Capítulo 12: En alta mar. Ana se aburría soberanamente. Hacía ya una semana que estaban en la base y el maestro Gilroe la había convencido para recibir clases. Se había arrepentido enseguida. El profesor era bueno y sabía lo que hacía, pero estaba empeñado en enseñarle todo desde el principio y no quería escuchar a Ana cuando le decía que una de sus alumnas más brillantes le había enseñado lo mismo de igual manera. Así que se había visto obligada a recibir clases que no necesitaba. Bostezó. Estaban en una habitación del torreón este. El sol estaba en lo alto del cielo y el maestro Gilroe se esforzaba por explicarle las leyes de la traslación, algo que Ana dominaba, ya que su tía se lo había hecho repetir una y otra vez. Miró por la ventana. Le entraron ganas de salir al patio. Ya no aguantaba más estar allí encerrada. El problema era cómo hacerlo. Por suerte ese día tenía una excusa. Se levantó y se dirigió al maestro: _ Maestro Gilroe, le pido permiso para ausentarme. Esta tarde es el concilio y tengo que hablar con el príncipe Enroy. Él la miró ceñudo, pero terminó asintiendo. Ana realizó el hechizo de traslación y, para sorpresa del maestro, desapareció de allí. Reapareció en la fuente del ángel, riéndose a carcajada limpia. Le había dado una lección al maestro. Ahora sabría lo que realmente Ana sabía. Paseó por las baldosas de mármol hasta el sauce. Allí se sentó, recordando el beso que le había dado Goran, hacia una semana. Se sonrojó. Todavía le latía el corazón aceleradamente al recordarlo. Pero, por desgracia, Goran se había ido al día siguiente a La Frontera, y la había dejado sola, recibiendo clases que no necesitaba. Le había prometido que tan solo estaría fuera una semana, así que tenía que volver ese día. Ana estaba nerviosa, no solo por el regreso de Goran, sino por la reunión de Maestros que iba a haber aquella tarde. Roy le había explicado que alguno de ellos no estaban de acuerdo en que el colgante permaneciera en Erimund y a otros les daba igual. Pero de todas formas tenían que reunirse para hablarlo. Y Ana estaría presente. Esa tarde se decidiría qué iba a ser de ella, porque no pensaba darle el colgante a nadie. Se levantó y corrió al torreón oeste. Allí le preguntó a una sirvienta dónde podía encontrar al príncipe. Ella le contestó que en el bosque de la entrada. Ana corrió hacia allí. Desde que habían llegado, no pasaba mucho tiempo con Roy, pero le gustaba hablar con él. Era un gran amigo y consejero. Lo encontró sentado bajo un árbol, mirando el asta de una flecha. Estaba practicando el tiro. Cuando la vio aparecer, la saludó con una sonrisa. Ana se sentó a su lado. _ ¿Estás nerviosa? _ le preguntó el principe. _ Sí, mucho _ se frotó las manos, una contra la otra _ ¿Qué pasará si me mandan a la Tierra? Yo no quiero volver. _ Yo solo sé que tendrás que hacer lo que ellos te digan, Ana. Probablemente será lo mejor para todos. _ ¿Y si no es lo mejor para mí? No quiero irme, ni dejar Erimund, ni a ti, ni a Goran. Sería injusto que… _ Ana _ le dijo, tranquilizador _ No seas egoísta. Ten en cuenta que lo que te cuelga del cuello puede ser la perdición de este mundo y del otro. Si Raygar llega a hacerse con él, conquistará la Tierra. _ ¡No soy egoísta! _ replicó Ana, sabiendo que sí lo estaba siendo _ Pero no es justo que vosotros os podáis quedar aquí a luchar y a mí me manden de nuevo a la Tierra por el dichoso colgante. _ Entonces tendrás que entregárselo a otro para que vaya él en tu lugar. _ No _ dijo ella con tono apremiante _ No pienso dárselo a nadie. _ Pues tendrás que irte. _ Tiene que haber otra cosa que podamos hacer _ insistió Ana. _ Piensa lo que quieras, yo lo he estado haciendo y no he encontrado manera. Pero a lo mejor se te ocurre a ti algo. De lo contrario, tendrás que volver. Ana suspiró. Miró el colgante, que estaba apagado. Jugó con él entre sus dedos y finalmente miró a Roy con preocupación. _Como vuelva, la que me va a caer. Mi tía me va a matar. Roy soltó una carcajada. Se levantó y cogió el arco. Colocó la flecha y tiró. Tenía un tiro perfecto, que dejaba muy atrás al de Ana. Repitió muchas veces el tiro en diferentes direcciones. Ana se quedó sentada por seguridad. Roy se movía a una velocidad de vértigo y disparaba casi enseguida. Estaba segura de que si se movía, terminaría por dispararle. De repente el colgante comenzó a brillar de nuevo. _ ¡Goran! _ exclamó Ana, sobresaltando a Enroy. Se levantó y se dirigió corriendo al palacio. Roy la siguió. Goran entraba justo delante de ellos, montado sobre Carboncillo. Descabalgó cerca de las caballerizas y le dio las riendas a un mozo de cuadras. Ana corrió y le echó los brazos al cuello, riendo. Goran la abrazó. Había sido el tiempo más largo que habían pasado separados desde que él viajó a Inglaterra. Roy llegó para saludarlo. Se estrecharon la mano. El recién llegado parecía cansado, pero contento. _ Ya está todo organizado, no falta nada. Ya estamos en el grupo de incursión. Ana bajó la mirada. A lo mejor ella no podía luchar con ellos. Roy meneó la cabeza. El recién llegado se dio cuenta de que algo no iba bien. _ ¿Qué es lo que pasa? _ Van a celebrar un concilio _ respondió Roy _ Los Maestros no comparten la misma opinión sobre Ana y el colgante. Esta tarde decidirán qué hacer con ella. Es posible que la manden de nuevo a la Tierra. Goran la miró, con dureza. _ Sabes que eso es lo mejor, ¿no? _ Puede que sea lo mejor y sé que es lo que tú quieres _ contestó Ana _ Pero no pienso moverme de aquí. No voy a dejarte. Él le sonrió. Sabía que cuando se ponía así era imposible hacerla cambiar de opinión. La abrazó con fuerza y comenzaron a caminar. Se dirigieron a la torre oeste y dejaron que Goran volviese a acomodarse en su cuarto. Ana se sentó en su cama, mientras él se bañaba. Roy le había dicho que pensara en algo. Se le había ocurrido una idea. Si la hacían volver, no tendría más remedio que hacer lo que tenía en mente. No le gustaba, pero era lo único que podía hacer para quedarse, aunque fuese lejos de Goran. _Tranquila, ¿vale? Que no es un potro de torturas _ le dijo Roy. Ana paseaba arriba y abajo frente la puerta de la sala donde se estaba realizando la reunión. Pronto la llamarían y tendría que entrar. Roy se apoyó en una columna al lado de Goran. Él la miraba con preocupación. Sabía que algo estaba tramando. La cogió del brazo y la atrajo hacia sí. La miró a los ojos. _ Ana, prométeme que digan lo que digan allí dentro, no vas a hacer ninguna locura. Ella lo miró a los ojos. Sabía que estaba hablando en serio. Bajó la mirada. Para él, las sospechas quedaron confirmadas. _ Ana, por favor,… Le interrumpió el ruido de la puerta al abrirse. La llamaron. Ana se despegó de Goran, sin mirarlo a los ojos. ¿Cómo podía saber que estaba planeando algo? Pasó a la sala y cerraron las puertas detrás de ella. Los cinco Maestros estaban reunidos en la mesa de madera. Hicieron que Ana se sentara al final, frente al rey. _ ¿Sigues negándote a entregar el colgante? _ le preguntó un Maestro ya mayor. Ella asintió. Todos miraron al rey. _ Ana _ empezó éste _, el colgante no puede permanecer en este mundo. Por votación general hemos decidido que mañana serás devuelta a la Tierra con tu tía y por consiguiente no participarás en la guerra que está prevista para dentro de dos meses. Una vez haya terminado, se enviará un mensaje en caso de que el resultado sea favorable. De lo contrario, permanecerás a la espera de nuevo en la Tierra. ¿Alguna objeción? Ana supo que hacía la pregunta sin esperar respuesta. Lo miró con tristeza. Las lágrimas florecieron en su rostro. Se apresuró a parpadear para contenerlas. _ Eso es todo. La sesión de hoy ha concluido. Los Maestros comenzaron a levantarse y a salir por las puertas laterales a sus respectivos aposentos. Ana permaneció sentada con la mirada perdida en algún punto de la mesa. El rey se acercó a ella y le posó la mano en el hombro. _ Siento mucho que haya tenido que ser así. Sé que tú madre también se habría quedado, pero no puede ser. Debes irte por el bien de todos. Ana lo miró, agradecida. Se levantó y salió sin una palabra. Los chicos seguían esperándolos fuera, pero no fue necesario que le preguntaran por el veredicto. Por su cara, ambos supieron qué se había decidido. Ana no comentó nada. Se dirigió a su habitación. Esa noche se acostó sin cenar siquiera. Goran estaba preocupado por ella. No sabía lo que iba a hacer, pero estaba seguro de que no se iba a quedar de brazos cruzados. La respiración de Ana cada vez era más pesada. Él la cogió del suelo cuando tropezó. La chica repetía una y otra vez el hechizo, pero no conseguía trasladarse. El rayo volvió a iluminar el bosque. Ana cayó cuando éste la atravesó. Su mirada estaba perdida en algún punto del bosque, vacía. Y la cara de aquel hombre. Goran sintió que se caía a un vacío. Pero no le dolió. Cayó sobre algo blando. Alzó la mirada. Vio una luz al fondo de un pasillo. Corrió hacia ella. Entró en una habitación totalmente blanca. Allí había una mujer. Era hermosa e iba vestida de blanco. Ella lo miró, sonriendo. “Ella se va, Goran.” Le dijo con voz musical. “Se va” La miró con ceño y de repente alguien tiró de él. Se alejó de aquella hermosa mujer y de la luz. Todo se volvió oscuro… … Despertó en su habitación con el corazón latiéndole con fuerza. Se incorporó y se sentó en la cama. Tenía un terrible presentimiento. Se levantó de la cama frotándose los ojos y se dirigió a la habitación de al lado, la de Ana. Se asomó con cuidado. No estaba. Maldijo algo por lo bajo y corrió a su habitación. Sabía que era verdad, que la mujer de blanco estaba en lo cierto. Ana se estaba escapando. Era la única forma de que no la devolvieran a la Tierra. Recogió sus cosas con prisa y se colocó la capa de viaje por encima. Se colgó la espada y echó a correr escaleras abajo. Llegó al pasillo de los arcos y corrió por él. Se detuvo un momento. Saliendo de las caballerizas había una figura encapuchada. Llevaba de las riendas un caballo castaño. La figura se montó en el caballo y salió del palacio al galope. Goran salió del edificio por la torre este. Se dio cuenta de que los guardias que, se suponía, debían estar vigilando estaban dormidos. Goran estaba seguro de que era cosa de Ana. Corrió a la caballeriza y ensilló a Carboncillo tan rápido como pudo. Los caballos relincharon ante la intrusión. Goran le colocó las riendas y se montó sobre el caballo. Lo espoleó hasta que le dolieron los pies. Carboncillo relinchó y galopó lo más rápido que le permitían las patas. Goran salió del palacio y se adentró en el bosque. No podía dejar que Ana se fuera. Oyó el sonido de los cascos contra la piedra. Estaba cerca. Espoleó otra vez a Carboncillo. El caballo corrió más deprisa. Entonces Goran vio a Ana. Llevaba la capucha hacia atrás por el viento. Se acercó muy lentamente, ya que ella también iba al galope. Pero el caballo negro de Goran era más rápido. Acabó a su lado y le cogió las manos. La obligó a frenar la yegua. Ana obedeció y la paró. Se quedaron un rato mirándose. Finalmente, Goran descabalgó. Se puso a su lado y la bajó del caballo. Ella tenía lágrimas en los ojos. La abrazó con fuerza. Ana lloró en su hombro. _ ¿A dónde se suponía que ibas? _Tenía que irme de allí _ Dijo, sollozando _ No podía volver, Goran, no podía volver y dejarte a ti aquí. _ No tenías por qué hacerlo. Yo volvería contigo a la Tierra. Ella se apartó de él y lo miró a los ojos. _ ¡Pero dejarías la lucha y a tu hermana! _ él sonrió con tristeza. Ella negó con la cabeza _ Yo no podría haberte obligado a algo así. Tú tienes que rescatarla a ella. No puedes venir conmigo. _ ¿Y quedarme aquí solo?_ le sonrió con cariño _ Yo voy donde tú vayas, Ana. No entiendo como no te ha quedado claro. ¿Qué iba a hacer yo sin ti? Ana lo miró con lágrimas en los ojos. Se puso de puntillas y lo besó. Goran la abrazó con fuerza. _ Te quiero _ le susurró con voz queda. Ana sonrió. _ Yo también. Quedaron así un momento. Luego Goran la apartó con una sonrisa. _ Bueno, cuéntame tu maravilloso plan. Ella se rio. _ Pues, tenía pensado alejarme de aquí, hasta que tan solo quedaran dos o tres semanas para la batalla. Nadie se acordará de mí y cuando reaparezca, estarán demasiado ocupados con la batalla como para preocuparse por mí. Si no fuese así, me escaparé a La Frontera y desde allí acudiré a la batalla. Tengo el presentimiento de que a Artrak le caí bien, así que dudo que me delate. _ No, no lo hará _ le aseguró Goran. Sonrió _ ¿Y donde tenías pensado pasar este mes? _ Quería ir a Falros. Allí fue el último sitio donde estuvo mi madre. Y además alguien me dijo que era una zona antigua, poderosa y bonita, y siguiendo el consejo de un amigo… Goran se acercó a ella. _ ¿Un amigo? Ella asintió. _ Un muy buen amigo _ contestó sonriendo. _ Pues quiero que sepas que ese amigo irá contigo a Falros y a donde haga falta. Le rodeó la cintura con sus brazos. Ana alzó la mirada. _ Dile a ese amigo que está tomando derechos que no debe. _ Será que tú se los das. Ana rio. Le quitó los brazos de su cintura y volvió a montar en Aura. _Si es verdad que vienes, date prisa. No quiero que me encuentren. Y está amaneciendo. Goran obedeció con una sonrisa. Se montó en Carboncillo y lo espoleó en señal de respuesta. Ana lo siguió. _ ¡El maestro Gilroe se pondrá furioso cuando lo descubra! _ Pues no te cuento los Maestros. Ana se rio. Aunque de alguna forma malvado, su plan le parecía perfecto. Había desobedecido a los Maestros, pero no le importaba. No iba a regresar a le Tierra y Goran estaba con ella. Era todo lo que quería. Además, podría visitar Falros, que era el último sitio donde había estado su madre. Estaba emocionada ante la idea. Cabalgaron hasta que el sol salió de detrás de Las Nevadas. Para entonces ya habían salido del bosque y se encontraban en pleno campo. Pararon poco tiempo. Ana había huido de la sentencia de los Maestros y Goran le había ayudado. No estaban seguros de si les seguirían, pero por si acaso, tenían que alejarse lo antes posible de La Frontera y de la base. Era lo más seguro. Llegaron cabalgando al Neit y continuaron junto su orilla durante todo el camino. El viaje duró cinco días hasta Puerto Grande. Pasaron por ciudades como Sur y Larú, que se alzaban a la orilla del río. Ana estaba feliz de haberse puesto en camino otra vez con Goran. Ahora pasaban todo el tiempo juntos y se sentía segura con él. Por primera vez desde que lo había conocido podía confiar verdaderamente en él. Ya sabía que no había más secretos entre ellos. Se sentía a salvo. Aunque Goran siempre estaba alerta y dudaba de que lo estuvieran. Como habían abandonado la base, se exponían de nuevo a Raygar. Ana sabía que no podían cruzar y avanzar por el norte. Pero a medida que se acercaban al sur, Goran le obligaba a prestar más atención a su alrededor y procuraban dormir bajo techo. Ana no sabía realmente cuál era el peligro, pero el problema era que parecía que Goran tampoco lo sabía. La mañana del quinto día, amanecieron en un pequeño pueblo llamado Foun. La noche anterior se habían acostado tarde, porque Goran se había empeñado en llegar al pueblo antes del anochecer. A Ana le dolía la cabeza. Desayunaron en el pequeño hostal donde habían pasado la noche. Inmediatamente después, volvieron al camino. No hablaron mucho esa mañana. Por la izquierda, detrás del río Neit, podía verse el Gran acercándose cada vez más al Neit. Goran le dijo que quedaba poco para llegar a Puerto Grande. Ana supuso que era una exageración. Llevaba dos días diciendo lo mismo. Por eso se sorprendió al comprobar, poco antes del mediodía, que ya se empezaba a oler a mar. Una oleada de aire caliente traía consigo el aroma a sal y Ana no pudo evitar recordar las tardes en la playa con su padre. Sonrió con añoranza. Todo eso había quedado ya muy atrás. Fijó la vista en el horizonte y vio unas construcciones que se alzaban al cielo, brillando a la luz del día. Ana estrechó los ojos. Distinguió tres torres altas y luego casas que se extendían por los alrededores, que se cortaban bruscamente a la orilla del río. Ana siguió la mirada sobre él y descubrió el punto donde el Neit y el Gran se encontraban. Al fondo, podía verse el mar. Se volvió a Goran, emocionada. _ ¡Estamos llegando! Él se rio, pero no contestó. _ ¿Cuánto tardaremos? _le preguntó ella, ansiosa. _ Llegaremos antes de comer. Conforme se iban acercando y los detalles se iban acentuando, el nerviosismo de Ana crecía. Descubrió que era una ciudad amurallada que tenía barrios periféricos alrededor. Se extendía por la orilla de los ríos hasta el mar y era grande. En el mar y en el río había navíos de todos los tamaños. Mucha gente se encaminaba hacia ella. Ana y Goran se encontraban entre un grupo de gente que hablaba sobre pescado. Ella no le prestaba atención. La marcha era lenta por el continuo flujo de la gente saliendo y entrando de la ciudad. En un momento dado, Goran interrumpió la conversación de sus acompañantes. Ana prestó atención. _ ¿Tres barcos? Un hombre calvo con barba asintió, apenado. _ Mi hermano ha perdido ya once. Esta siendo una masacre para todos los marineros y comerciantes. No dejan nada que sea aprovechable y encima piden el rescate de la tripulación. Hay muchos desparecidos. No es aconsejable navegar. _ ¿Se han restringido los viajes a Falros? _No, que yo sepa. Todo está ocurriendo al este. Goran asintió, pero no añadió más. Ana se acercó para enterarse de lo que había pasado. _ Al parecer hay muchas pérdidas. Los piratas están saqueando los barcos. _No deberíamos ir a Falros. _No creo que pase nada. Por lo que sabe este hombre, los saqueos se están dando en el este. Creo que el principal problema va a ser encontrar algún barco que quiera ir a Falros. Ana permaneció callada. Avanzaron lo que les restaba hasta la ciudad y llegaron a la hora de almorzar, tal como había predicho el chico. Lo primero que hicieron fue buscar un lugar donde dormir y comer. Las calles olían a pescado y estaban atestadas de gente. Ana observó que abundaban los puestos de pescado y utensilios para la pesca. Avanzaban hacia el mar. Ana podía ver los mástiles montada sobre el caballo. Los destellos del sol sobre el mar hacían de la vista algo magnífico, pero el olor a pescado crudo lo estropeaba. Llegaron a una pequeña posada que estaba limpia y seca. Ana esperó a que Goran hablase con el encargado, como siempre. Poco después, estaban sentados a una pequeña mesa en un gran salón con un fuego. Una camarera les llevó un guiso, de pescado. Ana lo tomó con gusto. El dolor de cabeza le aumentaba por momentos. _Esta tarde deberemos buscar un barco que vaya a Falros. _ ¿Puede ser después de que duerma un rato? Me duele terriblemente la cabeza. El chico la miró, preocupado. _ No es nada _ se apresuró a decir ella _ Solo estoy cansada. Él asintió. Después de comer se dirigieron a las habitaciones. Habían alquilado dos contiguas. Ana entró en la suya. Era pequeña, con una ventana que daba a la calle mayor. Estaba limpia y bien amueblada. Se tumbó en la cama. Goran se acercó a ella. _ ¿Seguro que estás bien? _ Sí, de verdad. Solo es cansancio. Él asintió. _ Voy a salir. Te recomiendo que seas prudente. Volveré dentro de una hora más o menos. Ana guardó su navaja cerca de ella, bajo el colchón. Colocó el arco también cerca, donde le fuera fácil cogerlo. Goran se fue. Ana cerró los ojos. Las punzadas que sentía en la cabeza se le suavizaron pasado un tiempo. Se sumió en un sueño intranquilo pero reparador. Cuando se despertó, la luz de la tarde entraba por la ventana. El dolor de cabeza se le había pasado. Recordaba vagamente haber soñado con unos ojos oscuros que la miraban en la claridad. Trató de recordar de qué trataba el sueño, pero le fue imposible. Se levantó y se dirigió a la pileta de agua. Se lavó la cara. En ese instante entró Goran. _ Ya estás despierta. ¿Qué tal la cabeza? _Bien. Ya se me ha pasado. Se sentó en la cama. Cogió a Ana del brazo y la arrastró hasta sentarla en sus rodillas. Aunque habían pasado todo ese tiempo juntos, él no solía mostrarse tan cariñoso con Ana. Ella le sonrió con dulzura y se apoyó en su hombro. _ Tengo buenas noticias _ le susurró, mientras le acariciaba la palma de la mano abierta _ He encontrado un barco que va a Falros mañana. _ ¡Qué bien! _ exclamó ella _ ¿Cuándo parte? _ Al amanecer. Si quieres, te lo enseño. Los marineros están cargando bultos. Al parecer, no viajaremos solos. _ ¡Me encantaría verlo! _ Lo sé. Ana se levantó de un salto. Él continuó sentado. _ ¡Vamos! Para su sorpresa, el chico se tumbó. _ Tú has descansado un rato. Ahora me toca a mí. Ella se acercó, lo cogió de la manó y tiró de él. De nada le sirvió. Finalmente se puso de rodillas a su lado e hizo una mueca de súplica, entrecruzando los dedos de sus manos. El chico se rio. Se puso en pie y la cogió. Salieron de la posada en dirección al puerto. Ana lo observaba todo con los ojos muy abiertos. Conforme se acercaban al mar, había más astilleros y puestos de pescado, que ahora se encontraban recogiendo. Recorrieron la calle mayor sin detenerse demasiado y llegaron al puerto. El sol comenzaba a ponerse sobre el mar creando reflejos de distintos tonos de color. Goran giró a la izquierda y Ana lo siguió. Los barcos estaban anclados por toda la orilla del mar y seguían extendiéndose hasta el río. Luego continuaban para arriba por él. Goran la condujo hasta la desembocadura del Gran en el mar Falros. Antes de llegar a ella, el chico le señalo un pequeño barco, de una sola vela, que estaba anclado a su derecha. Ana se acercó un poco. Estaba cargado de bultos. Un hombre le habló a su espalda. _ ¿Buscas algo, muchacha? Ella se volvió. Era un hombre bajo y regordete. Llevaba una larga barba blanca y un cabo en el brazo, enrollado. Fue Goran el que le contestó. _ Está conmigo. El hombre se volvió y lo reconoció. _ ¡Ah! Hola chico. ¿Esta es la chica? La miró de nuevo, sonriente. _ Capitán Graun a tu servicio _ le tendió la mano. Ella se la estrechó, presentándose _ Esté es mi barco. Zarparemos mañana. _ Lo sé _ volvió la vista de nuevo al navío y no pudo reprimir su curiosidad _ ¿Quién viajará con nosotros? El hombre hizo una mueca. _ Un viejo cascarrabias. Es un científico _ Goran se acercó para enterarse _ Me pidió que le llevase a Falros porque quiere investigar no sé qué. El problema es que le debía un favor. No tuve más remedio que aceptar. Ana miró de nuevo los bultos tapados con el ceño fruncido. ¿Qué iría a investigar? La curiosidad le picaba. Miró por alrededor en busca de un hombre con pinta de científico, pero no vio nada. Goran se despidió del capitán del barco y tiró de su brazo. Ana se quejó. _ Tenemos que irnos. Mañana hay que madrugar. _ ¡Pero yo no tengo sueño! _ Lo he supuesto. Has dormido toda la tarde. Ana lo miró. Él sí estaba cansado. _ Está bien_ Suspiró. Goran le sonrió. Pasearon por el puerto mientras el sol se ponía tras los barcos. Luego se dirigieron derechos a la posada. Cenaron algo ligero y se acostaron enseguida. Ana comprobó que Goran se quedó dormido al instante de tumbarse en la cama. Ella se durmió tarde; no estaba cansada y, además, tenía muchas ganas de montarse en el barco. Sería la primera vez que montara en uno y estaba nerviosa. Esperaba que no fuera una mala experiencia. La despertó Goran agitándola suavemente. Se puso de pie enseguida. Recogieron las cosas y desayunaron deprisa. Salieron a la calle. El cielo comenzaba ya a clarear. Bajaron rápido la calle mayor hacia el puerto. Habían decidido no llevarse los caballos y dejarlos al cuidado de un mozo en una caballeriza; le habían prometido que le pagarían todo con intereses si los trataban bien. La gente comenzaba a despertar. Los puestos empezaban a llenarse de pescado. Los pescadores tomaban sus barcos y se hacían a la mar y frente a su barco, el capitán Graun les esperaba. _ ¡Llegáis algo tarde, muchachos! _ Perdónenos, capitán _ respondió Goran acercándose corriendo. El hombre subió al barco por una rampa de madera. Los chicos lo siguieron. Ya a bordo había un hombre de ricas vestiduras que miraba hacía el sur con aire de superioridad. _ Creí que saldríamos al amanecer _ le dijo al capitán. Él gruñó. Con ayuda de un grumete, desató la vela y la orientaron al sur. Recogieron la rampa y empujaron con un palo contra el muelle. El barco se puso en marcha. Conforme salían del puerto, el viento comenzó a soplar con más fuerza del norte. Giraron a la derecha y luego comenzaron a navegar hacia mar abierto. Ana sonreía mirando el mar. Todavía quedaban un par de horas para que Astor saliese de Las Nevadas pero el día era cálido, el primero en mucho tiempo. El grumete que acompañaba al capitán les mostró su camarote. Era pequeño y tenía una litera. No tenía ventanas. De un gancho colgaba un candil. El chico lo encendió antes de irse de nuevo a cubierta. Ana se tumbó en la cama de abajo. De repente, una ola sacudió el barco. Goran se dio contra la pared. _ Espero que no sea demasiado movidito _ comentó el chico. Ana se rio. Oyeron las órdenes del capitán y el barco giró hacía el este. Después de dejar sus cosas, subieron de nuevo. El hombre de las ricas vestiduras, que Ana supuso que era el científico, seguía donde lo habían dejado. Ana se acercó a él con una sonrisa. _ Soy Ana _ le dijo, tendiéndole la mano. El hombre ni siquiera la miró. Ella bajó la mano pero lo intentó de nuevo _ Llevas muchas cosas. ¿Qué tipo de investigación va a hacer usted en Falros? El hombre hizo una mueca de asco. _ Mis asuntos me pertenecen a mí y no creo que sean de su incumbencia, señorita. Ana abrió la boca para decir algo, pero cambió de idea y la cerró. Se volvió, indignada. _ ¡No te molestes! ¡Es un condenado engreído! _ le gritó el capitán. Ana oyó que el hombre gruñía y de repente, al capitán le cayó encima un chorro de agua fría. Ana había notado la magia. Miró de nuevo al hombre, que no se había inmutado, pero atisbó una pizca de satisfacción en sus ojos, cuando oyó las conjeturas del capitán. Graun dejó el timón y se acercó al mago a grandes zancadas. _ ¡Como vuelvas a hacer algo así, te tiro por la borda! Ana se rio de ambos. El capitán subió de nuevo al castillo de popa y cogió el timón. Ana fue tras él. Estaba empapado. Sonrió mientras realizaba un hechizo para secarlo. El hombre la miró agradecido. Ana vio por el rabillo del ojo como el científico se volvía a ella con ceño. Se rio. _ Así que, también tú eres maga _ comentó Graun, mientras se pasaba la mano por el pelo seco _ Bien, bien, a ver si le das un par de lecciones a ese viejo engreído. _ No me puedo creer que algún día te hubiera hecho un favor _ dijo Goran, que subía en ese momento para reunirse con ellos. _ Pues lo creáis o no, un día me salvó la vida. _ No creo que moviera un dedo por nadie. _ Eso fue antes de hacerse rico _ Ana suspiró. El capitán la miró sonriente _ Es un gran mago y un gran científico. Antes también era una buena persona. Ahora se ha convertido en una máquina de hacer dinero. _ ¿Lo conocéis bien? Él se encogió de hombros. _ Me salvó la vida. Pasaron la mañana conociéndose mutuamente, todos menos Desroy, el científico. Él pasó las horas mirando al mar. El capitán les dijo que, sin contratiempos, llegarían a Falros al día siguiente al anochecer. Ana, Goran y Flej, el grumete, jugaron a los dados. El grumete había ayudado a poner el rumbo del barco y ya no tenía que hacer nada salvo en casos excepcionales. Les contó que tenía ya diecinueve años y que llevaba cinco trabajando para Graun. Dentro de un año podría llevar su propio barco. Estaba deseando hacerlo porque según les contó, quería casarse con una muchacha con la que estaba saliendo desde hacía cuatro años. Estaba ahorrando para comprarse una casa. Ana lo miró con admiración. Era muy joven y ya estaba ahorrando para casarse. Debía querer mucho a la chica. Echaron el ancla para almorzar más tranquilamente. Ana notó que algo preocupaba a Graun. Le preguntó al respecto. _ Comienza a soplar aire del oeste y vienen nubes. No quiero preocuparos, pero podemos tener problemas. Ana miró a Goran. Él le devolvió la mirada con preocupación. A medida que fue avanzando la tarde, el viento aumentó en su fuerza y el mar se volvió más bravo. El capitán no habló mucho, pero todos supieron que algo iba mal. Desroy dejó su puesto en cubierta y se encerró en su camarote. Graun no hacía sino hacía dar órdenes a Flej, y Goran y Ana se sentaron en proa mientras veían el sol bajar en el horizonte. Contemplaron la puesta de sol delante de ellos. Unas negras nubes se acercaban por el oeste. Ana sabía que esa noche habría tormenta. Se encogió entre los brazos de Goran. Las olas comenzaban a elevarse cada vez más y el balanceo del barco se hacía cada vez más insoportable. El viento soplaba fuerte y frío. Antes de que el sol se pusiera por completo, las nubes lo taparon. Ana miró a Goran preocupada. _ Creo que el viaje va a ser movidito. Él forzó la sonrisa. Una ola levantó el barco y cuando volvió a caer, perdió el equilibrio. Ana lo agarró y lo atrajo hacia sí. _ ¡El capitán dice que os metáis en el camarote! ¡Podríais caeros por la borda! Las nubes eran cada vez más negras. Un rayo iluminó el cielo. Goran y Ana se apresuraron a meterse en su camarote. El barco se tambaleaba violentamente y les costaba andar por él. Finalmente llegaron al camarote. Ana se sentó en su cama y Goran en el suelo, frente a ella. _ No volcará, ¿verdad? El chico negó con la cabeza, pero no dijo nada. El barco volvió a bajar de golpe. Ana se pegó en la cabeza con la litera de arriba. _ Ven aquí _ le sugirió Goran. Ana se sentó a su lado, frotándose la cabeza. El chico le rodeo la cintura con un brazo y apoyó su cabeza en la de ella. _ ¿Te duele? _ No, solo ha sido un porrazo. Desde fuera les llegaron las voces de Flej. _ ¡No podemos continuar! ¡Tenemos que echar el ancla! _ ¡Si la echamos, la perderemos! _ le contestó el capitán. Ana oyó el sonido del agua cayendo. _ ¡No veo nada con tanta agua! Ana se puso en pie. Salió corriendo hacia arriba haciendo caso omiso a los gritos de Goran. Salió a la cubierta y ella misma se sorprendió. De la cortina de agua que caía, no podía verse a más de tres pasos de distancia. Ana formuló un hechizo y el barco quedó protegido por un techo impermeable. Salió de la torre de popa y miró hacia arriba. Graun y Flej miraban al techo de agua, impresionados. Ana sonrió. Por los costados seguía entrando el agua de lluvia y las olas, pero no era lo mismo que tenerla en la cara. Flej la miró, perplejo. _ ¿Mejor? El muchacho asintió. Graun soltó una carcajada y le dio las gracias. Ana volvió a entrar dentro. El hechizo que había hecho no era como un rayo. Requería estar continuamente mandando magia al techo. Estaba cansada. Entró de nuevo a su camarote y se tumbó en la cama. Goran la miró, preocupado. _ Es demasiado grande. Para o te matarás. _ Puedo hacerlo. Si no, nos mataremos de igual forma. De repente notó una ayuda. Alguien se había unido a su hechizo. Alzó la cabeza y miró a la puerta. Desroy estaba de pie, en el marco. _ Tienes razón _ le dijo, hablándole bien por primera vez _ Nos mataremos todos si no lo hacemos. Ana le sonrió. El hombre se acercó y se puso a su lado. _ Eres muy joven para tener el Don. _ Creían que estaba preparada para tenerlo. _ Y estaban en lo cierto. Tienes mucho poder, Ana. Tus padres tienen que estar orgullosos de ti. Ella miró a Goran con tristeza, pero sonrió mientras decía. _ Sí, lo están. Seguro que lo están. Goran se sentó a su lado y le acarició el pelo. _ Lo están. Le besó la frente con cariño. Desroy carraspeó, incomodo. Goran se apartó de ella y se subió a su litera. _ Llamadme a la hora de la cena. Ana le dio una patada a su cama y se rio. Sintió cómo se mareaba así que calló y se concentró en el trabajo que Desroy y ella estaban haciendo y que probablemente, les salvaría la vida. La tormenta amainó dos horas después. Cenaron todos juntos en la cocina, que era pequeña, pero estaba seca. Graun seguía preocupado. El grumete parecía acompañarle en el sentimiento. Miraban continuamente por la ventana hacia el cielo y por cubierta. Goran le preguntó por qué lo hacían. _ La tormenta ha cesado y las nubes comienzan a disiparse, pero el problema es que no sé donde nos encontramos. No hay tierra a la vista y tampoco me puedo orientar en el cielo estando encapotado. Tendremos que esperar hasta mañana para saber hasta dónde nos ha arrastrado la tormenta y poner nuevo rumbo. Ana miró a su alrededor en la oscuridad. Alzó la vista al cielo. Aunque había parado de llover, las nubes seguían tapando a Ela. Pensó que tampoco podía ser nada malo. Entonces intervino Flej. _ Nos preocupa que la tormenta nos haya arrastrado demasiado al este. Podríamos toparnos con piratas. A Ana le entró el nerviosismo de pronto. Miró a Goran. Él tenía la mirada perdida en algún punto de la mesa. _ ¿Qué podemos hacer? _ Por ahora, nada. Si se calma un poco más el mar, echaremos el ancla. Habrá que esperar. Ana sintió que se mareaba. Había gastado muchas fuerzas con el hechizo. Se fijó en que Desroy parecía también estar igual. Se levantó con la mano en la cabeza. _ Yo me voy a acostar. Estoy cansada. Goran se levantó con ella, seguido de Desroy. Todos se fueron a acostar, todos menos el capitán. El barco seguía tambaleándose peligrosamente. Pasaron por el pasillo apoyándose a las paredes. Cuando llegaron a la habitación, Ana se metió enseguida en la cama. Goran rebuscó algo en su bolsa. Sacó una daga que colocó bajo la almohada. _ Será mejor que la tengas a mano _ le dijo el chico, señalando la daga. Ella le mostró la navaja bajo la manga de la camisa. Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza. _ Estás asustado, ¿verdad? _ inquirió la chica. Goran la miró fijamente. Parecía nervioso y asustado, pero a la vez, frío y decidido. _ Tengo miedo de que te pase algo malo. _ No pasará nada _ lo tranquilizó ella. Él bajó la mirada y sacudió la cabeza, quitándole importancia lo que él mismo estaba pensando. Subió hasta su cama. Ana oyó como suspiraba. Se dio la vuelta y quedó dormida al momento. La despertó el sonido del cristal al romperse. Se volvió hacia la puerta. Goran estaba de pie juntó a ella. Miró a Ana y se puso un dedo en los labios. Ana se levantó con cuidado. Se puso las botas y se reunió con él. Ambos caminaron por el pasillo con cuidado de no hacer ruido. Llegaron a la escalera que conducía a la cubierta. Se oían voces. Goran le indicó que se quedara allí y subió un poco más por las escaleras. Ana no le hizo caso y lo siguió. Se asomaron. No podían ver gran cosa. Había varios hombres que sujetaban a Flej y a Desroy. Graun estaba tumbado en el suelo con una mueca de dolor. Un hombre de negra y sucia barba les estaba haciendo preguntas. _ ¿A dónde se dirigían ustedes? _ preguntó, con voz áspera e irónicos modales. _ A Falros _ contestó Graun. Le costaba hablar. El hombre se rio. Hizo una señal con la cabeza y un hombre le pegó un puntapié en el estómago. La exclamación de Ana quedó ahogada por el grito de dolor de Graun. Goran la arrastró de nuevo hacia dentro. Tenía la mirada calculadora. _ ¡No me mientas! _ seguía gritando el hombre_ ¡Falros está muy al oeste para que os dirigierais allí! _ ¡La tormenta nos arrastró! _ intervino Flej. Se oyó un nuevo golpe. Esta vez el gemido procedió del grumete. Ana se llevó una mano a la boca. _ Son piratas. Todavía no han bajado. Tenemos que intentar irnos. Retrocedieron un poco por el pasillo. Ana seguía con los ojos muy abiertos. _ ¡Vamos Ana, reacciona! _ le susurró el chico. Ana sacudió la cabeza _ ¡Tienes que sacarnos de aquí! Volvieron a la habitación y cogieron sus cosas. Los gritos se oían ahora hasta allí. _ Tienes que trasladarte, Ana. Trasladarnos a los dos. _ ¡No puedo hacerlo! ¡Nunca lo he hecho a tanta distancia y menos con dos personas! _ ¡Inténtalo! Ana asintió. Cerró los ojos e intentó concentrarse. Las voces de fuera se lo impedían. Apretó con fuerza los ojos, cogió la mano de Goran y pronunció el hechizo. No sucedió nada. _ ¡No puedo! _ le comunicó al chico _ Es como si algo me lo… Un grito de advertencia hizo que permaneciera callada. _ ¡Alguien intenta trasladarse! Ana miró a Goran con los ojos desorbitados. Oyó cómo varias personas bajaban por las escaleras. _ Ponte detrás _ le dijo el chico a Ana. Ana cogió la navaja y obedeció. Se aseguró de que el colgante estaba tapado por la ropa. En cuestión de segundos aparecieron unos hombres grandes y armados que abrieron la puerta de una patada. Al ver a los chicos comenzaron a reírse. Goran no perdió la calma. Pero entonces alguien hizo magia. Goran cayó al suelo a los pies de la chica. Los hombres corrieron a cogerlo. Se acercaron a Ana. Ella enarboló su navaja. No dudó en intentar clavársela a alguno en cuanto se acercaron. Oyó un grito. Le había dado a uno. Pero de repente una mano cruzó el aire y le abofeteó la cara. Ana sintió que se mareaba. La cogieron en brazos y la arrastraron a cubierta. Pataleó, gritó y arañó, pero de nada sirvió contra los grandes brazos que le rodeaban la cintura. La llevaron ante el hombre de la barba negra. Goran estaba a su lado. Sacudía la cabeza, mareado. _ ¡Soltadlos! _ ordenó, el hombre de la barba. Obedecieron y los soltaron bruscamente. Ana cayó sobre la cubierta con la cara. Se irguió frotándosela y corrió hacia donde estaba Goran. Le ayudó a levantarse. Solo estaba aturdido. _ Bien, bien, ¿y vosotros sois? _ ¡No le digáis nada! _ gritó Graun. El hombre lo miró con cara de desprecio. _ Deshaceos de esos tres, ya hemos terminado con ellos. _ ¿Qué queréis que les hagamos, capitán? −intervino el hombre que le había estado pegando. _ Meterlos en el bote y echarlos al mar. Seguramente morirán antes de divisar tierra. Cogieron el único bote que había en el barco y los metieron uno a uno con brusquedad. Desroy comenzó a resistirse. Ana sintió como la energía se tornaba a su alrededor. Iba a hacer magia. De súbito, produjo una honda que derribó a tres hombres. Luego se lanzó contra el hombre de las barbas con cara de rabia. Pero no llegó a tocarlo. Un rayo atravesó el barco y Desroy cayó al suelo, muerto. Ana lanzó un grito. Lo había lanzado un hombre huesudo que se hallaba detrás de ellos. Sonreía. Ana corrió hacia Desroy pero unos hombres la agarraron por las muñecas y se lo impidieron. _ Tirarlo por la borda _ ordenó el capitán de los piratas _Servirá de cena a los tiburones. Ana lo miró con gesto desconcertado. Los piratas lo cogieron y lo tiraron por la borda. Flej y Graun comenzaron a ser bajados en el bote. Ana veía reflejada en sus rostros una gran desesperación. El mar seguía picado. Ana no estaba segura de sí sobrevivirían. El capitán se volvió hacia ellos. Goran seguía con la espada en la mano y Ana con la navaja, que tenía la punta ensangrentada. El hombre se acercó a ella. _ Tengo entendido que has herido a uno de mis hombres _ el aludido gruñó_ Tienes coraje. Se rio. Sus hombres le acompañaron. Ana lo miró desafiante. _ No pretendería que dejase que me cogiera sin oponer resistencia. Las carcajadas del capitán crecieron hasta resultar incomodas. De repente cesaron. El hombre se volvió a ella, con rabia. La cogió de la barbilla, obligándola a levantar la cabeza. Se acercó a ella hasta que sus rostros casi se rozaron. _ ¡No me desafíes, jovencita! El aliento le olía mal. Ana reprimió las ganas de echarse a un lado para poder respirar, pero sabía que eso no la dejaría en buen lugar y en casos así, las necesitaba todas consigo. _ ¡Déjala en paz! _ le dijo Goran, también desafiante. _ No creo que esté en tu mano decidir lo que tengo o no que hacer yo, muchacho _ le contestó riendo. El capitán empujó a Ana. La chica cayó entre las manos de su tripulación que la agarraron con fuerza. _ Podéis hacer con ella lo que queráis. Goran enarboló su espada y se tiró hacia el hombre. Antes de que lograse siquiera dar dos pasos, lo cogieron del brazo. El capitán aplaudió. _ ¡Bravo! ¡Bravo! No hay nada más bonito que morir por tu chica, ¿no crees preciosa? _ añadió, mirando a Ana. Ella forcejeó con los hombres que la tenían presa _ Acabad con él. Centelleó una espada. Ana lanzó un grito. _ ¡No! ¡Por favor, no lo hagáis! _ le suplicó al capitán. Él alzó una mano. El hombre que iba a matar a Goran paró de inmediato, obediente. _ Haré lo que queráis, pero no le hagáis nada, por favor. El capitán sonrió. _ ¡Vaya, vaya! Interesante. Realmente interesante. ¿Qué opináis, chicos? Los piratas gruñeron y comenzaron a hablar todos a la vez. Una voz se alzó sobre todas las demás. _ ¡Propongo que nos deshagamos de los dos! Había hablado un hombre alto y fuerte, que tenía en el rostro un feo corte ensangrentado. El resto de la tripulación se oponía a matar a Ana. Ella no sabía si prefería que la mataran o quedarse allí sola. Esos hombres la miraban como si nunca hubiesen visto a una mujer. Sintió un escalofrío. _ ¡Podríamos quedarnos a los dos! Todos callaron. El que había hablado era un muchacho que sería dos años más pequeño que Ana. Ella lo miró interrogante. ¿Qué era lo que se suponía que estaba haciendo él allí? _ ¿Por qué dices eso, chico? _ Bueno _ comenzó a decir, mientras se acercaba a los dos presos _ Ella podría sernos útil en cuanto a limpieza y comida. _ ¡Y más cosas! _gritó un hombre desde atrás. Todos rieron. El capitán levantó la mano para que el muchacho continuara hablando. _ En cuento a él. Mírele. Parece importante. Podríamos sacar algún provecho. A lo mejor vale algo, como el médico. El capitán lo miró un momento, ceñudo. Luego se volvió hacia la chica. _ Limpiarás y cocinarás para nosotros _ Se volvió hacia la tripulación _ Nadie la tocará a no ser que yo lo ordene, ¿ha quedado claro? Los hombres asintieron a regañadientes. Ana le dirigió a su salvador una mirada de agradecimiento. El chico le sonrió casi imperceptiblemente. _ Al otro llevároslo abajo. El muchacho lleva razón. Parece que valen algo. Ana se volvió a Goran, que sonrió con tristeza. En realidad valían mucho más que todos aquellos hombres juntos. Sobre todo Ana y el colgante que llevaba al cuello. El hombre que sujetaba a Goran alzó el brazo. Ana ahogó una exclamación. En la mano, llevaba una porra. Intentó avisar al chico, pero de nada sirvió, porque sus palabras quedaron tapadas por el sonido de la madera contra la cabeza de Goran. Ana gritó. Los hombres comenzaron a reírse ante la reacción de la chica, que pataleó y arañó con el fin de deshacerse de los brazos que la atrapaban. Finalmente ellos la dejaron correr hacia Goran. Le agarró la cabeza que comenzaba a sangrar. Estaba inconsciente, pero respiraba. Se lo llevaron de su lado. Ana atravesó tras ellos una tabla que conducía a otro barco, que era mucho más grande. El capitán comenzó a dar órdenes y la tripulación empezó a moverse. Ana corrió tras los hombres que arrastraban a Goran, pero unas manos se lo impidieron. Alzó la cabeza y se encontró con el hombre que había herido. _ Tú te vienes conmigo. Ella lo miró asustada. El hombre la cogió de la muñeca y la condujo en la dirección contraria a la que había ido Goran. Entraron por una puerta al castillo de popa. Bajaron unas escaleras y atravesaron unas largas mesas hasta una pequeña puerta en el fondo. El hombre la metió allí, bruscamente. _ Limpia y friega las ollas. Luego prepara una comida. Dependiendo de cómo esté, acabarás o no en el mar ¿has entendido? Y recuerda, somos veintitrés y el grumete. Hazla deliciosa o tú y tu amigo no saldréis vivos de aquí. Allí atrás tienes comida suficiente. La dejó cerrando de un portazo la puertecita. Ana miró alrededor. La cocina era considerablemente grande, pero estaba tapada por montones de ollas y platos sucios. Atravesó las torres de platos sucios hacia la portezuela que le había señalado el hombretón. Cuando la abrió, le vino de golpe un olor a pescado. Aguantó la respiración y tanteó en su interior. Solo había pescado, patatas y manzanas. Se sentó en el suelo ¿Qué podía hacer con eso? Se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar. Nunca había pensado que aquel viaje acabaría así. Pensó en Goran. Como no se hubiese levantado e intentado cerrar la herida, podría morir desangrado y los dos lo harían si ella no conseguía hacer una comida en condiciones. Se obligó a tranquilizarse. Tenía que empezar a fregar. Se dirigió a una pileta que había en una esquina. Allí se amontonaban la mayoría de los platos. Ana los apartó y llenó de agua la pileta con una bomba. Buscó una bayeta. Cuando la tuvo en la mano, busco un jabón o algo para quitar la grasa. No había nada. Miró los platos sucios desde hacía días y suspiró. Aquello le iba a costar bastante. Después de dos horas, terminó de fregar los platos de hacía días. Ana se miró las manos: estaban moradas y arrugadas por al frío agua. Se sentó en una de las largas mesas que había en el comedor. Le dolía la espalda. Había estado de pie todo el rato mientras fregaba, pero por fin había terminado. El sol ya se alzaba en el cielo hacía tiempo, pero no había dormido mucho y estaba cansada. Oyó unos pasos que bajaban por las escaleras de madera. Se apresuró a levantarse y a colocarse en la pileta, haciendo como si lavara platos. Pero el que apareció por el final del comedor no era otro que el muchacho que le había salvado a ella y a Goran. Suspiró mientras se acercaba. _ ¡Vaya! Has hecho un gran trabajo con la cocina _ dijo él, amistoso. Ella lo abrazó sin pensárselo dos veces. _ Muchas gracias por salvarnos, de verdad. Él la apartó, sonriendo. _ No es nada _ se acercó a la despensa y cogió una manzana _ Veo que también has ordenado esto. Mordió la manzana. Ella lo miró con ojo crítico. _ Nos has salvado. Tú no eres como ellos ¿Qué haces aquí? El chico sonrió. _ Soy hijo del capitán _ Ana se apartó un poco. Él se apresuró a alzar las manos _ ¡Yo no tengo culpa! No elegí ser hijo suyo. Pero aquí estoy _ le dijo sonriendo _ Y tienes razón en una cosa. No soy como ellos. Y tampoco quiero serlo aunque mi padre se empeñe en ello. Si hubiese una forma de escapar, la tomaría. Nada me ata aquí. _ Pero, ¿y tu padre? _ No le tengo ningún aprecio, créeme. No me trata mejor que a sus prisioneros. Ana sintió lastima por él. A pesar de haberse criado en un ambiente de piratería, el muchacho era bueno. _ ¿Qué sabes de Goran? Él chico se encogió de hombros. _ ¿Tu amigo? Lo mismo que tú. Nada. Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza. _ Tenemos que salir de aquí. _ Ya he pensado en eso _ la informó con la boca llena de manzana. Ella lo miró sorprendida _ No me mires así. No es la primera vez que lo hago. Aunque luego mi padre me pega, se puede decir que lo hago a diario. _ No dejaré que tu padre te pegue por mí. Él la miró muy serio de repente. _ Tendrás que elegir entre yo o tu novio y tú. _ Goran no es mí… Él chico alzó las cejas y ella calló. Se quedó un rato pensando y luego dijo, ilusionada. _ ¡No tienes por qué aguantar las palizas de tu padre! ¡Vente con nosotros! El chico pareció vacilar un momento. _ Yo,… sería estupendo. Pero… no sé si… _ ¡Venga ya! ¿No me dirás que prefieres quedarte con tu padre? _ ¡No! ¡Claro que no! Pero no sé… _ Lo planearemos juntos. No tienes nada que perder. El chico se encogió de hombros. Se terminó la manzana y le tendió la mano. _ Está bien. _ Soy Ana, por cierto _ apostilló ella. _ Reedy. Ella le estrechó la mano. Él muchacho se dio la vuelta y comenzó a recorrer la distancia que lo separaba de la escalera, para volver a la cubierta. _ Mi padre querrá verte después de la comida. Que no se te olvide _ le dijo antes de salir. Ana se volvió hacia la cocina. Se remangó la camisa y comenzó a sacar ollas que ella misma había fregado minutos antes. Tenía que empezar a hacer la comida. Patatas cocidas, pescado cocido y puré de manzana de postre. Era todo lo que había podido hacer con lo que tenía. Había puesto veinticuatro platos en las largas mesas con sus vasos y cubiertos correspondientes. En breve comenzarían a llegar los piratas. Ana estaba nerviosa. El primero en aparecer fue Reedy. Corrió hacia ella. _ Se me ha ocurrido algo. Si sale bien, estaremos libres esta misma noche. Tú solo tienes que insistir con el vino y la cerveza al del tatuaje de la sirena. Recuerda. Insístele con la bebida. Tendrás que servir tú, tanto en la cena como ahora así que, aprovecha. Ella asintió. Segundos después de que se separaran, comenzaron a bajar los piratas. Ana localizó inmediatamente al hombre del tatuaje. Era bajo y gordo y no parecía muy listo. Sonrió. Fuera cual fuese la intención de Reedy, tenía un buen presentimiento. Se dirigió al sitio donde se había sentado. Uno a uno fue sirviendo una copa de vino a todos los piratas, empezando por él. Los hombres le gruñían cuando pasaba por su lado. Ana cerraba los ojos a menudo. Sabía que no podían tocarla, porque su capitán se lo había prohibido. Pero igualmente tenía miedo. Terminó de servirles la bebida y entró corriendo a la cocina. Cerró la puerta detrás de ella. Se dirigió hacia las bandejas de pescado. Ana había intentado presentarlas lo mejor posible. Cogió una de las tres que había. De repente, la puerta se abrió y apareció por ella Reedy. _ Me han mandado a ayudarte _ le dijo cerrando la puerta tras de sí _ Tienen hambre. Esperemos que esté bueno. Si no, te lo tirarán a la cara. _ No. Si no, me matan. El chico cogió una bandeja y se dispuso a salir. Ana se lo impidió. _ ¿Me quieres contar lo que se te ha ocurrido? _ Ahora, no. Luego. Pero tú solo insiste con la bebida. Los chicos salieron y comenzaron a servir el pescado. Reedy terminó antes que ella y cogió la tercera bandeja. Cuando estuvieron todos servidos, subió las escaleras. Ana estaba segura de que iría al camarote de su padre para ofrecerle la comida. Poco después apareció de nuevo, esta vez sin bandeja. Se sentó a comer. Ana terminó de servir y miró a su alrededor. El hombre al que ella había herido masticaba el pescado con el ceño fruncido. La herida estaba ya cosida. Pero parecía que le gustaba, para su gran decepción. Ana sabía que estaba deseando destriparla. Miró a Reedy, que estaba probando ahora el pescado. Él le hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Ana sonrió, extasiada. Recogió las bandejas y se dirigió a la cocina, contenta. Había superado aquello a la perfección. Ahora podría seguir adelante con el plan de Reedy, fuera cual fuese. Comenzó a fregar las bandejas con una sonrisa. Reedy llegó entonces. _ Debes ir a ver a mi padre. Date prisa. Ella dejó inmediatamente la cocina y atravesó el comedor entre aplausos. Subió las escaleras y entró en la cubierta. El camarote del capitán estaba arriba, en el castillo de popa. Ana comenzó a subir los escalones despacio. Sabía que a la tripulación le había gustado la comida. Pero, ¿y al capitán? Llegó frente a la puerta del camarote. Llamó a la puerta con los nudillos, pero no obtuvo respuesta así que entró con cuidado. La habitación estaba con las cortinas echadas y poco iluminada, tan solo por un par de velas o tres. En el centro había una mesa recubierta de manteles de cara tela y con vajilla y cubertería de plata. El capitán estaba sentado en su extremo, de espaldas a ella. Ana se quedó donde estaba mientras observaba la habitación llana de cuadros clásicos, muebles de época y raros objetos. El capitán estaba haciendo ruido mientras comía y no se molestó en hacerle pasar más adelante hasta que hubo terminado. Cuando lo hubo hecho, la llamó con la mano. Ana se acercó con gesto vacilante. Se colocó delante de él, de espaldas a la ventana. Entonces reparó en que había un hombre entre el cortinaje. No podía verle bien debido a la oscuridad. Estrechó los ojos tratando de ver de quien se trataba, pero la voz del capitán atrajo su atención. _ Hay por tratar entre tú y yo tres cosas que tenemos pendientes _ comunicó, mientras se limpiaba la boca con la servilleta _ Para empezar, te felicito. Tu comida está estupenda. No comía igual de bien desde hacía meses. Segundo _dijo tendiendo una mano a la sombra que había tras ella. El hombre dio un paso y Ana pudo comprobar que se trataba del pirata al que ella había herido. Su mirada desprendía gran odio, aunque su rostro parecía sereno. La herida estaba cosida con puntos _ Hert quiere una disculpa. Ana lo miró un momento y luego le dijo. _ ¡Desde luego que mereces una disculpa! Lo siento, de verás, solo lo hice para defenderme. Espero que no te duela. Del pecho del pirata salió un gruñido amenazador. Ana sonreía, pero en el fondo se preguntaba si se habría pasado. Hert se abalanzó sobre ella. _ ¡Niñita repelente…! _ Está bien, Hert. Puedes marcharte _ se apresuró a ordenarle el capitán. El hombre se marchó a grandes zancadas. El capitán la miró con una sonrisa. _ Eres muy descarada, pero tonta igualmente. No sabes que es lo que puede llegar a hacerte Hert. Ana bajó la cabeza. El hombre continuó hablando. _Lo último que quería comentarte era lo de tú amigo. Abajo hay dos personas que necesitan comer. Dales las sobras de la tripulación. Después de hacerlo vuelve a la cocina, lava los platos y haz la cena. Y procura que no sea pescado. _ ¡Pero no hay otra cosa! _ Pregunta a Reed. Se llevó la copa a los labios y sorbió mientras le indicaba con la mano que se fuera. Ana salió con gesto de indignación. El capitán era realmente maleducado. Bajó a la cocina con gesto irritado. Atravesó el comedor, que de nuevo estaba lleno de platos sucios y comida sobrante. Los piratas ya no estaban allí, para gusto de Ana. Miró las sobras en los platos. No pensaba darle eso a Goran ni a quien fuera su compañero de celda. Sacó una pequeña cacerola y la puso al fuego. Solo hirvió las patatas. No tenía nada más. Se preguntó de donde pretendía el capitán que sacase algo más que no fuera pescado. Antes de salir recogió los platos y la comida y los llevó a la cocina. Luego, tomando la olla tapada del fuego, volvió a cubierta. Miró por todos lados en busca de alguien que pudiera indicarle a donde ir. Por lo pronto se dirigió al frente, al lado opuesto del barco, por donde habían arrastrado a Goran. Miró hacia arriba mientras caminaba. El barco era grande. Los piratas subían y bajaban por los cabos, se gritaban órdenes, izaban y arriaban velas, corrían de aquí para allá. Ana pudo ver al capitán en el puente de mando, con el timón entre las manos. Un golpe seco atrajo su atención. Un hombre había caído justo delante de ella. Alzó la mirada. Había saltado desde el palo de la vela a una altura aproximada de diez metros. Él y siete compañeros más estaban izando la vela mayor. Ahora llevaba un cabo entre las manos y tiraba de él, como tres de sus compañeros, mientras cuatro de ellos colocaban bien la vela allá arriba. A Ana se le abrió la boca. Parecían monos entre los árboles. Continuó andando hasta la proa. Comprobó que estaban haciendo lo mismo con todas las velas. El barco fue perdiendo velocidad hasta que se paró. Entonces todos los piratas dejaron de moverse. Ana agarró con fuerza el cazo. Comprobó que se estaba enfriando. Se acercó a uno de los hombres que tenía más cerca. Pero antes de que pudiera siquiera hablarle, llegó Reedy. La agarró por los hombros y la alejó del hombre lo más deprisa que pudo. _ Si puedes evitarlo, no hables con ellos. _ Era necesario. Tengo que encontrar a Goran. Tiene que tener hambre. A Reedy parecía importarle de veras ayudarle, porque enseguida la cogió de la mano y la llevó hacia la izquierda. Cerca del castillo de proa, al lado de las escaleras que conducían a un camarote, había una trampilla. La abrió y ambos entraron en ella. Una estrecha escalera los condujo a un pasillo. A la derecha se abría una nueva escalera, esta vez más ancha, y a la izquierda el pasillo continuaba hasta una puerta. Reedy le señaló ésta última. _ Detrás de la puerta están las celdas. Ana le dirigió una corta mirada a la puerta antes de preguntarle al chico: _ ¿Me vas a aclarar que es lo que tienes en mente? Reedy hizo un gesto de impotencia. _ Luego. _ Luego, ¿cuándo? _ insistió Ana _ Cuando estés preparando la cena. Mi padre me ha dicho que te ayude a prepararla. Te lo contaré entonces. _ Sobre lo de la cena… _ Ya sé, ya sé. Conozco las exigencias de mi padre. Ahora vete que ya deben tener hambre. Ana asintió y se dio la vuelta. Oyó como Reedy bajaba las escaleras, pero ella siguió adelante. Llegó al final del pasillo y abrió la puerta. Un terrible olor le llegó de dentro. Ana tuvo que taparse la nariz para poder entrar en aquella habitación oscura, donde el agua encharcaba el suelo y se movía al ritmo del barco. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, pudo comprobar que se encontraba frente a una hilera de cuatro o cinco estrechas celdas, mal ventiladas y sin ninguna iluminación. Se asomó a la primera celda y estrechó los ojos, pero no pudo ver nada. Hizo lo mismo con todas las celdas, hasta que en la última, allí donde no había agua encharcada, encontró una silueta tirada en el suelo de cualquier manera. A Ana casi se le cayó la olla de las manos al reconocer a Goran. Se arrodilló frente a los barrotes y lo llamó, pero no obtuvo respuesta. Seguía inconsciente. Ana se movió con nerviosismo. Temía que la herida fuese lo demasiado grande como para que no se le hubiera cerrado. Dejó la olla a un lado y alargó el brazo por entre los barrotes, pero no llegó apenas a rozarle el pie. Se apretó contra los hierros, pero de nada sirvió. _ Sigue inconsciente. Ana retrocedió de la celda, asustada. De entre las sombras, de pie, junto a Goran, había aparecido un hombre alto y delgado, de barba gris, larga y desaliñada. _ No te preocupes, no voy a haceros nada _ Ana se levantó en silencio, pero no se acercó. El hombre la miró un momento y luego se inclinó sobre Goran_ Estaba sangrando, pero le cerré la herida. Luego le vendé la cabeza. Debería despertar ya mismo. No te preocupes por él. El hombre le mostró la cabeza de Goran vendada. Ana lo miró con recelo, pero finalmente susurró: _Gracias _ se acercó un poco a él _ Por curarle. El hombre le sonrió. _ No hay de qué _ le tendió la mano a través de los barrotes _ Soy Erarl. Soy médico. _Ana _ se presentó la chica. _ Menudo arañazo le hiciste a Hert. Parecía muy enfadado. Ella sonrió. Cogió el cazo y se lo tendió a Erarl, inclinándolo para poder pasarlo por entre los barrotes. _ He hecho esto. No es mucha comida para los dos, pero esta noche traeré más, lo prometo. El hombre cogió el cazo y lo abrió. Las patatas estaban frías, pero aun así el olor impregnó el aire. _Muchas gracias. En cuanto se despierte se lo daré. Ana observó un momento al chico inconsciente en el suelo, con preocupación. Erarl, que ya había empezado a comerse las patatas, le comentó: _ No te preocupes, estará bien. Ana suspiró. _ Eso espero. He de irme. Tengo que preparar la cena. El hombre le dedicó una inclinación de cabeza. Ana le sonrió antes de salir y luego se alejó, dejando la puerta abierta tras de sí. Subió rápidamente a cubierta y se dirigió derecha a la cocina. Allí ya estaba Reedy, desplumando un ave que Ana no conocía. El suelo estaba lleno de sangre del ave y las plumas revoloteaban de allí para allá. El chico no se dio cuenta de que ella llegaba, así que se sobresaltó al oírla decir: _ Menos mal que eres tú quien tiene que hacer eso. Yo no sería capaz. Se sentó en una silla con cansancio y mareo al mismo tiempo. Cogió una manzana y comenzó a tomársela, sin muchas ganas. No había tomado nada desde la noche anterior. Sin embargo no tenía hambre. Reedy se rio ante el comentario de Ana. _ Supongo que yo ya estoy acostumbrado. Mi padre siempre me obliga a hacer cosas de estas _ arrancó un puñado de plumas que volaron por su alrededor _Pero ya estoy harto. Ana lo miró. En sus ojos había mucha decisión. Se levantó y se colocó a su lado. _ ¿Qué tienes pensado? El chico dejó la labor por un momento y la miró. _ ¿Recuerdas al hombre que te he dicho esta mañana? _ella asintió _ Le encanta el alcohol. Eso es un punto para nosotros, ya que tiene guardia en popa esta noche.