UNIVERSIDAD AUSTRAL DE CHILE Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales Escuela de Derecho La protección constitucional sobre el cargo o empleo público Luis Nelson Abarca Sepúlveda Valdivia, diciembre de 2007 Memoria de prueba para optar al grado de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales. Profesor patrocinante: Juan Carlos Ferrada Bórquez. INDICE Pág. INTRODUCCIÓN……………………………………………………………..... 1 CAPÍTULO I: LA PROPIEDAD CONSTITUCIONAL SOBRE LAS COSAS INCORPORALES COMO DERECHO FUNDAMENTAL. 1. El derecho de propiedad como derecho fundamental en la Constitución de 1980………………………………………………………………………........ 6 2. La garantía constitucional del derecho de propiedad sobre bienes incorporales…………………………………………………………………...... 12 2.1. El bien incorporal en la constitución………………………..…………………. 12 2.2. Los bienes incorporales y los derechos en la constitución……..……………… 23 3. El derecho de propiedad sobre bienes incorporales…………………………… 25 3.1. Concepto civil de bien incorporal………………….…………………………. 25 3.2. Propietarización de derechos…………………………………….…………… 35 CAPÍTULO II: EL CARGO O EMPLEO PÚBLICO. 1. Concepto………………………………………………………………………. 44 2. Clasificación del cargo o empleo público……………………………………... 46 3. Acerca del régimen estatutario del empleado público………………………….. 54 3.1. Características generales………………………………………………….......... 54 3.2. Derecho a la función…………………………………………………………… 62 3.3. Construcción de la propiedad sobre el cargo público………………………….. 67 4. Tipos de afectación……………………………………………………………... 77 4.1. Privación en el cargo…………………………………………………………… 77 4.2. Perturbaciones o amenazas al cargo público…………………………………… 78 CAPÍTULO III: LOS EFECTOS DE LA PROTECCIÓN CONSTITUCIONAL. 1. La propiedad en el empleo público frente a las medidas disciplinarias……….. 84 1.1. Destitución………………………………………………………………......... 89 1.2. Otras medidas………………………………………………………………… 93 2. La propiedad y la invalidación………………………………………………… 95 2.1. La potestad invalidatoria en la administración del estado……………………. 95 2.2. La protección de los derechos del empleado público como límite a la potestad invalidatoria……………………..……………………………………... 105 CONCLUSIONES……………………………………………………………… 122 BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………….. 124 INTRODUCCIÓN. Los funcionarios públicos, frente a la aplicación de medidas disciplinarias, u otras impuestas por la autoridad administrativa, arbitrarias e ilegales, no tienen un procedimiento (especial) judicial de reclamo, por lo que se ha utilizado la expedita vía del recurso de protección, a fin de que se les ampare1 de arbitrios en que se pudo haber incurrido durante la relación que los vincula, se les resguarden sus derechos o se les confirmen sus sanciones, invocando “propiedad” sobre la estabilidad en el empleo, derecho que no se ajusta totalmente a la propiedad sobre bienes incorporales. El problema que se ha extraído de la práctica jurídica actual, se enmarca dentro de los cambios en la regulación constitucional de la propiedad a partir de la entrada en vigencia de la Carta de 1980, así como por la “revolución silenciosa”2 que trajo la nueva ordenación institucional al introducir el denominado recurso de protección3 -para algunos acción de protección o proceso de protección-, puesto que se han generado problemas en torno al concepto de bienes incorporales4 y en particular, los bienes que se encuentran amparados por este proceso cautelar, al otorgárseles rango constitucional a esta clase de bienes. Precisamente, uno de los derechos fundamentales amparados por esta acción, denominada comúnmente como recurso de protección, es el establecido en el artículo 19 1 Aunque no constituye el motivo de análisis de este trabajo, es dable manifestar que es posible provocar (de oficio o a petición de parte) el control jurídico no jurisdiccional que ejerce la Contraloría General de la República, de conformidad con lo que establecen los artículos 98 y 99 de la CPR, con relación a los artículos 1, 5, 6 y 9 de la ley 10.336, Sobre Organización y Atribuciones de la Contraloría General de la República, pudiendo dictaminar sobre los deberes y atribuciones de los funcionarios, lo que constituye la (vinculante para la Administración) jurisprudencia administrativa. Asimismo, no se puede dejar de considerar que -vía administrativa- frente a actos administrativos agraviantes, el funcionario tiene la posibilidad de ejercer los recursos de reconsideración y jerárquico establecidos en la ley 19.880, sobre procedimientos administrativos. 2 Soto Kloss, E. “1976-1986, Diez años de recurso de protección. Una revolución silenciosa: a diez años de su aplicación”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales, tomo LXXXIII, N°3, 1986. 3 Sin embargo, su vigencia es mayor que la Constitución, ya que fue incorporado al ordenamiento jurídico patrio en el artículo 2 del Acta Constitucional N°3 “De los derechos y deberes constitucionales” de 1976 (DL.1.552 de 13 de septiembre 1976). Véase, Soto Kloss, E., “El recurso de protección. Orígenes, doctrina y jurisprudencia”. Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1982 pp. 23 y ss. 4 Otros tópicos que han generado inquietud en la doctrina en torno a esta garantía ha sido la extensión de la reserva legal en materia de propiedad frente al ejercicio de la potestad reglamentaria del Presidente de la República. N°24 de la Constitución Política, el cual asegura a todas las personas el derecho de propiedad en sus diversas especies, sobre toda clase de bienes corporales e incorporales, otorgándose así por primera vez en un texto fundamental patrio rango constitucional a los bienes incorporales. Esta situación descrita ha puesto en evidencia una preocupante falta de claridad conceptual y congruencia a la hora de la predictibilidad de las decisiones de aplicación e interpretación. La cuestión, sin embargo, es más que una simple interrogante, pues se está ante toda una problemática actual, a la cual se adhieren una serie de consecuencias –pues es fácil advertir la amplia escala de situaciones que han sido amparadas con el pretexto de verse afectado el derecho de propiedad-, siendo una de ellas la materia prima de que trata esta memoria. El desarrollo al problema planteado precedentemente parte de la hipótesis de que la configuración constitucional de la propiedad está definido en la propia Constitución Política de manera que recae sobre bienes corporales e incorporales, pero que esa definición es distinta que la del dominio civil, pero recurre a categorías civiles. Por lo que por su conexión resulta inentendible sin la descripción del Código Civil. Los funcionarios públicos consideran que tendrían un derecho de propiedad en sus diversas especies, de bienes incorporales, que son sus derechos funcionarios, los cuales se encuentran establecidos en favor del funcionario en sus respectivos estatutos, como lo sería el “derecho a la función” o a la “estabilidad en el cargo”, derecho que puede exigirse de la Administración, obligada como está esta última, por disposición de ley, a no perturbarlo ni vulnerarlo, a menos que concurra una causa legal de expiración de funciones, comprobada a través de un debido procedimiento disciplinario. En consecuencia, esos derechos han de estar protegidos en su ejercicio, y el funcionario, premunido de los medios adecuados para recabar esa protección y no sólo en el marco civilista sino en el más amplio de derecho público. 2 Son abundantes los recursos de protección en que se ha invocado el derecho de propiedad sobre el cargo o empleo público –tal vez en algunos casos con mucho de tanteo- como vulnerado cada vez que son aplicadas sanciones disciplinarias arbitrarias e ilegales a servidores públicos, o en aquellos casos en que se ha realizado la declaración de vacancia en el cargo, ascensos, comisiones de servicios, cometidos funcionarios, destinaciones o cuando ejerciendo la potestad invalidatoria se han invalidado concursos públicos para proveer cargos, situaciones en donde resulta necesario e ineludible frente a la realidad jurídica actual –fácilmente constatable, por cierto- detenerse y reflexionar si en esos casos su impetración aparece conforme a lo concebido por el constituyente. En tales circunstancias, la consagración –particularmente extensa y detallada por el constituyente de 1980- del derecho de propiedad, y muy especialmente la mención explícita a los bienes corporales e incorporales, lleva ineludiblemente a plantearse por el concepto de propiedad constitucional y, en consecuencia, las cosas susceptibles de ser amparadas por la garantía de la propiedad. A raíz de lo anterior es posible constatar que en la actualidad existe una expansión del concepto de cosa (bien) incorporal, en la medida que según pasa el tiempo van surgiendo nuevos derechos, extendiendo el dominio de las cosas incorporales. De este modo, entender que sobre estos derechos existe propiedad, razonablemente también se ha ido ampliando el amparo constitucional a un conjunto de derechos de diversa clase. Por otra parte, la gran cantidad de recursos de protección invocando propiedad sobre el cargo o empleo público, o más propiamente demandando protección sobre la función pública, sea independientemente o en conjunto con otras garantías, da cuenta de la inexistencia de un procedimiento judicial especial de reclamo, frente al agravio que sufren los funcionarios, transformándose en la acción preferida por tales servidores dada la estructura misma que presenta tal recurso de protección, resultando muy 3 atractivas sus características de eficacia y sumariedad y relativo bajo costo. De esta manera entonces, el recurso de protección se ha transformado en el contencioso administrativo por excelencia –aumentando el caudal de críticas que se han planteado al respecto-, pues ineludiblemente se enfrenta esta actividad administrativa con los derechos y garantías constitucionales, realizando con ello una verificación (control) de la juridicidad de la actuación de los órganos del Estado. De la abundantísima jurisprudencia generada concerniente a la materia, se ha podido constatar una disparidad de criterios –y esto aparece singularmente importante teniendo presente el papel que los Tribunales y en especial nuestra Corte Suprema tienen como intérpretes del derecho-, lo que pudiese llegar a sostener la existencia de una jurisprudencia contradictoria. Idéntica situación cabe advertir respecto al tratamiento que entrega la doctrina nacional a las cosas (bienes) incorporales que están amparadas por la protección dominical contenida en la Constitución en el artículo 19 número 24. A partir de lo investigado, se puede sugerir que la discusión está lejos de encontrar una solución pacífica, por lo que es posible aventurar que aún es difícil llegar a un consenso. Con tales miras, el presente estudio se ha planteado como tarea revisar y analizar el tratamiento que ha entregado la doctrina y sus distintas corrientes, como asimismo la jurisprudencia de las Cortes de Apelaciones y Corte Suprema frente a la pretendida propiedad sobre el cargo o empleo público a través del recurso de protección, con el objeto de verificar si ello corresponde o no al concepto constitucional del derecho de propiedad sobre bienes incorporales, pretendiendo extraer de la síntesis crítica del asunto centrada de manera enunciativa y de interrogantes- algunas conclusiones apoyada en la bibliografía citada. En función del objetivo planteado, la investigación se divide en tres capítulos iniciales. En el primero de ellos se aborda la protección del derecho de propiedad 4 desde la Constitución para dilucidar la importancia que ha tenido y tiene para el constituyente con el objeto de puntualizar la variedad del dominio en Chile y comprender cuán extenso es el ámbito de aplicación. En el Capítulo II se analiza desde la perspectiva del funcionario público los cometidos o labores que desarrollan a través de los cargos o empleos públicos, los que además de constituir su fuente laboral, les cabe la importante misión de desarrollar y materializar cotidianamente la función pública. Se analiza a partir de la propia Carta Fundamental el principio constitucional de la carrera funcionaria y el más importante derecho que hace operativo tal principio, como es el derecho a la estabilidad en el empleo o el denominado derecho a la función. El Capítulo III aborda los efectos de la protección constitucional que les brinda la carrera funcionaria, en especial frente a los agravios que sufren los funcionarios públicos ante la medida disciplinaria de destitución arbitraria o ilegal en atención a que constituye la mayor cantidad de demanda por protección. Asimismo, se enfrenta la potestad invalidatoria de la Administración y los derechos de los funcionarios, descendiendo de los conceptos a la práctica. En último término se realizan las conclusiones finales. 5 CAPÍTULO I. LA PROPIEDAD CONSTITUCIONAL SOBRE LAS COSAS INCORPORALES COMO DERECHO FUNDAMENTAL. 1. El derecho de propiedad como derecho fundamental en la Constitución de 1980. Antecedentes. El Capítulo III, dedicado a los derechos y deberes constitucionales, pormenoriza todas las atribuciones y garantías que el Estado reconoce a la persona humana como inherente a su propia dignidad y anterior a la Constitución Política. Dentro de ese marco se encuentra el derecho de propiedad. El artículo 19 N°24 es una disposición extensa y desarrollada. Ello armoniza con la complejidad del estatuto jurídico que asegura. Tan extraordinariamente potentes son éste y otros derechos esenciales para el desarrollo del hombre que reconociendo, asimismo, la Constitución que es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, así como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes, ellos limitan incluso la soberanía radicada en la nación5. No cabe duda de que si tomamos como referente a los derechos fundamentales es posible afirmar –al menos en este rubro- que la humanidad ha dado un paso crucial, por lo que nuestra civilización hoy es más justa que civilizaciones anteriores, aunque sea tan sólo en el ámbito normativo. En este marco y de la mano del proceso de internacionalización de los derechos evidenciado a parir del siglo XX, el derecho de propiedad es un derecho ampliamente reconocido en el esquema de los catálogos internacionales de derechos6, lo que refleja su actual naturaleza supranacional. 5 Artículo 5 con relación al artículo 6 de la CPR. Así la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre, de 1948, la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, de 1948, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966, y la Convención Interamericana de Derechos Humanos, Pacto de San José de Costa Rica, de 1969. 6 6 No obstante, es dable manifestar que preguntas como qué es la propiedad, o cuál es su fundamento han sido objeto de grandes debates. En esto, como en tantas otras cosas, ha sido la historia misma, con los permanentes cambios de las relaciones sociales y económicas que ella trae consigo, la que ha desafiado al pensamiento obligándolo a replantear continuamente tales cuestiones desde perspectivas siempre nuevas, marcando la evolución de esta institución como es la propiedad. Así, el derecho de propiedad habría adquirido su núcleo de derecho humano en el tiempo de la Revolución Francesa, al debatirse la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, la que finalmente se pronunció a favor de la propiedad como derecho inalienable. Su artículo 17 afirmaba que “siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de el, sino cuando lo exige de forma evidente la necesidad pública, legalmente constatada y bajo la condición de una justa y previa indemnización”. En efecto, La Declaración –que, como es sabido, recoge en esta materia las ideas de John Locke- responde que son derechos fundamentales la libertad, la propiedad y la resistencia a la opresión7, lo que unido al citado artículo 17 le ratifica el carácter de “derecho inviolable y sagrado”. La mayoría de las Constituciones liberales del siglo XIX estaban influenciadas por La Declaración y nuestras primeras Constituciones de la época no fueron la excepción, construyendo un derecho en base y en función del individuo. Derecho fundamental que, podemos agregar, adquiere un nuevo vigor – ¿segunda revolución?- de la mano del proceso de constitucionalización del derecho (de dominio), y del efecto de irradiación de los derechos fundamentales, entendido éste como la forma en que la Constitución se proyecta hacia el orden subsconstitucional por la vía de Artículo 2 de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de 1789: “El fin de toda asociación política es la defensa de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son la libertad , la propiedad y la resistencia a la opresión”. 7 7 los derechos fundamentales8. Proceso que ha tenido un particular desarrollo e impacto desde el punto de vista del derecho público y en especial en el Derecho Administrativo, dado el objeto de esta disciplina, entendido como la regulación del poder público administrativo9. Como se irá advirtiendo, la materia de este trabajo, es un reflejo de este proceso. En doctrina se ha reconocido la capital importancia del derecho de propiedad, siendo considerado como una de las claves necesarias para la protección de la autonomía de los individuos frente a los abusos de la autoridad, sosteniendo que “por ello se explica el énfasis que los textos constitucionales modernos ponen en la defensa de la propiedad, de sus atributos y facultades, otorgando a los particulares mecanismos de impugnación jurisdiccional en casos de sufrir ataques injustificados a su patrimonio”10. En nuestro derecho, esta garantía es, siguiendo la opinión del profesor Evans11, una de las de mayor trascendencia en nuestro ordenamiento constitucional, siendo un rasgo de nuestra forma constitucional actual el lugar privilegiado que ocupa. Ahora bien, haciendo un recorrido a lo largo de nuestra historia institucional, aparece que éste derecho ha sido siempre una de sus garantías fundamentales, siendo reconocido y desarrollado tempranamente por los primeros textos constitucionales. No obstante que los ensayos constitucionales que precedieron a la Carta de 1833 sean breves, es posible mencionar que la Constitución Provisoria de 1818 es la primera en otorgar reconocimiento a la propiedad en los siguientes términos: “(…)los hombres por su naturaleza gozan de un derecho inajenable e inadmisible a (…) su hacienda” y acto seguido precisa que “no puede el Estado privar a persona alguna de su propiedad y libre uso de sus Aldunate, E., “El efecto de irradiación de los derechos fundamentales”, en Ferrada, F. J. (coord.), La constitucionalización del derecho chileno, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2003, p. 21 9 Ferrada, J.C., La progresiva constitucionalización del poder público administrativo Chileno: un análisis jurisprudencial, en Ferrada, F. J. (coord.), La constitucionalización del derecho chileno, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2003, p. 64. 10 Corral, H., “Propiedad y Cosas incorporales. Comentarios a propósito de una reciente obra del profesor Alejandro Guzmán Brito”, en Revista Chilena de Derecho, Vol. 23 N°1, p 18, 1996. 11 Evans, E., Los derechos constitucionales, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1986, tomo II, p. 374. 8 8 bienes, si no lo exige la defensa de la Patria, y aún en ese caso, con la indispensable condición de un rateo proporcionado a las facultades de cada individuo, y nunca con tropelías e insultos” (artículo 9). Los textos posteriores (1822, 1823, 1828) insisten en ello. Así, aunque implícitamente, la Constitución de 1922 garantizó a todos los ciudadanos la libre disposición de sus bienes, rentas, trabajos e industria. El artículo 117 de la Constitución de 1823, obra de Juan Egaña, disponía que: “A ninguno puede privarse de su propiedad, sino por necesidad pública, calificada por el Senado de notoriamente grave, y con previa indemnización”. Asimismo, la Constitución de 1828 dirá en su artículo 17 que “ningún ciudadano podrá ser privado de los bienes que posee o de aquellos a que tiene legítimo derecho, ni de una parte de ellos, por pequeña que sea, sino en virtud de sentencia judicial. Cuando el servicio público exigiese la propiedad de alguno, será justamente pagado de su valor, e indemnizado de sus perjuicios en caso de retenérsele”. Pese al profundo raigambre constitucional que tiene esta garantía fundamental en nuestro derecho, en la que casi siempre se ha reconocido que su ejercicio trae consigo ciertas obligaciones para con la comunidad, éste derecho ha tenido sorprendentemente una larga y significativa evolución histórica, generando controversias a lo largo de las diferentes épocas que ha atravesado el país las que han estado inevitablemente asociadas con expresiones distintivas que reflejan el ambiente que caracterizaba a Chile en cada uno de esos momentos y que sin duda le sirvieron de antecedente. En síntesis, es dable manifestar que se visualiza una etapa en donde la propiedad adquiere un carácter sagrado e inviolable, de carácter absoluto, según la noción liberal-individualista y que nació con nuestras primeras instituciones republicanas y que permanecería inalterable cerca de un siglo. Así lo recoge la Carta de 1833 y cuyo carácter sagrado no es cuestionado por el Código Civil de Bello, estructurándose como un derecho 9 sobre cosas corporales12, reconociéndose “especies de propiedad”, como son las que recaen sobre producciones del talento o del ingenio y la que existe sobre cosas incorporales. Posteriormente, de la mano de los primeros cambios en la concepción política y filosófica de la propiedad, se introduce una excesiva socialización por influencia del constitucionalismo social. Así, estos vientos producen muy importantes modificaciones a su estatus jurídico a partir de la Constitución de 1925, realizadas a través de las reformas constitucionales de los años 1963, 1967 y 1971. En tales circunstancias, durante el siglo XX se modifica en cuatro ocasiones el estatuto constitucional de la propiedad, por lo que se ha llegado a hablar del “fenómeno Chileno”13 para expresar un problema político-social que evidencia la extensa y sostenida crisis del consenso nacional en la materia. Las reformas a la propiedad corresponden al clima predominante en los órganos políticorepresentativos de Chile en los años en que fueron aprobadas, es decir, con ellas el Poder Constituyente se hizo eco de la opinión pública de ese momento, reflejando el clima entonces dominante en los partidos políticos mayoritarios. Difícilmente es posible hallar la génesis de estas reformas exclusivamente en el resultado de elucubraciones doctrinarias. Se debe consignar que eran tiempos en que en Chile y en el mundo se confiaba en los vientos de los cambios sociales y la superación de las desigualdades por la acción del aparato estatal. En tal perspectiva, es posible decir que tales reformas, unidas a otras introducidas a la Constitución de 1925, corroboraron la confianza de las elites políticas en el Estado-Gobierno. Así, el sentido de la Carta de 1980 y su nueva institucionalidad política deja en evidencia una visión retrospectiva, recogiendo esas experiencias en materia de propiedad, junto a una serie de sucesos que se precipitaron en los años anteriores al golpe militar y cuya repetición con ella se quiso evitar. Razón por la cual la Constitución desde 12 La mayor parte del mensaje del Código Civil en esta materia está dedicado a la introducción del nuevo régimen de la propiedad raíz. 13 Evans, E., Los derechos constitucionales, op. cit., p. 370. 10 su mítico origen en la Comisión Ortúzar, se preocupó especialmente de darle un fuerte contenido destinado a fortalecer el derecho de propiedad. Con una nueva enunciación de la importante función social que él cumple, donde las exigencias que se derivan de esta función social son menos genéricas y más delimitadas que las contempladas en la reforma introducida a la Constitución de1925 por la ley 16.615, de 20 de enero de 1967, dictada bajo el Gobierno de don Eduardo Frei Montalva. En efecto, esta reforma constitucional cambió fundamentalmente el estatuto del derecho de propiedad. La ley podría entonces establecer limitaciones y obligaciones al dominio para asegurar su función social y hacerla accesible a todos. Se introducía así el nuevo concepto de función social de la propiedad y que posteriormente produjo importantes debates al interior de la C.E.N.C. Bajo la Carta de 1980, la función social abarca cuanto exijan los intereses generales de la nación, la seguridad nacional, la utilidad y la salubridad públicas y la conservación del patrimonio ambiental. Asimismo, ha sido robustecido el derecho de propiedad como consecuencia de la reducción de las causales de expropiación, las cuales sólo proceden por utilidad pública o interés nacional, calificada por el legislador. Fortalecido, finalmente, aparece la propiedad desde que frente a una expropiación, siempre habrá derecho a una indemnización y que ésta tendrá que ser pagada previamente y al contado, a menos que el afectado convenga con el expropiante en una fórmula de distinta solución. Por otra parte, cabe destacar que la reforma introducida por la ley 19.615 de 1967, a la Constitución entonces vigente aseguró “El derecho de propiedad en sus diversas especies”, frase que resulta abarcadora al permitir su conexión directa con los artículos 583 y 584 del Código Civil que hablan de “especie de propiedad”. En consecuencia, a partir de esta modificación se forja el punto de partida directo del actual texto constitucional, el cual innova al referirse explícitamente a los bienes corporales e 11 incorporales al agregar la frase “sobre toda clase de bienes corporales e incorporales”. De lo expuesto fluye consecuentemente a preguntarse sobre el concepto de propiedad que se construye implícitamente en la norma constitucional, cuestión de capital importancia dado que de lo que se entienda por tal concepto, dependerá que una determinada situación o situaciones pueda ser considerada atentatoria o no al derecho, y, por tanto, que deba entregarse el amparo previsto por el constituyente. 2. La garantía constitucional del derecho de propiedad sobre bienes incorporales. 2.1. El bien incorporal en la Constitución. Las fuentes normativas en materia de derecho de propiedad sobre bienes incorporales arrancan desde la Carta de 1980, como ha quedado establecido. Lo extenso o amplitud del derecho se revela inmediatamente a partir del inciso 1° del artículo 19N°24. En efecto, la CP asegura a todas las personas “El derecho de propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales o incorporales”14. Inmediatamente se precisa la naturaleza y variedad en el dominio en nuestro derecho. Cuestión sobre la que ahondaremos más adelante. Ahora bien, según se ha podido aludir con anterioridad, la propiedad antes de figurar en el Código Civil, siempre estuvo presente en las constituciones con vigencia en Chile. En efecto, es posible constatar que la configuración constitucional de la propiedad sobre las cosas incorporales ya se encontraba protegida bajo la sola vigencia de las constituciones de 1833 y de 1925. En tal virtud, la incorporación expresa como derecho 14 Art. 19 N°24 inciso 1° de la CP. Sin embargo, es dable manifestar que tal disposición ya había sido introducida antes al ordenamiento jurídico patrio, a través del artículo 1 N°16 inciso 1 del Acta Constitucional N°3, de 1976 (DL.1.552), en los mismos términos que recogió posteriormente la Constitución de 1980. 12 fundamental constitucional que hace la Carta de 1980 no constituyó precisamente una novedad. Cuando ya se afianza la República, la Carta de 183315 empleó la expresión “todas las propiedades”, por lo que implícitamente se extendía también a la propiedad de las cosas incorporales. En tal virtud, el artículo 12 N°5 de la Carta de 1833 constituye el antecedente de las posteriores normas dictadas por los constituyentes. No obstante lo anterior, se debe consignar que la doctrina de las cosas incorporales y su dominio aún no encontraba su consagración en ningún texto de derecho patrio en vigor hacia 1833, por lo que al entrar en vigencia el Código Civil el 1 de enero 1857, quedó claramente establecido que la propiedad mencionada permaneció amparada por la garantía constitucional, en mérito de lo dispuesto en el artículo 583 del Código Civil. Pero es posible observar que tanto la doctrina como la jurisprudencia de la época no batallaron con relación al derecho de propiedad sobre cosas incorporales como consecuencia de la interpretación del citado artículo 12 N°5 de la Carta de 1833. Lo anterior resulta explicable a la luz de los vertiginosos cambios vividos en la actualidad, en donde la propiedad de las cosas incorporales es cualitativa y cuantitativamente mucho más importante hoy que su homólogo sobre los derechos reales. Con posterioridad, el constituyente de 1925 sustituye la expresión “la inviolabilidad de todas las propiedades, sin distinción de las que pertenezcan a particulares o comunidades” que empleaba la Carta de 1833 por la de “la inviolabilidad de todas las propiedades, sin distinción alguna”.16 El cambio pudiese entenderse El Art. 12 N°5 de la Carta de 1833 aseguraba a todos los habitantes de la República: “La inviolabilidad de todas las propiedades, sin distinción de las que pertenezcan a particulares o comunidades, y sin que nadie pueda ser privado de la de su dominio, ni de una parte de ella por pequeña que sea, o del derecho a que ella tuviere, sino en virtud de sentencia judicial, salvo el caso en que la utilidad del Estado, calificada por una ley, exija el uso o enajenación de alguna; lo que tendrá lugar dándose previamente al dueño la indemnización que se ajustare con él, o se evaluare a juicio de hombre buenos”. 16 La Carta de 1925 dispuso en el artículo 10: “La Constitución asegura a todos los habitantes de la República: La inviolabilidad de todas las propiedades, sin distinción alguna. / Nadie puede ser privado de la su dominio, ni de una parte de ella, o del derecho a que a ella tuviere, sino en virtud de sentencia o de expropiación por razón de utilidad pública, calificada por una ley. En este caso se dará previamente al dueño la indemnización que se ajuste con él o que se determine en el juicio correspondiente. / El ejercicio del 15 13 aparentemente como un intento por lograr mejorar la redacción. Si embargo, el cambio aludido tuvo relevancia normativa en atención a que no sólo se limitaba a mejorar la redacción de la Carta anterior, sino que tuvo importancia en orden a amparar no sólo las propiedades constituidas como cuerpos ciertos, muebles o inmuebles, como podía interpretarse restringidamente de la sola lectura del texto de 1833, sino todo tipo de dominio sobre toda clase de bienes. En palabras de Evans17, desde 1925 no pudo producirse duda alguna acerca de que todo aquello que “tuviera significación patrimonial”, cualquiera fuese su denominación, quedaba dentro de los términos de la garantía constitucional. Dentro de la decena de modificaciones introducidas a la Constitución de 192518 desde su entrada en vigencia, las que irradian el clima predominante en los órganos políticos-representativos de Chile en los años que fueron aprobadas, la introducida a través de la ley 16.615, publicada en el Diario Oficial el 20 de enero de 1967 dictada bajo el gobierno de don Eduardo Frei Montalva, tuvo interés doctrinario y práctico considerable. En efecto, la reforma introducida por la ley 16.615, citada, permitió a la Constitución entonces vigente asegurar “El derecho de propiedad en sus diversas especies”. Esta disposición pasa a ser el esqueleto del actual texto constitucional, el que con posterioridad agregaría la frase “sobre toda clase de bienes corporales e incorporales”. Por otra parte, no se puede dejar de considerar que el debate –profundo y dilatado- en torno al derecho de propiedad fue una de las materias más estudiadas con ocasión de la redacción de la Carta de 1980. En los hechos, se le destinaron cerca de 50 derecho de propiedad está sometido a las limitaciones o reglas que exijan el mantenimiento y el progreso del orden social, y, en tal sentido, podrá la ley imponerle obligaciones o servidumbres de utilidad pública en favor de los intereses generales del Estado, de la salud de los ciudadanos y de la salubridad pública”. 17 Evans, E., Los derechos constitucionales, op. cit., pp. 362. 18 Sobre los fundamentos de las reformas constitucionales en particular ver Cea, J. L. “Derecho constitucional chileno”, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2002 Tomo I; Silva Bascuñán, A., “Tratado de derecho Constitucional”, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, segunda edición, 1997, tomo III; Carrasco, S., Génesis y vigencia de los textos constitucionales chilenos, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2002. 14 sesiones, correspondiendo a un 10% del trabajo de la Comisión de Estudios solo para el derecho de propiedad. Lo anterior constituye un fuerte reflejo de la especial preocupación que se tuvo para este derecho fundamental, habida cuenta de las experiencias pasadas en materia de infracción al derecho de propiedad en sus diversas formas. Se pretende infundir en la Carta Fundamental estabilidad al ordenamiento jurídico de la propiedad, razonando que sobre la base que lograrlo es clave en la fórmula de desarrollo de una sociedad libre y con Estado subsidiario. En el fondo al quedar tantos elementos de la propiedad en el texto fundamental se vuelve más difícil alterarlos por la ley y la Administración. En consecuencia, la interpretación fiel que se haga de esos principios y preceptos es también clave en la realización del propósito que tuvo el constituyente. El descrito resulta ser, en suma, un asunto de seguridad jurídica19. En efecto, no obstante la amplitud del tema, no resulta ocioso hacer mención de la situación política y social, a fin de entender la configuración de las instituciones jurídicas, pues éstas responden a necesidades políticas, morales, sociales y económicas de un momento determinado. El Recuso de Protección se inscribe en esa dinámica. Sin la experiencia del gobierno socialista de Salvador Allende lo más probable es que hasta el día de hoy no habríamos conocido nada similar a este procedimiento. El Recurso de Protección nace en el contexto de la vía chilena hacia el socialismo impulsada por el gobierno de la Unidad Popular entre 1970 y 1973.20 Así, es dable manifestar que respecto de la (des)protección jurídica del ciudadano frente a la actividad de la Administración, estaba marcada, en primer término, por la mantenida inexistencia de tribunales contenciosos administrativos y por la (ya abandonada) doctrina (apoyada por la jurisprudencia de la época) de la incompetencia de los tribunales ordinarios para conocer de estas materias. 19 Cea, J. L., Derecho constitucional chileno, derechos, deberes y garantías, Ediciones Universidad Católica de Chile, Tomo II, 2003, p. 521. 20 Bordalí, A. “El recurso de protección entre exigencias de urgencia y seguridad jurídica”, en Revista de Derecho, Universidad Austral de Chile, Vol. XIX N°2, 2006, p. 208. 15 En un segundo orden de ideas, el devenir histórico estaba marcado por el conflicto jurídico en el accionar del gobierno socialista de Salvador Allende y su programa político de profundas transformaciones dentro de la sociedad chilena y dentro de la estructura del Estado, siendo los acontecimientos más sobresalientes de su actuar las medidas administrativas expropiatorias, requisitorias e intervenciones de distintas industrias y empresas productoras y distribuidoras de artículos de primera necesidad, dictadas por el ejecutivo. Como es posible advertir, en este marco el derecho de propiedad adquiere singular importancia, toda vez que el programa propuesto al país, incidía directamente en el estatuto jurídico del derecho de propiedad. Una de las manifestaciones del avasallamiento de los derechos de las personas, y de los serios quebrantamientos del Estado de Derecho, de acuerdo a la interpretación de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, estaba constituido por el derecho de propiedad, expresado en las disputas que se produjeron durante el gobierno de Salvador Allende y los empresarios industriales, comerciales y agrícolas, en atención a las medidas administrativas de intervención y requisición decretadas por el Presidente21, ya en la toma material –sin ley ni indemnización alguna- de los inmuebles por las fuerzas políticas afines al Gobierno, configurando de hecho la denominada “área social” de la economía. Esto implicaba una transgresión frontal del derecho de propiedad, el cual como señaláramos, se encontraba reconocido y asegurado desde los inicios de la República, dejándolos, en consecuencia, en una situación de indefensión jurídica. En esta crítica percepción de indefensión del ciudadano se centró la discusión en torno al control jurisdiccional de la actividad administrativa en medio del enfrentamiento político de aquellos años. Razón por la cual Ferrada, Bordalí y Cazor22, señalan que se deben considerar necesariamente las circunstancias políticas de esa época a Ferrada, J. C.; Bordalí, A.; Cazor, K., “El recurso de protección como mecanismo de control jurisdiccional ordinario de los actos administrativos: una respuesta inapropiada a un problema jurídico complejo” en Revista de Derecho, Universidad Austral de Chile, Vol. 14, 2003, p. 7. 22 Ferrada, J. C.; Bordalí, A.; Cazor, K., Ibid. 21 16 la hora de fijar el surgimiento23 del denominado recurso de protección24. En efecto, la combinación de factores y circunstancias de la época abrió paso a decisiones que crearon una nueva realidad. La crisis devino en oportunidad, por lo que la idea de crear un mecanismo procesal similar al recurso de amparo, que ampliara la protección de los derechos constitucionales, en especial el derecho de propiedad, se tradujo en el establecimiento del recurso de protección. Parafraseando el texto de un autor, se establece una nueva revolución, en atención a que, sin ninguna duda, a partir de 1977 en adelante que la defensa y amparo de los derechos de las personas se ha visto ayudado con la creación del llamado recurso de protección. En consecuencia, de la visión general expuesta parece claro que el texto constitucional en vigor busca fortalecer las garantías del propietario frente a las intervenciones estatales. La idea se refuerza, al revisar las normas relativas a la expropiación. Por otra parte, se desprende de las declaraciones vertidas por los órganos que intervinieron en la redacción de la Carta Fundamental. El General Pinochet al enviar sus “orientaciones fundamentales” para guiar el trabajo de la Comisión que recién se formaba (10/11/77), postula la idea de una nueva democracia caracterizada como autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de auténtica participación social, uno de cuyos pilares sería una estructura económico-social que reforzara la libertad del hombre frente al “estatismo avasallador”25. En este contexto, el respeto del derecho de propiedad privada constituía una regla social básica. 23 Los antecedentes se encuentran en el proyecto de reforma constitucional de los diputados Diez y Arnello en 1972, repuesto en 1973 por los senadores Diez y Jarpa e incorporado al ordenamiento jurídico en el artículo 2 del Acta Constitucional N°3 de los Derechos y Deberes constitucionales de 1976. 24 El considerando 10 del Acta Constitucional N°3 contiene una referencia muy expresa respecto a los fines de la institución. En lo pertinente señalaba lo siguiente: “Que por muy perfecta que sea una declaración de derechos, éstos resultan ilusorios si no se consagran los recursos necesarios para su debida protección. Uno de los más trascendentales lo constituye la creación de un nuevo recurso de protección de los derechos humanos en general, con lo cual el resguardo jurídico no queda sólo limitado al derecho de la libertad personal y al recurso de amparo, sino que se extiende a los derechos cuya naturaleza lo permita”. 25 “Normas para la nueva Constitución”, del 10/11/1977, en Revista Chilena de Derecho, Vol. 8, N°s 1-6, 1981, p. 137. 17 Asimismo, la Comisión señala en el anteproyecto de 16 de agosto de 1978 que la nueva democracia contaría con mecanismos jurídicos y protegerla de sus mayores enemigos (la “demagogia, y especialmente el “imperialismo totalitario”), uno de ellos sería el reconocimiento del “(…) derecho de propiedad, ya que él constituye un fundamento de las libertades públicas y especialmente de la libertad política”26. Es una explícita ligazón entre libertad y propiedad, pues esta evitaría que el Estado controlara o impidiera la libre actividad de las personas, aniquilando de esta manera su capacidad creadora. Afirma también el informe que mientras más respetuoso sea el Estado de este derecho, “más libres serán el modo de vivir y la actividad de las personas. En síntesis, la C.E.N.C. concibe al derecho de propiedad como de las garantías “de mayor trascendencia en nuestro ordenamiento institucional (...) a la vez que (...) reconoce la función social que está llamado a cumplir”27. De esta manera entonces, queda en evidencia que la Carta de 1980 pone en un rango superior a la propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales e incorporales, estos últimos hasta entonces reconocidos expresamente sólo a nivel legal por el CC, por lo que hoy en esta materia se impide al legislador derogar o incluso desconocer esta situación. Así se ha pasado a reconocer expresamente una situación arraigada en nuestro ordenamiento jurídico patrio –con distintos matices según se a podido exponer-, dado que una especie de propiedad comprende también las cosas incorporales, que de conformidad con el artículo 565 del CC consisten en meros derechos, los que pueden ser a su vez, de acuerdo al tenor del artículo 576 del CC, reales o personales (créditos). Ahora bien, por otro lado, de la lectura de las actas de la Comisión de Estudios se desprende inequívocamente la voluntad del constituyente en orden a que las “Informe de la Comisión N°14, letra d)”, en Revista Chilena de Derecho, Vol. 8. N°s1-6, 1981, p 153. Rajevic, E., “Limitaciones, reserva legal y contenido esencial de la propiedad privada”, en Revista Chilena de Derecho, Vol. 23, N°1, 1996, p. 29. 26 27 18 cosas incorporales también se encontraran amparadas por el derecho de propiedad. En tal sentido, el Presidente de la Comisión, señor Enrique Ortúzar expresa su parecer de la siguiente manera: “El hecho de que la Constitución asegure hoy día el derecho de propiedad en sus diversas especies, significa, sin duda, que está asegurando la propiedad de los créditos, de los derechos y de las cosas incorporales para ser más exactos, porque hay un precepto en el Código Civil que dice que sobre las cosas incorporales hay también una especie de propiedad. Pero esta disposición -agrega el señor Presidente- podría desaparecer del Código Civil y no sería disparatada la interpretación si se dijera que el texto constitucional, al disponer que asegura la propiedad en sus diversas especies está garantizando sólo lo propiedad minera, agraria, intelectual, etc., esto es, el derecho de dominio propiamente tal. Entonces al mantener la frase que el señor Guzmán considera innecesaria, se le da al inciso 1° la interpretación que realmente se quiere darle, y que resulta clara ahora, en virtud de lo que dispone el Código Civil, situación que no podría ser tan nítida si el día de mañana no existiera la disposición del Código mencionado”. En palabras del comisionado Silva Bascuñan “(...) se concibe el derecho de propiedad como comprensivo de todo beneficio de carácter patrimonial, ya sea el derecho real de dominio sobre cosas muebles e inmuebles, sobre derechos reales y personales, sobre cosas corporales e incorporales y sobre cualquier tipo de beneficios patrimoniales (...) Estas normas se refieren a todos los estatutos de los beneficios patrimoniales, cualquiera sea su índole y, respecto de todos ellos, afirma la necesidad de respetar su esencia”. En igual sentido cabe señalar que Diez afirmó que la garantía del Artículo 19 N°24 “(...) no se está refiriendo sólo al derecho de dominio sobre cosas corporales e incorporales, sino a lo que es el derecho de propiedad en toda su amplitud; al derecho que tiene una persona sobre su previsión, que tampoco puede ser afectado en su esencia; a todo tipo de derechos de propiedad, no solo a la propiedad sobre las cosas 19 corporales (....). Es tan grande la gama de los derechos de propiedad, que comprende desde el que de alguna manera tiene el trabajador sobre su empleo, hasta el dueño de un bien raíz; desde el derecho de propiedad de una jubilación, hasta el que tiene el derecho, usando una expresión que quizás no sea feliz, a la propiedad de la expectativa de su previsión”. Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, pues según pasa el tiempo es posible constatar que en la actualidad, la acción cautelar ha transitado desde la euforia a la crisis28, teniendo como referencia la gran cantidad de ingresos o demanda por protección de derechos, lo que ha llevado a la doctrina sostener que se ha transformado en un equivalente jurisdiccional, o en un sustituto del contencioso administrativo, minando el prestigio del recurso de protección. El balance crítico que hoy realiza la doctrina a los operadores y en especial a la jurisprudencia de protección, radica precisamente en el uso de la noción de bienes incorporales, apartándose –según una interpretación restringida- de cómo los civilistas la entendían, para amparar posiciones subjetivas de todas clases. Ello encuentra su explicación en el carácter taxativo de los derechos. La práctica jurisprudencial ha avanzado hacia una progresiva ampliación de los derechos constitucionales protegidos. En efecto, es a partir de considerar violentado –teniendo presente la imaginación argumentativa- el derecho de propiedad sobre ciertos bienes incorporales, se ha ampliado ostensiblemente el ámbito de tutela. Pues bien, en este contexto, el recurso (acción) de protección, precisamente conectado con el artículo 565 del Código Civil -al hablar de “meros derechos”- y el 583 del mismo código que dice que “sobre las cosas incorporales hay también una especie de propiedad. Así, el usufructuario tiene la propiedad de su derecho 28 Gómez, G. La Constitución y la tutela de derechos fundamentales a través del recurso de protección, Universidad Diego Portales, Santiago, 2005, p. 38. 20 de usufructo”, ha extendido y profundizado aceleradamente lo que Vergara Blanco29 ha bautizado como el fenómeno de la “propietarización de los derechos”. Esta situación es fácilmente constatable por lo demás si se pasa revista -en cualquier repertorio- a la situación actual de nuestra (abultada) jurisprudencia constitucional, lo que ha llevado a nuestra doctrina a plantear no sólo un notable grado de incomodidad, sino que también pone de manifiesto la falta de una conducción clara del concepto de derecho de propiedad. Por otra parte, se concluye que como según el artículo 582 del Código Civil, el dominio (que se llama también propiedad) es también un derecho, existen “derechos sobre derechos”, figura notablemente singular, y extraña para sus orígenes, pues para los romanos el dominio no era un derecho (real), sino que era la cosa misma, en atención a que los romanos no conocieron el concepto de derecho de dominio, como separado de la cosa en que recaía. El derecho del propietario de una cosa se identificaba con la cosa misma30. Para Guzmán Brito no todas las cosas incorporales están protegidas por la garantía constitucional de la propiedad y para ello se apoya en el sentido de la expresión “bienes incorporales” que expresa el artículo 19 N°24 inciso 1 de la Carta de 1980. Este autor repara que la normativa constitucional garantiza el derecho de propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales o incorporales. En efecto, advierte Guzmán Brito que, si bien todos los bienes son cosas, no todas las cosas son bienes, pues es uno de los autores que entiende que entre las cosas y los bienes hay una relación de género a especie: bienes son las cosas que prestando una utilidad para el hombre, son susceptibles de apropiación. En tal virtud, Guzmán Brito argumenta que el verdadero sentido de la expresión “bien incorporal” que utiliza la Constitución Política es restringir el alcance de la Vergara, A., “La propietarización de los derechos”, en Revista de Derecho Universidad Católica de Valparaíso, Vol. XIV, 1991-1992, pp. 281-288. 30 Vergara, A., Id. p. 284. 29 21 garantía del derecho de propiedad sólo a aquellas cosas que tengan un valor patrimonial y sean susceptibles de apropiación. El efecto de esta argumentación es dejar fuera de alcance de la protección constitucional y, por tanto, del recurso de protección, a todo derecho que no sea un bien, es decir, todo derecho que no tenga carácter patrimonial, ya que la Carta de 1980 sólo protege el derecho de propiedad sobre bienes corporales e incorporales31. Es por ello que excluye de la protección los derechos de la personalidad, no obstante que técnicamente son cosas incorporales, propiamente no son bienes, atendida su naturaleza extrapatrimonial. Según Sabina Sacco32, la tesis de Guzmán Brito no ha encontrado gran apoyo en la jurisprudencia de nuestros Tribunales ya que son innumerables los casos en que se ha interpuesto recursos de protección fundados en la propiedad sobre un derecho “de la persona”, los cuales en su mayoría son acogidos por los tribunales33. Pasamos a continuación a revisar la reacción de la doctrina respecto de la necesidad de dar protección no sólo a la propiedad entendida como el prototipo de derecho real sino que también a la propiedad incorporal sobre estos meros derechos, la cual ha sido canalizada en gran parte a través del (gracias al) recurso de protección. 31 Guzmán , A., Las cosas incorporales en la doctrina y en el derecho positivo, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1995, pp. 241-243. 32 Sacco, S., “La constitución de 1980 como fundamento y origen de una teoría constitucional de la irretroactividad”, en Revista Chilena de Derecho, Vol. 33 N° 3, p 490, 2006. 33 “García Schiele, Claudio, con Vicerrector Académico de la Universidad Austral de Chile”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales, t. 89 (1992), II, pp. 153 – 161. 22 2.2. Los bienes incorporales y los derechos en la Constitución. El alcance del derecho de propiedad quedó perfilado en la Comisión de Estudio. Fue un aspecto muy debatido, pero pareciera que hubo unanimidad en cuanto a la amplitud que debería darse a la garantía, de modo que cubriera todos los objetos sobre los que pueda alcanzar la propiedad. El Sr. Silva Bascuñán expresó “que ninguna de las palabras que se usen en el precepto pueda dar la impresión de que se ha querido restringir su aplicación a las cosas corporales y esencialmente a las cosas corporales inmuebles, porque, entonces, la amplitud y generalidad que se pretende dar a la norma, y que debe ser de naturaleza tal que en forma indiscutible cubra el “derecho de propiedad en todas sus especies”, podría significar un debilitamiento del derecho de propiedad mismo, al no darle uniformemente al concepto toda la amplitud esencial del beneficio (…)”. De tal manera la Comisión de Estudios concluye que “(e)l precepto que os proponemos garantiza el derecho de propiedad en sus diversas especies, sobre toda clase de bienes, corporales e incorporales. En este sentido ampara en forma amplia este derecho, cualquiera que sea su significación patrimonial o la forma de propiedad, sea esta última individual, familiar, comunitaria, etc. De manera explícita la garantía constitucional comprende, ahora, a los bienes incorporales, vale decir, a los derechos y acciones, dándole de este modo jerarquía constitucional al principio legal contenido en el artículo 583 del Código Civil, según el cual sobre las cosas incorporales hay también una especie de propiedad”34. Punto de partida de esta tendencia de salvaguarda de los derechos mediante su asimilación a las cosas susceptibles de propiedad es el fallo de la Corte Suprema por el cual se declaró la inaplicabilidad por inconstitucional del artículo 2 transitorio del DFL Nº9 de 1968, que disponía que los contratos de arrendamiento de 34 Informe con Proposiciones e Ideas Precisas (16 de agosto de 1978), citado en Cea, J. L., op. cit. en nota 20, p. 526 (énfasis agregado). 23 predios rurales se entendían prorrogados en beneficio de los arrendatarios por el lapso de 10 años. En este caso se falló que existía un derecho del arrendador a pedir la restitución en la época pactada en el contrato, y que teniendo el arrendador sobre ese derecho personal un derecho de propiedad, la ley que lo privaba de éste, sin el procedimiento de expropiación y la debida indemnización, violaba la garantía constitucional de la propiedad, consagrada –en aquel tiempo- en el artículo 10 de la Constitución de 1925. En consecuencia, la protección a los derechos como bienes incorporales se funda desde la Constitución y conforme a ella debe ser interpretada. No obstante lo anterior, la protección se complementa con otros textos jurídicos, por lo que la remisión al Código Civil resulta ineludible. Sólo pude invocarse propiedad sobre una cosa incorporal si tal cosa incorporal es un derecho en un sentido jurídico, pues sólo los derechos son “las cosas incorporales” sobre las cuales hay también una especie de propiedad, según el artículo 583 del Código Civil, en relación con los artículos 565 y 576 del mismo Código. En tal virtud, toda pretensión, situación, expectativa o aspecto inmaterial que no constituya jurídicamente un derecho, no sería cosa incorporal o bien incorporal susceptible de propiedad, y en consecuencia, no será correcto – en principio- recurrir de protección para obtener el amparo de estos aspectos inmateriales. Esta última circunstancia ha llevado a una evolución en la expansión del concepto de bien incorporal, donde el campo propicio para lo que Aldunate denomina “inflación del concepto de propiedad” ha sido el recurso de protección al que, ante un sistema judicial las más de las veces lento e ineficaz en la protección de os derechos de las personas, no se ha dudado en recurrir35. De esta manera se incluye dentro de la protección a bienes incorporales a una serie de situaciones sin ni siquiera plantearse la pregunta de Aldunate, E., “Problemas de la dogmática de la protección constitucional a la propiedad”, en Actas de las XXXIV Jornadas de Derecho Público, 25-27 de noviembre de 2004, p. 166. 35 24 qué elementos conceptuales deben encontrarse presentes para poder hablar de un bien incorporal. Según Aldunate, es probable que sea esta cuestión, la de los elementos fácticos y jurídicos necesarios para calificar un supuesto como “bien” sea una de las más importantes en la determinación del ámbito protegido por la Constitución, y al mismo tiempo, de las más descuidadas por nuestra doctrina36. Como es sabido, la protección constitucional de un “derecho de propiedad” sobre “bienes incorporales” implica la recepción de conceptos que provienen originalmente del Código Civil, los que reseño a continuación en la medida que sea útil al objeto del problema que nos ocupa. 3. El derecho de propiedad sobre bienes incorporales. 3.1. Concepto civil de bien incorporal. Según se ha podido advertir con anterioridad, las fuentes normativas del derecho de propiedad sobre los bienes incorporales no sólo arrancan desde la Carta Fundamental, sino que también las encontramos en el Código Civil. Por lo que habiendo examinado antes que nada –atendida la supremacía sustantiva- la normativa constitucional referente a la propiedad, se torna forzoso descender a la perspectiva civil a objeto de verificar si el estatuto constitucional de la propiedad se identifica con el Código Civil. En efecto, luego de ocuparse de las personas en el libro I, el artículo 565 del Código Civil abre el libro II de los bienes y de su dominio, posesión, uso y goce, y el título I, tratando –como una base fundamental- de las varias clases de bienes: “Los bienes consisten en cosas corporales o incorporales. 36 Aldunate, E., Ibíd. 25 Corporales son las que tienen un ser real y pueden ser percibidas por los sentidos, como una casa, un libro. Incorporales las que consisten en meros derechos, como los créditos, y las servidumbre activas.” Luego, los bienes corporales son lo que tienen existencia material, visible, tangible. No nos interesan por ahora. Al contrario, los bienes incorporales no tienen existencia para los sentidos, se comprenden, son abstracciones. Para completar la clasificación que construye el texto, pues los derechos no son todos de la misma naturaleza, debe agregarse seguidamente el artículo 576: “Las cosas incorporales son derechos reales o personales”. Y a continuación el artículo 583, luego de definir en el artículo 58237 el dominio o propiedad señala: “Sobre las cosas incorporales hay también una especie de propiedad. Así, el usufructuario tiene la propiedad de su derecho de usufructo.” Como es fácil advertirlo, el Código Civil chileno no define lo que es cosa en general. Tampoco precisa qué son bienes, y –como en otras codificaciones extranjerasse ha mantenido totalmente ajeno a la discusión doctrinaria y la posible distinción entre cosa y bien. Se limita a decir que los bienes consisten en cosas corporales o incorporales, para luego definir específicamente una y otras. Para el CC, cosas y bienes son sinónimos, empleando las expresiones indistintamente, con ambivalencia, sin atribuirles de un particular y diverso significado, por lo que desde el punto de vista positivo no es posible hallar la diferencia. En efecto, luego de que el inciso 1 del artículo 565 de nuestro CC señalara que: “Los bienes consisten en cosas corporales o incorporales”, a continuación en las siguientes disposiciones queda en evidencia que emplea sin distinción los términos Artículo 582 del Código Civil: “El dominio (que se llama también propiedad) es el derecho real en una cosa corporal, para gozar y disponer de ella arbitrariamente; no siendo contra la ley o contra derecho ajeno. / La propiedad separada del goce de la cosa, se llama mera o nuda propiedad”. 37 26 “cosas” (arts. 566, 576, 582, 583, 606, 689, 1113, 1810, 2510, por ejemplo) y de “bienes” (arts. 85, 589, 590, 1811, 2056, por ejemplo). A mayor abundamiento, los artículos 566 y 567 define los muebles como las cosas que pueden transportarse de un lugar a otros. Sin embargo, el artículo 574 se refiere a los “bienes muebles”, para referirse a continuación en el artículo siguiente a las “cosas muebles”. En tales circunstancias, entonces, el Código Civil emplea ambos términos con una clara sinonimia. La separación –irrelevante según el Código- de los conceptos de cosa y bien sí se distingue en doctrina, aunque –una vez revisados los conceptos- sin resultados uniformes. Sin embargo, la noción de cosa tiene como punto de partida el concepto de entidad perceptible por nuestros sentidos. Así, se puede afirmar que en el campo jurídico se entiende por cosa –salvo la persona- toda entidad corporal o incorporal38. Se puede advertir que el concepto de cosa en el derecho se ha ido extendiendo y continúa ampliándose para rebasar la idea de cosa material, para terminar refiriéndose a todo aquello que puede ser objeto de una relación jurídica. Cuando esta “cosa” es susceptible de apropiación se denomina “bien”. Para Ducci, las cosas, jurídicamente, son bienes en tanto pueden o son susceptibles de ser apropiadas39. Lo que –entendemos- debe referirse como una aptitud de sumisión jurídica al titular. La doctrina más divulgada entiende que entre las cosas y los bienes existe una relación de género a especie utilizando para ello los criterios de la utilidad o del valor del bien. No obstante, la cuestión no es pacífica, pues al pasar revista a la doctrina chilena y comparada no hay consenso entre una posible distinción entre cosa y bien, pues existe una disparidad de criterios para describir la apropiabalidad, patrimonialidad, utilidad y otros caracteres que son tenidos para configurar la distinción, pues son puestos como medulares 38 Alessandri, A., Somarriva, M., Vodanovic, A., Derecho civil. Parte preliminar y parte General, Tomo II, Ediar Conosur Ltda., Santiago, 1991, p. 3. 39 Ducci, C. “Las cosas incorporales en nuestro derecho”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales, Tomo LXXXIII, N°2, 1986, p. 30. 27 por algunos autores y rechazados por otros. En nuestro derecho, Peñailillo40, da cuenta precisamente de algunos de los problemas planteados en torno a los conceptos de “cosa” y “bien”. Utilizando la exclusión, se ha tratado de precisar el concepto de cosa, haciendo una referencia a la persona, concluyéndose que cosa es todo lo que no es persona, pero puede verse que no determina mayormente los límites del concepto. Por otro lado, la patrimonialidad del concepto de cosa (apreciación económica), la individualidad de la cosa y la consideración de las cosas intelectuales y de los derechos, son elementos que han diseminado las opiniones doctrinarias. Por ejemplo, el requisito de la patrimoniabilidad no es exigido por el Código Civil. Nótese que la más importante fuente de derechos personales (créditos), los contratos, pueden generar como obligación prestaciones (aquello que se debe dar, hacer o no hacer), aún no patrimoniales o ni siquiera susceptible de valoración económica. En tales circunstancias, se evidencia que la patrimoniabilidad o el carácter económico no es decidor o identificatorio del concepto jurídico de cosa, no obstante que la patrimonialidad es la característica de gran parte de las cosas, pero no la esencial. Sin embargo, para Linasazoro41, la cuestión de la patrimonialidad precisamente resulta esencial a la hora de delimitar de entre el conjunto de derechos de diversa clase, cuáles son susceptibles de protección constitucional (recurso de protección) a través de la garantía del derecho de propiedad, toda vez que sostiene como criterio delimitador la posibilidad de avaluación pecuniaria, por lo que todas las cosas incorporales que no sean evaluables económicamente en forma directa quedan fuera de la posibilidad de ser protegidas a través del dominio, ya que entiende que el contenido esencial del derecho de propiedad es el dinero. Tal opinión se basa en considerar imprescindible el análisis de la naturaleza del derecho de propiedad y no el análisis del concepto de cosa, pues el concepto 40 Peñailillo, D., Los bienes. La propiedad y otros derechos reales, Editorial Jurídica de Chile, segunda edición, Santiago, 1991. 41 Linazasoro, G., “Propiedad y cosas incorporales, derechos protegidos constitucionalmente a través de este derecho real”, en Varas, J.A., Turner, S., (coordinadores), Estudios de Derecho Civil. Jornadas nacionales de Derecho Civil. Universidad Austral de Chile, Editorial Lexis Nexis, Santiago, 2005, pp. 235-258. 28 de cosa reviste la calidad de ser un concepto válvula o estándar jurídico, cuyo contenido debe ser llevado a un tiempo histórico determinado, lo que ha llevado a su ampliación conforme progresa el tiempo y aparecen nuevos derechos, por lo que de esta manera se ha ampliado el amparo constitucional más allá de los límites deseados por la Carta fundamental. De esta forma se explica que se hayan acogido recursos de protección tan disímiles como la calidad de estudiante, derecho al prestigio, y otros. En opinión de Linasazoro, la confusión se produce por una interpretación basada en el concepto de cosa y bien y no en las características del derecho de dominio y es por ello que al revisar a la doctrina chilena y comparada intentar respecto de la conceptualización de concepto de cosa, concluye que en definitiva no se ha producido acuerdo y la palabra carece de significado. Lo mismo ha ocurrido, con el concepto de “bien”, donde los requisitos de utilidad y apropiabilidad que distinguen algunos autores plantean algunas dudas respectos a sus alcances. La distinción entre cosa y bien puede tener utilidad si consideramos la cosa una entidad objetiva y el bien como el derecho subjetivo que se ejerce sobre la misma cosa. En definitiva, para los efectos de precisión terminólogica se sigue la opinión de Ducci42 y Linazasoro43, en donde éste último señala que existe logomaquia – o bizantinismo podemos agregar- en la distinción entre cosa y bien, y que ésta carece de relevancia para efectos jurídicos, donde sólo valdría la pena efectuar alguna distinción en el evento en que se llegara a un consenso en el significado diferente de los términos, y que esto tenga alguna utilidad en la técnica jurídica. Hoy no se da ninguno de estos requisitos, por lo que se desatiende el aceptar alguna distinción que no sea la académica, por lo que se 42 43 Ducci, C., op.cit. en nota 31, p. 31. Linazasoro, G., op. cit. en nota 33, p. 248. 29 investigan aquellos aspectos que interesan al derecho, a fin de no generar oscuridades y apartarnos de la tendencia especulativa expuesta precedentemente. Sin embargo, nuestro Código Civil – y la Constitución de 1980- sí se ajusta en sustancia a la antigua (sistemática) dicotomía entre cosas corporales e incorporales que se remonta al derecho romano y que fuera introducida probablemente por primera vez por Gayo en sus Instituciones, en el siglo II. La clasificación del Código Civil fue posible gracias a la división de las res. Aunque la noción de cosa en el derecho romano estaba limitada en sus inicios al concepto de “corpora”, bien material perceptible por los sentidos, esto se fue ampliando al concepto de res, tanto corporal como incorporal. En sus Instituciones dice Gayo44 que son corporales las cosas que se pueden tocar –quae tangi possunt-, como un fundo, un esclavo, un vestido, una mesa de oro o de plata; incorporales, las no tangibles, las que pueden percibirse no con nuestros sentidos, sino con nuestra inteligencia –quae tangi non possunt-, esto es, las que in iure consistunt, como una herencia, un usufructo, las obligaciones (la obligatio) contraídas de cualquier modo, las servidumbres rústicas y las urbanas. La categoría de las res incorporales, es por tanto, más amplia. Pero cabe señalar que no cualquier entidad que pueda concebirse sólo intelectualmente es para los romanos una res incorporalis, sino que sólo se consideran como tales a aquellas que in iure consistunt (Gai 2, 14), esto es, los derechos. Como es posible apreciar, el criterio diferenciador es si las respectivas cosas pueden ser tocadas (por cualquiera de los sentidos y no sólo por el tacto) o no pueden serlo. Gai. 2.12. Las “cosas son corporales y algunas incorporales. Corporales, las que pueden ser tocadas, como un fundo, un esclavo, la vestimenta, el oro, la plata y en fin otras innumerables. Son incorporales las que no pueden ser tocadas, las cuales son aquellas que tienen fundamento en el derecho, como la herencia, el usufructo, las obligaciones contraídas de cualquier manera. Ni viene al caso que en una herencia se contengan cosas corporales, ni que los frutos que se perciben de un fundo sean corporales, ni que aquello que no es debido por alguna obligación la mayoría de las veces sea corporal, como un fundo , un esclavo, dinero; pues el derecho de la sucesión misma y el derecho del uso y del disfrute mismo y el derecho de obligación mismo es incorporal. En el mismo número están los derechos de los predios urbanos y rústicos” en Guzmán, A., op. cit., en nota 15, p. 31. 44 30 Como se ha esbozado con anterioridad, en relación con esta formulación es dable manifestar que Gayo no enumera entre los derechos –res incorporales- a la propiedad, por considerar materializado el derecho en su objeto; la propiedad queda absorbida en las res corporales, produciéndose una identificación entre el derecho y el objeto sobre el cual el derecho recae. Vale decir, los romanos confundieron el derecho de propiedad con su objeto, transformándolo en una cosa material, en oposición a otros derechos. No decían, por ejemplo, “Pablo tiene derecho de dominio sobre el esclavo”, sino que se afirmaba directamente, “el esclavo pertenece a Pablo”. Esta confusión o identificación, señala Peñailillo45, se justifica por el carácter totalizador de este derecho, que se visualiza como abarcando o abrazando, envolviendo toda la cosa, y de este modo se termina considerando al derecho de propiedad como cosa corporal, equivalente al objeto que se refiere. Vale decir, las cosas pasan a representar el derecho de que son objeto directo e inmediato. Sin embargo, tratándose de los demás derechos reales, que no comprenden o abarcan a toda la cosa, que no son totalizadores, sí se distinguía entre el derecho y la cosa a la cual el derecho se refiere, para así no dar una idea equivocada u obscura del derecho, salvo que quisiéramos presumir (“mi derecho de usufructo sobre esta casa”). Sólo el derecho de propiedad permite omitir la distinción entre derecho y cosa sobre el cual recae, dado que descansa o reposa en una cosa. No obstante lo anterior, el Código Civil no cree en el derecho de propiedad como cosa corporal. En consecuencia, la aparente incoherencia o desarmonía lógica se evidencia si consideramos que en los romanos indicaban la cosa sobre la cual recae el derecho para designar el derecho de propiedad, antes que considerar el derecho mismo. En efecto, cuando sostenemos que determinado fundo (sobre el cual tenemos propiedad) es una cosa corporal y el usufructo (sobre el fundo) es incorporal, nos estamos refiriendo a la cosa sobre la cual recae el derecho, no al derecho mismo. A contrario sensu, si nos 45 Peñailillo, D., op. cit. en nota 32, p.13. 31 referimos exclusivamente al derecho (de propiedad, de usufructo), todos los derechos son incorporales, el de propiedad y el de usufructo, en tanto son abstracciones jurídicas que sólo pueden percibirse intelectualmente. Los derechos son incorporales, no obstante que la cosa sobre la que recae el derecho (de usufructo y los frutos mismos) sean corporales. A mayor abundamiento, Guzmán46 explica que Gayo no incluye al dominio entre las res incorporales en atención a que no se reivindica o transfiere el dominio de una cosa, sino la cosa misma, a diferencia de cuanto ocurre en materia de usufructo o servidumbre, pues en ese caso se da un derecho en la cosa y no la cosa misma. En la realidad jurídica entonces, el dueño no tiene un derecho sobre la cosa, sino que esta le pertenece actual o potencialmente en plenitud. Por otra parte, esa exclusión evita que se genere la reiteración de propiedad, en atención a que de lo contrario se tendría la propiedad sobre el derecho de propiedad, como sí ocurre en el Código Civil en su artículo582 donde el dominio (que también se llama propiedad) es también un derecho (real), existiendo “derechos sobre derechos”. Frente a la formación histórica de la dicotomía de cosas corporales e incorporales cabe preguntarse: ¿cuál es el sentido de la distinción hecha por Gayo? El fundamento de tal distinción se encuentra en una razón sistemática47. Al tomar el par conceptual corpora/ iura de uso corriente y tratarlos como dos especies del mismo género común res, Gayo pretendía exponer de un modo sistemático un conocimiento esparcido, es decir, se utilizó la división para ordenar el tratamiento del ius relativo a las res y así tratar ordenadamente el sistema expositivo de prácticamente todo el derecho civil, dada la finalidad de las Instituciones de Gayo. Fuera de este sentido, entonces, carece de mayor interés teórico y aplicación práctica. 46 47 Guzmán , A., op. cit. en nota 15, p. 34. Guzmán, A., op. cit. en nota 15, p. 36. 32 Podemos agregar entonces que respecto a la clasificación de las cosas en corporales e incorporales, la doctrina la admite, sobre la base de lo establecido en el citado artículo 562 del Código Civil, el cual tiene como antecedente histórico la distinción hecha por los romanos y que fuera traslada a nuestro derecho. Ahora bien, como se ha dicho, según el artículo 576 del CC, las cosas incorporales “son derechos reales o personales”. Seguidamente, nuestro código dice que “derecho real es el que tenemos sobre una cosa sin respecto a determinada persona”48. Simplemente, los derechos reales son los derechos que atribuyen al titular un señorío o poder inmediato sobre la cosa, señorío o poder que es pleno e ilimitado o es menos pleno o ilimitado. En el derecho real existe una relación directa entre el titular del derecho y la cosa en que se ejerce. Abandonamos por ahora, sus características, clasificaciones y enumeración de los derechos reales. También nuestro Código define los derechos personales o de crédito (ambas denominaciones son sinónimas). Dice: “Derechos personales o créditos son los que sólo pueden reclamarse de ciertas personas, que por un hecho suyo o la sola disposición de la ley, han contraído las obligaciones correlativas; como el que tiene el prestamista contra su deudor por el dinero prestado, o el hijo contra el padre por alimentos. De estos derechos nacen las acciones personales”49. Así, como el derecho personal se caracteriza fundamentalmente porque en él no existe una relación directa entre el titular del derecho y la cosa, sino un vínculo jurídico entre personas (acreedor y deudor), los elementos constitutivos del derecho personal, esto es, acreedor, deudor y objeto del derecho, revelan que todo derecho personal supone una obligación. En efecto, si una persona puede exigir algo de otra, es porque ésta se encuentra en la necesidad jurídica de realizar una prestación (objeto del derecho) que puede consistir en dar (transferencia o constitución de un derecho real por parte del deudor 48 49 Inciso 1 del artículo 577 del Código Civil. Artículo 578 del CC. 33 al acreedor), hacer (realizar un hecho positivo por parte del deudor) o no hacer (abstención del deudor de realizar un hecho). Un aspecto que reviste importancia para efectos de nuestro análisis dice relación con la patrimonialidad (evaluación pecuniaria) de la prestación. Nuestro código no se pronuncia sobre el punto, aunque no es posible eludir que el derecho personal -o desde el punto de vista del deudor, la obligación- se identifica con una noción pecuniaria. Sin embargo, es discutible dar neta primacía de lo económico, pues las personas satisfacen sus necesidades diarias no sólo ejerciendo los derechos reales, sino que también recurren a la utilización indirecta de las cosas (utilizando los servicios ajenos) a través de los derechos personales (donde una persona, en virtud de un vínculo jurídico, es puesta a disposición de otra), y éstos sin duda pueden tener un valor moral, social o afectivo que pueden generar efectos económicos. En consecuencia, fluye que nuestro Código Civil considera como cosas incorporales todos los derechos en el sentido expuesto, inclusive el derecho de propiedad. Finalmente, es dable manifestar que no obstante que en la codificación civil chilena se regula por primera vez de manera sistemática la propiedad, debemos recordar que su raíz se encuentra en la legislación francesa, establecida sobre la base de un modelo exclusivo y absoluto, proveniente de La Revolución. Propiedad que se ha ido reconfigurando a partir de su constitucionalización desarrollada con intensidad con las modificaciones de 1967 y finalmente con la Carta de 1980. 34 3.2. Propietarización de derechos. Según se ha podido visualizar, el concepto de cosas incorporales y la posibilidad de propiedad sobre ellas ha desatado un conflicto en nuestra doctrina y jurisprudencia generado a partir del insospechado auge que ha llegado a alcanzar luego su reconocimiento en la Constitución Política de 1980 en el inciso 1 del artículo 19 N°24, y canalizada en gran parte a través del recurso de protección. Al asegurar el derecho de propiedad sobre los bienes incorporales, este inciso se ha utilizado para demostrar la práctica que se ha venido en bautizar en doctrina como de “propietarización de derechos”50. Como su nombre lo indica, el fenómeno se refiere a la propiedad sobre un derecho. Se ha construido a partir del inciso 1 del artículo 19 N°24 de la Constitución al garantizar “(e)l derecho de propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales e incorporales”51, el artículo 565 del Código Civil que señala que “Los bienes consisten en cosas corporales e incorporales”, para luego señalar que “Incorporales las (cosas) que consisten en meros derechos, como los créditos, y las servidumbres activas”, agregándose por el artículo 583 la especial característica de que “Sobre las cosas incorporales hay también una especie de propiedad. Así, el usufructuario tiene la propiedad de su usufructo”. Finalmente agrega en el inciso 1 del artículo 584 que “Las producciones del talento o del ingenio son una propiedad de sus autores”. De este modo, a partir de la Constitución y siguiendo ineludiblemente al Código Civil se (construye una base sólida) concluye que por la vía de la propiedad (especie de propiedad) es posible abarcar y dar protección a estas abstracciones jurídicas que son los derechos, produciéndose su incorporación al patrimonio. Queda así consagrada Vergara, A., “La propietarización de los derechos”, op. cit. en nota 26. Es dable manifestar que tal disposición ya había sido introducida antes al ordenamiento jurídico patrio, a través del artículo 1 N°16 inciso 1 del Acta Constitucional N°3, de 1976 (DL.1.552), en los mismos términos que recogió posteriormente la Constitución de 1980. 50 51 35 de la normativa expuesta, la propiedad sobre los derechos, la “propietarización de los derechos”. Ciertamente, la doctrina chilena ha extraído de las disposiciones citadas el fundamento de la tesis de la propietarización de los derechos, admitiéndola, casi sin excepciones. En efecto, en tal sentido Corral Talciani sostiene que “el Código Civil, admite sin lugar a dudas, la conclusión de que el sujeto activo de un derecho real o personal es, a la vez, titular de un derecho real de propiedad que recae sobre ese mismo derecho o crédito, el que es considerado por la ley como cosa, si bien incorporal. El acreedor se convierte así en dueño de su crédito, y el usufructuario en propietario de su derecho de usufructo”52. De lo hasta ahora revisado respecto del fenómeno de la propietarización de los derechos, no es posible dudar que puede invocarse propiedad sobre un bien incorporal si tal bien incorporal es un derecho real o personal en el sentido técnico definido, pues son entidades jurídicas que sólo pueden percibirse intelectualmente, como un derecho de crédito o un derecho de usufructo, pues sólo los derechos (aquellas entidades que in iure consistunt según los romanos) son las cosas (bienes) incorporales sobre las cuales “hay también una especie de propiedad”, según el artículo 583 del Código Civil, en relación con los artículos 565 y 576 del mismo Código. Por lo que toda pretensión, situación, expectativa o aspecto inmaterial que no constituya jurídicamente un derecho no seria una cosa o bien incorporal susceptible de propiedad. Al respecto, Guzmán53 reflexiona sobre la base del principio de tipicidad de los derechos reales, manifestando que la individualización de éstos es muy fácil, porque la ley los declara tales y no pueden ser ellos construidos por la voluntad uni o bilateral de los particulares. Vale decir, estos derechos reales se encuentran precisados y delimitados Corral, H., “Propiedad y cosas incorporales. Comentarios a propósito de una reciente obra del profesor Alejandro Guzmán Brito”, en Revista chilena de derecho, Vol. 23 N°1, 1996, p. 14. 53 Guzmán, A., op. cit., en nota 15, pp. 99-103. 52 36 específicamente en la ley54. Sin embargo, del otro lado, las partes son soberanas para crear entre ellas toda clase de vínculos jurídicos, en virtud del principio de la autonomía de la voluntad. De ahí que sea imposible enumerar todos los derechos personales. También continua Guzmán-, en el mismo sentido es posible reflexionar entorno al alcance del catálogo de “derechos de la persona” contenidos en declaraciones internacionales, los que se han mirado como nuevos derechos innatos, pero que muchos de éstos son intereses sociales políticamente defendibles, aunque no puedan ser derechos judicialmente reclamables, en cuanto a constituir una prestación. Ahora bien, dado que el artículo 20 de la Constitución señala expresamente las garantías constitucionales amparables mediante esta acción cautelar, excluyendo de protección a los derechos económicos, sociales y culturales, como ocurre en materia de protección del derecho a la salud y muy especialmente –atendida su actualidaden relación al derecho a la educación, hay situaciones que están fuera en las enumeradas en dicho precepto y que por lo tanto no son susceptibles de ser protegidas a través de este amparo constitucional. En tal virtud, la práctica forense ha compensado esta falencia a través de la propietarización de este tipo de derechos. Entonces, cuando las partes sienten que su interés está amenazado y no encuentran el texto preciso en el cual subsumirlo, tratan de incorporar este interés o situación subjetiva (“derechos”) dentro del concepto de “bien incorporal” (en atención a que ésta es la expresión que emplea la Constitución), porque inmediatamente sobre el se aplica la propiedad, y, por tanto, cabrá la posibilidad de accionar de protección. Situaciones cuya calidad de derecho y por ende cosa (bien) parece discutible. En este contexto, ¿qué han hecho los litigantes? La tendencia forense en el último tiempo ha sido introducir bajo el concepto de bien incorporal las más diversas Inciso 2 del artículo 577 del CC: “Son derechos reales el de dominio, el de herencia, los de usufructo, uso o habitación, los de servidumbres activas, el de prenda y de hipoteca. De estos derechos reales, nacen las acciones reales 54 37 situaciones subjetivas, porque así se llega rápidamente al concepto de propiedad sobre el bien incorporal y de esta manera es posible de recurrir de protección puesto que ha existido una privación perturbación o amenaza al legítimo ejercicio del derecho de propiedad, derecho que sí está expresamente protegido por este recurso. En consecuencia la propietarización de derechos ha derivado en una estrategia forense consistente en el uso de la garantía constitucional que cautela la propiedad privada para proteger derechos económicos, sociales o culturales que carecen de acceso directo al recurso de protección. De este modo, hoy tenemos la realidad de que el campo tradicional de las cosas sobre las cuales podía ejercerse el derecho de propiedad en Chile se habría ido ampliando, lo que ha llevado a algunos autores sostener que este enfoque ha generado una completa desnaturalización – o vulgarización- de los derechos constitucionales, con amplio apoyo de la jurisprudencia de los Tribunales Superiores de Justicia. En tal virtud se han encendido luces de alerta55, en el sentido de que esta práctica (o estrategia forense) está produciendo una desfiguración del derecho de propiedad -pues es posible constatar que en algunos casos hay mucho de tanteo o un ejercicio impropio a través de subterfugios argumentativos- y ello a pesar de la generalizada aceptación de la tesis de la propietarización de los derechos por la doctrina56, dado persiste la tendencia de algunos autores de criticar57 –en algunas ocasiones en forma peyorativa y fatalista- la propietarización de los derechos, resistiendo la amplitud que se le ha dado al derecho de propiedad. 55 Vergara, A., op. cit. p. 291. Corral, H., op. cit. en nota 42, p. 14. Este autor afirma que “el Código Civil admite, sin lugar a dudas, la conclusión de que el sujeto activo de un derecho real o personal es, a la vez, titular de un derecho real de propiedad que recae sobre ese mismo derecho o crédito, el que es considerado por la ley como “cosa”, si bien incorporal. El acreedor se convierte así en “dueño” de su crédito, y el usufructuario en propietario de su derecho de usufructo”. 57 Gómez, G., Derechos fundamentales y recurso de protección, Universidad Diego Portales, Santiago, 2005, p. 44. 56 38 En ese orden de ideas, el fenómeno de la propietarización de los derechos se ha querido identificar con la tendencia impropia, atécnica, fuera del texto constitucional -o meramente lingüística- de abarcar toda situación jurídica, toda titularidad, toda posición jurídica, sea respecto de personas o cosas, como derechos susceptibles de amparar por la expedita vía recurso de protección, generando con ello una crisis conceptual –o relajación- del concepto jurídico de cosas incorporales, por la vía de la jurisprudencia del recurso de protección en donde, como opina Vergara Blanco58, “cuando todo sea propiedad (derechos, técnicas, actos, ámbitos, situaciones, etc.), ya por lógica nada va a ser propiedad, pues se habrá inundado completamente en medio de este exceso”. Corral Talciani59 reflexiona en el sentido de que alguien podría pensar que esta extensión indiscriminada no puede ser sino beneficiosa, pero aclara que en derecho la oscuridad nunca ha sido buena, por lo “que este crecimiento hipertrofiado puede llegara atentar contra la misma protección de la propiedad y los demás derechos fundamentales de las personas”, añadiendo que los conceptos se devalúan cuando pierden especificidad. En efecto, Vergara Blanco considera que no obstante que nuestro ordenamiento patrio permite expresamente la propietarización de los derechos, esta práctica poco a poco ha ido produciendo una deformación del derecho de propiedad. Para este autor, cada derecho debiera tener protección en si mismo, por lo que son, como derecho independiente con un ámbito propio sin que sea necesario recurrir al “expediente vicioso de la propiedad” para darle la debida protección. El problema –continúa Vergara“estriba en que el ordenamiento legal chileno no ha reconocido validez (y seguridad jurídica, pues de eso se trata) a estos derechos como tales60, sino siempre a través de una desnaturalización: considerándolos o vinculándolos a la propiedad”61. 58 Vergara, A., op cit. en nota 26, p. 291. Corral, H., op. cit. en nota 42, pp. 7-12. 60 Refiriéndose también a la necesidad de reconocimiento normativo a los derechos reales administrativos. 61 Vergara, A., Id., p. 281. 59 39 Es por ello que Vergara Blanco pronostica el sinsentido jurídico a que llegaremos de que el único derecho que realmente existe es el de propiedad, ya que todos los demás derechos son objeto de dicho derecho de propiedad y quedan protegidos por la garantía constitucional que protegería a este “supraderecho”, produciéndose un “precipicio dogmático” del que será muy difícil salir, al pretender que este derecho cubra todas las titularidades y todas las posiciones jurídicas, sea respecto de personas o cosas. En otro orden de ideas, Guzmán Brito sostiene que la doctrina de la propietarización de los derechos no tiene un sustento positivo, pues una interpretación literal y sistemática de los artículo 565, 582, 583 y 584 del Código de Bello no permite concluir que los titulares de un derecho tengan un derecho de dominio sobre ese derecho. La propiedad sobre las cosas corporales (o “dominio”) es radicalmente distinta a la propiedad sobre las cosas incorporales, así como de las producciones del talento y del ingenio. Este autor señala que existen estas tres propiedades, las cuales serían todas especies de un género superior de propiedad, cuya esencia radicaría en el hecho de constituir una titularidad exclusiva sobre una cosa, sea esta corporal, incorporal, o una producción del talento62. Guzmán Brito arriba a la siguiente conclusión: “la propiedad de las cosas incorporales referida por el artículo 583 del Código Civil no es una especie del dominio o propiedad de las cosas corporales definido por el artículo 582; es decir, no está comprendida ahí, y constituye una especie distinta y separada, cuyo género común es la cualidad de ser propio, que por esto llamamos también “propiedad”. Esta propiedad específica sobre las cosas incorporales sólo sería un dominio impropio o cuasidominio. Por otra parte Guzmán Brito no aprueba la práctica de propietarizar situaciones jurídicas que no constituyen propiamente cosas incorporales. Señala en este sentido que “los conceptos de bien y de cosa corporal e incorporal tienen en nuestro 62 Guzmán, A., op. cit. en nota 15, p. 102. 40 derecho un carácter muy definido y técnico (...). Los bienes o son cosas corporales en el sentido del artículo 562 inc. 2 (del Código Civil), o son cosas incorporales en el del artículo 562 inc.3; a su vez, éstas últimas son siempre derechos, los cuales pueden ser reales o personales. En consecuencia, para que haya cosa incorporal menester es que exista un derecho de una u otra clase”63. En atención a que los derechos reales son sólo aquellos que la ley declara tales, determinarlos es fácil. Lo contrario sucede con los derechos personales, ya que éstos son todos aquellos que nazcan de las fuentes de las obligaciones, a saber, el contrato, el cuasicontrato, del delito, el cuasidelito o la ley. El problema se ha planteado sin ninguna duda respecto de la ley. En tal sentido, Guzmán Brito responde que “el derecho contemporáneo ha hecho caer en crisis el sistema clásico de fuentes, porque el papel más o menos modesto que en él ocupaba la ley como causa de derechos personales, vino ahora a ser sustituido por una posición sobresaliente de la misma en tal función”, surgiendo así una multitud de “derechos subjetivos legales”. En opinión de este autor, algunos de estos derechos subjetivos legales constituyen verdaderos derechos, tales como aquellos de naturaleza laboral o previsional. Pero a otros, como los “derechos de la persona” les niega tal carácter, ya que en la mayoría de los casos se presenta el problema de la indeterminación de la prestación correlativa, fruto de la ambigüedad de las fórmulas con que son descritos en las constituciones y tratados internacionales, o incluso de su carácter extrajurídico, ya que contienen generalmente “declaraciones programáticas de mejoramiento moral, social, económico y cultural que por su propia naturaleza no son aptas para constituir la materia de una prestación exigible en derecho por cada individuo, aunque eventualmente puedan dar sustancia a programas de acción política, sostenibles por los grupos y partidos o ejecutables por los gobiernos”64. 63 64 Guzmán, A., Id., p. 99. Guzmán, A., Id., p. 100. 41 A esta práctica que se observa en la actualidad, que Guzmán Brito califica de fenómeno, la ha venido en denominar como “inflación de los derechos”, la cual consiste en “mirar como nuevos derechos innatos los que en verdad no son más que pretensiones, aspiraciones e intereses subjetivos y socializados de ventajas”, los que no obstante ser “intereses sociales políticamente defendibles”, no son “derechos judicialmente reclamables”. Esta tendencia –continúa Guzmán Brito- se ha desarrollado con mayor vigor después de Carta de 1980, en atención al amparo que otorga el recurso de protección al derecho de propiedad, resultando conveniente extender su protección a otras pretensiones subjetivas, convirtiéndolas en bienes incorporales sobre los que su titular ejerce un derecho de propiedad amparable por el recurso65. Cabe señalar que Guzmán Brito, además de dar cuenta de este fenómeno de la inflación de los derechos, lo rechaza, pues “no hay bien en donde no hay cosa corporal, incorporal o intelectual, ni cosa incorporal en donde no hay un derecho real o personal. A su vez, no hay derecho real si no está tipificado por ley; y no hay derecho personal en donde no hay deuda de dar, hacer, o no hacer a cargo de un sujeto pasivo o deudor determinado, aunque por sumatoria resulte que todos los son, la cual provenga (...) de un contrato o cuasicontrato de un delito o cuasidelito o de la ley”. Contextualizadas así la realidad actual por la doctrina tenemos que este fenómeno, calificado de “propietarización de derechos”, es denunciado por algunos como un “precipicio dogmático del cual será muy difícil salir”66, pero defendido por otros como un gran logro de nuestra Constitución67. Pero es posible concluir consistentemente que el gran causante del auge que ha experimentado el recurso de protección es el mentado fenómeno de la propietarización de derechos. 65 Guzmán, A., Id., pp. 102-103. Vergara, A., op. cit. en nota 26 p. 291. 67 Soto Kloss, E., “Propietarización de los derechos: no una herejía sino la esencia de lo que es derecho”, citado en Domínguez, R., “Aspectos de la constitucionalización del derecho civil chileno”, en Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales, Tomo XCIII, N°3, 1996 pp. 107-137. 66 42 Sin duda la cuestión no resulta del todo pacífica, dado que determinar qué elemento distingue a un derecho de una mera prerrogativa o de aspiraciones es del todo complejo, cuestión que no es posible dilucidar ahora, ni mucho menos pretender elaborar una doctrina de las cosas incorporales. Las respuestas que ha dado la doctrina y la jurisprudencia al respecto son variadas. Un ámbito donde el desarrollo doctrinal y jurisprudencial ha tenido un prolífico – o emblemático en palabras de Ferrada68- desarrollo, ha sido precisamente en el denominado impropiamente propiedad sobre el empleo o cargo público, derecho que claramente no se encuentra amparado directamente por el recurso de protección, pero que a partir de un concepto extensivo de bien incorporal ha servido de acicate a los interesados para recurrir de protección. Veamos cómo se ha ido construyendo aquello y la recepción que ha tenido en nuestro derecho. Ferrada, J. C., “El Recurso de protección como mecanismo contencioso administrativo”, en La justicia administrativa, Lexis Nexis, Santiago, 2005, p. 145. 68 43 CAPÍTULO II. EL CARGO O EMPLEO PÚBLICO. 1. Concepto. Sin duda que la dotación o el elemento humano que labora en la Administración del Estado69 constituye un elemento inseparable y esencial para poner en marcha al servicio público70, y desplegar la función pública. Son los funcionarios o empleados públicos –personas, por cierto- quienes están encargados de llevar adelante día a día las más variadas e innumerables actuaciones –jurídicas y materiales- destinadas a satisfacer las necesidades generales de la población, ejecutando para ello las distintas prestaciones que los servicios proporcionan a sus usuarios, cumpliendo con aquello de que el Estado está al servicio de la persona humana71 (y no al revés) y su finalidad esencial es promover el interés general o el bien común72. En razón de tal rol instrumental, sus normas y su personal ejecutor deben estar estructurados y orientados para alcanzar, concretar y realizar con eficiencia y eficacia tal objetivo fundamental, establecido en la Constitución y las leyes. Es una actividad que se realiza cotidianamente y es fundamentalmente fáctica, pues consiste en materializar, concretar, poner en obra, es decir, convertir en realidad los objetivos trazados antes de su intervención en un papel, en una norma jurídica y cuyo motor está radicado en la función de gobierno. Sin la actuación de la función administrativa quedan incumplidas las metas políticas del gobierno, cargando con el 69 La Constitución Política ha radicado la función administrativa (y de gobierno) de manera prioritaria en el Presidente de la República (de acuerdo con la Constitución y las leyes). Dicha función se lleva a cabo con la colaboración de los órganos que constituyen la Administración del Estado, señalados en el inciso 2 del artículo 1 de la ley 18.575, LOCBGAE: “La Administración del Estado estará constituida por los Ministerios, las intendencias, las Gobernaciones y los órganos y servicios públicos creados para el cumplimiento de la función administrativa, incluidos la Contraloría General de la República, el Banco Central, las Fuerzas de Orden y Seguridad Pública, los Gobiernos Regionales, las Municipalidades y las empresas públicas creadas por ley”. 70 Basado en un criterio positivo, en un sentido de orgánico, vale decir, como entidades u organismos en que se materializa la facultad de administrar el Estado. 71 Constituye su razón de ser, ya que el hombre y mujer son anteriores y superiores al Estado. 72 Inciso 4 del artículo 1 de la CP, artículo 3 de ley 18.575, LOCBGAE, revelando que su sentido fundamental es la creación de las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de sus integrantes de la comunidad nacional su mayor realización material y espiritual posible, para lo cual debe contribuir a la consecución de tal objetivo. 44 estigma de su ineficacia e ineficiencia, comprometiendo su prestigio y estabilidad. Qué duda cabe entonces respecto de la importancia de este elemento humano. Es dable manifestar, que –atendido que la función pública es un ámbito temático de escaso desarrollo, dado que las relaciones jurídicas derivadas del empleo y del interés público concernido en él tienen un rango de variabilidad en el derecho positivo- el concepto de función pública encuentra sus raíces etimológicas en la voz latina funtio (fungor-fungil), que quiere decir cumplir, ejecutar, desempeñar; y la voz latina publici que quiere decir lo público o relativo a la organización política. La función pública que desarrolla el elemento humano a través de distintos cargos constituye una realidad dinámica, fluctuante, como el concepto mismo de función. Cada país tiene respuestas propias a las cuestiones que se suscitan en torno a la función pública. Así la necesidad de la neutralización del aparato de Gobierno –lo que se refleja con mayor evidencia con los cambios políticos, como en la elección de autoridades alcaldicias- exige la garantía del puesto de trabajo, o desde el punto de vista exclusivamente técnico se exige la especialización, la formación profesional o técnica del funcionario que va a desarrollar determinado cargo y no el reclutamiento de personal basado en criterios partidarios. Ello constituye el reflejo de la necesidad de autonomía que requiere la función pública para que ésta sea eficaz, pues se refuerza la idea de la primacía del interés público. Ciertamente no es este el lugar para tratar la naturaleza de la función pública, sino que el objetivo es analizar el desarrollo normativo en relación con el funcionariado y uno de sus principios formativos como es la “carrera funcionaria”, y los derechos y garantías que genera al empleado o funcionario público, revistiendo especial importancia para efectos de nuestro trabajo el denominado derecho a la estabilidad en el empleo” o “derecho a la función”. 45 Desde esta perspectiva debe tenerse presente que para los efectos de su aplicación, el artículo 3 de la ley 18.834, sobre Estatuto Administrativo, define lo que se entiende por cargo público: “es aquel que se contempla en las plantas o como empleos a contrata en las instituciones señaladas en el artículo 1, a través de la cual se realiza una función administrativa” (cursivas son propias)73. 2. Clasificación del cargo o empleo público. Definido el cargo público como aquel que se contempla en la planta o bien como empleo a contrata, se infiere que el personal que labora en la Administración del Estado se integra fundamentalmente de funcionarios de planta y a contrata. La distinción se genera según si tales servidores ingresan a la función pública en forma permanente o transitoria. No obstante su permanencia o transitoriedad, los funcionarios de planta o a contrata adquieren la calidad de funcionarios públicos. Es por ello que cuando nos referimos al personal –aplicado a cualquier servicio u órgano de la Administración del Estado-, abarca tanto a los funcionarios de planta como los de contrata. Tal distinción o clasificación de cargos públicos tiene su origen –como se señaló- en la definición legal de cargo público establecida en la letra a) del artículo 3 de la ley 18.834, pues es el que se encuentra fijado en las plantas de personal o como cargos a contrata. En tales circunstancias, las funciones permanentes de cada servicio público –aquellas a que está llamado a cumplir de conformidad con los fines para los cuales fue creado por el legislador- serán desempeñadas por funcionarios de planta o a contrata, bajo –adelantamos- el régimen estatutario de derecho público. “Las palabras de la ley se entenderán en su sentido natural y obvio, según el uso general de las mismas palabras, pero cuando el legislador las haya definido expresamente para ciertas materias, se les dará en estas su significado legal”. Artículo 20 del Código Civil. 73 46 La clasificación del cargo o empleo público reviste especial importancia, por cuanto el régimen jurídico a que están sometidos estos funcionarios resulta diametralmente distinto, atendida su naturaleza jurídica y en especial frente a la aplicación del principio de la carrera funcionaria. No obstante lo anterior, en general, según Marin Vallejo, los funcionarios de planta o a contrata poseen análogos derechos y les afectan similares deberes y prohibiciones74. Ahora bien, conforme se ha podido establecer, en cada dotación de servicio público la planta de personal de cada servicio público es fijada por ley. En ella se contienen jerárquicamente los distintos cargos que son desempeñados por los funcionarios en cada institución. Los cargos de planta siguiendo la definición positiva del artículo 3 letra b) de la ley 18.834 y artículos 2 y 5 letra b) de la ley 18.883 constituyen “el conjunto de cargos permanentes que la ley asigna a cada servicio”75. Ahora bien, siguiendo lo dispuesto en el artículo 4 de la ley 18.883, y en idénticos términos el artículo 6 de la ley 18.834 sobre Estatuto Administrativo de los funcionarios municipales, los funcionarios que ocupen o desarrollen un cargo público de una determinada planta de personal pueden desempeñar el cargo en calidad de titulares, suplentes o subrogantes. Subclasificación que no se aplica a los empleados que sirvan cargos a contrata. “Son titulares, aquellos funcionarios designados en esa calidad para ocupar en propiedad un cargo vacante” (inciso 2 del artículo 4 ley 18.834, inciso 2 del artículo 6 de la ley 18.883, énfasis agregado). 74 Marín, U., “Estatuto Administrativo: ¿Régimen en retirada en la Administración pública chilena”, en “La Administración del Estado de Chile. Decenio 1990-2000”, Editorial Jurídica Conosur, Santiago, 2000, p. 208. 75 Silva, E., Derecho Administrativo Chileno y comparado. La función pública, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1993, p. 143. 47 “Son suplentes aquellos funcionarios designados en esa calidad en los cargos que se encuentran vacantes y en aquellos que por cualquier circunstancia no sean desempeñados por el titular, durante un lapso no inferior a 15 días” (inciso 3 del artículo 4 ley 18.834, inciso 3 del artículo 6 de la ley 18.883) “Son subrogantes aquellos funcionarios que entran a desempeñar el empleo del titular o del suplente, por el solo ministerio de la ley cuando éstos se encuentren impedidos de desempeñarlo por cualquier causa” (artículo 4 inciso final, ley 18.834, artículo 6 inciso final ley 18.883) Por su parte el artículo 5 del referido Estatuto establece que: “(p)ara los efectos de la carrera funcionaria, cada institución sólo podrá tener las siguientes plantas de personal: de Directivos, de Profesionales, de Técnicos, de Administrativos y de Auxiliares”. Lo anterior resulta de importancia para los efectos de individualizar los cargos públicos y los funcionarios, basándose en la función que realizan, en el contenido o cometidos de la labor que desarrollan. En esas condiciones, la naturaleza del cargo a desarrollar y los conocimientos o títulos que se requieran para desempeñarlo entregarán las pautas acerca de los cometidos o misiones que deban encomendarse a los empleados o funcionarios públicos. Así quien desarrolla una función como Auxiliar, o como Técnico no podrá ser dispuesto a desempeñar funciones de la planta de Directivos. Se aprecia que la función encomendada resulta incompatible con los conocimientos y jerarquía requeridos para ocupar el cargo. Ahora bien, orgánicamente, los funcionarios de carrera ingresan a una planta de personal, la cual es ordenada en forma piramidal, esto es de menor a mayor y que se expresa en los grados con que son asignados los respectivos cargos públicos y según la importancia de su función. Todo cargo público necesariamente deberá tener asignado un 48 grado de acuerdo con la importancia de la función que se desempeñe y, en consecuencia le corresponde el sueldo de ese grado y las demás remuneraciones a que tenga derecho el funcionario. Es lo que dispone el artículo 9 del EA. y constituye uno de los principios fundamentales de la relación estatutaria que une al funcionario, denominado principio de la jerarquía. Se encuentra determinada por el grado y constituye un vínculo jurídico que une a los funcionarios en relación de superior a inferior. En consecuencia, la planta es la enumeración jerárquica (conjunto ordenado de grados) permanente de los cargos y son éstos últimos los que son desempeñados por personas naturales (funcionario o empleado público) que han sido designadas al efecto. De conformidad con la Carta de 1980, la aprobación y modificación de las plantas de personal es materia propia de ley, la cual es de iniciativa exclusiva del Presidente de la República (artículo 65, inciso 4 N°2). Por otra parte, los nombramientos o los cargos a contrata, siguiendo al artículo 3 letra c) de la ley 18.834 y artículos 2 y 5 letra f) de la ley 18.883 son definidos como “el conjunto de cargos transitorios que se consulta en la dotación del servicio público” (énfasis agregado)76. No cuesta advertir que la definición apuntada revela el carácter esencialmente transitorio de tales cargos. Y en armonía con lo anterior, su regulación se encuentra fijada en el artículo 10 del Estatuto Administrativo. En efecto, su transitoriedad se encuentra circunstanciada legalmente a la existencia de un plazo máximo de vigencia de sus nombramientos, los que no pueden exceder del 31 de diciembre de cada año. En consecuencia, los nombramientos a contrata expiran por el solo ministerio de la ley el día 31 de diciembre del respectivo año. Por ello los nombramientos a contrata son transitorios. Y según se ha podido señalar, aún cuando no formen parte de la organización permanente o estable del servicio también cumplen una función pública y su transitoriedad no es óbice 76 Silva, E., Ibid. 49 para ser considerados empleos públicos, o que no gocen de todos los derechos que consagra el Estatuto Administrativo y que sean compatibles con su naturaleza jurídica. Asimismo, establecido que tales cargos tienen vigencia máxima hasta el 31 de diciembre de cada año, ello no implica que todos esos nombramientos duren hasta esa fecha, pues puede disponerse una duración menor, según sean las necesidades del servicio, o cometido a desempeñar, por lo que corresponde a la autoridad respectiva ponderar los fundamentos o razones para determinar la procedencia de un duración menor. Por otra parte, también con relación a su vigencia, la ley plantea la posibilidad de que las contratas pueden ser renovadas, al disponerse la prórroga de las mismas con una antelación de a lo menos 30 días desde la fecha de su expiración de funciones, por lo que en general el plazo para disponer la prórroga de las contratas vence el 30 de noviembre de cada año. De lo anterior se infiere que toca a la autoridad correspondiente ponderar la procedencia de renovar o no una contrata, y para el caso de que resulte pertinente la renovación no implica en caso alguno transformar el empleo a contrata en indefinido, como ocurriría bajo la vigencia del Código del Trabajo. La regulación legal apuntada reviste importancia con relación a la definición de los empleos de planta, pues sólo los funcionarios de planta tienen la titularidad de sus empleos o cargos. Pues los funcionarios de planta nombrados para ocupar un cargo en propiedad se traduce en el sentido de desempeñarlo indefinidamente, mientras no exista una causa legal de expiración defunciones. En tal virtud, los empleados a contratas no gozan -como los funcionarios de carrera- de estabilidad en sus empleos, máxime si no se disponen sus prórrogas con la debida antelación apuntada, sólo permanecen en la Administración de acuerdo a las modalidades establecidas por la ley y bajo las cuales se procedió a realizar su respectivo nombramiento y mientras no opere alguna causal de extinción de sus funciones contempladas en el respectivo Estatuto Administrativo. Según Silva Cimma, en virtud de 50 su transitoriedad, el funcionario a contrata tiene un derecho a la función atenuado, frente a igual prerrogativa de que goza el personal de planta77. Lo anterior tiene lugar por expresa aplicación de lo dispuesto en la letra f) del artículo 3 de la ley 18.834, pues en razón de no pertenecer a la planta no se aplica a los funcionarios a contrata el sistema de carrera funcionaria, y en consecuencia, tales servidores no gozan de estabilidad en el empleo, carecen del derecho al ascenso, y de los demás derechos que otorga el sistema de carrera. Existe una situación vinculada al funcionario a contrata que determina una absoluta falta de estabilidad en su empleo y que ha sido desarrollada por la jurisprudencia administrativa. En efecto Contraloría ha admitido que en los actos de nombramientos a contrata estos incluyan la cláusula o la frase “mientras sean necesarios sus servicios”. Tal fórmula habiendo sido incluida en sus nombramientos permite disponer la cesación de la contrata en cualquier momento, cuando la autoridad así lo estime. En tal caso, el cese del empleo se produce el mismo día en que se notifica al empleado la resolución ha haya dispuesto el cese de funciones78. Nos parece que el uso de tal facultad, deberá ser motivada, de acuerdo a lo señalado en el inciso 4 del artículo 41, en relación al artículo 11 de la ley 19.880, sobre bases de los procedimientos administrativos. En atención a lo dispuesto en el artículo 15 de la ley 18.834, que establece reglas para el ingreso de los funcionarios de planta, a contrario sensu, los nombramientos de los servidores a contrata se proveen en forma inmediata, sin el mecanismo del ascenso o el concurso público. No obstante su libre designación, ello no significa entregar a la autoridad respectiva la facultad de nombrar funcionarios a contrata en forma (irreflexivamente) extensiva. En efecto, esta potestad se encuentra limitada por el artículo 9, inciso 2 de la ley 18.834, el cual señala perentoriamente que “el número de 77 Silva, E., Id., p. 145. Aplica dictámenes N°s 365 de 2006; 60.678, 48.876, 24.303, de 2005; 10.794 de 1996, 28.365 de 1995, 6.902 de 1992, y 680 de 1991. 78 51 funcionarios a contrata de una institución, no podrá exceder de una cantidad equivalente al veinte por ciento del total de los cargos de la planta de personal de ésta”. En términos similares, el inciso 4 del artículo 2 de la ley 18.883, sobre Estatuto Administrativo de los Funcionarios Municipales, establece respecto de “los cargos a contrata, en su conjunto, no podrán representar un gasto superior al veinte por ciento del gasto de remuneraciones de la planta municipal”. Sin perjuicio de que en aquellas municipalidades con planta de menos de 20 cargos, podrán contratarse hasta 4 personas. En tales circunstancias, se infiere de la normativa referida que existe un estrecho vínculo entre las designaciones a contrata y las disponibilidades de presupuesto de la referida organización administrativa, pues resulta indispensable conocer previamente el gasto en personal –determinado por la aprobación anual presupuestaria- antes de disponer las designaciones a contrata, única forma de conocer o determinar el límite o la cantidad de cargos a contrata. Pero no obstante lo anterior, según se ha advertido con anterioridad, es posible disponer la prórroga de las contratas vigentes, a más tardar antes del 30 de noviembre de cada año, por lo que no corresponde aplicar el anterior planteamiento aludido en relación con el presupuesto, pues la normativa sólo ha impuesto como requisito para las prórrogas vigentes, ser dispuestas antes del 30 de noviembre de cada año, de lo contrario la norma sería inaplicable. Precisar qué elemento distingue una contrata de una prórroga de contrata, resulta entonces fundamental. Es lo expuesto por la doctrina de la jurisprudencia de la Contraloría General de la República quien expresamente ha señalado en diversos dictámenes que “distinto es el caso de persona que fuera contratada como administrativo por el periodo 1 de enero al 31 de diciembre de 2005, pues se trataría de una prórroga de la primitiva designación a contrata, al haber sido dispuesta en los mismos términos que la del año anterior. Conforme al artículo 2 de la ley 18883, las prórrogas de los empleos a contrata significan una renovación de dicha designación, por lo cual el 52 funcionario de que se trate, mantiene mediante dicho mecanismo, la plaza que servía en el respectivo organismo, así como su vínculo con este, por lo que aquella no puede considerarse como un ingreso al mismo, por lo que en la última situación expuesta, la circunstancia que se hubiese dispuesto con antelación a la aprobación del presupuesto, no afectó su validez”79. A mayor abundamiento, “conforme al artículo 65, inc. 3, de la ley 18695, el concejo no puede aumentar el presupuesto de gastos presentado por el alcalde, sino solo disminuirlo y modificar su distribución, excepto los gastos establecidos por ley o por convenios celebrados por el municipio, encontrándose dentro de estos últimos, precisamente, las contratas renovadas. Lo contrario produciría una incongruencia entre los incisos 3 y 4 del artículo 2 de la ley citada, pues el plazo para prorrogar las contratas vence los días 30 de noviembre de cada año, de modo tal que si para poder renovarlas fuera necesario contar con el presupuesto municipal aprobado, cuyo plazo para tal fin la ley fija hasta el 15 de diciembre de cada año, se haría, prácticamente, imposible disponer las prórrogas de las contrataciones con la anticipación legal que el legislador exige para ello”80. De aceptarse un criterio contrario “se introduciría un elemento que la ley no considera para su renovación y se produciría una incongruencia entre las normas de los incisos 3 y 4 del artículo 2 de ley 18883 y de la letra a) del artículo 82 de ley 18.695. Esto, pues de admitirse que se requiere que el presupuesto se halle aprobado antes de prorrogar la contratación, resultaría inaplicable el plazo que la ley establece para ello. Lo expuesto, ya que el mismo vence a mas tardar el 30 de noviembre de cada año, en tanto que el plazo máximo fijado para aprobar el presupuesto es hasta el 15 de diciembre de cada año”81. En consecuencia, el régimen estatutario señala perentoriamente que cada servicio consulta una dotación máxima, no sólo de los empleos de planta, sino que también respecto de los nombramientos a contrata 79 Aplica dictamen 48.876 de 2005, no alterado (énfasis agregado). Aplica dictamen 41.909 de 2005, no alterado (énfasis agregado). 81 Aplica dictamen 29.695 de 2005, no alterado. 80 53 El inciso 3 del artículo 10 de la ley 18.834 contempla la posibilidad de empleos a contrata por jornada parcial y en tal caso la correspondiente remuneración será proporcional a dicha jornada. Y para efectos de remunerar a tales servidores se les otorga un grado de equivalencia a un cargo de planta, los cuales no podrán exceder el tope máximo que se contempla para el personal de las plantas de Profesionales, de Técnicos, de Administrativos, y de Auxiliares en el respectivo órgano o servicio, según sea la función que se encomiende. Finalmente es dable mencionar que también es posible distinguir otro grupo, sometido a un régimen totalmente distinto atendida su naturaleza jurídica. Lo conforman las personas que desarrollan funciones públicas vía contratos a honorarios (artículo 11 EA). 3. Acerca del régimen estatutario del empleado público. 3.1. Características generales (Visión general). La fórmula estatutaria que emplea el derecho público para explicar el vínculo –y sus efectos- que une al funcionario o empleado público con el Estado y el conjunto de normas que explican cómo se adquiere la condición de persona al servicio de la Administración pública, configuran nuestro sistema de función pública, que abarca materia como derechos, deberes, responsabilidades, formas de cesación en el cargo, entre otras, según sea la naturaleza del vínculo que une al funcionario con el Estado y los principios que lo regulen. El régimen jurídico de la función pública chilena constituye una de las bases fundamentales del Estado, y no solamente de la Administración. El mencionado régimen jurídico se ha venido en denominar sistema estatutario, el cual viene a regular las situaciones administrativas del funcionario público desde que ingresa al servicio público. Tales situaciones se encuentran disciplinadas en el 54 denominado Estatuto Administrativo, constituido por el conjunto de normas establecidas legalmente por el Estado y en el que se regula toda la situación administrativa del funcionario o empleado público. De tal forma se establecen en este estatuto la normativa relativa al ingreso o reclutamiento y requisitos para ingresar a la función, los derechos que el funcionario pasa a tener en tal calidad, los deberes y prohibiciones que afectan al empleado, los que se imponen atendida la naturaleza de la función pública que se realiza, la importante materia de las responsabilidades administrativas, y el cese o expiración de funciones, entre otras que ya se han analizado en otro lugar, por lo que los funcionarios ingresan a un estatuto ya señalado por la ley para el cumplimiento de su función pública. Lo anterior no sucede en el campo del derecho laboral, en donde si bien la ley ha fijado un marco mínimo garantístico en que se encuentran empleadores y trabajadores, existe una posibilidad real de que los actores de esa relación se otorguen su propia normativa contractual. Sin embargo, atendido el nutrido panorama actual que ofrece nuestra Administración -lo que se explica de conformidad con lo dispuesto expresamente por la LOCBGAE82-, en la denominación de Estatuto Administrativo se deben necesariamente comprender a todos los ordenamientos parciales que existen para los diversos sectores funcionarios. De tal forma, la designación de Estatuto Administrativo tiene un evidente sentido institucional, comprensivo de todo un régimen jurídico que (explica) vincula al funcionario con el Estado. Corresponde a una concepción fundamental que se refiere a una ley reglamentaria de la CP83, de carácter genérico84. En tales circunstancias, no parece Inciso 2 del artículo 43: “Cuando las características de su ejercicio lo requieran, podrán existir estatutos de carácter especial para determinadas profesiones o actividades”. 83 Artículo 38 de la CP.: “Una ley orgánica constitucional determinará la organización básica de la Administración Pública garantizará la carrera funcionaria y los principios de carácter técnico y profesional en que deba fundarse, y asegurará tanto la igualdad de oportunidades de ingreso a ella como la capacitación y el perfeccionamiento de sus integrantes. 84 Artículo 15 de la ley 18.575, LOCBGAE: “El personal de la Administración del Estado se regirá por las normas estatutarias que establezca la ley, en la cual se regulará el ingreso, los deberes y derechos, la responsabilidad administrativa y la cesación de funciones” (cursivas propias). 82 55 controvertido que la noción estatuto administrativo tiene origen y fundamento constitucional85. Sin embargo, habiendo notado que en la actualidad hay varios estatutos o multiplicidad de regímenes aplicables para distintas clases de empleados, surge la interrogante de si tal asimetría se justifica en criterios racionales, la determina la naturaleza de las funciones propias de la Administración o si ello se traduce en una mayor eficiencia y eficacia de la gestión pública que fortalece la capacidad del Estado como agente del progreso y del bienestar general. Asimismo, cabe reflexionar acerca de la conveniencia de uniformar los regímenes jurídicos de los funcionarios del Estado. En efecto, revisado el cuadro que ofrece hoy la Administración pública, es posible cuestionar que lejos de innovar o perfeccionar los estatutos administrativos haciéndolos acordes con los procesos de modernización del Estado frente a fenómenos como la globalización, las nuevas tecnologías, las últimas tendencias de descentralización y fortalecimiento de los gobiernos locales, existe una predisposición a ampliar (mezclar) la normativa laboral a los ámbitos de la organización, experimentando –nos señala un Ministro de la Corte Suprema- “una suerte de retirada del régimen estatutario, a despecho de lo previsto en la Constitución Política y las normas básicas que complementan genuinamente sus disposiciones”86. De tal manera entonces, se visualiza cómo la normativa laboral se ha ido percolando hacia el derecho público, removiendo y cuestionando las bases que sustentan el vínculo que une al funcionario con el Estado, poniendo en duda acerca del régimen estatutario que es aplicable a los funcionarios. Se observa una especie de transversalidad de instituciones del derecho, que pueden ser criticadas de meras adecuaciones forzadas del ámbito público y privado o alabadas en el sentido de la unidad del derecho. Sin embargo, es cuestionable pues tales 85 La Carta de 1925, en su artículo 72 N°7, mencionaba expresamente la existencia del Estatuto Administrativo. 86 Marin, U., “Estatuto Administrativo: ¿Régimen en retirada en la Administración Pública Chilena?” en La Administración del Estado de Chile. Decenio 1990 – 2000, Editorial Jurídica Conosur, Santiago, 2000, p. 254. 56 circunstancias conspiran contra la probidad administrativa, elevada hoy a rango constitucional y nada menos que en las Bases de la Institucionalidad87, por lo que su valor interpretativo y criterio orientador se extiende a todo el ordenamiento jurídico. En efecto, si reparamos en el ingreso a la Administración de estos trabajadores servidores, constatamos delicadamente que no existe transparencia ni mecanismos abiertos (concursos) para sus nombramientos, lo puede interpretarse como una extensión de los funcionarios de exclusiva confianza. Por otro lado, la ausencia de la carrera funcionaria no les otorga estabilidad en sus empleos. No existen los principios de carácter técnico y profesional. En aras del interés general, la Carta de 1980 establece claramente en el inciso 1 del artículo 38, que quienes deciden trabajar para el Estado, -es decir, hacen del servicio su vocación- deben estar sujetos a la carrera funcionaria. Ésta debe fundarse en principios de carácter técnico y profesional y que haya igualdad de oportunidades para acceder a ella y que contemple mecanismos de capacitación y perfeccionamiento. Ello también se encuentra en el artículo 19 N°17 de la Constitución que garantiza a todas las personas “la admisión a todas las funciones y empleos públicos sin otros requisitos que los que impongan la Constitución y las leyes”. Lo anterior sin duda contribuye a que las personas que estén en esta carrera estén al servicio del interés general y no del gobierno de turno. Como es sabido, la Administración está al servicio de la persona. Un ejemplo normativo, puede ilustrar mejor lo anterior. De acuerdo con el inciso 2° del artículo 3 de la ley 18.883, Sobre Estatuto Administrativo de los Funcionarios Municipales, el personal que se desempeña en servicios traspasados – personal de los departamentos de salud y educación- desde organismos o entidades del sector público y que administre directamente una municipalidad se rige por el Código del 87 La ley de Reforma Constitucional N°20.050 de 26 de agosto de 2005, introdujo el inciso 8 a la Carta Fundamental, cuyo texto refundido coordinado y sistematizado fue fijado por D.S. N°100/2005 del MINSEGPRES de 22 de septiembre de 2005 y que señala: “El ejercicio de las funciones públicas obliga a sus titulares a dar estricto cumplimiento al principio de probidad en todas sus acciones” (énfasis agregado). 57 Trabajo. En consecuencia, dichos trabajadores –una gran cantidad por cierto- tienen la calidad de funcionarios públicos –cuestión que ya es delicada- a pesar de poseer un régimen jurídico distinto como es el Código mencionado y su legislación complementaria, cuyas disposiciones tienen para ellos el carácter de normas Estatutarias de Derecho Público. Aquí se aprecia la transversalidad o la importación de categorías del Derecho Privado, con el carácter de supletorio o integrador de la normativa de Derecho Administrativo, debiendo tener presente que la normativa laboral es especial frente a la también especial normativa administrativa. Cabe reflexionar que estos servidores ingresan a la función pública, en mérito de un contrato de trabajo y carecen de la protección que les brinda constitucionalmente el principio de la carrera funcionaria, establecido en el artículo 38, inciso 1, según se revisa más adelante. Sin embargo, la decisión del Derecho Administrativo de aplicar para tales servidores que laboran en los servicios traspasados el citado Código acarrea una serie de interrogantes y desajustes los cuales derivan de la propia función pública que realizan en esencia tales servidores-trabajadores y que podemos mencionar tentativamente a modo de hipótesis: la posibilidad de contratar personal -especialmente profesionales médicos- a honorarios88, la aplicación del fuero maternal89, la regulación de los permisos administrativos con goce de remuneraciones que no son contemplados por el Código del Trabajo90, la competencia de la Contraloría para pronunciarse sobre los reclamos por 88 Sobre el particular, el artículo 4 de la ley 18.883, contempla la posibilidad de contratar sobre la base de honorarios a las personas y según las modalidades que indica. En tal sentido, la ley 19.378 sobre Estatuto de Atención Primaria de Salud Municipal no contempla norma alguna sobre la contratación a honorarios, por lo que de acuerdo al propio inciso 1 del artículo 4 de la ley 19.378, correspondería en esta materia aplicar supletoriamente, el citado artículo 4 de la ley 18.883 y contratar sobre la base de honorarios, por ejemplo, a un cirujano dentista para un consultorio. Pero según el inciso 2 del artículo 3 el personal de los servicios traspasados se regirá por el Código del Trabajo. 89 Cabe anotar que el inciso segundo del artículo 89 del Estatuto Administrativo dispone que los funcionarios tendrán derecho a gozar de todas las prestaciones y beneficios que contemplen los sistemas de previsión y bienestar social en conformidad a la ley y de protección a la maternidad, de acuerdo a las disposiciones del Título II, del Libro II, del Código del Trabajo. No obstante, es posible constatar conflictos que son resueltos en sede administrativa. Ejemplo de lo anterior es dictamen 62.201 del 2006. 90 El artículo 4 de la ley 19.464, publicada en el Diario Oficial el 05 de agosto de 1996, que establece normas y concede aumento de remuneraciones para personal no docente de establecimientos que indica, señala que el personal no docente de los establecimientos educacionales administrados directamente por las municipalidades o por corporaciones privadas sin fines de lucro, creadas por éstas, no obstante regirse por el 58 despido injustificado, derecho de asociación funcionaria, traslados, entre otras materias, han sido objeto de controversias que en muchas ocasiones son resueltas en sede judicial91. Para mantener aquella adecuación, equilibrio o ficción jurídica, se ha utilizado la fórmula de que tales servidores se sujetarán a las normas del Código en los aspectos o materias no reguladas en sus respectivos estatutos, siempre que ellas no fueren contrarias a éstos últimos. En consecuencia, claramente el concepto institucional de la expresión Estatuto Administrativo abarca y se extiende progresivamente también el Código del Trabajo, utilizando de esta manera categorías del Derecho Privado92. Ahora bien, como hemos señalado uno de los principios que en el Derecho Administrativo informan el régimen estatutario de la función pública (junto a los principios de jerarquía, la participación, el principio retributivo y la probidad administrativa) se ha venido en denominar técnicamente como carrera funcionaria. Tal principio constituye una base esencial, pues ello se traduce en el correcto desempeño de la función pública. La consagración de este principio arranca nada menos que de la Carta fundamental en el artículo 38 inciso 1: “Una ley Orgánica Constitucional determinará la organización básica de la Administración Pública, garantizará la carrera funcionaria y los principios de carácter técnico y profesional en que deba fundarse, y asegurará tanto la igualdad de oportunidades de ingreso a ella como la capacitación y perfeccionamiento de sus integrantes” (énfasis agregado). De esta manera entonces, es materia reservada a una Ley Orgánica Constitucional, determinar la organización básica de la Administración Pública y garantizar la carrera funcionaria. Cumpliendo con el mandato constitucional, la ley 18.575 Código del Trabajo, estará afecta en cuanto a permisos y licencias médicas, a las normas establecidas en la ley 18.883. Asimismo, desde el punto de vista del derecho a la asociación funcionaria, el artículo 6 de la referida ley señala que no obstante que el personal no docente se rige por el Código del Trabajo, les serán aplicables a dichos servidores las normas de la ley 19.296. 91 Recientemente, ICA Talca “Ana María Guzmán Castillo con Pedro Luis Guajardo Fuentes, jefe del DAEM de Talca” (2007). RP. (acogido), Rol 609-2007. SCS. (revoca y rechaza), Rol 4.539-2007. 92 Aplica dictámenes N°s 32.673 de 1994, 19.856 de 1994, 15.115 de 1992. 59 LOCBGAE en el párrafo 2° de su Título II, ha regulado la carrera funcionaria en los artículos 43 a 53, en donde el artículo 43 señala que el Estatuto Administrativo regulará la carrera funcionaria, el cual debe considerar especialmente el ingreso, los deberes y derechos, la responsabilidad administrativa y la cesación de funciones de conformidad con las disposiciones que al efecto establece la misma ley. Establece, además, que los funcionarios están sometidos a un sistema de carrera regulado por el respectivo estatuto y que proteja la dignidad de la función pública y que guarde conformidad con su carácter técnico, profesional y jerarquizado93. Asimismo, señala que tales servidores gozarán de estabilidad en el empleo y sólo podrán cesar en él por renuncia voluntaria debidamente aceptada; por jubilación o por otra causa legal 94. Finalmente, en armonía con lo dispuesto por la Constitución, es deber del Estado velar permanentemente por la carrera funcionaria95. Por otra parte, la ley 18.695, orgánica constitucional de municipalidades, en el párrafo 6 del Título I, en los artículos 40 al 49 se refiere al personal municipal, estableciendo que el Estatuto Administrativo de los funcionarios municipales, regulará la carrera funcionaria96, el cual deberá considerar especialmente el ingreso, los deberes y derechos, gozando el personal municipal de estabilidad en el empleo97, debiendo la municipalidad velar permanentemente por la carrera funcionaria98. Por su parte el artículo 3, letra f), de la ley 18.834, Sobre Estatuto Administrativo, define la carrera funcionaria como el sistema integral de regulación del empleo público, aplicable al personal titular de planta, fundado en principios jerárquicos, profesiones y técnicos, que garantiza la igualdad de oportunidades para el ingreso, la dignidad de la función pública, la capacitación y el ascenso, la estabilidad en el empleo y 93 Artículo 45, incisos 1 y 2 de la LOCGGAE. Artículo 46, inciso 1 de la LOCGGAE. 95 Artículo 51 de la LOCBGAE. 96 Artículo 40, inciso 1 de la ley 18.695, LOCM. 97 Artículo 43, inciso 1 de la ley 18.695, LOCM. 98 Artículo 49 ley 18.695, LOCM. 94 60 la objetividad en las calificaciones en función del mérito y la antigüedad. La regulación de la carrera funcionaria se encuentra en el Título II, De la Carrera Funcionaria, artículos 17 a 60, de la ley citada, como asimismo en el Estatuto Administrativo de los Funcionarios municipales, ley 18.883, Título II, De la Carrera Funcionaria, artículos 15 a 57. En consecuencia, resulta claro que la función pública desarrollada por los funcionarios o empleados públicos, está dotada de una serie de garantías contenidas en el principio constitucional de la “carrera funcionaria” establecido en el artículo 38, inciso 1, de la Constitución, en la LOCGGAE y en el Estatuto Administrativo. En segundo término, la regulación de esta materia está dotada de la garantía de la reserva legal, es decir, propio, exclusivo y privativo de la ley. Ahora bien, la importancia de la carrera funcionaria ha sido refrendada a la luz de la interpretación establecida por el Tribunal Constitucional en fallo de 16 de julio de 1996, Rol N°23999, pues resuelve a partir del citado inciso 1, artículo 38 de la Carta, que la carrera funcionaria es un derecho fundamental de los funcionarios públicos y supone la estabilidad de la función o empleo. En efecto, en su considerando 8 señala: “Que, conforme al artículo 38, inciso primero, de la Constitución, es materia reservada a la ley orgánica Constitucional garantizar “la carrera funcionaria y los principios de carácter técnico y profesional en que deba fundarse, y asegurará tanto la igualdad de oportunidades de ingreso a ella como la capacitación y el perfeccionamiento de sus integrantes”. La denominada “carrera funcionaria”, que es un derecho fundamental de los funcionarios públicos, implica para que sea operativa, según lo dispone la propia carta fundamental, la estabilidad en la función o empleo; la promoción, es decir, la posibilidad de ir ascendiendo, grado a grado, en ese cursus honorium que es la carrera funcionaria, y que conlleva el derecho a que se respeten las reglas del ascenso; la calificación en el desempeño de sus cargos, que hace posible la promoción; y la capacitación y perfeccionamiento, que 99 Texto completo en http://tribunalconstitucional.cl/site/roles/rol_n239.html 61 permiten un mejor desempeño en la función, una mejor calificación funcionaria y la consecuencial posibilidad de promoción. Este cuádruple mecanismo –que la Constitución prevé de manera muy certera- configura la carrera funcionaria, materia que ha sido reservada a la regulación que de ella haga una ley orgánica constitucional” (énfasis agregado). Según el texto citado, la carrera funcionaria presenta las características de ser un sistema integral de regulación del empleo público, el cual se aplica sólo al personal de planta que se desempeñe como titular y que se extiende sólo hasta los cargos de jerarquía inmediatamente inferior a los de exclusiva confianza100, fundamentada en principios jerárquicos, profesionales y técnicos con la finalidad de garantizar la igualdad de oportunidades para el ingreso, la dignidad de la función pública, la capacitación, la estabilidad en el empleo y la objetividad de las calificaciones. En consecuencia, uno de los derechos y garantías que reviste especial importancia para empleado público tendientes a preservar la carrera funcionaria, o descendiendo a la práctica, destinados a resguardar su actividad laboral, es el derecho a la estabilidad en el empleo o denominado derecho a la función, el cual pasamos a revisar a continuación. 3.2. Derecho a la función. Como se ha esbozado con anterioridad, dentro de los derechos y garantías que se establecen para el funcionario que decide ingresar a la función pública y que es nombrado para ocupar un cargo público, es precisamente el denominado derecho a la función, derecho al cargo o el derecho a gozar de estabilidad en el empleo. Su establecimiento es de capital importancia pues tiende a preservar la carrera funcionaria, la 100 Artículo 6 de la ley 18.834. 62 que –recordemos- tiene origen y fundamento constitucional, desarrollada orgánicamente por mandato constitucional en los artículos 43 y siguientes de la ley 18.575 LOCBGAE, siendo la estabilidad en el empleo (artículo 46 LOCBGAE, artículo 89 ley 18.834, artículo 87 ley 18.883), un principio básico de esta concepción acerca del personal que labora en la Administración del Estado. De esta manera, comienza a tener relevancia lo que se ha delineado precedentemente en el sentido de que las normas estatutarias que regulan las relaciones de los funcionarios con la Administración del Estado se traducen en derechos y obligaciones correlativas, desde el instante en que se ha producido la asunción de funciones, pues “de ello depende la eficacia en el rodaje de esa maquinaria tan vasta y compleja que es la Administración, que es impulsada precisamente por la actividad funcionaria”101. Representa un verdadero seguro para el empleado en el sentido de que resguarda el desempeño de la función, y por ende el cargo o empleo, del riesgo de una remoción entregada a la mera discrecionalidad de la autoridad y a su vez –aunque no es propiamente el objeto de nuestra investigación- constituye un estímulo de atracción hacia el servicio público. Tal derecho tiene naturaleza estatutaria, toda vez que forma parte del catálogo de derechos, obligaciones y responsabilidades contenido en un estatuto jurídico fijado unilateralmente de modo general y con anterioridad por el ordenamiento, respecto del cual el funcionario que ha sido reclutado ha sido totalmente ajeno a su elaboración. Su establecimiento en el Estatuto Administrativo se encuentra en el artículo 89 ubicado en el Título IV, “De los derechos funcionarios” y en idénticos términos en el artículo 87 de la ley 18.884, sobre Estatuto Administrativo de los Funcionarios Municipales. Siguiendo a Silva Cimma, el derecho a la función comprende dos fases integradoras, las que advierte sólo pueden ser invocadas por el empleado que ha entrado a Daniel, M., “El derecho a la función y su protección jurídica”, en Revista de Derecho Público, N°s 37-38, 1985, p 271. 101 63 desempeñar el cargo en forma legal, lo que según veremos tiene importancia en materia de invalidación y sus límites: a) el derecho a permanecer en el empleo y b) el derecho a no ser cambiado de las funciones que se están desempeñando, a menos que una causal legal lo autorice. En lo referente al derecho a permanecer en el empleo su vigencia se encuentra condicionada a que no sobrevenga una causa legal de expiración de funciones, lo que se encuentra en consonancia con lo establecido en el artículo 46 de la LOCBGAE, citado. A su vez, en relación a el derecho a no ser cambiado de funciones, la doctrina y jurisprudencia primero, y hoy establecido en el Estatuto Administrativo en los artículos 73 a 78, han distinguido tres figuras jurídicas específicas, a saber, el simple cometido, la destinación y la comisión de servicios, las que constituyen en su conjunto deberes funcionarios. Concluyéndose que la comisión de servicios, es la única causal legal que debilita el derecho a la función en el sentido de que tal instituto faculta a la autoridad respectiva para ordenar al funcionario de su dependencia que cumpla una labor distinta o ajena de aquella que normalmente le corresponde desempeñar según su nombramiento, pero propias del organismo en que trabaja y para las cuales ese servidor posee conocimientos que lo habilitan para realizarlas en forma adecuada102. Ha sido la jurisprudencia administrativa en primer término, supliendo la ya prolongada ausencia de la Justicia Administrativa –la que se traducía, hasta hace poco en “inmunidades de poder”103- que someta la actividad de órganos dependientes a la fiscalización de órganos independientes, quien ha desarrollado este derecho estatutario, dictaminando que los funcionarios públicos se encuentran amparados por el derecho a ocupar el empleo, el que consiste en no poder ser alejados de sus cargos ni modificados sus grados, sino en virtud de alguna de las causales legales de expiración de funciones, las que contempla expresamente el artículo146 del EA104. 102 Silva, E., Derecho Administrativo chileno y comparado. La función pública, op. cit. en nota 61, p 163. Zúñiga, F., “Recurso de protección y contencioso administrativo”, en Revista de Derecho, Universidad de Concepción, N°202, 1997, p. 119. 104 Aplica dictámenes 62.267 de 1968. 20.132, de 1992 y 7.034, de 1996. 103 64 En armonía con lo anterior, la jurisprudencia de los Tribunales Superiores de Justicia ha señalado que “la estabilidad en el empleo es un principio consagrado en la CPR, en su artículo 38, inciso 1, que también se encuentra reconocido en la Ley Orgánica de Bases de la Administración del Estado, N°18.575, y expresado estatutariamente en el “derecho a la función”, y que puede definirse como el derecho a permanecer en el empleo a que se ha accedido legalmente mientras no medie una causal legal de expiración de funciones, de donde resulta que la garantía para el funcionario consiste en que la cesación de sus labores no queda entregada a la discrecionalidad de la Administración sino a lo que la ley determine, y en este sentido es un derecho comprendido entre los que garantiza el N°24 del artículo 19 de la Constitución” (Considerando 5)105. En el mismo sentido ha señalado que “la estabilidad en el empleo es un principio reconocido y desarrollado en el Título I de la Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado, en el párrafo 6º de la ley Orgánica Constitucional de Municipalidades, en especial –en cuanto- expresa que “el personal gozará de estabilidad en el empleo”, agregando que sólo podrá cesar en él por las razones que en –ella- se indican; en el artículo 5 letra e) de la ley 18.883 sobre Estatuto Administrativo para Funcionarios Municipales, que señala que uno de los principios en que se funda la carrera funcionaria es la estabilidad en el empleo, añadiendo el artículo 87 de la misma legislación que “todo funcionario tendrá derecho a gozar de estabilidad en el empleo...”. Todo lo anterior constituye lo que se ha venido en denominar el “derecho a la función”, que puede definirse como el derecho a permanecer en el empleo a que se ha accedido legalmente, mientras no medie una causal legal de expiración de funciones (...)”106. SCS “Hernández, Juan con Contralor Regional de Coyhaique” (1998). Recurso de Protección (acogido). Rol 2.429-98. 106 SCS “Jaramillo Contreras, Rodrigo con Alcalde de la Municipalidad de Lumaco” (2005). Recurso de Protección (acogido). Rol 5.909-05. En Gaceta Jurídica N°306. 2005. En el mismo sentido SCA Concepción. 105 65 De lo anterior se desprende que el empleado o funcionario público desde que legalmente entra a desempeñar su cargo, le asiste el derecho a permanecer en él, condicionado a que no concurra una causa legal de expiración de funciones. El derecho a la función consiste entonces en la certeza que se otorga para el funcionario o empleado público de ejercer el empleo o función de modo estable, hasta el punto de ser garantizado por acciones judiciales o administrativas en caso de remoción arbitraria. Dicho de otro modo, se percibe (por el funcionario) como la permanencia, la duración en el empleo o cargo público de quien ha accedido a él por los procedimientos legales, desempeñándolo conforme a los principios que regulan su ejercicio, y según las funciones propias del cargo para el cual ha sido nombrado, condicionado a que no ocurra o sobrevenga una causa legal que la extinga. Derecho que ha sido consagrado precisa y expresamente en nuestro ordenamiento bajo la denominación de “derecho a la función”. En consecuencia, el derecho a la función constituye una de las manifestaciones concretas de la carrera funcionaria, tendientes a hacerla operativa -la cual sólo se aplica a los funcionarios de planta- lo que resulta sin más del mandato que el constituyente da al legislador orgánico constitucional consistente en garantizar una carrera que respete la estabilidad en el empleo, el derecho al ascenso y la igualdad de oportunidades de ingreso a ella. Tal principio de la carrera funcionaria ha sido reconocido por el Tribunal Constitucional (sentencia Rol 248 de 1996 y en sentencia Rol 239 de 1996) definiéndolo con el carácter de “derecho fundamental de los funcionarios públicos” de acuerdo a lo dispuesto por la Constitución en el artículo 38 inciso 1. Lo anterior no viene sino a confirmar el propósito perseguido de otorgarle protección. “Muñoz Arraigada, Ruth con Director del Servicio de Salud Concepción” (2003). Recurso de Protección (acogido). Rol 697-03, confirmada por la Corte Suprema, Rol 3.107-03, en Gaceta Jurídica, N°278, 2003. 66 3.3. Construcción de la propiedad sobre el cargo público. Luego de haber introducido una visión general acerca del régimen estatutario que regula el empleo público, corresponde adentrarnos a dilucidar cómo se ha ido construyendo la idea de propiedad sobre el cargo público, sobre la función, sobre el derecho a gozar de la estabilidad en el empleo, y su amparo a través del recurso de protección. Como se ha venido anunciando anteriormente, luego de revisar el estado actual del recurso de protección, se ha convertido en una práctica común en la doctrina y jurisprudencia chilena el cosificar los derechos, esto es, entenderlos como objeto o cosas de ser susceptibles de ser incorporadas al patrimonio y en consecuencia, de ser cauteladas a través de la garantía del derecho de propiedad. Sin embargo, el ejercicio de la propietarización de los derechos se ha desarrollado con intensidad a partir de la Carta de 1980, ya que el constituyente decidió incorporar expresamente como derecho fundamental, la propiedad sobre toda clase de bienes incorporales, contemplada expresamente sólo a nivel legal. Como es sabido, el derecho de propiedad en sus diversas especies está amparado por el recurso de protección. La acción cautelar sólo garantiza los derechos fundamentales que taxativamente indica. No obstante, la práctica forense a estimado conveniente extenderlo a otras garantías, y para ello ha recurrido a la tesis de la propietarización de los derechos, con fundamento, como hemos adelantado anteriormente, en la propia Constitución y en las disposiciones analizadas del Código Civil. Tal fenómeno, ha sido objeto de duras críticas. En consecuencia, se ha ido construyendo la propiedad sobre el cargo público a partir de un concepto amplio de la propiedad sobre bienes incorporales, pues la Carta Fundamental asegura a todas las personas el derecho de propiedad “en sus diversas especies”, sin mencionar a ninguno que pueda ser excluido. Como se ha venido sugiriendo, 67 el ejercicio de este derecho es frecuentísimo y las especies de propiedad pueden ser muy variadas. Es un derecho amplio, “cualquiera que sea su significación patrimonial o la forma de propiedad, sea ésta última individual, familiar, comunitaria, etc”107. No sólo se restringe al dominio clásico, como derecho real, sino que hoy –en el estado de la modernidad- sin duda que el dominio de las cosas incorporales adquiere mayor presencia e importancia que su homólogo, justificado en tal virtud su protección. De esta manera, a partir de la constitucionalización del dominio, de la propia evolución de este derecho, se ha ido construyendo (abriendo) la protección constitucional de la función pública, del funcionario público que sufre el agravio causado por un acto u omisión antijurídico de la Administración, la que –como sabemos- debe someter su acción a la Constitución y a las demás normas dictadas conforme a ella y al servicio de la persona, con pleno respeto a los derechos y garantías que la propia Constitución reconoce y establece. Esto como idea central. En tales circunstancias, se infiere que todo funcionario de carrera desde la asunción de sus funciones desarrolla un vínculo jurídico que le genera derechos y garantías –junto con sus deberes- desarrolladas por el legislador en armonía con el mandato constitucional establecido en el artículo 38 inciso 1º, en especial el derecho a la función, esto es, a la estabilidad en el cargo, a poder desempeñarlo mientras no concurra una causa legal de expiración de funciones debidamente comprobada en un debido procedimiento. En tal virtud los funcionarios estiman que es un bien incorporal, dado que constituyen derechos personales que emanan del cargo o de la función, reconocidos estatutariamente, los cuales ingresan a su patrimonio y que la Constitución le reconoce, en el artículo 19 N°24 y ampara a través del Recurso de Protección. 107 CENC. Informe con Proposiciones e Ideas Precisas, en Cea, J. L., Derecho Constitucional Chileno. Derechos deberes y garantías. Tomo II, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003, p. 546. 68 En consecuencia, lo que vulgarmente y con frecuencia suele denominarse como “propiedad en el empleo”, o “propiedad del cargo”108, debe necesariamente ser entendido jurídicamente como la propiedad sobre los derechos reconocidos estatutariamente al funcionario público, como el derecho a la función, o a la estabilidad en el cargo, los cuales constituyen bienes incorporales amparados constitucionalmente. Para Soto Kloss, el recurso de protección se erigió muy pronto de su creación en un remedio procesal privilegiado para proteger los derechos de los funcionarios. Y ello al reconocer que poseen un derecho de propiedad sobre esos bienes incorporales que son sus derechos funcionarios, sobre todo en lo que se llama “derecho a la función”/ “estabilidad en el cargo”. Este derecho está reconocido –como hemos señaladoen la Constitución, en el artículo 38 al hablar de “carrera funcionaria”, en la ley 18.575 LOCBGAE, artículo 46 y en la ley 18.834 Estatuto Administrativo, artículo 89 y en la ley 18.883, sobre Estatuto Administrativo de los Funcionarios Municipales, artículo 87109. Asimismo, se debe agregar que el tenor literal de lo dispuesto en distintas disposiciones del Estatuto Administrativo general alude a la propiedad en el empleo o a ocupar en propiedad un cargo (artículos 4,inciso 2, 82 inciso 2 y 3, 93 y 95 de la ley 18.834). Por lo que a partir de tales disposiciones parece reforzarse la idea de propiedad y su amparo vía acción cautelar. Silva Cimma al interpretar el sentido del citado artículo 4 inc.1 del EA, señala que “servir un cargo en propiedad significa desempeñarlo indefinidamente, pero dicha inamovilidad no es absoluta, pues sólo se traduce en el derecho a la función, es decir, en el derecho del empleado a continuar en el cargo que legalmente ha entrado a ocupar, a menos que medie una causal legal de expiración de funciones, y no en un derecho de propiedad sobre el cargo mismo”. Arriba a tal interpretación apoyándose en el Dictamen Descuidadamente en algunos fallos: “Gutiérrez con Municipalidad de Quellón”. Considerando 9, en Gaceta Jurídica, N° 207, 1997. “Tarico con Municipalidad de Las Condes”, considerando 19, en Gaceta Jurídica, N°203, 1997. 109 Soto Kloss, E., “La protección de los derechos de las personas, logros y penurias (Veinticinco años de jurisprudencia 1977-2002)”, en Ius Publicum, N°10, 2003, p. 80. 108 69 N°9.343 de 1970, entre otros110. Es decir, según Silva Cimma, servir un cargo en propiedad, otorga inamovilidad, permanencia, “estabilidad en el empleo”, pero ella no es absoluta, pues sólo se traduciría en el derecho a la función. Es decir, el bien incorporal protegido constitucionalmente, lo constituye el derecho estatutario establecido en favor del funcionario o empleado público. En efecto, Aldunate Lizana al observar una evolución a la protección de la propiedad en el empleo o derecho a la función, sostiene que en una primera etapa, la doctrina jurisprudencial se apoya en el tenor literal de las disposiciones que aluden a la propiedad en el empleo111, para finalmente señalar que la jurisprudencia que se ha ido asentando establece la doctrina de que el bien incorporal amparado por la garantía del derecho a la propiedad sería el derecho estatutariamente establecido en favor del funcionario, dentro del cual se incluye el derecho incorporal de estabilidad en el empleo112. La jurisprudencia es abundante y buena parte de ella ha sido sistemática en otorgar protección a los derechos y garantías del funcionario público contenidos en la carrera funcionaria, verificada vía protección y en especial en lo relativo al derecho de propiedad, conformando una verdadera doctrina sobre el derecho a la función. En efecto, “por lo que se refiere al derecho de propiedad, es preciso tener presente, que la estabilidad en el empleo es un principio consagrado en la Constitución (especialmente en el artículo 38, inciso 1º ), reconocido en la Ley Orgánica de Bases de la Administración del Estado, N°18.575, y expresado estatutariamente en el “derecho a la función”, que puede definirse como el derecho a permanecer en el empleo a que se ha accedido legalmente, mientras no medie una causal legal de expiración de funciones; de modo que la garantía para el 110 Silva, E. op. cit. en nota 61, p. 148. SCA de Santiago de 29 de mayo de 1990, rol 160-90, en Gaceta Jurídica N°119. 1990. p. 42. SCA de Temuco de 4 de noviembre de 1992,rol 732-92, confirmada por la Corte Suprema el 23 de noviembre de 1992, rol 20.057, en Gaceta Jurídica N°149. 1992. p. 26. Citados en Aldunate, E., Fuentes, J., “El concepto de derecho de propiedad en la jurisprudencia constitucional chilena y la teoría de las garantías de instituto”, en Revista de Derecho, Universidad Católica de Valparaíso, Vol. XVIII, 1997. p. 200. 112 SCS. de 21 de marzo de 1996, rol 33.433, en Gaceta Jurídica N°189, 1996, p. 29, citada en Aldunate, E., Fuentes, J., Id., p. 201. 111 70 funcionario consiste en que la cesación de sus funciones no queda entregada a la discrecionalidad de la Administración, sino a la determinación de la ley, y en este sentido es un derecho incorporal que la ley otorga (en este caso el Estatuto Administrativo, ley 18.834, supletoriamente aplicable a los funcionarios regidos por la ley N°15.076), comprendido entre los que garantiza el N°24 del artículo 19 de la Constitución; pero la propiedad no recae sobre el cargo o empleo, sino sobre el derecho a permanecer en él en tanto no se produzca una causa legal para la cesación de funciones, y no deriva sólo de un contrato extinguible por acuerdo de las partes, sino que se contiene en un status funcionario de naturaleza legal al que se incorpora el interesado por un acto unilateral, status en el que están predeterminados los derechos, obligaciones, responsabilidades y causales de cesación de funciones”113. En este orden de ideas, se mantiene cierta doctrina jurisprudencial que sigue la misma línea en lo relativo al derecho a la función. En efecto, (...) “como se ha dicho por esta Corte, debe entenderse que la propiedad tiene relación con la función y no con el cargo mismo (...), la estabilidad en el empleo es un principio reconocido y desarrollado en el Título I de la ley 18.575, Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado; en el párrafo 6 de la ley N°18.695, Orgánica Constitucional de Municipalidades, en especial en su artículo 43 en cuanto expresa que “el personal gozará de estabilidad en el empleo” (...) en el artículo 5 letra e) de la ley 18.883 sobre Estatuto Administrativo para Funcionarios Municipales, que señala que uno de los principios en que se funda la carrera funcionaria es la estabilidad en el empleo, añadiendo el artículo 87 de la misma legislación que “todo funcionario tendrá derecho a gozar de estabilidad en el empleo...”. Todo lo anterior constituye o que se ha venido en denominar el “derecho a la función”. Que la garantía para el funcionario, en consecuencia, consiste, precisamente, en que el cese de sus labores no quede entregado a la discrecionalidad de la 113 SCS. de 21 de marzo de 1996, rol 33.433. 71 Administración, sino a la determinación de la ley, y en este sentido es un derecho incorporal reconocido por el ordenamiento jurídico y protegido por el citado artículo 20 de la Carta Magna”114. Recientemente, en “Villagrán Merino, María, con Alcalde de san Carlos”, la I. Corte de Apelaciones de Chillán, en fallo de 16 de mayo de 2007, Rol N°442007, establece en su considerando 11 : “(que) de todo lo expuesto anteriormente se desprende que la resolución Nº 394 de 21 de marzo de 2007 que dispone el traslado de la recurrente a la Escuela F-304 de Pueblo Seco es ilegal por cuanto se han infringido las normas legales antes transcritas, lo que causa privación, perturbación o amenaza en el legitimo ejercicio de los derechos o garantías constitucionales de la recurrente amparadas por la norma del artículo 19 Nº 24 de la Constitución Política de la República al garantizar el derecho de propiedad en sus diversas especies, sobre toda clase de bienes corporales o incorporales, cualidad esta última que reviste la propiedad de desempeñar un cargo o función de acuerdo con las disposiciones legales pertinentes, por lo cual necesariamente se debe acoger el recurso”. Como se ha señalado, la jurisprudencia es abundante115. Sin embargo, a pesar de lo anterior, llama la atención jurisprudencia en sentido contrario, y que se ha venido desarrollando en forma paralela, inspirada en una tesis restrictiva del concepto de bienes incorporales116. En efecto, se ha señalado que “en lo relativo a la garantía consagrada en el N°24 del artículo 19 de la Carta Política, no es posible concebir su privación, perturbación o amenaza tratándose de deberes y derechos 114 SCS. de 05 de diciembre de 2005, rol 5.909-05, en Gaceta Jurídica N°306, 2005, p. 64. “Guzmán Wemyss, María con Contraloría General de la República e I. Municipalidad de Lo Prado”(2005). RP.(Acogido). En Gaceta Jurídica N°303. 2005.p. 74. “Ramírez Fuentes, Patricia con Municipalidad de Huechuraba”(2005). RP. (Acogido). En RDJ, t. I. 2005. p. 460. “Veaz Cruz con Alcalde de Municipalidad de Sierra Gorda” (2005). RP. (Acogido). SCS. Rol 932-05. “González Carrasco, Alfredo con Prefecto de Carabineros Prefectura Cachapoal N°11” (2004) RP. (Acogido) SCS, rol 2.855-04, en Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales, T. CI, N°2. 2004. 2.5. p. 110. “Gonzalez Ramos, Raúl con Contralor Regional del Bío-Bío” (2003). RP. (Acogido) SCA de Concepción, rol 2.273-03. Confirmada por SCS, rol 4.469-03. En Revista de Derecho y Jurisprudencia y Gaceta de los Tribunales, t. C. N°2, 2003, 2.5, p. 142. 116 Editorial, en Gaceta Jurídica N°258, 2001, p. 5. 115 72 que atan a los servidores públicos con los organismos del Estado. La función pública proviene de una relación jurídica de naturaleza estatutaria y, en consecuencia, el cargo a través del cual se desempeña participa de tal carácter y constituye una clase de representación del Estado que no es posible incluir en el campo del derecho privado en el que el derecho de propiedad se inserta y respecto del cual se establece la respectiva garantía constitucional. Que con ocasión de tal relación estatutaria surjan para el funcionario derechos de carácter patrimonial como el de percibir e incorporar a él sus sueldos devengados, no significa que éstos, como retribución de la función pública desempeñada, como asimismo esta última puedan ser considerados objeto del derecho de propiedad común, puesto que nacen, modifican o se extinguen de acuerdo con lo que el estatuto jurídico de derecho público los rige determine”117. Con idéntica tesis, se encuentra el fallo en cuya virtud ha señalado que en cuanto se habría infringido el derecho de propiedad de la recurrente, “ello no es tal, porque la relación funcionaria es una relación de derecho público reglada por normas estatutarias que las rigen, donde no se puede hablar de inamovilidad permanente del cargo. Por el contrario, el derecho de propiedad se refiere a las relaciones de derecho privado y no público”118. Al respecto, de acuerdo a lo expuesto hasta ahora, convenimos en que la estabilidad en el cargo no otorga ni significa inamovilidad, pero sí el derecho a permanecer en él mientras no medie una causa legal de expiración de funciones. Asimismo, “la designación de un cargo remunerado en calidad de titular no confiere un derecho de propiedad sobre él, ni puede enmarcarse dentro de la concepción patrimonial que involucra el dominio. El nombramiento de un funcionario público en calidad de titular, sólo otorga al nombrado el derecho de ejercer la función en tanto no “Olguín Gonzalez y otro con I. Municipalidad de La Estrella” (2004) Considerando 9. RP. (Rechazado). Rol 22.258. Confirmada por SCS. Rol 5.399, en Gaceta Jurídica N°294. 2004. p. 72. 118 “Fuenzalida Muñoz, Andrea con I. Municipalidad de Curicó” (2004). RP. (rechazado). SCA de Talca, rol 65.300-04. Confirmada SCS, rol 1.824-04, en Gaceta Jurídica N°287, 2004, p.46. 117 73 exista la causal legal de expiración de ella y a demandar el pago de la correspondiente remuneración”119. Recientemente, con fecha 20 de septiembre de 2007, en recurso de protección, rol 4.009-2006, la Corte Suprema ha señalado que: “como puede advertirse de los antecedentes del recurso, falta uno de los requisitos que precedentemente se indicó como básico para el planteamiento y acogimiento de una acción cautelar como la de autos, esto es, la existencia de un derecho que pueda ser vulnerado con la actuación de la recurrida. En efecto, el derecho que invoca el recurrente respecto del cargo que desempeñaba en la Municipalidad de Cauquenes no reviste el carácter de ser, según su significado legal, un derecho de propiedad de aquellos que recaen sobre ciertas clase de bienes incorporales y del cual pueda ser privado para reclamar de protección, como quiera que no podría verse afectado su ejercicio respecto de ningún atributo o potestad de los que son esenciales al dominio, como lo establece el precepto del N°24 del artículo 19 de nuestro Estatuto Fundamental, dado que no tiene en sí las facultades que son inherentes y que singularizan a la propiedad, ni menos ser objeto de un acto jurídico que le reporte algún beneficio para disponer del mismo con alguna utilidad que tenga significado jurídico. Al decir el artículo 583 del Código Civil que sobre las cosas incorporales hay también una especie de propiedad no quiere significar que sea un derecho distinto al derecho de dominio (que se llama también de propiedad) y que define el artículo 582 del Código Civil, sino que es el mismo derecho de propiedad o dominio, pero que por la naturaleza de las cosas sobre las cuales recae tiene una forma diversa, cuyo es el alcance que tiene la expresión “especie de derecho de propiedad” y cuyo sentido guarda estrecha relación con el pasaje del inciso 1° del N°24 del artículo 19 de la Constitución Política de la República” (considerando 4). “Acuña Zambrano, Salvador con Alcalde de la I. Municipalidad de Chillán Viejo” (2003). RP. (Rechazado). SCA. Chillán, rol 2.760-2003. Confirmada por SCS, rol 708-03, en Gaceta Jurídica N°273, 2003, p. 33. 119 74 Es posible apreciar que la doctrina jurisprudencial recopilada precedentemente se basa en el concepto civil de dominio entregado por el Código Civil en el artículo 582: derecho real para gozar y disponer de una cosa corporal, no siendo contra la ley o contra derecho ajeno. Al respecto Corral –reconociendo que el asunto es altamente controvertible- nos dice que los preceptos siguientes (artículos 583 y 584) extienden el concepto contenido en el primero y no conceptualizan la propiedad sobre cosas incorporales o intelectuales. En tales circunstancias, la expresión “especie de propiedad”, que mencionan los preceptos siguientes, debiera ser comprendida no en un sentido semántico más restringido (como subespecie de un género mayor), sino como una proximidad en razón de semejanza o analogía. En suma, el artículo 583, al disponer que sobre las cosas incorporales hay una especie de propiedad, nos está diciendo que hay una “suerte” de propiedad sobre ellas, una propiedad parecida, semejante, análoga, aunque no idéntica a la propiedad sobre las cosas corporales, que es la propiedad prototípica. De acuerdo a lo anterior, no resulta coherente decir que la especie de propiedad sobre las cosas incorporales, sea el mismo derecho de propiedad o dominio definido en el artículo 582. La opinión vertida por don Alejandro Silva Bascuñán en el seno de la Comisión de Estudio de la Nueva Constitución expresa que la norma referida tendría un alcance más amplio que el de la simple protección de derechos reales y personales, puesto que “cuando se trata del derecho de propiedad, hay tendencia como se recordaba en la reunión pasada, a paralogizarse con el estatuto del derecho real sobre inmuebles. Entonces, como se está en ese espíritu, surge una serie de complicaciones que no existen cuando se concibe el derecho de propiedad como comprensivo de todo beneficio de carácter patrimonial, ya sea el derecho real de dominio sobre cosas muebles o inmuebles, sobre derechos reales y personales, sobre cosas corporales e incorporales y sobre cualquier tipo de beneficios patrimoniales”120. 120 Sesión 155, de 2 de octubre de 1975, Actas Oficiales de la Comisión Constituyente, p. 7. 75 Soto Kloss, refiriéndose a asuntos de funcionarios públicos que ven desconocido su derecho a la función señala que “pretender aplicar a los derechos fundamentales la dicotomía civilista referida a las cosas incorporales, derechos reales o personales, es desconocer las bases más elementales del derecho constitucional, y de los derechos naturales de las personas; estos derechos no son reales ni personales, son la emanación de la propia naturaleza humana y por el hecho de ser humano. Al aplicarse el criterio civilista reductor y aplicable a lo patrimonial (que es lo que regula en ese aspecto dicho código), el único efecto que se obtiene es desconocer los derechos naturales y no pocas veces dejarlas en la indefensión; esto es, se incurre en una flagrante denegación de justicia”121. Daniel Argandoña, argumentó hace ya un tiempo que el derecho a la función es un bien incorporal de carácter patrimonial. “La permanencia en la función y su ejercicio constituyen precisamente el origen o la fuente de la retribución económica y las más de las veces el único medio de vida de su titular, y de ello derivan, además, los demás derechos funcionarios, gran parte de los cuales son de carácter económico o pecuniario”122. Es perfectamente cuantificable en cantidades monetarias el beneficio, el perjuicio o, más en general, el costo que para el titular del derecho tiene, o representa el bien incorporal del bien del que se le pretenda privar. Es indudable que no está otorgado por la ley para que entre en el comercio, sino para cumplir otros valores porque es de justicia amparar en su empleo a quien se ha incorporado legalmente a la carrera funcionaria y se desempeña dignamente, procurándose de este modo su medio de subsistencia, por ello es un derecho que se incorpora a su patrimonio mientras dure su condición de tal. El derecho de propiedad hay que entenderlo de acuerdo con su respetivo estatuto jurídico que regule sus diferentes especies123. Soto Kloss, E. “El recurso de protección, institución esencial de una sociedad libre”, en 20 años de la Constitución de Chile: 1981-2001, Editorial Jurídica Conosur, Santiago, 2001, p. 433. 122 Daniel, M., op. cit. en nota 82, p. 292. 123 Ibid. 121 76 Como es posible apreciar, existe línea jurisprudencial –celebrada por cierto sector doctrinal- que viene a erosionar la asentada –para algunos- jurisprudencia en materia de recursos de protección interpuestos por funcionarios, al considerar esta doctrina jurisprudencial que no habría “especie de propiedad” sobre el derecho a la función. En efecto, se niega el carácter patrimonial, dado que no tienen en sí contenido pecuniario, no son transferibles ni transmisibles, dada la naturaleza misma de la función pública, pues los cargos y empleos públicos están sometidos a un régimen de derecho público estatutario que es determinado por el Estado. Con tales argumentaciones, claramente se pone atajo a la “propietarización de derechos”. En consecuencia, en materia de protección a la función pública se puede ver reflejada la existencia del acusado problema general cual es el de determinar el contenido y alcance de la protección constitucional en materia de propiedad, pues existe doctrina que resiste la amplitud de la propiedad. En esta contingencia, no es de extrañar que sobre el tema exista una doctrina jurisprudencial no del todo uniforme e incluso –en algunos casos, según se observa– manifiestamente contradictoria, por lo que no es posible hablar de precedente. 4. Tipos de afectación. 4.1. Privación en el cargo. Las formas en cómo se pueden ver afectados los derechos del funcionario, con relación a la estabilidad en el cargo pueden ser variadas. Recordemos que lo que se ha venido en denominar vulgarmente como propiedad en el cargo, además de grandilocuente, no es correcta, pues la especie de propiedad protegida constitucionalmente no recae en el cargo en sí, si no en los derechos emanados de la relación estatutaria, como es en este caso el derecho a la función, al desempeño del cargo o empleo público, derecho 77 que permite hacer operativa la carrera funcionaria y que al decir del Tribunal Constitucional es un derecho fundamental de los funcionarios públicos124. En tales circunstancias, los tipos de afectación del cargo público son variados y de distinta naturaleza. En primer término, dada su cantidad y frecuencia, cabe señalar que son numerosos los ingresos de recursos de protección solicitando amparo frente a la aplicación de medidas disciplinarias de destitución125. De igual manera, se ha recurrido de protección en contra de decreto alcaldicio que dispone la destinación de docente de aula a otro establecimiento educacional, sin su consentimiento e infringiendo las normas legales que lo hacen procedente, vulnerando la propiedad sobre la función126. Asimismo, es frecuente recurrir en contra de actos administrativos en que constatando ilegalidad de la actuación administrativa, es la propia Administración que haciendo uso de sus potestades, decide invalidar los nombramientos de funcionarios públicos por ascensos127 mal efectuados o en atención a que los concursos públicos128 de antecedentes en los que participaron y resultaron vencedores adolecían de vicios sustantivos o de forma. 124 STC. Rol N°239, de 1996, sentencia rol 248, de 1996, sentencia de prevención rol N° 276, de 1998, en Fallos del Tribunal Constitucional pronunciados entre el 18 de marzo de 1996 y el 20 de octubre de 1998, Editado por El Tribunal Constitucional, Santiago, 1999, pp. 42, 112, 296. 125 ICA. Temuco. “Jaramillo Contreras, Rodrigo con Alcalde de la I. Municipalidad de Lumaco” (2005). RP. (Acogido). Rol 1.497-05. Confirmada SCS. Rol 5.909-05, en Gaceta Jurídica N° 306, 2005, p. 64. ICA. Santiago. “Ramírez Fuentes, Patricia con Municipalidad de Huechuraba” (2005) RP. (Acogido). Rol 8.8982005. Confirmada SCS. Rol N°1.834-2005, en RDJ. T. 2005. 2.5. ICA. Santiago. “Contreras Bravo, Rolando, con Alcalde de la I. Municipalidad de Estación Central” (2004). RP. (Acogido). Rol 8.548-2003, en Gaceta Jurídica N°288, 2004, p. 71. ICA. Rancagua. “Olguín González, Patricia y otro con Alcalde de la I. Municipalidad de La Estrella” (2004). RP. (Rechazado). Rol 22.258-2004.Confirmada SCS. Rol 5.3992004, en Gaceta Jurídica N°294, 2004, p. 72. 126 Recientemente, ICA. Chillán. “Villagrán Merino, María, con Alcalde de san Carlos”. RP. (acogido). Rol 44-2007. 127 ICA. de San Miguel. “Bahamondez Águila, Paulo con Alcalde la I. Municipalidad de Melipilla” de 23 de marzo de 2004. Recurso de protección (acogido). Rol 333-2003. Confirmada SCS., en Gaceta Jurídica N°285, 2003. 128 ICA. Santiago. “Guzmán Wemyss, María con Contraloría General de la República e I. Municipalidad de Lo Prado”. RP. (Acogido). Rol. 4.345-2005, en Gaceta Jurídica N°303, 2005, p.74. SCS. “Alarcón Avilés y otros con Municipalidad de Paillaco” (2001) RP. (Revoca ICA. Valdivia y acoge) Rol. 2.032-01 en RDJ. T. XCVIII. N°3. 2001. 2.5. p. 189. Comentario de la Jurisprudencia de Millar S, J., en Revista de Derecho, Universidad Austral de Chile, Vol. 12, N°2, 2001, p. 141. ICA. Temuco. “Delgado Castro con Alcalde de la I. Municipalidad de Castro” (2001) RP. (Acogido). Rol 152-2001. Confirmada SCS. Rol 1.969-2001, en RDJ. T. XCVIII, N°3, 2001, 2.5, p. 190. 78 Por otra parte, en materia de cesación o expiración de funciones se dispone declarar la vacancia del cargo por la causal de salud incompatible con su desempeño, fundándola en el uso de licencia médica por un lapso continuo o discontinuo superior a seis meses en los últimos dos años, sin mediar declaración de salud irrecuperable, de conformidad a lo dispuesto en el artículo 151 del EA., en relación a lo dispuesto en los artículos 150 letra a) y 146 letra c) del mismo cuerpo legal129. En menor medida se ha recurrido en contra de la aplicación de la medida disciplinaria de suspensión del empleo130, la designación de un funcionario en comisión de servicios para el desempeño de funciones ajenas al cargo en otros servicio público, significando el desempeño de funciones de inferior jerarquía a las del cargo que desempeña, lo que contraviene lo dispuesto en el artículo 72 de la ley 18.883131. También se ha recurrido en contra de actos administrativos que cumpliendo fallos judiciales disponen la suspensión del cargo público la cual viene establecida como pena accesoria132. Asimismo, se ha recurrido en contra de actos administrativos que declaran la supresión de los cargos públicos de los recurrentes, lo que ha significado – según lo manifiestan- la privación de su derecho de propiedad sobre la función133. ICA. Talca. “Fuenzalida Muñoz, Andrea con I.Municipalida de Curicó” (2004) RP. (Rechazado). Rol 65.300-2004. Confirmada SCS. rol 1.824-04, en Gaceta Jurídica, N°287, 2004, p. 46. ICA. Concepción. “Muñoz Arraigada, Ruth con Servicio de Salud Concepción”(2003). RP. (Acogido). Rol 697-03. Confirmada por SCS. Rol 3.107-03, en Gaceta Jurídica N°278, 2003, p. 72 130 SCS. “Ulloa Vargas, Héctor con I. Municipalidad de San Clemente” (2006). RP. (Confirma con declaración). Rol 2.993-06. Se rechaza la acción cautelar por extemporánea. Sin embargo, la sentencia de la ICA de Talca, rol 259-2006 en su considerando 3 (eliminado) señala que sin perjuicio del rechazo del recurso por invocar la garantía del debido proceso, la cual no está protegida por el RP, “al recurrente le asiste el ejercicio del derecho de reclamación ante la Contraloría General de la República, si estima que se han producido vicios de legalidad que afecten los derechos que le confiere el Estatuto Administrativo, de acuerdo a lo prevenido en el artículo 154 de dicho cuerpo jurídico”. 131 ICA. San Miguel “Orellana Ferrada con Alcalde de La Cisterna” (2001). RP. (Acogido). Rol 172-01. Confirmada SCS. Rol 2.958-2001 en RDJ. T. CVIII, N°3, 2001, 2.5, p. 189. 132 ICA. Valdivia. “Cornuy Manns, Laura y otro con Alcalde de la I. Municipalidad de San José de la Mariquina”. RP. (rechazado). Rol 280-2006. Confirmada SCS. Rol. 2.948-2006, en Gaceta Jurídica Nº 310, 2006, p. 51. 133 ICA. Santiago. “Parra Miranda, Viviana y otros, con Contralor General de la República”. RP (rechazado). Rol 2.767-2006. Confirmada SCS. Rol 5.027-2007. 129 79 4.2. Perturbaciones o amenazas en el cargo público. El agravio que sufre el funcionario afectado también puede provenir de actos u omisiones que ocasionen perturbaciones o amenazas a la estabilidad en el empleo, o al desempeño de la función, estimado en una concepción amplia como bien incorporal amparado por la garantía del derecho de propiedad. En “Rodríguez Aguilar con Contralor Regional de Aysén”134, se recurre de protección en contra de ese organismo de control el que con ocasión del trámite de registro135 ha efectuado un examen de legalidad del decreto alcaldicio que dispuso su nombramiento como Secretario Comunal de Palnificación y Coordinación, dictaminando la existencia de vicios de legalidad en su nombramiento, exigiendo al Sr. Alcalde de la I. Municipalidad de Coyhaique la inmediata corrección y regularización del aludido decreto en cuestión, imponiéndolo un plazo de 10 días para que la autoridad edilicia informe las medidas adoptadas al respecto, lo que evidentemente se traduce en invalidar (déjese sin efecto) en sede administrativa su referido nombramiento por infracción a legalidad. En tales condiciones estima el recurrente que el acto de la Contraloría además de ser arbitrario es ilegal y constituye una perturbación o amenaza a la estabilidad en su empleo (que valga señalar, desempeña hace dos años) garantizada constitucionalmente en el artículo 19N°24, por lo que pide se acoja su recurso y se declare que el dictamen referido es arbitrario e ilegal y que perturba o amenaza la garantía constitucional del derecho de propiedad a la estabilidad en el empleo. 134 SCA de Coyhaique de 09 de abril de 1999, rol 3-99. RP. confirmada por la Corte Suprema con fecha 17 de mayo de 1999, rol 1.210-99, en Gaceta Jurídica N°227.1999. p. 35. 135 Artículo 53 de la ley 18.695: “Las resoluciones que dicten las municipalidades estarán exentas del trámite de toma de razón, pero deberán registrarse en la Contraloría General de la República cuando afecten a funcionarios municipales. Para tal objeto, la Contraloría deberá llevar un registro del personal municipal en la forma y condiciones en que lo hace para el resto del sector público, debiendo las municipalidades remitir los antecedentes que aquélla solicite” (énfasis agregado). 80 En este caso el agravio que sufre el funcionario está constituido por la perturbación y amenaza cierta de verse privado del desempeño de su función o empleo por acto de autoridad al efectuar el registro de su nombramiento con observaciones y emitir un dictamen en ese sentido. Cierta por la sencilla razón de que el municipio deberá acatar el dictamen referido, atendida su obligatoriedad, invalidando al efecto y por la circunstancia de que el municipio no solicitó su reconsideración. Por otra parte, resulta interesante mencionar que se trata de actos administrativos enteramente perfeccionados en su procedimiento, habiendo cursado previamente los controles136 internos propios del municipio, y que ha producido efectos jurídicos respecto de su destinatario desde hace dos años. Es decir, por espacio de dos años el beneficiario del acto, ha tenido la confianza en el actuar legítimo de la administración, y además, amparado en la presunción de legalidad de que gozan los actos administrativos137. Vía trámite del registro, la entidad contralora exige la invalidación de ese acto de nombramiento. Cabe preguntarse si tal registro otorga potestad en tal sentido al organismo contralor. Al efecto, respecto de tales materias el considerando quinto señala que “registrar un decreto de nombramiento significa que deben anotarse por la Contraloría en determinados libros o registros tales actos, con el objeto de dejar constancia de ellos y llevar una hoja de vida de cada funcionario, pero al realizar tal registro carece de atribuciones jurídicas para entrar al estudio de su constitucionalidad o legalidad, materia propia de la toma de razón, trámite éste del cual están expresamente exentos por ley los decretos alcaldicios”. Por su parte el considerando sexto señala que “resulta inadmisible Artículo 29 letra c) de la ley 18.695: “A la unidad encargada de control le corresponderán las siguientes funciones: c) Representar al alcalde los actos municipales que estime ilegales, informando de ello al concejo, para cuyo objeto tendrá acceso a toda la información disponible” (énfasis agregado). 137 Artículo 3, inciso 8 de la ley 19.880: “Los actos administrativos gozan de presunción de legalidad, de imperio y de exigibilidad frente a sus destinatarios, desde su entrada en vigencia, autorizando su ejecución de oficio por la autoridad administrativa, salvo que mediare una orden de suspensión dispuesta por la autoridad administrativa dentro del procedimiento impugnatorio o por el juez, conociendo por la vía jurisdiccional” (énfasis agregado). 136 81 que después de dos años de permanencia en el cargo el Contralor respectivo efectúe en nuevo examen de legalidad del decreto alcaldicio correspondiente pretendiendo ahora dejar sin efecto éste desde el momento que señala en el dictamen de que se trata que el alcalde deberá de inmediato corregir y regularizar la situación cuestionada e informar dentro del plazo de diez días, a contar de la recepción del oficio, de las medidas adoptadas al respecto, desconociéndose además con ello lo establecido en diversa jurisprudencia que ha estimado que los actos administrativos que reconocen determinados derechos a beneficiarios y que éstos han adquirido de buena fe, poseen el carácter de irrevocables, inconmovibles y no es permitido a la Administración modificarlos, revocarlos o dejarlos sin efecto a pretexto de haber existido posibles errores y omisiones al dictarlos y sólo pueden ser invalidados mediante un procedimiento jurisdiccional encaminado a obtener dicha declaración”. Por su parte el considerando séptimo señala que “aparece indudable que el dictamen de Contraloría Regional N°243-99, en la forma que se dictó, órdenes perentorias que contiene, plazo fatal otorgado y conminación a corregir y regularizar la situación planteada, constituye una perturbación o amenaza a la garantía constitucional establecida en el N°24 del artículo 19 de la Constitución Política, puesto que tales órdenes significan revocar o dejar sin efecto el decreto alcaldicio que nombró al recurrente en el cargo que actualmente sirve desde hace más de dos años, amenaza que indudablemente es concreta, precisa y determinada, actual y cierta y que obviamente no puede significar otra cosa que vulnerar el derecho de propiedad a la estabilidad en el empleo de que goza Rodríguez Aguilar desde el momento que le fuera notificado el decreto de su nombramiento. Cabe señalar también que como lo ha expresado la jurisprudencia y la propia ley la estabilidad en el empleo se encuentra consagrada en la Constitución Política de la República y en la Ley Orgánica de Bases de la Administración del Estado, traducido en el que se denomina derecho a la función (...) quedando por ello dicho derecho 82 comprendido entre los que garantiza el N°24 del artículo 19 de nuestra Constitución Política, razón por la cual el recurso de protección deducido debe ser acogido”. En el mismo sentido ya en el año 1994 la Corte de Apelaciones de Concepción (confirmada) señaló que “si Contraloría ha señalado a la Municipalidad que hubo vicios en el Concurso, y que por lo mismo se deben dejar sin efecto las designaciones y proceder a llamar a un nuevo concurso, y como consecuencia de ello se niega a registrar los decretos, no puede merecer dudas que cualquiera sea la significación jurídica que tenga el trámite de registro, hay una actuación del organismo contralor que perturba o a lo menos amenaza el derecho de propiedad sobre sus cargos que cada uno de los recurrentes adquirió cuando fueron nombrados”138. Es decir, la amenaza estaba constituida por certidumbre de que la autoridad alcaldicia -a instancia de contraloría- debía invalidar los nombramientos. De lo expuesto precedentemente se extraen importantes materias como el registro a que están afectos las resoluciones que dicten las municipalidades cuando afecten a funcionarios municipales, el derecho de propiedad sobre la estabilidad en el empleo, contenido del derecho a la función y la importante materia relativa a la autotutela invalidatoria de la Administración y sus límites, desarrollado más adelante, pero adelantamos que en estos pronunciamientos se acogen los conceptos de situaciones jurídicas consolidadas y la protección de la buena fe de los terceros como límites a la referida potestad. No obstante, en este apartado se ha puesto énfasis en que tal acto administrativo antijurídico produce el agravio de perturbar o amenazar el derecho funcionario de la estabilidad en el empleo. SCA. Concepción. “Pacheco Rojas y otros con Contraloría Regional del Bío-Bío”(1995). RP.(Acogido). Rol N°259-95. Confirmada por SCS., rol 24.551-95, en Revista Fallos del Mes, N° 437, 1995, p. 271. 138 83 CAPÍTULO III. LOS EFECTOS DE LA PROTECCIÓN CONSTITUCIONAL. 1. La propiedad en el empleo público frente a las medidas disciplinarias. El régimen estatutario a que está sujeto el funcionario público no sólo establece un conjunto de derechos funcionarios –de los cuales el más importante es el derecho a la función, según ha quedado establecido- tendientes a hacer operativa la carrera funcionaria. También se encarga de establecer un conjunto de deberes y obligaciones que el funcionario debe cumplir, atendida la naturaleza de la función pública que realiza139. Recíprocamente, la Administración puede exigir éstos y está en la obligación de respetar aquellos. Hay entonces bilateralidad en el contenido de esta relación jurídica140. Las sanciones administrativas que son aplicadas en ejercicio de la potestad disciplinaria de que está dotada la Administración, como reacción al principio de responsabilidad141 a que está sujetos los funcionarios y que violan cuando incurren en infracciones administrativas, están regulados por principios y normas positivas que le son aplicables. Con ocasión del desempeño de sus funciones, los funcionarios o empleados públicos pueden incurrir en contravenciones o infracciones administrativas, generándose para éste responsabilidad administrativa cada vez que la infracción es sancionada con la aplicación de alguna medida disciplinaria de las establecidas en el respectivo estatuto142. En este orden de ideas, la infracción administrativa se erige en requisito sine qua non para la imposición de una sanción administrativa. Artículo 15 de la LOCBGAE: “El personal de la Administración del Estado se regirá por las normas estatutarias que establezca la ley, en las cuales se regulará el ingreso, los deberes y derechos, la responsabilidad administrativa y la cesación de funciones” (las cursivas son propias). 140 Daniel, M., op. cit. en nota 82, p. 289. 141 Artículo 18, inciso 1° de la LOCBGAE: “El personal de la Administración está sujeto a responsabilidad administrativa, sin perjuicio de la responsabilidad civil y penal que pueda afectarle”. 142 Artículo 114, inciso 2 ° ley 18.834: “Los funcionarios incurrirán en responsabilidad administrativa cuando la infracción a sus deberes y obligaciones fuere susceptible de la aplicación de una medida disciplinaria, la 139 84 Como es sabido, la herramienta de que dispone el Derecho Administrativo para establecer y comprobar la responsabilidad, es el proceso disciplinario denominado investigación sumaria y sumario administrativo, según sea la gravedad de la(s) infracción(es) que se investigan. Tal mecanismo ha sido interpretado jurisprudencialmente a la luz de las disposiciones constitucionales que regulan un debido proceso o proceso con todas las garantías y su vigencia en relación con las potestades resolutivas que posee la Administración, y el principio de juridicidad143. Dentro de lo que se ha denominado como teoría de las infracciones administrativas, la materia referente a las sanciones administrativas reviste capital importancia desde un doble punto de vista. En primer término, la responsabilidad es una de las bases fundamentales de un régimen democrático de Estado de Derecho. Materia que no obstante su importancia, desborda el cauce de la materia que nos ocupa. En segundo lugar, reviste importancia desde el punto de vista de las garantías funcionarias presentes en la aplicación de sanciones administrativas. En efecto, no se debe olvidar que las potestades jurídicas de que están investidos los Órganos Administrativos deben sumisión integral a derecho, en donde la propia Carta Fundamental ha establecido un sistema orgánico de control jurídico que verifique esa sumisión a derecho, fundamental para un Estado que se pretenda de derecho. El funcionario muy en especial y en definitiva la comunidad nacional, deben percibir como justa o legítima la aplicación de tales sanciones administrativas. Ahora bien, en sede judicial, según se indicó anteriormente, el recurso de protección se erigió desde un comienzo como un instrumento eficaz para los funcionarios – que deberá ser acreditada mediante investigación sumaria o sumario administrativo”. En idénticos términos el inciso 2° del artículo 119 de la ley 18.883. 143 ICA. Chillán, “María Inés Villagrán Merino con Alcalde de San Carlos Jorge Hidalgo Oñate”, RP.(acogido), rol 44-2007. 85 dada sus características de sumariedad y relativo bajo costo- en la protección de las garantías de los funcionarios públicos frente a la aplicación de medidas disciplinarias – principalmente la drástica destitución- arbitrarias o ilegales, establecidas en un seudo proceso disciplinario. La garantía fundamental que se estima vulnerada con la dictación del acto administrativo que aplica la medida disciplinaria en forma arbitraria o ilegal es la especie de propiedad (incorporal) sobre el cargo, sobre la función o la estabilidad en el empleo. En menor medida, se estiman vulneradas la igualdad ante la ley, igualdad ante la justicia en lo relativo a la prohibición d comisiones especiales y debido proceso, y libertad de trabajo (artículos 19 N°s 2, 3 ,16, CP). Y es precisamente en estas materias de cotidiana frecuencia donde la propiedad incorporal que ampara la Carta Fundamental ha tenido -parafraseando a un autor- su “emblemático” desarrollo, vía recurso de protección, generando una abundante jurisprudencia a propósito de determinar el concepto de bien incorporal, y las críticas e inquietud que hoy vierte la doctrina que se resiste a su inusitada extensión, haciendo crecer evidentemente los ingresos por protección transformando en los hechos a esta acción en un equivalente jurisdiccional, vulgarizándose su uso, convirtiéndose –precisamente en esta materia de sanciones administrativas- en una vía ordinaria de control administrativo. Todas estas críticas de la doctrina revisten importancia, por cuanto es posible apreciar que son recogidas por cierta jurisprudencia. Sin embargo, en la realidad –a la cual el derecho necesariamente debe adaptarse- los funcionarios públicos se enfrentan a serios problemas de acceso a la justicia frente a la aplicación de medidas disciplinarias arbitrarias o ilegales, toda vez que no encuentran en nuestro ordenamiento jurídico un procedimiento judicial especial de reclamo que les ampare y someta a la Administración a un control jurídico. Control que como sabemos, ha sido reacia a aceptar, donde en reiteradas ocasiones ella misma juzga su 86 actuar, extendiendo de este modo el concepto de jurisdicción144. Cabe preguntarse entonces por qué la prolongada ausencia de la Justicia Administrativa, inexistente orgánicamente. En tal virtud, frente a la ausencia de jurisdicción especializada en esta materia se ha utilizado indefectiblemente esta acción cautelar, -sobre todo en contra de municipalidades, a raíz de las sanciones disciplinarias- que entre otras virtudes, es posible intentar con éxito una orden de no innovar. Entonces, ¿qué otra acción o ante qué jurisdicción debe recurrir el funcionario para revertir (anular y reparar) los actos de la Administración e ir en búsqueda de justicia administrativa? Indudablemente que la acción “natural” para hacer frente a las arbitrariedades o (e) ilegalidades que infringen el principio de juridicidad a que están sujeto los órganos de la Administración del Estado es la nulidad de derecho público, ante el Poder Judicial. Pero, lamentablemente, no goza de las atractivas virtudes de la acción cautelar. Su tramitación se realiza a través de un procedimiento ordinario (lento) y trae aparejada una serie de indefiniciones que aún no han sido resueltas definitivamente como la posibilidad de entablar -mientras se ventila la conformidad a derecho de la actuación administrativa- una medida cautelar de suspensión del acto administrativo que aplica la sanción administrativa o la controvertida imprescriptibilidad de la acción. Es decir, llegamos nuevamente a la inexistencia un contencioso de aplicación general. Por otro lado, su extensa tramitación hacen presumir que pueden debilitar las fuerzas o energía del funcionario que se ha visto expulsado de la Administración o lo lleva al conformismo o resignación -que otorga visos de legalidad- frente a la aplicación de medidas menos drásticas. Los defectos anotados pudiesen ser paliados, si en conjunto con la acción de nulidad se entabla una indemnización de perjuicios, es decir, exigir la responsabilidad administrativa. Bordalí, A., “La Administración pública ante los tribunales de justicia chilenos”, en Revista Chilena de Derecho, Vol. 33 N°1, 2006, p. 17. 144 87 En razón de la materia del presente trabajo no se aborda el control jurídico no jurisdiccional que ejerce constitucionalmente la Contraloría General de la República a través de la toma de razón o del trámite de registro (aunque éste último es discutido). Asimismo, no se desarrolla la instancia de control (provocado) establecida en el artículo 154 del Estatuto Administrativo y 156 del Estatuto de los Funcionarios Municipales, los que establecen un recurso especial de reclamación para los funcionarios públicos cuando se hubieren producidos vicios de legalidad que afectaren los derechos funcionarios que establecen sus estatutos. Valga señalar que su uso es frecuente por los funcionarios, cada vez más asistidos por abogados ante la aplicación de medidas disciplinarias, en especial frente a la destitución, con el objeto de revertir la medida sea por vicios de fondo o de forma. Y con mayor razón hoy, atendido el estado de indefiniciones de la doctrina y jurisprudencia respecto del contenido y alcance de la protección constitucional y por ende la posibilidad de intentar con éxito el recurso de protección, no obstante los precedentes señalados. En consecuencia, Contraloría –formando parte de la Administración del Estado- se ha convertido en una especie de sucedáneo de la Justicia Administrativa, realizando una importante labor de control en sede administrativa. La potestad disciplinaria de los órganos de la Administración, en conformidad a las normas regulatorias del Derecho Administrativo, que reglan las relaciones de los servicios de la Administración del Estado, encuentra sus fuentes normativas en las disposiciones de la ley 18.834, Sobre Estatuto Administrativo y en la ley 18.883, Sobre Estatuto Administrativo de los Funcionarios Municipales. Su aplicación prima por sobre las normas generales que regulan la Administración del Estado y por sobre las disposiciones contenidas en la ley 19.880, la cual por expresa disposición de su artículo 2, es aplicada con el carácter de supletoria. No obstante, como es una de ley de bases, esto es, regula principios y criterios generales -especialmente del procedimiento administrativo- 88 su aplicación se mantiene latente, sobre todo en materia de fundamentación, razonabilidad o proporcionalidad de las decisiones administrativas. Pasamos a revisar a continuación, la medida disciplinaria más grave que contempla el ordenamiento administrativo como es la destitución y que implica la privación directa de derechos y el cese o expiración de funciones. 1.1. Destitución. La medida disciplinaria de destitución encuentra su fuente normativa en el artículo 121 letra d) de la ley 18.834 sobre Estatuto Administrativo, ubicado dentro de su Título V, “De la Responsabilidad Administrativa”, al disponer que los funcionarios podrán ser objeto de tal sanción. Asimismo, la destitución constituye una de las causales de expiración de funciones del personal de la Administración, en virtud de lo dispuesto en el artículo 146 letra d) del Estatuto, en relación con los artículos 15 y 43 de la ley 18.575, LOCBGAE. Complementaria a la normativa citada, el artículo 12 letra e) del Estatuto Administrativo establece como uno de los requisitos para ingresar a la función pública “no haber cesado en un cargo público (...) por medida disciplinaria –destitución-, salvo que hayan transcurrido más de cinco años desde la expiración de funciones”. El concepto de destitución enunciado en el artículo 121 del EA, al igual que el resto de las medidas disciplinarias, se encuentra definido en el inciso 1 del artículo 125 del EA como “la decisión de la autoridad facultada para hacer el nombramiento de poner término a los servicios de un funcionario”. Sin embargo, tal decisión no es discrecional, sino reglada toda vez que, a continuación el inciso 2 señala los casos en que procede: “La medida disciplinaria de destitución procederá solo cuando los hechos constitutivos de la infracción vulneren 89 gravemente el principio de la probidad administrativa, y en los siguientes casos: a) Ausentarse de la institución por más de tres días consecutivos, sin causa justificada; b) Infringir las disposiciones de las letras i), j), y k) del artículo 78 de este Estatuto; c) Condena por crimen o simple delito, y d) En los demás casos contemplados en este Estatuto o leyes especiales” (énfasis agregado). Una de las problemáticas asociadas a esta medida disciplinaria hasta antes de la dictación de la ley 19.653 estaba asociada al carácter taxativo de las medidas disciplinarias o si era posible que la superioridad jerárquica la aplique a otros casos distintos a los contemplados, siendo la enumeración meramente ejemplar. Esta última alternativa nos trasladaba al difícil campo de la potestad discrecional de la Administración y la arbitrariedad –prohibida por la Constitución- de la medida impuesta por el uso no racional, no motivado o desproporcional de la medida. Lo anterior se pone en evidencia al dificultarse el examen de legalidad de la discrecionalidad teniendo presente lo dispuesto por el artículo 21 B de la ley 10.336145, el cual impide a la Contraloría “evaluar los aspectos de mérito o de conveniencia de las decisiones políticas o administrativas” (énfasis agregado). El cuadro que ofrece el Estatuto Administrativo es un conjunto de derechos y obligaciones, sin describir para cada una de estas últimas una sanción específica para el funcionario que las infrinja. La excepción según la tesis elaborada en sede administrativa venía dada por las conductas descritas en el hoy artículo 125, todas graves y que en consecuencia debían ser sancionadas con la destitución “siempre”, a pesar de existir atenuantes. Es por ello que, aplicando especialmente el principio de probidad administrativa a aquellos funcionarios que la contravenían, dictaminaba en favor de aplicar la medida de destitución, en una interpretación que pudiese ser denominada como proAdministración. 145 Artículo incorporado por la ley 19.817 de 26 de julio de 2002. 90 La dificultad estribaba en que antes de la ley 19.653, cualquier circunstancia pudiese ser comprendida como vulneración de la probidad, debido a la alta carga valórica del principio (intachable, honesto, leal). En tal virtud, se infringían las garantías constitucionales establecidas en el artículo 19 N°3 inciso 7 y 8, que exigen la legalidad y tipicidad de las infracciones (ley previa, ley cierta), en relación con el principio de seguridad jurídica (artículo 19 N°26 CP.). Hoy el legislador de la ley 19.653, no se limitó a reconocer lo existente sino que precisó y amplió el concepto, en el sentido de describir en ocho números las conductas que contravienen especialmente la probidad administrativa, entre otras materias, apuntando claramente a la eficiencia y eficacia en el desempeño de los cargos (difícilmente hoy un funcionario podrá ser ineficiente, sin afectar la probidad). Lamentablemente, en estas líneas no se analizan las importantes disposiciones referidas y que sin duda impactan favorablemente en la función pública. La jurisprudencia judicial que venía asentada se pronunció en sentido contrario a la línea seguida por la tesis administrativa. No obstante, cierta jurisprudencia de la Corte Suprema había sostenido la tesis de que “la enumeración contenida en el artículo 123 de la ley 18.834 tiene el carácter de meramente ejemplar, pues si bien la medida disciplinaria de destitución procede “siempre” en los casos que en tal norma se señalan, nada impide que la misma sanción pueda aplicarse en otras situaciones como se expresa en la letra d) de la disposición señalada”146. Con la modificación introducida por los artículos 5 y 6 de la ley 19.653, de 14 de diciembre de 1999 “Sobre probidad administrativa aplicable a los órganos de la Administración del Estado”, se reemplazó el inciso 2 de los artículos 119 del EA y 123 del Estatuto Administrativo de los Funcionarios Municipales, mejorando evidentemente su redacción y poniendo fin a la discusión interpretativa esbozada precedentemente al SCA. Santiago “Ormazábal Muñoz, Gabriela con Alcalde de Pudahuel”, considerando 1°. Rol 861-97, en Gaceta Jurídica, N°204, 1997, p. 66. 146 91 restringir la amplia interpretación administrativa que aceptaba como causal de destitución cualquier hecho grave que a juicio de la autoridad administrativa debiese sancionarse con la medida de destitución, con los peligros que con ello significaba para los funcionarios el (mal) uso de las facultades discrecionales en la decisión final, tanto para provocar artificial e irracionalmente la destitución, como para encubrir con subterfugios a personas deshonestas disponiendo absoluciones indiscriminadas que no se compadecen con el mérito de los antecedentes sumariales. Como es sabido, esta modificación tuvo su origen en la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado. Se observa cómo la comisión decidió dar a las causales que se enumeran en el artículo 125 el carácter de taxativas, para lo cual reemplazó la voz “siempre” por “sólo”. Con ello se elimina todo grado de discrecionalidad en la aplicación de la medida disciplinaria de destitución, la que sólo procederá cuando haya causal legal expresa, con lo que se superarán los problemas interpretativos a que se ha hecho mención, pues la autoridad administrativa estará impedida de aplicar la destitución por hechos que aquella, por sí, califique de gravedad. Asimismo se dejó establecido como necesario “que la medida disciplinaria de destitución será procedente cuando los hechos constitutivos de la infracción vulneren gravemente el principio de probidad administrativa. De esta manera, se describe la conducta sancionada, que admite diversas modalidades de ejecución, haciéndose la exigencia de que la vulneración del bien jurídico protegido sea grave”147. Resulta evidente que a la luz del principio constitucional de la carrera funcionaria, la cesación de los servicios de los funcionarios debe estar revestida de las máximas garantías, impidiendo el ejercicio abusivo por parte de las autoridades administrativas, por lo que las modificaciones aludidas vienen a perfeccionar el régimen de 147 Segundo Informe de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado, Boletín N°1.510-07, en Pantoja, R., Estatuto Administrativo Interpretado, Editorial Jurídica de Chile, séptima edición actualizada, tomo II, Santiago, 2007, p. 937. 92 sanciones administrativas, y a eliminar toda interpretación anterior en el sentido de una pretendida potestad discrecional148. En consecuencia, ganan en protección los derechos funcionarios. Ahora bien, sin duda que lo anterior también deberá tener efectos con relación a una disminución de ingresos por recursos de protección a la función pública y las medidas disciplinarias, toda vez que la potestad disciplinaria de la autoridad respectiva no puede llevarla a aplicar sanciones distintas a las contempladas en la ley, sin que tampoco exista disposición alguna de la que se desprenda un carácter discrecional a tal facultad, lo que podrá ser mejor controlado en sede administrativa, vía recurso administrativo establecido en el citado artículo 154 del EA. 1.2. Otras medidas. El artículo 123, inciso 2 del Estatuto Administrativo consagra el principio de la proporcionalidad entre la falta y la sanción al señalar que “las medidas disciplinarias se aplicarán tomando en cuenta la gravedad de la falta cometida y las circunstancias atenuantes o agravantes que arroje el mérito de los antecedentes”. Tal principio rige sólo para el resto de las medidas disciplinarias de menor gravedad que establece el inciso 1 del mismo artículo: censura, multa y suspensión del empleo desde treinta días a tres meses. No rige su aplicación respecto de las faltas administrativas que sólo pueden ser castigadas con una sanción específica, fijada por ley. Según hemos visto, ello acontece con la medida disciplinaria de destitución, pues la ley ordena aplicarla por infracción grave a la probidad administrativa, en los casos específicos de las letras a), b), c) y en los demás casos contemplados en el Estatuto o leyes especiales. Dentro de los demás casos contemplados en el EA. puede citarse el artículo 72 inciso final Aguerrea, P. “La sanción disciplinaria de destitución y sus problemas actuales”, en Revista Chilena de Derecho, número especial, 1998, p. 26. 148 93 el cual establece “que los atrasos y ausencias reiterados, sin causa justificada, serán sancionados con destitución, previa investigación sumaria” (énfasis agregado). Respecto de esta causal, es dable manifestar que será la autoridad respectiva quien deba ponderar que los atrasos y ausencias reiteradas no tienen una causa que los avale o justifique, y en su mérito aplicar una medida distinta o absolver de responsabilidad al funcionario según la naturaleza y entidad de la causa que justifique los retrasos. Como puede apreciarse, la ley condiciona la medida de destitución a que no exista una causa la justifique, la que puede admitir distintos grados de justificación y en consecuencia, distinta será la sanción. En tal sentido la autoridad deberá observar la legalidad de su acto y motivar su decisión, pues la resolución que ponga fin al procedimiento decidirá las cuestiones planteadas por los interesados, la que será fundada (artículo 41 de la ley 19.880), lo que no es sino una manifestación de un debido proceso, o en sede administrativa, el derecho a la defensa, recogido como el principio de contradictoriedad al cual está sujeto el procedimiento administrativo, establecido en el artículo 10 de la LBPA. En el mismo orden de ideas, el artículo 64 de la ley 18.575 LOCBGAE. ordena expresamente aplicar la medida disciplinaria de destitución al funcionario que incumpla la obligación de comunicar a su superior jerárquico el hecho de encontrarse afecto a alguna de las inhabilidades establecidas en el artículo 54 de la ley Nº 18.575, presentando coetáneamente la renuncia a su cargo, pero sin la posibilidad de admitir la ponderación de eventuales circunstancias que pudieren atenuar su responsabilidad administrativa y determinar la aplicación de una sanción menor. En consecuencia, respecto de las otras medidas disciplinarias distintas a la destitución, la autoridad administrativa deberá aplicarlas tomando en cuenta la gravedad de la falta y las circunstancias atenuantes que arroje el mérito del proceso disciplinario. La discrecionalidad de la autoridad se encuentra sujeta al principio de la proporcionalidad como garantía. Debe existir correspondencia entre la infracción o falta administrativa 94 (precisa, circunstanciada, acreditada) y la sanción impuesta con el fin de que la autoridad tome medidas innecesarias y excesivas. Lo anterior supone criterios de graduación de las sanciones expresamente previstas según hemos señalado, los cuales pueden ser basados en relación con la intencionalidad, reiteración, reincidencia, etc. Según hemos dejado establecido, en general las faltas o infracciones a los deberes funcionarios no tienen asignada directamente una sanción de las enumeradas taxativamente en el artículo 125 del EA., a excepción de las faltas que tienen asignada la destitución. Es por ello que en esta materia tiene especial relevancia que el castigo o sanción disciplinaria aplicada por la autoridad observe el principio de proporcionalidad. 2. La propiedad y la invalidación. 2.1. La potestad invalidatoria en la Administración del Estado. Desde una perspectiva de respuesta del derecho positivo, la potestad invalidatoria que tiene la Administración del Estado encuentra hoy una nueva realidad – acorde con un proceso de modernización del Estado, e inserta dentro de las últimas leyes iberoamericanas de procedimiento administrativo149-, toda vez que ha sido expresamente reconocida a la luz de los nuevos principios y mecanismos revisores establecidos con la publicación (29 de mayo de 2003) de la ley 19.880, que “establece bases de los procedimientos administrativos que rigen los actos de los órganos de la Administración del Estado”150. Claramente, en esta materia existe un antes y un después. En efecto, con la aclaración del legislador relativa a la referida potestad, atrás han quedado todas las 149 Anterior a la Chilena, figura la ley boliviana N°2.341, ley de procedimiento administrativo, de abril de 2002. 150 Aún reconociendo aspectos destacables, Eduardo Soto Kloss hace una dura crítica de ella en un trabajo que lleva este expresivo título, “La ley 19.880, sobre procedimientos administrativos, ¿aleluya o miserere?”, en Ley 19.880 sobre procedimientos administrativos. Conferencias, Universidad Santo Tomás, Santiago, 2003, pp. 75 y ss. 95 discusiones doctrinarias y el tratamiento que ha entregado la jurisprudencia – administrativa y judicial- tendientes a demostrar la presunta existencia o inexistencia de tal potestad invalidatoria de la Administración y la acusada carencia de una ley de procedimientos administrativos que norme por vía legislativa el punto, cumpliendo de esta manera con lo signado en el actual artículo 63 N°18 de la Carta Fundamental. Hasta antes, la materia estaba asentada en los principios y nociones que entregaba la jurisprudencia de la Contraloría General de la República, la cual en definitiva se pronunciaba -ya desde algunos años- favorablemente frente a tal facultad/deber, pues constituye una manifestación del principio de supremacía constitucional, en cuanto la actuación de los órganos del Estado han de someterse a la Constitución y las leyes. Así, la idea del deber jurídico de la Administración de retirar los actos administrativos que hubiera dictado en contravención a la Constitución y a las leyes, aparece desarrollada con fuerza a partir de la jurisprudencia emanada del ente Contralor151. Asimismo, doctrinariamente la potestad de invalidar se habría ido asentado a propósito de las Primeras Jornadas Chileno-Uruguayas de Derecho celebradas en 1958, en Montevideo. A fin de unificar el lenguaje doctrinario y terminar con la anarquía terminológica sobre el particular, en una especie de pacto se establece que la acción de retirar por mano de la propia Administración sus actos administrativos antijurídicos, se denominará como invalidación. Distinguiéndola así de otras figuras como la revocación152 o la caducidad153. Tal doctrina de la invalidación ha sido reiterada contemporáneamente por algunos autores154. 151 Dictámenes 8.099 de 1973, 31.164 de 1992, 7.744 de 2000, 16.657 de 2000, 44.236 de 2005. Aparece hoy regulada en el artículo 61 de la LBPA. Aunque pudiere haber sido definida por el legislador, de lo dispuesto en el artículo 53 de la referida ley que dispone la invalidación de los “actos contrarios a derecho”, la revocación procede cuando la Administración por razones de mérito oportunidad o conveniencia, decide revocar (retirar) un acto administrativo, pero condicionada (claramente hay límites) a los tres casos que enuncia el mismo artículo 61, siendo uno de ellos los derechos adquiridos legítimamente. 153 La LBPA no contempla la técnica de la revocación, la cual también consiste en la posibilidad de retirar un acto administrativo, provocada cuando el destinatario del acto no ha cumplido con las obligaciones impuestas por el acto. Se está muy cerca de la potestad sancionatoria. 154 Marín, U. “Vigencia actual de la invalidación de los actos administrativos”, en Revista de Derecho, Consejo de Defensa del Estado, año 1, 2000, pp. 45-60. Señala que “la invalidación de los actos ilegítimos es 152 96 Por otra parte de la jurisprudencia de los Tribunales revisada y los comentarios de los tratadistas, la cuestión no resultaba del todo pacífica. Algunos155 más optimistas señalaron que la jurisprudencia ha comenzado a seguir la línea doctrinal de tratar favorablemente la invalidación de los actos administrativos por parte de la propia Administración. Según Lillo Valenzuela156, se podría decir que ello es así, si se considera el -varias veces citado por la doctrina- el fallo de la Corte Suprema de 20 de octubre de 1999157. Evidentemente, ello deberá ser así atendido que tal potestad se ha positivado en el artículo 53 de la ley 19.880. No obstante, se ha podido constatar que en términos generales la jurisprudencia, especialmente la Corte Suprema158, había rechazado la posibilidad de que la Administración invalide sus actos administrativos, declarándola derechamente improcedente159. En síntesis, la exposición de la jurisprudencia que rechazaba la invalidación se fundamenta en la carencia de facultades legales para invalidar, se afecta el derecho de propiedad, no se respeta el debido proceso, existiría una autotutela y no una heterotulela judicial, y que la nulidad de derecho público –como es la invalidación- es una cuestión jurisdiccional. una potestad estatal que se ejecuta en ejercicio de una función administrativa fundada en el principio de autotutela con que la Administración puede y debe operar para atender los intereses sociales” (p.59). 155 Reyes, J., La nulidad de derecho público, segunda edición, Editorial Jurídica Cono Sur, Santiago, 2000. p 75. 156 Lillo, J., “Sobre la forma de proceder la Administración frente a sus actos administrativos que infringen el principio de juridicidad (Replanteamiento del tema invalidatorio)”, en Revista de Derecho Público, Agrupación de Abogados de la Contraloría General, Año 2, N°4, 2001, p.48. 157 RP. Salinas Lolic con I. Municipalidad de Viña delMar, en RDJ.Tomo 96. 1999. 2.5. pp. 175-183. La Corte Suprema en su considerando 9 señala que “la facultad de la Administración de retirar sus actos contrarios a derecho, invalidándolos para restablecer el orden jurídico perturbado, mediante un nuevo acto de contrario imperio, sea de oficio, sea a petición de interesados, según lo expuesto en considerandos anteriores, pertenece, por su naturaleza, al ámbito de la función administrativa, en la medida que encuentra asidero en el poder específico de autotutela que habilita a los órganos de la Administración para revisar y evaluar su propia actividad y eliminar los actos que violentan el principio de legalidad que debe observar la organización estatal”(énfasis agregado). 158 Reyes, J., op. cit en nota 1. P. 65. 159 Millar, J., “La potestad invalidatoria en la jurisprudencia nacional. Procedencia, alcance y limitaciones”, en Revista de Derecho de la Universidad Austral de Chile, Vol. XIV, Julio 2003, p. 92. Sin embargo, el autor se encarga de precisar, a modo de conclusión, que tal planteamiento no es definitivo, citando al efecto, entre otros, el mencionado recurso de protección Salinas Lolic. 97 En tales condiciones, el asunto de la invalidación se torna delicado a la luz de lo ya expuesto por la jurisprudencia judicial en el sentido de su mayoritario rechazo, por una parte y la incorporación del artículo 53 de la ley 19.880, por la otra, cuestionando indudablemente los fundamentos teóricos de la potestad. Más aún, si algunos autores160 estimaron prometedora la reacción de la Corte Suprema en Salinas Lolic y otros, como Soto Kloss161 y Lillo Valenzuela162 la han criticado agudamente. Es decir, en doctrina, tal fallo no generó consenso, pero sí dudas. Paralelamente, es dable manifestar que a partir del estreno en 1977, del recurso de protección, indudablemente se percibe en esta materia un cambio traducido en un mayor control jurisdiccional de la Administración, toda vez que el acto u omisión que se tildaba de arbitrario o ilegal, no era otro que el acto administrativo que volvía sobre uno anterior, dejándolo nulo, invalidándolo en razón de estimar la autoridad administrativa que adolecía de antijuridicidad, restableciendo así la juridicidad quebrantada y protegida por la propia Constitución en los artículos 6 y 7. Se comenzaba a abandonar la tesis interpretativa del artículo 87 de la Constitución del 25, que dejaba sin control jurídico a la Administración por décadas. Nótese que la sanción que se establece por la Constitución es la Nulidad de Derecho Público y no la invalidación. De esta manera, el control de la invalidación y en general de los actos administrativos dictados por la autoridad quedaba entregado en gran medida a la justicia ordinaria a través del recurso de protección. En efecto, en la evolución que ha experimentado esta acción cautelar se ha recurrido incluso en contra de los dictámenes del Contralor, llegando las Cortes cambiar sus interpretaciones. Paradójicamente, luego de décadas de ausencia de control jurisdiccional de la Administración, parece haber exceso de controles frente a la Administración. Curiosamente, en los fallos de protección se resolvía a favorablemente con un “déjese sin 160 Reyes, J., op. cit. en nota 124, p. 75. Comentario a la jurisprudencia de Eduardo Soto Kloss en Ius Publicum N°5. 2000, p.185, crítica que mantendrá recientemente en “La pretendida autotutela invalidatoria de la administración”, en Gaceta Jurídica, N°325, 2007, pp. 7 y ss. 162 Lillo, J., Op.cit. en nota 125, p. 67. 161 98 efecto”, lo que hoy viene dado por la posibilidad de impugnar judicialmente el procedimiento invalidatorio –en procedimiento breve y sumario- la invalidación, que en su mérito también puede “dejar sin efecto” el acto administrativo impugnado en ese procedimiento breve y sumario (no lo es el recurso de protección?), que frente a la ausencia de tribunales contenciosos administrativos, será de conocimiento probablemente de un juez civil. La posibilidad de impugnar el acto invalidatorio que establece el artículo 53 de la LBPA debiera descongestionar el recurso de protección. Sin embargo, los vericuetos de la referida potestad encontraron su expresión en los desencuentros –traduciendo la materia en contencioso- en torno a los alcances de tal potestad. Vale decir, la falta de claridad –los desencuentros- estribaba en los efectos y por ende plantea la interrogante de los límites de la invalidación, puesto que, como se podrá advertir, toca el pasado. En lo principal, adelantamos que respecto de los efectos temporales del acto administrativo, éste sólo debe regir para el futuro. Es el principio que establece el artículo 52, pues “los actos administrativos no tendrán efecto retroactivo”, salvo los casos que indica, esto es, cuando produzcan consecuencias favorables para los interesados y no lesiones derecho de terceros. Ahora bien, es en este punto donde la doctrina y jurisprudencia presenta mayor número de matices, los cuáles ciertamente han sido tratados en otro lugar. No obstante, es posible esbozar que los límites estaban dados por la confrontación que se producía entre situaciones jurídicas ya consolidadas –en algunos casos por años- y por tanto protegidas por el derecho de propiedad sobre bienes incorporales y por otro lado con la vigencia efectiva del principio de juridicidad. En tal sentido, no es posible soslayar que la invalidación como materia abordada desde el Derecho Administrativo, se ha ido percolando hacia la Constitución, a propósito del respeto de las garantías constitucionales y los requerimientos de un Estado de Derecho. Lo propio se puede observar con la importación del principio de buena fe como 99 límite a la invalidación. Es más, reciente doctrina jurisprudencial ha aplicado como derecho supletorio, “derecho común”, al Derecho Administrativo (a propósito de la responsabilidad patrimonial del Estado), instituciones de Derecho Civil, como la prescripción163. En conclusión, hasta antes de la inclusión del artículo 53 de la referida ley de bases, en materia administrativa el planteamiento clásico en la materia discurría en el sentido de aceptar el ejercicio invalidatorio por parte de la propia Administración que advierte la antijuridicidad de su actuación. No obstante, también existía cierta unanimidad164 en orden a aceptarla pero con ciertas limitaciones. Limitaciones que en la práctica -según advierte Vargas Zinke165- se vuelven la regla general. Para este autor, una vez que analiza la jurisprudencia contralora en la materia extrae “una línea de interpretación que apunta por una parte a reiterar categóricamente el deber de invalidar que asiste al emisor de un acto administrativo irregular, y por la otra a fijar, simultáneamente, una amplia limitación al ejercicio de la misma en consideración a razones de seguridad y certeza jurídicas, limitación cuya aplicabilidad en definitiva será ponderada por la propia Contraloría General y que, nos parece, restringe –en los hechos- radicalmente la procedencia de la invalidación”166. 163 “Manuel Martínez Rodríguez con Fisco de Chile”, Corte Suprema, sentencia de 29 de octubre de 2007, indemnización de perjuicios, recurso de casación en el fondo (acogido), rol 4.067-2006. Al respecto el considerando 8 señala “(q)ue, la prescripción constituye un principio general del derecho, destinado a garantizar la seguridad jurídica, y como tal, adquiere presencia en todo el espectro de los distintos ordenamientos jurídicos, salvo que por ley o en atención a la naturaleza de la materia se determine lo contrario, esto es, la imprescriptibilidad de las acciones, a lo que cabe agregar que no existe norma alguna en que se establezca la imprescriptibilidad genérica de las acciones orientadas a obtener el reconocimiento de la responsabilidad extracontractual del Estado o de sus órganos institucionales, y en ausencia de ellas, corresponde estarse a las reglas del derecho común, referidas específicamente a la materia” (énfasis agregado). 164 Debe recordarse que en un comienzo, Contraloría planteaba la invalidación como principio sin excepción en dictamen 14.073 de 1959. Contemporáneamente, hay algunos dictámenes que no aceptan límites como el 33.926 de 1995. 165 Varas, O., “Algunos aspectos sobre la invalidación en la jurisprudencia de la Contraloría General de la República”, en Gaceta Jurídica, N°178, 1995, p 41. 166 Varas, O., Ibid. 100 En el mismo sentido, Lillo Valenzuela167 repara sobre los efectos de tal potestad al señalar que una obligación tan evidente como la que se sostiene en la mayoría de la doctrina y jurisprudencia –esto es que la autoridad no sólo puede sino que debe invalidar-, se convierta en los hechos, en la excepción, traduciéndose a su juicio en un indicio del esfuerzo interpretativo para sostenerla. Contrario a una referida potestad invalidatoria en mérito de los fundamentos normativos que se invocan para justificarla, tiene el mérito de centrar su análisis en el campo del deber ser, más que en el aspecto positivo, toda vez que en “no pocos asuntos se incurre en el error de centrar el derecho en sí mismo, más que en la realidad a la que corresponde regular. Con ello se convierte a las creaciones jurídicas en verdaderos problemas, a las cuales se dedican grandes esfuerzos teóricos para adecuarlas a las diversas variantes que ofrece esa realidad, en lugar de proponer nuevas alternativas que respondan de mejor manera a ella”. Por lo que frente a la interrogante de cómo debe proceder la Administración frente a sus actuaciones ilegales se aboca a la tarea de encontrar algún fundamento teórico que respalde positivamente la invalidación o si por el contrario se trata de meras concesiones legislativas que no concuerdan con los principios de la lógica jurídica en un esquema de Estado de Derecho. En lo que respecta a la jurisprudencia de los Tribunales, por lo expuesto precedentemente, no se observa el mismo planteamiento y en su mayoría era rechazada, pero sin el carácter de definitivo. Sin embargo, también es posible constatar una etapa intermedia en esta evolución. En efecto, ella viene dada con la dictación de la ley 19.653, de 14 de diciembre de 1999, sobre probidad administrativa aplicable a los órganos de la Administración del Estado, la cual introduce una serie de modificaciones a la ley 18.575, LOCBGAE, cuyo texto refundido, coordinado y sistematizado fuera fijado por DFL N°1/19.653 de 13 de diciembre de 2002. En mérito del artículo 63 de la ley 18.575, citada, que contempla el 167 Lillo, J., op. cit. en nota 125, p. 55. 101 caso del nombramiento de un funcionario inhábil, ya era posible argumentar positivamente168 la existencia de la referida potestad invalidatoria, pues toda la lógica del artículo descansa sobre la referida potestad invalidatoria. Y así llegamos al después con la dictación de la denominada ley de Bases de los Procedimientos Administrativos la que ha zanjado definitivamente esta materia autorizando expresamente (y no implícita o inherentemente) la invalidación169. En efecto, la expresa habilitación jurídica la encontramos en ley 19.880, Capítulo IV, sobre la Revisión de los actos administrativos, párrafo 1°, sobre los Principios generales, en el artículo 53: Artículo 53: Invalidación. La autoridad administrativa podrá, de oficio o a petición de parte, invalidar los actos contrarios a derecho, previa audiencia del interesado, siempre que lo haga dentro de los dos años constados desde la notificación o publicación del acto. La invalidación de un acto administrativo podrá ser total o parcial. La invalidación parcial no afectará las disposiciones que sean independientes de la parte invalidada. El acto invalidatorio será siempre impugnable ante los Tribunales de Justicia, en procedimiento breve y sumario. De esta manera entonces se han confirmado las ideas mayoritarias expresadas por la doctrina y jurisprudencia administrativa y parte de la judicial en orden a reconocer su procedencia, sometiendo su aplicación -como se aprecia de la lectura de la norma- a determinadas circunstancias que la norma ha descrito, lo que en su mérito, a simple vista se aprecia un esfuerzo por dejar fuera todo margen de discrecionalidad en este 168 Ferrada, J.C., “La potestad invalidatoria de los órganos de la administración del Estado”, en Acto y procedimiento administrativo, Actas de las Segundas Jornadas de Derecho Administrativo, Escuela de Derecho Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, p. 138. 169 Ninguna magistratura, ninguna persona ni grupo de personas pueden atribuirse, ni aún a pretexto de circunstancias extraordinarias, otra autoridad o derechos que los que expresamente se les hayan conferido en virtud de la Constitución o las leyes (inciso 2 del artículo 7 de la CP). 102 campo. Punto acerca del cual volveremos más adelante, sobre todo por la vinculación que se ha hecho en relación con el debido proceso, principio informador desarrollado originalmente como rector de la organización y actividad jurisdiccional, pero que también se observa que ha irrumpido en el desarrollo del procedimiento administrativo170. Revisemos someramente, cuáles son las circunstancias. En primer término, es dable manifestar que el precepto transcrito no entrega una definición de tal facultad. El tema no es menor atendido los esfuerzos para diferenciarla de la revocación o de la caducidad (que no está mencionada en la ley). Entonces habrá que estarse a lo que se pactó en la Jornadas Chileno Uruguayas hace ya tiempo. Cuando la ley no define no hay certeza. Sobre la base de lo expuesto precedentemente, ha sido la doctrina quien la ha definido y por cierto la reconociera. Consiste en la dictación de un acto administrativo que tiene por objeto dejar sin efecto otro anterior dictado por la misma autoridad, en razón de que éste adolece de un vicio de legalidad. En tal sentido, es una reacción del órgano emisor de retiro del acto frente a sus actos ilegales, dejándolo sin efecto y sustituyéndolo por otro, a fin de mantener vigente el principio de juridicidad. Constituye una reacción de naturaleza administrativa. Como nos señala Jara Schnettler171, es un asunto doméstico de la Administración, el cual según su visión no tiene la virtud de desconocer la función jurisdiccional que a los Tribunales impone el artículo 76 de la Carta Fundamental. ¿Cómo puede ser aquello, si es la propia Administración quien juzga su accionar como ilegal? ¿No apreciamos una confusión y una mezcla de lo jurisdiccional? Asimismo, la referida invalidación es una potestad que se aplica a todos los órganos de la Administración del Estado, incluidas las municipalidades –es decir, la 170 A tal fin conducen los principios de contradictoriedad, imparcialidad, abstención, no formalización (o informalismo), impugnabilidad, transparencia y publicidad, establecidos en la LBPA. 171 Jara, J., “La nulidad de derecho público ante la doctrina y jurisprudencia”, Editorial Libromar, Santiago, 2004, p. 96. 103 aplica el Alcalde172 respectivo-. Para ello utiliza la expresión genérica “la autoridad administrativa”, quedando excluidos a quienes no se les aplica la ley de base173. No se aplica al Banco Central y a las empresas públicas creadas por ley. Un aspecto que genera dudas es si la invalidación es facultativa u obligatoria, a propósito de que utiliza la frase “la autoridad administrativa podrá”. Por otra parte, la ley dispone que para el ejercicio de la potestad invalidatoria deba oírse siempre al interesado. La persona que encarna al interesado está definida casuísticamente en el artículo 21 de la LBPA, en forma amplia. Cabe señalar que no obstante constituir un trámite esencial, no señala un plazo, formalidad o condición para oír al interesado, lo que en la práctica se traducirá en formular descargos o alegatos, que deberán ser tomados en cuenta por la Administración (artículo 41 de la LBPA). Ello ha originado según Ferrada, no pocos problemas en la doctrina y en la práctica administrativa, denunciando casos en que su cumplimiento se realiza con la sola notificación del acto, hasta los casos en que se produce un acto formal de audiencia del interesado o los interesados en el procedimiento, lo que sí parece coherente con el principio de contradictoriedad establecido en el artículo 10 de la LBPA, pues sin duda existirán intereses contrapuestos entre la Administración y el interesado. Resulta coherente con tal principio aplicar entonces al interesado un plazo prudencial para efectuar las alegaciones que estime procedente. Como se aprecia, dentro de los principios de desarrollo del procedimiento administrativo, el de contradictoriedad juega un importante rol tendiente a hacer efectivo la debida defensa en sede administrativa, término propio de un procedimiento judicial al interior de un proceso, extendiendo algunos autores la aplicación de inciso 5 del artículo 19 N°3174. Artículo 56, inciso 1 de la ley 18.695, Orgánica Constitucional de Municipalidades: “El alcalde es la máxima autoridad de la municipalidad y en tal calidad le corresponderá su dirección Administración superior y la supervigilancia de su funcionamiento”. 173 Artículo 2 LBPA. 174 Aldunate, E., “El concepto de jurisdicción en la Constitución Política. Notas sobre la importación de conceptos constitucionales hacia el procedimiento administrativo”, en Acto y procedimiento administrativo, 172 104 2.2. La protección de los derechos del empleado público como límite a la potestad invalidatoria. Hemos dejado sentado que desde la dictación de la ley 19.880 LBPA, la autoridad administrativa tiene facultad expresa para invalidar. Avance en esta materia, marcada por su evolución y desencuentros. Sin embargo, según desarrollaremos, frente a la indefinición legislativa, las dudas que genera tal potestad ya consagrada persisten, por lo que habrá que esperar como se va desarrollando. En efecto, los derechos del empleado público –cuyo fundamento y origen derivan del principio constitucional de la carrera funcionaria- cuando se ven enfrentados a la invalidación pueden verse afectados. Respecto de esta materia y a partir de la propia LBPA. nos planteamos la siguiente interrogante: ¿existen límites reconocidos a la invalidación? Ahora bien, la mayor cantidad de situaciones por las cuales los funcionarios recurren judicialmente en contra de la invalidación –vía protección- está dada en materia de concursos públicos, ascensos mal efectuados, o el nombramiento de una persona inhábil. En todas esas situaciones se observa que es la misma autoridad quien detecta sus errores175 en el respectivo certamen, ascenso o nombramiento de una persona inhábil, procediendo en consecuencia a dictar un acto administrativo176 que invalide el anterior que ya se encuentra generando sus efectos. O bien ha sido la Contraloría177 quien basada en su autonomía constitucional resuelve los conflictos jurídicos interpretando el Actas de las Segundas Jornadas de Derecho Administrativo, Escuela de Derecho Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, p. 12. 175 Por aplicación del artículo 53 de la LBPA, se trata de errores de derecho, lo que puede generarse por una equivocada aplicación de las normas pertinentes, una incorrecta interpretación de normas que generaban oscuridad, una mala calificación jurídica de los hechos, en fin incurrió en cualquier vicio determinante que ha incidido en la validez del acto administrativo, pues los órganos de la Administración del Estado actúan válidamente previa investidura regular, dentro de su competencia y en la forma que prescriba la ley, como indica el inciso 1 del artículo 7 de la Carta Fundamental. 176 El artículo 3 de la LBPA define acto administrativo, los cuales toman la forma de decretos supremos y resoluciones. En consecuencia, todo acto administrativo que no reúna esas características, es nulo. 177 No obstante ser detectado con posterioridad por una autoridad distinta, tras la invalidación sigue estando presente el error de la propia Administración. 105 Derecho Administrativo en la toma de razón178 o al emitir un dictamen formulando observaciones a la(s) situación(es) de que trata, o con ocasión del trámite de registro, exigiendo a la autoridad respectiva “ajustarse a derecho”, “dejar sin efecto”, o derechamente requiriendo la invalidación, retrotrayendo las cosas al estado en que se encontraban antes de que se dictara el acto administrativo. Todo ello, manejando los tiempos de la Administración.179 A este respecto es posible cuestionar las situaciones observadas en sede administrativa y reflexionar en torno a la probidad administrativa, elevada hoy a base fundamental. En efecto, la probidad administrativa a partir de las modificaciones introducidas por la ley 19.653 a distintos cuerpos normativos y de reforma constitucional N°20.050, citadas, encuentra expresamente en el artículo 62 de la LOCGGAE una serie de conductas que contravienes especialmente tal principio. Así señala el N°8 del artículo 62 que contravenir los deberes de eficiencia, eficacia y legalidad que rigen el desempeño de los cargos públicos, con grave entorpecimiento del servicio o del ejercicio de los derechos 178 Por disposición expresa del artículo 1 de la LBPA, no cabe invalidar la toma de razón por estar excluida de la ley de procedimiento administrativos. 179 En “Bahamondez Águila, Paulo con Alcalde de la I. Municipalidad de Melipilla” (2004), el recurrente de protección resultó vencedor de un concurso público de antecedentes, siendo nombrado en calidad de titular a contar del 1 de mayo de 2002. Con fecha 3 de enero de 2003, Contraloría registra con observaciones su nombramiento en atención a los vicios del concurso, debido a que el cargo debía ser proveído por ascenso y no por concurso público de antecedentes. Inclusive el Municipio solicitó reconsideración al referido dictamen, el cual fue rechazado, debido a que se intentaba resguardar la carrera funcionaria. En consecuencia, el municipio incurrió en un error en la aplicación de las normas del ascenso. Luego de un año y seis meses el municipio invalida el concurso, cumpliendo con lo ordenado por Contraloría. Recurso de protección acogido por ICA de San Miguel, en Gaceta Jurídica, N°285, 2004, p. 81. En “Albornoz Villamán con Contralora Regional de Los Lagos y Alcalde de Chaiten”(2003), la recurrente de protección había resultado ganadora de un concurso público de antecedentes, siendo nombrada en la planta de Municipalidad de Chaitén como profesional Grado 11 E.M.S. a contar del 4 de septiembre de 2001. Después de un año y dos meses de estar en el cargo, el municipio dejó sin efecto su decreto de nombramiento, cumpliendo lo ordenado por Contraloría Regional quien con ocasión del trámite de registro, emite el dictamen 8.659 de 331 de octubre de 2002 formulando observaciones de legalidad al concurso público de antecedentes por el que la recurrente se incorporó a la planta municipal. No hubo terceros que objetaran la legalidad del procedimiento concursal. Protección acogida por ICA. de puerto Montt y confirmada por la Corte Suprema, con declaración, en Revista de Derecho, Universidad Austral de Chile, 2003, pp. 205-212. En “Rodríguez Aguilar con Contralor Regional de Aysén” (1999), luego de dos años de permanencia en el cargo, se efectúa el trámite de registro detectándose por el organismo de control vicios de legalidad en el nombramiento del recurrente de protección. Protección acogida SCA de Coyhaique de 09 de abril de 1999, rol 3-99, confirmada con la Corte Suprema con fecha 17 de mayo de 1999, rol 1.210-99, en Gaceta Jurídica N°227.1999. p. 35. 106 del ciudadano, contraviene especialmente la probidad administrativa. Es decir, en los hechos hoy no se puede ser ineficiente sin afectar la probidad. ¿Resulta coherente con la probidad administrativa, la existencia de errores en la Administración? ¿Contraloría junto con detectar los errores o vicios que inciden en la legalidad ordenando dejar sin efecto, debe revisar los mecanismos de idoneidad existentes o empleados, los que posteriormente son invalidados, teniendo presente lo dispuesto en el artículo 53180 de la LOCBGAE? Sin duda que por aplicación de tal principio, el tercero ajeno a la Administración -quien no originado el vicio, quien está de buena fe- debe ser reparado, por lo que está en condiciones de exigir judicialmente que se declare la responsabilidad patrimonial de la Administración, por el mal funcionamiento del servicio –lo que sin duda se produce en la invalidación-, todo ello sin perjuicio de perseguir la responsabilidad que atañe al funcionario respectivo181. También cabe la posibilidad de que el procedimiento invalidatorio se inicie a petición de las partes afectadas con un presunto vicio. Pensemos en aquellos concursantes en un certamen que quedaron fuera de bases o no quedaron conformes por una mala ponderación de sus antecedentes. Recurrirán a la autoridad correspondiente a fin de que – a petición de parte- se invalide el concurso. Situación que en los hechos puede resultar difícil, teniendo presente que tendrían la carga probatoria. Por otra parte, ejerciendo el derecho constitucional de petición (artículo 19 N°14) también cabe la alternativa de poder recurrir a Contraloría a fin de que ejerciendo el control de legalidad de se pronuncie al respecto y sea ese organismo de control quien ordene a la autoridad respectiva “dejar sin efecto”, la situación de que se trate. En tal caso, a la luz de lo dispuesto en el artículo 53 de la ley 19.880, la Autoridad Administrativa también deberá 180 El artículo 53 de la LOCBGAE precisa el concepto de interés general inserto en la probidad administrativa al señalar que “(e)l interés general exige el empleo de medios idóneos de diagnóstico, decisión y control, para concretar, dentro del orden jurídico, una gestión eficiente y eficaz” (énfasis agregado). 181 Por aplicación del inciso 2 del artículo 38 de la CP, artículos 4 y 41 de la LOCBGAE. 107 iniciar –de oficio- un procedimiento invalidatorio, previa audiencia del interesado182. En tal caso, habiendo dictaminado Contraloría la existencia de vicios, será de suyo difícil que el tercero interesado (definido en el artículo 21 de la LBPA) en el procedimiento invalidatorio pueda revertir lo señalado por el organismo de control, teniendo presente la obligatoriedad de sus dictámenes. Ahora bien, continuando con los efectos de la invalidación, es dable manifestar que este es uno de los aspectos que ha generado mayor controversia en el foro, toda vez que no sólo toca el pasado (tiene efecto retroactivo al anular los actos generadores de situaciones jurídicas, afectando los efectos de dichas situaciones), sino que también afecta el presente, y en muchas ocasiones se ve en la disyuntiva de afectar la estabilidad de situaciones jurídicas creadas, ya consolidadas, que han generado sus efectos, las cuales se encuentran amparadas por la presunción de legalidad señalada expresamente en el artículo 3 de la ley 19.880 y por el manto protector de los artículos 19 N°24 de la Carta Fundamental, pues se han adquirido derechos que se han incorporado al patrimonio y 19 N°26, al establecer la seguridad jurídica. De acuerdo con lo anterior los derechos adquiridos se vuelven intangibles183. En consecuencia, esta materia incide no sólo en los derechos de los funcionarios, sino que también incide en los derechos de las personas. En efecto, lo anterior se ve reflejado en materia de permisos de construcción184, contratos185, 182 Como consecuencia de presentaciones de quienes no resultaron ganadores de un concurso público de antecedentes, Contraloría emite el dictamen 18.623 de 20 de abril de 2005, ordenando al edil de Lo Prado invalidar el concurso y el nombramiento del vencedor del certamen, el cual lo materializa en el decreto 746 de 3 de junio de 2005. No obstante, el municipio no dio cumplimiento al requisito de la audiencia previa del interesado. ICA de Santiago. “Guzmán Wemyss, María con Contraloría General de la República e I. Municipalidad de Lo Prado”. RP. (Acogido). Rol. 4.345-2005, en Gaceta Jurídica, N°303, 2005, p.74. 183 Sacco, S., “La constitución de 1980 como fundamento y origen de una teoría constitucional de la irretroactividad”, op cit. en nota 32, p. 491. 184 ICA de 15 de abril de 2006. RP (acogido). Confirmada por la Corte Suprema con fecha 27 de julio de 2006. Rol N°2.224-2006. 185 ICA de Santiago de 24 de abril de 2001, rol 1.647-2001 “Sociedad Prestadora de Servicios S.A. con Alcalde de la I. Municipalidad de Independencia”. Confirmada por SCS. el 23 de mayo de 2001 con prevención del Ministro Sr. Gálvez y el Abogado integrante Sr. Barros, quienes estuvieron por “suspender” los efectos del acto administrativo impugnado en lugar de “dejarlo sin efecto”, en Gaceta Jurídica, N°251, 2001, p. 51. 108 otorgamiento de una pensión incompatible con la que se tiene, o permisos de pesca mal efectuados186. En definitiva, en materia de efectos de la invalidación se debe equilibrar el respeto que se merecen las situaciones jurídicas creadas, es decir, los derechos adquiridos y la vigencia del principio de juridicidad -con la aplicación de la potestad invalidatoria- sin excepción, en forma amplia. Pero sin duda tal panorama hoy debe ser resuelto a la luz de la ley 19.880, la que, como sabemos, elimina hoy toda discusión de si la Administración puede o no invalidar. Sin embargo, persisten las interrogantes precisamente en materia de sus efectos, de sus límites. En efecto, los límites dicen relación con aquellas situaciones jurídicas derivadas de un acto administrativo, las que no obstante adolecer en su génesis de un defecto de (i)legalidad, el ordenamiento jurídico establece mantener la ilegalidad (vicio o defecto) porque hay otras entidades o bienes jurídicos de valor superior que deben ser protegidas. Al respecto, hemos adelantado que alguna doctrina ha puesto énfasis en que la excepción sería la invalidación, dada la gran cantidad de situaciones en que no se aplicaría. En sede administrativa, la potestad invalidatoria ha sido objeto de un gran número de pronunciamientos, en donde la doctrina de Contraloría ha sido nítida y sistemática en sus dictámenes al construir los límites a la potestad invalidatoria, defendiendo la intangibilidad de los efectos del acto por una lado y por otro, evitar que se genere responsabilidad para la Administración que haga procedente una indemnización187. 186 “Sociedad Compañía Salmonífera Dalcahue Limitada con Fisco de Chile”, Rol 3.745-2005. Recurso casación en el fondo (rechazado). El dictamen 26.996 de 2004 señala que la potestad invalidatoria “según lo ha sustentado de modo invariable la jurisprudencia de esta Contraloría General, a través, entre otros de los dictámenes N°s. 30.463, de 1994 y 19.966, de 1995, está limitada en algunos casos por la propia ley que establece términos especiales para que la Administración pueda proceder a la revisión de sus actos, como sucede en relación con algunos beneficios previsionales –como son por ejemplo, aquellos a que se refiere la ley 19.260, artículo 4- y, en general, por la necesidad de mantener la estabilidad de las situaciones jurídicas constituidas al amparo de dichos actos y consolidadas con el transcurso del tiempo, especialmente cuando el acto que se trata de anular por esta vía ha generado efectos patrimoniales en favor de terceros” (énfasis agregado). En el mismo sentido el dictámenes 2.772 de 2000 señala que “no procede invalidar ascensos dispuestos y tramitados, aún 187 109 Podemos extraer que la consecuencia jurídica de la excepcionalidad es la estrictez en la interpretación, por lo que es imperativo –dada su naturaleza excepcional- que la autoridad sólo ejerza la referida potestad invalidatoria en casos precisos y determinados y no de manera genérica. Hemos visto que las cortes judiciales han advertido sobre aquello. Al decir de la doctrina, es dable manifestar que se ha enfocado el problema desde la perspectiva de la existencia o no de derechos adquiridos a partir del acto administrativo que se invalida y en la buena o mala fe en que se encontraría el tercero beneficiario del acto administrativo. Asimismo, sus límites se han justificado sobre la base de la existencia de un valor superior al propio principio de juridicidad, el cual soportaría la realización de la totalidad de los valores consagrados en el ordenamiento constitucional: el principio de seguridad jurídica188. De acuerdo a lo que se ha venido expuesto, la teoría de los derechos adquiridos encuentra una sólida base constitucional, a partir de la “propietarización de los derechos”. En efecto, según hemos señalado con anterioridad, existe prácticamente unanimidad en aceptar -a partir de la propia Constitución y de las disposiciones pertinentes del Código Civil- la tesis de la propietarización de los derechos189. Por lo que si los derechos (bienes incorporales) se adquieren, ingresan al patrimonio de una persona y en consecuencia se vuelven intangibles al estar protegidos por la garantía constitucional de la propiedad. Se trata de resolver la interrogante acerca del impacto que tienen los derechos fundamentales –en la especie la propiedad- en las potestades de la Administración. Lo anterior no constituye sino una manifestación de la seguridad jurídica, pues como señala Vergara Blanco, de eso se trata. cuando no se haya respetado el derecho preferente de otro servidor, ello por cuanto no corresponde dejar sin efecto actos administrativos que pudieren ser irregulares, si han dado movimiento en el tiempo intermedio, a situaciones jurídicas diversas que no es posible desconocer, en especial cuando alcanzan a terceros” De igual tenor los dictámenes 44.492 de 2000, 12.266 de 1999, 35.884 y 40.267 de 1997, 19.966 de 1995. 188 Jara, J., “La nulidad de derecho público ante la doctrina y jurisprudencia”, op cit. en nota 163, p. 208. 189 Ver nota 49. 110 Según sostiene la mayoría de la doctrina190, los derechos (bienes incorporales en un sentido amplio) adquiridos, no obstante ser objeto de la potestad de invalidación al constatarse la infracción del ordenamiento jurídico (principio de juridicidad) no podrían ser objeto de privación, pues se han vuelto intangibles. Ello, según Ferrada, ha dado origen a una restricción excesiva a la potestad invalidatoria que ostenta la Administración del Estado191. Ahora bien, existe jurisprudencia en sentido contario apoyándose a partir de lo establecido en el artículo 20 de la Carta Fundamental, en atención a que el recurso de protección sólo protege a quien sufra privación perturbación o amenaza en el legítimo ejercicio de los derechos y garantías que indica el mismo artículo192. En efecto, se dice que no podría nacer un derecho de un acto viciado. Un acto inválido no ha podido generar efectos jurídicos. El recurso de protección ha sido concebido para cautelar “el legítimo ejercicio” de los derechos y garantías que expresa, por lo que quien carece de un título válido no puede ejercer legítimamente lo que no le pertenece. En tales condiciones, la potestad invalidatoria no tendría como límite el derecho de propiedad, por cuanto el derecho de propiedad no se encontraría en un estado de legítimo ejercicio que exige la Carta para su protección, y para que sea válidamente adquirido. Como señala Millar Silva193, el argumento es fuerte. Pero también ha dicho anteriormente la jurisprudencia judicial que tal argumento “es falaz pues parte de un supuesto equivocado que los recurrentes no tienen un título válido. Ello es un error, pues los recurrentes tienen un título –su decreto de nombramiento- título que debe suponerse válido mientras no se declare su ineficacia, lo Soto Kloss, E., “La invalidación de los actos administrativos en el derecho Chileno”, en RDJ. T. 85, Nº 3, p.162. 191 Ferrada, J. C., “La progresiva constitucionalización del poder público administrativo chileno: un análisis jurisprudencial”, en Ferrada, J. C., (coord.) La constitucionalización del derecho chileno, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2003, p 83. 192 “Salinas Lolic con I. Municipalidad de Viña del Mar”. Considerando 20. 193 Millar, J., op. cit. en nota 128, p. 92. 190 111 que no ha ocurrido en el caso sublite. Cabe agregar que si el acto no está sujeto a toma de razón –como ocurre respecto de los nombramientos de los recurrentes- el acto administrativo una vez comunicado a la persona, entra a producir todos su efectos”194. Lo anterior aparece coherente a la luz de la propia LBPA, pues antes de que pueda o no operar la invalidación, no es posible desconocer que el acto ha generado derechos que se incorporaron al patrimonio del interesado, pues existe -a pesar de la entidad del vicio- una plausible apariencia de legalidad (“debe suponerse válido”) generada a partir de la presunción de legalidad reconocida expresamente en el artículo 3 de la LBPA, que protege al tercero que ha estado de buena fe, descartando la protección a quien estando de mala fe ha originado el vicio. Por otra parte, de aceptarse que los derechos no estarían en su legítimo ejercicio, aún en estos casos surge la interrogante respecto a la situación de los terceros que han estado de buena fe, aquellos que no han dado origen al vicio, que han obrado basándose en la confianza que les brinda la seguridad en la acertada actuación de la Administración, no tendrían protección. En tal sentido, llama la atención la importación de un principio de derecho privado, como lo es el principio de la buena fe. En efecto, según Jara, resulta cuestionable que un valor contenido en la codificación de derecho privado como lo es el principio de la buena fe (artículo 706 y 1.546 del Código Civil) pueda prevalecer sobre la regla constitucional de juridicidad que fijan los artículo 6 y 7 de la Carta Fundamental195. Por lo que es posible concluir que es un principio general del derecho aplicable al procedimiento administrativo. La LBPA contiene 13 principios y a diferencia de la ley de procedimiento administrativo boliviana, no figura el principio de la buena fe. En efecto la letra e) del artículo 4 de la ley 2.341, ley de procedimiento administrativo boliviana señala: “Principio de buena fe: en la relación de los particulares ICA. Concepción. “Pacheco Rojas, Claudio y otros con Contraloría Regional del Bío-Bío”(1995). RP. (Acogido). Rol 259-94. Confirmada SCS. Rol 24.551, en Fallos del Mes, N°437, 1995, p. 271. 195 Jara, J., “La nulidad de derecho público ante la doctrina y jurisprudencia”, op cit. en nota 163, p. 208. 194 112 con la Administración Pública se presume el principio de buena fe. La confianza, la cooperación y la lealtad en la actuación de los servidores públicos y de los ciudadanos orientarán el procedimiento administrativo” (énfasis agregado). Sin embargo, con relación a la protección de los derechos de los terceros de buena fe, se ha señalado que ello no es óbice a la invalidación porque existiría un interés general en el restablecimiento del orden jurídico quebrantado. En este sentido se ha distinguido entre el tercero beneficiario con el acto y los terceros afectados con el acto viciado. La buena fe que se protegería es la de los terceros afectados con el acto y no la del beneficiario. Con ello el argumento de la protección de la buena fe se ha invertido en contra de quienes aceptan límites basados en la protección de la buena fe196. En tal virtud, la doctrina que ve límites a la invalidación en la protección de los terceros que han consolidado relaciones jurídicas sobre la base de la buena fe se ha rebatido en el sentido de que sólo alcanza a los que no son beneficiarios directos del acto. Tal es la construcción elaborada por la Corte Suprema en “Salinas Lolic con Ilustre municipalidad de Viña del Mar”. En efecto, el considerando 22 señala que “no debe incurrirse en la confusión de asimilar la situación de los beneficiarios directos de una actuación irregular de la Administración con la de los terceros de buena fe, a quienes la invalidación o anulación del acto administrativo ilegítimo no puede afectar en los mismos términos, por cuanto los destinatarios inmediatos de una actuación administrativa unilateral no son terceros en esa relación, especialmente si han solicitado voluntariamente la dictación del acto irregular invalidado”. Tal argumentación unida a que la acción cautelar sólo protege el ejercicio legítimo de los derechos determinó el rechazo del recurso de protección, desechando la inexistencia -en este caso- de límites a la invalidación. Es posible apreciar la doctrina del ministro redactor de la sentencia, el Sr. Urbano Marín. 196 Millar, J., id., p. 91. 113 Dada la importancia con que ha sido destacado este fallo en algunas publicaciones, siendo calificado de sorprendente, marcando un “evidente y significativo quiebre de la tendencia jurisprudencial que ésta había sostenido en los últimos tiempos, respecto a la procedencia de la invalidación de actos ilegítimos de la administración”197; en otras, ha sido agudamente criticado198; es preciso detenerse brevemente y realizar algunas precisiones. Convenimos en que el tercero es el tercero a la Administración, independientemente que sea beneficiario directo, sigue siendo tercero. Y aún cuando sea beneficiario del acto que se impugna, sigue estando de buena fe puesto que no ha dado origen al vicio invalidante, de lo contrario estaría de mala fe y la invalidación en ese caso no tendría límites. Le afectaría. Pero como principio general del derecho, aplicable al procedimiento administrativo, quien está de buena fe debe ser protegido. En el mismo sentido Reyes Riveros199 manifiesta que no existe ninguna razón jurídica para hacer tal distinción, preguntándose si ella no sería arbitraria. Nada puede inducir a la conclusión de que han estado de mala fe y que con su conducta hayan provocado o incitado a error a la Administración. Por otra parte señala Reyes Riveros que el considerando 22 contiene una afirmación y no una razón. El acto administrativo es una especie de acto unilateral, sólo puede emitirse por la Administración. Por ende, todas las demás personas beneficiarias o no, vencedoras o no de un concurso, que intervengan o no en el acto administrativo son terceros y en consecuencia aún cuando el acto administrativo fuere efectivamente írrito, su ilicitud debe ser imputada a la Administración, por aplicación y supremacía del principio de la buena fe (que por lo demás se presume). 197 Jurisprudencia administrativa en Revista de Derecho, Consejo de Defensa del Estado, año 1 N°1, 2000. https://www.cde.cl/revista.php?id=136 198 Comentario a la jurisprudencia de Eduardo Soto Kloss en Ius Publicum N°5. 2000. p.185, crítica que mantendrá recientemente en “La pretendida autotutela invalidatoria de la administración”, en Gaceta Jurídica N°325, 2007, pp. 7 y ss. Ver nota 158. 199 Reyes, J., Invalidación de actos administrativos, Editorial Lexis Nexis, Santiago, 2002, p. 185. 114 En términos más incisivos se pronuncia Soto Kloss200. Además de citar abundante jurisprudencia contradictora201, manifiesta -en relación con los terceros y su buena fe- que “el hecho que verdaderamente había de indagarse por el tribunal siguiendo la jurisprudencia constante de la Corte Suprema (...), era si ese acto pretendidamente viciado había sido dictado por la autoridad en virtud de haber sido inducida a error por el peticionario o no, o estando en conocimiento éste del vicio que lo invalidaba, omitió señalarlo y se aprovecho de él. Seguidamente, Soto Kloss se encarga de precisar que el fallo en comento no ha tenido seguidor en la propia Corte Suprema, sala de verano, integrada por el ministro redactor de Salinas Lolic, Sr. Urbano Marín, meses después en recurso de protección Rol 594-2000, también en materia de permiso de construcción, al señalar que pretender que un permiso de construir –aun provisorio- ha sido otorgado con infracción de ley no habilita a su autor para dejarlo sin efecto, desde que existe “el derecho de propiedad que sobre el permiso de edificación tiene la recurrente”(considerando 7 del fallo de 1era instancia)202. A continuación cita una serie de fallos posteriores en materia de invalidación y permisos urbanísticos203. Sin embargo, la conclusión a la que se debe arribar es que comienza a tener sentido e importancia el hecho de si había buena o mala fe en la adquisición de derechos para los efectos de los límites a la invalidación. Sin duda que la mala fe todo lo corrompe. Ahora bien, continuando en materia de invalidación y sus límites se ha podido constatar que la jurisprudencia ha expresado la doctrina de reconocer límites a la 200 201 202 203 Soto Kloss, E., op. cit. en nota 58. Soto Kloss, E., Id., p. 185. Soto Kloss, E., Id., p. 193. Ibid. 115 invalidación204, lo que resulta plenamente coherente con lo resuelto por la jurisprudencia administrativa de la Contraloría General de la República, a través de los dictámenes ya citados205. En tales circunstancias, los desencuentros que se producen con ocasión de los límites de la invalidación parecen tener un punto de solución con el desarrollo de lo que se ha denominado el principio de la confianza legítima en la actuación de la Administración, el cual permitiría destilar los límites a la potestad invalidatoria y develar las incertidumbres que deja la LBPA206. Tal principio encuentra su fundamento y origen en los principios constitucionales de Estado de Derecho (artículos 5, 6, y 7) y Seguridad Jurídica (artículo 19N°26), los cuales entregan un marco dogmático suficiente para trazar los límites al ejercicio de la referida potestad. Según Jara, el principio de la protección de la confianza configura un “efecto reflejo” de la seguridad jurídica y no un principio de naturaleza autónoma; sería una manifestación de ésta que destaca el contenido de garantía de estabilidad de las decisiones de la Administración. El valor referido –continúa Jara- es sustancialmente funcional a las modernas relaciones que se plantean entre la administración y el ciudadano en el contexto de la sociedad de mercado207. El principio de la confianza legítima desarrolla la idea de permanencia, de estabilidad en la regulación y posterior aplicación del ordenamiento jurídico y, en consecuencia, se debe otorgar protección suficiente al tercero a la Administración, al ciudadano frente a la Administración que ha venido actuando de determinada manera, y lo seguirá haciendo en lo sucesivo, en circunstancias similares. En tal virtud, si la ICA de San Miguel. “Bahamondez Águila, Paulo con Alcalde la I. Municipalidad de Melipilla” de 23 de marzo de 2004. Recurso de protección (acogido). Rol 333-2003. Confirmada SCS. en Gaceta Jurídica N°285, 2004. 205 Ver nota 167. 206 Bermúdez, J., “El principio de confianza legítima en la actuación de la Administración como límite a la potestad invalidatoria”, en Revista de Derecho, Universidad Astral de Chile, Vol. XVIII N°2, 2005, pp. 83105. 207 Jara, J., “La nulidad de derecho público ante la doctrina y jurisprudencia”, op cit. en nota 163, p. 210. 204 116 Administración en su actividad realiza un cambio de dirección al interpretar una norma, o al regular o resolver, no estará legítimamente autorizada para hacerlo si no respeta la confianza que los administrados tienen en la forma en como ha venido desarrollando su actividad. Se trata de dar seguridad a los ciudadanos frente al poder unilateral de la Administración de que ésta no traicionará la confianza que tienen los administrados en que seguirá actuando de la misma manera. Precisamente cuando la Administración en uso de sus potestades de retiro de los actos administrativos, pero que han generado situaciones jurídicas consolidadas que resultan favorables para el afectado, traiciona la confianza, la seguridad que ésta le brinda de que su actuar no cambiará de dirección, afectando tales situaciones jurídicas creadas por la propia Administración. Admitir que la Administración puede volver sobre sus actos sin ninguna limitación, sin duda que se genera una situación de inseguridad jurídica208, valor fundamental protegido por la Carta de 1980. Es por ello que la confianza legítima se encuentra fuertemente ligada con la seguridad jurídica, la cual se erige en una garantía en el ámbito público consistente en la protección de los ciudadanos frente al Estado ante las esperanzas o la confianza en la actuación acertada de este. Ante la confianza de los ciudadanos en el respeto de situaciones jurídicas creadas por la aplicación de normas válidas y vigentes. De esta forma el ámbito de aplicación de este principio se viene a extender no sólo al campo de la Administración sino que también a la legislación y jurisprudencia209. Por lo que la Administración cada vez que se vea enfrentada a la invalidación –atendido el interés público y el deber de invalidar que se extrae del principio de juridicidad- debe oponer el principio de protección de la confianza que el ciudadano ha depositado en la Administración y la situación que éste ha alcanzado con el acto 208 Pudiendo presentarse el caos y daños irreparables e injustos, nos advierte la jurisprudencia administrativa contenida en dictamen 44.492 de 2000. 209 Bermúdez, J., Id. p. 99. 117 potencialmente invalidable. En tal sentido Bermúdez Soto señala que la Administración Pública interviene cada vez en forma más intensa en la sociedad y hace más dependiente al particular de la dictación de actos administrativos que le sean favorables. Por su parte, el ciudadano confía en que las relaciones jurídico administrativas que han nacido producto de dicha intervención deben ser mantenidas mientras no exista un cambio de circunstancias210. Lo anterior se aprecia claramente en los permisos de construcción. La Administración interviene directamente en la actividad económica desarrollada por cualquier persona, el cual confía en las relaciones jurídico-administrativas que nacen de la intervención de la Administración y en esa seguridad realiza inversiones e incurre en gastos para llevar a cabo el proyecto del que da cuenta el permiso aprobado. Sin embargo, Ferrada apunta que pese a lo atractiva que parece esta doctrina, esta limitación a la potestad invalidatoria –a diferencia del derecho comparado que se cita habitualmente como referencia (derecho español), presenta algunos problemas dogmáticos para su aplicación, entre ellos, el que en nuestro derecho no existe una norma legal específica que permita su aplicación211. Por otra parte, se puede colegir que en aquellos casos de vicios no invalidantes expresamente regulados en el artículo 13 de la LBPA, lo que autoriza su convalidación o los límites a la potestad revocatoria establecidos en el artículo 61 de la LBPA, demuestran armónicamente el sentido de mantener la estabilidad de la actuación administrativa, lo que cobra relevancia al momento de examinar y ponderar la conveniencia de invalidación, inclinándose por la protección de la confianza legítima. 210 Bermúdez, J., Id. p. 100. Ferrada, J.C., “La potestad invalidatoria de los órganos de la administración del Estado”, op cit en nota 188, p. 143. 211 118 Un reciente recurso de protección212 presentado por un grupo de funcionarios vencedores de un concurso público de antecedentes para proveer diversas vacantes en establecimientos de atención primaria de salud municipal, en contra del dictamen Nº7.195 de 15 de diciembre de 2006, de la Contraloría Regional del Bío Bío, el cual ordena al municipio de Los Ángeles, invalidar el concurso referido en atención a las ilegalidades detectadas –cometidas por la propia Administración, y no imputables a los recurrentes- al exigir requisitos no contemplados en la normativa legal. Para los efectos de nuestro estudio, lo relevante de este caso deriva en cuanto resume las diferencias interpretativas que existen en materia de protección a la función pública. En efecto, con fecha 08 de mayo de 2007, la Iltma. Corte de Concepción acogiendo el recurso señaló que “el acto administrativo en cuya virtud se nombra a un funcionario municipal queda perfeccionado en cuanto le es notificado el decreto que lo contiene y es registrado por la Contraloría, de manera que cumplidas las exigencias y obligaciones propias del cargo, adquiere el titular los derechos que de él derivan, entre los cuales se encuentra el derecho a la función que lo habilita para permanecer en el empleo mientras no se configure una causal de expiración de ellas, la que sólo puede hacerse efectiva mediante el procedimiento y en los casos que la ley establece, todo ello por la presunción de legalidad de que están revestidos los actos administrativos”(considerando 7). “Que al haberse registrado los decretos de nombramientos de los recurrentes, éstos se incorporaron a su patrimonio y que al disponer la Contraloría que se invalide un concurso por diferentes infracciones, cabe necesariamente concluir que ésta se excedió en su facultades. Así las cosas, la invalidación de los actos administrativos en el caso que los titulares han actuado de buena fe, significaría consagrar una especie de autotutela declarativa, correspondiendo restaurar el derecho de propiedad injustamente conculcado” ICA. Chillán “Rozas Aguayo, Mónica y otros con Contralor Regional del Bío Bío Manuel Cerda Sepúlveda”. RP. (acogido), rol 49-2007. SCS. (rechaza), rol 2.565-2007. 212 119 (considerando 8). Que, sobre lo mismo, la Excma. Corte Suprema ha resuelto que “no obstante la existencia de irregularidades en los concursos públicos, los postulantes tienen el derecho de conservar la titularidad de sus respectivos cargos, por cuanto la potestad invalidatoria de la autoridad administrativa se encuentra limitada por los principios de la buena fe y de la seguridad jurídica. (Recurso de Protección rol 1.109 03 Excma. Corte Suprema, sentencia de 16 de abril de 2003) (considerando 9). Que, por lo razonado, la Contraloría Regional del Bío Bío al emitir el dictamen que ordena al Alcalde de la Municipalidad de Los Ángeles a invalidar el recurso en cuestión, ha actuado de manera arbitraria por cuanto se ha excedido en los límites existentes para invalidar los actos de la administración, infringiendo lo dispuesto en los números 2 y 24 del artículo 19 de la Constitución Política de la República, esto es, la igualdad ante la ley, por cuanto la autoridad ha hecho una diferencia arbitraria contra quienes han actuado de buena fe, cumpliendo todas las exigencias legales y de las bases para ser designado en su cargos, como asimismo lesiona su derecho a la propiedad del mismo, al encontrarse materialmente finiquitado el proceso de su nombramiento e ingresado a su patrimonio (considerando 10). Sin embargo, con fecha 03 de julio de 2007, la Tercera Sala (Constitucional) de la Corte Suprema, sin entrar al análisis de las garantías conculcadas, sino que deteniéndose en la ilegalidad y arbitrariedad, rechaza el recurso interpuesto para cuyos efectos se transcriben los considerandos relevantes: “9º) Que, por lo consignado, el dictamen de la Contraloría no puede ser tachado de ilegal puesto que ésta lo emitió en uso de sus potestades legales, luego de advertir anomalías en el concurso convocado por la Municipalidad de Los Ángeles para proveer cargos vacantes en establecimientos dependientes del Departamento de Administración de Salud de esa comuna; 10º) Que, por otro lado, tampoco se puede impugnar el dictamen por arbitrario, ya que no obedeció a una conducta caprichosa o, contraria a la razón sino que fue expedido sobre la base de una fiscalización motivada por la denuncia de una oponente al referido concurso, según ya se 120 ha dicho, que le correspondía realizar conforme a sus facultades y deberes legales y como resultado de las diversas irregularidades comprobadas; 11º) Que, en cuanto a las garantías constitucionales estimadas como vulneradas, aparece carente de justificación entrar a su examen, habida cuenta de no haberse establecido la existencia de algún acto arbitrario o ilegal, como se ha dejado sentado, de suerte que, en base de todo lo anteriormente reflexionado, el recurso de protección no está en condiciones de prosperar”. 121 CONCLUSIONES. 1. La Carta de 1980 establece una posición clara y decidida respecto a la defensa del dominio cuyas causas se encuentran en la historia que ha vivido nuestro país. Es un derecho cuyo uso es frecuentísimo y hoy en día el dominio sobre las cosas incorporales ha sobrepasado cualitativa y cuantitativamente a la propiedad entendida tradicionalmente como derecho real. En tal virtud existe un sin número de situaciones jurídicas por las que se recurre en torno a la protección constitucional de la propiedad, la cual se ha centrado en torno a la propiedad sobre bienes incorporales y su amplitud, lo que se fue gestando con la jurisprudencia de la Corte Suprema. 2. Es claro que el artículo 19 Nº24 de la Carta Fundamental asegura el derecho de propiedad en sus diversas especies. Por lo tanto, dentro de las variedades que le caben en el género propiedad, reconoce expresamente el derecho de propiedad sobre las cosas incorporales y conforme a la doctrina mayoritaria en nuestro medio, los derechos constituyen cosas incorporales susceptibles de apropiación. El efecto de este artículo ha sido extender a los derechos de esta manera adquiridos la intangibilidad propia del derecho de propiedad. La comprensión de este artículo se encuentra en plena armonía con las disposiciones de los artículos 565,582, 583 y 584 del Código Civil, evidenciando cuan extenso es el ámbito de aplicación del dominio. Por eso hoy se ha exigido el respeto del derecho de propiedad sobre cualquier clase de bienes, incluso los derechos personales. 3. Sin embargo, existe doctrina que sostiene una tesis contraria a la que se halla articulada en la Constitución y perfilada en la Comisión de Estudios, que resiste la amplitud de la propiedad, lo cual ha sido recogido por cierta jurisprudencia que se 122 mantiene213. En tales circunstancias resulta difícil pronunciarse en términos positivos o negativos. Ello evidencia inseguridad jurídica y falta de predecibilidad a la hora de las decisiones judiciales, lo que vulnera la mantención de los precedentes, alterando o modificando decisiones anteriores, actuando en forma distinta o diferente a lo actuado o decidido con anterioridad. No parece que esta evolución que se aprecia o giro jurisprudencial, obedeciera a una evolución dogmática y que sean el resultado de un proceso sometido a su conocimiento por alguna de las acciones del ordenamiento jurídico. 4. Carece de sentido hoy la enumeración taxativa de los derechos y garantías tuteladas vía recurso de protección ante el concepto de bien incorporal que emplea la Carta Fundamental. Todos los derechos y garantías deben ser amparados por la acción cautelar en armonía con lo dispuesto en el derecho sustantivo a la tutela judicial efectiva. 5. Cabe la protección a la función pública, de gran importancia en el Derecho Administrativo, una de cuyas bases fundamentales establecida constitucionalmente es la carrera funcionaria y la estabilidad en el empleo o derecho a la función es una de las garantías destinada a protegerla, por lo que de no admitirse como bienes incorporales, difícilmente –en sede judicial- podrán ser amparados en la realidad. 6. El recurso de protección desde un comienzo se ha erigido en la herramienta más eficaz -dadas sus atractivas características y relativo bajo costo- destinada a dar protección a los derechos establecidos a los funcionarios públicos, frente a la ausencia de un procedimiento judicial general que resuelva lo contencioso administrativo. La prolongada ausencia de jurisdicción administrativa ha contribuido a el aumento de los ingresos por protección, lo que justifica su ICA. Antofagasta “Castro Allende, Jorge con Corporación Municipal de Desarrollo Social de Antofagasta y otros” (2007). RP. (Acogido). Rol 1.338-2006. SCS. (Revoca y rechaza). Rol 2.227-2007. Redacción del Ministro Sr. Gálvez. SCS. “Aburto Palma, Juan con General Director de Carabineros” (2006). RP. (Rechazado). Rol. 3.469- 2006. Integrando la sala el Ministro Sr. Gálvez. 213 123 interposición sin perjuicio de los demás derechos que pueda hacer valer el afectado ante la autoridad o los tribunales correspondientes, por lo que no es un sustituto del contencioso administrativo. Sin embargo, se aprecia la tendencia a restringir la acción cautelar frente a su inquietante aumento de la mano de la garantía del derecho de propiedad y de la “propietarización del derecho” –denunciado por unos y alabado por otros- por lo que se ha hablado de la lenta agonía del recurso de protección, expresivo de un problema jurídico mayor. 7. La protección de la confianza legítima en la actuación de la Administración se erige en un principio del procedimiento administrativo que la Administración debe ponderar en el ejercicio de la potestad invalidatoria, constituyéndose en un límite. Tal principio se encuentra en plena armonía y refuerza uno de los valores que persigue el derecho, esto es, la seguridad jurídica que debe garantizar a los individuos y, por otra parte, la estabilidad que se predica como característica de los actos administrativos, lo que posibilita verdaderamente la eficacia y eficiencia de tal actuar –elevado hoy a base fundamental-, en especial en cuanto a sus efectos jurídicos que son incorporados al patrimonio individual. 124 BIBLIOGRAFÍA. 1. Aldunate, E., “El concepto de jurisdicción en la Constitución Política. Notas sobre la importación de conceptos constitucionales hacia el procedimiento administrativo”, en Acto y procedimiento administrativo, Actas de las Segundas Jornadas de Derecho Administrativo, Escuela de Derecho Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. 2. 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