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Revista del Departamento de Geografía. FFyH – UNC – Argentina. ISSN 2346-8734
Año 3. Nº 5 -2º semestre 2015. Pp. 36-58
http://revistas.unc.edu.ar/index.php/cardi/index
Recibido: 20 de mayo de 2015 – Aceptado: 14 de octubre de 2015
PERSISTENCIA DEL SESGO POR EL STATUS QUO EN LA INTERVENCIÓN DE
LA CORTE CONSTITUCIONAL SOBRE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE
LA POBLACIÓN DESPLAZADA, COLOMBIA 2004-2014
Óscar A. Alfonso Roa 1
Resumen
En el marco de la Sentencia T-025 del 2004, la Corte Constitucional ha proferido 35 autos y
ha llamado la atención seis veces sobre los problemas de coordinación entre la Nación y los
territorios que entraban el goce de los derechos fundamentales de la población desplazada por
los violentos. Cuando decidió intervenir en el modelo territorial de Estado, terminó
sumándose a la estrategia centralista. Este trabajo se ocupa de analizar esta decisión desde
una perspectiva no convencional, la de un árbitro que decide participar activamente en el
juego de la descentralización, y explora las razones para que se acoja a la estrategia que
preserva el status quo. Al final, se discuten las implicaciones para el bienestar de la población
desplazada desde la perspectiva del cambio de carácter de buena parte de los municipios
colombianos que han pasado a ser receptores netos de población desplazada en los últimos
años.
Palabra clave: Descentralización fiscal; desplazamiento forzado.
PERSISTENCE OF THE STATUS QUO BIAS IN THE INTERVENTION OF THE
CONSTITUTIONAL COURT ON THE RIGHTS OF THE DISPLACED
POPULATION, COLOMBIA 2004-2014
Abstract
1
Profesor titular e investigador de la Universidad Externado de Colombia. [email protected]
In the context of the sentence T-025 of 2004, the Constitutional Court has handed down 35
orders and has struck six times on the problems of coordination between the nation and the
territories that entered the enjoyment of the fundamental rights of the population displaced by
the violence. When he decided to intervene in the territorial model of State term addition to
the centralized strategy. This work deals with analyzing this decision from an unconventional
perspective: an arbitrator that decides to actively participate in the game of decentralization,
and explores the reasons that he is welcome to the strategy that preserves the status quo. At
the end, discussed the implications for the well-being of displaced population from the
perspective of the changing character of many of the colombian municipalities that have
become net beneficiaries of displaced population in recent years.
Keywords: fiscal decentralization; forced displacement.
Hasta finales del 2014, el 80% de la población victimizada en el marco del conflicto interno
lo fue por desplazamiento forzado, según los registros del gobierno colombiano. Diez años
atrás, la Corte Constitucional profirió la Sentencia T-025 en la que declaró el estado de cosas
inconstitucional en relación con la garantía del Estado a la realización de los derechos
fundamentales de la población desplazada. Desde entonces, ha impartido diversas órdenes al
poder ejecutivo que, sin embargo, no han redundado en el levantamiento de tal estado de
cosas. Este trabajo discute una cuestión de fondo que es cómo alcanzar la universalización de
los derechos fundamentales en un contexto político polarizado, en el que la producción
jurisprudencial tanto como la normativa y reglamentaria ha sido notable. Derivada de esa
preocupación, la cuestión subyacente es ¿Por qué los municipios y algunos departamentos no
gozan de la autonomía para realizar programas autóctonos dirigidos a la población
desplazada?
En la primera parte se discuten las aproximaciones teóricas que explican los casos en los que
el status quo es una regla de decisión y, además, se sugiere la necesidad de teorizar un juego
involutivo en el que la preservación del status quo es la regla de no aprendizaje que mueve a
los participantes en el juego, incluso a los jueces. Esta idea será retomada a lo largo del
artículo que, en la segunda parte, presenta una sistematización de las órdenes impartidas por
la Corte y de la respuesta legislativa y normativa que ha suscitado, como preámbulo al
análisis del Auto 383 de 2010 mediante el cual la Corte decide participar del juego de la
descentralización fiscal del que se ocupa la tercera sección. El artículo concluye con la
37
discusión de las potenciales implicaciones de esa involución inmanente al modelo territorial
de Estado, en relación con los cambios detectados recientemente en la geografía del
desplazamiento forzado, y con unas reflexiones orientadas a identificar algunas líneas de
acción.
La preservación del status quo bajo incertidumbre y la necesidad de una teoría de un
juego jamás jugado
Son escasos los trabajos académicos que se ocupan de las razones que impulsan la
preservación del status quo como una de las alternativas que los individuos disponen dentro
de un haz de posibilidades de elección, si se tiene en cuenta la vasta producción académica
sobre los juegos evolutivos en los que las organizaciones y las personas que las componen
aprenden de los errores incurridos en las repeticiones que caracterizan a la interacción
humana, algo paradójico a la luz de la hipótesis de que esa alternativa es por la que se
inclinarían los individuos en contextos de incertidumbre radical predominantes en el mundo
contemporáneo (cfr. Abramo, 2009: 49 y ss.). En este tipo de contextos las racionalidades de
los individuos son diferentes a las que ellos mismos operarían en ambientes de absoluta
confianza.
Allí en donde hay interacción entre humanos, generalmente se involucran tres o más agentes
y no meramente dos como usualmente se cree y, además, esos individuos que interactúan
pueden considerarse como agentes representativos de algún subsistema social. Esta
concepción de la interacción fue discutida por Gleaser y Strauss (1964) en un trabajo pionero
en el que destacan el papel decisivo de la conciencia de los agentes del que derivan cuatro
tipos de contextos: el de la conciencia abierta en el que cada agente revela su identidad a los
demás y es consciente de ella, el opuesto de la conciencia cerrada en el que hay un
desconocimiento de la propia identidad y de la visión de sí mismo por los demás, el de la
conciencia sospechosa en el que se presume de cierta identidad y de la visión sobre ella por
parte de terceros y, por último, el contexto de pretensión de conciencia en el que tanto los
interactuantes activos como los terceros son conscientes de su identidad pero pretenden no
serlo (Gleaser y Strauss, 1964: 670). El caso que nos ocupa se asimila al tercer contexto pues
tanto el nivel central de gobierno como los gobernantes territoriales asumen que un tercero
como la Corte Constitucional asumirá su rol de garante de la Constitución Política, pero no
intentará emplear sus potestades constitucionales para subrogarse sus funciones.
38
De manera semejante a la incapacidad del médico para ofrecer un diagnóstico certero cuando
un paciente, de manera consciente y ante la sospecha de padecer cierta enfermedad terminal
decide no revelar la información pertinente, los entes territoriales y el nivel central de
gobierno intentarán opacar la información suministrada al juez de tutela sobre su interacción
a fin de preservar el status quo. ¿Cómo actuará ese juez al enfrentarse a un acuerdo colusorio
para no revelar la información identitaria? Gleaser y Strauss (1964: 678) concluyen que de las
36 posibles soluciones la mayoría son impracticables, sugiriendo entonces concentrarse en la
viabilidad de las soluciones “empíricamente relevantes”. Este tipo de soluciones han
embarcado buena parte de los esfuerzos de los economistas experimentales. Abstrayendo los
contextos mencionados, Samuelson y Zeckhauer (1988) realizaron un experimento bajo las
premisas de que la selección racional bajo incertidumbre conlleva la elección de la que se
deriva la máxima utilidad y que ni el orden ni los distintivos con los que se presentan las
alternativas sesgan la elección, pues el decisor es influenciado solamente por el valor
intrínseco de las alternativas que reconoce. Los resultados los condujeron a rechazar esas
hipótesis, en la medida que el tomador de decisiones capta los distintivos en las elecciones
que conducen al status quo, de manera que “no hacer nada” llega a constituirse en una buena
alternativa, especialmente en ambientes de rigidez de las políticas públicas que, en el caso
que nos ocupa, es similar a la prevalencia de programas locales con el sello del nivel central
de gobierno.
La aversión al riesgo es igualmente aducida como causa de la inclinación por el status quo,
como también la irracionalidad. Pero esos determinantes, al igual que la histéresis originada
en la existencia de costos hundidos, son rechazados por Fernández y Rodrik (1991) para
quienes la auténtica motivación para que los gobiernos adopten conductas anti-reformistas es
la incertidumbre que ronda la distribución de sus ganancias y costos en la sociedad, más aún
en ambientes en los que la coordinación de los ganadores con el status quo es muy expedita
por tratarse de un pequeño número de individuos, mientras que los potenciales ganadores
están difusos. Claro, cabe la posibilidad de que profundas reformas al comercio como las de
Chile, Turquía y Corea sean adoptadas por regímenes autocráticos, llegando a gozar con
posterioridad de la aceptación popular (Fernández y Rodrik, 1991: 1154). De los beneficios
de la centralización fiscal y del poder político en Colombia, por ejemplo, participa un
reducido grupo con capacidad para cooptar a sus colaboradores como a sus potenciales
detractores, mientras que una reforma federalista acarrearía notables costos para la
39
reproducción de los regímenes en curso, con considerables beneficios sociales y económicos
para una nación fragmentada.
Admitiendo que los beneficios sociales y económicos del federalismo son superiores que los
del centralismo, la cuestión por dilucidar ahora es si la autoridad investida de poder para
intervenir en el juego de la descentralización, opta por encauzar las elecciones de los políticos
y el destino de las políticas públicas inherentes hacia un estado diferente al del status quo o
sí, por el contrario, decide reafirmarlo. En los mercados imperfectos, las autoridades
regulatorias existen porque las firmas tienen poderosos incentivos a capturar una porción
adicional de los excedentes del consumidor mediante acuerdos colusorios. En el caso de la
descentralización fiscal, el nivel central de gobierno maximiza sus réditos al garantizar la
reproducción del poder político, mientras que los gobernantes territoriales intentan
incrementar su participación en las transferencias del nivel central sin realizar mayores
esfuerzos tributarios al nivel local, cargando con el estigma de la “pereza fiscal” cuando, en
verdad, éste fenómeno es endógeno a la estrategia centralista. En el caso de los mercados
imperfectos, las autoridades deben sospechar del acuerdo colusorio e investigarlo y, en caso
de comprobarlo, imponer las sanciones pecuniarias, penales y simbólicas acordes con la falta.
Los conspiradores adoptan dos conductas para evitarlas: diseñando un complejo entramado
para entorpecer al máximo la detección de la falta o mimetizando a los ojos de los clientes el
instrumento con el que se hace efectiva la colusión (LaCasse, 1995: 410). En la
descentralización fiscal, las reglas de interacción Nación-territorios son públicas, aunque hay
prerrogativas para las transferencias de capital discrecionales. El status quo es un acuerdo en
el que a la Corte Constitucional como a las entidades de control les es virtualmente imposible
la detección de las faltas ante la opacidad de la información pública sobre los presupuestos y
sus ejecutorias, acorde con el complejo esquema de toma de decisiones que se difumina por
el aparato de Estado.
Cox (et al., 2013) se ocupan de analizar la intervención activa que intenta revocar el status
quo y los de omisión que lo sustentan. La acción o la inacción son formas de intervención del
Estado que derivan en consecuencias legales, pero un poder tiene incentivos para omitir una
actuación, de la misma manera que a algún transeúnte, por más altruista que sea, le es
imposible intervenir eficazmente ante una acción vandálica de grupo, por ejemplo. Los jueces
investidos de poder, en cambio, son vigilantes de su reputación e intentan salvaguardarse de
algún señalamiento de negligencia. Aunque ni los filósofos ni los psicólogos han llegado a un
acuerdo acerca sobre la relevancia moral de la intervención activa o de la omisión, la
40
preservación del status quo está más vinculada con la omisión que con la intervención activa
(Cox et al., 2013: 2); sin embargo, con base en los experimentos diseñados y con la
información obtenida de ellos, sugieren que cuando existen “preferencias recíprocas” –el par
dialéctico del “altruismo” – entre los agentes que participan de ciertos mercados, es posible
revocar el status quo. En relación con el sistema de creencias que está detrás de la formación
de preferencias recíprocas, Gallego (2007: 160) señala que “estas creencias son
fundamentales en los juegos dinámicos con preferencias recíprocas porque la respuesta de
uno ante las acciones de los demás depende de lo que “crea” acerca de lo que juegan los
otros”. Un caso como el que se estudia a continuación es precisamente el de un excelente
diagnóstico en el que se revela un interés de intervención activa de un juez que termina
omitiendo la acción consecuente para revocar el status quo.
Los abordajes de la interacción bajo incertidumbre y de la preferencia por el mantenimiento
del status quo revisada hasta ahora, explican parcialmente la conducta de las instancias de
decisión que conforman el modelo territorial de Estado, que no son entes abstractos sino, por
el contrario, agentes que estimulados por el potencial incremento de su participación en esa
estructura de poder se trenzan en un juego en el que los jueces de última instancia aparecen
ejerciendo labores diferentes que trascienden las del mero arbitraje. Estos últimos se
encuentran investidos de otros poderes que no están dispuestos a declinar y, por ello, deciden
participar en un juego que inicialmente estaba concebido para que participaran sólo dos
jugadores.
Esa prerrogativa de los jueces de última instancia, de intervenir activamente en los diseños y
ejecutorias de la política pública y no solamente en la validación o rectificación del desarrollo
normativo de los poderes ejecutivo y legislativo, les permite subrogar algunas funciones
administrativas que, en la práctica, es como si un árbitro tomará la decisión de participar
activamente en el juego para el que ha sido designado, como un intento para revocar el
statuos quo, un juego tedioso o en el que sospecha que hay un acuerdo colusorio entre las
partes. Es un juego jamás jugado que suscita varias cuestiones: ¿Por qué razón los jueces
deciden participar activamente del juego? ¿Cuál será su estrategia y la de los participantes
originales? ¿Es posible anticipar una solución de equilibrio?
Estas cuestiones no han interesado a los teóricos de juegos, tal vez porque parece
inconcebible que en un partido de rugby, de fútbol, de baloncesto o de tenis, o en cualquier
otro de características bilaterales aparezca un tercero en el campo de juego y, además, que ese
tercero sea el llamado a arbitrar la contienda. Pero si alguno de ellos lo pensara, quizá
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argüiría que ese tipo de juego se parece a uno de múltiples participantes como en una carrera
de velocidad; pero no es así pues, como se planteó, el juego mudó a tripartita y el árbitro
declinó su neutralidad en aras de su participación activa.
En los juegos bilaterales los malos arbitrajes generalmente desatan violencia. En los partidos
percibidos como anormales los jueces generalmente no participan de los arreglos previos,
aunque deba validar jugadas insustanciales en un juego cuyo resultado fue acordado con el
que ambos adversarios resultan beneficiados. En ambos casos intentan conservar su
neutralidad pues saben que su reputación está en juego. Ha habido casos en los que los jueces
reconvienen a los capitanes para que llamen a sus equipos a imprimirle más dinámica al
juego, con magros resultados debido a los incentivos monetarios vinculados a las actividades
rentadas. Es un juego involutivo en el que el aprendizaje y puesta en práctica de valores
negativos lacera el espíritu deportivo en aras de ganancias efímeras; es decir, que de llegar a
alcanzarse una situación de equilibrio éste será de bajísimo nivel. En este tipo de práctica
involutiva, las autoridades deportivas toman medidas disciplinarias que, en algunos casos,
trascienden la esfera deportiva llegando hasta los tribunales judiciales y, adicionalmente, los
simpatizantes de los equipos se reducen sustancialmente. El resultado al final es que esos
clubes descienden de categoría y difícilmente vuelven a las justas más rentables y
competitivas, de manera que si eran pequeños terminan siendo más pequeños e, inclusive,
muchos llegan a desaparecer.
Cuando las partes adhieren a un juego de esta naturaleza de manera autónoma, son
conscientes de las sanciones a las que se exponen, tanto las formales que están prescritas en
los códigos penales, como las informales de la deshonra y el ulterior alejamiento del
colectivo. Cabe entonces la posibilidad de que en casos como éste, exista un acuerdo para
sostener un equilibrio de bajísimo nivel que, inclusive, puede ser estable y duradero. ¿Qué
sostiene tal equilibrio? La respuesta está obviamente en los premios, esto es, en la convicción
de que de ese tipo de arreglo se derivarán transferencias positivas, en moneda o en algún tipo
de privilegios, sin percibir que con el transcurso del tiempo ese arreglo encarna considerables
desventajas en relación con otros grupos que se habrán apartado de ese tipo de estrategias.
Los jueces intervienen activamente en el juego porque persiguen efectos de reputación, que
son cruciales en ambientes probos caracterizados por cortes invulnerables a la corrupción.
Inclusive teniendo las evidencias de acuerdos colusorios entre las partes o presumiéndolos al
constatar la modorra de los jugadores, el alcance de sus intervenciones es limitado. La
primera razón está en el contenido del principio de equilibrio de poderes que, en el plano de
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las relaciones internacionales prescribe los beneficios de la preservación del status quo. Sin
embargo, la convicción de que aún con el ejercicio de sus facultades el status quo es difícil de
alterar significativamente, es la razón más poderosa y, por ello, los jueces terminan
adhiriendo a las reglas que condujeron al juego y a los jugadores a interactuar al calor de un
equilibrio de bajo nivel.
El activismo judicial y la reactividad legislativa, rasgos de la política pública sobre la
atención a los derechos de la población desplazada
Ha transcurrido una década desde que la Corte Constitucional decidió intervenir en una
dimensión crucial para la vida de millones de colombianos como la de la garantía que debe
brindar el Estado a sus derechos fundamentales, en este caso de la población más frágil, los
desplazados de manera forzada por los violentos. En este acápite se busca revelar, en primer
lugar, las estrategias adoptadas a partir de los autos con los que se imparten órdenes al nivel
central de gobierno y a los entes territoriales, y se evalúa el cumplimiento de las impartidas;
y, en segundo lugar, la respuesta normativa y organizativa del Estado que, finalmente,
impone las reglas sustantivas en las que reposa el modelo territorial de Estado.
El “activismo judicial” de la Corte Constitucional: la Sentencia T-025 y los autos de
seguimiento
A partir de 2004 con la declaratoria del estado de cosas inconstitucional de los asuntos
inmanentes al deber del Estado de garantizar los derechos de la población amenazada, y cuya
vida está en riesgo como consecuencia de la acción violenta de los agentes que intervienen
activamente en el conflicto interno armado en Colombia -la población desplazada-, la Corte
comenzó a dictar una serie de órdenes que reorientaron la acción sobre el fenómeno de los
poderes ejecutivos y legislativo y, además, de los entes territoriales. La intervención se
originó en la constatación fáctica de un incumplimiento originado en la espiral del
desplazamiento forzado producto de la acción violenta de los grupos irregulares que embarcó
al 70,7% de los municipios del país en un proceso continuo de expulsión neta –ver Tabla 1- y
que, simultáneamente, acarreó un aumento sustancial en el promedio de recepción de las
jurisdicciones llamadas a atenuar el impacto del desplazamiento forzado por la vía de la
acogida a la población victimizada. Al momento de expedirse la sentencia, la Corte acumuló
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108 expedientes que contenían tutelas en las que se reclamaban los derechos de 1.150
familias desplazadas.
Los magistrados de la Corte Constitucional, ejerciendo la potestad de ser la última instancia
para fallar las acciones de tutela, profirieron la sentencia T-025 en enero de 2004 basados en
108 acciones de tutela presentadas por 1.150 núcleos familiares desplazados de manera
forzada por los violentos, en la que se declara el estado de cosas inconstitucional en relación
con la garantía del Estado a los derechos fundamentales de la población desplazada en el
territorio colombiano, y ordena la realización de un conjunto de acciones orientadas a
garantizar el goce efectivo de los derechos de este grupo de población en condición de
“extrema vulnerabilidad”. La incomodidad del poder ejecutivo con esta decisión se tornó
latente desde el momento en que la Corte comenzó a impartir órdenes con las que reorientaba
la gestión pública y, en ocasiones, llegó hasta promover la modernización del Estado. La
Corte no se limitó a su rol convencional de control de constitucionalidad de las leyes, sino
que asumió como nunca antes su papel de garante del cumplimiento de las obligaciones del
Estado relacionadas con los derechos fundamentales.
La expresión “activismo judicial” afloró de nuevo anclada en la interpretación de que la Corte
interfería las competencias de otras ramas del poder público, particularmente del ejecutivo.
Según Castaño (2013: 126), ocurre “cuando los jueces constitucionales toman decisiones que
remplazan o subrogan en alguna medida la labor de las ramas ejecutiva y legislativa del poder
público”. Tal interferencia, además, tiene la capacidad de comprometer partidas
presupuestales que encarnan desafíos al erario y reprogramaciones macroeconómicas, efectos
indeseables a los ojos de los defensores de la regla fiscal para quienes esta se debería
preservar a toda costa, inclusive aplazando el principio de universalidad de los derechos hasta
que el margen presupuestal lo permita. El activismo judicial tiene otra implicación
consistente en la subrogación de los efectos de reputación de los ordenadores del gasto que,
en el cumplimiento de las órdenes impartidas por la Corte, verán trasladado parte de su
prestigio como gestores públicos que intentarán recuperar con sus críticas al activismo
judicial en el espacio público, denunciando comúnmente las extralimitaciones de los jueces
de última instancia a sus funciones judiciales. Por su parte, en un sistema de jueces vitalicios
y longevos, los incentivos para practicar el activismo judicial son menores que en uno en el
que los períodos de los magistrados son relativamente cortos y no hay posibilidades de
reelección. Es por ello que, en el segundo sistema, los efectos de reputación de los jueces se
asemejan al de los gobernantes elegidos por voto popular que, en el último año de mandato,
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aceleran sus decisiones de gasto. Para que el activismo no asuma la forma de procastinación
judicial, los incentivos para ellos deben eliminarse por medio de los reglamentos internos de
las cortes.
Reconociendo que, en vista del irrenunciable fin de la universalización de los derechos
fundamentales, los costos de transacción de las decisiones judiciales son más onerosos
socialmente que los de las autoridades del ejecutivo, se justifica asumirlos en un ambiente de
asimetría de poder como el que sustenta a los gobiernos de interés privado en los que, en sus
decisiones cruciales, prevalece el interés particular sobre el interés general. Las conductas de
los magistrados son moldeadas por los contextos del fenómeno en el que intervienen. La
polarización política propiciada por los defensores de la paz negociada con el adversario y la
paz conquistada en el aniquilamiento del adversario ha cambiado radicalmente la geografía
humana del desplazamiento forzado, mientras que la inusitada elongación temporal y
territorial del fenómeno ha dado lugar a un activismo diversificado que, no obstante, no se
desvía del fin enunciado. Tal diversificación es captada en la Tabla 1 por una taxonomía que
permite clasificar los 35 autos expedidos por la Corte en seis categorías a través de la que es
posible ordenar su activismo en cada mandato presidencial. Si bien cada auto puede contener
más de una iniciativa u orden a los demás poderes, la taxonomía se ha realizado sobre la base
del fin principal o característico del auto.
A la cabeza de la jerarquía de los autos están las medidas de protección especial y los planes
de salvaguarda debido al auge que tuvo durante la administración Santos, no obstante que
durante la de Uribe fueron noticia hechos como la denuncia del paramilitarismo en Sucre por
el alcalde de El Roble o las retaliaciones a las madres de los jóvenes de Soacha asesinados e
inculpados dolosamente de guerrilleros en el caso más renombrado de “falsos positivos”,
situaciones que ameritaban de un pronunciamiento semejante. Los autos de evaluación y
seguimiento a las órdenes impartidas ocupan el segundo lugar, con tendencia a incrementarse
durante la administración Santos, mientas que los autos sobre incumplimiento se perfilaron
más acuciantes durante la administración Uribe. Seguidamente se encuentran las órdenes
sobre tratamiento diferenciado atendiendo a ciertos rasgos distintivos de la población
desplazada, y a coordinación entre la Nación y las entidades territoriales a fin de mejorar la
eficiencia en la asignación de los recursos, modalidades de autos de clara intensidad durante
la administración Uribe. Por último, y con tendencia a incrementarse en la administración
Santos, están los autos que ordenan la protección a líderes que, con ocasión del retorno o la
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demanda de restitución, son amenazados de muerte y en no pocos casos, tales amenazas se
han concretado en el asesinato de varios de ellos.
Tabla N° 1
Taxonomía de los autos proferidos por la Corte Constitucional en relación con la Sentencia T-025 de 2014
durante las administraciones Uribe y Santos
Modalidad /
Contenido
Planes de
salvaguarda /
protección especial
Evaluación /
Seguimiento
Incumplimiento
Tratamiento
diferenciado
Coordinación
Nación-Territorio
Protección a líderes
Total
Uribe
Autos
#
18/2010
1
8/2009; 11/2009;
266/2009
185/2004;
176/2005;
178/2005;
218/2006;
237/2008
92/2008; 251/2008;
4/2009; 5/2009;
6/2009
177/2005;
116/2008; 7/2009;
314/2009
200/2007; 9/2009
3
5
Santos
Autos
382/2010;
174/2011; 45/2012;
12/2012; 173/2012;
299/2012;
234/2013; 73/2014
99/2013; 119/2013;
173/2014
219/2011
#
8
9
3
6
1
6
5
4
2
20
Total
5
383/2010;
116A/2012
98/2013
2
6
1
15
3
35
Fuente: Elaborada con base en registros de la Corte Constitucional
Las medidas de protección especial y los planes de salvaguarda se originaron en la coyuntura
electoral del 2010, cobijando en principio a las poblaciones afrodescendientes localizadas en
las cuencas de los ríos Curvaradó y Jiguamiandó en las jurisdicciones de Rionegro y Carmen
del Darién en Chocó amenazadas por los paramilitares de las AUC y, seguidamente, a las
comunidades Hitnú o Macaguán asentadas en la jurisdicción de Cravo Norte en Arauca, y
luego al pueblo Awá asentado en varias jurisdicciones municipales de Nariño y Putumayo,
entre otros. Recientemente se ocupó de las amenazas y los riesgos que se ciernen sobre la
población de Buenaventura, en donde la brutalidad con la que se ejecuta a las víctimas ha
conmovido al país que encuentra en este puerto sobre el Pacífico al principal expulsor de
población por medio de la violencia.
Los autos de evaluación y seguimiento a las órdenes impartidas por la Corte, segunda
modalidad en la taxonomía de la Tabla 1, se originaron en enero de 2009 con la intención de
ratificar o levantar el “el estado de cosas inconstitucional”. A ellos les precede el estudio de
los informes, estudios y propuestas del ejecutivo y de las entidades territoriales, así como de
46
los entes de control, y de la realización de sesiones técnicas para su discusión. En los
expedidos recientemente, la Corte ha impartido nuevas órdenes relacionadas con el
tratamiento diferenciado a grupos en situación de extrema vulnerabilidad. Se intuye que este
tipo de autos se incrementarán durante el octenio de Santos.
Los autos de incumplimiento comenzaron por relativizar los avances en materia de los
mínimos prestacionales a la población desplazada, estableciendo en 2004 las categorías de
“incumplimiento y cumplimiento bajo, medio y alto”. En algunas ocasiones, estos autos van
acompañados de la acogida a propuestas originadas en los grupos afectados y a los que se les
brinda tratamiento diferenciado. La intensidad de esta modalidad de autos fue
considerablemente mayor durante la administración Uribe.
Los requerimientos sobre políticas de tratamiento diferenciado se basan en la noción del
“impacto cualitativo y cuantitativo desproporcionado” del fenómeno sobre ciertos grupos
como las mujeres, los menores de edad, los discapacitados y las comunidades indígenas y
afrodescendientes, y las órdenes se dirigen a las entidades gubernamentales que conforman el
Sistema Nacional de Atención Integral a la Población Desplazada –SNAIPD–. Con
posterioridad a la expedición de la Ley de Víctimas en 2011, se transformó en el Sistema
Nacional de Atención y Reparación Integral a Victimas –SNARIV– que integra a cerca de 50
entidades estatales con responsabilidad funcional sobre la atención a la población desplazada.
Al decir de la cesación de esta modalidad de autos desde enero de 2009, durante la
administración Santos no tendrá que realizar más esfuerzos en este plano.
Los autos que persiguen el alcance de estadios superiores de eficiencia en las ejecutorias
presupuestales que desarrollan las políticas de atención integral a la población desplazada, se
han dirigido a la cuestión de la coordinación del nivel central de gobierno con los entes
territoriales, que revelan las precariedades del modelo territorial de Estado y su
desarticulación funcional. La persistencia de estos autos pone de presente la imperiosa
necesidad de la modernización del Estado colombiano.
Por último, los autos que ordenan la protección a líderes, generalmente campesinos objeto
del despojo interesados en la restitución de las tierras, ha comenzado a ocupar un lugar dentro
de las preocupaciones de la Corte a raíz del asesinato de muchos de ellos a fin de silenciar las
voces de descontento pero realizados, especialmente, con el fin de escarmentar a sus
potenciales seguidores o a potenciales replicadores de los necesarios liderazgos.
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La reactividad y el reglamentarismo del poder ejecutivo
La respuesta del poder ejecutivo no ha conseguido levantar el estado de cosas
inconstitucional. La ambigüedad de los juicios que generan las varias facetas del activismo
judicial y sus matices claroscuros podría disiparse si se alcanzasen dos propósitos
fundamentales: la aceleración en la gestión estatal ordenada para el levantamiento del estado
de cosas inconstitucional y, en especial, que esa gestión permita el alcance de un estado de
goce permanente de los derechos fundamentales. La respuesta de los poderes ejecutivo y
legislativo a las órdenes impartidas por la Corte se ha basado en una actitud reactiva ante los
problemas que originaron el estado de cosas inconstitucional y, además, en un proceso
reglamentarista que ha incrementado considerablemente el acervo normativo –ver Tabla 2–,
sin llegar a convencer a la Corte Constitucional que esos esfuerzos son necesarios y
suficientes para levantar el estado de cosas inconstitucional, no obstante que se han expedido
dos leyes y diecinueve decretos vinculados específicamente con la garantía del Estado a los
derechos fundamentales de la población desplazada.
Tabla N° 2
Taxonomía legislativa sobre el desplazamiento forzado durante las administraciones Uribe y Santos
Modalidad / Contenido
Directivas presidenciales
Leyes específicas
Leyes conexas
Decretos específicos
Decretos conexos
Uribe
Normas
6/2005
1190/2008
1407/2009; 1309/2009;
1268/2008; 1232/2008;
1221/2008; 1183/2008;
1182*/2008; 1152/2007;
1151/2007; 1142/2007;
1121/2006; 1110/2006;
1098/2006; 906/2004;
848/2003; 812/2003;
742/2002; 733/2002
790/2012; 4829/2011;
4802/2011; 4800/2011;
4635/2011; 4634/2011;
4633/2011; 1137/2010;
4911/2009; 4720/2011;
2965/2009; 1997/2009;
1290/2008; 768/2008;
250/2005; 2284/2003;
2131/2003
1547/2012; 987/2012;
900/2012; 4912/2011;
4107/2011; 4065/2011;
4729/2010; 2952/2010;
2933*/2010; 2780*/2010;
1740*/2010; 117/2010;
3759/2009; 2742/2008;
#
1
1
Santos
Normas
17/2011
1448/2011
#
1
1
Total
2
2
18
1719/2014; 1709/2014;
1622/2013; 1621/2013;
1592/2012; 1579/2012;
1561/2012; 1551/2012;
1537/2012; 1453/2011;
1450/2011; 1426/2010;
1407/2010
13
31
17
2569/2014; 1377/2014;
2
19
30
2726/2014; 2480/2014;
2333/2014; 1480/2014;
1033/2014; 1782/2013;
2228/2012;
7
37
48
177/2008; 4877/2007;
2984/2007; 2862/2007;
4579/2006; 4436/2006;
3391/2006; 4760/2005;
3012/2005; 2802/2005;
3787/2003; 1042*/2003;
3100/2002; 2764/2002;
2444/2002; 2001/2002
Total
67
24
91
Fuente: Elaborada con base en la consulta del Sistema Único de Información Normativa SUIN – Juriscol y de
la normativa en la Unidad para la Atención y Reparación Integral de Víctimas; (*) Normas derogadas.
Un primer balance indica que por cada auto de la Corte se han producido 2,5 normas: el
promedio durante la administración Uribe fue de 3,19 contabilizando la sentencia T-025 y en
lo corrido de la administración Santos es de 1,6. La regla que se deriva de este balance es que
a mayor activismo judicial de la Corte, mayor es la respuesta normativa o reglamentaria. Pero
teniendo en mente los criterios de aceleración y goce que delimitan la eficacia de la política
pública, el balance de la política pública sobre el desplazamiento forzado es precario pues, de
un lado, el estado de cosas inconstitucional persiste y, del otro, ello ocurre porque la situación
de goce perenne de los derechos fundamentales de la población desplazada por los violentos
no se ha alcanzado.
El juego involutivo de los excesos de centralismo y la dependencia territorial de las
transferencias del nivel central de gobierno
Las transferencias del nivel central de gobierno, el recaudador omnipresente en los territorios,
se pueden emplear para varios propósitos. Para garantizar la unidad y cohesión
interjurisdiccional, para acelerar la convergencia regional de los ingresos y de la provisión de
bienes públicos o para garantizar la reproducción política de los regímenes en curso. Un
ejemplo de los dos primeros propósitos es el de Canadá analizado por Coulombe y Lee
(1998). El tercero es el principal motivo para garantizar el status quo, mediante el diseño de
estrategias rutinarias de no aprendizaje.
El balance del juego de la descentralización fiscal por la Corte Constitucional en el Auto 383
del 2010
Del acervo jurisprudencial y normativo producido en Colombia después de la Sentencia T025, hay un fenómeno acuciante sobre el que gravitan buena parte de los problemas que
limitan el alcance de ese estadio superior de disfrute pleno de los derechos fundamentales de
49
la población desplazada, y de la población más pobre y fragilizada de Colombia: la
coordinación entre el nivel central de gobierno y los entes territoriales. Sin embargo, un
análisis detenido de los nueve autos proferidos por la Corte en la materia, y de las respuestas
normativas del Estado incluida una directiva presidencial, da cuenta de que hay una cuestión
de fondo: la vetustez del modelo territorial del Estado colombiano. Luego de tres décadas del
proceso de descentralización fiscal, con dos reformas de fondo introducidas por la
Constitución Política de 1991 y por el Acto Legislativo 1 de 2001 y la Ley 715 de 2001, la
autonomía fiscal y financiera de los entes territoriales se vislumbra más difícil de alcanzar
que antes de la descentralización. La descentralización fiscal colombiana se ha tornado en un
proceso involutivo y la cuestión sustancial se resume en el Auto 383 de 2010 de la Corte
Constitucional:
“Los informes recibidos por la Corte con ocasión del auto 052 de 2008, arrojaron como
diagnóstico que la mayor parte de las entidades territoriales intervinientes habían destinado
pocos recursos propios para la atención a la población desplazada y que, por el contrario, la
inversión en desplazamiento dependía casi exclusivamente de programas nacionales
implementados por Acción Social o dependientes de la ley general de participaciones.
Igualmente, dicho proceso mostró que subsistían múltiples dudas y confusiones en materia
presupuestal para atender a la población desplazada” (CC. Auto 383/2010: 30).
¿Cómo podrían haber destinado recursos propios para la atención a la población desplazada?
Esto habría ocurrido en una situación en la que, de un lado, las bases tributarias locales
estuviesen actualizadas y, simultáneamente, que las tarifas y los sistemas de recaudo operaran
eficazmente; y, del otro, que los gastos de nómina del ente territorial y la corrupción no
carcomiesen el erario. Debido a que 977 municipios colombianos, el 87,1% de los 1.122
(Alfonso, 2014: 158), se encuentra en la Categoría 6 de acuerdo a los criterios de la Ley 617
de 2000, el anhelo de la Corte es irrealizable pues los recursos propios de esos municipios ni
siquiera alcanzan para cubrir los gastos de la nómina. Los que cuentan con un margen para
hacerlo son apenas 24, seis metrópolis de la categoría especial y 18 de la categoría 1; es decir,
que al cabo de este largo proceso de más de tres décadas solamente el 2,1% de los municipios
colombianos tiene margen presupuestal autóctono para producir los bienes públicos con los
que se honre el derecho de los colombianos, especialmente de la población desplazada, a
gozar de sus derechos fundamentales.
La dependencia de las transferencias del nivel central de gobierno y la aparente incapacidad
de los dirigentes locales para formular una estrategia diferente a la de Acción Social de la
50
Presidencia de la República son dos aseveraciones en el Auto sintomáticas del centralismo
latente en Colombia. La segunda es indisociable de la primera pues, en efecto, no es que
exista tal incapacidad en la dirigencia o en la burocracia regional, pero en términos de los
costos de transacción derivados de la coordinación de los programas de la Nación con los
entes territoriales, resulta más práctico depender de un programa ya estructurado y
financiado, que construir uno de manera autónoma y conseguir los fondos para su
financiación y el recurso humano para su gestión. La idea de un logro garantizado que
proponen los programas centralistas, así como la de la potencialidad de algún rédito político
electoral a bajo costo para la administración local en curso, son poderosos alicientes para
devolver buena parte de la autonomía delegada al delegatario: el nivel central de gobierno.
La tercera cuestión abocada por el auto, la proliferación de reparos a los presupuestos, es
inherente a la transparencia en la gestión y a la rendición pública de cuentas. Los teóricos de
la Segunda Generación del Federalismo Fiscal (cfr. Oates, 2005 y Weingast, 20056) han
resaltado las dificultades que enfrenta un modelo centralista para garantizar la transparencia
de sus ejecutorias. Las “dudas y confusiones” presupuestales identificadas por Corte han
impedido la adecuada fiscalización y, no menos despreciable, el propósito de
empoderamiento de la población beneficiaria de los programas públicos que perseguiría
cualquier iniciativa de descentralización fiscal.
Las contradicciones en curso y los intentos de aceleración con rasgos centralistas
Los análisis de conjunto y de los tres presupuestos del Auto 383/2010, indican que del
diagnóstico de la Corte se derivaría una orden que acelerará el proceso de descentralización
fiscal o, mejor aún, lo reencauzará para alcanzar sus objetivos centrales, esto es, la autonomía
fiscal y presupuestal de los entes territoriales y la consecuente soberanía para adelantar
programas autóctonos orientados a la realización de los derechos fundamentales de la
población desplazada por los violentos. También a la rendición pública de cuentas con la que
se garantice la participación ciudadana activa y la transparencia en la ejecución de los
recursos públicos. Sin embargo, la orden impartida consistió en una aceleración del
centralismo fiscal y de la dependencia de los entes territoriales a las transferencias:
“Con el objeto de materializar los principios de concurrencia y subsidiariedad en materia
presupuestal, se ordenará a las autoridades de las entidades territoriales que requieran la ayuda
51
del gobierno nacional en materia presupuestal, que antes del 30 de julio de 2011 realicen la
respectiva solicitud debidamente sustentada. Si el gobierno no responde expresamente la
solicitud antes del 30 de septiembre de 2011, se entenderá que el gobierno brindará el apoyo en
los términos solicitados por la entidad territorial. Y a la inversa, si la entidad territorial no
presenta la solicitud oportunamente, se presumirá que cuenta con el presupuesto necesario para
atender debidamente a las víctimas del desplazamiento forzado en su territorio” (Corte
Constitucional, Auto 383/2010: 88).
Dos contradicciones saltan a la vista. Una razón que explica la primera contradicción es que,
en el afán de movilizar los recursos del erario para alcanzar los fines de la Sentencia T-025, la
Corte decidió que lo más eficaz era que el nivel central de gobierno brindara nuevamente el
apalancamiento financiero a los entes territoriales pues, en el plazo inmediato, estos últimos
no conseguirían modificar las estrechas bases en donde se originan sus recursos propios; por
tanto, antes que acelerar la descentralización fiscal optó por reafirmar la dependencia
territorial del nivel central de gobierno.
En cuanto al argumento de la materialización de los principios de concurrencia y
subsidiariedad, en el ámbito del de coordinación, habría que precisar que son los mismos que
esgrimen las entidades centrales para justificar la adscripción voluntaria de los entes
territoriales a sus programas. En el caso de la subsidiariedad, que antes de la última reforma a
la descentralización había asumido la figura de la cofinanciación tan repudiada por sus vicios
clientelistas, aparece nuevamente como la tabla de salvación para enfrentar la insolvencia
fiscal y financiera de la inmensa mayoría de los entes territoriales.
La aceleración del ritmo de intervención estatal se instrumentalizó mediante el empleo del
criterio del silencio administrativo bilateral antes de una fecha límite que la Corte estableció
como tiempo prudencial para ejecutar la orden impartida. La respuesta del nivel central de
gobierno fue la adopción de un intricado esquema decisorio en el que la última palabra la
tendría el Consejo de Ministros, previo análisis de los ministerios y de sus entidades adscritas
quienes realizarían lo de su competencia a través de mesas técnicas; a éstas últimas habrían
sido distribuidas las solicitudes de los entes territoriales previamente allegadas por el
Ministerio del Interior y de Justicia; es decir, un esquema con elevados costos de transacción
propio del centralismo administrativo. Luego de la decisión del Consejo de Ministros, las
asignaciones y su gestión municipal exigen de un oneroso sistema de seguimiento y
evaluación, forma de coordinación Nación-territorio más onerosa que la que ocurriría en caso
de existir alguna forma avanzada de autonomía territorial.
52
Centralismo y formación bruta de capital fijo en los municipios colombianos
Como se intuye en el diagnóstico del Auto 383/2010, el estado deseable para que el Estado
responda eficazmente a las demandas en materia de garantía de los derechos fundamentales
de la población desplazada, es uno en el que los entes territoriales definan de manera
autónoma los programas acordes con ese fin. Sin embargo, el status quo es una considerable
falta de autonomía local ¿De qué magnitud es la falta de autonomía? En el seguimiento de las
finanzas públicas territoriales, el Departamento Nacional de Planeación calcula el “indicador
de dependencia de las transferencias de la Nación y las Regalías” que capta la proporción que
esos recursos representan en relación con las fuentes de financiación del gasto de que
disponen los municipios (DNP, 2014: 9). También calcula el indicador de la magnitud de la
inversión que mide su peso en relación con el gasto total. Para el cálculo de los grados de
dependencia que se presentan en la Tabla 3, se optó por una medida alternativa que sintetiza
lo relevante, la inversión local o formación bruta de capital fijo en los municipios
colombianos en relación con una medida agregada de las regalías 2, las transferencias y los
fondos de cofinanciación que, en su mayoría, provienen del nivel central de gobierno. El
criterio ad hoc empleado para determinar el grado de dependencia es que si el gasto ese
agregado es inferior al 50% de la inversión, el municipio está ejecutando programas de
inversión con recursos que provienen en más de la mitad de su propio esfuerzo.
Salvo contadas excepciones como la del municipio araucano de Cravo Norte en el último
período, los municipios que han alcanzado el mayor grado de autonomía relativa para la
inversión pública local en bienes públicos son municipios metropolizados localizados en las
áreas de influencia inmediata de Bogotá y de Medellín. En el último período siete municipios
han ultrapasado el umbral del 50%, y la estructura de la dependencia revela síntomas de
mejoría, aunque el camino hacia el umbral de la autonomía es aún muy largo.
Tabla N° 3
La relación entre los flujos del nivel central de gobierno a los municipios y la formación bruta de capital
fijo, Colombia 2000-2013
Administraciones
Antes
Uribe
Santos
2
Los vacíos en la información anual se llenaron con el del valor más próximo a fin de tener medidas
comparables y sin valores perdidos. Esa interpolación es un recurso empleado en menos del dos por ciento de
los registros procesados y, por tanto, de existir sesgos estos son marginales.
53
y grado de
dependencia
Número
Menos del 50%
2
Más del 50% y
menos del 100%
Más del 100% pero
menos del 200%
Más del 200%
Total
%
Número
%
Autonomía para la formación bruta de capital fijo
0,2
2
0,2
Dependencia para la formación bruta de capital fijo
Número
%
9
0,7
37
3,4
30
2,7
171
15,5
350
31,9
341
31,0
768
69,8
708
1.097
64,5
100,0
728
1.101
66,1
100,0
153
1.101
13,9
100,0
Fuente: Cálculos con base en estadística del Departamento Nacional de Planeación y del Banco de la República
Si tan sólo nueve municipios estarían potencialmente en capacidad para diseñar y ejecutar
programas de manera autónoma y movilizar sus recursos propios en tal dirección ¿Por qué
razón la Corte Constitucional terminó reafirmando el centralismo como regla del modelo
territorial de Estado? Una orden diferente con impacto más duradero pudo haber sido
impartida. La actualización de los catastros, la elevación de las tarifas y la adopción de
sistemas de cobro coactivo en los municipios colombianos es una de tantas tareas con las que
se avanzaría notablemente en la autonomía fiscal, junto con mecanismos de rendición pública
de cuentas que en el ámbito local poco se realizan, en razón al diseño centralista de los
programas que allí se ejecutan. Con la imbricación de ambas se lograría, además, una
considerable reducción en la corrupción.
La descentralización fiscal ante el cambio en la geografía del desplazamiento forzado
Colombia tiene en la actualidad 836 municipios receptores netos de población desplazada,
que reclaman más inversión local, pero solamente nueve de ellos están en capacidad de
realizar programas autónomos para garantizar el goce eficaz de los derechos de la población
desplazada que retorna. La decisión de dejar un lugar porque la vida se encuentra en juego
ante una amenaza de muerte, desencadena una intranquilidad sin par por la incertidumbre
acerca de la posibilidad de retorno o por la convicción del abandono definitivo del lugar al
que se estaba arraigado y en el que se intentaba edificar un futuro. Esta situación, que hasta
finales de 2014 había sido reportada por algo más de 6.5 millones de residentes en el país, es
un fenómeno que aunque ha disminuido su intensidad en los últimos cinco años, está lejos de
cesar. La situación es tan cruel que aquellos hogares que aun ejerciendo el dominio pacífico
sobre alguna propiedad, deciden dejarlo todo y reiniciar sus proyectos en otros lugares. Para
otros, la expectativa de retorno guarda estrecha relación con el apego ancestral a la tierra más
54
que con la garantía del Estado al respeto por el derecho fundamental entre los fundamentales:
el derecho a la vida.
El desplazamiento forzado es un fenómeno territorializado mediado por la polarización
política latente en Colombia durante los últimos años. Durante la administración Uribe, el
70,7% de los municipios colombianos eran expulsores netos de población al decir de su saldo
migratorio forzado de signo negativo (ver Mapa 1), habiéndose tornado crucial el rol de las
metrópolis colombianas como receptoras netas del mayor contingente de población
desplazada (Alfonso, 2010), sin que estas fueran objeto de tratamiento diferenciado para
asumir eficazmente sus nuevas obligaciones derivadas de la Sentencia T-025.
Mapa N° 1: Carácter de los municipios colombianos en relación con el desplazamiento forzado durante
las administraciones de Uribe (2002-2010) y Santos (2010-2014)
1A. Administración Uribe
1B. Administración Santos
Fuente: Cálculos con base en los registros del Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral de Víctimas
y de la Corte Constitucional
Este panorama ha cambiado durante la administración Santos, pues esa condición de
expulsores netos la detenta el 23,4% de los municipios colombianos (ver Mapa 2). Como se
aprecia en la Tabla 4, el 74,5% de los municipios colombianos son receptores netos de
población desplazada, lo que indica que el retorno está teniendo lugar precisamente en
55
aquellos municipios de donde se originaron migraciones cortas, pues es bastante probable que
los que llegaron a las metrópolis no tengan planes de retorno. Debido al cambio de carácter
de 615 municipios que durante la administración Santos se transformaron en receptores netos,
el promedio anual de recepción ha descendido considerablemente en relación con los
períodos precedentes.
Tabla N° 4
Balance del desplazamiento forzado en Colombia hasta 2014
Administración
y carácter de
los municipios
Antes
Número
Uribe
%
Santos
Número
%
Número
%
Municipios
Expulsores
netos
Receptores
netos
Con saldo
migratorio cero
Total
889
79,2
793
70,7
263
23,4
205
18,3
321
28,6
836
74,5
28
2,5
8
0,7
23
2,1
1.122
100,0
100,0
1.122
100,0
Expulsión neta
Recepción neta
Promedio anual
expulsión neta
Promedio anual
recepción neta
1.122
Personas
1.837.266
588.486
1.374.640
1.4006.797
191.592
1.526.049
2.067
1.733
728
2.870
4.382
1.825
Fuente: Cálculos con base en los registros del Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral de Víctimas
y de la Corte Constitucional
En este nuevo panorama, la trascendencia de la intervención pública local se incrementa más
que nunca, incluso que en el momento de la expedición de la Sentencia T-025. La población
que retorna no lo hace con sus derechos fundamentales honrados pues, por el contrario, lo
hace con un nivel de realización medio y con la expectativa de su realización plena. Pero,
como se aprecia en la Tabla 3, sólo siete están en capacidad de realizar programas de manera
autónoma, y tal vez los siguientes 171 podrían hacerlo pasados unos años, pero en el resto del
país la dependencia de los programas del nivel central continuará imperando y, con ello, el
estado de cosas inconstitucional continuará vigente.
Reflexiones finales
El proceso de descentralización fiscal colombiano y el modelo territorial de Estado resultante
revisten las características de un juego involutivo, en el que los réditos fiscales para los entes
territoriales y las contraprestaciones de éstos al nivel central de gobierno son los incentivos
56
que mantienen un equilibrio de bajísimo nivel, personificado en un status quo que redunda en
que el debilitamiento del Estado debido a que la garantía de los derechos fundamentales de la
población colombiana y el alcance de las dotaciones mínimas de bienes públicos gravita
mayoritariamente sobre el nivel central de gobierno. El juez constitucional optó por el status
quo de la dependencia de los entes territoriales a los programas del nivel central y, por tanto,
este juego involutivo no ha podido ser alterado con la intervención de los jueces de última
instancia. La Corte Constitucional, por el contrario, adhirió a las reglas que sostienen el
centralismo político y fiscal, esgrimiendo los principios de concurrencia y subsidiariedad para
justificar tal decisión. Los municipios han optado por la dependencia del centralismo, ante la
incertidumbre que genera la respuesta de los residentes locales a las políticas de
fortalecimiento de los recursos propios, no obstante la conciencia que tienen de los peligros
de tal dependencia.
Nuevos principios que remocen el juego deben adoptarse, si el propósito perseguido es el de
la auténtica autonomía territorial. Un acertado inicio consiste en pasar de una reciprocidad
negativa que preserva un equilibrio de bajo nivel, a una reciprocidad positiva que eleve el
nivel de las acciones territoriales. El proceso de paz que se avecina en Colombia está a la
espera de los últimos dos acuerdos y de la ratificación del conjunto de los que se habrán
logrado. En cualquier caso, la consecución de la paz será un proceso arduo cuyos frutos más
duraderos se alcanzarán cuando el Estado colombiano se modernice; esto es, cuando la
autonomía florezca en los territorios. La paz territorial es un fin que es inalcanzable con un
modelo territorial de Estado involutivo y centralista como el que se ha analizado.
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