la teoría de la acción intencional

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LA TEORÍA DE LA ACCIÓN INTENCIONAL
COMO CONDICIÓN PARA LA INTERPRETACIÓN
Prof. Mag. Marta Bayarres
Montevideo
Uruguay
El propósito de Davidson es mostrar que es posible la comunicación porque es posible
la interpretación. Si somos capaces de comunicarnos con los demás es porque
compartimos determinadas condiciones. Entre las mencionadas condiciones destaca las
“condiciones de verdad”. Todos manejamos el concepto de verdad, y manejar dicho
concepto implica manejar el concepto de objetividad. Si no manejáramos dicho
concepto no sería posible identificar el error.
Ahora bien, el manejo del concepto de verdad objetiva involucra otros, tales como el
conocimiento del otro y el conocimiento de un mundo compartido.
Tal como afirma el autor en “Tres variedades de conocimiento”, si falta una pata, el
trípode cae.
Nos interesa a partir de ahora detenernos en una de las patas del trípode, el
conocimiento del otro.
Construir una Teoría de la acción intencional implica tratar de delinear, a partir del
conocimiento de mí mismo, y del mundo que comparto con los demás, los rasgos
constitutivos de las intenciones que se encuentran detrás de las proferencias del
hablante.
En primera instancia es condición indispensable que, para poder interpretar a los demás,
sepa lo que pienso. Tal como afirma el propio filósofo, “vivimos en un mundo de
mentes”1
1
Tres variedades de conocimiento
Mundo compartido que hace posible la comunicación. Nos planteamos los siguientes
interrogantes:
Es que no sería posible lograr comunicarnos con los demás sin el auxilio de una Teoría
del tipo de la que pretende construir Davidson?
Será posible una Teoría como la que se propone construir?
Y de serlo, en qué casos sería aplicable?
Y por último, no será necesario la construcción de más de una teoría para poder acceder
a la totalidad de las intenciones, porque ¿qué sucede por ejemplo con las acciones
llamadas irracionales?
En De la verdad y de la interpretación, Davidson afirma
“…Quizás haya quien piense que sería posible establecer la corrección de una teoría de la interpretación
sin conocer o establecer mucho acerca de las creencias, pero no es fácil imaginar cómo podría lograrse
esto” (p.152)
Más adelante agrega
“…no podemos tener esperanzas de interpretar la actividad lingüística sin conocer lo que un hablante
cree, y…no podemos fundar una teoría de lo que él significa sobre un descubrimiento previo de sus
creencias e intenciones…al interpretar emisiones…de alguna manera debemos proveer simultáneamente
una teoría de la creencia y una teoría del significado.”
Tal como discurre el planteo de Davidson, no es posible acceder a la interpretación sin
una teoría que aborde el fondo subyacente de las proferencias, a saber, las creencias.
Considera que ni el lenguaje ni el pensamiento puede explicarse plenamente en términos
del otro, y que por otro lado ninguno de ellos tiene prioridad conceptual. Pero deja claro
que sus interrelaciones implican forzosamente que ambos se implican y que la
comprensión de uno requiere de la comprensión del otro y viceversa.
Aclarado este punto pasaremos a analizar si en efecto es posible una Teoría de la acción
intencional como la que propone y cuales son las condiciones en las que se asienta.
Creemos que un punto de partida para este análisis es adoptar como premisa de
arranque la afirmación del filósofo de que no hay pensamiento sin lenguaje ni lenguaje
sin pensamiento. Esto nos conduce inevitablemente a considerar que cualquier tipo de
Teoría de la interpretación que pretendamos construir deberá ser, al mismo tiempo, una
teoría que explique el pensamiento (léase crencia, etc).
Considerando como lo hace el autor, las preferencias lingüísticas como acciones,
encontramos que el teleologismo está presente en la medida que toda acción obedece a
pensamientos, deseos, creencias, etc. No olvidemos que para Davidson emitir palabras
es una acción. Si nuestro propósito es interpretar las palabras del hablante, debemos
tener claro que detrás de las palabras subyacen las creencias. Estar familiarizado con
dichas creencias sería la condición para poder interpretar las palabras. Al emprender la
interpretación radical, el intérprete deberá partir de ciertos supuestos correspondientes a
la teoría del significado, pero también de ciertos supuestos pertenecientes a una teoría
de la acción intencional. De esto se desprende que el intérprete parte de algunas
hipótesis, como ser: que el hablante posee ciertas creencias e intenciones; que entre
dichas intenciones y creencias y sus preferencias hay un cierto tipo de relación.
En “Actions, Reasons and Causes” (pp.9, 10), Davidson realiza la siguiente
observación: “Cuando preguntamos porqué alguien actuó como lo hizo queremos que se nos de una
interpretación. Su conducta nos parece extraña, rara, extravagante, carente de sentido, inapropiada,
incoherente; o quizá ni siquiera reconozcamos en ella una acción. Cuando nos enteramos de su razón
tenemos una interpretación, una descripción nueva de lo que hizo, que lo hace encajar dentro de un modo
familiar de ver las cosas”
La interpretación de las preferencias de un hablante requiere de un proceso de
racionalización de las mismas. De acuerdo al planteo de Davidson, “…las explicaciones de
una acción mediante razones constituyen una forma de explicación causal, siendo las razones causas de la
acción “.
Tal como plantea el Profesor Caorsi en Introducción a la Filosofía de Davidson, la
racionalización muestra dos aspectos:
1- Justifica o racionaliza la acción al dar la razón por la cual el agente hizo lo que
hizo.
2- Dice porqué la acción tuvo lugar. En la medida en que ese porqué tiene en la
tesis de Davidson carácter causal, la racionalización es una especie de
explicación causal ordinaria. (p.107)
Por lo tanto para el autor es posible una Teoría de la acción intencional, pues
explicar una acción es dar las razones por las cuales el individuo actúa. Dar dichas
razones implica atribuirle ciertas creencias lo cual, como ya vimos es posible en la
medida que compartimos el concepto de verdad objetiva y que el mismo implica un
universo compartido.
Pasaremos ahora a considerar otro aspecto de esta propuesta. Se trata de analizar en
qué casos es posible aplicar la Teoría de la acción intencional.
En De la verdad y de la interpretación (p.170), Davidson señala
“La interrelación de la teoría de la acción con la interpretación emergerá de otra manera si
preguntamos cómo se pone a prueba un método de interpretación. Al final, la respuesta debe ser que
ayuda a poner orden en nuestra comprensión de la conducta. Pero en una etapa intermedia, podemos
ver que la actitud de considerar verdadero o aceptar como verdadero, en referencia a las oraciones,
debe desempeñar un papel central para darle forma a la teoría (…) Para inferir (…) que un hablante
considera verdadera una oración necesitamos saber mucho acerca de sus deseos y creencias, pero no
tenemos que saber lo que significan sus palabras. Por otra parte, el conocimiento de las
circunstancias bajo las cuales alguien considera que ciertas oraciones son verdaderas es esencial para
la interpretación.”
De estas afirmaciones se desprende que interpretar implica una red compleja de
conceptos que se entrelazan dando cuerpo a una teoría. Toda vez que estemos
interpretando, de algún modo estamos tratando de ajustar las preferencias del
hablante, consideradas como acciones, dentro de un modelo de conducta la cual,
adquiere coherencia gracias al marco teórico.
Por otra parte, cuando Davidson nos plantea que para interpretar las preferencias de
un hablante no es preciso saber lo que significan sus palabras, aunque de todos
modos podemos arribar a la interpretación, tal como plantea el autor, lo que se hace
imprescindible es el marco teórico de carácter holístico. A saber, que dadas las
preferencias del hablante, que este acepta como verdaderas bajo determinadas
circunstancias, será posible inferir sus creencias.
“…no hay posibilidad de determinar cuándo una oración es considerada verdadera si no somos
capaces de atribuir deseos y de describir a las acciones como portadoras de intenciones complejas.”2
Respondiendo al segundo cuestionamiento, de la lectura del autor llegamos a la
conclusión que sí es posible una teoría de la interpretación. El lenguaje pasa a
desempeñar un rol fundamental en el marco teórico propuesto. No es posible la
interpretación si no se pertenece a una comunidad lingüística, en la medida que la
atribución de creencias depende de la participación en dicha comunidad. Por otra
2
Davidson, D. De la verdad y de la interpretación, p. 170
parte, notamos en el planteo del autor metas que podríamos considerar bastante más
ambiciosas pues hace depender otra serie de actitudes respecto de la creencia.
Esto nos traslada al análisis del siguiente problema que nos proponemos abordar, el
de si basta con esta teoría para abordar la interpretación en todos los casos o si bien
será preciso recurrir a otros marcos teóricos para el caso de ciertas actitudes que
pudieran no ajustarse a dicho marco.
Nos pareció interesante la propuesta de Quine3, con respecto a que dos teorías
incompatibles entre sí pueden dar cuenta del mismo conjunto de datos de un modo
adecuado, y trasladando este planteo al plano lingüístico, se podría manejar la
posibilidad de que dos lenguajes podrían organizar el mundo de modos diferentes.
Tal vez sea preciso aclarar las razones por las cuales realizamos este viraje en el
planteo del trabajo. Nuestro interés radica en explorar qué tan fructífero puede llegar
a ser el empleo de la Teoría de la interpretación de Davidson, para el caso de la
interpretación de ciertas conductas que desde largo tiempo han encerrado no pocos
problemas en lo que se refiere a su manejo teórico. Nos referimos a conductas tales
como los sueños y otros productos del inconsciente, tan ampliamente exploradas por
Freud.
Sin pretender agotar la propuesta de Quine, creemos importante rescatar de ella
algunas precisiones interesantes. Nos parece que la advertencia de Quine con
respecto a los “recortes” que se hacen del mundo a través del lenguaje, no es de
menor importancia. Tal como afirma el Profesor Caorsi en Lógica, Filosofía y
3
La relatividad ontológica y otros ensayos
Psicoanálisis4 , “…dos personas podrían estar usando el mismo lenguaje y sin embargo tratando
con mundos diferentes.”
Volviendo a Davidson, nos preguntamos si la atribución de creencias que hacemos
al hablante es, tal como el autor sostiene, en su mayor parte verdadera. No podría
suceder que tal vez, (y retomando a Quien), estemos realizando un recorte del
mundo que no necesariamente coincida con el del hablante?
En ese caso, ¿bastaría con un único marco teórico para realizar la interpretación?
Creemos que la apelación a una teoría de la acción intencional al estilo de la
propuesta por Davidson, es aplicable sin problemas al caso de las acciones
racionales. Pero, ¿qué sucede con acciones que escapan a la racionalidad?
El propio Davidson cita ejemplos de acciones que denomina incontinentes. Tal
como el propio autor las define, se trataría de acciones que poseen una
intencionalidad, pero que van en contra del mejor juicio.
“Al hacer x, un agente actúa de manera incontinente si y sólo sí: (a) el agente hace x
intencionalmente; (b) el agente cree que hay una acción alternativa y; y (c) el agente juzga que
hechas todas las consideraciones, sería mejor hacer y que hacer x.”5
Ahora bien, las acciones incontinentes, tal como son definidas por Davidson
parecerían
pertenecer al tipo de acciones en las que el agente es plenamente
consciente de lo que realiza. Si nos atenemos a la cita precedente, el agente sabe
que hay alternativas para actuar, y elige la que considera más pertinente de ellas.
Pero, ¿siempre sucede esto ¿ siempre que actuamos lo hacemos reconociendo las
posibles alternativas de la acción? Qué sucede entonces con aquellas acciones que
realiza el agente y que, aparentemente su motivación es desconocida por el mismo?
4
5
Caorsi, C.E, pp. 32,33
Caorsi, C.E, Introducción a la Filosofía de D. Davidson, pp.113 y sgtes.
Aquí nos encontramos ante un problema que trataremos de abordar a partir de la
propuesta de Davidson, aunque a esta altura no descartamos el enfoque desde otras
posturas teóricas.
Una de las condiciones que señala Davidson para considerar que una acción es
incontinente, es la intencionalidad. El agente debe manejar razones que le inclinan
tanto a una acción como a otra.
Nos parece que acotar las alternativas a la razón o el deseo o lujuria, llevaría a
realizar una excesiva simplificación de las acciones humanas, en la medida que
consideramos, desde nuestra modesta posición que existen múltiples resortes que
explican las conductas y que no son reductibles a estos tipos.
Creemos que no toda acción puede explicarse a partir del marco de una teoría que
tenga como eje la racionalidad. Creemos así mismo necesario remitirnos a las
reflexiones del autor en Las paradojas de la irracionalidad. Tal vez en su recorrido
encontremos respuestas a nuestros cuestionamientos. Pensamos que sería importante
poder llegar a dilucidar cómo es posible racionalizar lo irracional.
Por aquí discurre el planteo de Davidson cuando se refiere a las paradojas de la
irracionalidad. Por otra parte creemos importante precisar como bien lo señala el
Profesor Caorsi, que lo irracional pertenece en cierto modo a lo racional, no es
sinónimo de no racional.
Nos detendremos ahora en el análisis de ésta distinción que nos parece relevante
para el problema que nos preocupa. Tal vez sea preciso considerar el concepto de
racionalidad, a los efectos de dilucidar si las acciones que nos proponemos analizar
como objeto del marco teórico propuesto por Davidson, pueden, en efecto
considerarse como pertenecientes al tipo de acciones racionales o irracionales, o si
más bien deberían considerarse como pertenecientes
Al rango de lo no racional.
En Las paradojas de la irracionalidad (p.5), Davidson plantea
“La idea de una acción, creencia, intención, inferencia o emoción irracional, es paradójica. Porque lo
irracional no es meramente lo no racional, que cae fuera del ámbito de lo racional; la irracionalidad
es una falla que se produce en la sede de la razón. (…)La paradoja de la irracionalidad emerge de lo
que está involucrado en las maneras básicas de describir, comprender y explicar estados y eventos
psicológicos. (…) La existencia de este tipo de explicaciones en base a razones, es un aspecto ínsito
en las intenciones, en las acciones intencionales y en muchas otras actitudes y emociones. Tales
explicaciones explican racionalizando: nos permiten ver como razonables a los eventos o actitudes,
desde el punto de vista del agente.”
Qué debemos inferir con respecto a lo no racional? Se trataría de un orden de
acciones que escapan al marco de la razón. Podríamos catalogar de no racionales los
eventos físicos, los acontecimientos de la naturaleza, como ser la explosión de un
volcán, la sucesión de las estaciones, el advenimiento de un temporal, etc. Creemos
que pertenecen al orden de lo no racional aquellos eventos naturales en los que no
interviene un agente sino que se producen por la acción natural de las fuerzas de la
naturaleza.
Ahora bien, volviendo a la cita de Davidson, su definición de irracionalidad se
refiere a conductas producidas por un agente en las cuales se ha producido una falla
en los mecanismos racionales. Esto no implica que el agente carezca del mecanismo
racional, más bien, porque dispone de dicho mecanismo es que pueden producirse
dichas fallas, de lo contrario sería imposible.
Aclarada la distinción entre lo irracional y lo no racional, nos proponemos ahora
retomar la propuesta Davidsoniana de una Teoría de la acción intencional y
aproximarnos, en lo posible a la plausible aplicación y rentabilidad de la misma en
la explicación de determinadas acciones que se encuadran en el marco de acciones
irracionales. Trataremos de investigar hasta qué punto es posible racionalizar lo
irracional. Nos ocuparemos en especial de ciertos tipos de acciones largamente
exploradas por el Psicoanálisis.
En su Teoría de la acción intencional, Davidson nos plantea que la estructura de las
explicaciones fundadas en razones requiere por un lado un valor, una meta o una
actitud del agente, y una creencia de que al actuar del modo que se propone, puede
promover dicho valor o meta. Por lo tanto en dicha estructura encontramos la
acción por un lado, y por otro la creencia-deseo que proporciona la razón. Entre
estos elementos debe existir una relación lógica. Por otra parte señala el autor que
las razones que tiene el agente para actuar deben ser útiles para explicar la acción,
en el sentido de constituir causas de la acción.
Sin embargo, como el mismo Davidson aclara, estas condiciones, si bien son
necesarias, no son suficientes pues existen relaciones causales entre creencias y
acciones que no nos aportan explicaciones fundadas en razones. Volvemos aquí a
encontrarnos con los casos de incontinencia ya mencionados, es decir a conductas
que resultarían de la debilidad de la voluntad del agente.
Señala el autor que “En los casos de irracionalidad
la relación causal existe,
mientras que la relación lógica falta o está distorsionada”6.
6
Davidson, D. Las paradojas de la irracionalidad; p. 9
Creemos que resulta interesante una observación hecha por el autor en el trabajo que
venimos citando con respecto a que muchos ejemplos de irracionalidad pueden
explicarse “…por el hecho de que hay una causa mental que no es una razón” (p. 11)
En el contexto de la Teoría Psicoanalítica, nos encontramos con una serie de
fenómenos psíquicos, pensamientos, deseos, etc., que si bien interactúan,
constituyendo causas de otros eventos mentales, sin embargo no pueden ser
considerados como las causas de ellos. Esto se explicaría como obedeciendo a la
relativa autonomía que poseen las partes del psiquismo analizadas por Freud, entre
las cuales si bien es posible identificar relaciones, las mismas escaparían al tipo de
relaciones de carácter lógico.
Ahora bien, el hecho de que dichos eventos carezcan de conexiones de carácter
lógico puede actuar como impedimento para que la Teoría propuesta por Davidson
sea fructífera para la explicación de dichos eventos?
En su investigación acerca de las conductas, Davidson plantea que
“La conducta consiste en las cosas que hacemos, intencionadamente o no, pero allá donde hay
conducta la intención tiene algo que ver. En el caso de los actos, esa pertinencia puede expresarse así:
un acontecimiento es un acto si y sólo si puede describirse de un modo que lo presente cono
intencional”
(Filosofía de la Psicología, p.65)
De acuerdo a estas observaciones, todo acto debe poder ser descrito en términos de
intenciones, lo cual no implica que existan necesariamente vínculos forzosos entre
dicho acto y determinadas intenciones a las que el mismo es atribuído. Esto nos
lleva a considerar que en el plano de los actos psíquicos no rige el determinismo que
sí rige en el orden de los fenómenos físicos.
El hecho señalado más arriba de la relativa independencia de las partes de nuestra
mente podría constituir un argumento a favor del indeterminismo de los actos
psíquicos.
Volvemos entonces a la pregunta que nos planteamos; será posible utilizar la Teoría
de la interpretación en el caso de los actos de que venimos hablando?
De la lectura del autor se desprende que es plausible el empleo de la misma.
Davidson considera que cada vez que tratamos de interpretar una conducta nos
vemos obligados a realizar una interpretación holística. Si bien es cierto que
realizamos la interpretación de las proferencias del hablante, no nos es posible
inferir una conducta mental detrás de cada preferencia, sino más bien tomar el
sistema global de creencias y motivaciones del sujeto. En la medida que realizamos
este proceso,” (…) hemos de imponerle necesariamente condiciones de coherencia, racionalidad y
ausencia de contradicción”.
(Op. Cit. p. 71)
Ahora bien, podemos estar seguros de que los atributos que adjudicamos al sistema
de creencias que respaldan sus preferencias es el que necesariamente se le
corresponde? El mismo autor en la obra que venimos citando señala a éste
propósito,
“(…) Un deseo y una creencia del tipo adecuado pueden explicar una acción, pero no
necesariamente. (…) cuando ofrecemos como explicación el hecho del deseo y de la creencia, no
solamente queremos decir que el agente tenía el deseo y la creencia, sino también que eran eficaces
para producir el acto. (…) es decir, que el deseo y la creencia fueron condiciones causales del acto”.
Parecería entonces que no basta con un marco teórico en el que estén reunidos los
conceptos de deseo, creencia y causa para encuadrar una acción dentro del marco de
la intencionalidad. El autor considera la racionalidad como factor necesario para que
deseos y creencias puedan constituir, en efecto causas determinantes de la acción.
Creemos que el factor racionalidad en el sentido que lo utiliza el autor se refiere a la
posibilidad de aplicar una Teoría de la acción intencional, a las acciones, haciendo
la salvedad de que la explicación en base a razones nunca constituirá una
explicación de corte determinista al estilo de las descripciones en el ámbito de las
ciencias físicas.
Evidentemente no podemos conocer directamente los deseos y creencias de los
demás. Debemos pues, limitarnos a la observación de las conductas, y, en base a los
datos observados, tratar de inferir relaciones causales entre dichos actos y los deseos
y creencias del agente.
Por otra parte no debemos olvidar que si bien es cierto que existe un mundo
compartido, también debemos reconocer que no siempre las creencias acerca del
mundo, necesariamente coinciden. Si sucediera lo contrario, no constituiría un
problema la interpretación. Pero la complejidad de la mente humana torna una tarea
difícil su conocimiento. Es más, no sólo el de otras mentes, sino el de la nuestra
propia.
Si no fuera así, cómo se explicarían conductas tales como los sueños, actos fallidos,
y síntomas?
Freud desarrolló sus investigaciones en este campo, y si bien en un principio se vio
tentado a emplear un modelo fisiologista, más tarde reconoció los límites de dicho
modelo en el intento por aclarar el sentido y significación de muchas de las
conductas, tanto del hombre normal como del enfermo mental.
Si tratar de interpretar radica en intentar atribuir a las acciones cierta coherencia,
cierta racionalidad, nos encontramos ante el problema al que se enfrentó Freud,
tratar de racionalizar lo irracional.
Parecería que la propuesta teórica de Davidson discurre por el lado de hallar en la
serie de estados mentales determinados elementos, (léase causas), que no sean
razones. Dichos estados podrían ser determinantes de ciertas conductas, sin que sin
embargo constituyan sus razones. Esto explicaría determinadas conductas que
realizamos sin proponérnoslo, en la medida que las razones para realizarlas fracasan
ante el surgimiento de otras motivaciones que provocan una conducta divergente de
la deseada.
Esto explicaría, tal como plantea el autor en Mente, mundo y acción, lo que
denomina casos de autoengaño,
(…) La irracionalidad del estado resultante reside en el hecho de que contiene creencias
contradictorias; el paso irracional es por lo tanto, el que hace posible tal cosa, a saber, el que consiste
en trazar el límite que mantiene separadas las creencias contradictorias.” (pp.116, 117)
Sin embargo, inmediatamente luego de estas líneas, nos encontramos con una
afirmación que nos desconcierta. Davidson afirma:
“Nada puede considerarse como una buena razón para que una persona no razone según sus mejores
normas de racionalidad” (Op. Cit., p.117)
Nos preguntamos a esta altura el sentido en el que el autor emplea la expresión
mejores normas de racionalidad.
Manejar esta expresión nos lleva a pensar que se está planteando la posibilidad de
un óptimo de normas, referente, en base al cual se podría afirmar que un agente
maneja dichas normas de la mejor manera posible, lo cual no nos asegura que
optimice el empleo de las mismas.
Pero, ¿quién puede asegurar que las acciones de un agente responden o no al mejor
manejo que este hace de su racionalidad?
Si nos remitimos a algunas de las primeras ideas manejadas por el autor, y
previamente citadas en este trabajo, no debemos olvidar su afirmación de que
nuestras creencias sobre el mundo son en su mayoría verdaderas. No afirma en
ningún momento que todas las creencias sean verdaderas.
En efecto, las creencias que poseemos sobre el mundo son en su mayor parte
verdaderas, lo cual implica que, parte de las mismas pueden ser falsas. Por eso nos
parece interesante la apreciación de Davidson en Mente, mundo y acción con
respecto a la asimetría entre el modo en que una persona conoce sus estados
mentales presentes y el modo en que los conocen los demás. Con estas aclaraciones
el autor se está refiriendo a la autoridad de la primera persona. Tal como lo plantea
dicha autoridad es cuestionable. No es improbable sino más bien altamente
probable, que buena parte de lo que pensamos que sabemos no sea, tal como
creemos que lo sabemos.
Si la pretensión del autor radica en proponer una Teoría de la acción como
fundamento de la interpretación radical, parecería indispensable que el intérprete
maneje las claves necesarias, manejadas por el hablante.
Sin embargo, tal como Freud demostró no parecería tan claro que esto sea posible.
Creemos más bien que en el caso de determinadas preferencias el traductor deberá
recurrir a claves que no son, al menos conscientemente manejadas por el hablante.
Tal vez el recurso de teorías al paso constituya la solución.
BIBLIOGRAFÍA
Caorsi, C. E. Ensayos sobre Davidson; FCU, 1999
Caorsi, C.E. Lógica, Filosofía y Psicoanálisis; Roca Viva, Montevideo, 1994
Caorsi, C.E, De una teoría del lenguaje a una teoría de la acción intencional;
Factótum, España, 2001
Davidson, D. De la verdad y de la interpretación; Gedisa, Barcelona, 1990
Davidson, D. Filosofía de la psicología; Anthropos, Barcelona, 1994
Davidson, D. Mente, mundo y acción; Paidós, Bs. As., 1992
Davidson, D. “Las paradojas de la irracionalidad”, Revista “Análisis filosófico”,
Sadaf, 1981, vol.i, no.2
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