Sir Arthur Conan Doyle

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Siglo nuevo
NUESTRO MUNDO
rables libros que se han escrito por personas con escasos conocimientos de
cualquier tema, y a pesar de lo establecido a través de los siglos; el escritor tiene
derecho a no leer.
6º.- Respecto al uso del lenguaje que
intenta ser rebuscado y para su aplicación en los medios de comunicación impresos tendrá una restricción de ciento
treinta y una y media palabras por cuartilla. De tal forma que se podrán cambiar palabras cálidas y sencillas por otras más pretenciosas, por ejemplo: ósculo por beso, precipitación pluvial en
lugar de lluvia, carpeta asfáltica en vez
de pavimento, vital líquido por agua, y emolumento en lugar de sueldo; sólo por
mencionar de las más comunes.
7º.- El escritor tendrá derecho a no
escribir.
8º.- Aunque parezca necedad, tomando en cuenta el primer punto de los
derechos aquí descritos, se asienta que
el que escribe podrá hacerlo en cualquier lugar y material que le sea posible,
desde servilletas, cartoncillos, libretas,
pantallas de computadoras, hojas, hasta paredes de baños y calles. Estas dos
últimas cuidándose de que no haya otra
persona que lo detenga. Este derecho se
extiende a la libertad de abandonar cualquier proyecto llámese poema, cuento,
ensayo... no importando en qué fase de
desarrollo se encuentre.
9º.- Al igual que el lector, el escritor
tendrá derecho a la satisfacción inmediata y exclusiva de las propias sensaciones sin que necesariamente le importen
los demás.
10º.- Si el que escribe pretende infringir fuerza o ironía a sus frases, pero
no lo logra por carecer de palabras y formas eficaces en su repertorio, entonces
podrá utilizar indiscriminadamente las
comillas y signos de admiración. A pesar
de que está descrito que dichos signos
tienen una aplicación razonable y específica, se tendrá presente que si se exagera en el uso de éstos los contenidos simularán ser impetuosos.
Se aclara que poner en práctica los
artículos arriba mencionados no es garantía en absoluto de nada.
Correo-e: [email protected]
Sir Arthur
Conan Doyle
Coty Guerra
A
rthur Ignatius Conan Doyle nació
en Edimburgo, Escocia, en 1859, y
murió en Crowborough, Inglaterra en
1930. Célebre por la creación del personaje de Sherlock Holmes, detective de
ficción famosísimo en todo el mundo,
realizó sus estudios en la Universidad
de Stonghurst y en la de Edimburgo, y
ejerció la Medicina de 1980 a 1891 en
Southsea, Inglaterra. Pertenecía a una
próspera familia de irlandeses católicos
con una prominente posición en el mundo de las artes. Su padre, Charles Altamont Doyle, fuera de dar al mundo un
hijo famoso, debido al alcoholismo no
tuvo ningún logro personal, y terminó
sus días asilado en un hospital psiquiátrico por su adicción. Su madre, quien
se casó a los 17 años, era una joven muy
culta con una gran pasión por la lectura
y contar historias. No había recursos económicos por la situación familiar que
se vivía, y a la edad de nueve años sus abuelos lo enviaron a un internado de jesuitas en Inglaterra.
Durante los siete años de internado,
sus momentos de felicidad eran cuando
sostenía correspondencia con su madre,
hábito que mantuvo hasta su muerte, por
lo que dejó más de 1,000 cartas escritas.
Arthur escribió en su autobiografía: “en
mi niñez, hasta donde yo recuerdo, las
hermosas historias que ella me relataba
eran tan claras que opacaban los duros
hechos reales de mi vida”. Fue en el internado cuando se dio cuenta que tenía
talento para decir cuentos, con los que
asombraba a sus compañeros. Decidió
estudiar la carrera de Medicina y ahí conoció a su maestro el Doctor Joseph Bell,
un genio de la observación, lógica, deducción y el diagnóstico, quien, además,
le sirvió de modelo para su personaje de
Sherlock Holmes. A los 23 años abrió su
consultorio y en 1885 se casó con Louisa
Hawkins con quien procreó dos hijos:
Mary y Kingsley.
Su primer libro que llevó a Sherlock
Holmes de protagonista, Estudio Escarlata, se publicó en 1987. Uno de sus logros fue lo bien delineados que estaban
los personajes, tanto el de Holmes, de
extraordinario razonamiento deductivo, como su amigo el bondadoso y torpe
Doctor Watson, quien es el narrador de
las historias, y el malvado archicriminal
profesor Moriarty. Con este libro se hizo
mundialmente famoso y popularizó el
género de la novela policíaca.
El culto a Sherlock todavía pervive y
su ficticio domicilio de Baker Street, convertido en museo, ha sido por décadas
uno de los lugares turísticos más visitados de Londres.
A la par de sus escritos, se fue a Viena
a estudiar la especialidad de Oftalmología. A su regreso abrió su consultorio
en Wimpole Street pero, como no tenía
muchos pacientes, se dedicó a hacer historietas ilustradas sobre Sherlock Holmes, dándole un físico parecido al hermano de su editor, Walter Page, considerado un hombre muy guapo en su época, imagen que ha perdurado hasta la
fecha. Después de sufrir un ataque de
influenza que lo dejó casi moribundo,
en 1891 abandonó para siempre la Medicina dedicándose solamente a sus novelas. En 1893 decidió dejar a un lado a
Sherlock Holmes y escribió El problema
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