La Virgen de Guadalupe se convierte así en el estandarte de una nueva nación, como lo demuestran las imágenes pictóricas de la época. La expansión geográfica del culto guadalupano y las percepciones simbólicas que la imagen suscitó en los distintos estratos de la población novohispana son evidentes tanto en pinturas, sermones y textos, como en la arquitectura de misiones, iglesias y conventos, música, obras teatrales, etc. Las imágenes guadalupanas evolucionan con variantes iconográficas que reflejan el orgullo criollo hasta llegar a principios del XIX, en que sus repercusiones en el nacionalismo continúan siendo evidentes: Don Miguel Hidalgo utiliza el estandarte de la Guadalupana para proclamar la Independencia y Morelos agradece a la Virgen de Guadalupe sus victorias como insurgente. Durante el siglo XIX, la división entre Iglesia y Estado, la lucha entre conservadores y liberales y los procesos de secularización de la sociedad marginaron y modificaron en cierta medida la función social de la imagen religiosa pero su influjo persistió entre la población. Ya en el siglo XX, en 1910, Emiliano Zapata portó la imagen guadalupana en la Revolución y también vemos a la Virgen de Guadalupe en fotografías de la guerra de los Cristeros entre 1926 y 1929.