de una vida tan
piadosa. Su viuda, mi querida, admirada y siempre recordada, Hipólita María Ureña, fue una
mujer muy prolífera, tuvo catorce hijos: Ramón Darío, Juan Alberto, Frank, Pedro
Radhamés, Georgina Altagracia, Silvia Margarita, Maritza De los Angeles, José Altagracia,
Julio César, Miguel Evelio, Luis Rafael, Liliam Aracelys, Luis René, Claritza Altagracia. Un
día se apareció con el hijo quince. Me dijo: «Aquí le traigo a Jorge Luis Cáceres para que
después de Dios usted ayude a salvarlo.» El niño estaba desnutrido y ella lo había adoptado.
Tenía una distensión abdominal que daba miedo percutirlo. Lo recuperamos.
Ella no era perfecta; quizá haya llegado el momento de que se diga. Era alta, bella,
brillante, brava, trabajadora, potente, victoriosa, pero, Polita no era un ángel. Se pasa los días
rezando y envejeciendo, y aún se mantiene en este circulo vicioso.
2 de febrero. Lunes. Por la noche, he estado en la casa de Pedro Custodio, su mujer y sus
hijos; a ratos, saliendo de mi interior, he oído algo así como el gemido de un gatito,
incidentalmente pero con indudable insistencia. La puntualidad. Servicio de guardia.
3 de Febrero. Martes. La satisfacción de ayudar. Cuando hago un favor lo hago por la
satisfacción de sentirme bien conmigo mismo al saber que estoy haciendo sentir bien a los
demás. Esa es mi meta y pienso que debe ser la meta de todo aquel que decide estudiar
medicina. Están equivocados los que piensan que serán millonarios de la medicina.
237
4 de febrero. Miércoles. El sol ocupaba el centro del cielo, las piedras despedían humo y,
con la canícula, el hedor llegaba a su paroxismo. Aridio el cojo, pasó con los brazos cargados
de galones de antigripal, pregonando las virtudes de cada uno de ellos —estos curan la
diarrea, estos la erisipela; aquellos sanan la gripe y el más poderoso, el mejor, parásitos—.
5 de febrero. Jueves. Cuando, de un modo apremiante, le preguntaron a Zacarías si había
algo en reposo, dijo: sí, la flecha que vuela está en reposo. Papanicolau
6 de febrero. Viernes. Día inútil. Preocupado. El hombre cuya voz parecía salir de un
agujero en la tierra. He pensado en que SESPAS debe tener verdadera sensibilidad para con
estas clínicas rurales. .No hay medicamentos. Servicio de guardia.
7 de febrero. Sábado. Nada más dulce que el amor, nada más divertido que la coquetería.
En casa de Francisco, en Magüey, para consolar a su madre excitada, dije: «También yo
pierdo a Francisco con este matrimonio. Un amigo deja de serlo cuando se casa.» Francisco
no dijo nada, tampoco podía decir nada, naturalmente, pero ni siquiera deseaba hacerlo.
Finalmente, en 1984 se Casó.
8 de febrero. Domingo. Joven con fuertes dolores abdominales. Por la mañana sin
novedad. En la noche se presente adolescente de 17 años, con dolor abdominal que se inició
ayer en epigastrio y desde hoy lo siente en fosa ilíaca derecha; vómitos durante el transcurso
de hoy y fiebre iniciada en la tarde de hoy. El adolescente se presente cojeando de la pierna
derecha. Ante la sospecha de apendicitis se refirió al hospital Dr. Luis Manuel Morillo King
para confirmación de la sospecha clínica y cirugía.
9 de febrero. Lunes. El oficial enfermo de enfisema y fumador. El cuerpo enfermo dentro
del uniforme apretado, que le compromete la salud y la resolución. Recientemente se ha
demostrado, por ejemplo, que no tener en cuenta el efecto de confusión por factores
socioeconómicos puede llevar a sobreestimar la fuerza de la relación entre tabaco y
mortalidad.
10 de febrero. Martes. Media hora de la mañana con un humor perfecto, en casa de
Cochecha. No reporte del diagnóstico del paciente referido el sábado. Verificación del
diagnóstico: el joven se operó de apendicitis aguda. Sería bueno que siempre verifiquemos la
evolución de los pacientes que referimos. Servicio de guardia.
11 de febrero. Miércoles. En la sala de espera de la clínica, una madre está charlando con
otra. Hablaban de cucarachas y de callos. (Mi esposo tiene seis callos en cada dedo.)
238
Fácilmente se observa que tales conversaciones no favorecen un verdadero progreso. Son
comunicaciones que ambas partes olvidan en seguida y que ya en su momento se producen
distraídamente, sin sensación de responsabilidad. Pero precisamente porque tales
conversaciones son impensables sin tener la mente en otra parte, presentan vacíos que, si uno
insiste, sólo pueden llenarse con reflexiones, o mejor, con sueños.
12 de febrero. Jueves. La escoba que barre el piso de la habitación contigua suena como la
cola de un vestido movida a sacudidas.
13 de febrero. Viernes. Transcurrían los días y las noches. Pasó una luna y luego otra.
Llovía, hacía frío y encendían fuego en los hogares. Asistí a varios baquiní.106 En casa de
Ignacia tenían lugar santas veladas. Todos los atardeceres, después de la jornada de trabajo,
tomaba el café donde Cochecha o Miscelánea.
14 de Febrero. Sábado. Saboreaba mi intimidad como si fuese miel. La bebía de un solo
trago. Cuando para celebrar su partida se levantaron y alzaron las copas de champaña, era ya
la hora del crepúsculo. Los padres y algunos invitados a la boda la acompañaron al coche.
Servicio de guardia.
15 de febrero. Domingo. Por la tarde. Visión de los habitantes de Las Uvas que van a la
iglesia. El chiquillo que, con los ornamentos para las plegarias bajo los dos brazos, anda
presuroso en pos de su padre. En Las Uvas, no ir al templo es algo suicida.
La niña de las dos pequeñas trenzas, la cabeza descubierta, el vestido suelto, de color rojo
con puntitos blancos, las piernas y los pies desnudos, que cruza indecisa, saltando entre
piedras, la calle enlodada de la iglesia, con un cestito en una mano y una cajita en la otra.
En esta iglesia se encuentra el padre Mariano Zaragoza. Era una persona pequeña, con
hombros de percha de alambre y una enorme capacidad para la agitación nerviosa,
evidenciada por su cara pálida, de ojos hundidos; por su pelo, más bien pobre —todavía
completamente amarillo y rizado—, mesado por sus manos frenéticas que ya no le hacía el
menor efecto los cepillos ni los peines sino que se disparaba en todos las direcciones, dando a
106
Voz que designa en los sectores sociales populares donde la influencia de la cultura africana está presente, al
velorio de un niño de corta edad. Su práctica va desapareciendo, aún cuando continúa efectuándose en la región
fronteriza y en los pequeños poblados cercanos a los ingenios azucareros.
239
su dueño en todo momento el aire de que acababa de levantarse de la cama, tarde y con
prisas; y por su riza alta, tímida, contrita y simpática, pero hiposa y excesivamente nerviosa;
todo ello había contribuido a convertir su nombre, «asustadizo», que todo el mundo utilizaba
automáticamente, incluso los que acababan de conocerle; todos salvo yo.
Estaban oficiando la misa. Para la época la religión no era de mucho agrado para los
comunistas y la mayor parte de la juventud se mantenía alejada de la iglesia. Los únicos que
estaban sentados en los bancos eran los viejos y las viejas, porque esos no le temían a nada.
Sólo le temía a la muerte.
El sacerdote pronunciaba con voz cantarina una frase y la gente la repetía a coro. Eran
letanías. Las palabras, siempre iguales, volvían como un peregrino que no puede despegar los
ojos del paisaje o como un hombre que no es capaz de despedirse de la vida. Estaba sentado
en el último banco, a ratos cerraba los ojos, sólo para oír la música de aquellas palabras y
luego los volvía a abrir: veía arriba la cúpula pintada de azul y sobre el azul unas grandes
estrellas doradas. Estaba como encantado.
Lo que repentinamente había encontrado en aquella iglesia no era a Dios, sino a la belleza.
Sabía perfectamente que aquella iglesia y aquellas letanías no eran bellas en sí mismas, sino
precisamente en relación con la obra de la juventud, en la que pasaba mis días en medio del
ruido de las canciones. La misa era bella porque se había aparecido, repentina y
secretamente, como un mundo traicionado.
Desde entonces se que la belleza es un mundo traicionado. Sólo podemos encontrarla
cuando sus perseguidores la han dejado olvidada por error en algún sitio, la belleza está
oculta tras los bastidores. Si la queremos encontrar, tenemos que rasgar el lienzo del
decorado.
—Esta es la primera vez que me fascina una iglesia—, me dije.
Lo que me despertaba mi entusiasmo no era ni el protestantismo ni el ascetismo. Era otra
cosa, algo muy personal, de lo que no me atrevería a hablar delante de ustedes. Me parecía oír
una voz que me exhortaba a coger la escoba de Hércules y barrer de mi vida todo lo pasado.
El gran espacio vacío de la iglesia de Las Uvas aparecía ante mí como la imagen de mi propia
liberación.
El padre Zaragoza, de origen español, iba domingo tras domingo desde el Santo Cerro a
oficiar la misa a Las Uvas. Este sacerdote, escaso de cabellos, apenas con unos cuantos pelos
240
que no admitían la esclavitud del peine, daban la sensación de rebeldía.
El señor Pedro Custodio Neris, además de presidente del Comité de salud de Las Uvas, era
diácono de la iglesia, representaba a los padres Peña y Zaragoza, y lo que son las cosas de la
vida, luego del señor Custodio estar en la cima de la vida social de Las Uvas, su cerebro entró
en contradicciones: abandonó la diaconía.
Pedro Custodio no sólo era incapaz de llevar una vida ordenada como la gente corriente,
sino que, como descubrió Miscelánea con desesperación, era también un bebedor de ron y
whisky, de baja extracción y repulsivo gusto para vestirse. Entonces comenzó a haber peleas
y otros insultos al orgullo personal.
El animal le arranca el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo, y no
sabe que es sólo una quimera originada por otro nudo en la correa del látigo de suamo.
El hombre es un enorme terreno pantanoso. Si se apodera de él el entusiasmo, en su
conjunto es como si en algún rincón de ese pantano una rana pequeñita saltara al agua verde.
He abierto la Biblia. Texto sobre los jueces injustos. Hallo en él mi propia opinión, o al
menos la opinión que hasta ese momento he llevado dentro de mí. Por lo demás, esto no tiene
importancia, porque jamás me orientaré de un modo perceptible en tales cosas; no revolotean
ante mí las hojas de la Biblia.
Con relación al padre Manuel Peña no sé por donde empezar. Él, al igual que el padre
Zaragoza, venía del Santo Cerro. Inspeccionaba los asistentes a la iglesia de las Uvas. La
mujer que llevaba pintalabios, faldas cortas, escotes amplios que dejaban ver parte de los
pechos era impedida de entrar a la iglesia y les llamaba la atención públicamente.
A María Rodríguez le gustaba mucho las quenepas107 y las comía en todas partes, en la
letrina mientras obraba,108 y hasta en la novena mientras rezaba el santo rosario, ésa fue su
perdición, su mala pata cuando se le atragantó una. María Rodríguez murió en la iglesia de
Santo Cerro, durante la novena de la Virgen de las Mercedes, el cuarto día de la novena, se
atragantó con una semilla de quenepa y se le cortó la respiración de repente, antes hizo unos
raros sonidos, unos largos ronquidos con la garganta, pero nadie le hizo caso porque creían
que estaba de broma, María Rodríguez era muy ocurrente y chistosa, cuando se le paró el
107
También conocido con el nombre de limoncillo. El nombre de quenepa se lo dieron los indios taínos al árbol
y fruta aludida, aunque éste es comestible tiene poco valor alimenticio.
108
Defecaba
241
corazón y se cayó al suelo la taparon con una «frisa» y esperaron a que terminara la novena.
Esto ocurrió un 24 de septiembre, durante la celebración de las fiestas patronales de la virgen
de Las Mercedes, en el Santo Cerro y no lo vi yo, sino que me lo contó Chele Sarete, para
resaltar lo estricto que era el padre Peña en sus actividades religiosas.
El Santo Cerro está muy cerca de La Vega, es conocido como La Vega vieja. Santo Cerro
es secreto, sinuoso, recodero. En los cerros se derrama la pobretería como una cascada. El
infinito pueblo de los cerros. La iglesia del Santo Cerro fue construida en mil quinientos
sesenta y cuatro por orden del emperador Carlos V. En principio existía también un
monasterio. Fue levantada en el mismo lugar, que al decir de los cronistas españoles, fue
escenario de una batalla librada por Colón y su hermano Don Bartolomé, contra las huestes
de los caciques Caonabo y Maniocatex.
La fanática exaltación de un sacerdote español que acompañaba a Colón, creó la leyenda
que señala que en dicho lugar, en el momento de la batalla, (marzo de 1494) hizo su aparición
la Virgen de Las Mercedes. Anteponiendo a dicho «milagro» fue que el Emperador Carlos V,
ordenó su construcción. Está situado en el lugar del mismo nombre, en una montaña, a unos
diez kilómetros de La Vega. Dicha leyenda fue desmentida con prueba documentada por el
doctor Apolinar Tejera.
Sesenta y ocho años después, el dos de diciembre de mil quinientos sesenta y dos, un
fuerte terremoto destruyó a La Concepción de La Vega. Fueron muy pocos los
supervivientes, los cuales buscaron refugio a la orilla del río Camú. Este hecho originó el
traslado de la ciudad al lugar donde hoy se encuentra.
Santo Cerro a veces se sacude como una ballena herida. Tambalea en el aire, agoniza,
muere y resucita. Aquí cada ciudadano lleva en sí un recuerdo de terremoto. Es un pétalo de
espanto que vive adherido al corazón de la ciudad. Cada ciudadano es un héroe antes de
nacer. Porque en la memoria del Santo Cerro hay ese descalabro, ese estremecerse de la tierra
que tiembla y el ruido ronco que llega de la profundidad, como si una ciudad subterránea
echara a redoblar sus campanarios enterrados para decir al hombre que todo terminó.
A veces, cuando ya rodaron los muros y los techos entre el polvo y las llamas, entre los
gritos y el silencio, cuando todo parecía definitivamente quieto en la muerte, salió el temblor,
como el último espanto, la gran ola, la inmensa mano gris que, alta y amenazante, sube como
una torre de venganza barriendo la vida que quedaba a su alcance.
242
Todo comienza a veces por un vago movimiento, y los que duermen despiertan. El alma
entre sueños se comunica con profundas raíces, con su hondura terrestre. Siempre quiso
saberlo. Ya lo sabe. Luego en el gran estremecimiento, no hay donde acudir, porque los
dioses se fueron, las vanidosas iglesias se convirtieron en terrones triturados.
El pavor no es el mismo del que corre del toro iracundo, del puñal que amenaza o del que
se traga. Este es un pavor cósmico, una instantánea inseguridad, el universo que se desploma
y se deshace. Y mientras tanto suena la tierra con un sordo trueno, con una voz que nadie le
conocía.
El polvo que levantaron las casas al desplomarse, poco a poco se aquieta. Y nos quedamos
solos con nuestros muertos y con todos los muertos, sin saber por qué seguimos vivos.
Después del terremoto que causó la destrucción de la mayor parte del Santo Cerro, los
sabios de aquella tierra no hallaron modo más eficaz de preservar las ruinas a la ciudad que
dar al pueblo un acto de fe, construyendo la iglesia del mismo nombre. La gente decidió que
el espectáculo de algunas personas quemadas a fuego lento, con gran ceremonia, es un
remedio infalible contra los terremotos.
En consecuencia, echaron mano de un joven convicto acusado de haberse casado con su
comadre, y a dos esclavos que, al comer pollo le habían arrancado el corazón. Apenas
terminaron de comer, corrieron igual suerte que los dos haitianos y el convicto, otro haitiano
convicto y un dominicano también convicto, el uno por haber hablado, y el otro por haber
escuchado con muestra de aprobación; ambos fueron llevados separadamente a unos locales
extremadamente fríos, en los cuales nunca incomodaba el sol, y nueve días después los
enviaron en sendos samberitos y los tocaron con mitras de papel: en la mitra del haitiano
campeaban, pintados, llamas al revés y diablos sin rabo ni garras; pero los diablos del
dominicano tenían garras y rabo, y las llamas estaban derechas. De tal suerte vestidos, ambos
anduvieron en procesión, y oyeron un sermón salmodia.109 El haitiano fue azotado de una
manera acompasada, mientras cantaban; el convicto y los dos haitianos que no quisieron
comer el corazón del pollo, fueron quemados vivos, y al dominicano lo ahorcaron, a pesar de
no ser esta la costumbre ritual. El mismo día hubo otro terremoto espantoso.
16 de febrero. Lunes. Es difícil cambiar las propias opiniones, cuando se ha sentido esta
vida útil y gozosa en todos los miembros.
109
Canto usado en la iglesia para los salmos. Canto monótono, sin gracia, ni expresión.
243
17 de febrero. Martes. Maltrato. Nos informan, y estamos dispuestos a creerlo, que los
hombres en peligro no respetan nada, ni siquiera a las más bellas desconocidas; las empujan
contra las paredes, las empujan con la cabeza y con las manos, con las rodillas y con los
codos, cuando esas mujeres les impiden la huida del hogar. En tal caso, se callan nuestras
parlanchinas mujeres; en su charla interminable aparece el verbo y el punto; sus cejas se
alzan, abandonando su posición de reposo; sus ojos se tornan violeta detrás de gafas oscuras
de espías; el movimiento respiratorio de sus muslos y cadera se interrumpe; en sus bocas, mal
cerrada por el miedo, entra más aire que de costumbre, y las mejillas parecen un poco
hinchadas.
Oxiuros: palidez conjuntival, prurito anal, especialmente por las noches.
18 de febrero. Miércoles. Fimosis. (Normas de atención pediátrica de Hugo Mendoza).
Esta mañana, circuncisión de un primo. Un hombre bajo, de piernas torcidas. Pediatra, que ya
tiene a sus espaldas cientos de circuncisiones, hizo el trabajo con gran habilidad. La
operación viene dificultada porque el niño, en lugar de estar tendido en la mesa, lo está sobre
el regazo de su abuelo, y porque el operador, en lugar de poner toda su atención, tiene que
murmurar plegarias. Primero el niño es inmovilizado con ataduras que sólo dejan libre el
miembro, luego se le coloca un disco de metal perforado que precisa la superficie a cortar,
después se practica la incisión con un cuchillo para pescado. Ahora se ve sangre y carne vive;
el que circuncida se aplica en ella brevemente con sus dedos temblorosos, de uñas largas, y
desplaza sobre la herida, como si fuese el dedo de un guante, la piel obtenida de alguna parte.
Todo se resuelve en poco tiempo y el niño apenas ha llorado. Ahora no queda más que una
pequeña oración, durante la cual el que circuncida bebe vino y, con sus dedos aún no
totalmente limpio de sangre, lleva un poco de vino a los labios del niño. Los presentes oran:
«Ahora que ha entrado en la Alianza, que le sea dedo llegar también al conocimiento de la Fe,
al feliz vínculo matrimonial y a la práctica de las buenas obras.» Servicio de guardia.
19 de febrero. Jueves. El marido ha sido alcanzado por detrás por una estaca —no se sabe
de dónde vino—, ha sido derribado y traspasado por ella. Tendido en el suelo, se lamenta con
la cabeza levantada y los brazos extendidos. Posteriormente puede ya incluso levantarse unos
instantes, tambaleándose. No sabe hacer otra cosa que contar cómo fue alcanzado, y señala la
dirección de donde, a su parecer, vino la estaca. Estas narraciones, siempre iguales, están
cansando ya a la esposa, sobre todo porque el marido señala siempre una dirección distinta.
244
20 de febrero. Viernes. Historia del cruce de una frontera. La angustia a la que el
emigrante hace frente en toda dirección. Hallazgos sobre los efectos en término de salud del
apoyo o el aislamiento social, las carencias emocionales, el estrés y su relación con la
capacidad aprendida de hacer frente a las cosas, y así sucesivamente. Esos conceptos abarcan
todos los aspectos de la organización social susceptibles de afectar al estado de salud. Por
poner un ejemplo, la separación súbita del cónyuge y el enviudamiento acarrean un riesgo
claramente elevado de mortalidad durante cierto tiempo tras su ocurrencia. No obstante,
siguen sin estar exactamente claros los factores protectores que mitigarían en algunas
personas tales efectos.
21 de febrero. Sábado. Ayer, en casa de la señora X. Tranquilidad y energía, una energía
que se impone de un modo impecable, que penetra, que se abre camino con miradas, manos y
pies. Franquezas, mirada franca. Conservo en mi recuerdo sus feos peinados. Epistaxis: Hilo
rojo brillante colgando por uno de los hoyos de la nariz.
22 de febrero. Domingo. Servicio de guardia.
Frente a este daño humano, el más grande que jamás alcanzó, proceder con el más fuerte
antídoto de que dispongo.
Las heterogeneidades en el estado de salud podrían haber surgido a resultas de diferencias
sistemáticas en la conducta de búsqueda de asistencia, acceso a los servicios sanitarios, o
disponibilidad de otros recursos o características susceptibles de influenciar la efectividad
asistencial. Es bien sabido, por ejemplo, que los ciudadanos norteamericanos de color en
situación de desventaja afrontan ante la hipertensión arterial un peor pronóstico, que sólo
cabría atribuir parcialmente a asistencia médica menos adecuada. Igual son importantes los
factores medioambientales, tanto sociales como físicos, pero no es posible descartar por
completo diferencias genéticas en la respuesta a la asistencia.
23 de febrero. Lunes. Transición antiestética de la piel lisa de la calva del camarada a las
suaves arrugas de su frente. Un evidente fallo de la naturaleza que no resulta muy fácil imitar;
los billetes de banco no deberían hacerse así. Varicela: Lesiones cutáneas que pasan de
mácula a pápulas, a vesículas, a pústulas, con encostramiento, con tendencia a distribuirse
centrípetamente (en el tronco). Pleomorfismo.
24 de febrero. Martes. Recibí la visita inesperada de Tony Guzmán, quien me buscaba
para que le hiciera el servicio de guardia de ese día. Aún veo su cara hinchada, vuelta hacia
245
mí con esfuerzo, todo en aquella cara sobresalía: las mejillas, la nariz, los labios Inseguridad
laboral
25 de febrero. Miércoles. La ampliación y la elevación de la existencia gracias a un
matrimonio. Lema para un sermón. Pero casi lo adivino.
26 de febrero. Jueves. La joven recién embarazada que toma cocción de cuaba, hoja de
aguacate y malta morena. La Vega duerme. Ha volado por los aires. Servicio de guardia.
27 de febrero. Viernes. Independencia Nacional.110 La conversación de la cena sobre
asesinos y ejecuciones. En el pecho que respira con calma, todo temor es desconocido. Se
desconoce la diferencia entre un asesinato consumado y uno planeado.
Sangrado de cavidad dejada por unos hombres vestidos de blanco que quitan dientes a sus
semejantes.
28 de febrero. Sábado. La impaciencia y la tristeza por mi lasitud se alimentan
especialmente de la perspectiva de mi futuro, que jamás pierdo de vista, y que viene
favorecida por esta lasitud. ¡Qué tardes, qué paseos, qué alegría en la clínica se me avecinan,
mejores aún que las que ya he dejado atrás!
Ayer en la clínica. Las muchachas con sus vestidos intolerablemente sucios y sueltos, con
los pelos revueltos, como si acabaran de despertarse, con la expresión cerrada a causa del
ruido incesante del lavado de toda la clínica.
1 de marzo. Domingo. Un bacá. La gente se alarmó porque corrió el rumor de que una
vaca, que era el bacá de Danilo Hernández, la había matado Neno, borracho, después se supo
que no y todo el mundo quedó tranquilo. A partir de esto, Neno paseaba la vaca antes de
matarla para que la gente la viera y comprara sus carnes. Santa María Contreras era el
nombre del apodado Neno que era el carnicero de Las Uvas, hijo de Anaelcilia Contreras,
hermano de Cochecha y compinche de parrandas de Pedro Custodio Neris. Otro bebedor de
Las Uvas era Pedro Cáceres (alias Jardinero) el cual era hermano de Victoriana, la madre de
Maritza, que sólo tiene un muñón en su mano derecha.
María García (la de Yeo), con un montón de hijos de todas las estaturas y sexos y una
hermana diminuta, descarada, pizpireta y segura de sí misma. A pesar de ser viuda y haber
110
Tradicional fiesta de máscaras. Desfile de carrozas en el Malecón.
246
tenido diecinueve hijos se mantenía joven. Se pasa la mayor parte del día fumando cigarro111
y tomando ron. En una ocasión le pregunté y me edificó: Ella no se preocupaba por nada. En
las mañanas buscaba su desayuno, al medio día su almuerzo y en las noches su cena, los
demás que se la buscaran como pudieran, decía.
En Las Uvas tenía mucho renombre Ñoña, mujer alta de porte corpulenta y obesa, muy
tetuda, que fumaba tabaco y que se pasaba el tiempo leyendo cartas y la palma de las manos,
Ñoña regateaba como una gitana pero cuando cerraba el trato no se volvía atrás jamás. Dicen
las malas lenguas que Nico Olivares, alias Niquito, era su amigo sentimental. Niquito era uno
de los tantos riferos de Las Uvas. Era hombre pequeño de talla, siempre llevaba un tabaco en
la boca y jamás lo vi ponerse zapatos. Se acostó siempre con María Nieve Regalado. Se
comentaba, que cuando Niquito visitaba a Noña tenía que usar una escalera de lo pequeño
que era él y de lo tan voluminoso que era el vientre de elefante de Ñoña.
La familia de Alberto Estrella (conocido por Papo) formaba parte de la vecindad de Ñoña,
al inicio del callejón de los Abréu. Minga era la madre de Papo y de Tati. Pero en Las Uvas
había otro Papo. Era el conocido Papo Lucas. Yo los distinguía por el color, uno era blanco y
el otro negro. Aunque Papo Lucas tenía una característica: el tono de voz no correspondía a
su cuerpo. Su voz era de tono fino y estridente. Este Papo, los domingos, desde tempranas
horas de la mañana, estaba en la esquina de Víctor Rodríguez vendiendo números para la
lotería. Era parte de los muchos rifadores (o riferos) que ese día vendía, de incognita, para la
«rifa de aguante» de Las Uvas. En este negocio también veía a Niquito, a Flora Cáceres, a
Mariita, a Danilo, a Jardinero, entre otros conocidos. Además de estos rifadores, siempre me
encontraba con jugadores como Nicolás Marte «Colá», que era tal vez, el más empedernido
jugador de Las Uvas; y Chele Sarete, narrando y arreglando sus sueños. Siempre acertaba los
números que salían premiados, porque los jugaba todos.
Otra que los domingos en la mañana iba a la esquina de Víctor a arreglar sueños, aunque
eran sueños diferentes a los de Chele Sarete, era Marías De los Ángeles Lora Santana (Titín).
Ella vivía con Daniel Durán; la gran nariz aguileña, el cuello de jirafa y el cuerpo esbelto y
flaco del hombre; ella bizqueaba un poco, era pálida, baja de estatura y rechoncha y de
111
Cilindro de papel relleno de tabaco, donde por un lado está una braza y por el otro un estúpido jalando aire
envenenado.
247
anchas espaldas; por la noche tenía algo de tos, pero dicen que era muy juguetona en la cama.
A menudo caminaban, por los callejones de Las Uvas, el uno detrás del otro. A Titín con
frecuencia le decían «el matao», por todos los hombres que agarraba y que según ella
«resolvía rápido y cuando terminaba decía: ya está matao». Años después, también tuvo un
hijo con Tomás Ureña.
Las Uvas también había buenas hembras, los hombres llaman hembras a las mujeres en
determinadas circunstancias, Jovania Custodio era una real hembra, vivía frente a la escuela,
pesaba lo menos cincuenta y cinco kilos y los hombres los desnataba, los dejaba como un
guante, Sandra Durán quedaba un poco al borde de maneras pero estaba muy buena y era
complaciente y alegre, había varias mujeres más como se puede suponer, pero esto tampoco
es un censo.
2 de marzo. Lunes. La noche se abatió como una espada: las colinas no tuvieron tiempo de
ponerse rosadas, y la tierra se volvió violeta y en seguida negra. La luz, que había trepado a
las copas de los árboles, saltó hacia el cielo y desapareció. La noche me sorprendió en la cima
de la colina. Un viejo cedro había echado raíces allá en lo alto, donde lo batían los vientos,
pero era vigoroso y sus raíces devoraban las piedras. De la llanura ascendía un olor a tierra
mojada y a madera quemada. De los bohíos diseminados aquí y allá subía el humo de la
comida de la noche.
Tenía hambre y sed y durante unos segundos envidié a los jornaleros que habían acabado
su trabajo, volvían a sus casas muertos de fatiga y hambrientos y veían desde lejos el fuego
encendido, el humo por encima del techo de la casa y a su mujer que preparaba la comida.
Me sentí, de pronto, que estaba más abandonado que los zorros y las lechuzas, los cuales
poseen, después de todo, una madriguera o un nido donde los esperan seres cálidos y amados.
Pero yo no tenía a nadie allí, ni siquiera a mi madre. Me senté al pie del cedro y me hice un
ovillo: me castañeteaban los dientes.
Bajé de la colina y al llegar a la clínica Cochecha me buscaba. Ya no me hacía falta nada.
La soledad, el hambre y el frío sí lo palpé en el paciente que horas después fue a la clínica
en busca de ayuda.
No todas las ictericias son hepatitis como no todo lo que silba es asma. El paciente ictérico
que acudió a la clínica rural tenía hepatitis. Pero otras, muchas veces, habían acudido niños y
adultos con ictericia sin ser hepatitis. Servicio de guardia.
248
3 de marzo. Martes. Por la noche, charla en el club, también los miércoles; los domingos u
otros días en las demás comunidades. La población usa estiércol en las heridas; gas querosén
con azúcar crema, también para las heridas; pastilla de gallo o de gallina (cloromicetina) para
los dolores de cabeza e incluso para los dolores estomacales. En cualquier pulpería del
campo venden estas cápsulas.
La vida no tiene argumento porque tampoco tiene costumbre, la vida suele ser siempre
muy desacostumbrada y monótona, la lógica del argumento discurre por camino distinto a su
reciedumbre o a su debilidad, Mercedes no paraba de toser, no está tísica pero puede acabar
estándolo, su comadre cree que fuma demasiado pero no se lo dice porque no quiere ser
entrometida, Mercedes tenía dos años tosiendo y había acudido múltiples ocasiones al
médico (recibiendo igual número de tratamiento) y no mejoraba. Desde que inicié mis
actividades en la clínica la recibí —es costumbre de la gente de campo y también de la
ciudad, probar la inteligencia del médico nuevo que llega—.
Es bueno mantener el hábito de la lectura. Apenas unos días sin leer y ya he vuelto a caer
en ella. De nuevo me aguardan los ímprobos esfuerzos. Es necesario sumergirse literalmente,
y hundirse a mayor velocidad que lo que se hunde ante uno.
A un cierto nivel de conocimiento de uno mismo y en unas circunstancias inherentes,
favorables para la observación, debe ocurrir normalmente que uno se encuentre a sí mismo
detestable. Toda medida para lo bueno —por muy diversas que sean las opiniones al
respecto— parecerá demasiado grande. Nos daremos cuenta de que no somos más que un
nido de ratas, de pensamientos ocultos y maliciosos. Estos pensamientos serán tan sucios que
ni siquiera se decidirá uno a pensarlo hasta el fin, al observarse a sí mismo, sino que se
limitará a contemplarlos a distancia. Estos pensamientos no implican únicamente egoísmo;
frente a ellos, el egoísmo nos parecerá un ideal de bondad y de belleza. La suciedad con que
uno se enfrenta es algo que existe por sí mismo; descubriremos que venimos al mundo llenos
hasta rebosar de tal inmundicia, y que, por su causa, dejaremos el mundo sin ser reconocidos,
o demasiado reconocidos. Esta suciedad es lo más bajo que encontraremos; el fondo del
fondo no contiene lava, sino suciedad. Será lo más bajo y lo más alto, e incluso las dudas
provocadas por la observación de uno mismo serán muy pronto tan débiles y auto satisfechas
como el revolverse de un cerdo en el estiércol.
249
4 de marzo. Miércoles. Miércoles de Cenizas.112 Ayer y hoy he escrito un poco. Una
historia infecta. En la mañana, a primera hora, acabo de leer el principio. Es feo y me produce
repugnancia. A pesar de su posible verdad, es malo, pedante, mecánico, como un pez que
apenas si respira aún en un banco de arena. En la tarde, llega a la clínica un hombre
hidrópico,113 así le denominan a la ascitis. Según su hijo el padre se había opilado.114 Ahora
estaba arrojando115 y la esclera de blanca se había tornado amarilla.
5 de marzo. Jueves. Honradez de malos pensamientos. Anoche me sentí especialmente
abandonado. Otra vez tenía el estómago echado a perder, pensando en el hombre cirrótico
que atendí. Lo triste del futuro inmediato de esta paciente me pareció que no merecía entrar
en él: desamparado y sin poder ofrecer nada. Hoy, me volvieron estos pensamientos. ¿Cómo
iba a soportar aquel paciente con ese cuerpo sacado de un cuarto de trastos viejos? «Venis
ahora, malos pensamientos, ahora que estoy débil y tengo el estómago echado a perder.
Precisamente ahora pasan por mi mente. Y en efecto, sin esperar siquiera otras pruebas,
retrocedieron, se disiparon lentamente y ya no volvieron a molestarme durante el resto de mi
estancia en Las Uvas, naturalmente no demasiado feliz. No obstante, olvidaron al parecer
que, si querían respetar todas mis malas situaciones, pocas veces les llegaría el turno de
actuar.
Toma de muestras de papanicolau.
6 de marzo. Viernes. Por la mañana, paciente aquejado del padrejón (malestar de
estómago que da a los hombres). Ese mismo día recibo un niño que había vomitado
lombrices y luego convulsionado. La madre me decía que el niño tenía alferecía. En el campo
se conoce por alferecía a la enfermedad infantil, generalmente meningitis, pero
recientemente se le da el nombre de preferencia, al mal de lombrices con convulsiones. En el
112
113
Que padece de hidropesía, especialmente del vientre. (Hidropesía. Derrame o acumulación anormal del
humor seroso en cualquier cavidad del cuerpo).
114
Opilarse. Llenarse uno de agua, por lo cual siente pesadez en el estómago; si continúa bebiendo así vas a
opilarte.
115
Arrojar. Equivalente a vomitar. Este verbo y su sinónimo, suelen usarse también como nuestros en el
lenguaje dominicano: el niño arrojó anoche.
250
interrogatorio, la madre confesó haberle dado al pequeño té de Anamú y apasote, sin mejoría.
Servicio de guardia.
7 de marzo. Sábado. La sensatez, la paciencia, la amabilidad, el celo, la locuacidad, el
humor, la formalidad del señor Pedro Custodio. Personas que ocupan tan satisfactoriamente
el lugar que les corresponde en su círculo, que uno las supone capaces de obtenerlo todo en el
círculo mayor de todo el mundo; pero una de sus perfecciones consiste precisamente en no
salirse de su círculo.
8 de marzo. Domingo. Los domingos por las tardes, antes y después de la misa, siempre
se veía en la esquina de Víctor, que era el punto de reunión de la gente de Las Uvas, a
Rafaela, Miguel (Migue) y Fausto Durán; Máximo Neris; José Contreras, el de Lucinda y su
padre, Eliyo Contreras que siempre pasaba por el gentío con un saco de cabuya (o de pita) al
hombro, descalzo y con uñas de piedra; María Práxedes La Paz Apolinario y su prole
(Antonio Alberto (Samakilo), Miriam Altagracia, María Eunice del Carmen, Francisco
Antonio (Francis), José Antonio Féliz (Chelo), Milvio Antonio, Porfirio Antonio, Francisca
Rosa, Eduardo Antonio, Milquíades Antonio (Yo le llamaba doctor sopa), Praxedes Georgina
(Praxedita-Kuki); Leoncio Gómez; Francisco Roque el hijo de Ángela Beato de Magüey,
que finalmente llegaba en su minibús y me recogía para hacer el recorrido dominical
acostumbrado.
Práxedes tiene un hermano sacerdote (Gabriel) y un primo también sacerdote (José
Abraham).
9 de marzo. Lunes. La noche se abatió como una espada: las colinas no tuvieron tiempo de
ponerse rosadas, y la tierra se volvió violeta y en seguida negra. La luz, que había trepado a
las copas de los árboles, saltó hacia el cielo y desapareció. La noche me sorprendió en la cima
de la colina. Un viejo cedro había echado raíces allá en lo alto, donde lo batían los vientos,
pero era vigoroso y sus raíces devoraban las piedras. De la llanura ascendía un olor a tierra
mojada y a madera quemada. De los bohíos diseminados aquí y allá subía el humo de la
comida de la noche.
Tenía hambre y sed y durante unos segundos envidié a los jornaleros que habían acabado
su trabajo, volvían a sus casas muertos de fatiga y hambrientos y veían desde lejos el fuego
encendido, el humo por encima del techo de la casa y a su mujer que preparaba la comida.
Me sentí, de pronto, que estaba más abandonado que los zorros y las lechuzas, los cuales
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poseen, después de todo, una madriguera o un nido donde los esperan seres cálidos y amados.
Pero yo no tenía a nadie allí, ni siquiera a mi madre. Me senté al pie del cedro y me hice un
ovillo: me castañeteaban los dientes.
Bajé de la colina y al llegar a la clínica Cochecha me buscaba. Ya no me hacía falta nada.
La soledad, el hambre y el frío sí lo palpé en el paciente que horas después fue a la clínica
en busca de ayuda.
No todas las ictericias son hepatitis como no todo lo que silba es asma. El paciente ictérico
que acudió a la clínica rural tenía hepatitis. Pero otras, muchas veces, habían acudido niños y
adultos con ictericia sin ser hepatitis.
10 de marzo. Martes. Martes en la mañana. Acude a la clínica un señor de Barranca, piel
de color, temperatura de 39.5 grados Celsius, acompañada de escalofríos y las escleras
amarillas (ictericia). Ha visitado varios centros de salud sin desaparecer aquella «tiricia».116
Una gota gruesa confirmó su diagnóstico. La mayoría de la ictericia que vi se debía a
Anemia falciforme.
Yo he sido un hombre demasiado sencillo: éste es mi honor y mi vergüenza. Acompañé la
farándula de mis compañeros y envidié su brillante linaje, sus satánicas actitudes, sus
pajaritas de papel y hasta esas vacas, que tal vez tengan que ver en forma misteriosa con la
literatura. De todas maneras me parece que yo no nací para condenar, sino para amar.
Alguién vino a buscarme un día en un motor y subí al él sin saber exactamente adónde ni
a qué iba. En el trayecto del camino me explicaron que estaba invitado a dar una charla en el
club de la comunidad de El Algarrobo, en Moca. Pedro Custodio hijo había contactado la
actividad.
Cuando entré a aquella sala destartalada sentí el frío nocturno de Alto Bandera, no sólo
por lo avanzado del invierno, sino por el ambiente que me dejaba atónito. Sentados en sillas
de guano con olor a chinche o en improvisados bancos de madera, unas cuarenta personas, de
todas las edades, me esperaban. Algunos llevaban cachuchas o sombreros. Yo me senté
detrás de una mesita que me separaba de aquel extraño público. Todos me miraban con los
ojos carbónicos y estáticos del pueblo de mi país.
Me acordé del viejo padre de Santo Cerro Mariano Zaragoza. A esos espectadores
imperdurables, que no mueven un músculo de la cara y miran en forma sostenida, Zaragoza
116
Nombre dado en el Cibao a la ictericia.
252
los designaba con un nombre que a mí me hacía reír. Una vez en la Sabana de Los Jiménez,
Mariano Zaragoza me decía: «Mira, allá en el fondo de la sala, apoyados en la columna, nos
están mirando dos mocanos. Sólo les faltaba el Albornoz para parecerse a los impávidos
creyentes del desierto.»
¿Qué hacer con este público? ¿De qué podía hablarles? ¿Qué cosa de mi vida lograrían
interesarles? Sin acertar a decidir nada y ocultando las ganas de salir corriendo les hablé
sobre la educación y la prevención de las enfermedades.
Nuestro pueblo dominicano tiene miles de analfabetos; la incultura es preservada como
circunstancia hereditaria y privilegio del feudalismo. Podríamos decir, frente a la rémora de
nuestros doscientos mil analfabetos, que nuestros lectores no han nacido aún. Debemos
apresurar esa parte para que nos lean a nosotros y a todos los escritores. Hay que abrirle la
matriz a República Dominicana, para sacar de ella la gloriosa luz.
Los habíamos pasado los días en un aislamiento tal, envueltos en las sábanas de nuestros
deseos, que los celos furiosos e incontrolables, que, como advirtiera Yago, «escarnecen la
carne de la que se alimentan», tardaron en aflorar. Se manifestaron por primera vez en el
golpe de Estado a Juan Bosch en 1963….
A pesar de su pragmatismo y buena disposición para mantenerse en las contaminadas
aguas de la vida real y nadar a favor de la corriente. Los dominicanos no nos liberábamos de
la sensación de una horrible desgracia a la vuelta de la esquina —reliquia de la trágica
dictadura implantada por Trujillo—. Este presentimiento hizo de ella (de la nación
dominicana) una escaladora precavida. Servicio de guardia.
11 de marzo. Miércoles. Es falso decir de alguien: Todo le fue bien, ha sufrido poco; es
cierto decir: Por su forma de ser, nada podía ocurrirle; pero lo mejor, es decir: Lo ha sufrido
todo, pero en un solo y único momento; ¿cómo habría podido ocurrirle algo más, si las
variaciones del dolor estaban completamente agotadas en la realidad, o por su propia
decisión? (dos ancianos cibaeños en un velatorio.)
Observo el trabajo en el campo, con el arado. Penetra profundamente y, sin embargo, se
mueve con ligereza. O sólo araña el sueño. O se mueve en el vacío con la reja alzada, sin
ningún resultado; con o sin ella, es lo mismo.
El trabajo concluye como puede cerrarse una herida sin curar. ¿Puede llamarse
conversación al hecho de que el otro se calle y de que uno mismo para mantener la apariencia
253
de la conversación, intente sustituirlo, y por consiguiente, lo imite, y por consiguiente haga
una parodia de él, y por consiguiente se parodie a sí mismo.
Durante mi permanencia en el campo como pasante confirmé algo que había oído y que no
creía: al hombre de la casa, al medio día, cuando preparan el almuerzo, le sirven del pollo la
pechuga, la molleja, los muslos cortos y largos. El cogote (o «cocote»), las patas, las alas y el
caparazón, incluido el pichirrí,117 se los reparten entre los hijos y la esposa. No conforme con
esto, en algunos lugares (esto es más frecuente en el Sur) las madres (algunas veces el padre)
acuden a las pulperías y truecan huevos de gallinas criollas por Malta para alimentar a sus
pequeños. Estas experiencias me alegran y se contraponen a la desdicha.
Aún puedo obtener una satisfacción transitoria con trabajos como médico rural, en el
supuesto de que consiga aún algo parecido (cosa muy improbable). Pero sólo puede tener
felicidad si puedo elevar el mundo a lo puro, a lo verdadero, a lo inalterable.
En los látigos con los que nos hemos azotados el uno al otro, se han formado bastantes
nudos durante estos meses.
La naturaleza allí me daba una especie de embriaguez. Me atraían los pájaros, los
escarabajos, los huevos de perdiz. Era milagroso encontrarlos en las quebradas,
empavonados, oscuros y relucientes, con un color parecido al del cañón de una escopeta. Me
asombraba de la perfección de los insectos. El escarabajo. Insecto coleóptero, de antenas con
nueve articulaciones terminadas en maza, élitros lisos, cuerpo deprimido, con cabeza rombal
y dentada por delante, y patas anteriores desprovistas de tarsos. Busca el estiércol para
alimentarse (coprófago) y hace bolas, dentro de los cuales deposita sus huevos. Por el
contrario, la traza en lugar de estiércol, se alimenta de libros. Es el insecto que tiene mayor
hábito de lectura, pero también el más egoísta, sólo él quiere ser inteligente, lee los libros y
luego, como si quisiera asegurarse de lo aprendió, se los come. Una noche mientras me
disponía a leer, busqué La Ilíada de Homero, pero ¡sorpresa!, el libro había sido consumido
por un billón de hambrientos gusanos.
En estas clínicas, que eran casas construidas de madera siempre se temía a la invasión de
los termes, sobre todo de la carcoma. Insecto del orden de los isópteros, que por su vida
social, se ha llamado también, erróneamente, hormiga blanca. Roen la madera, de la que se
alimentan. Por lo que pueden ser peligrosos para cierta construcción. Ellos me hicieron una
117
Extremo de la columna vertebral del pollo.
254
mala jugada. Había en la clínica una mecedora, de madera posiblemente traída de San José de
Las Matas, una tarde, a eso de las seis, mientras me disponía a sentarme en ella, caí al piso, al
caer miré hacia todos lados; no vi a nadie, sin embargo, me pareció escuchar termes
burlándose de mí; las polillas la habían devorado al punto, que prácticamente no le quedaban
las patas con las que se balanceaba aquella mecedora. Era como si, a mi llegada, el tiempo se
hubiera acelerado y, en lugar de meses, hubieran transcurrido siglos, de manera que, cuando
abría una gaveta descubría un criadero de ratas, y la letrina estaba llena de ranas de ojos
escarlatas. Por la noche los perros aullaban al viento.
12 de marzo. Jueves. La tendencia morbosa a desfigurar, confundiéndola, la realidad de lo
que dice. Tendencia dominicana. Toma de muestra de papanicolau.
13 de marzo. Viernes. Inseguridad, aridez, tranquilidad, así va a ir pasando todo. Luego
de la muerte de Trujillo, el país fue escenario de la segunda invasión norteamericana y teatro
de continuas guerras electorales, luego de que Balaguer tomara el poder en 1966, unas veces
por una plaza en el Congreso y otras por dos páginas de controversias teológicas. Recién
finalizaba un período de doce años que tan hermosa tierra se había visto asolada por una
especie de volcán, que en ocasiones se amortiguaba y otras ardía con violencia. Como una
caldera puesta sobre un fuego, la grasa de un puerco cebado se funde, hierve y rebosa por
todas partes, mientras la leña seca arde debajo; así la hermosa corriente de ideas se quemaba
con el fuego y la mente hervía, y no pudiendo ir hacia delante y paraba su curso oprimida por
el vapor que con su arte maligno produjera el ingenioso Balaguer. Siempre decía para mí. A
este pueblo, de natural tan apacible, ¿quién le ha trastornado de esta manera? Todo lo toma a
broma y, sin embargo, se lanza a la degollina de San Bartolomé.
El desempleo era una de las grandes secuelas de los doce años de Balaguer y los médicos
no nos escapábamos a este mal.
La gente sentía compasión por nosotros, y decía: «Son tan buenos y ganan tan poco», y
que además estamos muy lejos de obtener el agradecimiento y la gloria suficiente, es en
realidad la compasión por el triste destino de muchos nobles esfuerzos, y sobre todo el de los
nuestros. Por ello nuestra intención resulta desproporcionada, porque extremadamente se
atiende a unas personas ajenas a nosotros, y en realidad nos pertenece. Sin embargo, todo ello
está sin duda tan estrechamente vinculado a los médicos, que ni siquiera ahora puedo
separarlo de ellos. El hecho de que lo reconozca determina que aún se estreche más la unión
255
con ellos.
En la etapa de pasante y luego fuera de ella, acudíamos cada domingo, a las actividades
científicas de la AMD. Era impresionante la cantidad de médicos desempleados que se daban
cita en las reuniones científico-gremiales que cada domingo celebraba el gremio médico en el
interior del país y cada jueves en la capital dominicana. Después de todo, el empleo (en las
condiciones actuales) no es más que una parte de lo insoportable de la vida de un médico. La
seguridad, la previsión para toda la vida, el salario abundante, la tensión llevada al límite de
las fuerzas..., todo ello son cosas que, siendo joven, no sirven de nada, que se convierten en
un martirio. Hasta el senado llegaban difícilmente las amarguras que yo y mis compañeros
representábamos. Aquella cómoda sala parlamentaria estaba como acolchada para que no
repercutiera en ella el vocerío de las multitudes descontentas. Entre mis colegas del bando
del gobierno eran expertos académicos en el arte de las grandes alocuciones patrióticas y bajo
todo ese tapiz de seda falsa que desplegaban, me sentía ahogado.
La verdad es que la envolvente clase alta, con su poderío económico, se había tragado una
vez más al gobierno de nuestro país, como tantas veces había ocurrido. Pero en esta
oportunidad la digestión fue incómoda y República Dominicana pasó por una enfermedad
que oscilaba entre la estupefacción y la agonía.
La esperanza que se había renovado, porque uno de los candidatos a la presidencia, Don
Antonio Guzmán Fernández, juró hacer justicia, y su elocuencia le atrajo gran simpatía. Por
arrolladora mayoría de votos el pueblo lo eligió presidente.
Pero los presidentes en nuestra América criolla sufren muchas veces de metamorfosis
extraordinaria. En el caso que relato, rápidamente cambió de amigos el nuevo mandatario,
entronó su familia con la «aristocracia» y poco a poco su gobierno (o sus funcionarios) se
convirtió de demagogo en magnate, hasta que finalmente no soportó la carga y se suicidó, en
el propio despacho del Palacio Nacional, semanas antes de concluir su mandato
(4/julio/1982).
La verdad es que Antonio Guzmán había sustituido a los doce años de Joaquín Balaguer,
el cual no entra en el marco de los típicos dictadores latinoamericanos. Hay en Melgarejo, de
Bolivia, o en el general Gómez, de Venezuela, o en Anastasio Somoza, de Nicaragua, o en
Rafael Leónidas Trujillo, de República Dominicana, nacimientos telúricos reconocibles.
Tienen el signo de cierta grandeza y parecen nacidos por una fuerza desoladora, no por eso
256
menos implacable. Desde luego, ellos fueron caudillos que se enfrentaron a las batallas y a
las balas.
Balaguer fue, por el contrario, un producto de la cocinería política de Trujillo, con frívolo
impenitente, un fuerte que aparentaba debilidad, a tal punto que se le llegó nombrar por
«muñequito de papel».
En la fauna de nuestra América, los grandes dictadores han sido saurios gigantes,
sobrevivientes de un feudalismo colosal en tierras prehistóricas. El judas dominicano fue
sólo un aprendiz de tirano y en la escala de los saurios no pasaría de ser un venenoso lagarto.
Sin embargo, hizo lo suficiente para descalabrar la República. Por lo menos retroceder al país
en su historia. Los dominicanos se miraban con vergüenza sin entender exactamente cómo
había ido pasando todo aquello.
Brotan en mí los recuerdos de Aristóteles. La idea de que el ser humano no debe cultivar
tan sólo una cosa también se desprende de la visión que presenta Aristóteles de la sociedad.
Dijo que el ser humano es un «animal político». Sin la sociedad que nos rodea no somos seres
verdaderos, opinaba él. Señaló que la familia y el pueblo cubren necesidades vitales
inferiores, tales como comida y calor, matrimonio y educación de los hijos. Pero sólo el
Estado puede cubrir la mejor organización de comunidad humana.
Ahora llegados a la pregunta de cómo debe estar organizado el Estado para evitar la
degollina de San Bartolomé. (¿Se acordarán del Estado filosófico de Platón, verdad?)
Aristóteles menciona varias buenas formas de Estado. Una es la monarquía, que significa
que sólo hay un jefe superior en el Estado. Para que esta forma de Estado sea buena tiene que
evitar evolucionar hacia una «tiranía», es decir, que un único jefe gobierne el Estado para su
propio beneficio. Otra buena forma de Estado es la «aristocracia». En una aristocracia hay
un grupo mayor o menor de jefes de Estado. Esta forma tiene que cuidarse de no caer en una
oligarquía, lo que hoy en día llamaríamos junta. A la tercera buena forma de Estado
Aristóteles la llamó democracia. Una democracia puede rápidamente caer en una
«demagogia». (Aunque Balaguer no hubiese sido jefe del Estado dominicano, todos los
pequeños reformistas podrían haber creado una terrible demagogia.)
14 de marzo. Sábado. Cuando estaba gastando ya las suelas de mis zapatos hasta ser una
simple lengua de caucho sobre los viejos callejones de Las Uvas, en mi febril empeño de
ofrecer mis servicios desinteresados de médico pasante en una sociedad despreocupada e
257
indiferente, me saludó un conocido y apreciado anciano. Tras unos minutos de conversación,
en la que yo dejé demostrada fácilmente mi superioridad moral sobre aquel degenerado, me
quedé cavilando una vez más sobre la crisis de nuestra época. Mi inteligencia, indomable y
exuberante como siempre, me susurró un plan tan majestuoso y audaz que me estremecí ante
la idea misma de lo que estaba oyendo. «!Alto!», grité implorante a mi divina inteligencia.
«!Esto es locura!» Pero, aun así, escuché el consejo de mi cerebro. Se me ofrecía la
oportunidad de Salvar a Las Uvas a través de la degeneración. Allí, en los callejones
enlodados de Las Uvas, solicité la ayuda de aquella marchita flor de ser humano, pidiéndole
que reuniese a sus compañeros de fatuidad bajo la bandera de la fraternidad.
Nuestro primer paso será elegir a uno de ellos para un cargo muy elevado: la presidencia
del Comité de Salud, si fortuna nos es propicia. Luego habrán de infiltrarse entre los
pobladores de la comunidad. Como soldados, estarán todos tan continuamente consagrados
a confraternizar entre sí, confeccionándose y llevando información sobre prevención, como
los uniformes, de modo que ajusten como tripas de salchichas, inventando trajes de combates
nuevos y variados contra las enfermedades.
Se encontraban allí: El supervisor Miguel Ángel Bidó (de Las Yayas); Pedro Custodio
Neris (que resultó reelecto presidente); Esperanza Núñez, esposa de Chele Apolinario
(promotora de Las Uvas); Proniana Peña, alias Conán (promotora del Toronjo); Estela la de
Quico Duarte (promotora de Magüey); Shira (promotora del fundo) y el médico pasante de la
clínica que era yo.
En aquella reunión les decía a los presentes: que existen tres clases de felicidad. La
primera clase de felicidad es una vida de placeres y diversiones. La segunda, vivir como un
ciudadano libre y responsable. La tercera, una vida en la que uno es filósofo e investigador.
Aristóteles subraya que las tres condiciones tienen que existir simultáneamente para que
el ser humano pueda vivir feliz. Si hubiera vivido hoy en día a lo mejor habría dicho que
alguien que sólo cultiva su cuerpo vive tan solo parcial y tan defectuosamente como aquel
que sólo usa la cabeza. Ambos extremos expresan una vida desviada.
También en lo que se refiere a la relación con otros seres humanos, Aristóteles señalaba un
«justo medio»: no debemos ser ni cobardes ni temerarios, sino valientes. (Demasiado poco
valor es cobardía, y demasiado valor es temeridad.) Del mismo modo no debemos ser ni
tacaños ni pródigos, sino generosos. (Ser muy poco generoso es ser tacaño, ser demasiado
258
generoso es ser pródigo.) Servicio de guardia.
Marzo 15. Domingo. Pasa como con la comida. Es peligroso comer demasiado poco, pero
también es peligroso comer en exceso. Tanto la ética de Platón como la de Aristóteles se
remiten a la ciencia médica griega: únicamente mediante el equilibrio y la moderación seré
una persona feliz o en armonía. Con este mensaje buscaba la armonía en el Comité de salud y
por tanto en toda la comunidad. Esta armonía probablemente resida, en la esencia de la
amistad y la sigue como una sombra —uno la recibirá con gusto, otro con pesar, el tercero no
la notará siquiera…
Ahora referiré una experiencia personal. Yo estaba entonces en Baní, era apenas un chico
que cursaba el sexto curso en la escuela Canadá. En el parque de recreación (o infantil) que
todos conocíamos como «La Avenida», en una de las tantas reuniones de estudio a las que
acudía, junto a mis amigos Ángel Matos y Luis Manuel Montero; se acercó un joven a
saludarnos. Era el hermano de Luis Manuel Montero que estudiaba medicina en la UASD. A
partir de aquel momento Nelson Montero se convirtió en un ídolo. Mi vida continuó igual a la
de cualquier pequeño adolescente y seguí admirando al estudiante de medicina. Terminé los
estudios del bachillerato, en el liceo Francisco Gregorio Billini, quedé listo para enfrentarme
con la universidad, en Santo Domingo. Me inscribí en la universidad. De repente me
encontré cursando algunas materias con aquel banilejo, estudiante de medicina ídolo mío.
Me gradué de médico, hice la pasantía de ley; hice algunos pos grados. Regresé al país y
cuatro años después me encontré con Nelson Montero, mi ídolo secreto y olvidado, que aún
cursaba algunas materias en la universidad. Por fin se graduó y actualmente trabaja en el
pueblo que nos vio nacer, allá en Baní. Pero Marino Antonio Carmona no tiene punto de
comparación, ingresó a la universidad mucho antes que yo, y al momento de esta redacción
todavía está «recogiendo materias». Carmona es jorobado, probablemente sea la razón de
haber sido un excluido en la propia universidad. Él se inscribió en la universidad, dos meses
después se llega a la Luna, pero todo sigue igual, Bertrand Russell afirma que se ha
expandido el ámbito de la estupidez humana, ya se dijo.
16 de marzo. Lunes. Los recuerdos son parte de la vida, pero atormentan. Agradables o
desagradable: atormentan. Olvidarlo todo. Abrir ventanas, vaciar la habitación, el viento la
llena. Uno ve sólo el vacío, busca por todos los rincones y no se encuentra.
259
Todo esto es una continuación de la mentira, pero si soy consecuente, su efecto se
aproximará a la verdad. Como la leyenda del Santo Cerro, creada por la fanática exaltación
de un sacerdote que acompañaba a Colón, desmentida con pruebas documentadas por el
doctor Apolinar Tejera.
Indagando sobre la leyenda de la virgen de Las Mercedes. Leí sobre la rendición de los
moros ante el imperio de los reyes católicos dos años antes de este acontecimiento.
Así supe que, en enero de 1 492, mientras Cristóbal Colón observaba maravillado y
despreciativo, el sultán Boabdil de Granada había entregado las llaves del palacio-fortaleza
de la Alhambra, la última y mayor de las fortificaciones de los moros, a los conquistadores
absolutos, los Reyes Católicos Fernando e Isabel, renunciando a su principado sin librar
siquiera una batalla. Se fue al exilio con su madre y sus criados, poniendo fin a siglos de
España Mora; y, refrendando su caballo en la Colina de las Lágrimas, se volvió a mirar por
última vez su pérdida, el palacio y las fértiles llanuras y toda la gloria ya terminada de
al-Andaluz… Viendo lo cual el sultán suspiró, y lloró violentamente, y entonces su madre, la
aterradora Ayxa la Virtuosa, se burló de su pesar. Después de haberse visto obligado a
arrodillarse ante una reina omnipotente, Boabdil tuvo que sufrir entonces otra humillación a
manos de una impotente (pero temible) viuda. Llora como una mujer lo que no supiste
defender como un hombre, dijo ella provocadora: lo que, naturalmente, quería decir lo
contrario. Quería decir que despreciaba a aquel macho lloriqueante, su hijo, por entregar
aquello por lo que ella hubiera luchado hasta la muerte, de haber tenido oportunidad. Ella era
la igual y contraria de la reina Isabel; la suerte de la reina Isabel había sido enfrentarse con
Boabdil, un simple llorón…
De pronto, recuerdo que el expresidente Joaquín Balaguer al perder las elecciones de mil
novecientos setenta y ocho, frente al Partido Revolucionario Dominicano, hecho todo ira,
sintió todo el triste peso del fin de Boabdil, lo sintió como propio. La calma abandonó su
cuerpo y refrendó a sus «compatriotas» con aquella frase histórica.
¿Era llorar una debilidad tan grande?, me preguntaba. ¿Era defenderse hasta la muerte una
tan grande fortaleza?
Boabdil, después de haber entregado las llaves de la Alhambra, se apagó hacia el Sur. Los
Reyes Católicos le habían dejado una hacienda, pero incluso ésta fue vendida ante sus narices
por el cortesano en que más confiaba. Boabdil, el príncipe, se volvió loco. Finalmente murió
260
en el campo de batalla, luchando bajo la bandera de algún otro reyezuelo.
También Balaguer se dirigió al sur en mil novecientos setenta y ocho (hacia su casa en la
Máximo Gómez). Él y sus compatriotas (aquellos Boabdil dominicanos) volvieron en mil
novecientos ochenta y seis y se adueñaron del poder.
A la vuelta del primer viaje de Cristóbal Colón a pueblos inocentes que ni la avaricia ni la
guerra conocían, el año de 1 494. Desde tiempo inmemorial padecían este achaque aquellas
buenas gentes, así como existía la lepra en la Arabia y la Judea y la peste en Egipto. El primer
fruto que sacaron los españoles de la conquista del Nuevo Mundo fueron las bubas, que se
esparcieron con mucha más prontitud que la plata de México, la cual no circuló en Europa
hasta mucho tiempo después. En todos los países existían entonces magníficos
establecimientos, llamados mancebías,118 autorizados por los soberanos para preservar el
honor de las damas. Los españoles envenenaron estas casas privilegiadas, de donde extraían
los príncipes y los obispos las mozas que necesitaban. En Constanza había 718 para abasto
del clero que con tanta devoción mandó quemar a Juan Hus y a Jerónimo de Praga, y ya se
supondrá con cuanta rapidez cundió la enfermedad en todo el país. El primer magnate muerto
por ella fue el ilustrísimo y reverendísimo obispo virrey de Hungría, en 1 499, a quien no
pudo curar Bartolomé Montanagua, célebre médico de Papua. Gualtieri afirma que Bertoldo
de Henneberg, arzobispo de maguncia, acometido de las bubas, entregó su alma a Dios en
1504. Sabido es que el rey Francisco I murió de ellas; Enrique III se contagió en Venecia,
pero Jacobo Clemente, fraile dominico, anticipó el efecto del mal.
Siempre celoso del bien público el parlamento de parís, dictó severas medidas contra las
bubas, prohibiendo, en 1 497 a todos los bubosos vivir en París so pena de horca; mas como
no era fácil probar el delito, la disposición no fue más eficaz que la que posteriormente tomó
contra el emético; y contra la voluntad del Parlamento de París fue aumentando sin cesar el
número de reos. Verdad es que, si en vez de mandarlo ahorcar los hubieran exorcizado
ninguno andaría hoy por mundo; pero quiso la mala ventura que no pensaran en ello.
Así como hay sujetos que se entretienen en buscar sustitutos a los gobernantes y los otros
se creen ellos mismos césares y faraones, otros, aún más soberbios, colocan a Dios en
segundo término y crean el universo con su pluma, como al principio le creó Dios con su
palabra.
118
Casa de mujeres mundanas.
261
Durante mi año de pasantía rural fue que conocí a estos sujetos y también cómo eran los
médicos (tal vez la mayoría), sobre todo, aquellos que ejercían la medicina privada. ¡Estos
médicos indignantes! Tan decididos en lo comercial y tan ignorantes en la curación de
enfermedades que, si perdiesen ese aplomo de comerciantes, quedarían como colegiales
junto a las camas de los enfermos. Ojalá tuviese la energía suficiente para fundar una
sociedad de medicina natural. De tanto rascarle el oído a José Cáceres, el doctor B, convierte
una inflamación del tímpano en una inflamación del oído medio; la criada se desmaya al
encender el fogón; el doctor, con la facilidad de diagnóstico que le da el hecho de hallarse
frente a una criada, declara que ésta tiene el estómago mal, y por lo tanto una congestión; al
día siguiente, vuelve a sentirse decaída, tiene mucha fiebre; el doctor la hace volver a la
derecha y a la izquierda, constata una angina y se va corriendo para que el minuto siguiente
no le contradiga. Se atreve incluso a hablar de «Las reacciones abominablemente fuertes de
la muchacha», lo cual es cierto en el sentido de que él está acostumbrado a personas cuyo
estado físico es digno de sus conocimientos médicos y provocado por los mismos; se siente
más ofendido de lo que él mismo sabe por la fuerte naturaleza de esa muchacha del campo.
Estas situaciones palpadas por mí crearon cierta incertidumbre.
Cuando me examino a mí mismo para saber cuál es mi objetivo final, resulta que, en
realidad, no me esfuerzo por ser una buena persona y dar satisfacción a un tribunal supremo,
sino muy al contrario, trato de tener una visión panorámica de toda la comunidad humana y
animal, de descubrir sus preferencias fundamentales, sus deseos, sus ideales morales, de
reducirlos a preceptos simples y de evolucionar en su dirección lo antes posible, para
complacer por entero a todos y para hacerlo de tal modo (he aquí la incoherencia) que, sin
perder el amor general, acabe por ser el único pecador que no será quemado, a quien se le
permita desarrollar abiertamente, ante los ojos de todas las ignominias que lleva dentro. En
resumen, no me importa más que el tribunal humano, y a ése pretendo engañarlo, aunque sin
engañarlo del todo. Esto me recuerda a los chiquillos, que por la noche persiguen a los
rebaños dispersos de ganado vacuno por los anchos campos, hasta las alturas, y tienen que
rodear y arrastrar constantemente a un joven novillo atado de patas que se niega a seguirles.
Soy como aquel novillo: me resisto a seguir el sendero común de cómo se practica en la
actualidad la medicina dominicana.
Como por arte de magia (porque ni las circunstancias exteriores ni las interiores, hoy más
262
favorables que hace un año, me lo impedía) me he pasado todo el día, que es un domingo, sin
hacer nada. Han nacido en mí, consoladoramente, nuevas nociones sobre lo dichoso que soy:
este año de pasantía me convenció de no ejercer la medicina privada.
Después de esta decisión y durante estos últimos días he dejado de pensar en muchas
cosas sobre mí, en parte por holgazanería (ahora atiendo mayor cantidad de pacientes, sobre
todo en los callejones y mi apetito es voraz, y durante el sueño mi peso es mayor), en parte
también por miedo a traicionar la conciencia de mí mismo. Este miedo es justificado, porque
sólo habría que fijar definitivamente la conciencia de uno mismo mediante la literatura,
cuando esto pudiera hacerse con la mayor integridad hasta las últimas consecuencias
accesorias, así como con entera veracidad. Porque de no ocurrir así —y de todos modos no
soy capaz de ello—, lo escrito sustituye entonces, por propio deseo y con la prepotencia de lo
fijado, a lo que se siente de un modo general y lo hace únicamente de manera que el auténtico
sentimiento desaparece, y uno reconoce demasiado tarde la futilidad de lo anotado.
Es posible, pienso yo, que haya tenido alguna influencia, esa puede ser de François-Marie
Arouet (conocido como Voltaire), de quien leí sus novelas y cuentos una y otra vez. De la
vida de este escritor
se dice, en cuanto a constitución física, si existe un ejemplo
decididamente demostrativo de que una cosa es la salud y otra la vitalidad, ese ejemplo es
Voltaire. Desde su infancia fue un hombre enfermizo, sufrió infinidad de dolencias, a veces
estuvo al borde de la muerte; gastralgias, jaquecas, un período de probable tuberculosis en el
que se presentaron hemoptisis, fiebre y otros síntomas características; fluxiones de boca,
viruela, gota, una afección de la vejiga que le atormentó mucho en sus últimos años, y otros
morbos de los que se queja siempre con acento de aprensión y de angustia a lo largo de su
copiosísima correspondencia, no le impidieron vivir 84 años, llevar una existencia de lucha
incesante, trabajar con actividad extraordinaria, abusar de los placeres y no observar jamás
disciplina ni orden alguno en sus costumbres ni en sus horas.
Tomaba cantidades enormes de café y cuando se encontraba excitado o le dolía algo,
recurría a las píldoras de opio. Tenía muy poca fe en los médicos y en la medicina. Decía de
ésta que era «el arte de introducir substancias desconocidas en un cuerpo que no se conoce».
Es muy cierto que hay gentes saludables a quienes en pleno equilibrio orgánico, les acomete
una enfermedad cualquiera que en breve tiempo los lleva al sepulcro. En estos falla su fuerza
vital. Por el contrario, existen individuos que pasan enfermos toda su existencia y se mueren
263
de viejos. En estos triunfa siempre su vitalidad. A este grupo de individuos pertenecía
Voltaire. Yo no dejaba de pensar en estos sujetos.
El mundo tremendo que tengo en la cabeza. Pero, cómo liberarme y liberarlo sin que se
desgarre y me desgarre. Y es mil veces preferible desgarrarse que retenerlo o enterrarlo
dentro de mí. Para eso estoy aquí, esto me resulta perfectamente claro.
17 de marzo. Martes. En conjunto, no he hecho cosas muy distintas de las habituales.
Podría argumentar que el estudio del padecimiento grave y la muerte prematura, como
resultados de salud, se hace cada vez
más irrelevante en las extremadamente sanas
poblaciones de las naciones industrialmente avanzadas. Tales acontecimientos se han vuelto
tan raros, al menos para el grueso de la población menor de 75 años de edad, que su
importancia social es limitada en comparación con las mucho más frecuentes y difíciles de
sobrellevar causas de la miseria humana de naturaleza fundamentalmente no-médica: el
subempleo, la pobreza, la tensión familiar, la conducta desviada, o el fracaso de alguien
amado para triunfar en uno de los terrenos fundamentales de la vida (escuela, trabajo,
matrimonio, paternidad, entre otros). Son estas situaciones las que afectan al menos un 25-50
por ciento de los miembros de toda la población industrializada moderna en cualquier año.
Gastar mucha energía estudiante causas de enfermedad y muerte médicamente
diagnosticables —acontecimientos extremadamente raros para todo el mundo, excepto los
muy ancianos, en quienes a su vez resultan más o menos inevitables y no específicos
—podría no constituir definición demasiado sensata de la actividad investigadora
relacionada con la salud. Lo cierto es que lo siempre crecientes gastos y esfuerzos dedicados
en las sociedades industrializadas a los sistemas sanitarios se están concentrando
progresivamente en esta cada vez más estrecha franja de la población. Igual eso tiene que ver
con el actual aumento en el sentimiento de insatisfacción y malestar público con los sistemas
sanitarios en todas las sociedades desarrolladas —y las casi universales apelaciones a favor
de algún grado de «reforma» a lo ancho de todo el espectro político. Unos sistemas cada vez
más centrados en problemas no padecidos por la mayoría de la población, o que son
irremediables, pero que entre tanto detraen recursos necesarios para aliviar los problemas que
ellos sí sufren, podrían acabar (y no sin razón) viendo su apoyo electoral erosionado.
18 de marzo. Miércoles. La señora que alquila habitaciones, una viuda frágil, vestida de
negro, con una falda que le cae en línea recta, estaba en la habitación central de su casa. Aún
264
reinaba el más completo silencio, la campana estaba inmóvil. También en la calle había
silencio; la mujer había escogido intencionalmente una calle tan silenciosa porque quería
buenos huéspedes, y los caballeros que exigen silencio son los mejores. Servicio de guardia.
19 de marzo. Jueves. Fuerte chubasco. Oponte a la lluvia, deja que te penetren los rayos
de hierro, deslízate en el agua que quiere arrastrarte, pero no, quédate, espera erguido el sol
que te baña de un modo súbito e infinito.
20 de marzo. Viernes. Rostro amarillento, cabellos escasos pegados al cráneo; de vez en
cuando, un brillo más provocativo en los ojos. Los pelos finos del Fundo.
La nariz de berenjena, que recuerda la muerte; las mejillas, tumefactas, enrojecidas,
granujientas, de un rostro predispuesto al enflaquecimiento anémico; la barba rubia
rodeándolo. Poseído de la manía de comer y beber. Como engulle la sopa caliente, como
muerde y lame a la vez el pedazo de embutido sin cortarlo a rodajas, con qué seriedad bebe a
largos sorbos una cerveza que ya está caliente; cómo le brota el sudor en torno a la nariz; una
cosa repugnante cuyo goce no se agota con la contemplación ni el olfato más ávido: un
paciente.
21 de marzo. Sábado. Desde el alba hasta ahora, que anochece, he estado trabajando en la
clínica. La ventana estaba abierta; era un día caluroso. El estrépito del estrecho callejón
penetraba ininterrumpidamente. Conocía ya los menores detalles del consultorio, por haberlo
observado mientras deambulaba en él. Había examinado hasta las últimas ramificaciones de
la cortina sucia y las huellas que el tiempo había dejado en ella. Había medido muchas veces
con los dedos la mesa de escritorio. Había enseñado ya los dientes con frecuencia al cuatro
que había en la pared. Al caer la tarde, me acerqué a la ventana en el consultorio. Entonces,
casualmente miré por primera vez, con calma y desde un sitio fijo, el interior de la habitación
y el techo. Por fin. Por fin, si no me engaño, empezó a moverse aquella estancia que yo había
agitado de tantas formas. La cosa se iniciaba en los bordes, circundado por una blanca y tenue
orla de yeso. Pedacitos de argamasa se desprendieron y, como por casualidad, cayeron al piso
aquí y allá, con golpes bien definidos. Tendí la mano, y también en ella cayeron algunos; los
tiré a la calle por encima de mi cabeza, sin volverme siquiera, tal era mi tensión. Al cabo de
un rato que no medí me cercioré que la tierra había temblado.
22 de marzo. Domingo. Un hombre alto, delgado, acromegálico, descalzo, con un
machete bien afilado sin la vaqueta (o baqueta), hacia las seis de la fría tarde de invierno,
265
llamó con el puño a la puerta de la clínica cuando se hallaba al descender de Las Uvas, en la
salida hacia Guanábano. Después de cada golpe con la mano cerrada, escucha, y la clínica
permanecía en silencio. Un feo joven por la noche, solo una naturaleza tosca, fuerte,
resistente. Flor Frías me buscaba a petición de Nano Liriano. Yo estaba bajo el anciano roble
de la clínica, buscaba el silencio de la tarde, pero la conversación, a distancia, de dos
gallinas que criticaban a una tercera, no me permitía lograrlo.
El deseo de una soledad sin sentido. Enfrentando tan sólo conmigo. Puede que en Las
Uvas lo consiga. Resulta muy difícil vivir en soledad. Servicio de guardia.
23 de marzo. Lunes. Llegó el otoño y luego el invierno. La noche es oscura; llueve y la
tierra se abre para recibir al cielo en su seno y transformarlo en limo.
Entonces recuerdo la escena de la haitiana que tenía su hijo de cuatro años ingresado en el
Morillo King por un cuadro de neumonía, cuando le indiqué a la señora que bañara al
pequeño, ella procedió a cumplir el mandato, pero como se tardaba acudí al baño y la
encontré introduciendo al vástago en el inodoro, obviamente lo bañaba.
Llanto, hambre, desesperación y morir de fatiga y miseria. Si el Estado pagara bien al
médico, consolaría al campesino y nadie miraría al médico como a un enemigo público.
Quirós se emocionaba al decir estas cosas porque amaba a su patria y ansiaba verla bien
gobernada.
24 de marzo. Martes. ¡Qué nación la dominicana, si quisiera! —decía con frecuencia—.
Fuimos a ver a su hijo, a quien la madre, estaba dando el pecho, un seno muy negro y
turgente. La criatura era preciosa.
— ¡Ah! —murmuró su padre —. No vivirá más que 57 años.
25 de marzo. Miércoles. En Las Uvas fue que conocí las pastillas de gallos (o de gallinas),
que en el Cibao la usan para la gripe y cualquier dolor incluido de cabeza y estómago. A las
adenopatías le llaman reuma; al mareo, tontera y cuando una persona tiene hematemesis (con
coágulos) dicen que está vomitando el hígado. Pero lo que más me llamó la atención fue la
opinión generalizada de la población sobre eso de bañarse caliente y la producción del
«pasmo».
Si un niño se asusta o se espanta cuando está durmiendo es porque le está dando
alferecía.121 En los campos dominicanos traducen el susto de los niños, cuando son
121
Enfermedad caracterizada por convulsiones y pérdida del conocimiento, más frecuente en la infancia, e
266
espantados, en «trabo» (tétanos), en estos casos se quema, según la creencia, la primera pieza
de ropa que el niño usó para que se cure de ese mal. Para los ataques de epilepsia u otros
semejantes, se quema la camisa del enfermo, se le da a beber cenizas mezcladas con
aceite de oliva, al mismo tiempo se frota el pecho con «azul de bola» —el colorante que usan
las lavanderas—. El pasmo puede producirse también al entrar en una plantación de guineos
con una herida o llaga en el cuerpo; bañarse con el cuerpo caliente: produce pasmo en la
región del Cibao, en cambio en el sur no ocurre esto; si sufre una herida producida por clavo
no debe pasar por debajo de una mata de javilla porque le da tétanos; cuando las niñas están
en reforma (en formación) no deben comer frutas, porque pueden pasmarse; según la
creencia al niño con fiebre no debe bañarse para evitar el pasmo; si una persona se clava un
clavo, para que no le de tétanos, deberá hervir el clavo y tomarse esa agua, otras veces, se
hace una llama, se echa un clavo, cuando éste está al rojo vivo, igual que la llama, se echa en
un vaso con agua: con esto se evitará tétanos; en algunos campos, tanto de la región sur como
del Cibao, se recolecta orina de varios niños y se pone a hervir con tabaco, luego se le da a
tomar, la creencia es que cura el tétanos. Sentarse en una silla caliente, donde otra persona
estuvo sentada, transmite enfermedades tales como: sífilis, Gonorrea, etc.; ron con tabaco en
una herida para evitar tétanos; bañarse acabado de comer da congestión estomacal. Si se quita
los zapatos y se le tuerce la boca es que se ha pasmado (en realidad es una parálisis facial).
Una de las cosas que debe conocer todo médico pasante y no pasante es ¿cuáles son las
enfermedades que la población padece con mayor frecuencia? Y los términos más
frecuentemente utilizados por esa población. Uno de los problemas a los que me enfrenté con
mayor frecuencia fue al problema de salud denominado por la población como «pasmo».
Existe la creencia, culturalmente establecida en todo el Cibao, de que cuando una persona
está caliente y se baña o se expone a algo frío se pasma. Generalmente esa persona siente un
dolor en alguna parte del cuerpo que lo describe como un «viento». Esto vendría a ser algo así
como un espasmo muscular, por lo que el médico, en la mayoría de las veces, no encuentra
patologías y sólo le recomienda algún analgésico para el dolor.
En Cu-Tu-Pu existía un famoso personaje conocido popularmente como Tilín (Juan
identificada a veces con la epilepsia.
267
Cambiaso) que curaba, entre otras cosas, el pasmo. El médico pediatra Pérez Blanco que
labora en el hospital Luis Manuel Morillo King es hijo de Tilín.
Sallito. Fallecida. Curandera famosa de Río Verde abajo, cuyo ejercicio coincidió con el
de Tilín en Cu-T-Pu. En el propio pueblo de La Vega, era muy visitado Crecencio. Pero los
famosos en todo el Cibao eran los Billín. Ellos aplicaban esteroides y aceite de vehículo
quemado a los enfermos con pasmo.
Intrigado en averiguar la verdad acerca de un secreto traspasado como herencia de familia
a través de un libro que contenía diversos remedios que curaban enfermedades, decidí visitar
a Serafín.
Al llegar a una casa, en Pueblo Viejo, me llamó la atención su jardín. Era el típico jardín
descuidado de las grandes haciendas; el sólido muro de piedra permitía esperar más. En
medio de la hierba crecida distribuidos con regularidad, había cerezos cuyas flores ya habían
caído. A lo lejos se veía la casa de madera y zinc, un extenso rancho bajo. Reinaba ya una
claridad extrema, yo era un huésped inesperado; si el hombre del muro me había mentido,
podía encontrarme en una desagradable situación. Mientras me dirigía al rancho, no encontré
a nadie, pero, ya a unos pasos del rancho, a través de la puerta abierta, vi a dos ancianos de
elevada estatura, hombre y mujer, muy juntos, con las caras orientadas hacia la puerta.
Estaban comiendo una especie de puré en una paila.122 No distinguí más nada, sólo que en la
chaqueta del hombre relucía a trechos algo que parecía de oro. Puede que fueran los botones
o tal vez la cadena de su reloj.
Saludé y, sin cruzar de momento el umbral, dijo: «Busca al señor Serafín», y un joven que
estaba sentado sobre el muro de su jardín me ha dicho que, precisamente en aquel rancho
vivía Serafín. Los dos viejos habían introducido sus cucharas en el puré, se recostaron en el
banco y me miraron silenciosos. Su conducta no era muy hospitalaria. Por ello, añadí:
«Espero que la información que me han dado sea cierta y que no les habré molestado
inútilmente.» Lo dije levantando mucho la voz, porque tal vez los dos ancianos eran duros de
oído.
«Acérquese», dijo Serafín tras unos breves momentos, mientras salía del aposento. Le
interrogué acerca su tratamiento para el pasmo sin obtener respuesta. Sólo porque era tan
viejo, le obedecí, de lo contrario habría insistido en que respondiese con precisión a mi
122
Vasija redonda, grande y poco profunda, de metal.
268
pregunta precisa. Tampoco negó ni confirmó un supuesto libro conteniendo los secretos del
tratamiento del pasmo y otras enfermedades que la había legado su fallecido padre Billín
Coste.
Lo que sí pude averiguar fue la una gran diferencia existente en el abordaje del enfermo
entre Serafín y un médico tradicional. Este personaje (me refiero a Serafín) resolvía el
problema de una manera diferente. Él me llegó a decir que: «De manera tal vez inconsciente
al dominicano le encanta que le digan, cuando manifiesta una molestia, que la tiene y aún
más, que lo que tiene es grave.» Eso era precisamente lo que hacía Serafín.
26 de marzo. Jueves. Recuerdo que en una ocasión, en los primeros días de mí llegada a la
clínica, el señor Chele Sarete se presentó en demanda de atención. Manifestó sentir un dolor
en la extremidad superior derecha, a nivel del hombro. Incluso me informó que había cogido
un viento, es decir, según él tenía un pasmo. Examiné al señor Sarete y al no encontrar nada
anormal, le expliqué la posible razón del dolor e indiqué unos analgésicos.
Una semana después, conversando con Sarete, al preguntarle por su dolor, me informó lo
siguiente: «Seguí muy mai. Tuve que ir donde Serafín, y la sueite mía fue que fui a tiempo. Ei
me dijo que si hubiera ido dos horas más taide mi mueite era segura. Estaba realmente grave.
Pero me dio una toma de la contra para el pasmo y allá mismo se me quitó el doloi.»
Estoy seguro que fue pura casualidad. Yo no estoy seguro de que el porvenir sea de los
ignorantes y los suicidas, lo más probable es que el porvenir no tenga dueño, no sea de nadie.
— ¿Ni de la casualidad?
— No, tampoco de la casualidad; admito que el porvenir pueda ser una abstracción
inescrutable y cerrada.
Nada ni nadie es de nadie, la propiedad es un robo tolerado por una costumbre que dura ya
cuarenta mil años, no puedo seguir pensando en esto porque se me corta la respiración en la
garganta como al melancólico pajarito de los rebledos, por más esfuerzos que hagamos no
podemos admitir, no podremos admitir jamás que la casualidad sea de nadie ni tenga nada,
sea sierva o ama de nadie ni de nada ni esté sometida a nadie ni vinculada a nada, ni siquiera
a Dios ni a la noción de Dios, no es lo mismo sentir que comprender, pido perdón a los
benevolentes espectadores de las ejecuciones en la horca municipal, construida con muy
nobles maderos, sí, con maderas preciosas, pero siempre confusas. Los errores que podamos
cometer son muy dolorosos, todo puede ser perdonado menos los errores, el hombre alienta
269
los vicios conocidos pero rechaza los desconocidos, la mujer suele hacer al revés, la mujer
tolera hastiadamente los vicios habituales pero busca y aplaude los vicios nuevos, por eso
fracasan tantos matrimonios.
En algunos lugares tienen la costumbre de introducir tres veces los dedos en el agua
después de despertarse, porque los malos espíritus se instalan durante la noche en la segunda
y la tercera falange. Explicación racionalista: hay que impedir que los dedos toquen en
seguida la cara, porque con el dormir y los sueños, pueden haber tocado, sin posibilidad de
dominarse, las axilas, el trasero, los órganos genitales. Servicio de guardia.
27 de marzo. Viernes. Viernes en la tarde. Caía la noche, me acuesto bajo un tupido árbol
que se encuentra en el patio de la clínica desde donde veo desaparecer el sol. Poso mi mirada
sobre la copa del árbol donde tres pequeños gorriones estaban ocupados en un extraño juego.
De alguna manera yo sabía que los pajaritos estaban en este árbol incluso cuando miré a su
alrededor después de haber bebido Jugo de carambola, pero, de todos modos, no los había
visto de verdad. El jugo de carambola había borrado todos los contrastes y todas las
diferencias individuales.
Me incliné sobre la hierba. Descubrí un nuevo mundo, más o menos como cuando uno
bucea a mucha profundidad y abre los ojos debajo del agua por primera vez. En el musgo,
entre hierbas y pajas, pululaba un sinfín de detalles vivos. Vi una araña que lentamente y a su
aire buscaba su camino por el musgo… un gusanito rojo que subía y bajaba a toda prisa por
una paja… y todo un pequeño ejército de hormigas trabajando en la hierba. Pero incluso cada
una de las hormigas levantaba las patas a su manera.
Y sin embargo, lo más curioso de todo fue lo que vi cuando me levanté y miré a Aridio,
que seguía de pie delante de la clínica. En Aridio vi a una persona extraña, era como un ser de
otro planeta, o como un personaje de otro cuento. Al mismo tiempo sentía de una manera que
yo mismo era una persona única. No era solamente un ser humano, no era solamente un
médico pasante. Era Rubén Darío Pimentel y sólo yo era eso.
Ahora es el momento de contar la merienda del pasante enamorado que lo invitaron a
almorzar a la casa de doña Clotilde, la madre de la joven a la cual pretendía. Doña Clotilde
vivía en Rancho Viejo, la gente tenía la mala costumbre de mearle el portal y lo ponía todo
perdido, doña Clotilde tomaba el café por las tardes, asistían algunas amigas suyas, unas
viudas y otras no, yo en mi año de pasantía fui por primera vez invitado por el amigo pasante
270
enamorado. No quería ir solo así que me invitó para que le acompañara. Fuimos a la casa. La
casa era tan sensualmente confortable como lo era teóricamente el claustro materno. Aquel
domingo llovía a mares. Hacía hambre. El banquete era grande. La mesa, colocada en el
centro de una enramada techada de cana, estaba adornada de exquisitos platos: carne frita de
guinea, gallina criolla y cerdo, moro de gandules verdes con coco, ensalada, fritos de
plátanos maduros…doña Clotilde siempre gobernó sus favores con mucho condimento. El
primer problema fue que al enamorado se le ocurrió pedir una servilleta en un campo.
Tradicionalmente en estos campos, colocan en una mesita, una ponchera con agua, jabón y
una toalla para que el invitado se lave las manos al iniciar y terminar de comer. El segundo
fue que me llamó la atención cuando tomé un pedazo de carne de guinea con las manos,
porque resultaba muy difícil comerla con cubiertos. Cuando ellos terminaron, como había
comida en abundancia, seguí comiendo como un glotón todos los majares que había en la
mesa, y el pasante me miraba amenazador, quería que yo terminara también. Finalmente,
cuando me había hartado, era tanta la comida que había quedado que se me ocurrió preguntar
a la señora que si tenía una fundita plástica. La señora preguntó para qué. Le dije mi
propósito. Ella preparó todo un plato en un cantinero y me lo llevé al hospital. El amigo no
soportó más y me llamó la atención públicamente ante los anfitriones. En la noche, cuando
me disponía a comerme lo que había llevado, él quiso y le di, pero le recordé su actitud
durante el almuerzo.
Unos minutos más tarde, después que nos disponíamos a retirarnos a nuestras
habitaciones, llegó una joven buscando al amigo pasante y los dos salieron para el cine.
Había sido un día delicioso; había soplado constantemente un viento Norte del Santo Cerro.
El anochecer seguía siendo tibio. Flotaban por el congestionado barrio intensos aromas de
cocina cibaeña, que salían de las ventanas abiertas de las cocinas de todas las casas. Todos los
inquilinos parecían hacer su aportación, aunque fuese pequeña, a la cacofonía general de
ruidos de cacharros, atronar de televisores, discusiones, chillidos de niños y portazos.
28 de marzo. Sábado. Avanzaba la noche y cubría la clínica, el platanar y los rostros de los
hombres. Apareció en el cielo la Osa Mayor; una estrella roja —una gota de vino— quedó
suspendida en el Cibao, sobre Las Uvas.
Pasaron los días, las semanas... y el amigo jamás fue invitado. Perdió la enamorada. En
cambio todos (o casi todos) los domingos, recibía una invitación de aquella familia.
271
La comida, cuando quería adquirir rasgos de fiesta, era una cazuela de gallina. Recuerdo
de un domingo el plato que me ofrecieron era algo para mí difícil de meterle el diente: el
guisado de conejo. Las circunstancias hacían un plato favorito de este animalito nacido para
morir en los laboratorios.
Este deseo que siento casi siempre, cuando me encuentro bien del estómago, de acumular
ideas de grandes atrevimientos en las comidas. Este deseo lo satisfago especialmente ante las
charcuterías. Si veo un embutido con un cartelito que lo define como una sólida salchicha
casera, la muerdo en mi imaginación con toda la dentadura y trago con rapidez, con
regularidad y sin miramientos, como una máquina. La desesperación que este acto tiene
como inmediata consecuencia, aun en la imaginación, acrecenta mi prisa. Las largas sartas de
costillas me las meto en la boca sin masticar, y luego las saco por detrás desgarrando el
estómago y los intestinos. Me como hasta dejarlas totalmente vacías las sucias tiendas de
comestibles. Me atiborro de arenques, pepinos y toda clase de comidas fuertes, malas y
viejas. De sus botes de lata, se precipitan bombones en mi boca como granizo. Con ello gozo
no sólo de mi propia salud, sino también de un sufrimiento que no es doloroso y que puede
pasar en seguida.
Es una vieja costumbre no permitir que circulan benéficamente por todo mi ser unas
impresiones puras, sean dolorosas o alegres, en el momento en que han alcanzado su máxima
pureza, sino enturbiarlas y ahuyentarlas con impresiones nuevas, imprevistas, débiles. No
existe la mala intención de perjudicarme a mi mismo, sino unas debilidades para soportar la
pureza de aquella impresión, unas debilidades que sin embargo no son confundidas sino que
prefiere uno intentar salir del paso con un silencio interior, mediante la provocación arbitraria
de una nueva impresión, en lugar de dejar que se manifestase o de llamar en su apoyo a otras
fuerzas, lo que sería la única actitud correcta.
Así, por ejemplo, el sábado por la noche, después de la lectura de la excelente narración
corta El masacre se pasa a pie de Freddy Prestol Castillo, me dirijo, por el callejón de los
Abréu, hacia donde María Victoria, llego donde ella y la interrumpo y me alegra desde la
siete hasta las diez. No obstante, en lugar de esperar en su hogar lo que vendría después, leía
desordenadamente algunos capítulos de pediatría de Nelson, algo de Medicina Interna, y
finalmente mis anotaciones de pasante; luego me acosté, realmente más satisfecho que antes,
pero insensibilizado. Me ocurrió lo mismo hace unos días cuando volvía de un paseo
272
imitando claramente a un amigo, con la fuerza vital de su entusiasmo aparentemente dirigida
a mi propio objetivo. También entonces leí y hablé en la clínica de muchos temas
entremezclados, y me sorprendió una madre cuando llegó con su hijo más pequeño que en la
tarde de ese mismo día había iniciado vómitos y evacuaciones líquidas, verdosas, mal
olientes, acompañadas de moco, y que ella se lo atribuía al «mal de ojo».
Frecuentemente llevaban a la clínica niños aquejados de lo que los padres atribuían como
«mal de ojo». Generalmente demandaban atención por la entidad, el niño presentaba fiebre,
deshidratación secundaria a vómitos y evacuaciones líquidas. A veces cuando el niño lucía
apagado e hipotónico y sin apetito los familiares se lo atribuían también al «Aojo». Un caso
muy interesante fue el que ocurrió con el hijo de Titín. Ella llevaba un vestido al que los años,
el uso y la suciedad daban una vislumbre gris claro. Cuando llegó llevaba en el regazo su
hijo. Bizqueaba, lo que aparentemente aumentaba la dificultad de dejarla a un lado, cuando le
pregunté la razón de su presencia me contestó:
— El niño tiene mal de ojo.
— Por qué usted dice eso.
— Porque él estaba bien y desde anoche no quiere comer. Y está muy apagado. Además
tiene un ojo (el izquierdo) y el brazo y la pierna izquierdos más cortos que el del lado
opuesto. Además, su garganta se secó agostada por la sed: tiene la baba tragá.
Tomé un centímetro y le medí el brazo y la pierna que la madre decía estar más cortos y lo
comparé con las medidas del brazo y pierna del lado contra lateral. Las medidas fueron
similares. Pero la madre insistió en que ella lo veía más corto. Y aunque se le explicó
detalladamente y se le dieron las recomendaciones de lugar. La señora acudió donde un
curioso para que le santiguara su bebé.
En esta zona al igual que en las demás regiones del país usan diferentes formas para tratar
el mal de ojo, pero en todos los lugares santiguan a los niños que consideran afectados por
esta condición supersticiosa.
El «mal de ojo» ha sido una creencia mágica popular de toda civilización que acabó
incorporándose a la magia de la brujería. Otro nombre que se le daba era el de «fascinación»,
que significa embrujamiento o encantamiento por medio de la mirada. El mal de ojo está
refrendado por Marcos en el Nuevo Testamento: «Del interior, del corazón del hombre,
brotan los malos pensamientos… un mal de ojo». Mateo relacionaba también el mal de ojo
273
con las personas malvadas o brujas: «Si tu ojo es malo, tu cuerpo entero estará lleno de
oscuridad».
Se creía que las brujas podían maldecir a la gente amenazándole con el mal de ojo, o a la
inversa, que las brujas jóvenes podían fascinar a un hombre con una mirada… tipo de magia
que aún practican las jóvenes dentro y fuera de la brujería. Los niños eran especialmente
vulnerables a la mirada feroz de las viejas, cosa que por lo demás es cierto, ya se trate de
brujas o no. El Malleus maleficarum, manual para el procesamiento de las brujas, advertía a
los jueces, que «hay brujas que pueden fascinar a sus jueces, y jactarse públicamente de que
no pueden ser castigadas». El mal de ojo figura en muchos procesos por brujería. En Salem,
Massachusetts, Bridget Bishop fue acusada de mirar a unas jóvenes de forma tal que «al
punto cayeron desvanecidas». La señora Bishop fue ahorcada por tan malvada práctica.
El mal de ojo es uno de los más conocidos maleficios que aún existen en la creencia
popular dominicana. El aojamiento como también se le conoce, es superstición que se halla
tan ampliamente distribuida por todo el mundo que se ha llegado a escribir volúmenes
dedicados enteramente a ella.
El aojamiento puede concebirse como una acción dañina ejercida con la mirada por
individuos dotados de poder sugestivo o hipnótico sobre personas débiles, preferentemente
sobre niños de corta edad. Lo que desata el encantamiento es, según la opinión de los
dominicanos, la exclamación de admiración ante la belleza de una criatura sin que esa
exclamación se acompañe de un «! Dios te guarde!» o un !«Dios te bendiga!». En este
sentido es ya conocido el comportamiento de la antigua Grecia y Roma, donde sus habitantes
se protegían contra el mal de ojo escupiendo en el suelo.
Desde los pueblos primitivos que creían que un espíritu malvado se desprendía de las
miradas de los humanos (algunos pueblos como Egipto y algunas tribus del centro del Brasil,
creen en la influencia de las miradas de algunos animales), para dañar los alimentos, hasta
Grecia y Roma a través de sus civilizaciones, la superstición del mal de ojo ha ido
recorriendo una escala ascendente, hasta originar teorías científicas que ocuparon la mente de
filósofos como Plutarco y Demócrito. «Estaba tan arraigada esta creencia en el espíritu
colectivo, que autores de la seriedad de Plutarco se sintieron inclinados a examinar
científicamente la cuestión» y «basándose algunos filósofos griegos en la autoridad de
Demócrito y haciendo uso de sus argumentos, afirmaban la existencia de ciertas imágenes
274
que se desprendían de los cuerpos en el momento en que éstos caían bajo la percepción de
nuestros sentidos».
Estas emanaciones que se desprendían del cuerpo, según la teoría reinante, llevaban su
maldad al salir por los ojos, tenían la cualidad de producir efectos maléficos. Otra teoría
afirmaba que se desprendían átomos que se propagaban por el aire llevando fuerzas
suficientes para realizar los deseos del que los emitía. A estas emanaciones hoy se les
conocen como «auras».
Así nació la superstición del mal de ojo, que ha pasado a todas las razas, que tiene un
nombre en todos los idiomas y que sin duda alguna vino a América con los conquistadores
españoles mezclándose con las supersticiones indígenas, pues en la vida de El Buscón de
Francisco de Quevedo y Villegas, la encontramos consagrada en toda su amplitud, cuando
dice: «Puesto en él los ojos, lo miré con tanto ahínco, que secó el pastel, como a un aojado»,
como también en «El Diablo Cojuelo» de Vélez de Guevara y en «La Perfecta Casada» de
Fray Luis de León.
Algunas teorías modernas dan por cierta la influencia de las miradas, ya no como
superstición, sino como fuerza sugestiva que influye en el Sistema Nervioso de las personas
sensibles y que puede ocasionar perturbaciones fisiológicas. Dice a este respecto J.
Rodríguez López, en su obra Supersticiones de Galicia, hablando del mal de ojo:
Es indudable que el alma hace elaborar a la célula nerviosa cerebral un fluido, que sale por los ojos, con
vibraciones más o menos intensas, según el cerebro que la produce, y cuyas ondulaciones alcanzan, por este
motivo, a mayor o menor distancia, pudiendo ser percibida por otros ojos receptores, y aun es posible que otro
cerebro las reciba, aunque con menos intensidad, teniendo el individuo sus párpados cerrados.
La sugestión a distancia con la mirada, acompañada o no de la palabra y de los ademanes, es cosa resulta y
comprobada, como fenómeno natural y fisiológico.
Pues bien; si la antipatía hace brotar por los ojos un fluido que molesta, el odio, y sobre todo el producido por la
pasión de la envidia, pudiera causar alguna perturbación psíquica en los niños, cuyo sistema nervioso es tan
sensible, que casi no está desarrollado más que para sentir y expresar manifestaciones de afecto o de miedo.
El mismo autor hablando de D. José Jorge de la Peña, ilustradísimo médico lucense, de
memorable recuerdo, escribe en 1842: «Como quiera que sea, insistido en la posibilidad del
daño que en este concepto puede causar la pasión de una secreta enemiga, y esto lo conocían
275
los antiguos cuando colgaban del cuello y de las muñecas de los niños dijes123 de plata o
azogue,124 u objetos brillantes que fijasen la atención de las primeras miradas de la envidiosa.
Tal parece haber sido el verdadero origen de los amuletos e higas (dije en figura de puño que
se usa como amuleto), hasta cierto punto convertidos después en los relicarios (Caja o
estuche para custodiar reliquias, medallón) bordados que se ponen a los niños».
Así como abundan teorías para justificar el mal, también había teorías profilácticas para
defenderse contra él, desde el amuleto más sencillo hasta el «ojo fascinador» de complicada
estructura.
En la edad media la gente nombraba a Dios cuando alguien les elogiaba algo, por si había
alguna envidia y más valía precaver que tener que remediar. Esta misma medida preventiva
se usa en Andalucía (España), en donde es común achacar a brujas y gitanas el aojamiento de
los niños. La frase: !Dios te bendiga y te libre de malos ojos!, deberá repetirse hasta perder de
vista a la presunta autora del maleficio. Todo parece indicar que tal rito haya pasado de la
región andaluza.
Según la creencia la fascinación se produce voluntaria o involuntariamente. En este
último caso, las personas con facultad para ocasionar el mal de ojo ignoran su poder. De ahí
la frase mencionada, que se pronuncia a modo de rito exorcista para evitar que el niño, a
quien se dirija el elogio, se vea aquejado por dicho mal.
La creencia en este maleficio tiene una larga tradición, particularmente en España. Del
siglo XV es el tratado del aojamiento o fascinología de Enrique de Villena, quien lo define
como vileza del espíritu visivo, impresión de más lejos y difusión». El marqués de Villena
recopila todos los remedios tenidos por buenos en su época para conjurar el mal, los cuales
clasifica en tres categorías: supersticiosos, virtuales y calitativos. Entre los primeros figura el
pegar o colgar de los cabellos de los niños espejuelos, conchas, reliquias, etc. Los segundos
comprenden
oraciones, conjuros y signos cabalísticos, etc., plantas con las cuales se
purifica el aire y se recomienda el espíritu del que atrae el mal de ojo.
Otro autor español, fray Martín de Castañega, afirma que el aojamiento es un hecho
natural, una propiedad humana que consiste en expeler, como el sudor, las impurezas más
sotiles del cuerpo. El fraile recomienda en su tratado de las supersticiones y hechicerías que
123
124
Adorno, joyas, alhajas pequeñas.
Nombre vulgar del mercurio.
276
se proteja a los niños de las miradas y besos de las mujeres en regla, tal como un siglo antes lo
había hecho el marqués de Villena, y más aún de las mujeres viejas, que por no reglar
«purgan más por los ojos».
Los mismos aojadores o individuos mágicamente cualificados pueden curar el mal de
fascinación. En Santo Domingo el método comúnmente empleado para prevenir y curar el
mal de ojo consiste en colocar a un niño un pedazo de azabache santiguado, ya en la ropa o en
forma de medalla. Si el azabache se extravía o daña hay que sustituirlo por otro, pues ha
perdido sus propiedades. Otro remedio, suministrado por un brujo de Santiago Rodríguez,
requiere el siguiente ritual: «Se toma el agua utilizada por una mujer negra para su aseo
vaginal, se le echa ruda y yerba buena, se cuela y se le da a beber al ojeado, quien la tomará
con la cabeza para abajo mientras un ensalmador lo llama tres veces por su nombre y, luego,
dice: -Te ensalmo, te desensalmo y te dejo ensalmado con la gracia del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.»
Los desojeadores españoles emplean medios muy diversos según la región. En
Guadalajara (Castilla), el mal de ojo se libra dejando secar por tres días el rabo de una
lagartija y colocándolo luego en una bolsa a modo de amuleto. Para diagnosticar el daño, los
asturianos miden, con un hilo, la distancia entre los extremos de los dedos de la mano y el
pecho. Se hace lo mismo con el otro brazo y después desde los pies a la cabeza. Si las
medidas son desiguales, el diagnóstico es positivo. En Orense, Galicia, se utiliza como
amuleto el cuerno de una vaca, un ojo a un colgante de azabache. Este amuleto se emplea
también en algunos pueblos asturianos.
En algunas tribus africanas es donde encontramos más extendida la creencia en el mal de
ojo; casi todas ellas creen en esta superstición como si se tratara de un hecho comprobado; de
tal modo es así, que se toman medidas para evitarlo en la misma forma que las de seguridad
pública. De acuerdo con sus creencias hay seres que nacen con la facultad de dañar y como
medida de seguridad deben ser eliminados del grupo; cuando un niño nace con alguna
anormalidad o cuando los dientes superiores nacen primero, se le sacrifica, pues es portador
de todos los males y especialmente el del mal de ojo; si nada indicaba que este principio
maléfico se desarrollaba en el niño y ha convivido en el grupo produciendo el mal, algunas
tribus lo consideran como hechicero y lo obligan a que lo cure y otras lo expulsan,
condenándolo a vivir como un paria. Entre los Mandari del Sudán del Sur, la mayoría de los
277
brujos están asociados al mal de ojo.
En la obra La mentalidad primitiva, de Lucien Levy Bruhl, encontramos relatada esta
superstición en las tribus del África, de la manera siguiente:
Se llama Kiliba (Kiliba-itabwa) a los niños cuyos dientes superiores aparecen primero. Son hijos de la
desgracia; a menudo se los mata, ya se arrojándolos al agua, o exponiéndolos durante la noche a las fieras. Es la
madre misma quien, avergonzada de tal progenitura, realiza esa tarea. A veces encarga hacerlo a una comadre
cualquiera. Otras veces el amor maternal es más fuerte y el hijo es conservado. Más tarde es vendido como
esclavo. Es él quien causa toda las desgracias que ocurren en la aldea; tiene el mal de ojo… El padre de un kiliba
es burlado a cada instante. Se le reprocha haber engendrado un Kiliba.
La relación del niño anormal con el mal de ojo es instructiva. El niño cuyos dientes superiores han aparecido
primero, es como el jettatore, portador de un principio nocivo cuyos efectos se hacen sentir sobre quienes lo
rodean». Para protegerse contra él, se lo suprime, o en ciertas tribus, se contentan con alejarlo o aislarlo. El
tratamiento que se hace sufrir a estos niños anormales, o considerados como tales, parece a los europeos una
crueldad horrible, perversa. Pero los indígenas no comprenden este sentimiento de horror. A sus ojos, se trata de
una medida de seguridad pública; si el principio maléfico no es puesto fuera de la posibilidad de dañar, la
miseria, la enfermedad, la muerte, se van a desencadenar. Entonces no podrían dudar. Pero antes que matar al
desgraciado niño, se lo darán a los árabes. Es suficiente con que el grupo social no tenga más ningún contacto
con él. 125
Es creencia general, que ciertas personas, ya porque tengan un mirar especial, ya por una
125
Este mismo autor hace un comentario sobre esta bárbara costumbre de sacrificar los niños que tienen algunas «sociedades
altamente desarrolladas» bajo pretexto de que no serán útiles a la patria, pero que en realidad son dominadas por una «rata
mística»: Todo esto aclara la costumbre extendida por el mundo entero, y no solamente en África, de deshacerse de los niños
que presentan ciertas anomalías. Todavía subsiste en sociedades altamente desarrolladas. En general se dice que quieren
eliminar de inmediato los individuos que no prometen ser sanos y vigorosos como los demás, y que no pueden tener a su
alrededor incapaces de defender la ciudad. Esta explicación ha podido ser dada en Lacedemonia y aceptada por los
espartanos en la época histórica, Pero, con seguridad, no son hechos de esta ciase los que originaron la costumbre. En todas
partes en que hemos visto sacrificar a los niños de corta edad, o al nacer, no era por causa de una tara física que no les
permita llegar a ser adultos vigorosos, era lo mas a menudo, con motivo de una tara mística que involucraba una peligro para
el grupo social. E1 niño que han ahogado o que han expuesto a las bestias salvaje porque presentaba primero los pies al
nacer, o que le aparecían los incisivos superiores antes que los de abajo, podía por otra parte estar perfectamente constituido,
ser sane y fuerte. Por más que prometiera ser un miembro vigoroso y robusto del grupo social, esto no le salvaba de una
muerte inmediata, mientras que otros niños, más enclenques, pero exentos de anomalías sospechosas, son perdonados, y
continúan viviendo bien que mal. Si entre los adultos de una sociedad inferior, se ven pocos o ningún individuo que presente
taras físicas (lo que siempre es el caso), no debe deducirse que se hayan desembarazado de ellos desde su nacimiento. La
mortalidad infantil es muy grande en esas sociedades. Debe arrebatar ante todo los niños peor constituidos y los menos
capaces de resistir la pésima higiene y las enfermedades. Pero estas sociedades no eliminan con un pronóstico deliberado,
por las anomalías, como los niños considerados peligrosos en virtud de razones místicas. Y quizás, si supiésemos
exactamente qué niños eran condenados a su nacimiento entre los lacedemonios, veríamos que todavía la selección se hacía
en la ciudad griega, según el mismo principio.
278
deformidad física en los ojos, producen el mal de ojo, y con la misma creencia que tenían los
antiguos; no basta tan solo la mirada, es necesario la envidia o la maldad, aunque no se
manifieste con palabras, es suficiente el deseo.
29 de marzo Domingo. Por la mañana. No existe la maldad; has cruzado el umbral; todo
es bueno. Otro mundo, y no tienes que hablar.
En la República Dominicana el mal de ojo se ha asociado muy frecuentemente con
trastornos que producen postración, tales como la Enfermedad Diarreica Aguda, la
deshidratación grave y la meningitis, entre otras. Según se ha podido determinar, a través de
creyentes y curiosos, un niño aojado presenta entre otras características las siguientes:
vómitos, evacuaciones líquidas, fiebre, postración, un ojo y un miembro inferior y/o superior
más pequeño que el otro.
Esta entidad, según sus defensores, es curada sólo por curiosos, curanderos o brujos,
debido a que «los médicos no conocen nada de la misma».
Una de las formas más utilizadas para tratar el mal de ojo en la República Dominicana es
santiguando (oraciones consistentes en hacer la señal de la cruz con la mano derecha) al
afectado.
Generalmente el niño es santiguado en tres ocasiones, sucesivas, aunque en algunos casos
sería necesario agregar bebedizos, ensalmos y friegas, para lograr la curación total.
Una encuesta dirigida a 10 000 personas mayores de 18 años de la provincia de La Vega,
reportó que el 95 por ciento de ella cree en la existencia del mal de ojo y apenas y 5 por ciento
afirmó no creer en dicho mal. Otra encuesta realizada en Padre Las Casas, Azua, en 1 984,
reportó un 74 por ciento de creyentes. Según los entrevistados en Padre Las Casas, existen
dos tipos de mal de ojo, el propiamente dicho que mata en cuestión de minutos a horas, y el
ojeado que puede durar días, siempre y cuando no se dejen pasar los días marcados, como son
los tres viernes o tres martes, pues en tal caso el niño muere de inmediato.
Algunas formas de prevenir el mal de ojo son, entre otras: a) Colocar a los recién nacidos
una tira roja con un mate y un colmillo de perro para evitar el mal de ojo y que se trague la
baba, b) decir en el pensamiento: «boca de peste», «el culo para tu boca».
Según la creencia también se puede aojar a las plantas, animales, sembrados, etc. Según
me comentó Alcibíades de León de Bohechío, San Juan de la Maguana, para proteger los
conucos y los sembrados del mal de ojo los creyentes colocan una osamenta de la cabeza de
279
un animal muerto como por ejemplo de vaca.
También la mayor parte de los primitivos creían que las epidemias o las enfermedades, si
no eran el resultado del mal de ojo de un viviente, podían ser causadas por el descontento o la
cólera de un difunto.
Una mujer en estado de gravidez se halla de continuo bajo el efecto de un poder maléfico
que emana de ella sin saberlo; tiene siempre el mal de ojo. En algunos lugares como Nueva
Guinea Holandesa, lo mismo que entre los bantúes de África del Sur, es portadora de la
brujería de idéntico modo que un contagioso lleva sus bacilos. «Simplemente mirando a
alguien puede hacerlo caer enfermo.» A su paso por un jardín los frutos caen del árbol; si
entra en un establo, los corderos y becerros mueren; en el gallinero, los huevos puestos se
rompen.
30 de marzo. Lunes. Durante mi año de pasantía conocí un médico de sesenta y cinco
años, de una fuerza gigantesca, que fue gran bebedor y duro de cabeza; siempre tiene fe y
siempre tiene dudas. Debió ser muy divertido cuando, una vez, durante un congreso en Santo
Domingo, mientras cenaban en el Jaragua en una noche de luna y se les apareció
inesperadamente el doctor M, él se escondió aterrado, con su vaso en la mano, detrás de un
barril de cerveza (aunque el doctor M no se enfadó por ello).
Puede que no sea el primer investigador actual del espiritismo, pero sólo a él le han
asignado la tarea de armonizar la teosofía126 con la ciencia. Por esta razón lo sabe todo. —A
su pueblo natal llegó una vez un botánico, gran maestro del ocultismo. Fue él quien le
iluminó.
—El hecho de que yo fuese a ver al doctor M me fue comentado por la dama, cuando en ella
se manifestaron los primeros atisbos de gripo, le pidió un remedio al doctor M, se lo recetó a
la dama y la curó inmediatamente. —Una sanjuanera se despidió de él con un ¡Abur! El
doctor hizo un movimiento con la mano a espaldas de ella. Ella murió a los dos meses. Otro
caso parecido en Santo Domingo. —Un médico de Santo Domingo cura con colores que
decide el doctor M. También envía enfermos a la pinacoteca127 con la orden de concentrarse
durante media hora, o más, ante un cuadro determinado. Otro médico, también en Santo
Domingo, le pone un aparato a los pacientes y es capaz de observar su dolencia, por ejemplo,
126
127
Doctrina de varias sectas que presumen estar iluminadas por la divinidad e íntimamente unidas con ellas.
Galería o museo de pintura.
280
a un joven fue capaz de verle «una vena epiléptica en el cuello», luego le solicitó un poco de
orina, echó una gota en un porta objeto, la observó a través de la luz solar de una ventana y le
dijo que tenía dos cruces de sífilis. Servicio de guardia.
31 de marzo. Martes. Pero estos fueron tiempos pasados. Ahora doy un salto en la sabana
de la historia y me traslado a los tiempos de mi pasantía en Las Uvas. Una tarea delicada, un
ir-puntillas por una viga resquebrajada que hace de puente, no tener nada debajo de los pies,
acumular trabajosamente con los pies el suelo sobre el que se va a caminar, no andar más que
sobre el propio reflejo que uno va debajo en el agua, mantener unido el mundo con los pies,
arriba en el aire, contraer convulsivamente las manos para poder aguantar el esfuerzo.
Para ejercer desechar los malos ejemplos. No repetir, como en las escalinatas del templo
está un sacerdote y todas las súplicas y quejas de los fieles que van a verle las transforma en
oraciones, o mejor dicho, no transforma nada sino que repite muchas veces en voz alta lo que
le dicen. Por ejemplo, llega un comerciante y se queja de que hoy ha tenido una gran pérdida
y de que debido a ello se hunde su negocio. Entonces el sacerdote se arrodilla sobre una
grada, ha puesto sobre otra grada más alta las palmas de las manos y mientras reza se
balancea en una y otra dirección: «A. ha tenido hoy una gran pérdida, su negocio se hunde. A.
ha tenido hoy una gran pérdida, su negocio se hunde», y así sucesivamente.
1 de abril. Miércoles. Los descubrimientos se han impuesto a los seres humanos. El
paciente que regresó luego de un descanso para restablecer sus delicados pulmones.
Incomprensiblemente, como suelen hacer a veces los enfermos de los pulmones.
A eso de las seis de la tarde, a la puesta del sol, al ocaso, cuando escuché los golpes a la
puerta de Flor. El esposo de la profesora Ramona Liriano necesitaba de mí. Nano tenía un
hipo de varias horas que según él no cedía con nada. El hipo es un movimiento convulsivo del
diafragma que produce una respiración interrumpida y violenta y causa algún ruido. También
significa encono, enojo y rabia con alguno: «tiene un hipo con su vecina, que nada de lo que
hace le parece bien.» Había oído que había diferentes maneras de abordar esta condición. Le
administré, por una vena, una ampolla de diazepan de diez miligramos y problema resuelto.
Había visto administrar Clorpromacina intramuscular, introducir un levine e incluso lo había
escuchado (nunca lo había visto) que a algunos pacientes el hipo era tan difícil de tratar que
era necesario anestesiarlos. En los niños es muy común que las madres le coloquen un hilo
blanco ensalivado en la frente, una moneda de a centavo también en la frente, una cucharada
281
de azúcar crema, detener la respiración por unos instantes, tomarse un vaso de agua o
provocarle un susto. Otra día, estando en la sala de espera de la clínica observé una señora
que lanzaba a su pequeño por los aires para luego apararlo. Cuando le pregunté por qué lo
hacía, me dijo que era para que el niño se asustara y se le quitara el hipo. Déjenme decirles
que el hipo de aquel niño se le quitó ¿A quién no se le quitaría?
Esta escena del niño con hipo hace florecer en mí la idea de un adiós a la juventud. Tal
como yo estoy ahora, cómo puedo alcanzar ese mismo nivel; tendría que andar buscando un
año entero para hallar en mí un sentimiento auténtico, y he de tener derecho a permanecer
sentado en mi escritorio de médico pasante, en Las Uvas, hasta altas horas de la noche,
torturado por las ventosidades de una digestión que es mala a pesar de todo, frente a una idea
tan torturadora y grande.
Una señora de Las Yerbas me comentó que a su marido lo metieron en la chirola119 por
razones políticas, primero unos y después los otros, su marido tenía una tía monja y otra
sindicalista, con las ideas no se debe jugar porque pueden estallar en la mano.
Ahora vuelvo a escribir, escribo en papel de periódico, que es sin duda el mejor, no sé yo
cuántos cuartillos llevo, para contar naufragios y hundimientos lo más prudente es buscar
soportes innobles y humildísimos, soportes que no resistan el paso del tiempo, para aguantar
ya estoy yo que aguanto mucho, que aguanto más que nadie, sólo pido a Dios que no me
mande todo lo que puedo aguantar sin mover un solo músculo de la cara, un solo nervio de la
cara, ni siquiera los de los ojos, no probé nunca, pero creo que podría aguantar más dolor que
un jabalí, más aprobio y todavía más humillación que un jabalí. Las enfermedades no
respetan el talento, un genio puede morir de la misma enfermedad que un estúpido y a una
virgen le puede matar el mismo cáncer que a una puta, la muerte ni distingue ni razona sino
que se limita a segar, todas las ilusiones con su guardama, también todas las esperanzas y
todos los descuidos y torpes desvíos.
Pero este hombre mientras tuvo preso, parece que se enfermó. Una tarde lluviosa se
presentó a la clínica de Las Uvas y me dijo: «probablemente estoy enfermo; desde ayer me
escuece todo el cuerpo. Por la tarde tenía una cara tan caliente y de tantos colores distintos,
que mientras Luis Reinoso me cortaba el pelo, temí que los presentes en la barbería, que
podían verme continuamente a mí y a mi imagen reflejada en el espejo, descubriesen en mí
119
Prisión, cárcel o encierro (N del A).
282
una grave enfermedad. También la relación entre estómago y boca ha quedado parcialmente
destruida; una tapa del tamaño de una moneda de a chele120 me sube o me baja, o se me queda
abajo e irradia unos efectos opresivos, que se propagan, que se extienden por el pecho en su
superficie.
Es evidente que su estado físico constituye un obstáculo fundamental para su
progreso—le dije—. Con semejante cuerpo es imposible llegar a nada. Tendrá que
acostumbrarse a sus constantes renuencias. A causa de las últimas noches, llenas de
arrebatados sueños, en las que apenas si ha dormido a trechos, se ha sentido esta mañana tan
falto de coherencia; no sentía otra cosa que su frente, veía un estado medianamente
soportable, situado mucho más allá del actual, y le hubiera gustado acurrucarse sobre las
losas de cemento del corredor, con las actas en la mano, de tan dispuesto como estaba a morir.
Su cuerpo es demasiado largo para sus flaquezas, no tiene la menor cantidad de grasa para
producir un calor beneficioso, para preservar el fuego interior, ninguna grasa de la que el
espíritu pudiese alimentarse al margen de las necesidades diarias más indispensables, sin
perjudicar el conjunto. ¿Cómo puede su débil corazón, que a menudo se ha atormentado
últimamente, impulsar la sangre a través de toda la extensión de estas piernas? Bastante
trabajo debe tener para hacerla llegar hasta las rodillas, y luego ella se limita a irrigar las frías
pantorrillas con una fuerza senil. Y he aquí que ahora vuelve a ser necesaria en la parte de
arriba; uno espera que suba, pero ella se desperdicia allá abajo. La longitud del cuerpo hace
que todo se desperdigue. ¿Qué rendimiento puede dar si —aunque fuese más compacto—tal
vez no tendría fuerzas suficientes para lo que quiere conseguir?
La gran fuga tuvo lugar después, cuando los pulmones de Manuel ya estaban casi limpios
de lodo verde, gracias a los cuidados de que le ofrecía.
Cuando digo algo, pierde inmediata y definitivamente su importancia; si lo escribo la
pierde siempre, pero a veces adquiere una nueva.
2 de abril. Jueves. Hermosa mañana. Calor en la sangre. Los efectos de un rostro pacífico
de una charla tranquila, especialmente de una persona desconocida, cuyas intenciones aún no
se han adivinado. La voz de Dios en una boca humana.
3 de abril. Viernes. Chequeo de niños sanos. Qué bueno es trabajar con estos niños. Si
quieres introducirte en una familia extraña, buscas un amigo común y le pides el favor. Si no
120
Equivalente a un centavo de peso dominicano.
283
encuentras a nadie, te armas de paciencia y esperas una ocasión favorable.
En la pequeña localidad en que estamos, no faltará la ocasión. Si no se presenta hoy,
seguro que se presenta mañana. Y si no se presenta por eso no vas a sacudir las columnas del
universo. Si la familia soporta el verse privada de ti, tú, desde luego, no vas a llevarlo peor
que ellos.
En todo caso es evidente, pero J. no lo entiende. Últimamente se le ha metido en la cabeza
que tiene que introducirse en la familia del propietario de la hacienda, pero no lo intenta a
través de las relaciones sociales, sino por vía directa. Tal vez le parezca muy difícil la vía
normal, y en eso tiene razón, pero la que él intenta seguir es desde luego impracticable. Con
esto no es que yo quiera dar excesiva importancia al hacendado. Un hombre honorable,
sensato y trabajador, pero nada más… Servicio de guardia.
4 de de abril. Sábado. Falta de sensatez de la juventud, miedo a la juventud, miedo a la
falta de sensatez, a la insensata ascensión de una vida inhumana.
«Tiene la libre movilidad de la vida espiritual que, en las cambiantes circunstancias de la
vida, sorprende una y otra vez con facetas inéditas, como sólo las poseen las creaciones de los
verdaderos poetas.»
Absoluta incomprensión de uno mismo. Poder abarcar el volumen de las propias
facultades como una pequeña bola. Aceptar la mayor decadencia como algo conocido y así,
dentro de ella, seguir manteniéndose elástico.
Deseo de un sueño más profundo, que disuelve más. La necesidad metafísica no es más
que necesidad de muerte.
5 de Abril. Domingo. Acudí a una gira a Acapulco. Y se olía ya el curso ancho, celeste y
tranquilo, del río Yacuey donde se encontraba el balneario Acapulco.
El río corría tranquilo entre las praderas y campos, desde las montañas más alejadas. Aún
daba el sol en el declive de la orilla opuesta. Las últimas nubes se alejaban bajo el puro cielo
del crepúsculo. Emana el recuerdo.
Recuerdo que los alimentos me llegaban enarenados a la boca, lo que no me importaba
mucho. Lo que me preocupó fue el momento apocalíptico en que nos sumergimos al agua.
Lejos de la cascada del río, el agua nos salpicaba a todos con sus latigazos de frío. Y creíamos
temblando que el dedo del río nos arrastraría hacia lo profundo. Cuando ya con los dientes
castañeteando y los labios amoratados logramos salir del martirio.
284
Juanita, se quedó retrasada y salió hacia el balneario «cogiendo bola». Estando en la
autopista Duarte, frente a radio Santamaría, paró un camión.
— ¿Me llevas?
— Sube. ¿Adónde quieres ir?
— A Acapulco.
— Venga, sube.
El camionero iba en camisa y fumando un cigarrillo, tenía el pecho recio y peludo, los
brazos poderosos y tatuados, el cuello fuerte y la cabeza grande, del sobaco le nacía una
pelambrera más que cumplida y tenía también la voz solemne, grave y armoniosa, hablaba
como un canónigo. Al llegar al cruce de San Francisco de Macorís se metieron por la vía que
conduce al balneario a buscar el río Yacuey, se pararon en la linde de la montaña, justo donde
empiezan los pinos.
— ¿Te quieres bañar?
— Sí.
— ¿Trajiste traje de baño?
— No, yo me baño desnuda si tú me defiendes.
El camionero se llamaba Saturnino y tenía un sexo descomunal, muy cumplido y bien
dibujado, Juanita jamás había visto nada parecido, Saturnino no se anduvo con mayores
miramientos y Juanita lo dejaba hacer, Saturnino tumbó a Juanita sobre la yerba y le clavó
violenta e inevitablemente lo mandado, Juanita no podía ni respirar, tampoco hubiera querido
ni respirar, pero gozó casi con fiereza, gozó seguido y no alentando más que lo preciso
durante mucho tiempo.
— ¿Tienes bastantes, señorita de la mierda?
Juanita sonrió, lo besó en la boca y le dijo que no, que no tenía bastante, que son los
hombres los que se cansan de amar, los que se hartan de amar, los que se aburren y al final se
espantan de amar. Juanita se echó a llorar y Saturnino se quedó medio desorientado; como no
sabía lo que hacer, se subió al camión y se fue por la carretera abajo, a seguir rodando y
rodando, con el azoramiento olvidó preguntarle el nombre a Juanita.
Juanita era una mujer guapa, se parecía a Mariasela Álvarez, tenían las dos el mismo estilo
elegante y despótico, los hombres volvían la cabeza al verla pasar por la calle, pero a la pobre
le sirvió de poco tanto éxito porque las cosas acabaron rodándole mal. Fumaba sólo por
285
coquetería y, eso sí, bebe todos los días sus cervezas. Juanita era simpática, graciosa y
habladora, Juanita también sabe sus cosas y las maneja con oportunidad, las dosifica con
acierto y prudencia, Juanita es muy extrovertida, pero sabe ser discreta cuando quiere. Tuvo
tres hijos. Sus hijos tienen mucha confianza con ella, más las hijas que el hijo, eso les pasa a
todas las madres, y ella les regala vestidos y zapatos y se cobra en cariño y complicidad, hay
una complicidad tácita que es muy peligrosa y puede conducirnos al crimen incluso con
suavidad, con mucha suavidad. Juanita cuidaba mucho su físico, lo cuidó toda su poca vida
hasta que se desinfló. Varios años después, siendo aún joven, Juanita murió. Nunca se supo
qué la mató, dicen que fue el fantasma del sida. En el año 1969, en julio de 1969, el hombre
llegó a la Luna y pudo ampliar aún más todavía el ámbito de su necedad, el hombre no sabe
gobernar, ni pacificar, ni alimentar la Tierra, tampoco sabe curar o prevenir el cáncer o el
sida, entonces aún no había sida, pero acierta con el camino de la Luna, cada vez es más
dilatado y vergonzoso el horizonte de su estúpido orgullo.
A Jorge Manuel, cuando ya no era ningún niño, empezó a fallarle el matrimonio, nadie
sabe por qué ni por culpa de quién y eso tampoco importa, bien mirado eso tampoco, en eso
pueden influir muchas cosas, el aburrimiento en primer lugar, el sistema nervioso, las
diferentes costumbres, el olor del aliento, también puede ser que a uno de los dos o a lo mejor
a los dos a la vez les entren las ganas de juerga no doméstica, usted ya sabe lo que quiero
decir, o le dé la vena de querer arreglar el mundo, eso es peor porque terminan trabajando de
balde y sin mayor provecho, para eso están la convivencia armoniosa, el incremento de la
energía vital, la ingestión de alimentos naturales, los paseos contemplativos, etc., los
redentores mueren siempre en la cruz, poco debe importarnos, el caso es que la pareja, en vez
de conformarse, que hubiera sido lo decente, también lo prudente y lo acostumbrado, se
separó de mutuo acuerdo, se conoce que ninguno de los dos tenía principios y que ambos
eran medios soñadores. La mujer se mudó, con su prole, al hogar materno. Era la moda
entonces. Bueno, en algunas familias, no en todas.
6 de abril. Lunes. Por la mañana, consulta, nada fuera de lo común. Por tarde, lo mismo.
Las once de la noche. Por primera vez desde algún tiempo dejo a un lado el diario. Sensación
de un hombre puesto a prueba.
7 de abril. Martes. Descubrimiento de la mezquindad, incapacidad para tomar decisiones,
envidia y odio de algunos colegas, a quien deseo apasionadamente lo mejor. Por el mediodía,
286
partida hacia el Servicio de guardia.
8 de abril Miércoles. Ayer, mientras me encontraba de servicio llegaron los
medicamentos. Al atardecer. Estoy inquieto y lleno de ponzoña. Ayer, antes de dormirme,
tenía en la parte superior izquierda de la cabeza una llamita fría y trémula. Sobre mi ojo
izquierdo hay una tensión que ha adquirido ya carta de naturaleza. Al pensarlo, me parece
que no podría aguantar más en la clínica, ni aunque me dijeran que iba a ser libre dentro de un
mes. Y sin embargo, en la clínica cumplo generalmente con mi obligación, me siento
bastante tranquilo cuando puedo estar seguro de la satisfacción del Dr. García Cruz y no
considero que mi situación sea tan terrible.
9 de abril. Jueves. Aquella etapa de mi vida de médico pasante coincidió con algunos
médicos pasantes de la Ucamaima128 Nicolás Rodríguez que hacía su pasantía en la clínica
rural de Barranca, posteriormente supe que se hizo urólogo y ejerce en Santiago de los
Caballeros; Pablo Camilo, el pasante de los bigotes, estaba en la clínica rural de Rancho
Viejo; siempre dijo que sería reumatólogo no volví a saber de él, pero antes de publicar este
libro indagué sobre el aquel sueño de Pablo Camilo: Supe que es todo un excelente
reumatólogo allá en la ciudad de los treinta caballeros.
Algunos eran aún estudiantes de la Ucamaima que hacían el internado en el hospital, tal
como el pequeño y siempre activo Iván Mercader, tampoco lo he vuelto a ver, pero he sabido
que es neurólogo y que también ejerce en Santiago.
10 de abril. Viernes. Un paciente me dice: «Antes, cuando tenía un dolor y pasaba, me
sentía feliz; ahora, sólo me siento aliviado, pero tengo esta amarga sensación: Quién pudiera
estar sano, sólo esto.»
11 de abril. Sábado. Yo he dicho que al inicio no había mucho qué hacer, pero yo lo hacía
a conciencia. Llegó un momento en que todo el día, me lo pasaba ocupado, había mucho que
hacer, y también a conciencia. Me sentía orgulloso de mi trabajo, aunque sufría cuando se
aparecía, ocasionalmente, un supervisor de la regional. Servicio de guardia.
12 de abril. Domingo. Visita del tío que vive en Moca. El domingo pasado también me
visitó, pero no me encontró. La desdicha de estar empezando siempre; la falta de ilusiones
sobre el hecho de que todo es un principio y ni siquiera un principio; la necedad de los demás,
que no lo saben y que, por ejemplo, juegan voleibol para conseguir simplemente abrirse paso,
128
Universidad Católica Madre y Maestra.
287
para enterrar la propia necedad en sí mismos, como en un ataúd; la necedad de los demás, que
creen ver en él u ataúd verdadero, un ataúd que se puede transportar, abrir, destruir, cambiar.
Allá, en la cancha, con los jóvenes. Sin envidia. Imaginación suficiente para compartir su
felicidad, bastante sensatez para saber que soy demasiado débil para dicha felicidad, bastante
estupidez para creerme capaz de conocer su situación y la mía. Insuficiente estupidez; hay ahí
una grieta mínima; el viento sopla por ella e impide la plena resonancia.
Si tuviera el gran deseo de ser un ágil atleta, esto equivaldría probablemente a desear ir al
cielo y poder ser tan como aquí.
Por míseras que sean mis aptitudes, «en igualdad de condiciones» (especialmente
teniendo en cuenta la debilidad de mi voluntad para el juego) y aunque estas aptitudes sean
las más deplorables de la tierra, estoy obligado a hacer con ellas lo mejor que pueda. Sería un
puro sofisma decir que con ellas sólo se puede alcanzar una cosa y que esta cosa sería la
mejor, aunque se trate del voleibol.
13 de abril.. Lunes. Ayer a mediodía, cuando llegué a casa de M, oí la voz de su hermana
que me saludaba, pero a ella no la veía, hasta que su débil figura se desprendió de la
mecedora que se hallaba ante mí.
14 de abril. Martes. El médico, un oficial de risa estudiada, enajenada, lloriqueante, de
aire campechano. Anda de un modo enérgico y rápido. Seguidor de Marcelino Vélez
Santana. Un rostro creado para la seriedad. Afeitado, labios hechos para ser apretados. Sale
de su consultorio y uno entra pasando por su lado. «! Entre, por favor!», dice siempre riendo.
Me prohíbe que coma fruta y formula a la vez sus reservas sobre el caso que voy a hacerle. Yo
soy un hombre instruido; tengo que asistir a su conferencia, que además salen impresas;
tengo que estudiar el asunto, formarme una opinión y conducirme luego de acuerdo a ella.
De su conferencia de ayer: «Aunque uno tenga los dedos de los pies completamente
deformados, tirará de cada uno de ellos y al mismo tiempo respirará profundamente; así
podrá, con el tiempo, enderezarlos.» Los órganos genitales crecen si uno hace determinados
ejercicios. Sobre las normas de conducta: «por la noche, son muy recomendables los baños
de aire (yo me limito, cuando se me antoja, a deslizarme fuera de mi cama y piso ya el prado
que está delante de mi casa), sólo que uno no tiene que exponerse mucho a la luz de la luna,
porque es perjudicial.» ¡La ropa que usamos actualmente es casi imposible porque es lavarla!
Esta mañana: lavarse, hacer ejercicios, gimnáticos, ejercicios conjuntos (me llaman el
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hombre del bañador), unos cuantos cantos corales, juego de pelota formando un gran círculo.
Por la tarde, tumbando mago. Por la noche, el estómago tan estropeado, que el disgusto casi
no me permitía ni dar un paso.
15 de abril. Miércoles. Hasta los perros se habían fatigado de llorar al muerto y se habían
dormido. Repentinamente se oyó en el patio un silbido suave y penetrante.
Pana, el loco de las Uvas, fue el primero que lo escuchó y se puso en pie de un salto. Cada
vez que el viento de Las Uvas se alzaba, se oía en el patio aquel suave silbido y el loco de
Pana brincaba de alegría. El sol se inclinaba, pero el patio estaba aún inundado de luz y los
ojos de Pana percibieron en las piedras, junta a la cisterna cegada, una gran serpiente negra
con listas amarillas que alzaba el cuello hinchado, sacaba el dardo de su lengua y silbaba.
Pana no había oído jamás un sonido de flauta que tuviera la seducción de aquel silbido. A
veces, en verano, cuando soñaba con una mujer, veía a la mujer que se deslizaba como una
serpiente hasta la estera donde él dormía, acercaba la lengua a su almohada y silbaba…
Servicio de guardia.
16 de abril. Jueves. La señora que confiesa tener propensión morbosa al hurto
(cleptomanía). Contaminación del polvo cósmico que fue el esperma del origen nuestro.
Papanicolau: poca asistencia.
17 de abril. Viernes. Viernes Santo. Recién nacido, escleras amarillas, 4 días. Tomar el
sol. Es, según se quiera, emotivo o terrible o atroz, ver cómo se esfuerza Pana por venir a mi
casa. Un loco lo ha sido siempre; inepto para cualquier trabajo, precariamente alimentado por
su familia, que se había desentendido de él, vagabundeaba todo el día, sobre todo por los
callejones de Las Uvas. A veces estaba tumbado días y noches en un rincón de la clínica,
luego otra vez se quitaba de un medio durante muchas noches.
18 de abril. Sábado. Por la noche, fiebre a causa de la hinchazón del pie. El ruido que
hacen los conejos al pasar. De noche, cuando los miro, siempre se detienen un ratito frente a
mi puerta tres de esos conejos. Sueño que oigo declamar con una libertad y una arbitrariedad
infinitas.
19 de abril. Domingo. Pascua de Resurrección. Servicio de guardia: Llegan al Morillo
King numerosos heridos. Uno
de ellos es llevado al quirófano y un ortopedista y
traumatólogo recién llegado al hospital llamaba al cirujano, mientras yo trataba de mantener
vivo al herido que imploraba: «! No me dejen morir!», «! No me dejen morir!»… Tenía una
289
fractura abierta del fémur izquierdo, cerca de la articulación coxofemoral, a través de la cual
se veía salir, rítmicamente, con cada latido, un chorro de sangre. Todos esperábamos al
ortopedista para que interviniera al que se desangraba, mientras yo comprimía el vaso
sangrante tratando de parar la hemorragia, pero el joven fornido murió, en el quirófano, sin
haber sido intervenido e implorando: «!No me dejen morir!» «!No me dejen morir!»…
Mientras el ortopedista, perdía el tiempo llamando por teléfono al cirujano que sólo Dios
sabía dónde se encontraba.
Muchas veces coincidí, en estos servicios de Semana Santa del Morillo King, con Sixto
Antonio Torres. De él no volví a tener noticias hasta que el doctor Marcel Alexis Bacó Eró
me informó que Sixto Antonio había abandonado la práctica médica para dedicarse a los
negocios. Coincidí también con Elizabeth Pantaleón que para la fecha era pasante en la
clínica rural de El Pino, también en La Vega. Me llegaron algunas noticias a través del
esposo, que era visitador a médicos, luego lo perdí de vista también y jamás he vuelto a saber
de ella.
20 de abril. Lunes. Ayer cuando hablaba en la clínica, y en la sala de espera la gente que
tenía a ambos lados hablaban en voz alta, a la izquierda sólo mujeres, a la derecha hombres,
tuve la impresión de que son seres rudos, negroides, imposibles de aplacar, que no saben lo
que dicen y que sólo hablan para poner el aire en movimiento, que levantan la cara cuando
hablan y siguen con la vista las palabras que pronuncian.
21 de abril. Martes. Pie dislocado. Dolores. De haber cargado forraje. Ensalmo donde
Ignacia. Quienes encuentran correlaciones fuertes entre educación y estado de salud, y en
particular quienes argumentan que la educación es el mejor determinante de la salud e
incluso el único, sirviendo todas las demás medidas de «clase social» de «praxis», podrían
simplemente estar captando los efectos importantes de otras variables con latencia muy larga,
menos fáciles de medir de manera retrospectiva. La mayoría de las relaciones entre la salud
no son instantáneos. En particular, la mayoría de las relaciones entre clase social y estado de
salud probablemente desplieguen con el tiempo.
22 de abril. Miércoles. Escacés de medicamentos. Incongruencias. Crisis de
hiperreactividad bronquial. Vitrina llena de ampollas de cafeína y atropina, pero no hay
adrenalina.
En los últimos tiempos sufro el acoso del tonto de Pana. Tonto lo ha sido siempre, sólo que
290
a mí eso no me concernía más que a cualquier otra persona.
23 de abril. Jueves. Papanicolau. Al mediodía, Servicio de guardia.
Camino al hospital. Frescor y plenitud. Agua que brota. Un crecer que se va extinguiendo,
alto, impetuoso, apacible. Oasis de felicidad. Mañana después de una noche de desenfreno.
Con el cielo frente por frente. Paz, reconciliación, inmersión.
24 de abril. Viernes. Manifestación patriótica. Discurso de Pedro Custodio. Luego
desaparece, vuelve a aparecer y lanza esta exclamación cibaeña: «!viva nuestra querido
Coronel! ¡Viva!»
Estoy presente con mi expresión imparcial. Estas manifestaciones son una de las más
repugnantes secuelas de la guerra de abril. Tienen su origen en estudiantes, que un día son
camañistas y otro desean fervientemente vivir en Norteamérica, que admiten pero que nunca
han podido gritarlo tan fuerte como ahora. Naturalmente, arrastran a más de uno. Estuvo bien
organizado. Se repetirá cada mañana en la tarde, y dos veces pasado mañana, que es
domingo.
25 de abril. Sábado. Aunque uno no posea la menor capacidad visible para individualizar,
trata a cada persona según le corresponde por su carácter. «El cojo» tiende su machete hacia
mí para llamar la atención, y me da un susto.
26 de abril. Domingo. No se por qué, tal vez por lo del claustro materno, pululan en mi
memoria, como millones de termitas blancas que devoran libros, los recuerdos de la ocasión
en que fui invitado conjuntamente con Pedro Custodio hijo a la casa de Carmen Suriel.
Al inicio me invadió una timidez extrema, como si me hubiera invitado la primera dama a
comer en su palacio. Llegué desgreñado, fatigado y polvoriento, y aquella era una mesa que
parecía haber estado esperando a un político dominicano. Yo estaba muy lejos de serlo. Más
bien debía parecerles un sudoroso arriero que había dejado a la puerta su tropilla de ganado.
Entre los comensales en aquella mesa se encontraban: Luis Manuel Paulino, el esposo de
Carmen, Juana Matías, la madre y el inquieto y conversador Santos Coronado y nosotros.
Pocas veces he comido tan bien. Mis anfitrionas eran maestras de cocina y habían
heredado de sus antepasados las recetas que nos obsequiaron. Cada guiso era inesperado,
oloroso y sabroso. No me atreví a despedirme de las dos damas, gentiles. En el fondo de mí
algo me decía que todo aquello había sido un sueño extraño y encantador y que no debía
despertarme para no romper el hechizo.
291
Regresé a Las Uvas. Me fui a dormir y caí en la cama como un saco de cebollas en un
mercado.
Hace ya diecinueve años de este suceso, acontecido en al comienzo de mi pasantía. ¿Qué
habrá pasado con aquellas dos mujeres y sus esposos? ¿Qué habrá sido de su mesa
resplandeciente?
Habrá sobrevenido lo más sencillo de todo: la muerte y el olvido. Quizá la tierra devoró
aquellas vidas y aquella enramada que me acogió en un domingo inolvidable. Pero en mi
recuerdo siguen viviendo como en el fondo transparente del río Yacuey de los sueños. Honor
a esas dos mujeres que en su salvaje bregar lucharon sin utilidad ninguna para mantener un
antiguo decoro. Defendían lo que supieron hacer las manos de sus antepasados, es decir, las
últimas gotas de una cultura deliciosa, allá lejos, en Río Verde. En el ruedo de las faltas del
Santo Cerro.
Todo en el mundo está a merced del tiempo. El tiempo hace madurar todas las cosas. Si el
hombre tiene tiempo, puede trabajar el barro humano de que está hecho y transformarlo en
espíritu. Entonces ya no teme la muerte. Pero si no tiene tiempo, el hombre se pierde.
El tiempo no es un campo que se mide por metros; no es un mar que se mida por millas; es
el latido de un corazón.
Pasa el tiempo. Uno se gasta, florece, sufre y goza. Los años le llevan y le traen a uno la
vida. Las despedidas se hacen más frecuentes; los amigos entran y salen del pueblo; van y
vuelven de Santo Domingo; o simplemente se mueren.
Los que se van cuando uno está muy lejos del sitio donde mueren, parece que se murieron
menos; continúan viviendo dentro de uno, tal como fueron. Un médico que sobrevive a sus
amigos se inclina a cumplir en su obra una enlutada antología. Yo me abstuve de continuarla
por temor a la monotonía del dolor humano ante la muerte. Es que uno no quiere convertirse
en un catálogo de difuntos, aunque éstos sean los muy amados. Cuando viví días de tristeza,
en Vallejuelo, en 1979, por la muerte de mi compañero Manuel García Génere (El Chuck), y
cuando más tarde murió Daniel Peña (A ambos el manto negro de la muerte los arropó, cegó
sus vidas, apenas en su ciclo de internado), pensé que nadie más se me iba a morir. Se me
murieron muchos. Años después, en Santo Domingo, mi compañero de trabajo José Dolores
García Reinoso y mi querido y admirado profesor, doctor Teófilo Gautier Abréu. Ambas
muertes trágicas: el primero cansado de las penurias, se suicidó; el segundo, viajando hacia
292
Salinas de Barahona, la muerte imprudente metamorfoseada de patana, se lo llevó. Más tarde
y en Santo Domingo, la muerte también se llevó a Séneca Peláez. Allá en Salcedo, yace
sepultado uno de mis mejores amigos médicos: Alberto De los Santos Figuereo (El mellizo),
que dejó viuda a María Jacqueline González Mena con sus tres vástagos. En años posteriores
a la pasantía que felizmente concluí, el viento se llevó la frágil figura de Manuel de Jesús
Guerrero (Liquitín), amigo queridísimo, heroico defensor de la verdad, titánico demoledor de
la mentira. En las mismas Uvas enterraron tiempo después a Fausto Durán Reinoso, que
aunque no era médico lo sentí como tal. El mismo viento de la muerte se llevó a dos de mis
hermanos médicos; y allá en los Estados Unidos de Norte América, la muerte traidora se
llevó la vida ejemplar del que fuera un gran amigo en mi año de pasantía, el visitador a
médico que respondía al nombre de Narciso Herrera (conocido por todos como Nelson), y
hay muchos otros que lamentablemente mi memoria traidora no logra recordar.
Por más que he tratado de olvidar no he podido borrar de mi memoria la muerte trágica,
allá en Baní, de Maritza Bautista Pimentel, quien apenas comenzando a vivir, su
adolescencia, el «Negro eterno» la mató; de la partida a desatiempo de Andrés Leonel Arias
Peña, cuando el 17 de noviembre de 1978 un imprudente conductor le impidió seguir viendo
el cielo azul de Baní; de Melvin Paulino Pérez (25/mayo/99 murió), que una leucemia
traidora homicida hirió mortalmente sus leucocitos; de Niní Gabino, que una cefalea lo mató
dejándonos con cuestionamientos aún sin respuestas; de Chucho Lugo, que una cirrosis
hepática lo convirtió en hidrópico para luego asfixiarlo; los cinco fueron compañeros de
estudio de mi infancia y adolescencia.
Amargo acontecimiento fue el asesinato del amigo de siempre Nelson Rivero en la muy
triste ciudad de la muerte y el olvido. La noticia de su muerte recorrió mi cuerpo como un
escalofrío sagrado. A Nelson le sobreviven, sus hermanos Ángela y Marcos Aurelio y su
viuda Ivonne Tejeda con sus vástagos Moisés, Marta y Elisa.
Muchos de aquellos amigos muertos, fueron muertes sin sentidos. Algunas, por una sarta
de bolitas de oro en torno a un cuello bronceado.
«De una casa salieron cuatro hombres armados. Cada uno de ellos sostenía ante sí,
brillante, una pistola. De vez en cuando, uno de ellos volvía el rostro para ver si venía ya
aquel por cuya causa permanecían allí. Era muy de mañana, la calleja estaba completamente
vacía.». (Un dominican York).
293
En aquel escenario de vicios y corrupción, el 1 de agosto de 1997, cayó fulminado por la
fuerza tiránica y vengativa de un infarto agudo del miocardio, mi gran amigo de infancia,
compañero de estudio y confidente de amoríos, Feddy Leónidas Pimentel (Fellé). Él siempre
estuvo enamorado de su vecina, pero sólo me lo confiaba a mí. Creo que nunca tuvo el valor
de decirle lo que sentía.
Aquella ciudad también le arrebató la vida a otros compañeros generacionales: Manuel
Epifanio Melo Sánchez (Moreno de Paula), quien cayó abatido un 29 de diciembre. Han
sido muchos los que han perdido su vida o su dignidad en escenario de los sueños y el futuro.
Que me perdonen los que no he mencionado aquí, pero como les dije, no quiero hacer una
antología de difuntos.
En este mismo escenario los jóvenes negros y latinoamericanos condenados por la justicia
racista norteamericana y expulsada por la policía democrática norteamericana, encontraron
apoyo en mi amiga Marisol, que escandalizó la familia al casarse con un negro del sur de los
Estados Unidos. Marisol no pudo conciliar jamás con su familia y desde entonces abrazó la
causa de la raza negra perseguida. En 1987 mi amiga Marisol moriría en los Estados Unidos
de Norteamérica. En una crisis de su agonía se encontró casi desnuda en una acera de aquel
país. Allí se desplomó y se cerraron para siempre sus bellos ojos celestes.
Pesaba 34 kilos cuando murió. Sólo era un esqueleto. Su cuerpo se había consumido en
una larga batalla contra la injusticia en el mundo. No recibió más recompensa que una vida
cada vez más solitaria y una muerte desamparada.
Mi pensamiento se fue muy lejos de aquellos campos remotos, lejos también de la noche
taladrada por miles de insectos, croar de ranas y cantos de pájaros nocturnos. Más que su
profanidad y proliferación, es la vejez de la herida lo que determina su doloroso carácter. Que
siempre vuelven a abrirme la misma llaga, ves cómo le ponen a uno en tratamiento una llaga
operada innumerables veces, he ahí el mal. Una personalidad frágil, caprichosa, nula… Un
telegrama le derriba. Un visitador le levanta el ánimo; el silencio que sigue al visitador le
atonta.
El sol se había inclinado y se deslizaba, escarlata, hacia el poniente. En otra vertiente del
cielo, el oriente comenzaba ya a blanquear. Pronto aparecería, enorme y silenciosa, la luna de
Pascua. Los rayos del sol, muy pálidos, penetraban aún en la clínica, iluminaban
oblicuamente el rostro delgado de El Cojo, rozaban la frente, la nariz, las manos de los
294
pacientes e iban a acariciar, en un rincón, el rostro apaciguado, gozoso, de Carmen Suriel.
De pronto, y cuando todos estaban en silencio y el corazón de cada cual se oprimía cada
vez más a medida que se caía la tarde, una golondrina entró por la ventana cortando el aire;
dio tres vueltas sobre sus cabezas gorgojeando alegremente y se volvió hacia la luz para salir
de la estancia como flecha. Apenas había tenido tiempo de percibir sus alas puntiagudas y su
vientre blanco. Inmediatamente después le siguió un abejón para luego seguir una mariposa
negra con dos enormes ojos negros también en sus alas.
Los oídos de los hombres zumbaron y sus cerebros se conmovieron. Había escuchado
palabras y un batir de alas, el grito de un ave: se consumaba un extraño milagro… Como si
hubieran esperado aquel signo secreto llegó Narciso Herrera.
Agitación cardiaca. La felicidad de recibir a un visitador a médicos en una clínica rural es
indescriptible. Fuera de mi alcance; si la tuviera a mi alcance, no resultaría, se convertiría en
desagradable.
¡Para esto este desgaste interior! De ahí que a uno le suene de este modo al oído la música
de la gran ciudad. Se hace visible el tiro de piedra de que hablaba el señor Lama.
Una vez al mes, y de manera constante, Rufino Santos aparecía en Las Uvas. Allí fue que
le conocí; se presentó por primera vez como visitador a médicos, pero pronto se convirtió en
el amigo que aún conservo. No se imaginan la intensa alegría que siente uno cuando llega un
visitador a la clínica donde ha sido excluido, y le lleva alguna noticia de la gran ciudad; es
como si nos visitara la civilización, al menos eso sentía yo cuando Rufino o cuando Narciso
Herrera (Nelson) se presentaba por Las Uvas. Llega un momento que se convierten en una
necesidad vital. En los días que estuve por el sur profundo, palpé esta impresión que narro.
En las clínicas rurales casi nunca hay medicamentos, por lo que las personas no se
enfermaban, los visitadores ocasionalmente, además de su presencia, hacían un esfuerzo
fuera de lo común para que el pasante pudiera hacer su trabajo.
Esta tarde, mientras leía, se me apareció la señora Nancy, de una estatura inferior a la
normal, casi sin piernas; se retorcía las manos con el rostro crispado, como si le hubiera
sucedido una gran desgracia. Me sentía solo, la soledad me había invadido de un modo
penetrante y agudo, pocas veces había experimentado aquella sensación; he advertido que
así se gasta la energía conseguida con este escrito y no destinada en realidad a este fin.
295
Fluyen en mi mente los recuerdos de Eriko bigote de morsa117 que llegaba a la clínica, allá,
en el sur profundo; observo en mí la tranquilidad que me caracterizaba en el hogar. Esta
misma sensación la he notado cuando me visitan Ricardo Lama118 o Wilson Pimentel.119
No puedo borrar, aunque lo desee, la figura de Carmelo Aristy Rodríguez, si hoy escribo
esto es porque él tuvo una parte importante en ello. Y ni hablar de Juan Manuel Frías,
ejemplo de superación, trabajo y decoro.
Una de las impresiones más importantes de la despedida del señor Aristy Rodríguez fue
que siempre me vi obligado a pensar que, como un simple hombre burgués, se mantiene con
violencia por debajo del nivel de su verdadero destino humano, y que sólo necesita dar un
salto, abrir una puerta, encender una luz para ser un héroe y subyugarme.
Método especial de pensamiento. Impregnado de sensibilidad. Todo se siente como idea,
aun en la mayor imprecisión.
Este juego de aparatos en mi interior. Un ganchito avanza en algún lugar oculto, apenas si
uno se da cuenta en el primer momento, y ya está en marcha todo el aparato. Sometido a un
poder incomprensible, del mismo modo que el reloj parece sometido al tiempo, se oyen
chasquidos aquí y allá, y todas las cadenas, una tras otra, suenan efectuando el recorrido que
tienen prescrito.
27 de abril. Lunes. Caminaban, caminaban. Entretanto, por encima de sus cabezas, el cielo
se cargaba de nubes y el rostro de la tierra se ensombrecía. Servicio de guardia.
Flotaba en el aire un olor a lluvia. Las nubes preñadas de cólera y granizo, se reunían sobre
Las Uvas.
28 de abril. Martes. El loco de Pana me dijo que su abuelo, le había enseñado el lenguaje
de las aves; el viejo sabía qué dicen las golondrinas, las palomas, las águilas. El abuelo le
había prometido enseñarle también el lenguaje de las serpientes, pero no había tenido tiempo
para ello y murió llevándose el secreto consigo… Aquella noche, la noche de la serpiente de
Pana, aquellas serpientes traían con seguridad algún mensaje. ¿Cuál era? No lo se.
29 de abril. Miércoles. Desesperación es causa del fracaso. Bajo cada intención yace
agazapada la enfermedad, como debajo de la hoja del árbol. Si te inclinas para verla y ella se
117
Era visitador a médico de los laboratorios Orbis.
118
Laboratorios Feltrx
119
Acromax
296
siente descubierta, aparece de un salto, la maldad delgada y silenciosa, y en lugar de que la
aplastes, lo que quiere es que la fecundes.
30 de abril. Jueves. Papanicolau. A veces las cosas parece que funcionan de la siguiente
manera: tiene una tarea precisa, para llevarla a cabo tienes las fuerzas necesarias (ni
demasiadas ni demasiado pocas, es cierto que tienes que mantenerlas reunidas, pero no hay
que angustiarse), se te ha dado tiempo suficiente, también tienes voluntad de trabajo. ¿Dónde
está el obstáculo que te impide realizar esa enorme tarea? No pierdes el tiempo buscándolo,
puede que no haya ningún obstáculo.
1 de Mayo. Viernes. Fiesta del trabajo. Día contradictorio. Celebramos el día del trabajo
pero no se trabaja. No me gustan estos días, no encuentro qué hacer.
La ambición corrompe. La humildad fortalece. El trabajo satisface y enorgullece y es
física y emocionalmente saludable.
Pensamientos herrados: «Estudio medicina para hacerme rico». Cuando se cobra el primer
salario en la pasantía, inicia la enfermedad de la ambición, la opulencia y la iatrogenia.
Servicio de guardia.
2 de Mayo. Sábado. Sentido de responsabilidad. Por segunda ocasión asistí a estas fiestas
(24/06/81), eran las del año mil novecientos ochenta y uno, si las incluye en esta fecha es
porque esta narración la hice posteriormente. Se celebraron en el local del Liceo San Luis
Gonzaga129 de la comunidad. La orquesta del Ejército Nacional amenizó la fiesta. El oficial
del ejército, teniente Manuel Taveras, fue el que gestionó el concierto de música gratuito. Me
encontraba entre los espectadores, en la mesa de Manuel Taveras. La pista de baile, dividida
en dos partidas por el centro. La banda de música, en un vallado con dos hileras de sillas.
Unos de los guardias que acudió a la fiesta, tan pronto escuchó la risa contagiosa de la
trompeta invitó a bailar a Rosalía Hernández. Aquel guardia no sabía la condición de
sordomudez de Rosalía, tampoco lo preguntó. Estaba sentado en la mesa donde yo me
encontraba, el hecho fue que pasó toda la noche bailando con la muda y calentándole las
orejas, diciéndole palabras dulces, y la muda enamorada y coqueta, gozando su fiesta, pero
sin articular palabras; pasadas las dos de la mañana el guardia exclamó, intrigado, «!que
129
Los estudiantes de Las Uvas, asistían al liceo de Guanábano para hacerse bachilleres. El ocho de marzo de
1980 fundó el liceo San Luis Gonzaga, cuyo primer director fue Octavio Tejeda. Pero en realidad el liceo
comenzó a operar a partir de 1981.
297
muchacha más rara!», se había pasado toda la noche bailando con ella y no le decía ni una
sola palabra. Entonces fue cuando el guardia enamorado se enteró que a Rosalía, al momento
de nacer, la voz se le murió en la garganta y tenía oídos pero no oía.
Juana, la madre de la muda, era todo lo contrario, hablaba más que una cigarra;130 el padre
era Alberto Hernández (conocido como Calembo, también como Bertico), hablaba mucho
también, aunque no tanto como la madre. Lo que le faltaba a la muda en el habla, le sobraba
a la madre. Juana se quejaba de un eterno dolor de cabeza, de metrorragia y de hipertensión
arterial y nadie le hacía caso: decía que era hipocondríaca. Finalmente la alta tensión la mató.
A Juana le gusta llevarse dos dedos a la comisura derecha de la boca; tal vez se ha
introducido en ella las puntas de los dedos, e incluso puede haberse metido en la boca un
mondadientes. No miré con atención sus dedos, pero casi parecía que se había introducido un
mondadientes en un diente cariado y que lo había dejado allí durante un cuarto de hora. Ella
decía: «beber en vaso defectuoso es una forma de que los malos espíritus tengan acceso en las
personas.» En esto se parecía a Crecencio Manzueta (Tojolín), con la diferencia de que Juana
hablaba mucho y tenías pinceladas de superstición y Tojolín por su parte, sólo expresaba
ideas sin demostración física. Esto me hacía recordar aquella frase famosa de Mark
Twain:131118 «El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y
habla sin tener que decir.» En Las Uvas cuando a alguien le dicen Tojolín, están queriendo
decir que se inventa cosas. Esto, lo de Tojolín, lo supe por Modesta Contreras (alias
Cochecha).
Cochecha se había cortado el pelo donde Ramonita, y todos los días, gritos, disputas,
desobediencia. Y lo más triste, que en sus quejas no había nada nuevo, que así era la vida de
las mujeres como ella, por lo que ya no era sólo una, sólo ella, sólo Cochecha, ex-mujer del
padrote Fabio Reinoso; se había pasado el anonimato, en la pluralidad de un firme, había
pasado a ser una-de-tantas- como-ella. Esta era la lección de la historia: las-como-ella no
podía hacer nada más que sufrir, recordar y morir.
Lo que ella hacía: para no recordar la debilidad de su marido, lo trataba, casi siempre,
como un gran señor, como a un monarca, porque en su mundo perdido, su gloria era la de él:
130
131
Dícese de las personas que escandalizan o que hablan en voz muy alta.
Político estadounidense (1935-1910).
118
298
para no reconocer los espíritus que acechaban en los callejones ella no pasaba por ellos.
Cochecha para desahogar sus sentimientos de desesperación, derrota y fatiga, gritaba a sus
nietos.
Además de Cochecha, que había sido su mujer, ahora Fabio tenía otras mujeres: Estela,
Milagros, Dolores, y Eduviges. Todas ellas habían procreado hijos y todas vivían en Las
Uvas. Durante mi pasantía en aquel lugar, una de las cuatro mujeres de Fabio parió. Lo
interesante de esta narración es que, las otras cuatro (incluida Cochecha) le cuidaban, le
preparaban los alimentos, le lavaban los pañales al recién nacido, es decir, cuidaban como
una hermana a la parida y mujer de su esposo. Yo no podía entender la conducta de aquellas
mujeres hasta que finalmente Chele Sarete me dijo: «La mujer es feliz dentro de ciertas
fronteras, y tú lo sabes muy bien. La mujer es una cisterna; no una fuente.»
Y aunque Chele Sarete no es médico, sí conocía de estos asuntos, pues él tenía a su esposa
Baldomera Cáceres que vivía en el Camino Real y al Carmencita que era la quería (o
querida), con la que había engendrado a: Isolina, Quilvio, Yosi, Xiomara y Cesáreo.
Otro padrote, no propiamente de Las Uvas, pero allegado a ella, era Rafael Gómez
(apodado Guachacho). Tenía su esposa, otras querías cuyos nombres no alcanzan mi
memoria en estos momentos, y a Nena, la hija de Juan Checheré y Juanita Peralta. Además
de Nena, esta pareja tuvo a Juan (que murió de insuficiencia renal crónica), Carmen, Esthela
(Sixta) y Dagoberto (hijo propiamente de Juanita).
Los recuerdos de Cochecha son muchos y todos agradables. Siempre que la veía le decía:
«Noña fue usted que me ñamó o fue la burra que tosió».
Así como los recuerdos de Cochecha, las queridas (o querías) de Fabio y Guachacho,
resultan amenos, también lo son algunos que brotan en mí, tales como: La reactivación del
equipo de voleibol de Las Uvas, integrado por las jugadores: Sandra Durán, Arielina Durán,
Jovania Custodio, Nelly Hernández, Miriam Gutiérrez, Amarfis Neris, Américo Hernández,
y Francisco Santiago(Pito), el rebotador del equipo, Danelia Durán, Maritza Contreras,
Isolina Sarete, Zeneida Reynoso, entre otros. Las actividades se iniciaron con una comisión
que visitó al síndico de La Vega, Joaquín Sánchez (el cojo). Nos donaron seis bolas, una
maya y una autorización para construir una cancha de juego que nunca se ejecutó. Teníamos
una improvisada detrás de la casa de Máximo Neris y en ella se jugaba. Con el equipo ya
formado se organizó una primera competencia con el equipo de Las Cabuyas. Al terminar la
299
pasantía, terminaron también los juegos del equipo de voleibol.
Antes del juego de Las Cabuyas alguien sugirió consultar a Ignacia. A Ignacia se la tenía
como buena adivina. Una variante típicamente dominicana, que ella dominaba, es la
adivinación mediante los posos del café. Al vaciarse la taza de café, suelen quedar algunos
posos en el fondo. Esos posos pueden formar un determinado dibujo o imagen —sobre todo,
si añadimos un poco de imaginación —. Si los posos tienen la forma de un automóvil,
significa que la persona que haya bebido de la taza quizás vaya a hacer un viaje en automóvil.
Los chóferes de Las Uvas. Un chófer, visto desde nuestra perspectiva, corre como
aplastado e inclinado hacia su vehículo y sobre a él de un salto lo aborda. Rafael La Paz (tenía
un Toyota amarillo) y Reynaldo Anico (Un Renoul verde), en cambio Nelson Gómez
Hernández (Paíta) ejercía este oficio de manera ocasional. Ellos transportaban a todos los
habitantes de Las Uvas hacia La Vega. También Antonio Duarte (Antón), que era de Magüey,
entraba a Las Uvas en busca de pasajeros, incluso llegaba hasta La Guama. Yo observaba a
Melanea que siempre estaba atenta a los vehículos que llegaban a la clínica para anunciar de
dónde venían los pacientes. Frecuentemente le oía decir: «Llegó Antón lleno de yerberos».
Melanea siempre exhibía un rolo colocado en una eterna pollina132 que se hacía. Ella
trabajaba como conserje de la clínica, mientras Rafael, el esposo, se embriagaba cada
segundo, cada minuto, cada hora…era una especie de alambique humano.
Cuando llegué a Las Uvas, ya Melanea trabajaba en la clínica y la doctora Aurora (o
Aurorita) estaba en la fase final de la pasantía. De ella guardo gratos recuerdos; tal vez el más
simpático fue el que me narró Aridio: Ella tenía por costumbre, cuando se bañaba, tender su
ropa interior133 en los alambres de púas de la empalizada que separaba el patio de la clínica de
la otra casa que tenía Danilo Hernández. Siempre aparecían masticadas en los fondillos,
luego se dijo que era el toro negro de Danilo Hernández, que le hacía honor a su dueño, al
enamorarse de la doctora. Hubo quien llegó a decir que aquel toro era el bacá de Danilo.
3 de Mayo. Domingo. Por la mañana. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer
sobre el platanar. Los durmientes se despertaron, sobresaltados.
132
Flequillo (Fleco). Posición de cabello recortado que a manera de fleco se deja caer sobre la frente. En
República Dominicana, forma de peinado atribuible a la mujer o incluso al hombre, que oculta parte de la frente
(N. del A.)
133
Ropa interior. En el Cibao le llaman Braga, blumen, pantíes, coladores. (N. del A.)
300
—Las primeras lluvias de mayo… —dijo Cochecha—. La tierra va a apagar su sed. Me
ofreció tomar un trago de agua para evitar el «embuchao». Luego debía lavarme la cara para
que el cutis se limpiara. Estoy en la clínica donde espero a Miguel que vendrá desde Las
Yayas. El no era puntual, por lo que no siente la angustia de la espera. Espero como un buey.
De hecho siento que aunque muy inseguro, hay un objetivo para mi existencia actual; me
envanezco tanto en mi fortaleza, que lo soporto todo con gusto a causa de este objetivo
propuesto.
Llovía torrencialmente; las aguas viriles del cielo caían para unirse con las aguas
femeninas de la tierra, con los lagos y los ríos. Se confundían el cielo, la tierra y la lluvia y lo
empujaban hacia los hombres. Chapoteaba en el fango y su pie quedaba apresado en las
zarzas y se hundía en fosos. Al resplandor de un relámpago vi frente a mí un granado cargado
de frutos. Cogí una granada; mi mano se llenó de rubíes y mi garganta se refrescó.
Niño con amigdalitis
4 de Mayo. Lunes. Las piedras, las aguas, las casas resplandecían, o más bien reían,
felices. La tierra había apagado su sed y el sol se mostraba nuevamente. Fue un verdadero
diluvio y los hombres y los animales habían tenido miedo, pero ahora las nubes comenzaban
a dispersarse y el cielo había recobrado su color azul. Toda Las Uvas se sentía tranquila. Yo
me sentía calado hasta los huesos, feliz, marchaba por los callejones estrechos, donde
susurraba el agua. Apareció una niña que arrastraba una cabra blanca de ubres henchidas; la
llevaba a pacer.
5 de mayo. Martes Acoso sexual. Servicio de guardia.
La angustia a la que hago frente en todas direcciones. El reconocimiento en un servicio de
guardia en el hospital del médico; cómo éste avanza directamente hacia el paciente, el
paciente se vacía literalmente, y el médico le dirige sus vacíos discursos, despreciado e
irrefutado.
6 de mayo. Miércoles. Visita del Dr. García Cruz a la clínica. Aún sin medicina. Promesas
de envío incumplidas. En lugar de sentirme animado, estoy deshecho. Una clínica como un
recipiente vacío, todavía entero y tirado ya entre cascotes, o bien hecho pedazos y colocados
en medio de objetos enteros, es decir, entre seres humanos.
7 de mayo. Jueves. Las diez de la noche. Por primera vez desde hace algún tiempo, fracaso
absoluto al escribir. Sensación de un médico puesto a prueba.
301
Sólo hay meta, no hay camino. Lo que llamamos camino es vacilación.
Jamás he estado bajo el peso de otra responsabilidad que la que me han impuesto la
existencia, la mirada, la opinión de otras personas.
8 de Mayo. Viernes. Bautizo de Lucy. Pasaron la tarde haciendo preparativos. En el centro
del patio se abrían las fauces de un pozo cegado. En otros tiempos había tenido agua, pero
ahora se había rellenado de arena. Dos lagartos salieron de él y fueron a tomar el sol en el
desgastado brocal. A la mañana siguiente, decoraron la mesa, el pozo y el jardín. Luego
llegamos nosotros.
Media hora antes de llegar los primeros invitados, todo estaba preparado. Los árboles del
jardín estaban decorados con confetis y vejigas134 a colores. La verja, los árboles de la
entrada y la fachada de la casa estaban decorados con globos. Los niños habían estado toda la
tarde soplando para pincharlos.
En la mesa había pollo y ensaladas. En la cocina había pastelitos, empanadas, pero en
medio de la mesa ya había colocado un gran bizcocho. En lo alto del bizcocho Sonia Anico,
su madre, había colocado la figurita de una niña vestida para la primera comunión. La madre
había dicho que la figura no tenía por qué representar a una muchacha de primera comunión,
pero Danilo estaba convencido de que la había colocado sólo porque él había dicho, en
alguna ocasión, que no sabía si se le iba a hacer la primera comunión o se iba a confirmar.
Para su madre era como si con ese bizcocho y con esa fiesta estuvieran celebrando la primera
comunión de la niña. Averiguar fecha
Lucy resultó de la Unión de Danilo Hernández y Sonia Anico, la hija de Manolo Anico
que vivía después del liceo, en la calle central de Las Uvas. (Averiguar nombre del otro hijo
de Sonia y Danilo)
Miscelánea, la madre de Jovania, había asistido con nosotros al bautizo. Era una mujer
baja de estatura y plañidera, asediada por la hipocondría. Ella se atendía, en La Vega, con
Buyún Salcedo. Fue precisamente al día siguiente del bautizo, cuando acudió por primera
ocasión a la clínica rural, tenía vértigos desde hacía tiempo y también le zumbaban los oídos,
pero ella se lo atribuía a una hipertensión de larga evolución que Buyún Salcedo le había
diagnosticado.
Aquel que quiere permanentemente «llegar más alto» tiene que contar con que algún día
134
Vejiga. En República Dominicana corresponde a globo.
302
le inundará el vértigo. ¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da
vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo significa que la profundidad
que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del
cual nos defendemos espantados.
Miscelánea me confesó la agradable sensación que sintió cuando le ausculté una y otra
vez su corazón; la hacía cambiar constantemente de posición y no podía sacar nada en
limpio; Palpé con especial detenimiento la región cardíaca; duré tanto que al final me pareció
que ella podría pensar que yo no sabía nada de lo que hacía.
Aunque no me preocupaba de lo que ella pensara. Hacía mi trabajo con eficiencia y me
había entregado en cuerpo y alma a mi labor de pasante. Las mujeres embarazadas y no
embarazadas, los niños, los adolescentes, adultos y ancianos eran testigos de esa labor.
El tiempo se deslizaba como agua de la fuente de la eterna juventud y regaba el mundo.
Las espigas maduraron, los plátanos y las naranjas comenzaron a brillar, las carambolas y los
granados en flor se cargaron de carambolas y de granadas.
9 de mayo. Sábado. Volveré a escribir, pero cuántas dudas he tenido entretanto sobre mis
escritos. En el fondo, no soy un incapaz, tampoco ignorante. Todo se lo debo a mi madre,
que, de no haberme obligado, sin ningún mérito por su parte y sin notar apenas la coacción, a
ir a la escuela, ahora sería apto para agazaparse en una caseta de perro, para saltar al exterior
cuando le arrojasen la pitanza, y retroceder después de engullirla.
En un patio fuertemente iluminado por el sol, dos perros iban corriendo a encontrarse
desde direcciones opuestas. El aire era como fuego que lamía las piedras; dos vigorosos
perros de pastor que una familia llevaba consigo para beber a lengüetadas agua del río Bacuí
se habían acostado al pie de un peñasco frente al patio, alrededor del lugar que sus amos
habían escogido para descansar; resoplaban y de su lengua colgante y fría caía baba. Servicio
de guardia.
10 de mayo. Domingo Es evidente que la inseguridad nace del pensamiento. Para los días
que conocí a Tony, García Cruz vivía días de inseguridad, por la inestabilidad económica del
hospital. Conocí entonces a Dennis. Nunca olvidaré sus grandes ojeras, parecidas a las que se
ven en las mujeres maltratadas de Santo Domingo. Ha mediado de 1981, él se encontraba
administrando el hospital de Cotuí, y recibió la noticia a través del doctor Luciano Martínez
Persia, quien era subsecretario de salud, por instrucciones del doctor José Rodríguez
303
Soldevilla, Secretario de Salud Pública de aquel momento, para administrar el hospital
Morillo King de La Vega.
Al llegar allí se encargó, no solo de la administración, sino de las clínicas rurales de la
provincia, de las instalaciones de los médicos pasantes, además de sus comodidades, como
camas, cilindro de gas y acondicionamiento en general. También participó de forma activa en
las reuniones de los comités de salud y en las campañas masivas de vacunación que se
implementaban.
Dennis resultó ser el enviado que hizo, sin lograrlo, esfuerzos sobrehumanos de
saneamiento administrativos en el Morillo King, y en García Cruz penetró una nueva
esperanza, más grande que su cerebro; es una locura, un demonio que lo corroe. Desde años
atrás, aquella locura clavaba sus garras en el cerebro del director. Este la arrojaba fuera de sí,
pero ella volvía. Ya no sabía cómo abordar los problemas de cada año, para la semana
Santa.
Hace varios años que su cerebro está a punto de estallar. Las profecías rasgaban como
relámpagos la oscuridad de su espíritu, y tan pronto su viejo cerebro se poblaba de luz se
hundía, desesperado, en las tinieblas. Su vientre se abría y de él salían los patriarcas. Su raza,
aquella raza terca que exhibía mil llagas abiertas, reanudaba con él su marcha interminable,
guiada por Moisés, el carnero conductor de cuernos vueltos hacia atrás.
A García Cruz le preocupaba la nueva sociedad. Para esta fecha los médicos no deseaban
estar de servicio en el Morillo King. La emergencia se mantenía repleta de pacientes heridos
por la imprudencia y los efectos del alcohol de conductores locales y de los que viajaban por
todo el Cibao. Ya la sociedad se había transformado culturalmente respecto cómo debía ser
su actitud en la semana mayor.
De joven yo había oído que la gente no podía bañarse en ríos o playas Viernes Santo porque
se volvía pez; no se escuchaba música; no se debía pelear; no se debía ingerir bebidas
alcohólicas; no se majaba café en el pilón de guayacán (Guaiaicum officinale); si se cortaba
ciertos árboles como el piñón, por ejemplo, se decía que sangraba; incluso se decía que no
debía sostenerse relaciones sexuales, porque se quedaban pegados. Ahora la semana Santa se
ha convertido en la fecha ideal para vacacional en playas y ríos e ingerir alcohol y es en esta
semana donde mayor cantidad de muertes se registran.
11 de mayo. Lunes. Cómo se desabrocha la camisa para mostrar su erupción cutánea Titín.
304
Cómo le hago una seña para llevarla a la habitación contigua. Pitiriasis versicolor. Manchas
hipocrómicas cubiertas de finas escamas localizadas en tronco, cuello y extremidades. Signo
de pobre higiene personal. El baño nunca hace daño, el sucio, en cambio es dañino.
12 de mayo. Martes. Contra todas las inquietudes, me aferro a mis escritos, igual que la
figura de un monumento que mira a lo lejos y se aferra al bloque de piedra.
Un objeto cualquiera procedente de un naufragio, nuevo y hermoso cuando cayó al agua,
anegado e indefenso durante años, finalmente en descomposición.
13 de Mayo. Miércoles. Por la mañana temprano, termino de leer a Cándido o El
optimismo. Es, sin dudas, la narración de Voltaire más estimada. La fantasía del autor se
despliega a su antojo en Cándido, héroe de una serie de aventuras, en las que la nota realista y
la caricatura aparecen a nuestros ojos con toda evidencia de pesar de la invesiromilitud de los
hechos.
El optimismo de Cándido, inculcado en su espíritu por el Dr. Pangloss y puesto a prueba
constantemente, termina trasmutándose en negro pesimismo, sino en la serenidad escéptica
de la renunciación.
Al final del cuento el protagonista de tantos episodios catastróficos consigue la paz allá en
su jardincillo del Bosforo junto al objeto de su juvenil pasión, Cunegunda, que se ha vuelto
fea, vieja y gruñona. Servicio de guardia.
14 de Mayo. Jueves. Anoche no dormí como de costumbre cuando estoy de servicio.
Papanicolau. ¿Cuál sería su reacción si usted fuera un enfermo e hiciera por ejemplo, un paro
cardiorrespiratorio, y el médico de servicio durmiera y por lo tanto no recibiera el beneficio
de la reanimación cardiopulmonar y muriera?
15 de Mayo. Viernes. Llevo unos días haciendo anotaciones. Hoy no me siento tan
protegido ni me siento metido tan de lleno en mis anotaciones como hace meses; de todos
modos he tenido la noción de que mi vida reglamentada, llena de motivaciones, tiene una
justificación. Puedo entablar de nuevo un diálogo conmigo mismo y no estoy contemplando
el vacío absoluto con los ojos fijos. Sólo por esta vía puedo seguir mejorando mis
condiciones existenciales. El trabajo es la vida. Puericultura: estrabismo (referimiento a
oftalmología de Santo Domingo.)
16 de mayo. Sábado. Pasado mañana salgo para La Vega. A pesar de la falta de
medicamentos, y las preocupaciones de los pacientes que vienen a la clínica, me siento en un
305
estado de ánimo tal vez mejor que nunca.
Con tantas esperanzas como empecé, y me he visto rebatido por mis propias autoridades,
hoy más que nunca. Tal vez sería bueno trabajar sobre la base de la no existencia de
medicamentos. Con esta ridícula esperanza, basada ostensiblemente en una fantasía
puramente mecánica, reanudo mi labor. No ha sido del todo inútil.
17 de mayo. Domingo. Árbol genealógico. Preparación de artículo científico. Terminé el
árbol genealógico de los pacientes enfermos de Nistagmus congénito. Con estos pacientes
preparé un artículo que fue publicado en la revista científica del Seguro Social junto al doctor
Príamo Peña Tió, quien había llegado a Las Uvas a sustituirme como pasante del lugar y,
Elsie Cintrón que ya hacía pasantía en Rancho Viejo de La Vega. Príamo, fue un excelente
pasante que también tuvo su historia en la comunidad de Las Uvas. Por su parte Elsie
también tuvo su historia en la clínica rural de Rancho Viejo, para luego seguir agregando
páginas a su historia al convertirse en esposa de Príamo y especialista de aquellas personas
que buscan la explicación de la esencia de la vida y sus implicaciones patológicas en la
sangre. Elsie es puertorriqueña, pero recibió un dardo, impregnado en su punta filosa del
hechizo del amor, cupidolesco de origen taíno que le costó su libertad social, convirtiéndose
en la esposa del cupido dominicano portador del arco con el cual fue lanzada aquella flecha
erotizada.
Priamo se quedó con ella para siempre en este pueblo de los amores y las amarguras de
Colón. Alguien diría que Príamo se trajo el cordón umbilical que la madre de Elsie guardaba
en la isla borinqueña. Servicio de guardia.
18 de mayo. Lunes. Esta historia de indios taínos, cupido, flechas no es común en estos
tiempos. Las Uvas, y todo el Cibao, de aquel tiempo (y todavía es así) era más pistolistas que
pistolera. Había un culto al revolver, un fetichismo de la cuarenta y cinco. Los pistolones
salían a relucir constantemente. Los que iban a la barra Choby de los campos vecinos
siempre, a mitad de la fiesta, celebraban a tiros en el aire con sus pistolas. Yo traté de hacerle
ver el peligro que representaba tener una pistola, pero luego comprendí que era más fácil
extraerle un diente a un campesino cibaeño que su queridísima arma de fuego.
Recuerdo una ocasión en que Francisco Roque me invitó a la barra Choby, no quería ir al
lugar sobre todo porque no tomo y porque no era partidario de esas actividades, finalmente
no fui.
306
Lo cierto es que unos de aquellos campesinos se empeñó, durante la fiesta, después de
numerosas cervezas y para mostrar su hombría, en disparar al techo con su bella pistola que
en la empuñadura ostentaba signos de plata y oro. En seguida el otro campesino más cercano
extrajo rápidamente la suya de una cartuchera y, llevado por el entusiasmo, empezó a
disparar con el arma de su propiedad. Al alboroto acudieron los demás. Del tiroteo generado
por los allí presentes afortunadamente no hubo suceso trágico que lamentar. Estos alborotos
eran celebrados por los que allí se encontraban.
19 de Mayo. Martes. El lagarto aún rendido sobre la piedra y se calentaba al sol. Las
mariposas habían echado a volar hacia lo alto y se habían perdido en la luz; las hormigas
continuaban transportando granos de maíz, almacenaban la cosecha en sus graneros, salían
nuevamente presurosas hacia la llanura para volver cargadas; el sol comenzaba a ponerse.
Las sombras se alargaron, se veían menos caminantes, la noche caía sobre los árboles y sobre
las tierras y los cubría de oro. Las aguas del río Bacuí deliraban y a cada instante cambiaban
de apariencia: se volvían rojas, de color malva claro, se oscurecían. Una gran estrella se colgó
del cielo en el oeste.
Ahora vendrá la noche, la oscura hija de Dios con sus caravanas de estrellas… pensé, y
antes de que las estrellas tuvieran la oportunidad de poblar el firmamento, poblaron mi
mente.
20 de Mayo. Miércoles. La noche ya había caído; la tierra se oscureció, el río quedó
sepultado en las tinieblas y las primeras lámparas se encendieron en Las Uvas. Las aves
diurnas habían metido la cabeza bajo el ala para dormir y las nocturnas se despertaban y
partían de caza.
21 de Mayo. Jueves. Por la mañana, papanicolau. Todos en la clínica se vuelven
conmovidos para ver aun perro que acompaña, ladrando ruidosamente, un automóvil. Hasta
que finalmente el perro abandona, se vuelve y se muestra como un vulgar perro callejero, que
no pretendía nada concreto con la persecución del vehículo. Al mediodía, Servicio de
guardia.
22 de Mayo. Viernes. Al día siguiente surgió de la tierra un sol de color rojo sangre,
enfurecido, rodeado por un halo oscuro. Un viento abrasador subió del platanar hacia el sol,
Las Uvas se ensombreció dos perros negros que pasaban por la clínica quisieron ladrar, pero
sus bocazas se llenaron de polvo y callaron. Las vacas, pegadas a la tierra se cerraron los ojos
307
y esperaron.
23 de mayo. Sábado La sangre afluyó al rostro del borracho y sus ojos enrojecieron. El
borracho adelantó la mano y acarició la barba ensortijada de su inseparable compañero.
Lo mismo que a veces se puede sentir, sólo por la coloración del paisaje y sin mirar
siquiera al cielo nublado, que aunque la luz del sol todavía no se ha abierto paso, las nubes
están literalmente despejándose y se disponen a desaparecer, o sea, que sólo por esa razón y
sin necesidad de más pruebas, el sol a brillar enseguida por todas partes.
24 de Mayo. Domingo. ¡Ah, las leyendas de los pendencieros! Las cuento como me han
llegado, abrillantadas y fantaseadas por muchas repeticiones. Son viejos chismes, sombras
distantes, y yo cuento sus historias para acabar con ellas; son todo lo que me queda y por eso
las pongo en libertad. Pues sí, los pasantes tienen su historia.
La pasante que desesperada se huyó con un sereno de la clínica. La otra que parió y nunca
dijo cuál fue el padre. Tuve una compañera pasante y que ella misma se atribuía tener
glamour. Ella caminaba como un guerrero y tenía voz telefónica obscena, la seria pasante
que se confesaba en todas las oportunidades y quería ser pediatra, cuando se hubiera cansado
de poner a los machos del planeta enfermos de deseo…
Y ni hablar de los pasantes hombres. Estos sí que han dejado historia a su paso por las
clínicas rurales de todo el país.
En el caso mío. Sí, hubo mujeres, no trataré de negarlo. Recuerdo una María Victoria, una
Jovania, entre otras. Pero nunca toqué a la locutora, como tampoco toqué en toda mi estancia
en Las Uvas, a la viuda de Las Yerbas, como se llegó a comentar.
En cuanto a mí, nunca me interesó el amor de las mujeres de la comunidad, y mucho
menos aún de las que demandaron atención en la clínica.
25 de Mayo. Lunes. Ayer, domingo tiempo frío, excursión a Nagua nada bonita; fue una
victoria no asistir, hoy por la mañana, actividad normal; al mediodía, servicio de guardia.
La debilidad fundamental del hombre no consiste ni mucho menos en que no pueda
quedar victorioso, sino en que no sabe sacarle provecho a la victoria. La juventud lo supera
todo, la ficción engañosa original y la oculta acción diabólica, pero no hay nadie que pueda
agarrar ese victoria y darle vida, porque entonces ya ha pasado la juventud. La vejez ya no se
atreve a tocar esa victoria y la nueva juventud, atormentada por el nuevo ataque que
enseguida va a comenzar, quiere su propia victoria. De esa manera, el diablo queda vencido
308
una y otra vez, pero nunca eliminado.
26 de Mayo. Martes. Había caído la noche y el pueblo se dispersó cuchicheando. Los
hombres y las mujeres volvían a sus casuchas con el corazón saciado. La noche era oscura,
sin luna ni estrellas, aún más oscura de lo que suelen ser las noches sin luna ni estrella.
La vida es un continuo desviar, que ni siquiera nos permite reflexionar y preguntarnos de
qué nos desvía.
27 de Mayo. Miércoles. El sol estaba a punto de tocar el borde del cielo, el horno del día se
apagaba. Cedió el viento y el río bacuí comenzó a despedir reflejos azules y rosados. Algunas
cigüeñas, apoyadas en una sola pata sobre las rocas, clavaban los ojos en el agua; aún tenían
hambre. Muchos otros tienen hambre, como resultado de la pobreza. Para algunos «a fin de
cuentas, siempre ha habido pobreza». No es posible eliminar la diferenciación social; unos
simplemente son mejores que el resto, y otros siempre estarán en el fondo. De ese modo, los
diferenciales en salud resultan inevitables (y probablemente merecidos). «Con lo que no
pueda curarse, hay que aguantarse», dice otro famoso refrán. Afortunadamente, la mayoría
tenemos la fortaleza intestinal necesaria para sobrellevar con gracia los sufrimientos de los
demás. Para otros los diferenciales en la salud reflejan inequidades e injusticias sociales más
generales, y son una evidencia más de la necesidad de redistribuir la riqueza y el poder,
reestructurado o sencillamente dando la vuelta al orden social existente.
Pero ambas preocupaciones se equivocan respecto al punto central de los hallazgos de
Marmot: el hecho de que hay algo que influye poderosamente sobre la salud y está
correlacionado con la jerarquía per se. No sólo opera sobre una minoría sin privilegios,
situada en el margen de la sociedad y digna de desprecio o cariño según la afiliación
ideológica de cada uno, sino sobre todos nosotros. Y sus efectos son grandes.
28 de Mayo. Jueves. «Ideas suscitadas» son simplemente las ideas que me suscita el
murmullo del Bacuí. Advierto en una carta —La observación aislada y momentánea: «ritmo
de castañuelas de los niños con zuecos», ha hecho tanto efecto, se ha aceptado de un modo
tan general, que es inimaginable que alguien, aunque nunca hubiese leído tal anotación,
pudiera sentir esta observación como una idea propia y original.
Trabajo con el arado. Penetra profundamente y, sin embargo, se mueve con ligereza. O
sólo araña el sueño. O se mueve en el vacío con la reja alzada, sin ningún resultado; con o sin
ella, es lo mismo.
309
29 de Mayo. Viernes. Desde por la mañana, una nube negra cubrió el cielo y el mundo se
ensombreció. Al mediodía, servicio de guardia. Me dirijo hacia el hospital con una luz
potentísima, el mundo se puede disolver. Ante unos ojos débiles adquiere consistencia, ante
otros más débiles aprieta los puños, ante otros más débiles se vuelve recatado y destroza a
quien se atreve a mirarlo.
30 de mayo. Sábado. Viaje a Baní. Es una ciudad entre las ciudades, su pasado era más
grande que su presente, pero éste también es bastante respetable.
Olvido. Así como SESPAS nos olvida por estos rincones de la vida. Olvidamos a nuestros
padres que se han sacrificados toda una vida. Es hora de pensar en ellos dejándolos
descansar, sacrificándonos.
31 de mayo. Domingo. Día de las madres. Visita a mi madre. Rezongar de mi madre
porque tengo barba: «el que tiene barba es un sucio y comunista.» Lo peor es que ningún otro
reproche puede ser mejor para mí en este momento. A causa de él me he sentido
momentáneamente herido, y luego lo olvido; aunque por lo demás, la vida regular, con muy
pocas variaciones, se mantiene sin cambios. A menudo, en esta fecha, la tumba de su madre,
y le he oído pedir a Dios concediera descanso eterno. Por la tarde, viaje a Santo Domingo.
1 de junio. Lunes. En Santo Domingo, antes de partir hacia La Vega. Hermoso día;
soleado, cálido, tranquilo. Ladridos de perros.
La mayoría de los perros ladran porque sí, por el simple hecho de que alguien se acerque
desde lejos; sin embargo, algunos, que tal vez no sean los mejores perros guardianes, pero
que son seres más razonables, se acercan tranquilamente al desconocido, lo husmean y sólo
ladran cuando el olor es sospechoso.
Observo al perro realengo135 del vecino, sentado a la salida del hogar, frente a la calle,
escucha mi zapateo que se inicia a la salida, me mira cuando paso por su lado y me sigue con
los ojos cuando me alejo. Agradable sensación de confianza, puesto que no se asusta ya de mí
y me asimila a la casa familiar y a sus ruidos.
135
Sin dueño. Con este nombre se designó en España, durante la edad media, a todos los bienes territoriales de
la corte real. A principios de la baja edad media, los terrenos realengos fueron muy numerosos y extensos; los
territorios conquistados pasaron a ser considerados como tales.
310
Aun puedo obtener una satisfacción transitoria con trabajos como al que hago en la clínica
rural hacia donde se dirijo hoy, en el supuesto de que consiga aún algo parecido (cosa muy
improbable). Pero sólo puedo tener felicidad si puedo elevar el mundo a lo puro, a lo
verdadero, a lo inalterable.
En los látigos con los que nos hemos azotado todos en este lugar, se han formado bastantes
nudos durante estos doce meses de pasantía. Pienso que no debemos darle mucha
importancia a las cosas pequeñas, así evitamos hacer más nudos. Al mediodía, llego a Las
Uvas.
2 de junio. Martes. Recuerdo del médico, vegetariano y conferenciante. Era un tipo
pequeño y rechoncho, de avanzada edad, con un cráneo tan liso como un huevo de ganso,
clarísimos ojos azules, mirada penetrante y cínica y, pequeña nariz delgada y puntiaguda.
Pronto se prendó primero de una muchacha mestiza, enamorada de su smoking y de sus
teorías, una señorita anémica, de mirada doliente, que lo creía un dios, un viviente Buda. Así
comienzan las religiones.
Los campesinos de mi país olvidaron hace tiempo los nombres de las pequeñas plantas, de
las pequeñas flores que ahora no tienen nombre. Poco a poco lo fueron olvidando y
lentamente las flores perdieron su orgullo. Se quedaron enredadas y oscuras como las piedras
que los ríos arrastran desde la Cordillera Central hasta desconocidos litorales. Los
campesinos se mantuvieron consagrados a su propia aspereza, a la continua muerte y
resurrección de sus deberes, de sus derrotas. Es oscuro ser héroe de territorios aún no
descubiertos; la verdad es que en ellos, en su canto, no resplandece sino la sangre más
anónima y las flores cuyo nombre nadie conoce.
Entre éstas hay una que ha invadido toda la clínica. Es una flor azul de largo, orgulloso,
lustroso y resistente talle. En su extremo se balancean las múltiples florcillas infraazules,
ultraazules. No sé si todos los humanos les serán dados contemplar el más excelso azul. ¿Será
revelado exclusivamente a algunos? ¿Permanecerá cerrado, invisible, para otros seres a
quienes algún dios azul les ha negado esa contemplación? ¿O se tratará de mi propia alegría,
nutrida en la soledad y transformada en orgullo, presumida de encontrarse este azul, esta ola
azul, esta estrella azul, en la abandonada primavera? Al mediodía, servicio de guardia.
311
3 de junio. Miércoles. El domingo será día de Pentecostés.136 No he escrito nada. Mañana
finaliza mi pasantía.
A nosotros, a los demás, nos sostienen nuestro pasado y nuestro futuro. Casi todas
nuestras horas de ocio y otras tantas de nuestro trabajo las ocupamos viendo subir y bajar a
ambos en la oscilación de la balanza. La ventaja que tiene el futuro en su amplitud viene
compensada por el peso que tiene el pasado, y a la postre ambos son ya indiferenciables; la
primera adolescencia acaba volviéndose clara como el futuro, y el final del futuro ha sido
vivido ya realmente con todos nuestros suspiros y se ha vuelto pasado. Así se cierra casi este
círculo, por cuyo borde caminamos. Ahora bien, este círculo nos pertenece sin lugar a duda,
pero nos pertenece tan sólo mientras nos atenemos a él; basta con que nos desviemos un
poco, en cualquier ensimismamiento, en una distracción, un susto, un asombro, una lasitud,
para que lo perdamos ya en los espacios; hasta ese momento, teníamos la nariz metida en el
fluir de los tiempos, ahora nos rezagamos, antes éramos nadadores, hoy somos paseantes, y
estamos perdidos. Quedamos, pues, fuera de la ley, nadie lo sabe y sin embargo todos nos
tratan como si lo supieran.
4 de junio. Jueves. Fatal. Hoy no he escrito nada. Mañana no tendré tiempo. Llegó el 4 de
junio de 1981, fin de mi pasantía, de 365 días de servicio enaltecedor. Así como yo sucedí a
Aurora Robles, Príamo Peña Tió me sucedió, así que durante los próximos 365 días la salud
de Las Uvas será responsabilidad de su trabajo.
Y el cielo trabajaba su crepúsculo con cendales y metales: centelleaba el amarillo en las
alturas sostenido como un pájaro inmenso por el espacio puro. Todo cambiaba de pronto, se
transformaba en boca de ballena, en leopardo ardiendo, en luminarias abstractas.
Sentí que la inmensidad se desplegaba sobre mi cabeza nombrándome testigo de la
Cordillera Central deslumbrante, con sus cerreríos, sus cascadas, sus millones de árboles
muertos y quemados que acusan a sus antiguos homicidas, con el silencio de un mundo en
nacimiento en que está todo preparado: las ceremonias del cielo y de la tierra. Pero faltan el
amparo, el orden colectivo, la edificación, el hombre. Los que viven en tan graves soledades
136
Festividad de la venida del Espíritu Santo que celebra la Iglesia el domingo, 50 días que sigue al de Pascua
de Resurrección, contando ambos, y fluctúa entre el 10 de mayo y el 13 de junio.
312
necesitan una solidaridad tan espaciosa como sus grandes extensiones. Me alejé cuando se
apagaba el crepúsculo y la noche caía, sobrecogedora y azul.
Me desperté y comprobé que estaba solo en casa. Salí a la calle y fui andando hasta el río.
Quería ver el Ozama. Quería detenerme junto a la orilla y mirar largamente las olas, porque a
visión del fluir del agua tranquiliza y cura. El río fluye de una edad a otra y las historias de la
gente transcurren en la orilla. Transcurren para ser olvidadas mañana y para que el río siga
fluyendo.
Me apoyé en la barandilla y miré hacia abajo. Estaba en la periferia de Santo Domingo, el
Ozama había atravesado ya la ciudad, había dejado atrás la gloria de los puentes de los Padres
de la Patria y de los barrios de indigentes, era como un actor después de la representación,
cansado y pensativo. Fluía entre dos orillas sucias que lindaban con musgos y retretes
improvisados, tras los cuales había míseros tugurios y corrupción.
Estuve mirando durante mucho tiempo al agua, que allí parecía más triste y oscura y de
pronto vi en medio del río una especie de objeto, un objeto rojo, sí, era un banco. Un banco de
madera con las patas de metal, uno de los tantos que se encuentran en los parques
capitaleños.137 Navegaba lentamente por el medio del Ozama. Y tras él otro banco. Y otro y
otro, y es ahora cuando me dio cuenta de que los bancos de los parques de Santo Domingo se
van de la ciudad río abajo, son muchos, son cada vez más, flotan en el agua como en otoño las
hojas que el agua se lleva del bosque, son rojos, son amarillos, son azules.
Miré a mí alrededor como si quisiera preguntarle a la gente qué quería decir aquello. ¿Por
qué se van río abajo los bancos de los parques de Santo Domingo? Pero todos pasaban a mi
lado indiferentes y les daba exactamente lo mismo que hubiera un río fluyendo de una edad a
otra por en medio de su efímera ciudad.
Volví a mirar el río. Me sentía inmensamente triste. Comprendí que lo que estaba viendo
era una despedida.
La mayor parte de los bancos desapareció de mi vista, aún aparecieron algunos más, los
últimos rezagados, otro banco amarillo más y después otro más, azul, el último.
Ahora rebusco en mi memoria y trato de recordar. Me doy cuenta de que esta crónica va
137
Capitaleño, ña. 1. Adj. Natural de Santo Domingo. 2 Perteneciente o relativo a esta ciudad, capital de la
República Dominicana (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).
313
llegando a su fin, pero no ignoro que la muerte no me restará sufrimiento porque antes,
mucho antes de que acuda con su guardaña y el nuevo día rompa en el horizonte, me vaciará
la conciencia de sus últimos aromáticos contenidos, todos los enfermos y todas las solitarias
deben recordar que la conciencia navega por cauces paralelos a la desgracia, como los bancos
del río Ozama, como los pasantes por las clínicas rurales, como los dominicanos por el Canal
de la Mona…
Pido perdón a todos porque las circunstancias me obligan a abrir el obituario bien a mi
pesar; reconozco y confieso que tiene su dulzón encanto, su almibarado atractivo, pero pese a
todo proclamado que no gusta el oficio de médico privado, el menester de pasante, al
enemigo debe dársele defensa, el verdugo se toma demasiadas ventajas por eso se le condena
al aislamiento de una única taberna ruin, sucia y casi vacía, de nada le vale tener un nombre
poético: Cuando la pasantía tiene sabor a Uvas, para nada le vale.
Las dificultades para terminar aunque sea un breve ensayo no radican en el hecho de que
nuestro sentimiento, para la terminación del trabajo, requiere un fuego que el contenido real
de lo anteriormente escrito no ha sido capaz de suscitar por sí mismo, sino que dichas
dificultades se deben más bien a que el más insignificante ensayo exige que el autor esté
satisfecho de sí mismo y se pierda en su interior; sin estas condiciones es difícil penetrar en la
atmósfera del día cotidiano si no hay una enérgica resolución y un acicate exterior, de suerte
que, antes de haber concluido el ensayo y de podernos retirar tranquilos, nos lanzamos fuera
de él y desde fuera tenemos que completar el final, con unas manos que no sólo deben
trabajar, sino sostenerse a sí mismas.
El viento comenzó a soplar y a mis narices llegó un olor fétido a pez y azufre. Sentí que
ascendía en mi recuerdo sumergido en el alquitrán, con sus palacios, sus teatros, sus tabernas
y sus lupanes,138 Sodoma y Gomorra. «!Ten piedad, señor!—gritaba Abraham—!No las
queme. Eres bueno apiádate de tus criaturas!» «Soy justo —le había respondido Dios—. ¡Las
quemaré!»
Entonces, mientras lloraba, sopló una suave brisa, desapareció el hedor a alquitrán y
carroña y el mundo se convirtió en un jardín florido.
Sumergido en los recuerdos debo despertar de pronto. Es el ruido del mar. Escribo en
Santo Domingo, en la costa, cerca de Güibia. Recién se han calmado grandes vendavales que
138
De lupanar. Mancebía, casa de prostitución.
314
azotaron el litoral. La mar —que más que mirarla yo desde mi ventana me mira ella con mil
ojos de espuma— conserva aún en su oleaje la terrible persistencia de la tormenta. Me
salpicaba el agua, me daba en los ojos, la boca me sabía a sal y disfrutaba medio hundido en
el raro y estruendoso silencio que me rodeaba, sólo oía el bramar de las olas y el latido del
corazón en las venas de la frente, una a cada lado, en las sienes.
¡Qué años lejanos! Reconstruirlos es como si el sonido de las olas que ahora escucho
entrara intermitentemente dentro de mí, a veces arrullándome para dormirme, otras veces con
el brusco destello de una espada. He recogido esas imágenes algunas sin cronología, tal como
estas olas que van y vienen.
315
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