La oplitica Linguistica

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“La política lingüística en España”
Jesús Menéndez
Profesor asociado de Lingüística hispánica
Université de Caen Basse Normandie
Département d’études ibériques e ibéro-américaines
Laboratoire d’études italiennes, ibériques et ibéro-américaines (LEIA)
Faculté de Lettres. Campus 1
Esplanade de la Paix
14032 Caen (France)
[email protected]
1). PANORAMA DE LA SITUACIÓN ACTUAL
1.1. Dominios lingüisticos del espanol europeo
La España democrática se vanagloria de ser por fin un país plurilingüe, si bien técnicamente, España no
responde a dicha caracterización, dado que todos sus habitantes pueden expresarse en una misma lengua, la materna y
única del 82% de la población, que es el español. Una situación de plurilingüismo propiamente dicha requeriría:
1.- La inexistencia de una lengua común (en el caso de Canadá)
2.- Porcentajes más equilibrados de las lenguas habladas en el país (en los casos de Bélgica o Suiza)1
Esta nueva pluralidad lingüística ha dado lugar, en opinión de algunos,2 a una profunda crisis de identidad
nacional española, ya que España se identifica cada vez más con la noción de Estado, cada vez menos con la de Nación
y sigue siendo víctima del fantasma de un fascismo que se había apropiado todos los símbolos de cohesión nacional.
Ello puede explicar, en parte, la reciente propuesta soberanista del Presidente del gobierno autónomo vasco, Juan José
Ibarretxe,3 reflejo de la fragilidad del Estado-nación y de la imposibilidad de hacer compatibles las aspiraciones
nacionalistas de las comunidades autónomas con una identidad española, cada vez más intangible:
Antonio ELORZA, en El País (15-06-02): “La fragilidad del estado-nación [sigue siendo la más grave de
las asignaturas pendiente], a pesar de que con la modernización económica han ido superándose los factores de
estrangulamiento que hicieron surgir el llamado "problema de España" no en un plano metafísico, sino en el bien
concreto de su articulación y supervivencia. El Estado de las autonomías desmintió los pronósticos pesimistas
acerca de su funcionamiento, pero se ha mostrado incapaz de engarzar en el orden simbólico el referente
español con los nacionalismos periféricos.”4
Elorza considera que, en términos de organización política, no existe mucho margen para la invención y teme
que soluciones del tipo federalismo asimétrico, confederación o co-soberanía, supongan sólo el primer paso para una
desintegración definitiva del Estado. Tampoco se muestra optimista acerca de la configuración plurinacional de España o
del “patriotismo constitucional” que defiende un Partido Popular “escorado hacia un nacionalismo español de inspiración
tradicionalista, bueno para resistencias numantinas, pero no para articular una realidad plural.”5
La idea de patriotismo constitucional nace, no por casualidad, en la Alemania posnazi, traumatizada por su
pasado y necesitada de superarlo sobre nuevas bases civilizatorias, mediante una crítica radical de un pasado que
impedía integrar a los alemanes en una identidad común. Fue el 8 de mayo de 1985, cuarenta años después del fin de la
II Guerra Mundial, cuando un presidente de la república se atrevió a entender la derrota del régimen nazi como liberación
1
Joshua FISHMAN y otros, Language Problems of Developing Nations, John Wiley & Sons, 1968, pp. 69-85
2
Cf. la recopilación de artículos editada por la Real Academia de la Historia bajo el título España como nación, Planeta, 2000
3
Cf. la prensa española del sábado 28 de septiembre de 2002. Diario El Mundo, p. 1: “Ibarretxe anuncia que pretende separar al País
Vasco de España. Propone convertir su comunidad autónoma en un Estado Libre Asociado, con nacionalidad, justicia y política
exterior propias. Dice que dentro de un año abrirá una negociación con el Estado y convocará un referéndum tanto si hay acuerdo con
Madrid como si no. Anuncia que su Gobierno comenzará a asumir de manera unilateral todas las competencias que reclama.”
4
ELORZA A., “Otra España”, Diario El País, sábado 15 de junio de 2002, p. 13
5
Ibidem
de una dictadura, abriéndose paso así la idea de patria como libertad en el Estado alemán. Varios políticos e
intelectuales españoles han recordado en la prensa del presente año que ese necesario y catártico acto de contrición no
se ha producido aún en España:
Nicolás SARTORIUS en El País (17-01-02)): “el señor Aznar y su partido se han resistido, con
contumacia, a condenar en el Congreso de los Diputados a la dictadura que durante cuarenta años persiguió
cualquier idea de libertad y fue la negación del patriotismo que ahora se reivindica. ¿Cómo se puede defender y
generar una cultura e identidad en los valores constitucionales sin realizar una crítica radical del pasado
dictatorial? Ésta es la contradicción en la que vivimos desde hace 25 años […] Aquí sólo se quiere hablar de la
transición, donde todas las culpas se lavaron como en un nuevo Jordán, como si los cuarenta años no hubieran
existido y pervertido nuestra propia identidad, poniendo en riesgo hasta la propia unidad de España.”6
Si la estructura misma del Estado español parece amenazada como consecuencia de un contexto político y
lingüístico que recuerda demasiado los primeros meses de la II República, no lo están menos sus símbolos (bandera y
lengua), convertidos en tabúes. En este estado de cosas, cualquier proyecto de futuro para el Estado-nación que
representa España parece inviable, dado que continúa condenándose cualquier tipo de identificación con valores o
símbolos de unidad nacional, sobre los que planea la sombra de un fascismo no del todo digerido.
El 2 de octubre de 2002 la bandera nacional se convirtió en motivo de división entre las fuerzas políticas, por
primera vez desde que el Partido Comunista de España la asumiera al inicio de la Transición y renunciase a la tricolor
republicana. La polémica surgió con el izado en la madrileña Plaza de Colón de una bandera de 294 metros cuadrados,
la más grande de España, que ondeaba en un mástil de 50 metros de altura y a la que rindieron honores, turnándose,
unidades de los tres ejércitos, una vez al mes, durante la legislatura conservadora. Por decisión del entonces presidente
del gobierno, José María Aznar, se quiso así “honrar la bandera de todos los españoles en la capital del reino por medio
de un mástil que pudiera enarbolarla a la máxima altura posible.”7
Las reacciones de las fuerzas políticas nacionalistas y de la oposición no se hicieron esperar. El diputado del
Partido Nacionalista Vasco, González de Txábarri declaró que este tipo de gestos “retrotraen a situaciones militaristas y
símbolos y fórmulas del pasado, de tradición y de estilo cuartelario”. El diputado de Esquerra Republicana de Catalunya,
Puigcercós, calificó el acto de “provocación innecesaria”. Por su parte, el entonces ministro del Interior, justificó el izado
de la bandera, por no tratarse, en su opinión, de “patriotismo rancio, sino de patriotismo con mayúsculas, porque es la
bandera que integra y la que, según la Constitución, nos representa a todos nosotros.”8
La lengua común es el otro símbolo nacional censurado y conoce por ello una suerte muy distinta a la de las
lenguas propias de las Comunidades bilingües, de las cuales, la más reivindicativa quizás sea el catalán. Su momento
más álgido coincide con el Romanticismo, que identificaba lengua y patria, y así consideraba como extraña toda
literatura elaborada en castellano desde tierras catalanas. Miquel Siguán establece igualmente esa correspondencia
entre lengua y nación cuando afirma:
“Los miembros de la Nación ocupan un territorio geográfico determinado y comparten unos símbolos
que permiten ser reconocidos y reconocerse entre sí. Y entre estos símbolos está en primer lugar el hecho de
hablar la misma lengua.”9
Frente a esta postura, autores como Álvaro Galmés de Fuentes o Gregorio Salvador critican el actual rebrote de ideas
decimonónicas en los territorios autonómicos, algunas de las cuales afectan directamente a la lengua:
6
SARTORIUS N., “¿De qué patriotismo…?”
7
GONZÁLEZ M. y DÍEZ A., “Polémico homenaje…”
8
Ibidem
9
SIGUÁN M., España… , p. 297
Gregorio SALVADOR: “Así por ejemplo la idea humboldtiana de la lengua como manifestación del espíritu de un
pueblo o la del igualitarismo lingüístico se transfiere a las lenguas, que son simples instrumentos, más o menos
afinados y puestos a punto, caracteres que corresponden a los hombres que las usan.”10
El mapa lingüístico de la España actual es fruto de las políticas lingüísticas que se aplican en España desde
entonces y para entenderlo debidamente, conviene recordar que todas ellas coinciden en afirmar que una lengua
determinada es vínculo histórico y señal de identidad de la Comunidad que promulga la Ley.11 De ahí que utilicen el
sintagma lengua propia, que oponen al aséptico lengua común con que se refieren al español.
Si aceptamos la idea de que la lengua es, en efecto, señal de identidad nacional, resulta comprensible que, entre
los objetivos de las leyes de normalización, figuren prioritariamente el uso de la lengua propia en la denominación del
Gobierno y de sus órganos, la rectificación de la toponimia de acuerdo con ella, así como su empleo en el Gobierno y en
la Administración.
En opinión de Juan Ramón Lodares, en la Historia de España, la conservación de lenguas particulares sólo
puede justificarse por el mantenimiento de enormes porcentajes de población analfabeta en todo el territorio nacional:
“De modo que no es de extrañar ninguno de los rasgos que caracterizan la instalación política del
español en nuestra historia: que se hayan conservado muchos grupos humanos […] con sus lenguas […] en
buen estado, que el analfetismo en la lengua común haya sido rampante y no haya habido una organización
escolar digna de tal nombre que lo combatiera, que muchas autoridades se hayan desvivido por rescatar las
hablas del terruño conservadas entre rústicos a quienes se suponía el enlace vivo con una tradición indefinible, o
que el español, como lengua común, no haya sido oficial hasta 1931, y esto porque los catalanes, gallegos y
vascos hicieron oficiales sus lenguas particulares.”12
No es del todo falso afirmar, como lo hace Gregorio Salvador, que durante varios siglos, no hubo en absoluto
deliberada intención política en la expansión de la lengua común. Y, cuando la hubo, a partir del siglo XVIII, careció de
eficacia “porque toda política de imposición lingüística ha de fundarse en la enseñanza, y la política educativa ha sido
entre nosotros un perpetuo desastre.”13
Contrariamente al caso español, el estatuto indiscutible de lengua común del francés, nace directamente del
principio de igualdad republicana, fruto de la Revolución de 1789. El abate Grégoire declaró, el 30 de septiembre de
1793 ante el Comité de Instrucción Pública:
“Así desaparecerán insensiblemente las jergas locales, los patois de seis millones de franceses que no
hablan la lengua nacional, pues no me cansaré de repetir que en política es más importante de lo que se cree la
extirpación de esta diversidad de idiomas toscos que prolongan la infancia de la razón y la vejez de los prejuicios.”14
Lejos de considerar entonces a la lengua nacional como un dialecto aquejado de glotofagia, insaciable devorador
de variedades románicas, como ha sido el caso del español, el francés fue entonces el mejor garante del acceso de
todos los ciudadanos a la cultura, rompiendo así la estructura social del Antiguo Régimen. En España, por el contrario,
esa misma estructura social sobrevive hasta épocas recientes. La minoría dirigente, única con acceso a la lengua común
y a la educación, propició que las clases inferiores se instalaran en el analfabetismo y en la ignorancia del español,
perpetuando así el inmovilismo. Hoy, sin embargo, no es el tradicionalismo, sino las corrientes más progresistas las que
abogan por la recuperación y el mantenimiento de las lenguas autonómicas:
Juan Ramón LODARES: “Cuando hoy algunos políticos nos dicen que España, gracias al sistema autonómico
vigente, resulta ser el país europeo más descentralizado que existe, y se jactan del dato como si fuese una
circunstancia propia de la modernidad, pues, se están jactando más bien de una antigualla política […]. El
catolicismo y la monarquía eran en el tradicionalismo lo único respetable, todo lo demás podía repartirse (las
diversas lenguas patrias, por ejemplo). No sé si han cambiado mucho las cosas.”15
10
SALVADOR G., Lengua española… , p. 135
11
SIGUÁN M., España… , p. 97
12
LODARES J. R., El paraíso… , p. 14
13
SALVADOR G., Política lingüística… , p. 84
14
BRETON R., Geografía… , p. 89
15
LODARES J. R., El paraíso… , p. 15
Desembocamos entonces en un mapa lingüístico claramente fragmentado en el que el español se encuentra
acomplejado, acosado y acusado por sus lenguas hermanas, y hasta desprovisto de su esencia:
Juan Ramón LODARES: “Expresada la lengua como castellano parecerá una identidad parcelada más, que se
ha instalado entre sus vecinas indeseadamente. Expresada como español, esa lengua lleva en sí un aroma de
comunidad de intereses comunes (sic) que algunos han tratado de evitar a toda costa: es un mal ejemplo. De
modo que la petición que elevaron al Congreso en 1978 las Academias Española de la Lengua y de la Historia
en pro de la denominación español, se desoyó. La petición tenía fundamento histórico y filológico, pero era
políticamente incorrecta.”16
1.2. Las leyes de normalización lingüística
El actual texto constitucional cambia radicalmente el panorama político español y la estructura misma del Estado,
que se articula desde entonces en diecisiete comunidades autónomas con gobierno y parlamento propios17, algunas de
las cuales poseen una lengua vernácula diferente al español. Son estos territorios los que redactan a partir de ese
momento leyes de normalización lingüística con el objetivo de revitalizar sus idiomas respectivos, promoviendo su
enseñanza y su uso en todos los ámbitos de la vida social.
Con la única excepción de Navarra, que adopta otro planteamiento, todas coinciden en tres enunciados básicos
que pueden considerarse la formulación de sus objetivos más generales:
1.- La afirmación de que una lengua determinada es vínculo histórico y señal de identidad de la Comunidad que
promulga la Ley. De ahí el calificativo de lengua propia, que figura en todos los estatutos de autonomía de los
territorios bilingües.
2.- La decisión de compensar la situación de inferioridad en que se encuentra y, por tanto, la voluntad de
promover su conocimiento y su uso en todos los ámbitos de la vida social hasta conseguir la normalidad de su
uso. De ahí el nombre de normalización, que en la mayoría de las leyes recibe el proceso que con ellas se
pretende impulsar.
3.- El precepto constitucional que establece la cooficialidad de la lengua propia con el castellano, lengua oficial
del Estado, y con ello, la necesidad de establecer las condiciones que aseguren la posibilidad de utilizar en
cualquier circunstancia cualquiera de las dos lenguas y con los mismos efectos legales18.
Miquel Siguan define la política lingüística como el “conjunto de acciones destinadas a alcanzar una situación
lingüística que se considera deseable. Puede estar al servicio de una lengua fuerte, asegurando su su estabilidad y
facilitando su expansión. Pero […] también al servicio de una lengua minorizada (sic) para estimular y apoyar su
recuperación”19.
Así concebida, permite acoger en su seno tanto las reivindicaciones de los gobiernos autonómicos a los que
acabamos de hacer alusión, como el concepto de ecología lingüística, sobre el que volveremos más adelante.
Gregorio Salvador, por su parte, propone que “el conjunto de actividades y actitudes deliberadas que, o bien
acentúan, o bien atenúan los contrastes implicados por la alteridad, constituyen la política lingüística. La política
lingüística puede afirmar y promover una alteridad histórica determinada y suele pretender gobernar, directa o
indirectamente, el comportamiento lingüístico de una comunidad desde una consciente planificación idiomática”.20
El término normalización, tradicionalmente, aludía al conjunto de normas internas de una lengua: gramática, léxico,
ortografía. En Cataluña, desde hace algún tiempo, se ha comenzado a utilizar para designar la recuperación de la
vigencia social, del prestigio y del uso generalizado de la llamada lengua propia. Así, normalización ya no tiene sentido
de normativa interna de la lengua (ahora llamada normativización), sino la normalidad de su uso21. La lingüística
anglosajona propone las expresiones code planning para la normativización y status planning para la normalización.
Resulta evidente que así entendida, y apoyada en la cooficialidad, la normalización parece implicar un
bilingüismo generalizado. Sin embargo, los propios portavoces del nacionalismo lingüístico lo tachan de puramente
16
Ibidem, p. 47
17
Ceuta y Melilla, que formaban parte en aquel momento de la Comunidad Autónoma de Andalucía, han alcanzado recientemente el
estatuto de Ciudades Autónomas
18
M. Siguan, España…, p. 98
19
M. Siguan, op.cit., p. 97
20
G. Salvador, Política…, p. 73
21
Así, normativización se corresponde con el término inglés code planning y normalización con status planning
teórico22, y prefieren hablar de situaciones de diglosia y sesquilinguismo (Capacidad para expresarse en una sola lengua
pero entendiendo perfectamente la otra , G. SALVADOR)23.
1.3. El binomio Lengua-Identidad nacional
El contenido y objetivos de todas estas leyes autonómicas de normalización lingüística son muy similares y
coinciden en estos puntos:
1.- La lengua es señal de identidad. Se utilizará la lengua en la denominación del Gobierno y de sus órganos y
se rectificará la toponimia de acuerdo con la lengua propia24.
2.-Se utilizará la lengua en el Gobierno y en la Administración.25
Precisamente, y según lo que acabamos de señalar, han sido tradicionalmente los más fervientes defensores del
nacionalismo los que han visto en la lengua una de las principales señas de identidad de cualquier nacionalidad, entre
ellos Miquel Siguan y Roland Breton:
SIGUÁN: “Un dato fundamental a tener en cuenta es, por tanto, la estrecha relación entre política lingüística y
nacionalismo. Desde una perspectiva puramente descriptiva llamamos nacionalista al individuo que se identifica
como formando parte (sic) de una realidad colectiva llamada Nación definida por una historia común, entendida
no sólo como una historia política, sino como un pasado cultural común, por una manera de ser y de
comportarse, y por unos problemas y unas expectativas para el futuro también comunes” (M. Siguan, op.cit., p.
297)
BRETON: “las tomas de conciencia lingüística y étnica, y los movimientos que ponen en marcha, afectan de
algún modo la existencia de los Estados, e incluso su estructura. Estas tomas de conciencia explican en un sitio
el mantenimiento y la integración, y en otro la dislocación” (R. Breton, Geografía…, p. 95)
1.4. El concepto de Ecología lingüística
De los nacionalismos periféricos ha partido igualmente el concepto de ecología lingüística que evocábamos más
arriba, en el que los defensores de la denominada lengua común han visto un claro ataque al español (Cf. Gregorio
Salvador y Juan Ramón Lodares):
BRETON: “En un planeta en el que se pretende proteger las especies en vías de extinción, parece que es
urgente velar asimismo por la conservación de las pequeñas lenguas vivas, como otras tantas formas
amenazadas del pensamiento humano, del patrimonio cultural común” (R. Breton, op.cit, p. 92)
JUNYENT y MORENO CABRERA: “Ante una situación de desigualdad, es evidente que hay que promover
políticas que ayuden especialmente al más débil para nivelar esos grandes desniveles existentes: En aquest
àmbit és fonamental el principii bàsic de l’ecolingüística: la protecció dels més dèbils, perque ja hem vist que els
organismes invasors aprofitaran qualsevol oportunitat per ocupar l’ecosistema” (C. Junyent en J. C. Moreno
Cabrera, La dignidad…, p. 225)
1.5. La defensa del español
La España autonómica, plural y democrática, nacida con el texto constitucional de 1978 ha necesitado
demarcarse del fascismo en un movimiento pendular que la ha instalado en una diversidad excluyente de cualquier
connotación centralizadora, que historiadores y lingüistas han criticado en los últimos años26 y ha vuelto a ponerse sobre
la mesa el problema de la identidad nacional española, al tiempo que lingüistas como Salvador, Galmés o Lodares, entre
otros, han defendido la lengua española de lo que consideran “una política lingüística institucionalizada contra la lengua
común” (entiéndase, el español):
22
“Dado que inicialmente la preponderancia del español era tal que serán necesarios bastantes años de política lingüística coherente
antes de que pueda hablarse de relativo equilibrio” (M. Siguan, op.cit., p. 297)
23
“Capacidad para expresarse en una sola lengua pero entendiendo perfectamente la otra”, (G. Salvador, Lengua…, p. 108)
24
Veremos más adelante cómo éste es uno de los postulados más polémicos
25
M. Siguan, op.cit., p. 297
26
Cf. Real Academia de la Historia, España. Reflexiones sobre el ser de España, Madrid, 1997
SALVADOR: “El hecho incontestable es que se hace política lingüística institucionalizada, contra la lengua
común, en media docena de comunidades autónomas y no existe ningún organismo político o administrativo
estatal que se ocupe de la lengua de todos, de protegerla, de encauzar su expansión y de defenderla, cuando
sea menester, de esas otras políticas lesivas” (G. Salvador, Política…, p. 81)
“las políticas lingüísticas que proliferan en la España de hoy van todas dirigidas contra la lengua común y no hay una
política unitaria, consciente, claramente programada en sus objetivos, que vele por la integridad de esa lengua, que
vigile y facilite, al menos el cumplimiento del mandato constitucional que dice aquello de que todos los españoles
tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla” (G. Salvador, op.cit, p. 70)
Estos defensores de la lengua común, denuncian la “discriminación positiva” que los políticos nacionalistas
ejercen sobre los hispanohablantes que consiste, según el ya visto principio de ecología lingüística, en proteger al débil
frente al fuerte, argumentando que el español no requiere defensa, puesto que se defiende solo27.
Para estos lingüistas, la falsa idea de una libertad reconquistada después de la represión fascista, ha permitido
que se multipliquen las reivindicaciones nacionalistas de carácter a la vez político y lingüístico. Las mismas que ya había
evocado Ramón Menéndez Pidal en 1931, cuando la proclamación de la Segunda República había dado paso a una
pluralidad nacionalista y lingüística en cierto modo similar a la que España conoce actualmente:
LODARES: “Una idea política muy difundida actualmente es la de que España ha sido un país con un
centralismo tan fuerte que ha ahogado durante siglos las legítimas aspiraciones a gobernarse de sus partes
integrantes. Que esas partes han sufrido una asimilación castellanizadora y que han alcanzado, por fin, tras un
largo camino reivindicativo lleno de sinsabores sus anhelos reprimidos”. (J. R. Lodares, El paraíso…, p. 9)
MENÉNDEZ PIDAL: “Y las afirmaciones de personalidad regional en esta homogénea y democrática España
brotan y engruesan ahora por todas partes, como hongos, tras la lluvia republicana. Cada ciudad podría alegar
sus características individuales; cada aldea, el hecho diferencial que engríe a Coterujo de Abajo contra Coterujo
de Arriba. Junto al entusiasmo en su afirmación personal, tan legítimo, las regiones o naciones periféricas jamás
afirman la España que las abarca”. (R. Menéndez Pidal, El Sol, 27 de agosto de 1931)
Juan Ramón Lodares critica duramente el victimismo en el que se parapetan los nacionalismos periféricos para
combatir la lengua común, sirviéndose del aparato legislativo de la aún balbuciente España autonómica, deudora de las
nacionalidades históricas por el simple hecho de haberse erigido en paladín de causas lingüísticas oprimidas por el
fascismo.
1.6. Los medios de comunicación nacionales
La prensa democrática, encabezada por el diario El País (primero en salir a la calle tras la restauración de las
libertades democráticas) ha puesto un especial empeño en demarcarse del yugo y las flechas, de forma a menudo
caricaturesca, eliminando de sus páginas los topónimos españoles correspondientes a algunas capitales de provincia de
las llamadas nacionalidades históricas:
EL PAÍS, Libro de estilo: “Los nombres de poblaciones españolas deberán escribirse según la grafía aceptada
oficialmente por el correspondiente Gobierno autónomo, que no siempre es la castellana. Las excepciones a esta
norma son las recogidas en este Libro de estilo; entre ellas figuran los nombres de todas las comunidades
autónomas, regiones, provincias o capitales de provincia. Por ejemplo, se escribirá Cataluña y no Catalunya,
Álava y no Áraba, Orense y no Ourense” (El País, Libro de estilo, Madrid, Ediciones El País, 9ª edición, octubre
de 1993, p. 79)
Curiosamente, la decimocuarta edición del mismo manual, publicado en febrero de 1998, añade, tras este párrafo y
en la misma página 79 :
“No contarán entre estas excepciones los nombres catalanes de Lérida y Gerona, que se escribirán según la
grafía catalana (es decir, Lleida y Girona)”.
27
Cf. G. Salvador, Política…, p. 88
El inciso no es en absoluto gratuito. Hay que contextualizarlo y, con él, la propia edición del libro. No debe
olvidarse que ese mismo año se celebran elecciones generales en España y que tanto el gobierno socialista saliente,
como el conservador entrante tuvieron que pactar con el nacionalismo catalán con vistas a alcanzar la mayoría
necesaria para gobernar. Ambos gabinetes se vieron así obligados a ceder ante buen número de reivindicaciones
hasta llegar a extremos como el que acabamos de evocar.
En cualquier caso, tras esta concesión absolutamente política y en nada lingüística, las dos ediciones continúan
diciendo:
“En caso de ser igualmente válidas las dos grafías, la castellana y la del otro idioma oficial de la comunidad, se
optará por la primera […]. Los nombres de instituciones se continuarán escribiendo en su versión castellana,
salvo las excepciones previstas en este Libro de estilo. Ejemplos: Consejo Ejecutivo de Vizcaya y no Bizkai Buru
Batzar; pero Xunta, y no Junta; Generalitat, y no Generalidad” (pag. 81 de la 14ª edición).
Para cualquier lector asiduo de la prensa española actual resulta evidente que esta cláusula ha sido
olímpicamente ignorada, ya que en las páginas del mencionado diario los nombres de los órganos de gobierno
autonómicos y los topónimos de las comunidades bilingües campean alegremente (cada día más, de hecho) en las
respectivas lenguas vernáculas, y ello en detrimento de sus equivalentes españoles, que se evitan cuidadosamente al
abordar los espinosos temas de administración territorial.
El País, consagrado como icono de la era democrática, publica en las páginas de su Libro de estilo un capítulo
titulado De los principios de la publicación y su observancia, en cuyo Artículo 3.1 se dice:
“EL PAÍS (sic) es un periódico independiente, nacional28, de información general, con una clara vocación
europea, defensor de la democracia pluralista29 según los principios liberales y sociales, y que se compromete a
guardar el orden democrático y legal establecido en la Constitución”.
Por su parte, el diario El Mundo, también en su Libro de estilo, propone una rúbrica titulada Uso del idioma
castellano (p. 80) en la que, en términos muy parecidos a los de El País, se afirma que el periódico se redacta en
español (llamado castellano en el libro) y que por ello no se aconsejará el uso de palabras procedentes de otros idiomas.
Las excepiones, una vez más, vendrán del mismo lado:
“En EL MUNDO (sic) el uso del castellano significa que no se deben emplear en textos informativos palabras ni
frases en otros idiomas, incluidos los demás oficiales en España. Solamente en circunstancias excepcionales se
podrán incluir palabras o frases en otros idiomas si resultan imprescindibles para comunicar información
fundamental o transmitir el ambiente reinante en un acontecimiento. También se podrán utilizar las palabras no
castellanas expresamente autorizadas en la Parte IV (Léxicos y Anexos) de este libro”.
Resulta evidente que la incomprensible manga ancha que se aplica de forma tan caprichosa, no obedece sino a
criterios políticos, más que lingüísticos. Pero la incongruencia alcanza su paroxismo cuando, en la misma página, se
afirma que los topónimos que tengan una versión española debidamente acreditada por el uso histórico y por la
Academia se escribirán en español:
“Los nombres de poblaciones y territorios extranjeros que tengan una versión castellana debidamente acreditada
por el uso histórico y por la Academia se escribirán siempre en castellano: Aquisgrán, Maguncia, Nueva York,
Tailandia, Nápoles o Ucrania. También sus gentilicios cuando los tengan” (ibidem).
Uno no puede dejar de preguntarse si La Coruña, Orense, Gerona y Lérida llevan aún poco tiempo en esta
lengua en la que escribo, para justificar que desaparezcan, si no del mapa, al menos sí de los diccionarios
enciclopédicos. Precisamente, a propósito de esas dos poblaciones catalanas, la última edición del Libro de estilo de
El Mundo despeja taxativamente cualquier duda:
28
Si El País se define como diario nacional, El Mundo elige calificativos más rumbosos como global y cosmopolita, tan poco
compatibles con el ombliguismo reinante.
29
Confróntese con esta idea de nación la crítica de Gregorio Salvador (en las obras mencionadas en la bibliografía) al ataque a la
única de las lenguas de España compartida por la inmensa mayoría de sus habitantes.
“Un punto de litigio reciente ha sido la adopción administrativa de un solo nombre, el vernáculo, para dos
ciudades catalanas importantes cuyos nombres castellanos están suficientemente acreditados desde el punto de
vista histórico, Gerona y Lérida, hoy oficialmente Girona y Lleida. En EL MUNDO (sic) se escribirán siempre en
catalán” (ibidem)
Juan Ramón LODARES: “Es comprensible que el Congreso de los diputados decida hacer oficiales en toda
España nombres como A Coruña, Lleida, Girona y otros tantos. Y se preste a ello, además, confundiéndolo todo:
geografía, toponimia, idioma, hablantes y oficialidad lingüística. Es comprensible, pues del Congreso han salido
iniciativas muy singulares en torno al idioma. Con esta de los nombres, por ejemplo, se consigue que España
carezca de toponimia oficial en la única lengua común de todos los que la habitan” (J. R. Lodares, El paraíso…,
p. 43).
Esta prensa democrática, desfacedora de entuertos político-lingüísticos vive en el convencimiento de reparar así
(y con el beneplácito de una administración central, tan reticente como aquélla o más aún a ser asimilada al fascio)
injusticias seculares. Y así, en plena construcción europea, proliferan en esta España-rompecabezas (en el sentido más
literal del término) las fronteras lingüísticas, cerrando espacios a la libre y fácil circulación de ciudadanos y levantando
aduanas lingüísticas y obligándonos a lealtades idiomáticas, cuando habían acabado otras servidumbres” (J. R.
LODARES, El paraíso…, p. 21-22).
No han faltado así críticas incluso al artículo tercero del texto constitucional, en el que se califican como “lenguas
españolas” a cada uno de los idiomas que se hablan en la entelequia que parece ser España:
SALVADOR: “Lenguas de España llamo a las que, con notable impropiedad, designa el artículo tercero de la
Constitución como lenguas españolas, en una redacción chapucera donde se ignora que el adjetivo española
aplicado a lengua constituye una lexía compleja con valor unitario que, por tradición y por uso, sólo quiere decir
una cosa: lengua castellana” (G. Salvador, Lengua…, p. 92).
2). RETROSPECTIVA: EL CONSTITUCIONALISMO DECIMONONICO
2.1. Las lenguas periféricas
2.2. La implantacion del contexto diglosico
2.3. Renaixença-Rexurdimento-Berpizkunde
Según Juan Ramón Lodares, la fuente de las ideas de fondo religioso que ligan pureza lingüística y nacional ha
de buscarse en la sociología política del Antiguo Testamento, y más concretamente, en el mito de Babel, donde la
lengua señala el índice racial de las tribus que Yavé dispersó.30
Su ideal corresponde a una comunidad imaginariamente homogénea, cuyo territorio político coincida con el
lingüístico, legitimando así no sólo la conservación de las lenguas propias como raíz de la “nación”, sino también la
naturalización lingüística de quienes no la hablan, puesto que si éstos no asimilan la lengua-patria, no estarán integrados
en el ser-nacional y serán un elemento disolvente de su pureza. La lengua es así el índice de pureza racial de una
comunidad –que la defiende y delimita frente a otras- y sobre tal índice se funda la nación.
El integrismo lingüístico, en el caso concreto de España, supone que, una vez catalanizada, eusquerizada o
galleguizada, la comunidad habrá consumado una de las claves de la construcción nacional: la anhelada formación de
una sociedad homogénea y segregada de sus vecinas, un genuino grupo humano que cumple los requisitos de lo que
Lodares denomina el “canon babélico lengua-raza-nación.”31
Este nacionalismo lingüístico emerge no sólo como reacción a los agravios franquistas sino también frente a las
ideas ilustradas, los efectos humanos de la revolución industrial (la movilidad laboral, el liberalismo o el internacionalismo
socialista) y protege, no tanto a los idiomas en sí mismos, sino a sus hablantes frente a un mundo cada vez más abierto
y relacionado entre sí, más proclive a la mezcla.
La trinidad Dios, Patria y Lengua estaba siendo amenazada por un nuevo tipo, el trabajador urbano, pero en
España, la industrialización no liquidó lenguas. El obrero industrial fue un tipo humano mucho menos numeroso que el
trabajador del campo. En Cataluña, favoreció indirectamente al catalán al conseguir que esta lengua marcara las
diferencias entre trabajadores autóctonos y los recién llegados de otras provincias. Sin dejar de conocer el español, e
30
31
Juan Ramón LODARES, Lengua y patria, Madrid, Taurus, 2002, p. 16
Ibidem, p. 20
incluso apreciándolo, establecen diferencias lingüísticas con los que llegan de fuera, como forma de legitimar la jerarquía
en los puestos de trabajo.
En el País Vasco, el desarrollo industrial se produjo en zonas hispanohablantes, con lo cual no afectó
mayormente a los núcleos tradicionales vascófonos, pero “el nacionalismo vasco fue una reacción ante la amenaza que
para la identidad cultural vasca, para su lengua, para sus rasgos étnicos, para los valores tradicionales de la sociedad
vasca, para sus sentimientos religiosos, supusieron la industrialización, la inmigración masiva de trabajadores no vascos
y la conflictividad que trajo consigo la nueva sociedad industrial.”32
En el medio rural, el mantenimiento de los rústicos en una lengua local y de corto rango había garantizado
durante siglos su sometimiento a oligarquías que, aun conociendo dicha lengua en ocasiones, hablan también el más
prestigioso español que se les regatea a los rústicos. Ya Ramiro de Maeztu denuncia que:
“la tierra de Vizcaya pertenece en un noventa y cinco por ciento a capitalistas que viven ociosos en las
villas y ciudades, con la única pretensión de que no se alteren los buenos usos y costumbres del país. Para que
tal sistema se sostenga es absolutamente imprescindible que el casero no aprenda castellano, ni se roce con
gente.”33
Los efectos de la Revolución Francesa o la hegemonía del bonapartismo –que decidieron la suerte de la
comunidad lingüística en Francia por liquidación de variedades regionales sin que la Iglesia interrumpiera tal proceso,
apenas se notaron en España.
Los partidos obreristas –no por casualidad, más defensores del español cuanto más a la izquierda se situasen-,
entendieron que no podían perder las ventajas que les brindaba una lengua multinacional y la única del país con la que
no quedarían aislados regionalmente. Así, la elevación del eusquera (idioma entonces disgregado en no menos de ocho
variedades dialectales) a lengua oficial en el Estatuto de Estella no fue precisamente celebrada como un triunfo de las
ideas progresistas.
3). RETROSPECTIVA: EL SIGLO XX
3.1. Miguel Primo de Rivera (1928)
3.2. Constitucion de 1931
En 1931, Unamuno, en un discurso pronunciado en el Congreso:
“Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el
idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes
provincias o regiones.». Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el
castellano el idioma oficial de la República (acaso esto es traducción del alemán), e hice una primitiva enmienda, que
no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía:
«El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo,
sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir
en la redacción que últimamente se dió a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República.
Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial
la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua
regional.» Entre estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro
lo de la cooficialidad, pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que
son muy peligrosos.”34
Franco
Recientemente, la opinión progresista ha identificado comunidad lingüística (entiéndase como tal la de lengua
española) y ultraderecha. Si bien esta identificación está justificada de 1939 en adelante, no conviene olvidar que en los
debates para la aprobación del Estatuto catalán durante la Segunda República: “Se produjo también la situación de que
fueran los representantes de la extrema izquierda quienes promulgasen la prioridad y obligatoriedad del castellano.”35
32
Juan Pablo FUSI, El País Vasco, Madrid, Alianza, 1984, p. 156
Ramiro de MAEZTU, Artículos desconocidos, Madrid, Castalia, 1987, pp. 172-174
34
UNAMUNO M., Discurso…
33
35
Fernando GONZÁLEZ OLLÉ, “El establecimiento del castellano como lengua oficial”, Boletín de la Real Academia Española, LVIII,
1978, p. 275
En un curioso escorzo ideológico, el tradicionalismo y el nacional-catolicismo (de la mano de la Falange) se
contagian de los aires totalitarios de la época y, en un proceso de nacionalización simbólica de España, elevan la lengua
común en la posguerra a símbolo nacional e imperial.
Mientras, en Alemania, Hitler sintetizaba en 1942 la estrategia babélica del Reich: la Deutschtum, una gran patria con
pueblos arios supeditados a la Gran Alemania. Para dominar las comunidades que los nazis habían conquistado habría
que privarlas, en lo posible, de cualquier deseo de libertad, eliminando sus organizaciones. Se les podría agrupar, por
ejemplo, según líneas de lengua-raza, manteniéndolos en el más bajo nivel cultural posible. Se les podría dar algunos
rudimentos de alemán, un alemán de urgencia, el justo para que pudieran someterse a las órdenes del Reich. De modo
que Hitler no sólo no era uniformador, sino que, antes al contrario, explotaba los hechos diferenciales.
Al anunciar su estrategia castellanizadora, no deja de resultar sarcástico que Franco, venga a coincidir –en
pensamiento lingüístico- con los viejos marxistas de la lucha de clases. Y con las ideas de que los proletarios del mundo
se tenían que unir también idiomáticamente. Sólo los aires de grandeza imperial que soplaban entonces pueden explicar
semejante compota ideológica.
La Falange estaba adscrita a la extirpación de los focos regionales y en contra de la pretensión de blandir
lenguas a modo de enseña diferencial sobre la que fundar proyectos separadores. Por tal senda, la línea política del
Régimen se acabaría pareciendo a la soviética en Georgia o Armenia, donde Lenin desestimaba autonomías en
términos lingüístico-culturales.36
La Iglesia y Franco
Volviendo al Génesis, las naciones surgidas de Babel lo son por naturaleza y poder divinos. Divergen en la
lengua –que es el índice de pureza racial- y en las costumbres, pero están ligadas por la fe y ése precisamente será
el segundo pilar en que se basa históricamente el mosaico lingüístico actual.
Desde sus orígenes, el Cristianismo contribuyó indiscutiblemente a fragmentar el latín y a favorecer la aparición
de las futuras lenguas romances al separar a las comunidades por el sencillo método de dirigirse a cada una en su
lengua. En suma, contribuye a gestar naciones ligándolas a lenguas:
El principio de Pentecostés
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. Y de repente vino un estruendo del
cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Entonces aparecieron,
repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del
Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu Santo les daba que hablasen.
En Jerusalén habitaban judíos, hombres piadosos de todas las naciones debajo del cielo. Cuando se produjo
este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma.
Estaban atónitos y asombrados, y decían:
-Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?¿Cómo, pues, oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en
que nacimos? Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de
Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto
judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de
Dios.
Todos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros:
-¿Qué quiere decir esto?
Pero otros, burlándose, decían:
-Están llenos de vino nuevo”
(Hechos de los Apóstoles 2 1/15 La venida del espíritu en Pentecostés)
Ya en 1930, los nacionalistas temían una República laica que se opusiera a su profundo clericalismo, presente
en su grito de guerra “Jaungoikua eta Lagi-Zarra” (Dios y Fueros): “El Nacionalismo vasco proclama la Religión Católica
como única verdadera y acata la doctrina y jurisdicción de la Santa Iglesia, Apostólica, Romana.”37
Sabino Arana construye una elaboración radical que toma como referente negativo a España, que es representada
como una colectividad de naturaleza moral perversa. Con un soporte social teocrático, a partir de este principio se
explican, en buena medida, otras dos piezas angulares del postulado de Arana, como son el racismo y el antimaketismo
36
37
Juan Ramón LODARES, op. cit., pp. 151-169
Bases doctrinales de la Asamblea de Vergara, 16-11-1930
o xenofobia, pues se trataría, desde su concepción, de preservar la pureza de la raza vasca, frente a la irreligiosidad e
inmoralidad que caracterizan al pueblo español. ARANA: “Levantando el corazón a Dios, de Vizcaya eterno Señor, ofrecí
cuanto soy y tengo en apoyo de la restauración de la patria”.38
Hay en estos principios de Arana una mezcla de integrismo y racismo, junto a una veta revolucionaria de orientación
republicana, ideologías filofascistas inclinadas a formar sociedades homogéneas no por agregación, sino por
segregación, uniformándolas en la lengua y exaltando sus particularidades para evitar que se mezclen con comunidades
mayores:
“Bizcaya se constituirá libremente […] Se constituirá, si no exclusivamente, principalmente con familias de raza
euskeriana. Señalará el euskera como lengua oficial […] Bizcaya se establecerá sobre una completa e
incondicional subordinación de lo político a lo religioso, del Estado a la Iglesia”39
En Cataluña, el obispo de Vic Josep Torres i Bages, signatario de las Bases de Manresa el 27 de marzo de
1892, fija la doctrina de la idiosincrasia catalana en La Tradició catalana:
“La cosa no tiene remedio. Cataluña e Iglesia son dos cosas que es imposible separar en el pasado de nuestra
tierra; son dos ingredientes que ligaron tan bien hasta formar la patria; y si alguien quisiera renegar de la Iglesia,
no dude de que al mismo tiempo tendría que renegar de la patria […] Quizá no existe otra nación tan entera y
sólidamente cristiana como lo ha sido Cataluña.”40
En las Bases de Manresa –Bases para la Constitución autónoma-, se articulan las aspiraciones maximalistas del
catalanismo, pero también sus limitaciones ideológicas y clasistas:
“Solamente los catalanes ya que lo sean por nacimiento, ya en virtud de nacionalización, podrán desempeñar en
Cataluña cargos públicos, aun tratándose de los gubernativos y administrativos dependientes del poder central.
También deberán ser desempeñados por catalanes los cargos militares que llevan aneja jurisdicción”, (señala,
por ejemplo, la base 4ª).
“La lengua catalana será la única que, con carácter oficial, podrá usarse en Cataluña y en sus relaciones con el
poder central”, (base 3ª).
3.3. La Constitucion de 1978
Si durante la Transición hubo un cierto descrédito de la propia idea de España, como consecuencia del régimen
de Franco, que con su ideología abusiva y excluyente desacreditó el nacionalismo español y el propio concepto de
España, las Autonomías han reproducido el modelo contra el que nacieron, basándose en lo que Jon Juaristi denomina
tesis del “bucle melancólico” o falsificación bucólica del mito del pasado. Y es que el recreamiento en la victimización
como elemento constitutivo del nacionalismo es un hecho incuestionable.
El límite actual de las presiones nacionalistas es precisamente la Constitución que permitió el nacimiento del
actual Estado autonómico. En principio, la ambición y la razón de ser de todo nacionalismo es la construcción de su
territorio como nación propia y distinta. Los nacionalismos han diferenciado los conceptos de nación y Estado. En
principio, construcción nacional puede suponer solamente un proyecto cultural, de identidad colectiva, que no requiera
Estado propio.
El Estado nacional es para Max Weber no algo indeterminado sino la “organización terrenal del poder de la
nación”. Es decir, el Estado nacional es el portador y el sujeto de la nación alemana. La nación queda convertida así en
el último punto de referencia de todos los objetivos políticos. Siendo la nación un concepto tan fundamental en Max
Weber, es importante señalar que el factor configurador de la misma es su referencia al poder político y lo “nacional” es
un tipo especial de pathos que se vincula, en un grupo humano unido por una comunidad de lengua, de religión, de
costumbres o de destino, a la idea de una organización política propia ya existente o a la que se aspira: cuanto más se
carga el acento sobre la idea de poder, tanto más específico resulta ese sentimiento de pathos41. El problema es que la
lógica del nacionalismo vasco y catalán alcanza para ellos un rango equiparable al de España.
La Constitución de 1978 establece un ámbito de convivencia que es esencial. Es necesario el reconocimiento
mutuo, igual, del hecho nacionalista como el de la realidad no nacionalista, circunstancia que está lejos de ser la actual.
38
citado en BONELLS, Les nationalismes espagnols (1876-1978), París, Éditions du Temps, 2001, p. 57
Carlos SECO SERRANO, “Nacionalismo español y nacionalismos periféricos en la Edad Contemporánea”, España como nación,
Real Academia de la Historia, Madrid, Planeta, 2000, pp. 213-240
40
citado en BONELLS, op. cit., p. 50
41
Joaquín ABELLÁN, Max Weber: Escritos políticos, Madrid, Alianza Editorial, 1991
39
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