María del Rosario Hernández Borges

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INTENCIÓN E IRRACIONALIDAD: DAVIDSON
Y LA EXPLICACION DE LA ACCIÓN
Rosario Hernández Borges
La explicación de la acción es un tema central en la literatura filosófica. Si algo
parece propio de los humanos es que sus conductas están conectadas con sus creencias e intenciones. Explicar qué papel juegan estas creencias e intenciones en la determinación de la acción es una cuestión que, tradicionalmente, se ha formulado en términos de causas o en términos de razones, y ambas explicaciones se concebían como
separadas y opuestas. Cuando, en 1963, Donald Davidson publica «Acciones, razones
y causas», esa oposición tradicional pretende disolverse en un nuevo planteamiento:
las razones son causas de las acciones; «la racionalización (dice Davidson) es una
especie de explicación causal ordinaria»1.
El modelo de explicación que Davidson propone sigue la forma de un silogismo
práctico. El razonamiento o silogismo práctico se formula en términos de lo que
Davidson llama «una razón primaria», que define de la siguiente manera: «R es una
razón primaria por la que el agente realizó la acción A bajo la descripción d, sólo si R
consiste en una actitud favorable del agente hacia las acciones que poseen cierta propiedad, y es una creencia suya que A tiene esa propiedad en la descripción d»2.
Con este modelo de explicación, Davidson tiene la intención de unificar las explicaciones del modelo racionalista, según el cual las razones explican la acción porque la justifican, con las explicaciones del modelo causal, que mantiene que la acción
sólo se explica mediante sus causas. En el modelo davidsoniano la justificación está
en la conexión lógica entre creencias y actitudes favorables (deseos en lo sucesivo),
por un lado, y acciones, por otro; mientras que la causalidad se encuentra en que
creencia y deseo causan la acción. Pero hay que señalar que esta explicación causal
viene limitada por la hipótesis del «monismo anómalo», según la cual la explicación
causal de la conducta sólo es posible caso por caso.
A pesar de la novedad que supuso, el modelo de explicación de la acción presentó problemas que, en algunos casos, intentó resolver introduciendo ligeras modificaciones y que, en otras ocasiones, no pudo solucionar.
1
D. Davidson, «Acciones, razones y causas», en A.R. White, La filosofía de la acción, Madrid,
F.C.E., 1976, p. 117.
2
Ibid., p. 118
Laguna, Revista de Filosofía, nº 5 (1998), pp. 201-210
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I
Un primer problema importante en el tratamiento que Davidson hace de la acción
lo constituyen aquellos casos en los que a un deseo no le sigue la acción que le corresponde. Es decir, cuando dadas las dos premisas que forman el silogismo (deseo y
creencia) no se da la conclusión (la acción). Por ejemplo, yo tengo el deseo de ser
millonaria (puedo tener una actitud favorable hacia aquellas acciones que me permiten llegar a ser millonaria) y la creencia de que hacer quinielas de fútbol es una forma
de llegar a ser millonaria, y, sin embargo, no hago quinielas de fútbol. En «Acciones,
razones y causas» (1963), la intención coincidía con la acción, era la conclusión del
razonamiento práctico. Sin embargo, en «Intending» (1978)3 el planteamiento cambia, siguiendo una línea que ya se había iniciado en «How is weakness of the will
possible?» (1970)4.
En el primer modelo, la acción se explicaba a partir solamente del deseo y la
creencia. Así lo concibió Aristóteles, para quien la conexión deseo-creencia era tan
mecánica que «una vez que una persona tiene el deseo y cree que alguna acción lo
satisfará, inmediatamente actúa»5. Davidson pensó que «llegar a la conclusión» se
identificaba con «la acción» y de esta manera se eliminaban intermediarios entre razones y acciones, intermediarios como actos de voluntad o intenciones6. Pero, además, el modelo no sólo tenía dificultades a la hora de dar cuenta de casos como el
anterior donde del deseo y la creencia no se sigue la acción, sino que si aplicamos el
razonamiento práctico de forma mecánica, podríamos llegar a contradicciones. Supongamos los siguientes silogismos:
(1)
(Deseo) Quiero sentirme relajada cuando tengo que hablar en público.
(Creencia) Sé que si me tomo un ansiolítico fuerte me sentiré relajada.
3
D. Davidson, «Intending», reimp. en D. Davidson, Essays on Actions and Events, Oxford,
Oxford University Press, 1980, pp. 83-102.
4
D. Davidson, «How is weakness of the will possible?, reimp. en D. Davidson, Essays on
Actions and Events, Oxford, Oxford University Press, 1980, pp. 21-42.
5
Ibid, p. 39
6
La concepción de Davidson de la intención ha cambiado de forma importante. Mientras en el
primer modelo, consideró que las expresiones que se refieren a intenciones eran sincategoremáticos, sin referencia a ninguna entidad, estado o disposición; en la segunda formulación el
asunto se plantea de otra manera: «(...) no es probable que si un hombre tiene la intención de
atrapar un tigre, su intención no sea un estado, disposición o actitud de algún tipo. Sin embargo,
si esto es así, es absolutamente increíble que este estado o actitud (y el suceso o acto relacionado
de formar una intención) no vaya a desempeñar ningún papel en el actuar con una intención»
(D. Davidson, «Intending», cit. p. 89).
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(Intención/acción) Por tanto, es deseable que yo me tome un ansiolítico fuerte cuando
tengo que hablar en público.
(2)
(Deseo) Deseo no dormirme cuando tengo que hablar en público.
(Creencia) Sé que si me tomo un ansiolítico fuerte me dormiré.
(Intención/Acción) Por tanto, no es deseable que yo me tome un ansiolítico fuerte cuando tengo que hablar en público
El problema que reflejan estos dos silogismos es que las acciones tienen muchos
aspectos, algunos de los cuales pueden ser deseables o indeseables. En nuestro ejemplo, el ansiolítico puede dormirme y esa puede ser una consecuencia indeseable si en
esa situación tengo que hablar en público; pero, a la vez, me relaja en esa situación
tensa y eso es deseable. Es decir, una misma acción puede ser deseable por una razón
o indeseable por otra. Y considerada una misma acción (tomar un ansiolítico fuerte) se
podría llegar a una conclusión contradictoria (es deseable e indeseable) a partir de
premisas plausibles (me hace sentir relajada y me duerme).
A la vista de estas dificultades, Davidson reformula el silogismo de la siguiente
manera:
(1) La premisa mayor que corresponde al deseo no se formula en términos de «cualquier
acción que me haga sentir relajada en una situación tensa es deseable», sino en términos
relativos: «una acción es deseable en la medida en que me haga sentir relajada en una
situación tensa». Los deseos así formulados son juicios prima facie, relacionales o condicionados. El sujeto puede formular varios juicios prima facie en el proceso deliberativo,
considerando todos los aspectos relevantes, deseables e indeseables.
Igualmente, la conclusión del silogismo práctico es un juicio prima facie, ya que
la deseabilidad o indeseabilidad es relativa a una característica u otra de la acción.
Normalmente no se ha reparado en esto porque frecuentemente se considera que el
juicio prima facie tiene forma de ley universal, ya que se llega a él a través de un
modus ponens. Sin embargo, Davidson recomienda que no tratemos a los juicios prima facie como si formaran parte de un modus ponens, «o nos encontraremos concluyendo que la acción es simplemente deseable cuando todo lo que está garantizado es
la conclusión de que es deseable en cierto respecto»7.
(2) Una segunda modificación de la formulación inicial responderá la cuestión de por
qué aún dándose el deseo no se da la acción.
7
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D. Davidson, «Intending» , cit, p. 98.
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Cuando decidimos y actuamos no consideramos un juicio como deseable por tener un
rasgo u otro. Ese ha sido un paso previo. Simplemente lo consideramos incondicionalmente deseable. Es decir, una vez evaluados los pros y los contras, la toma de decisión
y la realización de la acción indica su deseabilidad incondicional o global, y el juicio
que le corresponde es un juicio global o incondicional, de la forma «Esta acción es
deseable».
Distinguiendo estos dos tipos de juicios, Davidson quiere eliminar el problema
de que la acción no se siga del deseo y la creencia. Un juicio incondicional no se
puede seguir de un juicio prima-facie. En palabras de Davidson: «La dificultad lógica
ha desaparecido porque un juicio de que ‘a’ es mejor que ‘b’, considerados todos los
aspectos, es un juicio relacional, o pf (prima facie) y, por tanto, no puede entrar en
conflicto lógicamente con un juicio incondicional»8.
Creo que el modelo sigue siendo incompleto al resolver únicamente el problema
lógico. Aún quedaría otra cuestión por resolver. El silogismo práctico nos lleva hasta
un juicio de deseabilidad prima-facie. Una acción o intención se refleja en un juicio de
deseabilidad incondicional. La cuestión sería cómo obtenemos juicios del segundo
tipo a partir de juicios del primer tipo9. Y esto nos conduce a una segunda dificultad,
aquellos casos en los que los sujetos no actúan siguiendo su mejor juicio (debilidad de
la voluntad).
El paso de un tipo de juicio a otro, es decir, de la deliberación a la acción, se
realiza a través del Principio de Continencia que todo ser racional sigue. Este principio dice que he de actuar siempre como mi mejor juicio me dicte (que sería el juicio
relativo o prima-facie al que he llegado considerando todo lo relevante). Si no actúo
como mi mejor juicio indica, estaría siendo irracional, no porque no tenga una razón
para actuar (la razón sería el deseo), sino porque estoy ignorando el Principio de Continencia10.
El problema que suscitó la reformulación del silogismo queda resuelto en un
nivel lógico, mientras la cuestión se traslada a otro problema, el de las conductas
irracionales.
8
D. Davidson, «How is Weakness of the Will Possible?, cit., p. 39.
S. Evnine, Donald Davidson, Cambridge, Polity Press, 1991.
10
Por ejemplo, estaría actuando de forma irracional si en un proceso de deliberación tengo
menos evidencia a favor de que hacer quinielas me permitirá resolver mis problemas económicos
durante toda la vida que la que tengo a favor de llegar a ser directiva de una empresa
multinacional, y a pesar de eso juego grandes cantidades de dinero en las quinielas. En este
caso, mi deseo de resolver mis problemas económicos durante toda la vida sería mi razón para
actuar, pero la conducta sería irracional porque transgrede el Principio de Continencia.
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II
En la teoría de Davidson la racionalidad está constituida por una serie de principios normativos: el principio de continencia, el principio de evidencia global en el
razonamiento inductivo, las reglas del cálculo proposicional y de la teoría de la
cuantificación, y los principios de la teoría bayesiana de la decisión. Estos principios
son compartidos por todas las criaturas que tienen actitudes proposicionales o actúan
intencionalmente.
La irracionalidad consiste en transgredir alguno de esos principios. Por ejemplo,
supongamos que, teniendo en cuenta toda la evidencia disponible, sé que la hipótesis:
«Para no engordar he de seguir una dieta de igual cantidad de calorías que la que
necesito para mi actividad diaria» es más probable que su negación y, sin embargo,
creo menos en esa hipótesis que en su negación. En este caso, el individuo incurrirá en
debilidad de la justificación, ya que no ha aceptado el principio de evidencia global en
el razonamiento inductivo. Si, además, deseando no engordar, aumentara la aportación calórica de mi dieta y no aumentara el gasto energético, entonces incurriría en la
debilidad de la voluntad, paso posterior al relatado antes y que implica la transgresión
del Principio de Continencia.
Para Davidson la racionalidad es la condición para tener pensamientos, para atribuir y que me atribuyan actitudes proposicionales. De aquí que el requisito de racionalidad sea tan relevante en su teoría. Sin embargo, la atribución de actitudes
proposicionales no explica la racionalidad, sino que ésta es la causa de que podamos
atribuir actitudes proposicionales11. Si pudiéramos explicar la racionalidad, podríamos explicar también la irracionalidad, pero la racionalidad es un requisito necesario
en la teoría de Davidson, no sólo porque se establece como una cuestión «a priori»,
sino porque «cuanto más básica consideremos que es una norma, menos empírica es
la cuestión de si el pensamiento y la conducta del agente están de acuerdo con ella»12
Normalmente, y en lo que respecta al tema de la interpretación, Davidson no
plantea la cuestión de la racionalidad en términos absolutos. Lo que se exige es que la
mayoría de las conductas sean interpretadas como racionales. Una incoherencia o
irracionalidad generalizada en nuestras creencias y acciones harían a éstas ininteligible para los demás, por lo que la atribución de actitudes proposicionales sería imposible y dudaríamos a la hora de reconocer en alguien a un semejante. Pero esto sigue sin
explicar las acciones irracionales.
En un intento de respuesta, Davidson formula la hipótesis de la compartimentación
de la mente13. Esta hipótesis afirma que la mente puede ser parcelada en dos o más
11
D. Davidson, «Rational Animals», en E.Lepore & B. McLaughlin (eds.), Actions and Events.
Perspectives on the Philosophy of Donald Davidson, Oxford: Blackwell, 1985, pp. 473-480.
12
D. Davidson, «Incoherence and Irrationality», Dialectica, vol. 39, 1985, p. 352.
13
D. Davidson, «Las paradojas de la irracionalidad», Análisis filosófico, I, nº 2, 1981, pp. 1-18.
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estructuras cuasi-independiente. Los principios de racionalidad funcionarían en el interior de cada parte, pero la conexión causal entre estados de partes distintas de la
mente existirían sin conexión racional alguna. El único requisito para que esta estructura se diera es que una parte de la mente posea un grado de coherencia mayor que el
que posee el todo de la mente.
Esta hipótesis crea más problemas de los que resuelve: Davidson no explica si
los límites entre las partes son entidades reales o instrumentos analíticos, cómo se
forman los subsistemas, qué contiene cada subsistema, ni cómo se organizan sus
componentes...
Pero la cuestión más importante a la hora de tratar la explicación de las acciones
irracionales es que la teoría de Davidson en su mismo planteamiento cierra toda posibilidad de explicación. Como ya vimos, en el modelo explicativo de la acción intencional no sólo se necesitaba identificar una causa de la acción, sino que esa causa ha
de justificar la acción. Es decir, debe haber alguna conexión «lógica» (que es lo mismo que decir «racional») entre el par creencia-deseo y la acción. Paradójicamente,
para explicar la irracionalidad necesitamos identificar una causa que no justifique la
creencia, que no sea una razón a favor de la actitud explicada. ¿Cómo se puede explicar la acción irracional con un esquema explicativo que impone y supone racionalidad
en su objeto? Estas serían las dificultades encontradas en las explicaciones intuitivas
de las acciones por medio de razones.
Desde los años 70 a los 90, paralelamente a esas explicaciones intuitivas, Davidson
ha desarrollado una posición teórica en un nivel pretendidamente más científico que
aquel de la explicación por razones. En esta teoría Davidson propone una síntesis
entre una versión de la teoría de la decisión14 y una teoría del significado15. Esta teoría
o «ciencia de la racionalidad» la denomina Davidson «la Teoría Unificada».
Es interesante señalar que, según Davidson, «la posibilidad de tal teoría descansa
en estructuras dictadas por nuestro concepto de racionalidad»16. Racionalidad en sentido lógico, ya que, para Davidson, tanto la teoría de la decisión como las teorías de la
verdad dependen de la lógica. La teoría de la decisión supone que existe «una distribución racional de probabilidades entre las proposiciones y una proporcionalidad de
grados de creencia de acuerdo con las probabilidades condicionales»17. Por tanto, «toda
la estructura de la teoría depende de los estándares y las normas de racionalidad»18.
14
Una versión modificada de la teoría de Ramsey que debe su desarrollo a Richard Jeffrey (R.
Jeffrey, The Logic of Decision, Chicago, University of Chicago Press, 1983).
15
Una modificación de la teoría de la verdad de Tarski.
16
D. Davidson, «¿Puede haber una ciencia de la racionalidad», en O. Nudler (comp.), La
racionalidad: su poder y sus límites, Buenos Aires, Paidós, 1996, p. 283.
17
Ibid.
18
Ibid.
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«(...) son estas normas las que han sugerido la teoría y le han dado la estructura que
posee»19.
La pregunta formulada antes sigue sin respuesta: ¿puede una teoría que depende
de normas de racionalidad explicar conductas irracionales?
Una de las razones que Davidson considera a favor de la Teoría Unificada es que
la teoría de la decisión que incluye presenta paralelismos significativos con las explicaciones de la acción mediante razones. En la teoría de la decisión podemos distinguir
dos partes. En primer lugar, la teoría describe un patrón racional de preferencias que
estaría formado por aquellas elecciones que cumplen los siguientes requisitos: (I) sus
preferencias son transitivas, asimétricas y se relacionan en el conjunto de alternativas;
y (II) sus preferencias entre las alternativas que implican riesgo reflejan que la valoración que haga de una alternativa es proporcional a la probabilidad de que esa alternativa produzca el resultado supuesto. Si alguien actúa siguiendo un patrón racional de
preferencias, es posible asignar números a cada alternativa para medir los valores
relativos que tiene para él, y asignar números a cada suceso según la probabilidad que
le atribuye. En segundo lugar, la teoría relaciona la acción con las preferencias, afirmando que «una persona con un patrón racional de preferencias siempre elegirá una
alternativa tal (de entre aquellas que son factibles para él en cierto momento) que
ninguna otra tenga un valor esperado mayor»20.
Todo esto, formalizable y cuantificable en la teoría de la decisión es semejante en
las explicaciones intuitivas de la acción por razones. En primer lugar, la acción se
elige de entre un conjunto de alternativas atendiendo a que el sujeto crea que es del
tipo adecuado para producir un resultado, esto es, atendiendo a lo probable que sea,
según el sujeto, que esa acción produzca los resultados esperados. Se cuantifica así la
creencia. Por otro lado, esa acción se valora frente a otros cursos de acción (alternativas disponibles), valorándose el resultado al que conduce frente a otros resultados. Se
cuantifica así el deseo.
La semejanza es tal que ambos esquemas explicativos presentan la misma deficiencia: ninguno puede dar cuenta de la irracionalidad. Cuando existe un conflicto de
deseos y una persona prefiere A sobre B y B sobre A por razones distintas, valorando
en cada caso un aspecto de A y B, la dificultad para la explicación por razones es
obvia, porque es necesario predecir qué razón primará. Igualmente difícil es tratar este
caso desde la teoría de la decisión. «La teoría de las decisiones evade el problema al
no decir nada acerca de por qué se prefiere un resultado básico a otro, y la teoría
excluye evidencia posible de conflicto en la conducta»21 Davidson, consciente de esta
19
Ibid., p. 278.
D. Davidson, «Hempel on explaining action», en D. Davidson, Essays on Actions and Events,
Oxford, Oxford University Press, 1985, p. 268.
21
Ibid. p. 269.
20
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limitación, afirma que «todas las explicaciones de la irracionalidad que nos preocupamos por ofrecer deben trabajar en contra de la Teoría Unificada, no con ella»22.
III
Otra dificultad que se le presenta al modelo de explicación y que el mismo
Davidson considera irresoluble es el de las cadenas causales irregulares o no-estándar
(externas o internas).
Como vimos, conocer una razón primaria por la que alguien actuó de cierta manera es conocer la intención con la que se hizo la acción. Por ejemplo, la razón por la
que Juan opositó fue que Juan tenía una «actitud favorable» hacia aquellas acciones
que le permitieran conseguir un trabajo estable y Juan cree que opositar es una forma
de conseguir un trabajo estable. En este caso el deseo de Juan de conseguir un trabajo
estable y la creencia relacionada coincide con la conclusión del silogismo: Juan oposita. Por tanto, las razones primarias (las actitudes favorables del agente hacia las
acciones de cierto tipo) dan cuenta tanto de la intencionalidad como de la acción, que
en esta primera formulación de Davidson coinciden en la conclusión del silogismo
práctico.
Sin embargo, existen casos donde el deseo y la creencia parecen tener como
resultado final la acción deseada, pero, sin embargo, no podríamos decir, acertadamente, que haya sido una acción intencional. Es decir, «la cuestión es que no cualquier conexión causal entre actitudes racionalizantes y un efecto deseado bastan para
garantizar que producir el efecto deseado fuera intencional»23. Chisholm ilustra el
caso con el siguiente ejemplo: un hombre desea heredar una fortuna; él cree que si
mata a su tío, heredará una fortuna; y esta creencia y este deseo lo ponen tan nervioso
que conduce excesivamente rápido, con el resultado de que, accidentalmente, atropella y mata a un peatón que, aunque su sobrino no lo sabía, era su tío. Por tanto, para dar
buena cuenta de la acción intencional tendríamos que explicitar qué condiciones necesarias y suficientes se han de dar para que la acción intencional se siga siempre del
deseo y la creencia que la han causado. Si la satisfacción de esas condiciones conduce
siempre a la realización de la acción estaremos en posesión de una ley.
Davidson observa que en la literatura filosófica han sido varios los intentos de
formular leyes de ese tipo24. Cada uno de esos intentos presenta el mismo problema:
cómo conectar el deseo de hacer x con la realización de esa acción x, es decir, qué se
22
D. Davidson, «¿Puede haber una ciencia de la racionalidad?, cit., p. 291.
D. Davidson, «Freedom to Act» en D. Davidson, Essays on Actions and Events, Oxford,
Oxford University Press, 1980, p. 78.
24
Paul Churchland, Alvin Goldman y David Armstrong, son los que comenta Davidson.
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añade a «A intentó hacer x» a fin de obtener condiciones suficientes y necesarias para
«A hizo x intencionalmente». El mismo Davidson ya había establecido algunas condiciones que debía cumplir la explicación de la acción. Para explicar la conducta (B) en
términos de creencias (C) y deseos (D), tendría que darse que:
1) Dado C, B es el mejor medio para llevar a cabo D.
Con esta condición se especifica la razón por la que el agente realizó la acción,
pero no cualquier razón es suficiente para que se de la conducta, por ello es necesaria
una segunda condición:
2) C y D causaron B, es decir, las razones deben ser también causas de la acción que
racionalizan.
Pero aún cumpliéndose esta segunda condición, puede darse el caso de que las
creencias y los deseos causen algún estado en el sujeto y que éste de forma involuntaria
realice la acción. Este es el caso de las cadenas causales irregulares. Para evitar estos
casos tendríamos ahora que añadir una tercera condición:
3) La cadena causal entre C-D y B ha de seguir la ruta correcta.
La cuestión sería que tendríamos que especificar cuál es la ruta correcta. Las
«rutas incorrectas» dan lugar a dos tipos de cadenas causales irregulares. Por un lado,
las cadenas causales irregulares externas, donde el razonamiento práctico no coincide
con la acción, como en el caso que relata Daniel Bennett. Un hombre intenta matar a
alguien pegándole un tiro. Sin embargo, al disparar no apunta bien y la bala no le da a
la víctima. El sonido del tiro provocó la estampida de una piara de cerdos salvajes que
pisotean a la supuesta víctima. En estos casos, según Armstrong, el efecto deseado
debe ser producido por una cadena causal que responda al esquema del razonamiento
práctico, esa sería «la ruta correcta». Tomando esta condición, el ejemplo de Bennett
se analizaría como que el agente tuvo la intención de matar a la víctima disparando la
pistola, porque de esa forma la bala penetraría en el cuerpo de la víctima causándole la
muerte. Pero el razonamiento práctico no coincide con lo que ocurrió. El deseo era
matar al hombre y la creencia era que la mejor manera de hacerlo era que una bala
penetrara en su cuerpo, sin embargo, la víctima no murió porque la bala penetrara en
su cuerpo. Davidson no está seguro de que las dificultades que estos casos presentan
puedan resolverse; pero el problema más grave es el que presentan las cadenas causales
irregulares internas.
Las cadenas causales irregulares internas son aquellas en las que el razonamiento
práctico se corresponde con la cadena causal, esto es, deseo y creencia han causado la
acción, pero la acción no es intencional. Sería un caso de cadena causal irregular el
siguiente: «Un alpinista podría querer quitarse el peso y el peligro de sostener a otro
hombre de una cuerda y podría saber que soltar la cuerda podría quitarle el peso y el
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peligro. Esta creencia y este deseo podrían desconcertarlo tanto como para causar que
la soltase y, sin embargo, podría suceder que nunca eligiese debilitar su presión, ni
hacerlo intencionalmente»25. En este caso, el deseo de quitarse el peso y el peligro de
sostener a otro hombre y la creencia de que soltar la cuerda era una forma de conseguir ese objetivo causan la acción de soltar la cuerda. La cadena causal responde al
esquema del razonamiento práctico, pero así y todo no podemos decir que el alpinista
haya hecho la acción intencionalmente.
No hay posibilidad de establecer las condiciones causales antecedentes para que
se de una ley de la conducta ya que si estas condiciones se formularan en términos
mentalistas, la ley parecería analítica y no podríamos saber si la cadena causal entre
condiciones especificadas y la acción es irregular. Por otro lado, si enunciáramos las
condiciones en términos físicos, lo que transformaría a la ley en una ley empírica y no
analítica, fracasaríamos igualmente porque según la hipótesis del monismo anómalo
que Davison defiende no son posibles leyes psicofísicas. Por tanto, el problema de las
cadenas causales irregulares (especialmente las internas) como un aspecto del problema más general de lograr una ley que identifique completamente las condiciones
causales de la acción intencional es insuperable desde el modelo davidsoniano de
explicación de la acción.
En conclusión, creo que la explicación de la acción que ofrece Davidson presenta
serias dificultades en lo que respecta al tratamiento que, con el esquema intuitivo de
explicación mediante razones, hace tanto en aquellos casos en los que no se da una
relación causal adecuada entre deseo-creencia y acción (el caso de las cadenas causales
no estandar), como en los casos de conflicto de deseos, en los que o bien el sujeto no
actúa siguiendo ese deseo o bien actúa en contra de su mejor juicio (el caso de las
acciones irracionales). Además, el desarrollo de una teoría formalizable y cuantificable
como la teoría de la decisión racional no mejora la situación, ya que las propias condiciones de aplicación de la teoría dejan fuera las acciones irracionales. Paradójicamente, a pesar de que todos los caminos recorridos por Davidson para llegar a una
explicación satisfactoria de la acción intencional no han sido fructíferos, no renuncia
a su particular versión de la teoría causal de la acción.
En definitiva, el modelo de explicación de la acción que Davidson defiende tiene
como resultado una síntesis entre psicología de sentido común y formalismo lógico
(que tiene su máxima expresión en la teoría de la decisión racional), y olvida lo que la
psicología empírica puede aportar a la explicación de la acción intencional. Esto debería conducirnos a su rechazo y a buscar modelos alternativos.
25
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D. Davidson, «Freedom to Act», cit., p. 79.
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