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DIRECTORIO
Eduardo Medina Mora Icaza
Procurador General de la República
y Presidente de la H. Junta de Gobierno del inacipe
José Luis Santiago Vasconcelos
Subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales de la pgr
y Secretario Técnico de la H. Junta de Gobierno del inacipe
Gerardo Laveaga
Director General
del Instituto Nacional de Ciencias Penales
Álvaro Vizcaíno Zamora
Secretario General Académico
Rafael Ruiz Mena
Secretario General
de Profesionalización y Extensión
Citlali Marroquín
Directora de Publicaciones
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rafael moreno gonzález
Sherlock Holmes
y la investigación
criminalística
INSTITUTO NACIONAL DE CIENCIAS PENALES
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Primera edición, 2008
Edición y distribución a cargo del
Instituto Nacional de Ciencias Penales
Magisterio Nacional 113, Tlalpan
14000 México, D. F.
www.inacipe.gob.mx
[email protected]
Se prohíbe la reproducción parcial o total,
sin importar el medio, de cualquier capítulo o información
de esta obra, sin previa y expresa autorización del
Instituto Nacional de Ciencias Penales,
titular de todos los derechos
D. R. © 2008 INACIPE
Imágenes (salvo la de la página 61):
D. R. © 2008 Latin Stock de México / Corbis
ISBN 978-970-768-099-9
Diseño de portada: Victor Hugo Garrido Soto
Impreso en México • Printed in Mexico
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INTRODUCCIÓN.
el extraño caso
del detective inmortaL
Con todo respeto y la mayor gratitud
para el doctor Rafael Moreno González, maestro en la amistad, amigo en el
magisterio y auténtico Sherlock Holmes de nuestro tiempo.
Al cumplirse 120 años desde la publicación, en
1887, de Estudio en escarlata, la primera historia
de la serie narrativa que conforma la saga holmesiana, sería del todo inexacto atribuir a sir Arthur Conan Doyle la paternidad de los métodos
utilizados por la policía científica, ya que desde el
siglo vii de nuestra era, Ti Yen Chieh, magistrado
en la corte de la dinastía Tang, se sirvió con lógica impecable de pruebas forenses para el esclarecimiento de numerosos crímenes; sin embargo,
la aplicación sistematizada de la metodología
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Introducción
científica que trajo consigo el nacimiento de la
Criminalística no fue una realidad sino hasta el
siglo xix, gracias a Hans Gross y su célebre Manual del juez (1894).
Casi dos décadas antes, el médico italiano Cesare Lombroso había dado comienzo a los estudios
criminológicos con el libro El hombre delincuente
(1875). Por cierto, las contribuciones de Holmes
a la Criminología son más bien escasas, e incluso
pueden ser objeto de severa crítica debido a la
superficialidad de sus conclusiones, no pocas veces inverosímiles cuando aparecen “plenamente
confirmadas” en el desenlace de la trama, y apenas aceptables como recurso literario.
Así, por ejemplo, en el relato “El carbunclo
azul”, el doctor Watson pregunta a Holmes cómo
ha logrado deducir que el sospechoso posee una
inteligencia superior, a lo cual el detective responde poniéndose el sombrero del presunto criminal —que le cubre hasta el puente de la nariz—, mientras afirma categórico: “Es una cuestión
de capacidad cúbica, un hombre con un cerebro
tan grande debe tener algo dentro de él.”
Muy por lo contrario, la reconstrucción de los
hechos mediante la acuciosa mirada del investigador en la escena del crimen constituye una
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verdadera lección acerca de la correcta manera
de proceder en cada caso, valiéndose de todos
los posibles indicios sin pasar por alto ni el más
pequeño detalle, sabiendo discernir con razonamiento admirable su relevancia o no para el curso de la investigación; riguroso procedimiento
que Sherlock Holmes aplica conforme a la más
genuina y depurada experiencia del criminalista
profesional, aunque por esas fechas no se habían
establecido las normas básicas de la Criminalística, ni mucho menos se tenía en aquel entonces la
variedad de recursos técnicos hoy disponibles.
Está claro que de no haber sido médico, Conan Doyle difícilmente hubiese escrito sus narraciones detectivescas con un enfoque tan cercano a los métodos de la policía científica, dado
que en el ejercicio de su profesión la diagnosis
era todavía más importante que en la actualidad
para el adecuado tratamiento de los enfermos
pues, a falta de los análisis de laboratorio que
ya son rutinarios (sin soslayar la tecnología utilizada en los estudios clínicos), la recuperación
del paciente dependía casi por completo de la
capacidad del médico —por medio de la observación de los síntomas— para identificar los padecimientos.
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Introducción
Al respecto, las enseñanzas del doctor Bell,
tanto en la universidad como en la clínica, fueron determinantes para el escritor al concebir la
personalidad del detective y sus peculiares métodos de indagación, calificados en su momento de
“extravagantes”, pero después reconocidos por su
eficacia y sólida fundamentación experimental.
En cambio, sorprende advertir que las cuatro novelas y los cincuenta y seis relatos protagonizados
por Sherlock Holmes ofrecen en sus páginas una
perfecta síntesis de las principales técnicas criminalísticas.
Entre las escasas referencias que cita Conan
Doyle como precursores directos de su genial
detective —además del doctor Joseph Bell y de
Auguste Dupin, creado por la imaginación visionaria de Edgar Allan Poe—, cabe señalar las Memorias publicadas en 1829 por Eugène François
Vidocq quien, antes de convertirse en jefe de la
policía secreta de París, había pasado de ladrón
a informante; curiosa trayectoria en la que sumó
valiosas experiencias fuera y dentro de la ley, posteriormente aprovechadas para la identificación,
localización y detención de criminales.
Algunos estudiosos suelen aludir a Émile Gaboriau y su inspector Lecoq como el punto de
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partida que condujo hasta la maestría lograda por
Conan Doyle en el género policial, apreciación
desmentida con este comentario de Sherlock
Holmes:
¡Lecoq era un pobre zopenco! Sólo tiene a su favor
el entusiasmo. Lo que tarda seis meses en averiguar,
me hubiera llevado a mí menos de veinticuatro
horas […] Su libro podría utilizarse como manual
para detectives porque allí encontrarían todos los
errores que deben evitarse.
Gaboriau era pasante en una notaría cuando
tuvo en sus manos la primera edición de los relatos de Poe, traducidos por Baudelaire; para él
significó una verdadera revelación, al grado de
que abandonaría leyes y códigos para ponerse a
escribir. De cualquier manera, la fascinación por
las posibilidades de la lógica pura y de la razón
deductiva en su expresión más abstracta, fue la
herencia que Holmes recibió de Poe, no de Gaboriau; así como su excentricidad estética provino de Thomas de Quincey, autor de la originalísima obra El asesinato considerado como una de
las bellas artes, cuya primera parte fue publicada
en 1827.
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Introducción
Tal vez la más antigua y sorprendente trama
acerca de la investigación de un homicidio se encuentra en Edipo rey, la clásica tragedia de Sófocles (497-405 a.C.), ya que las averiguaciones del
infortunado héroe griego —para descubrir al asesino del rey Layo— terminan por revelarle que
él es quien cometió el crimen. Pero si se trata de
remontarse hasta el asesinato primigenio, habría
que evocar el fratricidio perpetrado por Caín, y
en tal caso, el papel de detective le corresponde
a Dios.
Desafortunadamente, la sucesión de los “caínes” no se ha visto interrumpida un solo día en
el transcurso de los siglos, e incluso cada nueva
generación actúa con mayor astucia, saña y temeridad, desafío que tiene su contrapartida en el
esfuerzo no menos tenaz para combatir el crimen
con todos los recursos de la ley, en cuyo auxilio
la ciencia hace las veces de “antídoto” que contrarresta la compleja maquinación y la creciente
diversificación de los delitos.
Y no es casual que surgiera en el siglo xix, a
la par de nuevas e inquietantes formas de criminalidad, un personaje como Sherlock Holmes,
fruto de la inspiración literaria, pero también del
avance científico al que precedió y secundó al12
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ternadamente, ya fuese como pionero de algunas
técnicas de investigación luego implantadas en
los departamentos de policía, o bien como eficaz
divulgador de las incipientes disciplinas criminalísticas.
Junto a sus méritos narrativos de ingenio y
amenidad, que capturan el interés del lector, la estructura de los relatos de Arthur Conan Doyle se
ajusta perfectamente a la metodología de la investigación científica, cuya secuencia describe paso a
paso mediante la gradual concatenación de los indicios observados, las hipótesis formuladas a partir
de éstos y la realidad concreta de los hechos.
Uno de los axiomas fundamentales de la criminalística establece que una persona presente
en la escena del delito intercambia elementos
con su entorno de muy diversas maneras. Pueden
encontrarse indicios en el lugar del crimen que le
vinculan con un posible sospechoso y, a la inversa, pueden encontrarse indicios en el sospechoso
que le relacionan con el sitio donde se cometió
el crimen. Pelos, fibras, partículas de tierra o de
polvo, fragmentos de plantas, rastros de pintura,
residuos de sangre o saliva, y muchos otros indicios microscópicos pueden delatar al criminal
más precavido y demostrar su implicación en el
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Introducción
hecho delictuoso por muy meticulosamente que
lo haya planeado.
Si bien es cierto que fue el doctor Edmond Locard (1877-1966) quien pasó a la historia por haber enunciado este “principio de intercambio”,
Conan Doyle ya lo incluye entre los procedimientos de su detective cuando el médico francés apenas era un niño, según puede apreciarse
en muchos de sus relatos, como en “La aventura
de Shoscombe Old Place”:
Sherlock Holmes llevaba un buen rato encorvado
sobre un microscopio de baja potencia. Repentinamente se irguió para mirarme con una expresión
triunfal y exclamó:
—Es cola, Watson. No hay duda de que es cola.
Eche usted un vistazo…
Me incliné hacia el ocular y gradué el aparato
para mi vista. Holmes siguió hablando:
—Esos como pelos son hilos de una chaqueta
de mezclilla. Las masas grises irregulares son polvo. A la izquierda hay unas escamas epiteliales. Las
burbujas color castaño del centro son, indudablemente, cola.
—De acuerdo —le dije, echándome a reír—.
Estoy dispuesto a creerlo, pero, ¿qué hay con ello?
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—Que constituye una demostración excelente.
Recordará usted que en el caso de Saint Pancras se
halló una gorra junto al cadáver del agente de policía. El acusado niega que sea suya. Pero su oficio
es el de hacer marcos para cuadros y, en esa labor,
utiliza cola como pegamento.
De ningún modo se pretende adjudicar al escritor británico la invención de todas las disciplinas criminalísticas, ni siquiera de alguna en
particular, pues abundan los antecedentes y sería
prácticamente imposible establecer una cronología precisa. Sólo es cuestión de reconocer que
sus ficciones narrativas equivalen a un verdadero compendio de las valiosas aplicaciones de la
ciencia en materia de investigación criminalística, todavía no suficientemente apreciadas en su
tiempo e ignoradas por la mayoría.
En ese sentido, no miente Holmes cuando —al
encontrarse por vez primera con Watson— hace
alarde de su excepcional trabajo: “Tengo una
profesión propia. Me imagino que soy el único
en el mundo que la profesa. Soy detective-consultor, y usted verá si entiende lo que significa.”
Y la mejor prueba de ello estriba en que un personaje de ficción figura, con todo derecho, junto
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Introducción
a los grandes pioneros de la Criminalística, como
Gross, Bertillon, Lacassagne, Galton y Locard,
por mencionar sólo algunos de los más representativos.
Tan convincentes resultaron el genio y la personalidad de Sherlock Holmes que, así parezca
increíble, su creador, Arthur Conan Doyle, llegó
a sentir celos de él y, abrumado por la gigantesca
sombra que proyectaba sobre su vida, decidió “matarlo” en un relato titulado significativamente “El
problema final” (1893), donde Holmes se precipita al vacío en forcejeo con su acérrimo enemigo, el profesor Moriarty. Pero a tal grado llegaron
las protestas de los admiradores del detective, en
todo el mundo, que Conan Doyle hubo de ceder
ante la incontenible presión ejercida por éstos y,
mediante una forzada “vuelta de tuerca”, devolvió la vida a su personaje en una nueva serie de
relatos: El retorno de Sherlock Holmes (1905).
Quizás el secreto de la inmortalidad del personaje no radique tanto en sus capacidades deductivas como en su profunda humanidad, generalmente disimulada con la apariencia del frío
y cerebral investigador, aunque de vez en cuando se permite manifestar sus más íntimos sentimientos:
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A mí me parece que nuestra certidumbre suprema
de la bondad de la Providencia está en las flores.
Todas las demás cosas: nuestras facultades, nuestros deseos, nuestro alimento, son, en realidad,
necesarios para nuestra existencia. Pero esta rosa
constituye un lujo. Su aroma y su color son un embellecimiento de la vida, no condición indispensable para ella. Solamente la bondad ofrece más de
lo necesario, y por eso digo que de las flores podemos derivar grandes esperanzas.
Francisco Castañeda Iturbide
“El tratado naval”, 1893.
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Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930).
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SHERLOCK HOLMES Y
LA INVESTIGACIÓN
CRIMINALÍSTICA
Rafael Moreno González
Nunca se han escrito mejores relatos policiacos que los protagonizados por Sherlock
Holmes, y aunque la fama de este magnífico mago se ha esparcido por todo el mundo,
creo que aún no son suficientes las efusivas
manifestaciones de agradecimiento que ha
recibido sir Arthur Conan Doyle por estas
historias. Uno entre muchos millones, yo
también ofrezco mi pequeño homenaje.
Gilbert K. Chesterton
A contracorriente del realismo y del naturalismo predominantes en la narrativa del siglo xix,
algunos escritores comenzaron a incursionar en
temas de carácter fantástico o, cuando menos,
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Rafael Moreno González
muy alejados de la rutina cotidiana circunscrita
a las preocupaciones materiales de la existencia.
Reacción muy explicable y necesaria, pues cuentos
y novelas se habían estancado en la descripción
de conflictos conyugales y problemas sociales, de
ahí que se diera un cierto retorno al espíritu del
romanticismo, pero sin prescindir de los conocimientos científicos de la época ni de una mayor
concisión en la expresión literaria, lo cual daría
resultados muy interesantes al combinar el razonamiento analítico con la facultad de la imaginación, por un lado, y el estudio de la psicología
con las inquietudes filosóficas, por otro.
Una vez reconocida la importancia de la verosimilitud como factor esencial de la técnica
narrativa, es decir, la capacidad del escritor para
abordar incluso las situaciones más fantasiosas
en forma coherente y creíble, según las directrices impuestas por Edgar Allan Poe (1809-1849),
precursor de las nuevas modalidades temáticas
que surgieron entonces, la literatura incursionó
de lleno en la dimensión de lo imaginario, pero
con un rigor y una lucidez más propios de la investigación científica, anticipándose en ocasiones a ésta como lo hicieron el francés Julio Verne
(1828-1905), universalmente admirado como el
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SHERLOCK HOLMES Y LA INVESTIGACIÓN CRIMINALÍSTICA
gran maestro de la ciencia ficción, y el británico
Arthur Conan Doyle (1859-1930), indiscutible
pionero de la Criminalística, creador del más
célebre detective de todos los tiempos: Sherlock
Holmes.
En efecto, Sherlock Holmes es uno de los personajes de ficción más populares en la historia de
la literatura universal, como lo prueba el hecho
de que las novelas y los relatos que protagoniza
no han dejado de publicarse, desde su primera
aparición en 1887, alcanzando tirajes extraordinarios en una vasta diversidad de idiomas. Sin
olvidar, por supuesto, las incontables adaptaciones cinematográficas y televisivas que han difundido su imagen en todo el mundo, no siempre
fieles al texto original y, con frecuencia, motivo
de justificada decepción para el espectador, pues
la “magia” que irradia este paradigmático detective suele disiparse en su traslado de la página a
la pantalla.
De cualquier manera, a pesar de su ya lejano
“nacimiento”, el señor Holmes no parece haber
envejecido y conserva intactas esas formidables
dotes intelectuales que le valieron ser considerado “la más alta y suprema autoridad en el campo
de la investigación criminal” o, según sus propias
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Holmes y Watson escuchan las noticias en su depatamento,
sito en Old Baker Street 221-b, Londres.
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