judas de keriot - Difusión obra María Valtorta

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Judas Iscariote 2º año v.p. de Jesús
Incluye también:
-Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena)
-Pastores de Belén.
El tema “Judas Iscariote”, 2º año de la vida pública de Jesús, comprende:
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
“El Evangelio como me ha sido revelado”
( “El Hombre-Dios”)
2-148-399 (3-8-33).-Jesús visita a Juan Bautista en las cercanías de Enón.
* “Vengo para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver, Juan. Aquí estoy.
Gracias porque has cumplido y cumples, con la perfección de la Gracia que hay en ti,
tu misión de Precursor mío”.- ■ Es una clara noche de luna. Tan clara, que el
terreno aparece con todos sus detalles, y los campos, con el trigo nacido pocos días antes,
parecen alfombras de felpa verde plateada, por los que atraviesan las listas oscuras de los senderos;
y, a sus lados cual vigilantes, están los troncos de los árboles: del todo blancos por el lado de la
luna; del todo negros por el lado Oeste. Jesús va caminando seguro y solo. Avanza
muy deprisa por su camino, hasta que se encuentra con un curso de agua que desciende
gorgoteando hacia la llanura en dirección Norte-Este. Sube por su curso hasta un lugar solitario,
cercano a una escarpadura cubierta de árboles. Tuerce otra vez, trepando por un sendero, y llega a
un refugio natural que está en la falda de la colina. ■ Entra. Se inclina hacia un
cuerpo extendido en el suelo, un cuerpo que apenas puede verse a la luz de la luna,
que ilumina, sí, el sendero, pero no penetra en la cueva. Le llama: “Juan”. El hombre se
despierta y se incorpora, todavía entre las nieblas del sueño. Pronto se da cuenta de quién es
el que le ha llamado y se levanta bruscamente, para postrarse en tierra diciendo: “¿Cómo
es que viene a mí mi Señor?”. Jesús: “Para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver,
Juan. aquí estoy. Levántate. Vamos a salir a la luz de la luna. Sentémonos a conversar en
esta peña que hay junto a la cueva”. Juan obedece, se levanta y sale. Mas, una vez que
Jesús se ha sentado, él, con la piel de oveja que mal cubre su flaquísimo cuerpo, se pone
de rodillas, frente a Cristo, echándose hacia atrás sus cabellos largos y desordenados que
le pendían por delante de los ojos, para ver mejor al Hijo de Dios. El contraste es muy
grande: Jesús, de tez pálida, rubio, cabellos bien peinados y corta barba en la parte baja del
rostro; el otro, todo él, una mata de pelos negrísimos, tras los cuales apenas si asoman dos
ojos hundidos (yo diría febriles por el fuerte brillo de su negro de azabache). Jesús: “Vengo
a decirte «gracias». Has cumplido y cumples, con la per fección de la Gracia que hay en
ti, tu misión de Precursor mío. Cuando llegue la hora, entrarás en el Cielo, a mi lado,
porque habrás merecido todo de Dios; pero ya durante la espera tendrás la paz del Se ñor,
querido amigo mío”.
* “Me preocupo de mis discípulos... Te devuelvo los tres tuyos; en ellos, sobre todo en
Matías, habita realmente la Sabiduría”.- Dice el Bautista: “Muy pronto entraré en la paz.
Bendice, Maestro mío y Dios mío, a tu siervo para que encuentre fuerzas en su última
prueba. Sé que está cercana, y que debo dar todavía un testimonio: el de la sangre. Y Tú,
mejor que yo, sabes que mi hora está llegando. Tu venida aquí, es muestra de tu
misericordiosa bondad, de tu corazón de Dios, para fortalecer al último mártir de Israel y
al primer mártir del nuevo tiempo. Dime sólo una cosa: ¿Voy a tener que esperar mucho
hasta que vengas?”. Jesús: “No, Juan. No mucho más de cuanta diferencia existió entre
tu nacimiento y el mío”. Bautista: “¡Bendito sea el Altísimo! Jesús... ¿Puedo llamarte así?”.
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Jesús: “Lo puedes, porque eres mi pariente y porque eres santo. El Nombre, pronunciado
incluso por los pecadores, puede pronunciarlo el santo de Israel. Para ellos significa
salvación. Sea para ti dulzura. ■ ¿Qué quieres de Jesús, tu Maestro y primo?”. Bautista:
“Voy a la muerte. Me preocupo de mis discípulos como un padre lo hace con sus hijos.
Mis discípulos... Tú, que eres Maestro, sabes cuán vivo es nuestro amor por ellos. La única
pena que tengo al morir es el temor a que se pierdan, como ovejas sin pastor. Recógelos Tú.
Te devuelvo los tres tuyos, que, en espera de Ti, han sido perfectos discípulos míos; en
ellos, sobre todo en Matías, habita realmente la Sabiduría. Tengo otros discípulos que irán a
Ti. Deja de todas formas que te confíe personalmente a estos tres; son los tres preferidos”.
Jesús: “También Yo les profeso este amor. Ve tranquilo, Juan. No perecerán ni éstos ni los
otros verdaderos discípulos que tienes. Recojo tu herencia. La cuidaré como el tesoro más
querido, que Yo el Señor haya recibido de su perfecto amigo mío y siervo”.
* “Tú eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, Yo era el Mesías que se estaba
manifestando; aquí, ahora, soy tu primo y tu Dios, que te quiere darte el viático de
su amor de Dios y de pariente”.- ■ Juan se postra y se inclina profundamente hasta
tocar el suelo y --cosa que parece imposible en un personaje tan austero-- solloza fuertemente,
de alegría espiritual. Jesús le pone una mano sobre la cabeza: “Tu llanto, que es ale gría y
humildad, encuentra su eco en un lejano canto, al son del cual tu pequeño corazón saltó de
júbilo. Aquel canto y este llanto son el mismo himno de alabanza al Eterno, que «ha
hecho grandes cosas; Él, que es poderoso en los espíritus humildes ». ■ Mi Madre
también va a entonar de nuevo su canto, el mismo que en aquel momento cantó. Pero,
después, Ella recibirá la mayor de las glorias, como tú tras tu martirio. Te traigo su
saludo. Todos los saludos y todos los consuelos. Lo mereces. Aquí, no tienes más que la
mano del Hijo del hombre que está sobre tu cabeza; mas del Cielo abierto des ciende la
Luz y el Amor para bendecirte, Juan”. Bautista: “No merezco tanto. Soy tu siervo”. Jesús: “Tú
eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, Yo era el Mesías que se estaba manifestando; aquí,
ahora, soy tu primo y tu Dios, que te quiere darte el viático de su amor de Dios y de
pariente. ■ Levántate, Juan. Démonos el beso de despedida”. Bautista: “No merezco tanto...
Lo he deseado siempre, durante toda la vida, y, sin embargo, no me atrevo a besarte. Tú eres
mi Dios”. Jesús: “Yo soy tu Jesús. Adiós. Mi alma estará al lado de la tuya hasta la paz.
Vive y muere en paz, por amor a tus discípulos. Ahora sólo puedo darte esto. En el
Cielo te daré el ciento por ciento, porque has hallado toda gracia ante los ojos de Dios”. Le
levanta y le abraza besándole en las mejillas, recibiendo a su vez el beso de Juan, quien, tras
ello, vuelve a arrodillarse. Jesús le impone las manos y ora con los ojos levantados al cielo. Parece como si le estuviera consagrando. Jesús se manifiesta imponente. El silencio se prolonga,
así, durante un tiempo. Luego Jesús se despide con su dulce saludo. “Mi paz esté
siempre contigo” y emprende el mismo camino por el que vino. (Escrito el 27 de Abril de
1945).
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2-150-405 (3-10-40) Jesús llega a Nazaret, a casa de su Madre.
* “¿Es pues verdad lo que dicen, Hijo mío? Yo creía, quería creer que eran solo voces
mentirosas y de que no eras objeto de odio”.-■ Jesús va caminando solo, raudo, por la vía
de primer orden que pasa cerca de Nazaret. Entra en la ciudad y se dirige a su casa. Cerca ya de
ella ve a su Madre, que también se está dirigiendo a la casa, acompañada por su sobrino Simón
que carga ramas secas. La llama: “¡Mamá!”.María se vuelve y exclama: “¡Oh, Hijo mío bendito!” y
ambos corren al recíproco encuentro. Simón imita a María y, dejadas las ramas en el suelo, va
hacia su primo, y le saluda cordialmente. “Mamá, aquí estoy; ¿estás contenta ahora?”. Virgen:
“Mucho, Hijo mío. Pero... si sólo has hecho porque te lo supliqué, te digo que ni a Ti ni a mí
nos es lícito seguir los dictámenes de la sangre antes que la misión”. Jesús: “No, mamá;
he venido también para otras cosas”. Virgen: “¿Es pues verdad lo que dicen, Hijo mío? Yo creía,
quería creer que eran solo voces mentirosas y de que no eras objeto de odio...”. Las lágrimas
están en la voz y en los ojos de María. Jesús: “No llores, Mamá; no me des este dolor. Necesito
tu sonrisa”. Virgen: “Sí, Hijo mío, es verdad. Ves tantos rostros duros de enemigos, que
necesitas sonrisas y mucho amor. No obstante, aquí, ¿ves?, aquí hay quien te ama por
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todos...”. María, apoyándose levemente en su Hijo --quien, con el brazo sobre sus hombros,
la lleva arrimada a Sí--, camina lentamente hacia la casa, tratando de sonreír para eliminar
todo rastro de dolor en el corazón de Jesús. ■ Simón, igualmente, tras haber recogido sus
ramas, va caminando al lado de Jesús. Jesús: “Estás pálida, Mamá.¿Te han causado mucho
dolor? ¿Has estado enferma? ¿Has trabajado demasiado?”. Virgen: “No, Hijo, no. A mí no me han
causado ningún dolor. Mi único padecimiento es tenerte lejos y que no te amen. No, no, aquí son
todos muy buenos conmigo. Bueno, ya no me refiero a María y a Alfeo; ya sabes cómo son. E
incluso Simón. Ya ves lo bueno que es... pues siempre es así. Ha sido mi ayuda durante estos
meses. Es él quien ahora se encarga de traerme la leña. Es muy bueno. Y también José,
¿sabes? Muchos detalles de amabilidad con su María”. Jesús: “Que Dios te bendiga, Simón,
y también a José. Os perdono el que todavía no me améis como Mesías. ¡Oh, sí, llegaréis a
amarme en cuanto Cristo que soy! Pero, ¿cómo podría perdonaros si no la amarais?”. Simón:
“Querer a María es un hecho de justicia y da paz, Jesús. Pero también te queremos a Ti, sólo
que... tememos demasiado por Ti”. Jesús: “Sí. Me queréis humanamente. Alcanzaréis el otro
amor”. Virgen: “Tú también, Hijo mío, estás pálido; y más delgado”. Simón observa: “Sí,
también lo veo yo. Pareces como más mayor”.
* “Deposita todo tu dolor en mi pecho. El pecho de una madre está acostumbrado al
dolor y se siente feliz de beberlo hasta la hez si con ello lo elimina del corazón de su hijo..
A partir de ahora iré contigo. Te defenderé...”.- ■ Entran en la casa y Simón, puestas las
leñas en su lugar, discretamente se retira. Virgen: “Hijo, ahora que estarnos solos, dime la
verdad, toda. ¿Por qué te han expulsado?”. María tiene sus manos en los hombros de su Jesús y
fija la mirada en su rostro enflaquecido. Jesús sonríe --una sonrisa dulce pero cansada-- y dice:
“Por tratar de conducir al hombre a la honestidad, a la. justicia, a la verdadera religión”. Virgen:
“Pero, ¿quién te acusa?, ¿el pueblo?”. Jesús: “No, Madre; los fariseos y escribas... excepto algún
que otro justo que hay entre ellos”. Virgen: “¿Qué has hecho para atraerte sus acusaciones?”.
Jesús: “Decir la verdad. ¿No sabes que éste es el mayor error que uno puede cometer ante los
hombres?”. Virgen: “¿Y qué han podido argüir para justificar sus acusaciones?”. Jesús:
“Mentiras. Las que ya sabes y otras más”. Virgen: “Díselas a tu Madre. Deposita todo tu dolor en
mi pecho. El pecho de una madre está acostumbrado al dolor y se siente feliz de beberlo
hasta la hez si con ello lo elimina del corazón de su hijo. Dame tu dolor, Jesús. Ponte aquí, como
cuando eras pequeño; deposita toda tu amargura”. ■ Jesús se sienta en una pequeña banqueta a
los pies de su Madre y cuenta todo lo acaecido durante los meses pasados en Judea; sin
rencor, pero sin velo alguno. María acaricia sus cabellos, con una heroica sonrisa en los labios, que
combate contra el brillo de llanto que hay en sus ojos azules. Jesús habla también de la
necesidad de entrar en contacto con mujeres, para redimirlas, y de su dolor de no poderlo hacer
a causa de la malignidad humana. María escucha anuente y decide: “Hijo, no debes negarme lo
que deseo. A partir de ahora iré contigo cuando Tú te alejes; en cualquier época o estación del
año, en cualquier lugar. Te defenderé de la calumnia. Bastará mi presencia para hacer caer el
lodo. Y María vendrá conmigo; lo desea ardientemente. El corazón de las madres es necesario
junto al Santo; y también contra el demonio y el mundo”. (Escrito el 30 de Abril de 1945).
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------------------000-----------------(<Jesús ha llegado con sus apóstoles a Cesárea Marítima. Están en el puerto junto a una galera que
acaba de entrar y que ha atracado en el muelle. Gracias a la intervención del oficial romano Publio
Quintiliano --ya se conocen ambos-- Jesús ha podido acercarse a la galera. Y desde el muelle, con voz
potente, se está dirigiendo a los galeotes, amarrados a sus bancos de remo>).
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2-154-416 (3-14-51).- “El alma, espontáneamente, tiende a la adoración, porque se acuerda del
Cielo”.
* “Pero no sabéis encontrar al Dios verdadero que puso un alma en vuestros cuerpos, un
alma igual que la nuestra, israelitas”.- ■ Publio Quintiliano, que se había ausentado, vuelve
con otros soldados; tras él unos esclavos traen una litera, para la que los soldados consiguen un
lugar. Jesús prosigue: “¿Quién es Dios? Hablo a los gentiles que no saben quién es Dios. Hablo
a los hijos de los pueblos sometidos que no saben quién es Dios. En vuestros bosques, galos,
iberos, tracios, germanos, celtas, tenéis solo una apariencia de Dios. El alma, espontáneamente,
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tiende a la adoración, porque se acuerda del Cielo. Pero no sabéis encontrar al Dios verdadero
que puso un alma en vuestros cuerpos, un alma igual que la nuestra, israelitas, igual que la de
los poderosos romanos que os han subyugado, un alma que tiene los mismos deberes y derechos
respecto al Bien, y a la que el Bien, es decir, el Dios verdadero, será fiel; sedlo también
vosotros para con Él. El dios, o los dioses, a los que hasta ahora habéis adorado, cuando
aprendisteis su nombre o sus nombres sobre las rodillas maternas; el dios en el que tal vez ahora
no pensáis porque no sentís que os venga de él algún consuelo en vuestro sufrimiento, o al que
quizás incluso odiáis o maldecís en vuestras jornadas desesperadas, ése, no es el Dios
verdadero. El Dios verdadero es Amor y Piedad. ¿Acaso eran esto vuestros dioses? No.
También ellos son dureza, crueldad, mentira, hipocresía, vicio, latrocinio. Y ahora os han
abandonado sin ese mínimo de consuelo que es la esperanza de ser amados y la certeza de
descansar después de tanto sufrir. Esto sucede porque vuestros dioses no existen. Sin embargo,
Dios, el verdadero Dios que es Amor y Piedad, y cuya existencia Yo os aseguro, es Aquel que
ha hecho cielos, mares, montes, bosques, plantas, flores, animales... y al hombre; es Aquél que
inculca al hombre vencedor la piedad y amor que Él mismo es para con los pobres de la Tierra...
■ Quisiera cambiaros el corazón y, sobre todo, quisiera romper vuestras cadenas, devolveros la
libertad y patria perdidas; pero, hermanos galeotes que no veis mi rostro, hermanos galeotes
cuyo corazón con todas sus heridas conozco, en cambio de la libertad y de la patria terrenas que
no os puedo dar, ¡oh pobres hombres esclavos de los poderosos!, os daré una libertad y una
patria más altas. Por vosotros me he hecho prisionero, dejé mi patria, por vosotros me entregaré
Yo mismo como rescate; para vosotros, sí, también para vosotros, que no sois oprobio de la
Tierra como os llaman, sino signo de vergüenza para el hombre que olvida la medida del rigor
de la guerra y de la justicia, haré una nueva Ley sobre la Tierra y una tranquila mansión en el
Cielo. Acordáos de mi Nombre, hijos de Dios que lloráis. Es el nombre del Amigo. Decidlo en
vuestras penas. Estad seguros que si me amáis me tendréis, aunque no nos veamos jamás sobre
la Tierra. Soy Jesucristo, el Salvador, el Amigo vuestro. En el nombre del Dios verdadero os
consuelo. Que pronto descienda sobre vosotros la paz”. (Escrito el 4 de Mayo de 1945).
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2-154-418 (3-14-54).-Breve coloquio de Jesús con Claudia Prócula (1) sobre el alma: verdadera
nobleza del hombre. Porque el alma es la sangre espiritual del Creador.
* “Dentro de ti existe la sangre de los Claudios; dentro del hombre, por razón del alma,
fluye sangre de Dios Eterno, Poderoso, Santo. Así, pues, el hombre es eterno, poderoso,
santo por el alma, y que vive mientras está unida a Dios”.- ■ Antes de subir a la galera,
Publio Quintiliano dice a Jesús al oído: “Ahí dentro está Claudia Prócula. Le gustaría oírte
hablar en otra ocasión; ahora quiere preguntarte algo. Ve a verla”. Jesús se acerca a la litera.
Claudia: “Salve, Maestro”. La cortina apenas se abre un poco, dejando ver a una hermosa mujer
que frisa más o menos treinta años. Jesús: “Que llegue a ti el deseo de la sabiduría”. Claudia:
“Dijiste que el alma tiene recuerdo del Cielo. ¿Es eterna, entonces, esa cosa que decís que hay
en nosotros?”. Jesús: “Es eterna. Por eso tiene recuerdo de Dios, del Dios que la creó”.
Claudia: “¿Qué es el alma?”. Jesús: “El alma constituye la verdadera nobleza del hombre. Tú
eres gloriosa porque perteneces a la Familia de los Claudios; pues el hombre lo es mucho más,
porque es de Dios. En ti existe la sangre de los Claudios, la familia más poderosa, pero que tuvo
un principio y tendrá un fin. Dentro del hombre, por razón del alma, fluye la sangre de Dios,
porque el alma es la sangre espiritual --siendo Dios Espíritu purísimo-- del Creador del hombre:
de Dios Eterno, Poderoso, Santo. Así, pues, el hombre es eterno, poderoso, santo por el alma
que existe en él y vive mientras está unida a Dios”. ■ Claudia:“Yo soy pagana, no tengo, por
tanto, alma...”. Jesús: “La tienes, pero sumida en letargo; despiértala a la Verdad y a la Vida...”.
Claudia: “Adiós, Maestro”. Jesús: “Que la Justicia te conquiste. Adiós”. (Escrito el 4 Mayo de
1945).
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1 Nota : Claudia.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.
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(< Jesús sigue en Cesárea Marítima. Ha hecho amistad con unos niños: dos hebreos y un
romano llamado Lucio, que juegan entre ellos sin prejuicio de razas> ).
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2-155-422 (3-15-57).- Curación de una niña romana en Cesárea Marítima.
* La madre, perdida su soberbia de romana frente a un hebreo, se ha deslizado
hasta los pies de Jesús.- ■ Una mujer alta y de buen tipo llama a Lucio. El niño deja
a Jesús mientras grita: “¡Es mi mamá!”, y a la mujer le grita: “¡Mira el amigo que tengo! ¡Es
grande! ¡Es un maestro!...”. La mujer no se marcha con su hijo, sino que se acerca a Jesús y le
pregunta: “¡Hola! ¿Eres el hombre de Galilea que ayer habló en el puerto?”. Jesús: “Soy
Yo”. Mujer: “Espérame aquí entonces. Tardo poco”. Y se va con su pequeñuelo. Entretanto han
llegado también los otros apóstoles, excepto Mateo y Juan, y preguntan: “¿Quién era?”. Simón
Zelote y los demás responden: “Una romana, creo”. Apóstoles: “¿Y qué quería?”. Zelote: “Ha
dicho que espere aquí. Lo sabremos”. Entretanto, algunas personas, curiosas, se han
acercado y se ponen a esperar también. Vuelve la mujer con otros romanos. Uno que tiene
apariencias de siervo de una casa señorial pregunta: “¿Entonces eres Tú el Maestro?”.
Y, al recibir una respuesta afirmativa, pregunta: “¿Sentirías aver sión por curar a una
hijita de una amiga de Claudia? La niña está agonizando. Se ahoga. El médico no sabe
de qué se está muriendo. Ayer tarde estaba sana, esta mañana ya estaba agonizando”. Jesús
dice: “Vamos”. Andan un poco por una calle que lleva al lugar de ayer. Llegan al portal de
una casa que parece habitada por romanos y que está abierta de par en par. Siervo:
“Espera un momento”. El hombre entra rápido. Casi inmediata mente se asoma de nuevo y
dice: “Ven”. ■ Pero, sin darle ni siquiera tiempo a Jesús de entrar, sale de la casa una joven
de aspecto señorial, aunque con una angustia más que evidente. Lleva en brazos a una
criaturita de pocos meses, como muerta, ya cárdena, como una persona que se esté
ahogando. Yo diría que tiene una difteria mortal y que está en los últimos instantes de su
vida. La mujer busca amparo en el pecho de Jesús como un náufrago en un peñasco. Su
llanto es tan grande, que no es capaz de hablar. Jesús toma a la criaturita, que manifiesta
pequeños movimientos convulsivos en las manitas exangües, con sus uñitas ya violáceas. La
alza. La cabecita queda colgando hacia atrás sin fuerza. La madre, perdida su soberbia
de romana frente a un hebreo, se ha deslizado hasta los pies de Jesús, al suelo, y llora con
el rostro alzado, los cabellos medio desgreñados, los brazos extendidos, estrujando la túnica
y el manto de Jesús. Detrás y alrededor, mirando, hay romanos de la casa y mujeres
hebreas de la ciudad. ■ Jesús moja en su saliva su dedo índice derecho y lo mete en la boquita
jadeante. Lo introduce hacia abajo. La niña se contorsiona. Su carita se ennegrece aún más. La
madre grita: “¡No! ¡No!”, y se contuerce como traspasada por un puñal. La gente contiene la
respiración. Pero el dedo de Jesús sale junto con un amasijo de membranas purulentas. La niña
deja de contorsionar. Luego, emite un tierno gemido de llanto y se calma con inocente
sonrisa, manoteando y moviendo los labios como un pajarillo cuando pí a y agita las
alitas en espera de la comida. Jesús: “Toma, mujer. Dale la leche. Está curada”. La madre está
en tal modo turbada, que coge a la pequeñuela y, así como estaba, en el suelo, la besa, la
acaricia toda para sí, le da el pecho, enajenada, olvidada de todo lo que no sea su hijita. Un
romano le pregunta a Jesús: “Pero ¿cómo lo has conseguido? Soy el médico del Procónsul,
soy docto, he tratado de quitar la obstrucción, pero estaba muy abajo, demasiado abajo... Y Tú...
así...”. Jesús: “Eres docto, pero no tienes contigo al Dios verdadero. ¡Sea Él en esto
glorificado! ¡Adiós!”. Y Jesús hace ademán de querer marcharse.
* Jesús, acusado por unos judíos de contaminarse, descubre su hipocresía. Termina -en un éxtasis-- invocando la obra de su Padre “porque en el fondo de cada hombre veo
un punto que resplandece más que el fuego: el alma, una chispa tuya, eterno Esplendor”.- ■
Pero he aquí que un pequeño grupo de israelitas siente la necesidad de intervenir: “¿Cómo
te has permitido acercarte a extranjeros? Son impuros, están corrompidos, quienquiera
que se acerque a ellos queda contaminado”. Jesús mira fijamente, severamente, a los tres, y
dice: “¿No eres tú Ageo, el hombre de Azoto que vino aquí el pasado Tisrí para negociar con
el mercader que está al pie de los muros del viejo fontanar? ¿Y tú no eres José de Rama,
que vino también aquí --y tú sabes, como Yo, por qué-- a consulta del médico romano? ¿Y
entonces? ¿No os sentís vosotros impuros?”. José de Rama: “Un médico no es nunca
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extranjero. Cura el cuerpo, que es igual para todos”. Jesús: “A mayor razón lo es el alma.
Pero además, ¿qué he curado Yo? El cuerpo inocente de un párvulo, medio con que espero
curar las almas no inocentes de los extranjeros. Como médico y Mesías, por tanto, puedo
tratar con cualquiera”. Ageo: “No puedes”. Jesús: “¿No, Ageo? ¿Y tú por qué tratas con el
mercader romano?”. Ageo: “Mi contacto con él es sólo a través de la mercancía y del
dinero”. Jesús: “¿Y entonces, dado que no tocas su carne, sino solamente lo que ha tocado su
mano, no te parece que te contamines... ¡Oh, ciegos y crueles!... (Sigue un discurso sobre la
hipocresía. Y termina...) ■ ¡El pueblo de mi propiedad! Todos descienden de Adán y Adán salió
de mi Padre. Todo es obra, por tanto, del Padre, y tengo el deber de llevar a todos al Padre. Yo te
llevo a Ti, Padre santo, eterno, potente; a los hijos errantes después de haberlos reunido
llamándolos con gritos de amor, bajo mi cayado pastoral, semejante al que Moisés levantó contra
las serpientes venenosas. Para que Tú tengas tu Reino y tu pueblo. Y no hago distinciones, porque
en el fondo de cada hombre veo un punto que resplandece más que el fuego: el alma, una chispa
tuya, eterno Esplendor. ¡Oh, eterno deseo mío! ¡Oh, incansable querer mío! Esto quiero, esto me
consume: una tierra que por entero cante tu Nombre, una humanidad que te llame Padre, una
Redención que a todos salve, una voluntad fortalecida que haga a todos obedientes a tu voluntad, un
triunfo eterno que llene el Paraíso de un hosanna sin fin... ¡Oh, multitud de los Cielos!... Estoy
viendo la sonrisa de Dios... y es el premio contra toda dureza humana”. ■ Mas los tres israelitas ya
han huido bajo la granizada de reproches. Los otros, todos, romanos o hebreos, se han quedado
boquiabiertos. En cuanto a la mujer romana, con su pequeñuela ya satisfecha de leche y durmiendo
plácidamente sobre el regazo materno, está allí, en el mismo sitio de antes, casi a los pies de Jesús, y
llora de alegría materna y de emoción espiritual. Muchos lloran por el arrollador cierre de Jesús,
que en este éxtasis parece llamear. Y Jesús, bajando los ojos y el espíritu del Cielo a la tierra, ve a la
gente, ve a la madre... y, al pasar, tras un gesto de adiós a todos, roza con su mano a la joven romana,
como para bendecirla por su fe. Y se marcha con los suyos, mientras la gente, todavía estupefacta,
permanece en el lugar... (Escrito el 5 de Mayo de 1945).
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--------------------000-------------------(<Jesús está en el lago, en la barca de Pedro, que va detrás de otras dos barcas; una de ellas es la de Juana
de Cusa. Pero la dueña no va en ella sino que está a los pies de Jesús en la barca de Pedro. Juana le habla
sobre la niña curada y sobre unas amigas suyas romanas. Una de ellas tenía interés de escucharle.
También la habla de María de Mágdala>).
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2-158-441 (3-18-78).-En el lago de Genesaret con Juana de Cusa
(1), que habla de la
repercusión de la curación de la niña romana, de sus amigas romanas (2) y de la vida licenciosa
de María de Mágdala, que tomaba parte también en las orgías de los banquetes romanos.
* “Juana, Magdalena sanará... En tus amigas romanas hay todo un mundo que rehacer...
derribar, luego edificar... no es imposible... Trabaja en tu casa para el Maestro...”.- ■ Jesús
dice: “Me estabas hablando de una amiga tuya romana”. Juana: “Sí. Es amiga íntima de
Claudia. Creo que incluso son parientes. Tendría interés en hablar contigo, por lo menos en
escucharte. Y no es ella sólo. Además, ahora que has curado a la niña de Valeria --la noticia
ha llegado a la velocidad del relámpago-- su interés es mayor. La otra noche, en un
banquete, había muchas voces a favor y muchas en contra de Ti. Había también algunos
herodianos y saduceos --aunque lo negarían si se lo preguntasen-- y también mujeres...
ricas y... y no honestas. Estaba --siento decirlo porque sé que eres amigo de su hermano--,
estaba María de Magdala, con su nuevo amigo y con otra mujer, griega creo, tan licenciosa
como ella. Ya sabes cómo hacen los paganos, ¿no? Las mujeres se sientan a la mesa con
los hombres. Bueno esto es muy... muy... ¡Oh, qué situación más violenta! Mi amiga, que es
una mujer delicada, eligió como compañero a mi propio marido, lo cual me significó un gran
alivio. Pero las otras... ■ Bien, pues se hablaba de Ti, porque impresionó el milagro que hiciste a
Faustina. Los romanos mostraban admiración hacia Ti como un gran médico y mago --perdona,
Señor--, pero los herodianos y saduceos escupían veneno contra tu Nombre. Y María... ¡qué
horror, María!... Empezó con burlas y luego... No, no quiero decirte esto. Estuve llorando toda la
noche”. Jesús: “¡Déjala! ¡Sanará!”. Juana: “¡No, no, si está sana!”. Jesús: “En cuanto al cuerpo;
lo demás está todo intoxicado. Pero sanará”. Juana: “Si Tú lo dices... Ya sabes cómo son las
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romanas... Sus palabras fueron: «No nos asustan las brujerías, ni creemos en fábulas. Queremos
juzgar por nosotras mismas»...”. Jesús: “En ellas hay todo un mundo que rehacer. Lo primero es
derribar, luego edificar. No es imposible. Ahí está tu casa, Juana, con su jardín; trabaja en ella para
tu Maestro como te he dicho. Adiós, Juana. El Señor sea contigo. Yo te bendigo en su nombre”. La
barca se arrima. Juana dice en tono de ruego: “¿Entonces no pasas siquiera?”. Jesús: “Ahora no.
Debo reavivar las llamas. En unos pocos meses de ausencia casi se han apagado. Y el tiempo
vuela”. La barca se detiene en el recodo que penetra en el jardín de Cusa. (Escrito el 8 de Mayo de
1945).
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1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Juana de Cusa.
2 Nota : Amigas romanas.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanas/os.
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(<Jesús ha llevado a los 12 a un monte cercano al lago de Tiberíades. Después del retiro de una semana,
los apóstoles se ven como transfigurados. Jesús termina el retiro dirigiéndoles unas palabras. Y entre
ellas, éstas...>).
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3-165-28 (3-25-112).- La elección de los 12 al apostolado (1).
* “No os elegí por ser los más justos”.- ■ “De hoy en adelante no sois solo los discípulos
predilectos sino los apóstoles, cabezas de mi Iglesia. De vosotros saldrán en los siglos que
están por venir todas las jerarquías de ella y seréis llamados maestros, teniendo a Dios como
vuestro Maestro en su triple potencia, sabiduría y caridad. ■ No os escogí porque fuisteis los
más justos, sino por un complejo de causas que no es necesario que por ahora sepáis. Os escogí
en lugar de mis pastores que fueron mis primeros discípulos desde que Yo era niño. ¿Por qué lo
he hecho? Porque estaba bien que así se hiciese. Entre vosotros hay galileos y judíos, doctos e
indoctos, ricos y pobres. Esto es por el mundo para que no diga que he preferido una categoría”.
(Escrito 16 de Mayo de 1945).
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1 Nota : Cfr. Mt. 10,1-4; Mc. 3,13-19; Lc. 6,12-16.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Apóstoles.
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3-168-49 (3-28-135).- La mujer «Velada» de «Aguas Claras», en Nazaret, con María.
* “En nombre de Jesús, ten piedad de mí... Tengo necesidad ahora de que la Piedad me
abra sus brazos. Tú eres la Piedad...”.- ■ María está trabajando serena una tela. Ya ha
anochecido. Las puertas están cerradas. Una lámpara con tres quemadores ilumina la pequeña
habitación de Nazaret, sobre todo la mesa junto a la que está sentada la Virgen. La tela, tal vez
una sábana, cayendo del banco por las rodillas, llega hasta el suelo. Así, María, que está vestida
de azul oscuro, parece emerger de un cúmulo de nieve. Está sola. Rápidamente cose con la
cabeza inclinada en su trabajo. La luz ilumina la punta de su cabeza con reflejos de oro pálido;
el resto de su rostro está en la penumbra. En la habitación que es todo orden, reina el más
grande silencio. De la calle no llega ningún ruido, tampoco del huerto. La pesada puerta que
conduce al huerto desde la habitación donde trabaja María --la misma en que generalmente
come y recibe a las personas amigas-- está cerrada, e impide que se oiga incluso el ruido que
hace el agua de la fuente al caer en la pila. Es un silencio profundo. Me gustaría saber dónde
está el pensamiento de la Virgen mientras sus manos ligeras trabajan... ■ Llaman discretamente
a la puerta de la calle. María levanta su cabeza, escucha... Ha sido tan leve, que María debe
pensar que fue algún animal nocturno o que el viento haya movido un poco la lamparita, y
vuelve a inclinar su cabeza en el trabajo. Mas de nuevo se repite el sonido, esta vez con más
claridad. María se levanta y va a la puerta: “¿Quién llama?”. Responde una voz muy fina: “Una
mujer. En nombre de Jesús, ten piedad de mí”. María abre inmediatamente levantando la
lámpara para conocer a la peregrina. Ve un montón de vestidos, una envoltura que no deja
traslucir nada, una pobre envoltura que se inclina profundamente y dice: “¡Ave, Señora!” y otra
vez repite: “En nombre de Jesús, ten piedad de mí”. Virgen: “Entra y dime lo que quieres. No te
conozco”. «Velada»: “Nadie y muchos me conocen, Señora. Me conoce el vicio, y me conoce
la Santidad. Pero tengo necesidad ahora de que la Piedad me abra sus brazos. Tú eres la
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Piedad...” y se echa a llorar. Virgen: “Entra. Entra. Dime. Has dicho suficiente para que
comprenda que eres infeliz. Pero no sé todavía quién eres. Dime tu nombre, hermana”.
«Velada»: “¡No!, hermana no. No te puedo llamar hermana. Tú eres la Madre del Bien... y yo,
yo soy el Mal...” y llora mucho bajo el manto que la oculta. María deja la lámpara sobre una
silla, toma la mano de la desconocida arrodillada en el umbral, y la obliga a levantarse. ■ María
no la conoce... yo sí: es la «Velada» de «Aguas Claras». Se levanta, apenas sin fuerzas,
temblorosa, sacudida con su llanto, pero se sigue resistiendo a entrar. Dice: “Soy una pagana,
Señora. Para vosotros los hebreos: suciedad, aunque fuese santa. Doble suciedad porque soy una
prostituta”. Virgen: “Si vienes a Mí, si buscas a mi Hijo por mi medio, no puedes ser sino un
corazón que se arrepiente. Esta casa acoge a quien tiene el nombre de Dolor” y tira de ella hacia
dentro y cierra la puerta. Pone ahora la lámpara sobre la mesa, le ofrece una silla y luego:
“Habla” le dice. Pero la «Velada» no quiere sentarse; inclinada continúa llorando. María está
ante ella dulce, majestuosa. Espera que termine el llanto. Veo que ora con todo su ser, aunque
nada en Ella tome actitud de oración ( ni sus manos, que no sueltan la pequeña mano de la
«Velada», ni sus labios, que están cerrados). Finalmente deja de llorar. La «Velada» se seca las
lágrimas con su velo y dice: “Y sin embargo, no he venido de tan lejos para seguir estando en el
anonimato. Es la hora de mi redención y me debo desnudar para... mostrarte las heridas que
tiene el corazón. Y... tú eres una madre, y además... su Madre, por eso tendrás piedad de mí”.
Virgen: “Sí, hija”.
* La «Velada» confiesa su vida y su caída en un abismo de infamia y vicio,.
● “Deja todo tu peso aquí sobre mis rodillas, María es un Mar que lava”.- ■ La
«Velada» dice: “¡Oh, sí! ¡Llámame, hija! Tenía yo mi mamá... y la abandoné... después me
dijeron que había muerto de dolor... Tenía mi papá... y me maldijo... y todavía hoy dice a los de
esa ciudad: «No tengo ya ninguna hija»... (el llanto de nuevo cobra fuerzas. María palidece de
pena. Le pone su mano sobre la cabeza para consolarla). La «Velada» vuelve a hablar: “No
tendré más quien me llame ¡hija!... Sí, acaríciame así, como hacía mi mamita... cuando era yo
pura y buena... Deja que te bese esta mano y que con ella me seque mis lágrimas. Mi llanto solo
no me lava. ¡Cuánto he llorado desde que comprendí!... Ya antes había llorado, porque es un
horror ser una carne disfrutada e insultada por el hombre. Mas era llanto de una bestia
maltratada, que odia y que se revuelve contra quien la tortura; y ese llanto me ensuciaba cada
vez más, porque... yo cambiaba de dueño, pero no de bestialidad... Hace ocho meses que lloro...
porque he comprendido... He comprendido mi miseria, mi podredumbre. Estoy cubierta de ella,
saturada de ella y tengo náuseas... Pero mi llanto, siempre más consciente, no me lava todavía.
Se mezcla con mi podredumbre y no la lava. ¡Oh Madre! ¡Seca tú mi llanto y así quedaré limpia
y podré acercarme a mi Salvador!”.Virgen: “Sí, hija mía. Siéntate, aquí, conmigo. Habla
tranquilamente. Deja todo tu peso, aquí, sobre estas rodillas mías de Madre” y María se sienta. ■
Pero la «Velada» se le echa a los pies, para hablarle en esa postura. Empieza poco a poco: “Soy
de Siracusa... Tengo veintiséis años... Era yo la hija de un intendente o procurador de un
poderoso romano. Era hija única. Vivía feliz. Habitábamos cerca de la playa en la hermosa
quinta de la que mi padre era el intendente. De cuando en cuando venía el dueño de la quinta, o
su mujer, e hijos. Nos trataban bien, y eran buenos conmigo. Las niñas jugaban conmigo... Mi
mamá era feliz... estaba orgullosa de mí. Yo era hermosa... inteligente... todo me salía bien...
Pero amaba yo más las cosas frívolas que las buenas. En Siracusa hay un gran teatro, notable,
hermoso, espacioso. Sirve para los juegos y para las comedias... En las comedias y tragedias que
se representan se emplean las bailarinas para poner de relieve, con sus mudas danzas, el
significado de lo que canta el coro. Tu no lo sabes... pero también con las manos y movimientos
del cuerpo podemos expresar los sentimientos del hombre agitado por alguna pasión...
Jovencitos y niñas son educados en un escenario apropiado para ser bailarines; deben de ser
bellos como dioses y ágiles como mariposas... A mí me gustaba ir mucho a un lugar un poco
alto de donde se dominaba este lugar para ver las danzas; luego las imitaba yo en los prados
floridos, en la arena rojiza de mi terreno, o en el jardín de la quinta. Parecía yo una estatua de
arte, o un viento surcando los espacios: porque podía tomar esas poses de estatua o girar sin
tocar casi el suelo. Mis amigas ricas me admiraban... y mi mamá se sentía orgullosa...”. La
«Velada» habla, recuerda, vuelve a ver en su imaginación, ve como en un sueño el pasado y
llora. Los sollozos parecen ser las «comas» en su discurso. ■ “Un día --era el mes de mayo--
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toda Siracusa estaba en flor. Hacía poco que habían terminado las fiestas. Me había
entusiasmado una de las danzas representadas en el teatro... Los dueños de la propiedad me
habían llevado a este espectáculo con sus hijas. Tenía yo catorce años... En aquella danza las
jóvenes, que debían representar las ninfas de primavera que corren a adorar a Ceres, danzaban
coronadas con rosas, y vestidas de rosas... solo de rosas porque el vestido era un velo ligerísimo,
una red de hilos finísimos sobre la que estaban esparcidas rosas... Cuando danzaban parecían
semialadas, de tan ligeras que se movían. Sus espléndidos cuerpos se dejaban ver detrás de las
franjas de velo florido que parecían alas. Practiqué esta danza... día tras día...”. ■ La «Velada»
llora mucho más fuerte... Luego continúa. “Era yo hermosa. Lo soy, ¡mira!”. Se pone de pie.
Rápida se echa atrás el velo y deja caer el manto. Y me quedo estupefacta porque veo que
emerge de aquellas telas Aglae (1), hermosísima incluso así: con una humilde túnica, peinado
sencillo de trenzas, sin collares, sin ricos vestidos. Es una verdadera flor de carne, delgada y
perfecta. Tiene una cara hermosísima, de color moreno pálido y con ojos terciopelo, pero llenos
de fuego. Vuelve a arrodillarse ante María: “Era hermosa, para desgracia mía. Era yo una necia.
Aquél día me puse unos velos. Me ayudaron las muchachas, las hijas de los dueños, a las cuales
les gustaba verme bailar... Me vestí en el borde de una playa dorada, teniendo el mar azul
enfrente. En la playa, que allí estaba desierta, había flores selváticas blancas y amarillas con
perfumes penetrantes de almendros, vainilla, de carne recién lavada; también de los limonares
venían ondas de perfume y en él envolvían a los rosales de mi tierra, y también al mar, y a la
arena. El sol extraía perfume de todas las cosas... una sensación de grandeza rodeaba mi cabeza.
Me sentía ninfa y adoraba... ¿a quien? ¿A la Tierra fecunda? ¿Al sol fecundador? No lo sé.
Siendo yo pagana entre los paganos, supongo que adoraría al Sentido, mi rey déspota, del que
no sabía otra cosa más que era un dios poderoso... Me coroné con rosas que había tomado del
jardín... y empecé a danzar... Estaba yo ebria de luz, perfumes, del placer de ser joven, ágil y
hermosa. ■ Dancé... y fui vista. Noté que me miraban. Pero no me avergoncé de estar desnuda a
los ojos ávidos de un hombre. Antes bien, me complací en aumentar mis vuelos. La
complacencia de ser admirada me ponía verdaderamente alas. Y esto fue mi ruina. Tres días
después me quedé sola porque los dueños habían partido para regresar a su casa patricia de
Roma. Pero no me quedé en casa... Aquellos dos ojos admiradores habían despertado en mí otra
cosa más allá de la danza, me habían despertado el sentido y el sexo”. María hace un acto de
disgusto involuntario que nota Aglae, que dice: “¡Oh, Tú eres pura! Tal vez te repugno...”.
Virgen: “Habla, habla, hija. Mejor a María que a Él. María es un mar que lava...”. Aglae: “Sí,
mejor a ti. Me lo dije a mí misma cuando supe que Él tenía una Madre... Porque al principio, al
ver que es tan distinto de todos los hombres, cual si fuese solo espíritu --ahora sé que existe el
espíritu, qué es-- antes, no habría yo podido decir de qué estaba formado tu Hijo, que, pese a
ser hombre, no muestra nada de sensualidad; y pensaba dentro de mí que no habría tenido
Madre, sino que habría descendido a esta Tierra para salvar a estas horribles miserias, de las
cuales yo soy la más grande... ■ Volví todos los días a aquel lugar esperando volver a ver aquel
joven, moreno, bello... Y después de algún tiempo volví a verle. Me habló. Me dijo: «Ven
conmigo a Roma. Te llevaré a la corte imperial, serás la perla de Roma». Respondí: «Sí. Seré tu
fiel mujer. Ven a hablar con mi padre». Se echó a reír burlonamente y me besó. Dijo. «No, no
esposa sino diosa; yo seré tu sacerdote y te descubriré los secretos de la vida y del placer». Era
yo una necia. Era una niña. Mas aunque jovencita no ignoraba lo que era la vida... Era yo una
astuta. De todas formas, aunque yo era una loca, no estaba pervertida todavía... y tuve asco de
su propuesta. Me escapé de sus brazos y corrí a casa... No dije nada a mi mamá... pero no supe
resistir al deseo de volver a ver a ese hombre... Sus besos me habían enloquecido más. Y
regresé... Apenas había yo regresado a la desierta playa cuando me abrazó, me besó con frenesí.
Una lluvia de besos, de palabras de amor, de preguntas: «¿No te amo en realidad? ¿No es más
dulce que un vínculo? ¿Qué otra cosa quieres? ¿Puedes vivir sin esto?». ¡Oh, Madre! Huí la
misma tarde con el asqueroso patricio... Y vine a ser el andrajo que pisoteó bajo su animalidad.
No una diosa, sino fango; no una perla, sino estiércol. No se me reveló la vida, sino la suciedad
de la vida, la infamia, la náusea, el dolor, la vergüenza, la infinita miseria de no pertenecerme
más a mí... ■ Y luego... la caída total. Después de seis meses de orgía, cansado de mí, encontró
nuevos amores y me vi en la calle. Me aproveché de mi habilidad de bailarina... Sabía que mi
madre había muerto de dolor y que ya no tenía ni casa ni padre... Un maestro de danza me
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recogió en su gimnasio. Me perfeccionó... gozó de mí... y me lanzó, cual experta flor en todas
las artes de la sensualidad, al ambiente de corrupción del patriciado romano; así, la flor, ya
sucia, cayó en una cloaca. Hace diez años que he caído al abismo, y siempre bajo más. ■ Luego
me llevaron para alegrar los ratos libres de Herodes y nuevamente aquí tuve un dueño. ¡Oh! no
hay perro más encadenado que una de nosotras. Y no hay patrón de perros de caza más brutal
que el hombre que posee a una mujer. ¡Madre... tiemblas, te causo horror!”. María se ha llevado
la mano al corazón como si se sintiese herida. Responde: “No. No tú. Me causa horror el Mal
que es muy dueño de la tierra. Continúa, pobre criatura”. Aglae: “Me llevó a Hebrón... ¿Era yo
libre? ¿Vivía rica? Sí, porque no estaba en la cárcel y porque abundaba en joyas. Pero la
realidad era que sólo podía ver a quien él quería que viese, y no tenía derecho ni siquiera a mí
misma”.
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● “Fue entonces cuando supe que tenía alma y que la había matado. Me dijo: «Mi
Nombre quiere decir Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de ser salvado»”.- ■
Aglae: “Un día llegó a Hebrón un hombre, tu Hijo. Él estimaba esa casa. Lo supe y le invité a
entrar. No estaba Sciammai (el amante)... Desde la ventana ya había oído palabras y visto un
rostro que me desosegó el corazón. Te juro, Madre, que no fue la carne, la que me empujó a tu
Jesús. Fue aquello que Él me reveló lo que me hizo ir hasta el umbral, desafiando la burla del
vulgo, para decirle: «Entra». Fue entonces cuando supe que tenía alma. Me dijo: «Mi nombre
quiere decir: Salvador. Salvo a quien tiene voluntad de ser salvado. Salvo enseñando a ser
puros, a amar el dolor más que el honor, el bien más que cualquier otra cosa. Soy el que busca a
los perdidos, el que da la vida. Soy Pureza y Verdad». Me dijo que también yo tenía alma y que
la había matado con mi modo de vivir. Pero ni me maldijo, ni me escarneció. ¡No me miró ni un
instante! Es el primer hombre que no me comió con su ávida mirada, porque llevo conmigo la
tremenda maldición de atraer al hombre... Me dijo que quien le busca le encuentra, porque Él
está donde hay necesidad de médico y medicina. Y se fue. Pero sus palabras han quedado aquí,
y de aquí jamás se han ido. Me decía a mí misma: «Su Nombre quiere decir Salvador», como
queriendo empezar a curarme. De su visita me habían quedado grabadas sus palabras y sus
amigos pastores. Di el primer paso al darles una limosna a ellos y pidiéndoles una oración... ■ y
luego... huí... Fue una fuga santa: huí del pecado yendo en busca del Salvador. Anduve
buscándole, segura de que le encontraría porque así me lo había prometido. Me enviaron a
donde un hombre que se llama Juan, creyendo que era Él, pero no era. Un hebreo me indicó
«Aguas Claras». Vivía de la venta del oro que poseía, que era mucho. Durante los meses que
anduve errante tuve que cubrirme siempre mi cara para que no me atrapasen de nuevo, y porque
además Aglae realmente estaba sepultada bajo ese velo; había muerto la vieja Aglae, quedaba
sólo esa alma suya herida y desangrada que iba en busca de su médico. Muchas veces tuve que
huir de la sensualidad del varón, que me perseguía a pesar de estar tan oculta bajo mis
vestiduras. Incluso uno de los amigos de tu Hijo... ■ En «Agua Claras» viví como un animal,
pobre, pero feliz. Los rocíos y el río no me lavaron tanto como sus palabras. ¡Oh!, no perdía ni
una de ellas. Una vez perdonó a un hombre asesino. Lo oí... y estuve para decirle: «Perdóname a
mí también». Otra vez habló de la inocencia perdida... ¡Oh! cuántas lágrimas. Otra vez curó a un
leproso... y estuve para decirle: «Límpiame de mi pecado...». Cierto día curó a un demente y era
romano... y lloré... y me mandó que me dijeran que las patrias pasan, pero el Cielo
permanece. Una tarde en que había tempestad me acogió en su casa... y luego hizo que me
diera hospedaje el administrador... y por medio de un niño me mandó decir: «No llores»... ¡Oh
bondad suya! ¡Oh, miseria mía! Ambas tan grandes que no me atreví a llevar mi miseria a sus
pies... no obstante que uno de los suyos me hablase en la noche de la infinita misericordia
de tu Hijo. ■ Y luego, mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un
alma vuelta a nacer... Le esperé... pero también le esperaba la venganza de aquellos que son más
indignos que yo de mirarle. Porque yo he pecado como pagana contra mí misma, pero ellos
pecan, conociendo ya a Dios, contra el Hijo de Dios... Y me pegaron... Pero me hirieron más sus
acusaciones que las piedras; hirieron más ellos mi alma que mi carne, hundiéndola en la
desesperación. ¡Oh, qué tremenda lucha contra mí misma! Desgarrada, sangrando, herida,
febril, sin tener más al Médico, sin techo, ni pan, miré atrás, miré al futuro... El pasado me
decía: «Vuelve», el presente. «Mátate», el futuro: «Ten esperanza». He esperado... No me he
matado. Lo haría si Él me rechazara, porque no quiero volver a ser lo que era...”.
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● “Dime, dime ¿cómo se hace para olvidarse de que una es hembra, y para hacérselo
olvidar a los demás?”.- ■ Aglae: “A duras penas llegué a un pueblo pidiendo refugio. Me
reconocieron. Tuve que salir huyendo como una bestia, acá, allá, siempre perseguida, siempre
escarnecida, siempre maldecida, porque quería ser honesta y porque había desengañado a los
que, por medio mío, querían herir a tu Hijo. Siguiendo el curso del río llegué hasta Galilea y
vine hasta aquí... Tú no estabas... Fui a Cafarnaúm: acababas de partir. Me vio un viejo, uno de
sus enemigos, y me dijo que podía yo acusarle a Él, a tu Hijo, y como llorase sin reaccionar
agregó: «Todo podría cambiar para ti si quisieses ser mi amante y mi cómplice para acusar al
Rabbí de Nazaret. Bastaría con que dijeras, delante de mis amigos, que Él era tu amante...». Huí
como quien ve salir una serpiente de en medio de un manojo de flores. ■ Y así comprendí que
no podía ir a postrarme a sus pies y vine a los tuyos. Aquí estoy. Písame, soy lodo. Aquí estoy:
arrójame, porque soy pecadora. Llámame por mi nombre: prostituta. Todo aceptaré de tu parte,
pero ten piedad, Madre. Toma mi pobre alma sucia y llévala a Él. Cierto que poner en tus manos
mi lujuria es un crimen, pero solo en tus manos estará protegida del mundo --que la quiere para
sí--, y hará penitencia. Dime qué debo hacer. Dime qué medios debo emplear para no ser más
Aglae. ¿Qué cosa debo mutilar en mí? ¿Qué debo arrancar de mí para no ser más pecado, ni
seducción, para no tener miedo ni de mí misma, ni del hombre? ¿Me debo arrancar los ojos?
¿Me debo quemar los labios? ¿Me debo cortar la lengua? Ojos, labios, lengua me han ayudado
al mal. Aborrezco el mal y estoy dispuesta a castigarme y a sacrificarlos. ¿O quieres que me
arranquen estas caderas que me empujaron a perversos amores? ¿Estas entrañas insaciables que
temo se despierten? Dime, dime ¿cómo se hace para olvidarse de que una es hembra, y para
hacérselo olvidar a los demás?”. ■ María está conturbada. Llora, sufre. De su dolor no hay más
señal que las lágrimas que caen sobre la arrepentida. Ésta dice: “Quiero morir perdonada.
Quiero morir, no recordando a otro que al Salvador. Quiero morir con su sabiduría como amiga
mía... ¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha a mí y a Él, para acusarnos...!”.
Aglae llora echada en tierra, como un andrajo.
* “Aglae, yo te recojo y te llevaré a Jesús. Él te indicará el camino”.- ■ María se pone de
pié y, casi jadeando, susurra: “¡Qué difícil es ser redentores!”. Aglae, que oye aquel murmullo e
intuye, dice: “¿Lo ves? ¿Ves que también tú sientes asco? Me voy. ¡Todo se ha acabado!”.
Virgen: “No, hija, no se ha acabado. Ahora empieza. Escucha, pobre alma. No lloro por ti, sino
por el mundo cruel. No te dejo ir sino te recojo, pobre golondrina a la que la tempestad ha
arrojado contra mis paredes. Te llevaré a Jesús y Él te dirá qué camino debes seguir para tu
redención...”. Aglae: “No tengo más esperanzas... El mundo tiene razón. No puedo ser
perdonada”. Virgen: “El mundo no te puede perdonar, pero Dios, sí. Déjame que te hable en
nombre del Amor Supremo que me ha dado un Hijo para que yo le dé al mundo; que me ha
nacido de la feliz ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el mundo tuviese el Perdón,
y me ha sacado sangre, no en el parto sino del corazón, al revelarme que mi Hijo es la Gran
Víctima. Mírame, hija. En este corazón hay una gran herida. Hace más de treinta años que
gime y cada vez más crece y me consume. ¿Sabes cómo se llama?”. Aglae: “Dolor”. Virgen:
“No. Amor. El amor es lo que abre mis venas para hacer que no esté sólo el Hijo para salvar; es
el amor lo que me da fuego para que purifique a los que no se atreven a ir a donde está mi Hijo;
el amor me hace brotar lágrimas con que lavar a los pecadores. Tú querías mis caricias. Te doy
mis lágrimas que te hacen más blanca para que puedas mirar a mi Señor. No llores así. No eres
la única pecadora que viene al Señor y regresa redimida. Hubo también otras y habrá más. ■
¿Dudas que pueda perdonarte? Pero ¿no ves en cada cosa de las que te ha sucedido un
misterioso querer de su bondad divina? ¿Quién te llevó a Judea? ¿Quién a la casa de Juan?
¿Quién te puso a la ventana aquel día? ¿Quién encendió una luz para iluminarte sus palabras?
¿Quién te dio la capacidad de comprender que la caridad, unida a la plegaria de quien recibe el
beneficio, obtiene ayuda divina? ¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Sciammai?
¿Quién de perseverar los primeros días hasta su llegada? ¿Quién te trajo a su camino? ¿Quién te
hizo capaz de vivir como penitente para limpiar cada vez más tu alma? ¿Quién te dio alma de
mártir, alma de creyente, alma de perseverante, alma de pura?...”.
* “Entre mi pureza, un don, y tu heroica ascensión, piensa que tu pureza es más grande”■ Virgen: “No muevas la cabeza. ¿Crees que tan sólo sea puro el que no ha conocido el placer
sensual? ¿Crees tú que el alma no pueda hacerse más virgen y bella? ¡Oh, hija! Entre mi pureza
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que es una gracia del Señor y tu heroica ascensión, rehaciendo el camino, hacia la cima de tu
pureza perdida, puedes pensar que es más grande la tuya. Tú la rehaces contra el apetito de los
sentidos, la necesidad y la costumbre; para mí es una dote natural como el respirar. Tú debes
cercenar tu pensamiento, los afectos, la carne, para no acordarte, para no desear, para no
secundar; yo... Oh, ¿puede una niña recién nacida apetecer la carne? ¿Tiene mérito en no
hacerlo? Pues así yo. No sé lo que significa esta trágica hambre que ha hecho de los
hombres una víctima. No conozco otra cosa más que la santísima hambre de Dios; tú, sin
embargo, ésta no la conocías y por ti misma has conseguido apresarla, y has domado la otra,
trágica y horrenda, por amor a Dios, que ahora es tu único amor. ¡Sonríe, hija de la misericordia
divina! Mi Hijo obra por ti lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho. Estás salvada porque has
tenido buena voluntad para salvarte, porque has preferido la pureza, el dolor, el Bien. Tu alma
ha renacido. Sí. Es necesario que Él te diga en nombre de Dios: «Estás perdonada». Eso yo no
lo puedo decir, pero ya desde ahora te doy mi beso como promesa, como principio de perdón...
■ ¡Oh, Espíritu Eterno! Siempre hay un poco de Ti en tu María. Deja que Ella te infunda,
Espíritu Santificador, sobre la criatura que llora y que espera. Por nuestro Hijo, oh Dios de
amor, salva a ésta que de Dios espera la salvación. La Gracia, de la que el Ángel dijo que estaba
yo llena, descanse por un milagro sobre ésta y la levante hasta Jesús, el Salvador bendito, el
supremo Sacerdote, que la absolverá en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu... ■ Es
noche, hija. Estás cansada y herida. Ven, descansa. Mañana partirás. Te mandaré a una familia
de personas buenas, porque aquí ya vienen demasiados. Te daré un vestido semejante al mío.
Parecerás una hebrea. Veré a mi Hijo a solas en Judea, pues la Pascua se aproxima y para la
nueva luna de Abril estaremos en Betania. Le hablaré de ti. Ve a la casa de Simón Zelote. Allí
me encontrarás y te llevaré a Él”. Aglae todavía llora pero ahora con paz. Se ha sentado en el
suelo. También María ha vuelto a sentarse. Aglae reclina su cabeza sobre sus rodillas y besa la
mano de María... ■ Luego gime: “Me reconocerán...”. Virgen: “¡Oh, no! No tengas miedo. Tu
vestido era muy atractivo. Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón y serás como la
virgen preparada para su boda: distinta y desconocida para la gente que no sabe de este rito de
bodas. Ven. Tengo una habitación pequeña que está junto a la mía. Se han alojado allí santos y
peregrinos deseosos de ir a Dios. También tú estarás allí”. Aglae hace ademán de querer recoger
el manto y el velo. La Virgen le dice: “Déjalos. Son los vestidos de la pobre Aglae extraviada,
que ya no existe... y ni siquiera debe quedar de ella el vestido: ha experimentado demasiado
odio, y tanto daño hace el odio cuanto el pecado”. Salen al huerto oscuro, entran a la
habitacioncilla de José. María toma la lamparita que está sobre una mesa, acaricia nuevamente a
la arrepentida, cierra la puerta y, con su lamparita de tres mecheros, se hace luz para ver a dónde
puede llevar el manto desgarrado de Aglae, para que ningún visitante lo vea al siguiente día.
(Escrito el 20 de Mayo de 1945).
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1 Nota : Aglae.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Aglae.
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(<Jesús, con sus apóstoles, rodeado de una muchedumbre, está instruyendo con el llamado así: Sermón de
la Montaña>).
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3-174-109 (3-34-200).- M. Magdalena (1), provocativa, irrumpe en la Montaña de la
Bienaventuranzas.
* “La impureza corrompe lo que es de Dios, el alma”.- ■ Jesús dice: “Mira y escribe. Es un
Evangelio de la Misericordia (2) que doy a todos y en especial para las mujeres que se
reconozcan en la pecadora, y las invito a seguirla en su redención”.
■ Veo que Jesús está en pie, subido a una voluminosa piedra. Está hablando a una gran
multitud. El lugar es montañoso. Una colina solitaria entre dos valles. La cumbre de la colina
tiene forma de yugo, o, más exactamente, forma de joroba de camello; de modo que a pocos
metros de la cima tiene un anfiteatro natural donde la voz retumba clara como en una sala de
conciertos muy bien construida. La colina es toda florida. Debe ser el final de la primavera. Las
mieses de las llanuras tienden a tomar su color de oro y estarán listas para la siega. Al norte, un
monte alto resplandece al sol con su cresta cubierta de nieve. Inmediatamente más abajo, al este,
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el Mar de Galilea, parece un espejo quebrado en fragmentos (cada uno de ellos un zafiro
encendido por el sol). Deslumbra en su parpadear azul y oro, y no se refleja en su superficie sino
alguna que otra nubecilla que surca el purísimo cielo, o la sombra fugaz de alguna barca de vela.
Más allá del lago de Genesaret hay un alejarse de llanuras que, debido a una ligera neblina al ras
del suelo (quizás vaporación de rocío pues deben ser todavía las primeras horas de la mañana,
dado que la hierba del monte tiene todavía algún que otro diamante de rocío posado entre sus
tallitos) parecen continuar el lago aunque con tonalidades casi de ópalo, veteado de verde; y más
lejos todavía una cadena montañosa de perfil muy caprichoso, que hace pensar en un dibujo de
nubes en el sereno cielo. ■ La gente está sentada, quién sobre la hierba, quién sobre piedras
gruesas; otros están de pie. No están todos los apóstoles. Veo a Pedro, a Juan y a Santiago. Oigo
que llaman a otros dos, a Natanael y a Felipe. Luego hay otro que no es del grupo. Tal vez será
nuevo, le llaman Simón (3). Los otros no están, a menos que sea que no los veo entre la masa de
la gente. El discurso hace tiempo que ya empezó. Comprendo que es el discurso de la Montaña.
Las Bienaventuranzas han sido ya dichas. Estoy para decir que el discurso toca a su fin porque
dice Jesús: “Haced esto y tendréis un gran premio, porque el Padre que está en los cielos es
misericordioso con los buenos y sabe dar el ciento por uno. Por lo que digo...”. ■ Hay un gran
movimiento entre la multitud que está junto al sendero que sube a la meseta. Los que están más
cerca de Jesús vuelven la cabeza. La atención se desvía hacia otro objeto. Jesús deja de hablar y
vuelve la mirada en esa dirección. Serio y hermoso con su vestido azul oscuro. Los brazos sobre
el pecho. El sol besa su cabeza con sus primeros rayos que han sobrepasado el pico oriental de
la colina. Se oye la voz iracunda de un hombre: “Haceos a un lado, plebeyos, dejad pasar a la
belleza que llega”... Avanzan cuatro petimetres todo acicalados, de los cuales uno ciertamente
es romano. Trae la toga romana. Traen como en triunfo entre sus manos entrelazadas, a la
manera de asiento, a María de Mágdala que todavía es una gran pecadora. Despide sonrisas con
su muy hermosa boca, echando hacia atrás la cabeza de cabellera de oro, toda rizos y trenzas
sujetos con preciosas horquillas y con una lámina de oro con perlas que le ciñe la parte alta de la
frente a modo de diadema. De ésta cuelgan leves rizos que ocultan los espléndidos ojos, que,
por un artificio bien hecho, los hacen aún más grandes y seductores. La corona en forma de
diadema queda oculta detrás de las orejas, bajo la masa de trenzas que pesa sobre el cuello
blanquísimo y totalmente descubierto. Es más... lo descubierto es mucho más que el cuello. Las
espaldas están descubiertas hasta los omóplatos y el pecho mucho más. Dos cadenillas de oro
sujetan el vestido a los hombros. No tiene mangas. Todo está cubierto, por decirlo así, por un
velo cuyo único objetivo es el de proteger la piel contra los rayos del sol. El vestido es muy
ligero, de forma que la mujer, echándose --como hace--, zalamera, sobre uno u otro de sus
adoradores, es como si se echase sobre ellos desnuda. Me parece que el romano es el preferido
porque preferentemente se dirigen a él risitas y miradas y es quien más fácilmente recibe su
cabeza sobre el hombro. El romano dice: “Y así estará contenta la diosa. Roma ha servido de
cabalgadura a la nueva Venus, y ahí está el Apolo que has querido ver. Sedúcele pues... pero
déjanos a nosotros unas migajas de tus cariños”. ■ María es todo risa. Con un movimiento ágil y
atrevido salta al suelo, descubriendo sus pequeños pies, calzados con sandalias blancas con
hebillas de oro, y un buen trozo de pantorrilla. Su vestido es amplísimo, de lana ligera como un
velo, y blanquísima, sujeto a la cintura, muy abajo, a la altura de las caderas, por un cinturón
cuajado de bullones sueltos de oro. La mujer está ahí, en pie, como una flor impura, que ha
florecido como por encanto en la verde llanura poblado de muchos lirios y narcisos silvestres.
Está más hermosa que nunca. Su boca, pequeña y de púrpura, parece un clavel florecido entre la
dentadura perfecta. Su cara y cuerpo podrían satisfacer al pintor o al escultor más exigente,
tanto por el color como por las formas. Con abundante pecho y caderas bien proporcionadas. La
cintura es flexible de modo natural, delgada en relación a las caderas y al pecho. Parece una
diosa como ha dicho el romano, una diosa esculpida en mármol de tinte ligeramente rosado. La
leve tela cubre las caderas para luego pender por delante en un montón de pliegues. Todo ha
sido estudiado para agradar. ■ Jesús la mira fijamente, y ella sostiene su mirada con descaro
mientras sonríe y se retuerce con el cosquilleo que el romano le hace en las espaldas y en los
senos, que trae descubiertos, con una ramita de lirio silvestre que ha cogido de entre la hierba.
María con desdén fingido, levanta el velo y dice: “Respeta mi candor”, lo que hace estallar a los
cuatro en una clamorosa risotada. Jesús continúa mirándola. Apenas se pierde el rumor de las
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risotadas, cuando Él, como si la aparición de la mujer hubiese reavivado las llamas a su discurso
que parecía ir ya muriendo, vuelve a empezar y ya no la mira más a ella, sino a los que estaban
escuchando, que parecen sentirse molestos y escandalizados con lo que acaba de suceder. ■
Jesús dice: “Dije que uno debe ser fiel a la Ley, humilde, misericordioso, amar no solo a los
hermanos por sangre, sino también al que por haber nacido, como vosotros, de hombre, es
hermano vuestro. Os dije que el perdón es más útil que el rencor, que la compasión es mejor que
la intransigencia. Mas ahora, os digo que no se debe condenar si no está uno exento del pecado,
por el que se quiere condenar. No hagáis como los escribas y fariseos que son severos con
todos, menos consigo mismos. Llaman impuro a lo externo, que solo puede contaminar lo
externo, y luego acogen en lo más profundo de su corazón la impureza. Dios no está en los
impuros, porque la impureza corrompe lo que es propiedad de Dios: el alma, y sobre todo el
alma de los niños que son ángeles desparramados sobre la tierra. ¡Ay de aquellos que les
arrancan sus alas con crueldad de bestias endemoniadas y doblegan estas flores del Cielo en el
fango, haciéndoles conocer el sabor de la materia! ¡Ay de ellos!...¡Sería mejor que murieran
abrasados por un rayo antes que cometer tal pecado! ¡Ay de vosotros ricos y de vosotros que os
gozáis la vida y nada más, porque precisamente entre vosotros fermenta la más grande
impureza, a la que sirven de lecho y almohada el ocio y el dinero. Ahora estáis saciados. Hasta
la garganta os llega la comida de las concupiscencias y os ahoga. Pero tendréis hambre para
siempre. Un hambre terrible, insaciable y sin ablandamiento. Sois ahora ricos. Cuánto bien
podríais hacer con vuestras riquezas, y cuánto mal os hacéis a vosotros y a los demás. Probaréis
una pobreza atroz en un día que no tendrá fin. Ahora reís. Creéis ser los triunfadores, pero
vuestras lágrimas llenarán los lagos del Gehena, y no cesarán. ■ ¿En dónde anida el adulterio?
¿En dónde la corrupción de las muchachas? ¿Quién tiene dos o tres lechos de libertinaje,
además del propio de esposo, y en ellos arroja su dinero y el vigor de un cuerpo que Dios le dio
sano para que trabajase por su familia y no lo mezclase en sucias uniones que lo ponen más
abajo del nivel de una bestia inmunda? Habéis oído que se dijo: «No cometerás adulterio»
(Éx.20,14; Deut. 5,18). Pues yo os digo que quien mire a una mujer con concupiscencia, o quien
vaya a un hombre con deseo, aun sólo con esto, ha cometido ya adulterio en su corazón.
Ninguna razón justifica la fornicación. Ninguna. Ni el abandono, ni el repudio del marido. Ni la
compasión hacia la repudiada. Tenéis sólo un alma: que no mienta, una vez que se ha unido a
otra por pacto de fidelidad; pues, de ser así, ese hermoso cuerpo a través del cual pecáis irá con
vosotros, almas impuras, a las llamas que no tendrán fin. Mutiladlo más bien, antes que matarlo
eternamente condenándolo. Vosotros los ricos, sentinas de gusanos de vicio, sed de nuevo
hombres, para que el Cielo no sienta repulsa de vosotros...”. ■ María, que al principio ha estado
escuchando con una expresión que era todo un cuadro de seducción e ironía, con risitas de burla
de vez en cuando, en llegando el discurso a su final, muestra una cara hosca de rabia.
Comprende que Jesús le está hablando a ella, aunque no la mire. Cada vez más su ira sube de
punto y se rebela. Al fin no resiste. Despechada se envuelve en su velo, y seguida de las miradas
de la multitud que la escarnecen, y de la voz de Jesús que la sigue, echa a correr cuesta abajo
dejando, entre los cardos y entre los rosales silvestres que están a la orilla del camino, trozos de
vestido; y va riéndose, rabiosa y burlona. No veo más. Pero Jesús me dice: “Todavía continuarás
viendo”. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
* “Judas, quiéreme mucho. Ojalá mi amor esté en ti de modo que te preserve de todos los
males”.- ■ Jesús reanuda su discurso: “Estáis enojados por lo sucedido. Ya hace dos días que el
pitido de Satanás turba nuestro refugio, que está muy por encima del fango; por tanto, ya no es
un refugio. Así que lo abandonaremos. Pero antes quisiera completaros este código de «lo más
perfecto» en el marco de esta riqueza de luz y de horizontes. Realmente Dios se manifiesta aquí
en su majestad de Creador, y al ver sus maravillas podemos llegar a creer firmemente que Él es
el dueño y no Satanás... El Maligno no podría crear ni siquiera un tallo de hierba. Pero Dios
puede todo. Esto os dé fuerzas. Pero... ya estáis todos al sol. Puede haceros daño. Idos hacia
arriba por las laderas; ahí hay sombra y frescor. Comed, si queréis. Yo, mientras, os seguiré
hablando. La hora se ha hecho tarde por muchos motivos. De todas formas no os duela, que aquí
estáis con Dios”. La multitud grita: “Sí, sí contigo” y cambia de sitio, hacia la sombra de los
bosquecillos diseminados que hay en el lado oriental, de modo que la pared montañosa y las
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ramas sirven de defensa contra el sol que quema. ■ Jesús dice a Pedro que desmonte la tienda.
Pedro duda: “Pero... ¿de veras nos vamos?”. Jesús: “Sí”. Pedro: “¿Porque vino ella?”. Jesús:
“Sí. Pero no decirlo a nadie, y menos a Zelote. Se afligiría por amor a Lázaro. No puedo
permitir que la palabra de Dios se convierta en escarnio de paganos...”. Pedro: “Comprendo,
comprendo...”. Jesús: “Pues entonces comprende también otra cosa”. Pedro: “¿Cuál, Maestro?”.
Jesús: “La necesidad de callar en determinadas circunstancias. Te lo ruego. Te quiero mucho,
pero algunas veces eres tan impulsivo que haces advertencias que hieren”. Pedro: “Entiendo...
no lo quieres ni por Lázaro, ni por Simón...”. Jesús: “Y por otros también”. Pedro: “¿Crees que
también estarán hoy algunos de éstos?”. Jesús: “Hoy, mañana, pasado mañana y siempre.
Siempre será necesario vigilar a mi impulsivo Simón de Jonás. Vete a hacer lo que te dije”.
Pedro se va y llama a sus compañeros a que le ayuden. ■ Iscariote se ha quedado pensativo en
un rincón: Jesús le llama, y hasta tres veces, pero él no le oye. Al fin se vuelve. “¿Me necesitas,
Maestro?”. Jesús: “Sí. Ve también tú a comer y a ayudar a tus compañeros”. Iscariote: “No
tengo hambre. Tampoco tú tienes...”. Jesús: “Tampoco Yo, pero por motivos opuestos. ¿Te pasa
algo Judas?”. Iscariote: “No, Maestro. Cansado...”. Jesús: “Nos vamos a ir al lago, y luego a
Judea. Y vamos a la casa de tu mamá. Te lo prometí”. Judas se reanima: “¿De veras vienes
conmigo solo?”. Jesús: “Pues claro. Quiéreme mucho, Judas, quisiera que mi amor estuviese en
ti de tal modo que te preservase de todos los males”. Iscariote: “Maestro... soy hombre. No soy
ángel. Tengo momentos de cansancio. ¿Es pecado sentir la necesidad de dormir?”. Jesús: “No,
si duermes sobre mi pecho. Mira allá, qué feliz se ve a la gente, y qué alegre es desde aquí el
paisaje. También la Judea debe ser muy bella en primavera”. Iscariote: “Hermosísima, Maestro;
solo allí, en las alturas de las montañas, que superan a las de aquí, es más tardía. Hay flores
bellísimas. Los manzanares ni se diga. Mi madre tiene especial cuidado del mío que es uno de
los más bellos. Créeme que verla pasear por él, con las palomas que le van detrás esperando el
grano, alegra el corazón”. Jesús: “Lo creo. Si mi Madre no se siente muy cansada, me gustaría
llevarla a la casa de la tuya. Se amarán porque las dos son buenas”. Judas, ante esta idea, se
serena y olvidándose de «que no tenía hambre ni de que estaba cansado» corre con sus
compañeros alegre, y, siendo alto como es, desata los nudos más altos sin dificultad, y come su
pan y sus olivas, alegre como un niño. Jesús le mira con compasión, y luego va a donde están
los apóstoles.■ Pedro: “Ten este pan, Maestro, y este huevo. Se los pedí a aquel rico vestido de
rojo que está allí. Le dije: «Tú estás aquí todo tranquilo y contento escuchando. Él ha estado
hablando y está rendido. Dame uno de los huevos que estás comiendo, que le aprovecharán más
a Él que a ti»”. Jesús: “¡Pero Pedro!”. Pedro: “¡No, Señor! Estás pálido como un niño que
quiere mamar de un pecho que no tiene leche, y estás enflaqueciendo como un pez después de
sus amores. Déjalo a mi cuenta. No quiero tener luego cargos de conciencia. Ahora lo pongo en
esta ceniza caliente de las ramas que quemé y Tú te lo bebes. Sabes que hace... cuántas hace...
¡bueno... semanas!, que no se come sino pan y aceitunas y un poco de leche... ¡Uhm! Parecemos
como purgados, y Tú comes menos que todos, y hablas por todos. He aquí el huevo. Bébetelo
tibio, que hace bien”. Jesús obedece y al ver que Pedro come solo pan, le dice: “¿Y no comes las
aceitunas?”. Pedro:“¡Chisss! Me hacen falta para después. Las tengo prometidas”. Jesús: “¿A
quién?”. Pedro: “A unos niños, con la condición de que estén callados hasta el final, de otro
modo yo me las como y a ellos les daré los huesos, o sea, tortazos”. Jesús: “¡Hombre, qué
bien!”. Pedro: “¡Hombre, nunca se los daría; pero es que si no se hace así...! A mí también me
dieron los míos. Y si me hubiesen dado los que merecía por mis pilladas, hubiese recibido diez
veces más. Soy así porque me los dieron”. Todos se ríen de la franqueza del apóstol. Bartolomé
dice: “Maestro, te querría decir que hoy es viernes y que esta gente... no sé si podrá procurarse
comida a tiempo para mañana o llegar a sus casas”. Varios dicen: “Es verdad. Es viernes”.
Jesús: “No importa. Dios proveerá. Se lo diremos a ellos”. Jesús se levanta. Va a su nuevo
lugar, en medio de la gente esparcida entre los árboles. “Ante todo os recuerdo que hoy es
viernes. Quien tema no poder llegar a tiempo a su casa y no sea capaz de creer que Dios mañana
dará alimento a sus hijos, puede irse inmediatamente, para que el crepúsculo no lo sorprenda en
el camino”. Unas cincuenta personas de la multitud se levantan. Los demás se quedan donde
están. (Escrito el 29 de Mayo de 1945).
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1 Nota : Magdalena.- Personajes de la Obra magna: Lázaro y Familia.
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2 Nota : Se llama Evangelio de la Misericordia a un ciclo de episodios y enseñanzas sobre María de Mágdala,
escritos consecutivamente desde el 12 al 14 de Agosto de 1944, pero colocados en varios lugares de la Obra según las
instrucciones escritas de M.V. El primer episodio, que empieza aquí, se introduce en este capítulo; otros dos
episodios formarán respectivamente los capítulos 3-183-163 y 4-233-27. Como comentario de los tres episodios,
sigue un “dictado”, que formará el capítulo 4-234-29. El último episodio, irá a formar el capítulo 6-377-112, con un
comentario final: 6-377-115.
3 Nota : “Tal vez será muevo, le llaman Simón”.- Téngase en cuenta que este episodio fue redactado al principio de
la Obra, cuando M. V. aún no conocía a todos los apóstoles. El apóstol, al que le llaman Simón, es Simón Zelote.
Las fechas.- Como queda ya advertido, algunas veces las fechas muestran que el orden de la redacción de los
episodios o capítulos narrados en la Obra magna no sigue siempre un orden cronológico. Para mayor explicación,
Cfr. María Valtorta y la Obra, apartado 4.-2: Las fechas.
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3-180-149 (3-40-243).- En la casa de Pedro, en Betsaida, la noticia de la segunda captura de
Juan Bautista, traicionado por un discípulo y por los fariseos de Cafarnaúm.
* Iscariote: “Yo no seré jamás un traidor. Pero, si me sintiese así de débil, me mataría;
sería mejor que ser asesino de Dios”.-Y Jesús: “Judas, quien se separa de Dios se hace
débil”.- ■ Henos nuevamente en la cocina de Pedro. La cena debió haber sido abundante porque
los platos con restos de pecado, carne, queso, frutas secas o semisecas, están amontonados en
una especie de creencia que recuerda un poco a nuestros aparadores de las regiones toscanas en
que se amasa y se conserva el pan; y de las jarras y copas que se ven todavía sobre la mesa. La
mujer de Pedro, debe de haber hecho milagros para que su marido se sintiera contento, y debe
haber estado trabajando todo el día. Ahora, cansada pero feliz, está en su rinconcito y escucha lo
que dice su hombre y lo que dicen los demás y Jesús... Jesús ha terminado de hablar. Les
pregunta: “¿Habéis entendido? ¿Tenéis algo que preguntar? ¿No? Entonces podemos ir a
descansar para irnos mañana a Cafarnaúm. Debo ir primero a un cierto lugar antes de empezar
el viaje a Jerusalén para la Pascua”. Iscariote pregunta: “¿Vamos a pasar otra vez por
Arimatea?”. Jesús: “No es seguro. Depende de...”. ■ Se oyen fuera golpes en la puerta. Pedro,
que se levanta para ir a abrir, dice: “¿Quién podrá ser a esta hora?”. Es Juan, espantado, lleno
de polvo, con señas visibles de que ha llorado. Todos gritan: “¿Tú aquí? ¿Qué ha pasado?”.
Jesús, que se ha puesto en pie, pregunta: “¿Y mi Madre dónde está?”. Juan, dando unos pasos y
yendo a arrodillarse a los pies de su Maestro, tendiendo los brazos hacia delante como pidiendo
ayuda, dice: “Tu Madre está bien, pero llorando como yo, como otros muchos, y te ruega que no
vayas donde Ella siguiendo el curso del Jordán por la parte nuestra. Me ha hecho regresar por
este motivo, porque... porque Juan, tu primo, ha sido apresado...”. Y Juan llora, mientras un
alboroto se levanta entre los presentes. Jesús visiblemente se pone pálido, pero no se
intranquiliza. Le dice: “Levántate y cuéntanos”. Juan: “Iba hacia abajo yo con tu Mamá y con
las mujeres. También Isaac y Timoneo estaban con nosotros. Tres mujeres y tres hombres.
Obedecí tus órdenes de llevar a María donde estaba Juan... ¡Ah, Tú sabías que era el último
adiós!... que debía ser el último adiós. La tormenta de hace unos días nos obligó a detenernos
unas horas, pocas pero suficientes para que Juan no pudiera ya ver a María... Llegamos a la hora
sexta. Él había sido hecho prisionero en la madrugada...”. ■ Todos preguntan: “¿Dónde?
¿Cómo? ¿Quién fue? ¿En su cueva?”. Todos quieren saber. Juan: “¡Fue traicionado!...
¡Emplearon tu Nombre para traicionarle!”. Todos a gritos: “¡Qué horror! ¿Quién fue?”. Juan,
estremeciéndose, manifestando levemente este horror que ni siquiera el aire debe oír, declara:
“Un discípulo suyo...”. El alboroto se hace máximo. Quién maldice, quién llora, quién está
estupefacto, como estatuario. Juan se echa al cuello de Jesús y grita: “¡Tengo miedo por Ti! Los
santos tienen traidores que se venden por el oro y por el temor a los grandes, por sed de premio,
por... por obedecer a Satanás. ¡Por mil cosas!, ¡por mil! ¡Oh, Jesús, Jesús, Jesús! ¡Qué dolor! Mi
primer maestro. Mi Juan que me entregó a Ti”. Jesús: “Está bien. Está bien. Por ahora nada me
sucederá”. Juan: “¿Y después? ¿Y después? Me miro... miro a estos... tengo miedo de todos,
incluso de mí mismo. Estará entre nosotros tu traidor...”. Pedro grita: “Pero ¿estás loco? ¡Le
haríamos pedazos!”. Iscariote: “¡Loco de verdad! No seré Yo jamás ése. Pero, si me sintiese
tan débil de modo que pudiese llegar a serlo, me mataría; sería mejor que ser asesino de Dios”.
Jesús retira a Juan y zarandea enérgicamente a Iscariote diciéndole: “¡No blasfemes! Ninguna
cosa te podrá hacer débil, si tú no quieres. Y si así sucediera, llora, y no añadas un crimen más
al deicidio. Quien se separa de Dios, se hace débil”. ■ Luego vuelve donde está Juan, que llora
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con la cabeza apoyada sobre la mesa y le dice: “Habla con orden. Yo también estoy sufriendo.
Era mi pariente, y además mi Precursor”. Juan: “Solo he visto a los discípulos, a una parte de
ellos, consternados y enfurecidos contra el traidor; los otros habían acompañado a Juan hasta la
prisión para estar junto a él en la hora de su muerte”. Zelote trata de consolar a Juan a quien
quiere mucho: “Pero todavía no ha muerto... La otra vez pudo huir”. Juan responde: “Aún no ha
muerto, pero morirá”. Jesús: “Sí, morirá. Él lo sabe y Yo también. Esta vez nadie, ni nada le
salvará. ¿Cuándo? No lo sé. Sé que no saldrá vivo de las manos de Herodes”. Juan: “Sí, de
Herodes. Oye. Juan fue hacia esos desfiladeros, por donde pasamos también nosotros
regresando a Galilea, entre el monte Ebal y el Garizim, porque el traidor le había dicho: «El
Mesías ha sido agredido por sus enemigos y está muriendo. Quiere verte para confiarte un
secreto». Y Juan fue con el traidor y con algún otro. Le acechaban en el fondo del valle los
soldados de Herodes y le prendieron. Los otros huyeron y llevaron la noticia a los discípulos
que se habían quedado cerca de Enón. Acababan de llegar, cuando me presenté yo con tu
Madre. Y lo que es horrible es que fue uno de los de nuestra ciudad... y que, a la cabeza del
complot preparado para apresarle, estaban los fariseos de Cafarnaúm. Habían ido a verle
diciendo que Tú habías estado en su casa y que de allí partías para Judea... No habría
abandonado su refugio sino por Ti...”. ■ Un silencio sepulcral sigue a la narración de Juan.
Jesús parece desangrado, sus ojos son de color azul negro, como si estuviesen empañados. Tiene
la cabeza inclinada, su mano que está todavía sobre el hombro de Juan, le tiembla levemente.
Nadie se atreve a hablar. Jesús rompe el silencio: “Iremos a Judea por otro camino. Mañana, de
todos modos, debo ir a Cafarnaúm. Lo más pronto posible. Descansad. Voy arriba entre los
olivos. Tengo necesidad de estar solo” y se va sin añadir más. Santiago de Alfeo murmura: “Sin
duda, va a llorar”. Tadeo dice: “Sigámosle, hermano”. Zelote responde: “No. Déjale que llore.
Vayamos solo a la escucha, caminando despacio, porque temo asechanzas por todas partes”.
Pedro: “Sí. Vamos. Los pescadores siguiendo la orilla; así, si alguien viene por el lago le
veremos; y vosotros por los olivos. Estará, sin duda, en el lugar acostumbrado, cerca del nogal.
Cuando despunte el sol, prepararemos las barcas para irnos pronto. ¡Esas serpientes! ¡Ya lo
decía yo! Pero... ¡di, muchacho!, ¿la Madre está verdaderamente a salvo?”. Juan: “¡Oh, sí! Se
han quedado también con Ella los pastores discípulos de Juan. Andrés, no veremos más a
nuestro Juan”. Andrés:“¡Cállate, cállate! Me parece el canto del cuco... Uno precede al otro y...
y...”. Pedro grita enfurecido: “¡Por el Arca Santa! Callad. Si continuáis hablando de las
desventuras que pueden sobrevenir al Maestro, empiezo por vosotros a haceros probar el sabor
de mis remos sobre vuestros riñones! Vosotros” dice a los que irán en dirección de los olivos,
“tomad garrotes, ramas gruesas, allí en la leñera; diseminaos armados. El primero que se
acerque a Jesús para hacerle daño es hombre muerto”. Felipe exclama: “¡Discípulos, discípulos!
¡Es menester estar precavidos con los nuevos!”... Salen. Se desparraman unos por las barcas,
otros por entre los olivos de las colinas, y todo termina. (Escrito el 7 de Junio de 1945).
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--------------------000-------------------(<Mientras Pedro, Zelote, Bartolomé y Felipe, temiendo asechanzas sobre el Maestro, han ido a
Cafarnaúm para cerciorarse del ambiente que se respira en esa ciudad, Jesús junto con los otros 8
apóstoles ha llegado a Corazaín a casa de un conocido, de nombre Elías. Y desde el huerto de Elías, Jesús
ha narrado a la gente congregada la parábola del buen trigo y la cizaña [Mt.13,24-30 y 36-43], cuya
explicación se relata en el siguiente episodio 3-181-155>).
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3-181-155 (3-41-249).- La parábola del trigo y de la cizaña aplicada en su sentido universal.
En su sentido especial, aplicada al acto de traición.- El proceder de un traidor y el proceder de
un santo traicionado.
* Explicación de la parábola en su sentido universal.- ■ La gente va despejando el lugar
lentamente. Al final, en el huerto se quedan además de los ocho apóstoles, Elías, el hermano y la
madre de éste y el anciano Isaac que alimenta su alma mirando de hito en hito a su Salvador.
Jesús les dice: “Venid a mi alrededor y oid. Os explicaré el sentido completo de la parábola que
tiene además estos dos aspectos, además del que dije a la gente. En el sentido universal la
parábola tiene una explicación: El campo es el mundo. La buena semilla son los hijos del Reino
de Dios sembrados por Él en el mundo en espera de que alcancen su máximo desarrollo y ser
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cortados por la Guadaña y llevados al Dueño del Mundo para que los almacene en sus graneros;
la cizaña son los hijos del Maligno, esparcidos a su vez en el campo de Dios con la intención de
causar dolor al Amo del mundo y de dañar también a las espigas de Dios --el Enemigo de Dios,
por un sortilegio, los ha sembrado de propósito (porque verdaderamente el Diablo desnaturaliza
al hombre hasta hacer de éste una criatura suya, y siembra la cizaña para apartar de la recta vía a
los que no ha podido someter de otro modo)--; la siega, o, más exactamente la formación de las
gavillas, y su transporte a los graneros, es el fin del mundo y quienes la llevan a cabo son los
ángeles: a ellos les ha sido encargado reunir a las segadas criaturas, y separar el trigo de la
cizaña; y, de la misma forma en que ésta es arrojada a las llamas en la parábola, así serán
arrojados al fuego eterno los condenados, en el Último Juicio. ■ El Hijo del hombre mandará
sacar de su Reino a todos los que han cometido escándalos y a los inicuos. Porque el Reino
estará en la tierra y en el Cielo, y entre los miembros del Reino en la tierra habrá, mezclados,
muchos hijos del Enemigo, los cuales, como dijeron también los profetas, alcanzarán la
perfección del escándalo y de la abominación en todas partes de la tierra y atormentarán
gravemente a los hijos del espíritu. En el Reino de Dios, en los Cielos, no entrarán los
pervertidos, porque la corrupción no entra en el Cielo. Así pues, los ángeles del Señor, llevando
la guadaña por entre las hileras de la última cosecha, segarán y luego separarán el trigo de la
cizaña; ésta será arrojada al horno ardiente, donde hay llanto y crujir de dientes. Pero los justos,
el trigo escogido, serán conducidos a la Jerusalén eterna, donde brillarán como soles en el Reino
de mi Padre y vuestro”.
* Explicación de la parábola en su sentido especial: aplicado a los traidores.- ■ Jesús:
“Esto en sentido universal. Pero, para vosotros, hay otro que da respuesta a muchas preguntas
que os hacéis y sobre todo desde ayer por la noche. Os preguntáis: «Luego entre el número de
los discípulos ¿puede haber traidores?», y os horrorizáis dentro de vuestro corazón y os llenáis
de pavor. Pues bien, puede haberlos. Es más, los hay. El Sembrador desparrama la buena
semilla. En este caso más bien que «esparcir», se podría decir: «coge», porque el maestro, sea
Yo o sea el Bautista, había elegido a sus discípulos. ¿Cómo es que, entonces, se han pervertido?
No, no, digo mal llamando «semilla» a los discípulos; podríais entenderlo mal; los llamaré
«campo». Cada discípulo es un campo, elegido por el maestro para establecer el área del Reino
de Dios, los bienes de Dios. El maestro trabaja en ellos para cultivarlos a fin de que produzcan
el ciento por ciento. No ahorra trabajos, lo hace con toda paciencia, amor, sabiduría, fatiga,
constancia; ve también sus inclinaciones perversas, sus sequedades y ambiciones, su testarudez
y debilidades. Y espera, siempre espera, fortaleciendo su esperanza con la oración y la
penitencia, porque los quiere llevar a la perfección. ■ Pero los campos están descubiertos, no
son un jardín cerrado, rodeado de muralla cuyo dueño único sea el maestro y a donde solo él
puede penetrar. Están al descubierto. Colocados en el centro del mundo, entre el mundo, todos
pueden acercarse a ellos, todos pueden entrar en ellos. Todos y todo. ¡No es la cizaña la única
mala semilla sembrada! La cizaña podría ser símbolo de la ligereza amarga del espíritu mundial.
No, en estos campos nacen, arrojados por el Enemigo, todas las otras semillas: ortigas, grama,
cuscuta, hasta la cicuta y otras plantas venenosas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué son? Las ortigas
son los espíritus punzantes, indomables, que hieren por exceso de veneno y causan mucho
malestar. La grama son los parásitos, que agotan al maestro a fuerza de arrastrarse y chupar,
aprovechando del trabajo de éste y causando daño a los que ponen su mejor voluntad, que
verdaderamente sacarían mayor provecho si el maestro no se viera turbado y distraído por las
atenciones que exigen los espíritus de grama. La cizaña no se levanta de la tierra si no es
aprovechándose del esfuerzo de los demás. Las cuscutas, son dolor en el ya doloroso camino del
maestro y tormento para los fieles discípulos que le siguen; son como garfios, se enganchan, se
clavan, hieren, rasgan, introducen desconfianza y sufrimiento. Las plantas venenosas
representan a los delincuentes entre los demás discípulos, aquellos que incluso llegan a
traicionar o matan, como la cicuta y otras plantas venenosas. ¿Habéis visto qué bonitas son con
sus florecitas que se convierten en bolitas blancas, rojas, o de color azul violeta? ¿Quién podría
asegurar que de esa corola estrellada, blanca o apenas rosada, de corazoncito de oro; quién
podría decir que, de esas corolas multicolores, tan semejantes a otras, puedan sus pequeños
frutos, que son delicia de los pajaritos y niños, cuando son maduros, causar la muerte? ■ Y los
inocentes caen en la trampa. Creen que todos son buenos como ellos, los cogen... y mueren.
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¡Creen que todos son buenos como ellos! Oh, una gran verdad que ensalza al maestro y condena
al traidor. ¿Cómo? ¿La bondad no desarma? ¿No hace al malvado inofensivo? No. No lo hace
inofensivo porque el hombre que ha caído en manos del Enemigo es insensible a todo lo que es
superior, y cualquier cosa superior, para él, cambia de aspecto: la bondad será entonces
debilidad que es lícito pisotear, y agudiza su mala voluntad, como el olor de la sangre agudiza
una fiera: el deseo de degollar. También el maestro es siempre inocente... y deja que su traidor
le envenene porque no quiere, y no puede dejar pensar a los otros que un hombre pueda llegar a
matar a un inocente. En los campos del Maestro (los discípulos), penetran los enemigos, que
son muchos (El primero, Satanás; los otros, sus siervos, o sea, los hombres, las pasiones, el
mundo y la carne). ■ Y he aquí que al discípulo que más fácilmente golpean es al que no está
muy cerca del Maestro, sino que está entre el maestro y el mundo. No sabe, no quiere separarse
de todo lo que es el mundo, carne, pasiones y demonio, para ser todo de aquel que le lleva a
Dios. Sobre ese discípulo esparcen sus semillas el mundo, la carne, las pasiones y el demonio.
Oro, poder, mujer, orgullo, el miedo de que el mundo piense mal de él y espíritu de utilitarismo:
«Los grandes son los más fuertes. Yo les sirvo para tener su amistad»... ¡Y por estas miserables
cosas uno se hace delincuente, se condena!... ■ ¿Por qué el Maestro, viendo la imperfección del
discípulo, --si bien no quiere rendirse ante el pensamiento de que será su asesino-- no le extirpa
de sus filas? Esto os preguntáis. La respuesta es: Porque es inútil hacerlo. Si lo hiciese no le
suprimiría como enemigo; antes al contrario, su enemistad se duplicaría y se haría más diligente,
o por la rabia de haber sido descubierto o por el dolor de haber sido expulsado. Dolor, sí,
porque a veces el discípulo perverso no cae en la cuenta de lo que es; tan sutil es la obra del
demonio que no la advierte (viene a ser poseído por el demonio sin sospechar que está bajo su
poder). Rabia, sí, rabia por haber sido conocido en lo que es; esto sucede cuando está consciente
del trabajo de Satanás y de sus adeptos (los hombres que tientan al débil en sus debilidades para
quitar del mundo al santo que les echa en cara con su bondad sus malas acciones). Y entonces el
santo ora, y se pone en manos de Dios «hágase lo que permites que se haga» dice, añadiendo
solo esta cláusula: «con la condición de que sirva para tus fines». El santo sabe que ha de llegar
la hora en que serán separadas de sus espigas las malas plantas de cizaña. ¿Y quién la hará?
Dios mismo, que no permite más de cuanto es útil para el triunfo de su voluntad amorosa” (1).
* “¿Disminuye la responsabilidad del traidor por ser tentado por Satanás o sus
adeptos?”.- ■ Mateo dice: “Pero si admites que siempre es Satanás y sus adeptos... me parece
que la responsabilidad del discípulo disminuya”. Jesús: “No lo creas. Si existe el Mal, también
existe el Bien, y existe en el hombre el discernimiento y con él la libertad”. Iscariote dice: “Tú
dices que Dios no permite más de cuanto es útil al triunfo de su voluntad de amor. Por tanto,
este error incluso es útil, si lo permite, y sirve para que triunfe la voluntad divina”. Jesús: “Con
lo cual tú arguyes, como Mateo, que ello justifica el delito del discípulo. Dios había creado al
león sin su ferocidad y a la serpiente sin veneno; ahora aquel es feroz y ésta es venenosa. Pero
Dios, por esta razón, los alejó del hombre. ■ Medita esto y aplícatelo apropiadamente.
Vayamos a la casa. El sol está ya muy fuerte, como si fuera a haber tempestad. Vosotros estáis
cansados porque no dormisteis anoche”. Elías dice: “La habitación alta de la casa es grande y
fresca. Podréis descansar”. Suben por la escalera externa, pero solo los apóstoles se echan sobre
las esteras para descansar. Jesús sube a la terraza, sombreada en un ángulo, bajo un altísimo
roble, y se sumerge en sus pensamientos. (Escrito el 8 de Junio de 1945).
···································
1 Nota explicativa de M.V.: “Dios mismo, que no permite más de cuanto es útil para el triunfo de su voluntad
amorosa”. A propósito de esto MV escribió una nota: Dios concedió al hombre la inteligencia para comprender, la
conciencia para que sea consejera, la Ley para regularse, la libertad para merecer lo que él quiera merecer: Dios y su
gloria, o el infierno y su condenación. Además le dio la gracia o predestinación a la gracia para que sea un estímulo o
medio para elevar sus facultades a un nivel que las haga apetecer santamente lo sobrenatural y Dios. Ahora en el
hombre inteligente, consciente, libre, y sobre todo en el que por medio de la fe conoce su último fin y la Ley divina,
debería haber solo acciones que prescribe la Ley y que la conciencia del fin alienta a practicar, entre tanto que la
razón y la conciencia las muestra buenas a todos, aun a los que no conocen la religión revelada, y así puedan
conseguir el premio eterno que el entendimiento humano, aunque iluminado por la gracia, siente infinitamente
superior a todo gozo imaginable que pueda fomentar el creyente. Algunas veces sucede que el hombre al obrar contra
la razón, convierte su libertad en un yugo más cruel que todas las esclavitudes: el del demonio, y del pecado,
prefiriendo el Mal al Bien. Y entonces, aunque Dios permita que el hombre lleve a cabo lo que voluntariamente elige
realizar --y ello para probarlo y confirmarlo en gracia o juzgarlo merecedor de castigo--, la culpabilidad del hombre
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no disminuye por ningún motivo. Porque, si bien es verdad que el hombre, bajo impulso de Dios o el impulso de
Satanás, puede hacer el bien o el mal, no es menor verdad que solo Dios debería ser seguido en sus invitaciones de
amor, por el hombre, porque de Él ha recibido todos aquellos dones naturales, morales y sobrenaturales capaces de
hacer de él un hijo de Dios heredero del Cielo.
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3-183-163 (3-43-258 ).- La curación de un hombre herido, en Mágdala, en casa de M.
Magdalena.
* Dentro del corazón de J. Iscariote hay orgullo y murmuración (captados por Jesús en el
corazón de Judas).- ■ Jesús dice: “Insertad aquí el 2º momento de la conversión de María de
Mágdala”.
Todos los apóstoles están alrededor de Jesús. Sentados sobre la hierba, a la sombra de unos
árboles, cerca de un río, comen su pan y queso, y beben agua del río que es fresca y clara. Las
sandalias llenas de polvo dicen muy a las claras de que un largo camino han recorrido y que tal
vez los discípulos pidieron descansar en la hierba. Pero el Incansable Caminante no es de igual
parecer. En cuanto juzga que ha pasado la hora de mayor calor, se pone en pie, toma el camino y
mira... Luego se vuelve y dice simplemente: “Vámonos”. Llegados a una bifurcación, mejor
dicho, a una cuatrifurcación porque cuatro caminos polvorosos se dan cita allí, Jesús toma
decididamente el que va en dirección noroeste. Pedro pregunta: “¿Regresamos a Cafarnaúm?”.
Jesús: “No”. Únicamente: no. Pedro, que quiere saber, insiste: “¿Entonces a Tiberíades?”.
Jesús: “Tampoco”. Pedro recalca: “Este camino va al Mar de Galilea... y allí está Tiberíades y
allí está Cafarnaúm...”. Jesús, con rostro semiserio para calmar la curiosidad de Pedro, dice: “Y
también está Mágdala”. Pedro, un poco escandalizado: “¿Mágdala? ¡Oh!...”. Esto me hace
sospechar que la ciudad tiene mala fama. ■ Jesús: “Mágdala, sí, a Mágdala. ¿Te consideras
demasiado puro para entrar en ella? ¡Pedro, Pedro!... Por amor a Mí deberás entrar no en una
ciudad de placer, sino en verdaderos prostíbulos... Cristo no ha venido a salvar a los que ya
están salvados, sino a salvar a los perdidos... y tú... tú serás «Piedra» o «Cefas», y no Simón; y
por esto, Cefas, ¿tienes miedo de contaminarte? ¡No, no! ¿Ves a éste? --indica al jovencísimo
Juan--. Pues ni siquiera éste recibirá daño. Porque él no quiere. Como tú no quieres, como no
quieren tu hermano y el hermano de Juan. Como no quiere ninguno de vosotros por ahora.
Mientras no se quiere, no viene el mal. Pero es menester no querer fuerte y constantemente.
Fuerza y constancia se obtienen del Padre, si se ora con rectitud de propósito. No todos
sabéis rogar siempre así... ■ ¿Qué estás diciendo Judas? No te fíes mucho de ti mismo. Yo, que
soy el Mesías, ruego constantemente para tener fuerzas contra Satanás. ¿Puedes más tú que Yo?
El orgullo es una rendija por donde Satanás penetra. Vigila y sé humilde, Judas. Mateo, tú
que conoces muy bien este lugar, dime: ¿conviene entrar por este camino o hay otro mejor?”.
Mateo: “Según, Maestro. Si quieres entrar a Mágdala de los pescadores y de los pobres, el
camino es éste, por aquí se entra al suburbio popular; pero --no lo creo, pero te lo digo para
darte una respuesta mía más amplia-- si quieres ir a donde están los ricos, entonces hay que
dejar este camino, tomar otro que está de aquí unos cien metros, porque las casas de los ricos
están casi a esta altura y hay que volver para atrás...”. Jesús: “Regresaremos, porque a la
Mágdala de los ricos es a donde quiero entrar.■ ¿Qué has dicho, Judas?”. Iscariote: “Nada,
Maestro. Es la segunda vez que me lo preguntas en poco tiempo. Yo no he dicho nada”. Jesús:
“Con los labios, no. Has hablado dentro de tu corazón. Has murmurado con tu huésped que es tu
corazón. Para hablar no es indispensable tener otra persona con quien hablar; muchas palabras
nos las decimos a nosotros mismos... Pues bien, no hay que murmurar o calumniar ni siquiera
con nuestro propio «yo»”.
* M. Magdalena hallada en adulterio.- ■ El grupo sigue caminando ahora en silencio. La
calle, es una calle de la ciudad, pavimentada con piedras largas y cuadradas. Las casas son ricas
y bellas entre huertos y jardines lozanos y floridos. Me parece que Mágdala, la elegante ciudad,
era para los palestinos una especie de lugar de placer, como ciertas ciudades italianas: Stresa,
Gardone, Pallanza, Bellagio, etc. Con los ricos palestinos están mezclados los romanos, que sin
duda proceden de otros lugares, como Tiberíades o Cesarea, donde, en torno al Gobernador,
habrán sido, ciertamente funcionarios y comerciantes exportadores de los mejores productos de
la colonia palestina para Roma. Jesús se adentra, como quien sabe a dónde va. Costea el lago, en
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cuya ribera se ven las casas con sus jardines. ■ Gritos de llanto salen de una rica casa. Son de
niños y mujeres. Una voz femenina rompe el aire. “Hijo, hijo”. Jesús se vuelve y mira a sus
discípulos. Judas se adelanta unos pasos. “Tú, no” ordena Jesús. “Tú, Mateo. Ve a preguntar”.
Mateo, que va y regresa, dice: “Una riña, Maestro. Un hombre está agonizando. Es un judío. El
que le ha herido, se ha escapado; era un romano. Han llegado enseguida su mujer y su madre, y
los niños... Está muriendo”. Jesús dice: “Vamos”. Mateo: “Maestro... Maestro... Esto ha
sucedido en la casa de una mujer... que no es la esposa”. Jesús: “Vamos”. La puerta de la casa
está abierta. Entran en un largo y espacioso vestíbulo que da a un hermoso jardín (la casa
parece estar dividida en un columnato cubierto y muy rico en verdes plantas en macetas y con
muchas estatuas y objetos enchapados; mitad sala, mitad invernadero). En una habitación cuya
puerta da al vestíbulo, hay mujeres que están llorando. Jesús entra pero no da su saludo habitual.
Entre los hombres presentes hay un mercader que debe conocer a Jesús, porque apenas le ve,
dice: “¡El Rabí de Nazaret!” y le saluda con respeto. Jesús: “José, ¿qué ha sucedido?”. José:
“Maestro, un golpe de puñal al corazón... Se está muriendo”. Jesús: ”¿Por qué?”. Una mujer de
cabello gris y despeinada se levanta --estaba de rodillas cerca del moribundo, le tenía asido una
mano-- y con ojos de demente grita: “Por esa, por esa... Me lo embrujó... tenía madre, tenía
mujer, tenía hijos. El infierno debe estar en ti, Satanás”. ■ Jesús levanta los ojos en dirección de
la mano, que temblorosa acusa, y ve en el rincón, contra la pared de color rojo oscuro, a María
de Mágdala, más provocativa que nunca; la mitad del cuerpo vestida... yo diría... de nada,
porque de la cintura hacia arriba está semidesnuda, con una especie de redecilla exagonal, de
unas cositas redondas que parecen perlitas (de todas formas, estando en penumbra no veo bien).
Jesús baja de nuevo los ojos. María, humillada con la indiferencia, se endereza --antes estaba
ligeramente agachada-- y finge una actitud desenvuelta. Jesús dice a la madre: “Mujer, no
maldigas. Respóndeme. ¿Porqué tu hijo estaba en esta casa?”. Mujer: “Ya te lo he dicho. Porque
ella le había vuelto loco. Ésa”. Jesús: “Silencio. También él estaba cometiendo un pecado de
adulterio, y era un padre indigno de esos inocentes. Merece, pues, su castigo. En esta y en la
otra vida no hay misericordia, para quien no se arrepiente. ■ No obstante, tengo compasión
de tu dolor, mujer, y de estos inocentes. ¿Está lejos tu casa?”. Mujer: “Unos cien metros”.
Jesús: “Levantad a este hombre y llevadle allá”. El mercader José dice: “No es posible, Maestro.
Está muriendo ya”. Jesús: “Haz como dije”. Ponen una tabla debajo del cuerpo del moribundo,
y lentamente sale el cortejo, cruza la calle y entra en un jardín lleno de sombra. Las mujeres
siguen llorando con todas sus fuerzas. Apenas entrados en el jardín, Jesús se vuelve a la madre y
le dice: “¿Puedes perdonar? Si tú perdonas, Dios perdona. Es menester hacerse bueno el
corazón para obtener gracia. Este hombre ha pecado y volverá a pecar; mejor le sería morir
porque, si vive, volverá a recaer en el pecado y deberá responder también de la ingratitud para
con Dios que le salva. Pero tú y estos inocentes (señala a la mujer y a los niños) caeríais en la
desesperación. He venido a salvar y no a condenar. Hombre, Yo te mando: Levántate y queda
sano”. El hombre vuelve a la vida. abre los ojos, ve a su madre, a sus hijos, a su mujer, e inclina
la cabeza avergonzado. La madre dice: “Hijo, hijo. Estarías muerto si Él no te hubiera salvado.
Vuelve en ti. No delires por una...”. ■ Jesús interrumpe a la mujer. “Cállate, ten misericordia,
como se ha tenido para contigo. Tu casa ha sido santificada con el milagro que siempre es
prueba de la presencia de Dios. Por este motivo no he podido hacerlo donde había pecado.
Que tú, al menos, sepas conservar tu casa así, aunque este hombre no sepa hacerlo. Ahora tened
cuidado de él. Es justo que sufra un poco. Sé buena, mujer. Adiós, niños.” Jesús pone su mano
sobre la cabeza de las dos mujeres y de los niños. ■ Luego sale, pasando por delante de la
Magdalena, que ha seguido al cortejo hasta el otro lado de la calle y se ha quedado apoyada
contra un árbol. Jesús aminora el paso como aguardando a los discípulos, pero creo que su
verdadera intención es la de darle a María ocasión de hacer un gesto. Pero ella no lo hace. Los
discípulos se reúnen con Jesús. Pedro no puede contenerse y entre dientes dice a María un
epíteto adecuado. Ésta, que quiere aparentar desenvoltura, rompe a reír con una carcajada de
mezquino triunfo. Jesús que oyó la palabra de Pedro, severo a él se vuelve: “Pedro. Yo no
insulto. No debes insultar. Ruega por los pecadores. No más”. María deja de reír, baja la cabeza
y huye como una gacela a su casa. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
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3-184-167 (3-44-262).- El pequeño Benjamín de Mágdala.- Parábola del trabajo de Dios en los
corazones para instaurar en ellos su Reino. Aplicada a M. Magdalena.
* Magdalena, y las que son como ella, tiene una cruz muy dura.- No hay que envidiar las
apariencias.- ■ Hace poco que debió haber sucedido el milagro, porque los apóstoles hablan
de él. Los de la ciudad que también lo comentan, señalan con el dedo al Maestro que, erguido y
grave, se pone en marcha hacia la periferia de la ciudad, donde viven los pobres. Se detiene en
una casucha de la que sale un niño dando saltos y detrás de él su madre. Jesús: “Mujer, ¿me
permites entrar en tu huerto y estar un poco hasta que baje el sol?”. Mujer: “Entra, Señor.
También a la cocina si quieres. Te traeré agua y alguna otra cosa”. Jesús: “No trajines, me basta
con estar tranquilo en este huerto”. Pero la mujer se empeña en ofrecer agua con no sé qué
diluido, y se mueve por la huerta, de acá para allá, como deseosa de hablar pero sin atreverse. Se
pone a ver sus verduras, aunque solo aparentemente porque en realidad está pendiente del
Maestro. Pero la molesta el niño, que, con sus gritos --cuando coge una mariposa u otro insecto-, le impide oír lo que Jesús dice; se pone nerviosa y le...suelta un cachete al niño, el cual... grita
ahora mucho más fuerte. Jesús --que a la pregunta de Simón Zelote: “¿Piensas que María se
habrá conmovido?” estaba respondiendo: “Más de lo que parece...”-- se vuelve y llama al niño,
el cual corre a acabar de llorar en las rodillas de Jesús. La mujer llama a su hijo: “¡Benjamín!
Ven aquí. No molestes”. Pero Jesús dice: “Déjale, déjale. Se portará bien y te dejará en paz”.
Luego dice al niño: “No llores. No te hizo daño la mamá. Solo te ha hecho obedecer. ¿Por qué
gritabas si ella quería silencio? Quizás es que se siente mal, y tus gritos la ponen nerviosa”. El
niño, rápido, rápido, con esa insuperable franqueza infantil que desespera a los mayores, dice:
“No, no se siente mal. Quería oír lo que Tú estabas diciendo. Me lo dijo. Y yo, que quería venir
contigo, hacía ruido a propósito para que Tú me mirases”. Todos se ríen de buena gana y la
mujer se pone colorada. ■ Jesús: “No te pongas colorada, mujer. Ven aquí. ¿Me querías oír
hablar? ¿Por qué?”. Mujer: “Porque eres el Mesías. Con el milagro que has hecho no puedes ser
sino el Mesías... y quería oírte. Casi nunca salgo de Mágdala porque tengo un marido difícil y
cinco hijos. El más pequeño tiene cuatro meses... y Tú aquí no vienes nunca”. Jesús: “He
venido a tu casa. Míralo”. Mujer: “Por esto quería oírte”. Jesús: “¿En dónde está tu marido?”.
Mujer: “En el mar, Señor. Si no se pesca, no se come. No tengo más que este huertecillo.
¿Crees que pueda alcanzar para siete personas? Y con todo Zaqueo querría que así fuese...”.
Jesús: “Ten paciencia, mujer. Todos tienen su cruz...”. Mujer: “¡No, no! Las desvergonzadas
no hacen más que gozar. Viste lo que hacen ellas. Gozan y hacen sufrir. No se destrozan los
riñones con tener hijos y con trabajar. No tienen ampollas de la pala, ni se desuellan con la
lavada de ropa. Hermosas y frescas que están. Para ellas no existe la sentencia contra Eva; más
bien ellas son nuestra condena, porque los hombres... Ya me entiendes”. Jesús: “Te entiendo.
Pero ten en cuenta que también ellas tienen una cruz muy dura. La más dura: la que no se
ve: la de la condena de su conciencia, la de la burla del mundo; la de su propia sangre que las
rechaza; la de la maldición de Dios. No son felices, créemelo. No destrozan los riñones en
engendrar ni en trabajar, no se hacen llagas en las manos con el trabajo. Pero da lo mismo, se
sienten destrozadas y con vergüenza. Su corazón es una llaga completa. No envidies su
apariencia, su lozanía, su fingida serenidad. Tras ese velo, lo que hay es una desolación de
muerte y que no permite paz. No tengas envidia de su sueño, tú, que eres una madre honrada
que sueñas con tus inocentes... ellas no tienen más que pesadillas sobre su almohada. Y al día
siguiente, en el día que se encuentren agonizantes o sean viejas, no tendrán más que
remordimiento y pavor...”. Mujer: “Es verdad, perdóname... ¿Me permites que me esté aquí?”.
Jesús: “Quédate. Contaremos una hermosa parábola a Benjamín. Los que no son niños, que la
apliquen a sí mismos y a María de Mágdala”.
* Parábola, que habla del trabajo de Dios para fundar su Reino, aplicada a pecadores y a
Magdalena.- ■ Jesús: “Escuchad: Dudáis acerca de la conversión de María de Mágdala al
Bien. No se ve señal alguna en ella que indique este cambio. Desvergonzada e impúdica,
consciente de su posición y poder, tuvo la osadía de desafiar a la gente y de ir hasta el umbral de
la casa donde lloran por su culpa. Al reproche de Pedro respondió con una risotada. A mi
mirada que la invita, con una soberbia de desprecio. Algunos de vosotros habréis deseado, quién
por amor a Lázaro, quién por amor a Mí, que le hubiera hablado directa y largamente, y que la
hubiera subyugado con mi poder, mostrando mi fuerza de Mesías Salvador. No. No es
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necesario. Lo dije hace meses también por otra pecadora. Las almas deben hacerse por sí
mismas. Yo paso, arrojo la semilla; ésta trabaja secretamente. Se respeta al alma en este trabajo
suyo. Si la primera semilla no sirve, se siembra otra, otra... y sólo deja uno de hacerlo cuando
hay pruebas seguras de que es inútil sembrar. Se ruega. La oración es como el rocío, que
mantiene los terrones flojos y buenos y nutridos con lo que la semilla puede germinar. ¿No
haces así tú, mujer, con tus hortalizas? ■ Escuchad ahora la parábola que os habla de lo que
Dios trabaja en los corazones para fundar su Reino (1). Cada corazón es un reino pequeño de
Dios en la tierra. Después de la muerte, todos estos pequeños reinos, se juntarán y formarán un
solo Reino de los Cielos, inmenso, santo, eterno. El sembrador divino crea el Reino de Dios en
los corazones. Viene a su posesión --el hombre es de Dios, por eso cada hombre inicialmente es
suyo-- y esparce su semilla. Luego pasa a otras posesiones, a otros corazones. Los días pasan y
con ellos las noches. Los días aportan sol y lluvias (en este caso rayos de amor divino y efusión
de la Sabiduría divina que habla al espíritu). Las noches estrelladas y en silencio sosegado (en
nuestro caso destellos de Dios que reclaman nuestra atención y silencio para el espíritu, para que
se recoja el alma y medite). La semilla durante esta sucesión de providencias inadvertidas y
poderosas, se hincha, se parte en dos, echa raíces y arroja afuera las primeras hojitas, crece.
Todo esto sin que el hombre la ayude. La tierra, espontáneamente, produce de la semilla el
tierno tallo, luego se robustece el tallo para sostener a la espiga naciente, luego la espiga se
eleva, se hincha, se dora, se hace dura, perfecta espiga. Una vez madura, vuelve el sembrador y
la siega; no podría ganar más en perfección y por ello es cortada. ■ Mi palabra realiza esta
misma operación en los corazones; me refiero a los que aceptan a la semilla. Pero el trabajo es
lento. Es menester no deteriorarlo con las prisas. ¡Cuánto cuesta a la semilla pequeña abrirse; y
cuánto, echar raíces en la tierra! Pues también le es fatigoso, al corazón duro e indomable, este
proceso: debe abrirse, dejarse buscar, acoger cosas nuevas, y alimentarlas con esfuerzo, aparecer
distinto al estar revestido de cosas humildes y útiles y no ya de la atractiva, pomposa e inútil
exuberante floración que antes le revestía; debe conformarse con trabajar humildemente, sin
atraer hacia sí la admiración, para beneficio de la Idea divina; debe esforzarse con todos los
medios por crecer y dar espiga; debe ponerse incandescente de amor para convertirse en grano.
Y, una vez superados los respetos humanos verdaderamente muy penosos, después de haber
trabajado y haber sufrido y haber tomado afecto a la nueva vestidura, entonces debe despojarse
de ella con cruel tajo. Dar todo para tener todo. Quedarse sin nada para ser revestido en el Cielo
con la estola de los santos. La vida del pecador que llega a ser santo, es la batalla más larga
heroica, gloriosa. Os lo aseguro. Por lo que os he dicho podéis comprender que es justo que me
comporte así con María.■ ¿Me porté de manera diversa contigo, Mateo?”. Mateo: “No, señor
mío”. Jesús: “Y dime la verdad: qué te movió más ¿mi paciencia o las sátiras de los fariseos?”.
Mateo: “Tu paciencia. Tanto, que estoy aquí. Los fariseos, con sus desprecios y sus anatemas,
me hacían desdeñoso, y, por desprecio, hacía más mal aún de cuanto hasta entonces había
hecho. Pasa eso: uno se endurece más cuando, estando en pecado, se siente tratado como
pecador; pero cuando, en lugar de un insulto, recibimos una caricia, primero quedamos
asombrados, después vienen las lágrimas... y, cuando éstas llegan, las costras de pecados se
abren y caen... Entonces queda uno desnudo ante la Bondad y se le pide, con el corazón, que se
digne revestirnos de Sí misma”. Jesús: “Dijiste bien, Mateo”.
* Apóstoles, excepto Iscariote (que le causa miedo), pasan el examen del niño Benjamín.■ Jesús luego se dirige al niño: “Benjamín, ¿te gusta la historia? ¿Sí? Muy bien. Pero, ¿dónde
está tu mamá?”. Santiago de Alfeo responde: “Al final de la parábola ha salido y se ha ido
corriendo por aquella calle”. Tomás dice: “Habrá ido al mar, por ver si ya viene su esposo”. El
niño, que confiadamente está apoyado en las rodillas de Jesús, dice: “No. Fue a casa de su
mamá, a traer a mis hermanos. Mi mamá los lleva allá para poder trabajar”. Bartolomé observa:
“¡Y tú estás aquí, hombre! Debes ser una buena viborita para que te tenga solo”. Benjamín: “Yo
soy el mayor, y la ayudo...”. Bartolomé: “A ganarse el paraíso. ¡Pobre mujer! ¿Cuántos años
tienes?”. Benjamín dice con orgullo: “Dentro de tres años seré hijo de la Ley”. Tadeo le
pregunta: “¿Sabes leer?”. Benjamín: “Sí... pero voy despacio porque... el maestro me echa casi
todos los días afuera...”. Bartolomé dice: “¡Ya lo había dicho yo!”. Benjamín: “Pero lo hago así
porque el maestro es viejo y feo y dice siempre las mismas cosas que le hacen dormirse a uno.
Si fuese como Él (y señala a Jesús) estaría contento. ¿Pegas Tú, si uno se duerme o juega?”.
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Jesús responde: “Yo no pego a ninguno. Digo a mis discípulos: «Estad atentos por vuestro bien
y por amor mío»”. Benjamín: “¡Eso, así sí! Por amor, sí; no por miedo”. Jesús: “Pero si te
portas bien, el maestro te va a querer”. Benjamín: “¿Tú quieres solo al que es bueno? Hace poco
dijiste que habías tenido paciencia con éste, que no era bueno...” la lógica infantil es asediadora.
Jesús: “Soy bueno con todos. Pero a quien se hace bueno, le quiero muchísimo y con él soy
bueno, muy bueno”. El niño piensa... levanta la cabeza y pregunta a Mateo: “¿Cómo hiciste
para ser bueno?”. Mateo: “Le he querido a Él”. ■ El niño se queda pensando otro poco, mira a
los doce y dice a Jesús: “¿Todos estos son buenos?”. Jesús: “Claro que lo son”. Benjamín:
“¿Estás seguro? Algunas veces yo hago como que soy bueno, pero es cuando quiero hacer una
pillada mayor”. Todos se ríen a carcajadas. También el pilluelo. Ríe Jesús que le estrecha al
corazón y le besa. El niño, que se ha hecho ya amigo de todos y quiere jugar, dice: “Ahora te
digo yo quién es bueno” y empieza su selección. Mira a todos y va derecho a Santiago y a
Andrés que están juntos y dice: “Tú y tú. Venid aquí”. Después escoge a los dos Santiagos, y los
junta con ellos. Luego a Tadeo. Queda muy pensativo ante Zelote y Bartolomé y dice: “Sois
viejos, pero sois buenos” y los pone con los demás. Mira atentamente a Pedro, que bajo el
examen a que se le somete, no deja de hacerle burlas con los ojos. También dice que es bueno.
Igual suerte corren Mateo y Felipe. A Tomás le dice: “Tú te ríes demasiado. Yo estoy en serio.
¿No sabes que mi maestro dice que quien siempre ríe se equivoca luego en la prueba?”. Pero al
final de cuentas también Tomás pasa, con pocos votos, pero pasa el examen. El niño regresa a
Jesús. ■ Iscariote le dice: “Eh, precioso, también yo estoy. No soy una planta. Soy joven y
hermoso. ¿Por qué no me sometes al examen?”. Benjamín: “Porque no me gustas. Mi mamá
dice que cuando una cosa no gusta, no se toca; se deja sobre la mesa, para que se la coman las
personas a quienes les guste. Y también dice que si a uno le ofrecen una cosa que no le gusta,
uno no debe decir: «No me gusta» sino: «Gracias. No tengo hambre». Yo no tengo hambre de
ti”. Iscariote: “¿Pero cómo? Mira, si dices que soy muy bueno, te doy esta moneda”. Benjamín:
“¿Para qué la quiero? ¿Qué puedo comprar con una mentira? Mi mamá dice que el dinero
obtenido con engaño, se convierte en paja. Un día, engañé a mi abuela para que me diese un
dracma para comprarme hogazas con miel y por la noche se habían convertido en paja. Las puse
en aquel agujero, allí, debajo de la puerta, para cogerlo a la mañana siguiente y encontré solo un
manojo de paja”. Iscariote: “¿Por qué no crees que sea yo bueno? ¿Qué tengo? ¿Qué tengo?
¿Torcido el pie? ¿Soy feo?”. Benjamín: “No, pero me das miedo”. Iscariote, acercándose,
pregunta: “¿De qué cosa?”. Benjamín: “No lo sé. Déjame. No me toques o te araño”. Iscariote:
“¡Qué intratable! Está loco”. De Judas sale una risa forzada. Benjamín: “No estoy loco. Tú eres
malo” y el niño se refugia en el regazo de Jesús, que le acaricia sin decir nada. Los apóstoles
ríen de buena gana con lo que acaba de pasar a Iscariote.
* “No penséis que las obras para conseguir el Reino de los Cielos son obras vistosas, sino
acciones continuas, normales, pero realizadas con un fin sobrenatural de amor. El amor es
la simiente del árbol... Lo compararé con un minúsculo grano de mostaza”.- ■ En esos
momentos la mujer regresa con una docena de personas, y luego llegan otras más. Son como
unas cincuenta. Todas, personas pobres. La mujer suplica: “¿Les dirías alguna palabra? Por lo
menos algo. Ésta es la madre de mi marido, éstos son mis hijos. Este hombre es mi marido. Una
palabra, Señor”. Jesús: “Para darte gracias por tu hospitalidad, les hablaré”. La mujer,
requerida por un niño de pecho, entra en casa; luego se sienta en el umbral de la puerta y le
da el pecho. “Escuchad. Encima de mis rodillas tengo a un niño que ha hablado muy
sabiamente. Ha dicho: «Todas las cosas obtenidas con engaño se vuelven paja». Su madre le
ha enseñado esta verdad. No es fábula, es una verdad eterna. Lo que se hace sin honestidad
jamás sale bien, porque la mentira, en palabras, acciones o religión, es siempre signo de
alianza con Satanás, maestro de embustes. No penséis que las obras apropiadas para
conseguir el Reino de los Cielos son obras fragorosamente vistosas; son acciones continuas,
normales, pero realizadas con un fin sobrenatural de amor. El amor es la simiente del árbol que,
naciendo en vosotros, crece hasta el Cielo, y a su sombra nacen todas las demás virtudes. Lo
compararé con un minúsculo grano de mostaza. ¡Qué pequeño es! ¡Una de las más pequeñas
semillas esparcidas por el hombre! Y, no obstante, ved que cuando llega a su madurez, es fuerte
y frondosa, da muchos frutos, no ya el cien por ciento, sino el ciento por uno. La más pequeña,
pero la que trabaja más diligentemente. ¡Cuántas utilidades os proporciona! ■ Así es el amor. Si
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recogéis en vuestro pecho una pequeña semilla de amor por vuestro santísimo Dios y por
vuestro prójimo, y actuáis guiados por el amor, no faltaréis contra ningún precepto del Decálogo; no mentiréis a Dios con una falsa religión (de prácticas y no de espíritu), ni al prójimo con
conducta de hijos ingratos, de esposos adúlteros --o solamente demasiado exigentes--, de
ladrones en las transacciones, de embusteros en la vida, de violentos hacia vuestros enemigos.
Fijaos cómo, en esta hora de calor, cuántos son los pajarillos que se refugian en el follaje de este
huerto. Dentro de poco, ese surco plantado de mostaza --que ahora es todavía pequeña-- se verá
henchido de trinos de pájaros. Todas las aves vendrán a refugiarse, a la sombra de estos
árboles tan tupidos y cómodos, entre su ramaje que sirve de escalera y de red para subir y no
caer. Así es el amor, base del Reino de Dios. Amad y seréis amados. Amad y seréis
compasivos. Amad y no seréis crueles exigiendo más de lo lícito de quien está a vosotros subordinado. Amor y sinceridad para obtener la paz y la gloria del Cielo. Si no, todas vuestras
acciones realizadas mintiendo al amor y a la verdad se os transformarán en paja para vuestro
lecho infernal. ■ No os digo nada más. Únicamente esto: tened presente el gran precepto del
amor y sed fieles a Dios Verdad y a la verdad en cada una de vuestras palabras, acciones y
sentimientos, porque la verdad es hija de Dios. Se trata de una continua obra de
perfeccionamiento de vosotros mismos, de la misma forma que la semilla crece continuamente
hasta alcanzar su madurez; es una obra silenciosa, humilde, paciente. Tened por seguro que Dios ve
vuestras luchas y os premia más por un egoísmo vencido, por una grosería que no dijisteis, por no
imponer una exigencia, que no si, armados, en la batalla, matarais a vuestro enemigo.■ Ese Reino
de los Cielos que poseeréis, si vivís como justos, está construido con las pequeñas cosas de cada día:
con la bondad, la morigeración, la paciencia; contentándose con lo que uno tiene; con la mutua
compasión; con el amor, sobre todo con el amor. Tratad de ser buenos. Vivid en paz los unos con
los otros. No murmuréis. No juzguéis. Dios estará entonces con vosotros. Os doy mi paz y también
mi bendición y agradecimiento de la fe que tenéis en Mí”. ■ Tras estas palabras, Jesús se vuelve
a la mujer y dice: “Que Dios te bendiga especialmente a ti, porque eres una santa esposa y
madre. Persevera en la virtud. Adiós, Benjamín; ama cada vez más la verdad y obedece a tu
madre. Descienda sobre ti y tus hermanitos la bendición. Y sobre ti, madre”. (Escrito el 10 de
Junio de 1945)
·······································
1 Nota : Cfr. Mt. 13,31-32; Mc. 4,26-29; 4,30-32; Lc. 13,17-19.
.
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(<A petición de J. Iscariote, Jesús y apóstoles se encaminan hacia Endor. Iscariote está sumamente
interesado en visitar una gruta de este villorrio, donde en tiempos de Saúl una maga, que ejercía la
adivinación, había invocado a Samuel, por orden de Saúl, para solicitar ayuda de Samuel. Ahora J.
Iscariote, quiere saber si era posible que una maga o adivina, tal como lo hizo Saúl, podía llamar a los
muertos>).
.
3-188-190 (3-49-286).- En Endor, Iscariote quiere visitar la gruta de la maga.- Juan de Endor.
* Encuentro de Jesús con Félix o Juan de Endor.- ■ Ahora el Tabor está a espaldas de los
caminantes. Ya lo pasaron. El grupo camina por una llanura cerrada entre este monte y otro que
está de frente; van hablando de la subida, que todos han realizado, aunque al principio parecía
que los más mayores quisieran evitarla. Pero ahora están contentos de haber subido a la cima. El
camino es fácil porque es una vía principal bien arreglada. El tiempo es fresco y me imagino
que pernoctaron en las laderas del Tabor. Jesús, señalando hacia un humilde pueblo asido a las
primeras elevaciones de este grupo montañoso, dice: “Aquello es Endor. ¿De veras quieres ir
allí?”. Iscariote responde: “Si me quieres contentar...”. Jesús: “Vamos, entonces”. Bartolomé,
que, por su edad, no debe ser muy amante de excursiones panorámicas, pregunta: “¿Tendremos
mucho que caminar?”. Jesús: “¡Oh, no! Si os queréis quedar...”. Iscariote se apresura a decir:
“Sí, sí. Quedaos mejor. Me basta ir con el Maestro”. Pedro dice: “Pues bien, yo quisiera saber,
antes de decidir, lo que hay de vistoso... Desde la cima del Tabor vimos el mar, y, después de lo
que ha dicho el muchacho, debo confesar que ha sido la primera vez que lo he visto
verdaderamente bien, y que lo he visto como Tú ves: con el corazón. Allí... quisiera saber si hay
algo que aprender, y en este caso voy aunque me canse...”. Jesús invita: “¿Lo oyes? Tú no has
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dicho todavía tu intención. Por cortesía hacia tus compañeros, dila”. Iscariote: “¿No fue a Endor
a donde quiso ir Saúl para consultar a la pitonisa?” (1 Sam. 28,3-25). Jesús: “Sí. ¿Y...?”. Iscariote:
“Pues, Maestro, que a mí me gustaría ir a aquel lugar y oírte hablar de Saúl”. Pedro exclama
entusiasta: “Oh, entonces hasta yo voy”. Jesús: “Vamos”. Rápidamente caminan el pedazo de
la vía principal, lo dejan, entran por una secundaria que lleva directamente a Endor. ■ Es un
lugar pobre, como dijo Jesús. Las casas están construidas sobre las laderas, que, más allá del
pueblo, son muy escabrosas. La gente que vive allí es pobre. Sus habitantes son pastores que
llevan sus ganados por el monte y por los bosques de encinas centenarias. Pocos campos de
cebada, o de pienso, en los trozos aptos, y árboles de manzanas y de higos. En torno a las casas,
pocas vides que sirven para adornar sus míseras paredes, oscuras como si este lugar fuese más
bien húmedo. Jesús dice: “Ahora preguntaremos dónde era el lugar de la adivina”. Detiene a una
mujer que vuelve de la fuente con cántaros. Ella le mira con curiosidad, luego groseramente
responde: “No sé. Tengo otras cosas más importantes que estas estupideces” y le deja plantado.
Jesús se dirige a un anciano que está entallando un pedazo de leño. Anciano: “¿La adivina?...
¿Saúl?... Y ¿quién piensa más en ello? Pero espera... Hay uno que ha estudiado y tal vez
sabrá...Ven”. El viejecillo sube por una callejuela pedregosa hasta una casa muy miserable y
descuidada, y dice: “Espérate aquí. Voy a entrar a llamarle”. Pedro señala las gallinas que
escarban en un corralito sucio, y dice: “Este hombre no es israelita”. Apenas acaba de decirlo
cuando ya está de regreso el viejecito a quien sigue un hombre tuerto, sucio y desaliñado como
todo lo de su casa. El anciano dice: “¿Ves? Este dice que es allí, más allá de aquella casa
destruida: un sendero, luego una cañada, después una arboleda y cavernas; bueno, pues la más
alta de esas cuevas, la que tiene todavía paredes derribadas a su lado, es la que buscas. ¿No
dijiste así?”. El hombre, que tiene una voz dura y gutural, lo que aumenta el sentimiento de
malestar, dice: “No. Has confundido todo. Iré con estos extranjeros”.
* A Juan de Endor, que pone al descubierto su cruel y dramática vida: “Dame el recuerdo
y el odio que te tiene enfermo y deja que Yo meta en tu corazón el amor”.-■ Y el hombre
echa a caminar. Pedro, Felipe y Tomás hacen repetidas señas a Jesús para que no vaya. Pero
Jesús no les hace caso y se encamina con Judas detrás del hombre; los otros lo siguen... de mala
gana. El hombre pregunta: “¿Eres Israelita?”. Jesús: “Sí”. Hombre: “Yo también, o casi,
aunque no lo parezca. Estuve mucho tiempo en tierras extranjeras y tomé costumbres que estos
tontos no quieren aceptar. Soy mejor que los demás. Me dicen demonio porque leo mucho,
cuido gallinas que vendo a los romanos y sé curar con hierbas. De joven, por causa de una
mujer, reñí con un romano --todavía estaba yo entonces en Cintio-- y le apuñalé. Él murió y yo
perdí el ojo y mis bienes, y fui condenado a prisión por muchos años... para siempre. Pero como
sabía curar, sané a la hija del carcelero. Esto me valió su amistad y un poco de libertad... Me
aproveché de ella para huir. Ciertamente hice mal, porque aquél hombre pagó con su vida mi
huida; pero la libertad, cuando uno está en prisión, es atractiva...”. Jesús: “¿Y después no?”.
Hombre: “No. Es mejor la cárcel, donde se está solo, que no al contacto con los hombres, que
no nos permiten estar solos, y que están en torno a nosotros para odiarnos...”. Jesús: “¿Has
estudiado los filósofos?”. Hombre: “Era maestro en Cintium... Era prosélito...”. Jesús: “¿Y
ahora?”. Hombre: “Ahora soy nada. Vivo en la realidad. Y odio, como fui odiado y lo soy”.
Jesús: “¿Quién te odia?”. Hombre: “Todos. Dios es el primero. Tenía mi mujer... y Dios
permitió que me traicionase y me arruinase. Era yo libre y respetado, y Dios permitió que fuese
yo un presidiario. El abandono de Dios, la injusticia de los hombres, han borrado a Aquel y a
éstos. Aquí no hay nada...” y se pega en la frente y en el pecho. “Bueno, quiero decir que aquí,
en la cabeza, está el pensamiento, el saber; aquí es donde no hay nada” y escupe con desprecio.
Jesús: “Te equivocas. Tienes todavía dos cosas allí”. Hombre: “¿Cuáles?”. Jesús:“El recuerdo y
el odio. Quítalos de tu corazón. ■ Quédate verdaderamente vacío. Yo te daré una cosa nueva
para que la metas ahí”. Hombre: “¿Qué cosa?”. Jesús: “El amor”. Hombre: “¡Ja! ¡ja! ¡ja! Me
haces reír. Oye, hace treinta y cinco años que no me reía yo. Desde que tuve la prueba de que mi
mujer me traicionaba con el romano mercader de vinos. ¡El amor! ¡El amor a mí! Como si
echase joyas a mis pollos: morirían de indigestión, si no lograsen arrojarlas en el excremento.
Lo mismo me sucedería a mí. Tu amor me resultaría pesado, si no lograse digerirlo...”. Jesús
claramente afligido: “No, hombre. No digas así”, y le pone la mano sobre el hombro. El hombre
le mira con el único ojo que tiene y lo que ve en ese rostro dulce y hermosísimo le hace
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enmudecer y cambiar de expresión. Del sarcasmo pasa a una seriedad profunda, de ésta a una
verdadera tristeza. Baja la cabeza y pregunta con voz diferente: “¿Quién eres?”. Jesús: “Jesús
de Nazaret. El Mesías”. Hombre: “¡¡Tu!!”. Jesús: “Sí, Yo; tú que lees, ¿no sabías nada de
Mí?”. Hombre: “Tenía noticia... Pero no que estuvieses vivo y no... Oh, sobre todo esto no lo
sabía. No sabía que fueses bueno con todos... así... hasta con los asesinos... Perdóname lo que
dije de Dios y del amor... Ahora entiendo por qué quieres darme el amor... Porque sin él, el
mundo es un infierno, y Tú, Mesías, quieres hacerlo un paraíso...”. Jesús: “Un paraíso en cada
corazón. Dame el recuerdo y el odio que te tiene enfermo y deja que Yo meta en tu corazón el
amor”. Hombre: “¡Oh, si antes te hubiese conocido!... entonces... Pero cuando yo le maté
ciertamente no habías nacido... Pero después... después... cuando, libre como la serpiente en el
bosque, viví para envenenar con mi odio”. Jesús: “Pero también has hecho el bien. ¿No dijiste
que curabas con hierbas?”. Hombre: “Sí, para que me tolerasen. Pero cuántas veces he luchado
con las ganas de envenenar con pócimas...■ ¿Ves? Me he venido a refugiar aquí porque... es un
lugar donde se ignora al mundo y se es ignorado por el mundo, un pueblo maldito; en otros
lugares me odiaban y odiaba, y tenía miedo de ser reconocido... Pero, soy malo”. Jesús: “Tienes
remordimiento de haber hecho mal al carcelero de la prisión. ¿Ves que todavía tienes algo de
bondad? No eres malvado... Tienes solo una gran herida abierta, y nadie te la cura... Tu bondad
huye de ella como la sangre se escapa de las heridas. Pero si hubiese quien te curase la herida,
pobre hermano, tu bondad paulatinamente crecería en ti”. El hombre llora cabizbajo, sin que
nada indique que llora. Solo Jesús, que camina a su lado, lo ve. Sí, lo ve. Pero no dice más.
Llegan a un socavón hecho de ruinas caídas y aprovechando las mismas cavidades del monte. El
hombre trata de que su voz sea segura, y dice: “Es aquí. Entra, pues”. Jesús: “Gracias amigo.
Eres bueno”.
* Judas Keriot quiere conocer las ciencias ocultas.- ■ El hombre no dice nada, se queda
donde está, mientras Jesús con los suyos, subiendo sobre grandes piedras que fueron trozos de
muros bastante fuertes, incomodando a lagartijas y otros feos animales, entran en una espaciosa
gruta ahumada en las paredes. Hay rasgos del zodíaco y cosas semejantes en las piedras. En un
rincón ahumado hay un nicho, debajo del cual hay un agujero como si fuese un acueducto para
dejar salir los líquidos. Los murciélagos adornan el techo con sus alas extendidas que causan
horror, y un búho, molestado con la luz de una rama que acaba de encender Santiago para ver si
pisan escorpiones o víboras, se lamenta sacudiendo sus alas y cerrando sus ojos heridos por la
luz. Está exactamente echado sobre el nicho. Se percibe hedor de ratones muertos, de
comadrejas, pájaros corrompidos. Y a esto se añade el hedor de estiércol y de la humedad del
suelo. Pedro dice: “Un hermoso lugar, en realidad. Era mejor tu Tabor y tu mar, muchacho”. Y
luego volviéndose a Jesús: “Maestro, date prisa en complacer a Judas porque aquí...
¡ciertamente no es la sala real de Antipas!”. Jesús: “Enseguida”, ■ y pregunta a Iscariote: “¿Qué
quieres saber exactamente?”. Iscariote: “Pues bien... Querría saber si Saúl pecó al venir aquí y
por qué... Querría saber si es posible que una mujer pueda llamar a los muertos. Querría saber
si... Oh, en resumidas cuentas, habla y yo te haré preguntas”. Pedro suplica: “¡Asunto largo!
Vámonos por lo menos allá fuera, al sol, sobre las piedras... Nos veremos libres de la humedad y
del hedor”. Y Jesús asiente. Se sientan como pueden sobre los trozos de muros caídos. Jesús
dice: “El pecado de Saúl no fue sino uno de sus pecados, precedido y seguido de muchos otros,
todos graves. Fue doblemente ingrato para con Samuel, que no solo le unge rey sino que además
se eclipsa después para que el rey no deba repartir con él la admiración del pueblo. Ingrato
muchas veces para con David que le libera de Goliat, que le perdona de una muerte cierta en la
cueva en Engaddi y en Aquila. Culpable de muchas desobediencias y de escándalo ante el
pueblo. Culpable de haber causado un gran dolor a Samuel su bienhechor, faltando a la caridad.
Culpable de envidia y de atentar contra la vida de David, también bienhechor suyo. Culpable, en
fin, del pecado que aquí cometió”. Iscariote: “¿Contra quién? Pues aquí no mató a nadie”.
Jesús: “Mató su alma, aquí dentro terminó por matarla. ■ ¿Por qué bajas la cabeza?”. Iscariote:
“Estoy pensando, Maestro”. Jesús: “Que estés pensando, lo veo. Pero ¿en qué? ¿Por qué quisiste
venir aquí? No por mera curiosidad de investigar, confiésalo”. Iscariote: “Siempre se oye hablar
de magos, nigromancias, de invocación de espíritus... Quería ver si descubría alguna cosa... Me
gustaría saber cómo se producen esas cosas. Pienso que nosotros, destinados a llamar la
atención para atraer, debemos ser un tanto nigromantes o adivinos. Tú eres Tú y obras con tu
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poder, pero nosotros debemos pedir un poder, una ayuda, para hacer obras insólitas, obras que
se impongan...”. Varios gritan: “¡Bah! ¿Estás loco? Pero ¿qué estás diciendo?”. Jesús: “Callad.
Dejadlo hablar. No está loco”. Iscariote: “Sí. En resumidas cuentas me parecía que al venir aquí
podría entrar en mí algo de la magia de tiempos idos, y hacerme más grande. Buscando tu
interés, créemelo”. Jesús: “Sé que eres sincero en este deseo natural tuyo. ■ Pero te responderé
con palabras eternas, porque son del Libro, y el Libro existirá mientas exista el hombre. Que se
le crea o que se le insulte, que se le ataque en nombre de la verdad o que sea objeto de burla,
existirá, siempre existirá. Se dijo: «Y Eva, al ver que el fruto del árbol era apetitoso al paladar
y agradable a la vista, lo cortó, comió de él y dio a su marido... y entonces los ojos de ambos se
abrieron y cayeron en la cuenta de que estaban desnudos y se hicieron unos taparrabos... Y
Dios dijo:’¿Cómo caísteis en la cuenta de que estabais desnudos? Por haber comido del fruto
prohibido’. Y los arrojó del paraíso de delicias» (Gén. 3,6-7 y 11). Y en el libro de Saúl, se lee:
«Apareció Samuel y dijo:’¿Por qué me has perturbado invocándome? ¿Por qué me consultas
después de que el Señor se ha retirado de ti? El Señor te tratará como te he anunciado...
porque no has querido obedecer a la voz del Señor’» (1 Sam. 28,15-17). Hijo, no extiendas tu mano
al fruto prohibido. Aun solo el acercarte es imprudencia. No tengas curiosidad por conocer lo
ultraterreno; ten temor a que el veneno satánico de la curiosidad se te adhiera. Huye de lo oculto
y de lo que no tiene explicación. Una sola cosa tiene que aceptarse con santa fe: Dios. Pero, de
lo que Dios no es, y de lo que no se puede explicar con las fuerzas de la razón ni crearse con las
fuerzas del hombre, huye de eso; huye de eso para que no se te abran las fuentes de la malicia y
comprendas que estás «desnudo». Desnudo: cosa repulsiva aún al mundo. ¿Por qué quieres
llamar la atención con prodigios tenebrosos? Haz que los demás queden estupefactos ante tu
santidad, luminosa como cosa que viene de Dios. No tengas deseo de rasgar los velos que
separan a los vivos de los difuntos. No perturbes a los difuntos. Escúchales --a los sabios-mientras están en este mundo y venérales obedeciéndoles incluso después de su muerte. Pero no
disturbes su segunda vida. Quien no obedece la voz del Señor, pierde al Señor; mas el Señor
ha prohibido el ocultismo, la nigromancia, el satanismo en todas sus formas. ¿Qué más
quieres saber aparte de lo que te dice la Palabra?, ¿qué más quieres obrar aparte de lo que tu
bondad y mi poder te conceden que obres? No te inclines hacia el pecado, antes bien hacia la
santidad, hijo. No te sientas avergonzado. Me gusta que te descubras cual eres. Lo que te agrada
a ti, agrada a muchos, a demasiados. Solo el fin que pones en este deseo tuyo: de «ser poderoso
para atraer a Mí» quita a esta tu humanidad mucho peso, y le pone alas; pero son alas de ave
nocturna. No, Judas mío. Ponte alas de sol, pon alas de ángel a tu espíritu; bastará el viento de
estas alas para captar a los corazones, y los llevarás, en tu estela, a Dios. ■ ¿Podemos irnos?”.
Iscariote: “Sí, Maestro. Me equivoqué...”. Jesús: “No. Has sido un investigador... El mundo
estará lleno siempre de eso. Ven, ven. Salgamos de este lugar apestoso. Salgamos al sol. Dentro
de pocos días es la Pascua, y luego iremos a la casa de tu madre. Te recuerdo tu casa honesta, a
tu madre santa. ¡Oh, qué paz!”. Como siempre el recuerdo de la madre y la alabanza de Jesús a
la madre, tranquilizan a Judas. Salen de las ruinas y empiezan a bajar por el sendero que habían
seguido antes.
* Juan de Endor, Felix, agregado al grupo de los discípulos. Jesús exclama: “Yo gozo con
la alegría que hay en el Cielo por el nuevo convertido”.- ■ El hombre tuerto todavía está allí.
Jesús, tratando de no ver la cara enrojecida por el llanto, pregunta: “¿Todavía aquí?”. Hombre:
“Sí, aquí. Si me permites, te seguiré. Tengo que decirte una cosa”. Jesús: “Ven, pues, conmigo.
¿Qué quieres decirme?”. Hombre: “Jesús... Pienso que para tener la suficiente fuerza para hablar
y para hacer la santa magia de cambiarme a mí mismo, de invocar a mi alma muerta, del modo
como la adivina invocó a Samuel para Saúl, yo debo pronunciar tu Nombre, que es dulce como
tu mirada, santo como tu voz. Tú me has dado una nueva vida, pero es informe, incapaz como la
de un recién nacido mal generado, y forcejea aún, atenazada por la costra mala que le cubre.
Ayúdame a salir de mi muerte”. Jesús: “Sí, amigo”. Hombre: “Yo... Yo comprendo que tengo
todavía un poco de ser humano en mi corazón. No soy solo fiera. Puedo todavía amar y ser
amado, perdonar y ser perdonado. Esto me lo está enseñando tu amor que es perdón. ¿No es
así?”. Jesús: “Sí, amigo”. ■ Hombre: “Entonces... llévame contigo. ¡Yo era Félix! ¡Oh, qué
ironía! Dame otro nombre. Quiero que el antiguo quede muerto para siempre. Te seguiré como
el perro callejero que al fin encuentra un dueño. Seré tu esclavo si así lo deseas, pero no me
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dejes solo...”. Jesús: “Sí, amigo”. Félix: “¿Qué nombre me das?”. Jesús: “Un nombre que amo,
Juan. Porque eres el regalo que hace el Señor”. Juan de Endor: “¿Me llevas siempre contigo?”.
Jesús: “Por ahora sí, luego me seguirás con los discípulos. Y ¿tu casa?”. Juan de Endor: “No
tengo ninguna casa. Dejaré a los pobres cuanto poseo. Dame solo amor y un pan”. Jesús: “Ven”.
Jesús se vuelve y llama a los apóstoles. “A vosotros amigos, y sobre todo a ti, Judas, os doy las
gracias. Por ti, por vosotros, a Dios llega un alma. He aquí el nuevo discípulo. Viene con
nosotros hasta que le podamos dejar con los hermanos discípulos. Sed felices de haber
encontrado un corazón y alabad a Dios conmigo”.■ Realmente los doce no parecen muy felices,
pero ponen buena cara por obediencia y cortesía. Juan de Endor: “Si me lo permites, me
adelanto. Me encontrarás a la entrada de mi casa”. Jesús:“Ve, pues”. El hombre parte a la
carrera. Parece otro. Jesús: “Y ahora que estamos solos os ordeno, esto os ordeno, de que seáis
buenos con él y que no digáis nada de su pasado a nadie por ningún motivo. Quien dijese algo,
o faltase a la caridad al hermano redimido, sería rechazado al punto por Mí. ¿Habéis entendido?
Y ¡Ved cuán bueno es el Señor! Vinimos aquí por un fin humano, y nos concede regresar con
algo sobrenatural. Oh, Yo gozo con la alegría que ahora hay en el Cielo por el nuevo
convertido”.
* Simón Zelote y Mateo, puestos ante Juan de Endor como modelos de conversión: “Yo los
quiero porque saben comprender los corazones desvalidos”.- ■ Llegan enfrente de la casa.
En el umbral de la entrada está el hombre con vestido oscuro y limpio. Un manto de igual color,
un par de sandalias nuevas y una alforja sobre las espaldas. Cierra la puerta y luego, cosa
extraña en un hombre que podría ser tenido como insensible, toma una gallina blanca, tal vez la
que más quería, que se acuecla doméstica en sus manos, la besa, llora y la deja. Juan de Endor:
“Vámonos... perdona. Pero estas gallinas, me han amado... Platicaba con ellas y me
entendían...”. Jesús: “También Yo te entiendo... y te amo mucho. Te daré todo el amor que el
mundo te negó durante treinta y cinco años”. Juan de Endor: “Oh, lo sé, lo siento en mí. Por
esto vengo. Pero compadece al hombre... que ama a un animal... que le ha sido más fiel que el
hombre...”. Jesús: “Sí.. sí. No pienses más en el pasado. Tendrás mucho que hacer. Y con tu
experiencia harás mucho bien. ■ Simón, ven aquí y también tú, Mateo. Mira, éste fue peor que
un preso, fue un leproso; éste, pecador. Pues bien yo los quiero porque saben comprender a los
corazones desvalidos. ¿No es verdad?”. Zelote dice: “Por bondad tuya, Señor. Créeme, amigo,
sirviéndole todo se borra. Queda solo paz”. Mateo dice: “Sí, paz, y, donde había una vejez de
vicio u odio, nace una nueva juventud. Yo era publicano, ahora soy apóstol. Tenemos ante
nosotros el mundo, y nosotros sabemos acerca del mundo; no somos como esos niños distraídos,
que pasan cerca del fruto nocivo y del árbol torcido, y no ven la realidad. Nosotros lo
conocemos. Podemos evitar el mal y enseñar a los demás a evitarlo, como también sabemos
enderezar a quien se tuerce, porque sabemos qué consuelo supone el ser sujetados. Y
conocemos quién sujeta: Él”. Juan de Endor: “¡Es verdad, es verdad! Me ayudaréis. Gracias. Es
como si pasase de un lugar oscuro y fétido a un florido vergel... Algo semejante experimenté al
salir, libre, finalmente libre, después de veinte años de prisión y de trabajos forzados en las
minas de Anatolia, y me encontré --había yo huido en una noche borrascosa-- encima de un
monte áspero, pero espacioso, lleno de sol de la aurora, y cubierto de bosques odoríferos... ¡La
libertad! Mas ahora es mucho más que eso. ¡Todo se expansiona en mí! Hace unos quince años
que no tenía cadenas, mas el odio, el miedo, la soledad, eran para mí como cadenas... Ahora han
caído también éstas... ■ Ved la casa del viejo que os ha conducido a la mía. ¡Eh, hombre, oye!”.
El viejecillo corre y se queda de piedra al ver que el tuerto está limpio, que lleva un vestido de
viajero, y con cara llena de sonrisa. Juan de Endor: “Ten. Ésta es la llave de mi casa. Y me voy
para siempre. Te agradezco lo que hiciste por mí. Me has devuelto la familia. Haz de lo mío
todo lo que te parezca... y cuida mis gallinas. No las maltrates. Cada sábado viene un romano y
compra los huevos... Te dejarán utilidades... Trata bien a mis gallinas... y que Dios te lo pague”.
El viejecillo está atolondrado... toma la llave y se queda con la boca abierta. Jesús agrega: “Haz
como él dice. También Yo te lo agradeceré. En nombre de Jesús te bendigo”. El anciano
exclama: “¡El Nazareno! ¡Eres Tú! ¡Misericordia! ¡He hablado con el Señor! ¡Mujeres, mujeres!
¡Todos! ¡El Mesías está entre nosotros!”. Da un chillido como una águila y de todas partes
acude gente. Unos y otros gritan: “¡Bendice! ¡Bendice!” “¡Quédate!” ”¿A dónde vas? Dinos al
menos, a dónde vas”. Jesús: “A Naím. No puedo quedarme”. Gente: “Te seguimos. ¿Quieres?”.
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Jesús: “Venid. Y a quien se queda mi paz y bendición”. Se dirigen hacia el camino principal. Lo
toman.
* Los libros de Juan de Endor y Simón Pedro.- El hombre, que va caminando junto a Jesús,
esforzándose bajo el peso de su alforja, atrae la curiosidad de Pedro que pregunta: “¿Pero qué
llevas ahí tan pesado?”. Juan de Endor: “Mi ropa... y libros... Mis amigos junto con los pollos.
No pude separarme de ellos. Y pesan”. Pedro: “¡Eh, la ciencia pesa! Y ¿a quién le gusta, eh?”.
Juan de Endor: “No me dejaron enloquecer”. Pedro: “¡Debes quererlos mucho! ¿Qué libros
son?”. Juan de Endor: “De filosofía, historia, poesía griega y romana”. Pedro: “Hermosos,
hermosos. Ciertamente hermosos. Pero, ¿piensas llevarlos contigo?”. Juan de Endor: “Quizás
también logre separarme de ellos, pero todo al mismo tiempo no se puede hacer, ¿o no es así,
Mesías?”. Jesús: “Llámame Maestro. Sí, no se puede. Te buscaré un lugar donde puedas dar
refugio a tus amigos, los libros. Te podrán servir para discutir con los paganos acerca de Dios”.
Juan de Endor: “¡Oh, cuán claramente sabes pensar!”. Jesús sonríe. Pedro exclama: “¡Vive
Dios! ¡Él es la Sabiduría!”. Juan de Endor: “Es la Bondad, créelo. Y ¿eres tú culto?”. Pedro:
“¿Yo? ¡Cultísimo! Distingo un sábalo de una carpa, ahí termina toda mi cultura. Soy pescador,
amigo”. Pedro ríe humilde y francamente. Juan de Endor: “Eres honrado. Es una ciencia que se
aprende por sí misma. Y es muy difícil de conseguirla. Me gustas”. Pedro: “También tú a mí,
porque eres franco, incluso cuando te acusas. Yo perdono todo, ayudo a todos. Pero soy
enemigo jurado de los falsos. Me dan asco”. Juan de Endor: “Tienes razón. El falso es un
delincuente”. Pedro: “Tú lo has dicho, un delincuente. Oye, ¿no me dejas con confianza un
poco tu alforja? Puedes estar seguro de que no me escaparé con los libros... Me parece que te
pesan mucho...”. Juan de Endor: “Veinte años de minas despedazan a uno... Pero ¿por qué
quieres cansarte tú?”. Pedro: “Porque el Maestro nos ha enseñado a amarnos como hermanos.
Dámela y toma mis harapos. Mi alforja es ligera... No hay ni historias ni poseía. Mi historia, mi
poesía y la otra cosa que dijiste, es Él, Él, mi Jesús, nuestro Jesús”. (Escrito el 13 de Junio de
1945).
.
--------------------000-------------------(<Después de Endor y Naím donde ha resucitado al hijo de la viuda [ Lc.7,11-16], --pasaje relatado en el
episodio 3-189-200 en el tema “Fe”-- Jesús con los suyos ha llegado a Esdrelón a las tierras del fariseo
Yocana, a visitar a los campesinos que trabajan para este fariseo. En una visita anterior, algunos
apóstoles, compadecidos de su miseria, habían ayudado, incluso, a arar los campos>).
.
3-190-204 (3-51-301).- Llegada a la llanura de Esdrelón. Espectáculo desolador de los campos
de Doras.
* Contraste entre los campos desolados de Doras y los prósperos de Yocana.- ■ Comienza
el ocaso con un enrojecimiento del cielo. Jesús ya ve los campos de Yocana. Jesús:
“Aceleremos el paso, amigos, antes de que se meta el sol. Tú, Pedro, con Andrés ve a avisar a
nuestros amigos de Doras”. Pedro: “Claro que voy, y también por ver si de veras el hijo (el hijo
de Doras) no está en casa”. Pedro pronuncia la palabra «hijo» de tal modo que vale por un
discurso. Se va. ■ Jesús continúa caminando lentamente volviendo sus ojos por todas partes por
si descubre algún campesino de Yocana, pero no se ven sino campos fértiles con espigas
maduras. Por fin, de entre la frondosidad de las parras, se asoma una cara sudorosa y se oye:
“¡Oh, Señor bendito!”. Es un campesino que corre fuera del viñedo para venir a postrarse ante
Jesús, que le saluda: “La paz sea contigo, Isaías”. Isaías: “¡Oh! ¿Hasta de mi nombre te
acuerdas?”. Jesús: “Lo he escrito en mi corazón. Levántate. ¿Dónde están los compañeros?”.
Isaías: “Allá, entre los manzanales. Voy a avisarlos. ¿Vienes a estar con nosotros, verdad? No
está el patrón, así que podemos festejar tu venida. Además... un poco por miedo y un poco por
alegría, es mejor. ¡Fíjate, este año nos ha concedido el cordero, e ir al Templo! Nos ha dado tan
solo seis días, pero... bueno, correremos por el camino. ¡Fíjate, nosotros también en Jerusalén!
Y es debido a Ti”. El hombre rebosa de alegría, parece como si estuviese en el séptimo cielo:
pues ha sido tratado como hombre y como israelita. Jesús dice sonriente: “Yo no he hecho
ninguna cosa que sepa...”. ■ Isaías: “¡Cómo no! La hiciste. Doras y luego los campos de
Doras... mientras que éstos de Yocana están hermosos este año. Yocana se enteró de tu venida,
no es un tonto. Tiene miedo... miedo”. Jesús: “¿A qué?”. Isaías: “A que le pase con su vida y
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sus bienes lo que a Doras. ¿Has visto los campos de Doras?”. Jesús: “Vengo de Naím...”. Isaías:
“Entonces no los has visto. Están todos que dan lástima. (El hombre dice esto en voz baja y
marcada, como quien confía algo horrible en secreto) ¡Todos destruidos!: ni heno, ni pienso, ni
fruta; los viñedos y los árboles frutales secos... muerto... todo muerto... como en Sodoma y
Gomorra (Gén 19,23-29)...Ven que te los mostraré”. Jesús: “No es necesario. Voy con aquellos
trabajadores...”. Isaías: “¡No, ya no están! ¿No lo sabías? Doras, el hijo de Doras, los ha
repartido a todos por otros lugares o los ha despedido. A los que repartió por los otros lugares,
les ha prohibido que hablen de Ti, so pena de ser azotados... ¡No hablar de Ti! ¡Será difícil! Nos
lo ha dicho incluso Yocana”. Jesús: “¿Qué dijo?”. Isaías: “Dijo: «Yo no soy tan necio como
ese Doras, y no digo: „No quiero que habléis del Nazareno‟. Sería inútil porque de todos modos
lo haríais y no quiero perderos ni acabaros como a animales brutos a latigazos. Yo de mi parte
os digo: „Sed buenos como el Nazareno os enseña y decidle que os trato bien‟. No quiero ser
maldecido yo también». No, él comprende bien qué son estos campos después de que los
bendijiste, y lo que son aquellos después de tu maldición. ■ ¡Oh!, ahí están esos que me araron
el campo...” y el hombre corre al encuentro de Pedro y Andrés. Pero Pedro le saluda con pocas
palabras y prosigue hacia Jesús. Antes de llegar ya grita: “Oh, Maestro: pero si no hay ninguno
de los de antes. Todos son caras nuevas. ¡Y todo está devastado! La verdad es que podría
prescindir de campesinos aquí. Está peor que en el Mar Salado...”. Jesús: “Lo sé. Me lo ha dicho
Isaías”. Pedro: “Pero ¡ven a ver! ¡Qué espectáculo!...”. Jesús quiere satisfacer el gusto de Pedro
y dice primero a Isaías: “Entonces me quedaré con vosotros. Dilo a tus compañeros. Pero no os
molestéis por la comida, que la tengo; nos es suficiente con un poco de heno para acostarnos a
dormir y con vuestro cariño. Dentro de poco estoy con vosotros”. ■ El espectáculo de los
campos de Doras es sencillamente desolador. Campos y pastizales secos y sin nada; los viñedos
áridos, el follaje acabado, y la fruta de los árboles perforada con millares de animaluchos. Cerca
de la casa, también el jardín lleno de árboles, presenta igual aspecto desolado de un bosque
herido de muerte. Los trabajadores andan aquí y allá arrancando hierbas, pisoteando orugas,
caracoles, lombrices y todo lo que encuentran, sacuden las ramas y debajo de ellas ponen
barreños llenos de agua para que se ahoguen las mariposas y todos los parásitos que cubren las
hojas y chupan la planta hasta hacerla morir. Buscan alguna señal de vida entre los sarmientos
de las vides, pero estos se rompen, secos, en cuanto se tocan, y, alguna vez, como si una siega
hubiera cortado sus raíces, ceden desde la base. El contraste con los campos de Yocana con sus
viñedos y árboles frutales es clarísimo. La desolación de los campos maldecidos parece más
horrible si se les compara con la fertilidad de los otros. Simón Zelote dice entre dientes: “El
Dios del Sinaí tiene la mano pesada”. Jesús hace ademán como de decir: “¡No lo sabes tú
bien!” pero no dice nada. Pregunta tan solo: “¿Cómo ha sucedido?”. Un trabajador entre dientes
responde: “Topos, langostas, gusanos. ■ Pero vete. El vigilante es fiel a Doras... no nos causes
mal”. Jesús da un suspiro y se va. Otro labrador dice, mientras se inclina a recalzar un
manzano, esperando salvarlo: “Iremos mañana a donde estás cuando el vigilante se vaya a
Yezrael para orar... iremos a casa de Miqueas”. Jesús hace un ademán como de bendición y se
va. Vuelve al cruce, y se encuentra a todos los trabajadores de Yocana contentos y felices, los
cuales, rodeando a su Mesías, le conducen hacia sus pobres mansiones. Un campesino le
pregunta: “¿Viste lo que hay allí?”. Jesús: “Lo he visto. Mañana vendrán los labradores de
Doras”. Campesino: “Claro, mientras las hienas están en oración... Cada sábado hacemos así... y
hablamos de Ti, de lo que nos enseñó Jonás y de lo que nos ha dicho Isaac que viene
frecuentemente a vernos, y de tu discurso de Tisri. Hablamos como sabemos, porque lo que no
se puede hacer es no hablar de Ti, y más se habla cuanto más se sufre y cuanto más lo prohíben.
Aquellos pobrecitos... beben la vida cada sábado... Pero ¡cuántos en esta llanura tienen
necesidad de saber, al menos de saber de Ti, y no pueden venir hasta aquí!...”. Jesús: “También
en ellos pienso. Sed benditos por lo que hacéis”. Mientras el sol se oculta Jesús entra en una
cocina llena de humo. Ha empezado el reposo del sábado. (Escrito el 15 de Junio de 1945).
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3-191-207 (3-52-304).- El sábado en Esdrelón, con los campesinos de Yocana y del hijo de
Doras- El pequeño Yabés, adoptado por Jesús.- La parábola del rico Epulón (1).
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* Se habla del altercado que hubo entre Yocana y Doras ante la devastación.- ■ “Entrega
a Miqueas la cantidad de dinero suficiente para que mañana pueda restituir lo
que hoy ha pedido prestado a los campesinos de esta zona” dice Jesús a Judas
Iscariote, que es quien, generalmente, administra los... bienes comunes. Luego
llama a Andrés y a Juan y los manda a dos puntos desde donde se puede ver el camino, o los
caminos, que vienen de Yezrael; luego, a Pedro y a Simón, y les dice que salgan al encuentro de los
campesinos de Doras, con la indicación de detenerlos en la divisoria de las dos propiedades;
finalmente, dice a Santiago y a Judas: “Coged las provisiones y venid”. Los siguen los campesinos
de Yocana, mujeres, hombres y niños; los hombres llevan dos pequeñas ánforas --bueno, pequeñas es
un decir-- que deben estar llenas de vino hasta los bordes; más que ánforas, son tinajas y contendrán,
más o menos, sus buenos diez litros cada una (ruego también esta vez que no se tomen mis medidas por
artículo de fe). ■ Caminan hasta donde una espesa viña señala el límite de la propiedad de Yocana;
más allá, adyacente, hay una ancha zanja que mantienen siempre llena de agua (¡a saber con cuánto
trabajo!). “¿,Ves? Yocana ha peleado con Doras por esto. Yocana decía: «Esta completa
devastación es culpa de tu padre. Si no quería adorarle, al menos debía haberle temido y no
provocarle». Y Doras --parecía un demonio-- gritaba: «Has salvado tus tierras por esta zanja.
Los insectos no la han atravesado...». Y Yocana decía: «¿Y entonces cómo es que ahora sufres toda
esta devastación mientras que antes tus campos eran los mejores de Esdrelón? Créeme, es el castigo de
Dios; habéis sobrepasado la medida. ¿Esta agua?... Siempre ha estado aquí; no es el agua lo que me
ha salvado». Y Doras gritaba: «Esto prueba que Jesús es un demonio». «Es un justo» gritaba
Yocana. Y así fueron caminando un trecho, mientras les quedó aliento. Luego Yocana, con
grande gasto, hizo traer un ramal de agua del río y excavar para buscar más agua en el
subsuelo y hacer un número de zanjas como divisoria entre él y su pariente, y las hizo
excavar más hondas, y a nosotros nos dijo lo que ayer te dijimos... En el fondo él se
alegra de lo sucedido. Se sentía muy envidioso de Doras. Ahora espera poder comprar todo,
porque Doras acabará vendiendo todo por dos perras gordas”.
* El niño Yabés y el anhelo del apóstol Pedro.- ■ Jesús escucha benigno todas sus
confidencias, mientras espera a los pobres campesinos de Doras. Éstos no tardan en llegar, y, en
cuanto ven a Jesús, que está a la sombra de un árbol, se postran en tierra. “La paz sea con
vosotros, amigos. Acercaos. Hoy la sinagoga está aquí y Yo soy vuestro sinagogo; pero antes
quiero ser vuestro padre de familia. Sentaos alrededor, para que os dé algo de comer. Hoy tenéis
al Esposo y celebraremos las nupcias”. Jesús destapa una cesta, saca panes, los distribuye entre
los asombrados campesinos de Doras; y de otra saca las provisiones que ha podido encontrar:
quesos, verduras que hizo cocer y un corderillo o cabrito bien cocido, que reparte entre esos
pobres. Luego echa vino en una copa grande, de la que hace que beban todos. Los de Doras
señalando a los de Yocana: “¿Pero por qué? ¿por qué? ¿Y ellos?”. Jesús: “Ya les he dado a
ellos”. Los de Doras: “¡Cuánto gasto! ¿Cómo has hecho para conseguirlo?”. Jesús dice
sonriendo: “En Israel todavía hay buenas personas”. Los de Doras: “Pero hoy es sábado...”.
Jesús, señalando al hombre de Endor, dice: “Dad las gracias a esta persona. Él fue quien dio el
corderito. Lo demás ha sido cosa fácil conseguirlo”. Los desdichados devoran --ésta es la
palabra--, esta comida que no veían desde hacía mucho tiempo. ■ Hay uno, ya entrado en años,
que tiene a su lado un niño de unos diez años. Come y llora. Jesús le pregunta: “¿Por qué eso,
padre?...”. Anciano: “Porque eres muy bueno...”. El hombre de Endor con su voz gutural añade:
“Es verdad... y hace llorar. Pero son lágrimas que no dejan mal sabor...”. Anciano: “No dejan
mal sabor, es verdad. Además, yo querría una cosa. Este llanto es también deseo”. Jesús: “¿Qué
deseas, padre?”. Anciano: “¿Ves a este niño? Es mi nieto. Me ha quedado él, después del
desprendimiento de tierras que hubo este invierno. Doras ni siquiera sabe que ha venido, porque
le tengo en el bosque viviendo como si fuera un animal salvaje y no le veo sino los sábados. Si
me lo descubre, o le aleja o le pone a trabajar... y entonces este tierno niño, sangre de mi sangre,
estará en peores condiciones que un animal de tiro... Le mandaré en la Pascua con Miqueas a
Jerusalén para que se convierta en un hijo de la Ley... ¿Pero luego?... Es el hijo de mi hija...”.
Jesús: “¿Me lo darías a Mí? No llores. Tengo muchos amigos que son buenos, santos y no
tienen hijos. Le educarán santamente en mi Camino...”. Anciano: “¡Oh, Señor! Desde que supe
de Ti, lo he deseado Rogaba al santo Jonás, él que sabe qué significa pertenecer a este patrón,
que salvase a mi nieto de una muerte así...”. Jesús pregunta al niño: “Muchacho, ¿quieres venir
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conmigo?”. Niño: “Sí, Señor mío. Y no te causaré molestias”. Jesús: “No se hable más”. ■
Pedro, que tira de la manga a Jesús, le dice: “Pero... ¿a quién se lo piensas confiar? ¿También
éste a Lázaro?”. Jesús: “No, Simón. Pero hay muchos que no tienen hijos...”. Pedro: “Soy uno
de ellos...”. La cara de Pedro toma un perfil en que se dibuja su anhelo. Jesús: “Simón, ya te lo
dije. Tú debes ser «padre» de todos los hijos que te dejaré en herencia. Pero no debes estar
encadenado a ningún hijo tuyo. No te entristezcas. Eres muy necesario al Maestro, para que el
Maestro pueda separarse de ti por un cariño. Soy exigente, Simón. Soy exigente más de lo que
es un esposo celosísimo. Te amo con toda predilección y te quiero todo para Mí y por Mí”.
Pedro: “Está bien, Señor... Está bien... Sea como Tú quieres”. El pobre Pedro es un héroe en
aceptar la voluntad de Jesús. Jesús: “Será el hijo de mi naciente Iglesia. ¿Te parece bien? De
todos y de nadie. Será «nuestro» niño. Nos seguirá o andará con nosotros cuando lo permitan las
distancias y sus tutores serán los pastores, ellos que en todos los niños aman a «su» niño Jesús.■
Ven, aquí, muchacho. ¿Cómo te llamas?”. El rapazuelo dice con aplomo: “Yabés de Juan, y soy
de Judá”. El anciano confirma: “Sí, somos judíos. Yo trabajaba en las tierras de Doras en Judea,
y mi hija se casó con un hombre de aquella zona; trabajaba en los bosques cerca de Arimatea,
pero este invierno...”. Jesús: “He visto la desgracia”. Anciano: “El muchacho se salvó porque
esa noche estaba en casa de un pariente lejano... Verdaderamente se ha merecido el nombre,
Señor. Se lo dije inmediatamente a mi hija: «¿Es que te has olvidado de su antepasado?». Pero
el marido quiso llamarle así y Yabés se llamó”. Jesús: “«El niño invocará al Señor. El señor le
bendecirá y dilatará sus fronteras. La mano del Señor está sobre su mano, y él no será
oprimido por el mal» (1 Para=Crón. 4,9-10). El Señor se lo concederá para consuelo tuyo, padre, y de
los espíritus de los muertos, y para confortación de este huérfano”.
* Parábola del rico Epulón y el mendigo Lázaro, aplicables a los campesinos de Doras y
Yocana.- ■ Jesús: “Y ahora que hemos satisfecho la necesidad del cuerpo y la del alma con un
acto de amor por el niño, escuchad la parábola que pensé deciros. Hubo un tiempo en que vivió
un hombre muy rico. Los mejores vestidos eran los suyos. Vestido de púrpura y lino se
pavoneaba en las plazas y en su propia casa. Sus conciudadanos le respetaban como al más
poderoso de la región. Sus amigos halagaban su soberbia para sacar provecho. Sus salones
estaban abiertos cada día a los espléndidos banquetes en que la multitud de invitados, todos
ellos ricos, y por tanto no necesitados, se morían por halagar al rico Epulón. Sus banquetes eran
célebres por su abundancia de alimentos y vinos. En la misma ciudad había un mendigo, un
verdadero mendigo. Era grande en su miseria, como el otro era grande en sus riquezas. Pero,
bajo la costra de la miseria humana del mendigo Lázaro, se ocultaba un tesoro todavía mayor
que su propia miseria y que la riqueza de Epulón; tal tesoro era la auténtica santidad de Lázaro:
jamás había transgredido la Ley, ni siquiera impulsado por la necesidad, pero, sobre todo, había
obedecido al precepto del amor para con Dios y el prójimo. Él, como siempre hacen los pobres,
se acercaba a las puertas de los ricos para pedir limosna y no morir de hambre; cada tarde, iba a
la puerta de Epulón esperando recibir al menos las migajas de los pomposos banquetes que se
daban en esas riquísimas salas. Se echaba en el suelo, en la calle, junto a la puerta, y,
pacientemente, esperaba. Pero si Epulón se daba cuenta de que estaba ahí, mandaba que le
alejasen, porque ese cuerpo cubierto de llagas, desnutrido, vestido de harapos, era un
espectáculo demasiado desagradable para sus convidados (esto decía Epulón, pero la realidad
era que aquel espectáculo de miseria y de bondad era su continuo reproche). Más compasivos
que Epulón eran sus perros, --bien alimentados, con hermosos collares--, pues se acercaban al
pobre Lázaro y le lamían las llagas, gruñendo de alegría por sus caricias, y hasta incluso le
llevaban las sobras de las ricas mesas; gracias a estos animales, Lázaro superaba la desnutrición
(si hubiera sido por el hombre, habría muerto, pues el hombre no le permitía siquiera entrar en
las salas después de los banquetes para poder recoger las migajas caídas de las mesas). ■ Un día
Lázaro murió. Nadie en esa tierra se dio cuenta, nadie le lloró; es más, Epulón se puso muy
contento porque a partir de ese día dejó ver a esa miseria, a la que él llamaba el «oprobio» de
sus umbrales. Pero en el Cielo sí lo advirtieron los ángeles, y en su último aliento, en su lecho
frío y pobre, estaban presentes las cohortes celestiales, las cuales, en medio de un fulgor de
luces recogieron el alma de Lázaro, y entre cantos y hosannas la llevaron al seno de Abrahám.
Pasado un tiempo murió Epulón. Oh, ¡qué funerales tan fastuosos! Toda la gente de la ciudad,
que estaba ya al corriente de su agonía y que ahora se arremolinaba en la plaza donde estaba su
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casa, --para ser notados como amigos del grande, o por curiosidad o por interés hacia los
herederos--, se unió al duelo. El vocerío subió hasta el Cielo y con el vocerío las falsas
alabanzas al «grande», al «benefactor», al «justo» que había muerto. ¿Podrá, acaso, la palabra
del hombre cambiar el juicio de Dios? ¿Podrá la apología humana borrar cuanto está escrito en
el libro de la Vida? No, no puede. Lo que está juzgado, queda juzgado, y lo escrito, escrito está.
A pesar de los solemnes funerales, el espíritu de Epulón fue sepultado en el Infierno. ■
Entonces, en esa cárcel horrorosa, comiendo y bebiendo fuego y tinieblas, hallando odio y
tormentos por todas partes y en todos los instantes de esa eternidad, levantó su mirada al Cielo,
a ese Cielo que había visto en un instante de fulgor, en una fracción de segundo, y cuya
indecible belleza recordaba cual tormento entre atroces tormentos. Y vio arriba a Abrahám,
lejano, pero radiante, feliz...; y en su seno, radiante, feliz también a Lázaro, a ese pobre Lázaro
en otro tiempo despreciado, repulsivo, mísero... ¿Y ahora?...¡ah!, ahora, hermoso con la luz de
Dios y con su propia santidad, rico en amor de Dios, admirado, no ya por los hombres sino por
los ángeles de Dios. ■ Epulón gritó llorando: «¡Padre Abrahám, ten piedad de mí! ¡Manda a
Lázaro, --puesto que no puedo esperar que vengas Tú--, manda a Lázaro para que moje la punta
de su dedo en el agua y la ponga en mi lengua, para refrescarla, porque sufro atrozmente por
esta llama que me penetra continuamente y me quema!». Abrahám respondió: «Acuérdate, hijo,
de que tuviste en la tierra todos los bienes, y Lázaro todos los males, y supo hacer del mal un
bien, mientras que tú solo supiste hacer mal con tus bienes. Por tanto, es justo que ahora él,
aquí, sea consolado y que tú sufras. Pero es que además no es posible lo que pides. Los santos
están esparcidos sobre la tierra para que los hombres se aprovechen de ellos, pero, cuando, a
pesar de la extrema cercanía de éstos, el hombre sigue siendo lo que es --en tu caso, un
demonio--, es inútil recurrir después a los santos. Ahora estamos separados. Las hierbas, en el
campo, están mezcladas, pero, una vez cortadas, se separan las malas de las buenas. Lo mismo
sucede con nosotros y vosotros: estuvimos juntos en la tierra, y, contra el amor, nos arrojasteis
de vuestra presencia, nos atormentasteis por todos los modos posibles, nos relegasteis al olvido;
pues bien, ahora estamos divididos y entre vosotros y nosotros existe un abismo tal, que los
que quisieran pasar de aquí a vosotros no podrían, ni tampoco vosotros, que estáis allí, podéis
salvar este abismo inmenso para venir a nosotros». ■ Epulón, llorando con más fuerza, gritó:
«Al menos, padre santo, manda, --te lo ruego--, manda a Lázaro a la casa de mi padre. Tengo
cinco hermanos. Jamás he conocido el amor, ni siquiera entre mis familiares. Pero ahora... ahora
comprendo lo terrible que es el no ser amados. Y, dado que aquí, donde estoy, vive el odio,
ahora he comprendido --por ese átomo de tiempo en que mi alma vio a Dios (juicio particular)-lo que es el Amor. No quiero que mis hermanos sufran mis dolores. Tengo verdadero temor por
ellos, porque llevan la misma vida que yo llevaba. ¡Oh, manda a Lázaro, a decirles dónde estoy
y por qué; a decirles que el Infierno existe, y que es atroz, y que quien no ama a Dios ni al
prójimo viene al Infierno!¡Mándale, para que actúen en consecuencia, antes de que sea tarde, y
así eviten el venir aquí, a este lugar de eterno tormento!». Abrahám respondió: «Tus hermanos
tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen»; a lo que Epulón, con un gemido de alma
torturada, replicó: «¡Oh, padre Abrahám, les hará más impresión un muerto; escúchame; ten
piedad!». Abrahám dijo: «Si no escuchan a Moisés ni a los Profetas, mucho menos creerán a
uno que resucite por una hora de entre los muertos para decirles palabras de Verdad. Y, además,
no es justo que un bienaventurado deje mi seno para ir a recibir ofensas de los hijos del
Enemigo. Ya pasó el tiempo de las injurias para él; ahora está en la paz y en ella permanece, por
orden de Dios, que ve la inutilidad de intentar la conversión de quienes no creen siquiera en la
palabra de Dios ni la ponen en práctica».■ Ésta es la parábola cuyo significado es tan claro, que
no necesita aplicación”.
* “Os dije la primavera pasada: «Quisiera ayudaros incluso materialmente, pero no
puedo... Solo puedo señalaros el Cielo y enseñaros la gran sabiduría de la resignación»”.■ Jesús: “Aquí ha vivido verdaderamente, conquistando su santidad, el nuevo Lázaro, mi Jonás,
cuya gloria ante Dios se manifiesta evidente en la protección que otorga a quien espera en Él.
Jonás sí puede venir a vosotros como protector y amigo; y vendrá si siempre sois buenos. Yo
quisiera deciros lo que le dije a él en la primavera pasada: quisiera poderos ayudar, incluso
materialmente, pero no puedo. Éste es mi dolor. Solo puedo señalaros el Cielo; solo puedo
enseñaros la gran sabiduría de la resignación prometiéndoos el Reino futuro. ■ No odiéis jamás,
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por ningún motivo. El Odio es poderoso en el mundo, pero siempre tiene un límite; el Amor no
tiene límite ni de potencia ni de tiempo. Amad, pues, para poseer el Amor, como protección y
consuelo en la tierra y como premio en el Cielo. Es mejor ser Lázaros que Epulones, creedme.
¡Bienaventurados seréis, si llegáis a creer esto! No interpretéis como palabra de odio el castigo
que se ha verificado en estas tierras, aunque los hechos pudieran justificarlo. No leáis mal el
milagro. Yo soy el Amor; en principio, no habría descargado mi mano, pero --visto que el Amor
no podía doblegar a este cruel epulón-- le abandoné a la Justicia, y ella ha vengado al mártir
Jonás y a sus hermanos. Esto es lo que tenéis que aprender del milagro acaecido: que la Justicia
está siempre vigilante aun en los momentos en que parece ausente, y que, siendo Dios el Señor
de toda la creación, se puede servir, para aplicarla, de los más pequeños --como las orugas y las
hormigas-- para morder el corazón del cruel y avariento y hacerle morir ahogado por un vómito
de veneno que estrangule. Os bendigo ahora; pero, a cada aurora rogaré por vosotros. ■ Y en
cuanto a ti, padre, no te preocupes más por el corderito que me confías; te lo traeré de vez en
cuando, para gozo tuyo al verle crecer en sabiduría y bondad en el camino de Dios: él será tu
cordero de esta pobre Pascua tuya, el más agradable de los corderos que se presentarán al altar
de Yavé. Yabés, despídete de tu abuelo, y luego ven a tu Salvador, a tu Buen Pastor. ¡La paz sea
con vosotros!”. Los campesinos, llenos de dolor: “¡Oh Maestro, Maestro bueno! ¡Dejarte!...”.
Jesús: “Sí, es doloroso. Pero no conviene que el vigilante os encuentre. He elegido a propósito
este lugar precisamente para evitaros castigos. Obedeced por amor al Amor, que os da este
consejo”. ■ Los pobres desventurados se levantan nuevamente con las lágrimas en los ojos, y
van a su cruz. Jesús nuevamente los bendice, y luego, llevando al niño de la mano, y con el
hombre de Endor al otro lado, regresa a casa de Miqueas. Se reúnen con Él Andrés y Juan, los
cuales, terminado su turno de guardia, vuelven a donde sus hermanos. (Escrito el 16 de Junio de
1945).
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1
Nota : Lc. 16,19-31.
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(<Con el niño Yabés entre ellos, Jesús y su comitiva emprenden viaje hacia Jerusalén para la Pascua. En
estos días de viaje, el niño Yabés irá tomando otro aspecto aún físico lo mismo que Juan de Endor quien
día a día irá perdiendo la dureza que se reflejaba en su cara y adquiriendo una seriedad que no infunde
miedo. Las dos piltrafas humanas, que vuelven a la vida por la bondad de Jesús, corresponden con su
amor por Él. Cuando Jesús les habla o les mira se dibuja en ellos la expresión de felicidad completa.
Además, Yabés da muestras de ser un profundo conocedor de las Escrituras. En ellas ha reconocido a
Jesús, como el Mesías. Por otra parte, Pedro no pierde la esperanza. Quiere adoptar al niño --el mismo
Yabés se da cuenta de ello--, mas Jesús sigue insistiendo que Pedro debe aspirar a otra cosa>).
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3-195-229
(3-56-326).- Una lección de Juan de Endor a J. Iscariote.- La entrada de los
peregrinos en Jerusalén para la Pascua (1).
* Primero Juan de Endor (“no me atrevo yo a tratarle con la familiaridad que tú le
tratas”) y después Jesús (“cuando la carne muerde es horrible”) amonestan a Iscariote.■ Hoy el cielo está lluvioso. Pedro parece un Eneas al revés, porque en lugar de cargar a su
padre sobre las espaldas, lleva al pequeño Yabés, que va cubierto con el manto de Pedro. Se ve
sobresalir la cabecita por encima de la cabeza cana de Pedro, y los brazos del niño en torno al
cuello. Pedro ríe, chapoteando en los charcos. J. Iscariote, nervioso, dice: “Nos podía haber
ahorrado este inconveniente”. Está malhumarado por el agua que viene del cielo y rebota en el
suelo y salpica los vestidos. Juan de Endor, mirando fijamente con su único ojo, que creo que
ve por dos, al guapo de Judas, responde: “¡Ya! ¡Se podrían ahorrar muchas cosas!”. Iscariote:
“¿Qué quieres decir?”. Juan de Endor: “Quiero decir que es inútil desear que los elementos nos
respeten, cuando nosotros no respetamos a nuestros semejantes, y además en materia mucho
más grave que no dos gotas de agua o una salpicadura de barro”. Iscariote: “Es verdad. Pero a
mí me gusta entrar en la ciudad bien vestido, limpio. Tengo muchos amigos que están arriba”.
Juan de Endor: “Entonces estate atento a no caer”. Iscariote: “¿Me estás provocando?”. Juan de
Endor: “¡No, no! Pero es que soy veterano, como maestro... y como alumno. Llevo toda la vida
aprendiendo. Primero aprendí a vegetar, luego observé la vida, después conocí la amargura de la
vida. Practiqué una justicia inútil, la del «solo» contra Dios y contra la sociedad: Dios me
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castigó con el remordimiento; la sociedad con sus cadenas; con lo cual el ajusticiado, en el
fondo, soy yo. Finalmente, ahora, he aprendido, estoy aprendiendo a «vivir». Así que, como
comprenderás, por mi condición de maestro y alumno, me viene natural repetir las lecciones”.
Iscariote: “Pero yo soy apóstol...”. Juan de Endor: “Y yo soy un desgraciado, lo sé, y no debería
atreverme a enseñarte. Pero mira, no se sabe nunca a lo que puede uno llegar. Me imaginaba
morir como un pedagogo honrado y venerado en Chipre y me convertí en homicida y presidiario
a cadena perpetua. Cuando levantaba el puñal para vengarme, cuando arrastraba las cadenas
odiando a todos, si me hubiesen dicho que llegaría a ser discípulo del Santo, habría dudado del
estado mental de quien me lo hubiera dicho. Y sin embargo...ya lo ves. Por eso, quién sabe, a lo
mejor puedo darte una lección buena a ti, que eres apóstol; por mi experiencia, no por mi
santidad, que esto último ni siquiera se me pasa por la mente”. ■ Iscariote: “Tiene razón ese
romano al llamarte Diógenes”. Juan de Endor: “Bien... sí. Pero Diógenes buscaba al hombre y
no lo encontró; Yo, sin embargo, más afortunado que él, encontré, sí, primero una víbora donde
pensaba que estaba la mujer y un cuco donde veía al hombre amigo, pero después, tras haber
vagado muchos años, ya enloquecido por este conocimiento, he encontrado al Hombre, al
Santo”. Iscariote: “Yo no conozco otra sabiduría sino la de Israel”. Juan de Endor: “Si es así, ya
tienes con qué salvarte. Pero ahora tienes también la ciencia, aún más, la ciencia de Dios”.
Iscariote: “Es la misma cosa”. Juan de Endor: “¡Oh, no! Como un día nublado y un día lleno
de sol”. Iscariote: “¿En definitiva, quieres darme lecciones? Pues yo no me siento con ganas de
ello”. Juan de Endor: “¡Déjame hablar! Antes hablaba a los niños: no me ponían atención.
Luego a las sombras: me maldecían; después a los pollos: eran mejores que los dos primeros
grupos, mucho mejores; ahora hablo conmigo mismo, porque todavía no puedo hablar con Dios.
¿Por qué me lo quieres impedir? Tengo un solo ojo. La vida destruida en las minas, el corazón
enfermo desde hace muchos años: deja, al menos, que mi mente no se vuelva estéril”. ■
Iscariote: “Jesús es Dios”. Juan de Endor: “Lo sé, lo creo, más que tú, porque he vuelto a nacer
por obra suya; tú, no. Pero, aunque Él sea bueno, es siempre Él, o sea, Dios, y ese pobre
desgraciado que soy yo no se atreve a tratarle con la familiaridad con que tú le tratas. Le habla
mi alma... pues mis labios no se atreven; el alma... y creo que Él la oye llorar de amor
agradecido y penitente”. Jesús, interviniendo en la conversación de los dos, dice: “Es verdad,
Juan. Yo oigo a tu alma”. Judas se pone colorado de vergüenza y el hombre de Endor de
alegría. “Es verdad, oigo a tu alma. Escucho el trabajo de tu mente. Has hablado bien. Cuando
estés formado en Mí, te ayudará mucho haber sido maestro y alumno estudioso. Habla, habla,
aun contigo mismo...”. ■ Iscariote, impertinente, observa: “Maestro, una vez y no hace mucho,
me dijiste que uno no debe hablar con el propio yo”. Jesús: “Es verdad que lo dije, pero era
porque murmurabas con tu propio «yo». Este hombre no murmura, medita, y con un fin bueno:
no hace mal”. Iscariote: “En resumidas cuentas, ¡estoy equivocado!”. Judas está de mal humor.
Jesús: “No, lo que tienes es tedio en el corazón. Considera que no siempre puede haber cielo
sereno. Los campesinos desean la lluvia y también es caridad rogar para que llueva; también
ella es caridad. Pero, mira, el arco iris que va de Atarot a Rama. Hemos pasado ya Atarot,
hemos pasado el valle triste. Acá todo está cultivado y risueño bajo un sol que se asoma por las
nubes. Cuando hayamos llegado a Rama, estaremos a unos treinta y seis estadios de Jerusalén.
Volveremos a ver Rama desde aquella colina, que señala el lugar de la horrible lujuria que
cometieron los Gabaonitas (Jue.19,22-28). Cuando la carne muerde es cosa horrible, Judas...”.
Judas no responde, sino que se aleja chapoteando con ira en los charcos. ■ Bartolomé pregunta:
“¿Qué le pasa hoy a ése?”. Jesús: “Cállate. Que Simón de Jonás no lo oiga. Evitemos altercados
y... no envenenemos a Simón, que está muy contento con su niño”. Bartolomé: “Es verdad,
Maestro, pero no está bien, y se lo pienso decir”. Jesús: “Es joven, Natanael. Tú también lo
fuiste...”. Bartolomé: “Sí... pero... ¡No debe faltarte al respeto!”. Sin querer, levanta la voz.
Acude Pedro enseguida: “¿Qué pasa? ¿Quién falta al respeto? ¿El nuevo discípulo?” y mira a
Juan de Endor, que discretamente se había retirado al comprender que Jesús corregía al apóstol,
y que ahora está hablando con Santiago de Alfeo y Simón Zelote. Éste le dice: “No, ni por
sueños. Es respetuoso como una niña”. Pedro: “¡Ah, bien! porque si no... tu ojo estaba en
peligro. Entonces... ¡entonces es Judas!”. Jesús: “Oye, Simón, ¿no podrías mejor ocuparte de tu
pequeño? Me lo quitaste, y quieres ahora intervenir en una conversación amigable entre
Natanael y Yo. ¿No te parece que quieres hacer demasiadas cosas?”. La tranquilidad con que
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sonríe Jesús es tanta, que Pedro queda dudoso en lo que tiene que hacer; mira a Bartolomé...
pero éste ha levantado su cara aquilina para escudriñar el cielo... Pedro siente que se desvanece
su sospecha. ■ La vista de la ciudad, ya muy cercana, visible en toda la belleza de sus colinas,
olivares, casas, y, sobre todo, del Templo; este panorama que debía ser fuente de emoción y
orgullo de los israelitas, termina de distraer del todo a Pedro. El sol de Abril de Judea, bien
fuerte, ha secado pronto el empedrado del camino romano. Ahora es difícil encontrar un charco.
Los apóstoles se aderezan al borde del camino: se bajan los vestidos que llevaban doblados, se
lavan los pies llenos de lodo en un riachuelo de aguas claras, se componen los cabellos, se
envuelven con sus mantos. Y lo mismo hace Jesús. Veo que todos hacen lo mismo.
* La entrada del pueblo de Israel, en peregrinación, en Jerusalén.- ■ La entrada en
Jerusalén debía ser una cosa importante. Presentarse ante estos muros en tiempos de fiesta era
como presentarse ante un soberano. La Ciudad santa era la «verdadera» reina de los israelitas; lo
comprendo este año en que puedo observar, en esta vía romana, las turbas y su modo de
comportarse: los componentes de las diversas familias se reúnen según orden (las mujeres en
una parte, solas, los hombres en otro grupo, los niños con uno u otro grupo, pero todos serios, y
al mismo tiempo, tranquilos); algunos doblan el manto más usado y sacan uno nuevo, de las
alforjas de viaje, o se cambian las sandalias; el paso se hace solemne, ya hierático; en cada
grupo hay un solista que da el tono, y empiezan a cantarse los viejos, los gloriosos himnos de
David. Y la gente mira con más bondad en los ojos, como más tiernos ahora que han visto la
Casa de Dios, y mira esta Casa santa, enorme cubo de mármol sobre el que sobresalen sus
cúpulas de oro, colocado, como perla, en el centro del imponente recinto del Templo. ■ La
comitiva apostólica se forma así: adelante Jesús y Pedro que tienen en medio al niño; después
Simón Zelote, Iscariote y Juan; luego Andrés, que ha hecho a Juan de Endor estar entre él y
Santiago de Zebedeo; en cuarto lugar los dos primos del Señor con Mateo; los últimos, Tomás,
Felipe y Bartolomé. Y en esta comitiva es Jesús quien entona el canto, y lo hace con esa fuerte y
hermosísima voz suya, con un ligero tono de barítono y con vibraciones de tenor; responden
Judas Iscariote, tenor puro, y Juan, con su voz limpia y juvenil, y las dos voces de barítono de
los primos de Jesús, y el inigualable Tomás con esa voz baja profunda. Los demás, que no
tienen esta hermosa cualidad, siguen sotto-voce al coro. (Los salmos son los conocidos
vulgarmente con el nombre de graduales). El pequeño Yabés, con su voz de ángel entre las
voces robustas de los hombres, canta muy bien, tal vez porque conoce mejor que los demás el
salmo 71: “Me he alegrado porque me dijeron: Iremos a la casa del señor”. Realmente su
carita irradia alegría, la carita que pocos días antes estaba nublada de tristeza. Los muros ya
están cerca, ya se ve la Puerta de los Pescadores, y las calles abarrotadas de gente. Enseguida al
Templo para una primera oración; después, la paz en la paz del Getsemaní; la cena; el descanso.
Ha terminado el viaje a Jerusalén. (Escrito el 20 de Junio de 1945).
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1
Nota : Pascua.- Cfr. María valtorta y la Obra, apartado 7: Las fiestas de Israel.
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3-196-233
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(3-57-331).- El sábado en Getsemaní. Luminosa infancia de la Virgen.- Tres
amores de la 1ª serie y tres de la 2ª. Hay otras hambres, no amores .-Adán y Eva, hermanos y
esposos.
* Jesús rememora un hecho de la infancia (“tan luminosa que hace vírgenes nuestras
almas”) de su Madre “mujer perfecta, tenía la maternidad, (amor de 2ª potencia) en la
sangre y en el corazón”.- ■ La mayor parte de la mañana del sábado se ocupa en dar descanso
a los cuerpos fatigados, en arreglar los vestidos llenos de polvo y arrugados del camino. En las
grandes cisternas del Getsemaní, llenas de agua de lluvia, y en el Cedrón --que es una verdadera
sinfonía entres sus cantos, lleno de espuma, rebosante con las aguas de los últimos días-- hay
tanta agua que es una verdadera incitación. Los peregrinos, uno después del otro, sin hacer
demasiado caso de que hace fresco, bajan a meterse al agua; luego se ponen vestidos nuevos, de
los pies a la cabeza, y, con los cabellos todavía tiesos, van a sacar agua de las cisternas y las
vierten en piletas grandes donde tienen la ropa, separada por colores... La comitiva apostólica se
dispersa por el olivar que es muy hermoso en este día de Abril. Las lluvias de los días anteriores
parecen haber llenado de plata los olivos y haberlos sembrado de flores, pues sus hojas
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resplandecen al sol y muchísimas florecillas están a los pies de los olivares. Los pájaros cantan
y vuelan por todas partes. La ciudad se abre allá, hacia el oeste del observador. No se ve el
hormiguero de gente dentro de ella, pero se ven las caravanas que se dirigen a la Puerta de los
Peces --y hacia otras puertas cuyo nombre ignoro-- de la parte oriental. La ciudad traga a esta
multitud como si fuera un animal hambriento. ■ Jesús está paseando y mira a Yabés que juega
con Juan y con los más jóvenes. También Iscariote, al que ya se le pasó el mal humor de ayer,
está alegre y juega. Los más viejos miran y sonríen. Bartolomé pregunta a Jesús: “¿Qué cosa
diría tu Madre de este pequeñín?”. Tomás dice: “Yo digo que dirá: «Está muy delgaducho»”.
Pedro responde: “¡No! Dirá: «¡Pobre niño!»”. Felipe objeta: “No, lo que te dirá es: «Me alegro
de que le quieras»”. Zelote dice: “La Madre no lo pondría nunca en duda. Yo creo que no
hablará. Le estrechará contra su corazón”. Le preguntan ahora a Jesús: “Y Tú, Maestro ¿qué
crees que dirá?”. Jesús: “Hará lo que decís, pero lo pensará y lo dirá sólo en su corazón; al
besarle no dirá sino: «¡Que seas bendito!» y le cuidará como si fuese un pajarito caído del nido.
■ Escuchad. Un día me habló de cuando era pequeñita. Todavía no tenía tres años, pues aún no
estaba en el Templo, y ya se le rompía el corazón de amor y exhalaba, cual flor y aceituna,
aplastada o rota en el molino, todo su aceite, todo su perfume. Y llevada de un delirio de amor,
decía a su mamá que quería ser virgen para agradar más al Salvador, pero que querría ser
pecadora para poder ser salvada, y casi lloraba porque su mamá no la entendía y no sabía decirle
cómo se puede lograr ser «pura» y «pecadora» al mismo tiempo. Le trajo la paz su padre, con un
pajarito que había salvado del peligro que corría en el borde de una fuente: le contó la parábola
del pajarito, diciéndole que Dios la había salvado anticipadamente y que, por eso, debía
bendecirle por doble motivo. Y la pequeña Virgen de Dios, María la gran Virgen, ejercitó su
primera maternidad espiritual con aquel pajarito caído del nido, y le echó a volar cuando fue
grande; ese pajarillo ya no dejó jamás el huerto de Nazaret, consolando con sus vuelos y trinos
la casa triste y los corazones tristes de Anna y Joaquín cuando María fue al Templo. Murió poco
antes de que Anna entregase su alma: había terminado su misión. Mi Madre había hecho voto de
virginidad por amor, pero, siendo criatura perfecta, poseía en su sangre y en su espíritu la
maternidad; porque la mujer está hecha para ser madre, y comete aberración cuando se hace
sorda a este sentimiento, que es amor de segunda potencia”. También los otros se han acercado
poco a poco.
* Amor de 1ª, 2ª y 3ª potencia.-■ Judas Tadeo pregunta: “¿Qué cosa quieres decir, Maestro,
con amor de segunda potencia?”. Jesús: “Hermano mío, hay muchos amores, y de distintas
potencias. Está el amor de primera potencia: el que se da a Dios. Luego, el amor de segunda
potencia: el materno o paterno. Porque, si el primero es enteramente espiritual, el segundo es en
dos partes espiritual y en una carnal: se mezcla, sí, el sentimiento afectivo humano, pero
predomina lo superior, porque un padre y una madre, que son santos, no solo dan comida y
caricias al cuerpo del hijo, sino también nutren y aman su mente y su alma. Y tan verdad es lo
que estoy diciendo que quien se consagra a los niños --aunque solo fuera para educarles-termina por amarles como si fuesen su propia carne”. Juan de Endor dice: “Yo amaba mucho a
mis discípulos”. Jesús: “He comprendido que debiste ser un buen maestro al ver cómo tratas a
Yabés”. El hombre de Endor se inclina y besa la mano de Jesús sin decir nada.■ Zelote dice:
“Continúa, te lo ruego, tu clasificación de amores”. Jesús: “Existe el amor hacia la compañera:
es amor de tercera potencia, porque es --me refiero también en este caso a los sanos y santos
amores-- mitad espiritual y mitad carne. El hombre para su esposa es maestro y padre, además
de esposo; la mujer para su esposo es ángel y madre además de esposa. Estos son los tres
amores más elevados”.
* “Adán y Eva eran hermanos y esposos y al amarse se miraban con ojos inocentes... El
amor como es ahora, el actual generador de hijos, no existía entonces. La malicia no
existía y, porque va con ella, tampoco el hambre carnal”.- ■ Iscariote pregunta: “Y ¿el
amor del prójimo? ¿No te has equivocado? ¿O es que te has olvidado de él?”. Los otros le miran
estupefactos... e irritados por la observación que ha hecho. Jesús tranquilamente responde: “No,
Judas. Pero mira. A Dios se le debe amar porque es Dios, por tanto, no hay necesidad de
explicar para persuadir de este amor. Él es El que es, o sea, el Todo; el hombre (la nada, que se
hace participante del Todo por el alma infundida por el Eterno --sin ella el hombre sería uno de
tantos animales que viven en la tierra o en el agua o en el aire--) debe adorarle por deber y para
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merecer sobrevivir en el Todo, es decir, para merecer venir a ser parte del Pueblo santo de Dios
en el Cielo, ciudadano de la Jerusalén que no conocerá profanación ni destrucción por los siglos
de los siglos. El amor del hombre, especialmente el de la mujer, a sus hijos, tiene indicación de
mandato en las palabras que Dios dijo a Adán y Eva, después de que los bendijo, al ver que era
«bueno» lo que había hecho, en un lejano sexto día, el primer sexto día de la creación. Le dijo:
«Creced y multiplicaos y llenad la tierra». ■ Comprendo tu tácita objeción y te respondo de este
modo: Antes de la Culpa todo estaba regulado y basado en el amor; este multiplicarse de los
hijos habría sido amor, santo, puro, poderoso, perfecto. Fue el primer mandamiento de Dios al
hombre: «creced y multiplicaos». «Amad, por lo tanto, después de Mí, a vuestros hijos». El
amor como es ahora, el actual generador de los hijos, entonces no existía. La malicia no existía
y, por tanto --porque va con ella-- tampoco existía la abominable hambre carnal. El hombre
amaba a la mujer, y la mujer al hombre; naturalmente, pero no naturalmente según la naturaleza
como nosotros la entendemos --o, mejor, como vosotros, hombres, la entendéis--, sino según la
naturaleza de hijos de Dios, o sea, sobrenaturalmente. Dulces fueron los primeros días de
amor entre los dos, que eran hermanos --porque habían nacido de un Padre común y único-- y,
sin embargo, eran esposos; de esos dos que amándose se miraban con sus inocentes ojos como
dos gemelos en su cuna. El hombre sentía el amor de padre hacia su compañera «hueso de sus
huesos y carne de su carne» (como un hijo lo es para su padre). La mujer conocía la alegría de
ser hija --por tanto, protegida por un amor muy elevado--, porque sentía tener en sí algo de
aquel gallardo hombre que la amaba, con inocencia y angélico ardor, en los hermosos jardines
del Edén. ■ Después, en el orden de los mandamientos dados por Dios con una sonrisa a sus
queridos hijos, viene aquel que el mismo Adán, dotado por la Gracia de una inteligencia sólo
inferior a la de Dios, hablando de su compañera --y, en ella, de todas las mujeres--, decreta (el
decreto del pensamiento de Dios que se reflejaba en el terso espejo del alma de Adán y que
florecía en forma de pensamiento y de palabra): «El hombre dejará a su padre y a su madre, y
se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne». De no haber existido los tres pilares de
estos amores que he mencionado, ¿habría podido, acaso, existir amor al prójimo? No, no
hubiera podido existir. El amor a Dios hace a Dios amigo y enseña el amor; quien no ama a
Dios, que es bueno, no puede ciertamente amar al prójimo que, en su gran parte, es defectuoso.
Si no hubiesen existido amor conyugal y la paternidad en el mundo, no habría podido existir el
prójimo, porque el prójimo está hecho de los hijos nacidos de los hombres. ¿Está claro?”
Iscariote: “Sí, Maestro. No había reflexionado”. ■ Jesús: “De hecho, es difícil remontarse hasta
las fuentes. El hombre por desgracia durante siglos y milenios ha estado sumido en el fango y
las fuentes están en las cimas, muy alto. Además la primera de las fuentes viene de una inmensa
altura: Dios... No obstante, yo os tomo de la mano y os conduzco a las fuentes; sé dónde
están...”.
* “Hay amor de 4ª,5ª y 6ª potencia. No hay otros amores. Los otros son apetitos,
hambres”.- ■ Zelote y el hombre de Endor preguntan al mismo tiempo: “¿Y los otros
amores?”. Jesús: “El primero de la segunda serie es el del prójimo. En realidad es el cuarto en
potencia. Luego viene el amor a la ciencia. Después, el amor al trabajo”. Preguntan: “¿Y
basta?”. Jesús: “Basta”. Iscariote exclama: “Pero ¡hay muchos otros amores!”. Jesús: “No. Hay
otras hambres o apetitos, pero no amores; son: «desamores»; niegan a Dios y niegan al hombre;
no pueden ser, por lo tanto, amores, porque son negaciones, y la negación es odio”.
* Nuevo altercado entre Iscariote y Pedro.- ■ Iscariote replica: “Si niego el consentimiento
al mal ¿es odio?”. Pedro exclama: “¡Pobres de nosotros! Eres más caviloso que un escriba. ¿Me
puedes decir qué te pasa? ¿Es el aire fino de Judea que te picotea los nervios como un
calambre?”. Iscariote: “No. Me gusta instruirme y tener muchas ideas y claras. Aquí, dado que
has mencionado a los escribas, es fácil hablar con los escribas. No quiero quedarme corto en
argumentos”. Pedro pregunta: “¿Y crees que podrás, en el momento en que te haga falta, extraer
del saco en que estás acumulando esos harapos la hilacha del color deseado?”. Iscariote:
“¿Harapos las palabras de Maestro? ¡Blasfemas!”. Pedro: “No te me hagas el escandalizado. En
su boca no hay harapos; pero lo son cuando tratamos mal sus palabras. Pon un pedazo de
valioso viso en manos de un niño... Poco después no será más que un trapo roto y sucio. Pues es
lo mismo que nos pasa a nosotros... Ahora que, si pretendes pescar en el momento oportuno el
pingajo que necesitas, entre que es un pingajillo y que está sucio... pues... ¡en fin... no sé cuál va
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a ser el resultado!”. Iscariote: “Tú no te metas en mis cosas”. Pedro: “¡Ah!, ¡Claro! Ten por
seguro que no me meteré en tus cosas. Tengo suficiente con las mías. Y además, a fin de
cuentas, me conformo con que no le perjudiques al Maestro; porque si lo hicieras, me metería
también en tus cosas...”. Iscariote: “Cuando actúe mal, lo harás. Pero no sucederá jamás porque
sé actuar... No soy un ignorante yo...”. Pedro: “Yo lo soy, ya lo sé. Pero, precisamente porque lo
sé, no acumulo lastre para, en un momento dado, exhibirlo, sino que me pongo en manos de
Dios... y Dios me ayudará por amor a su Mesías, de quien soy su siervo más pequeño y más
fiel”. Iscariote replica: “Todos somos fieles”. ■ El niño Yabés, rompiendo el atento silencio en
que estaba, dice enérgicamente: “¡Oye, sin vergüenza! ¿Por qué ofendes a mi padre? Es viejo,
es bueno. No debes hacerlo. Eres un mal hombre y me das miedo”. Santiago Zebedeo, dándole
con el codo un a Andrés, exclama en voz baja: “¡Y van dos!”. A pesar de que haya hablado
bajo, Iscariote lo ha oído, y encendido de ira, dice: “¿Ves, Maestro, cómo las palabras del tonto
muchacho de Mágdala han dejado huella?”. El pacífico Tomás pregunta: “¿No sería mejor que
el Maestro continuase su lección, más bien que estar como gallitos enojados?”. Y Mateo
exclama: “Así es, Maestro. Háblanos un poco más de tu Mamá. ¡Es tan luminosa su infancia: de
reflejo hace vírgenes a nuestras almas. Y, yo pobre pecador, tengo tanta necesidad de ello!”.
Jesús: “¿Qué queréis que os diga? Tengo tantos episodios, el uno más dulce que otro...”.
(Escrito el 21 de Junio de 1945).
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3-197-242 (3-58-339).- En el Templo de Jerusalén, con Juan de Endor y el niño Yabés.
Encuentro con José de Arimatea.- En Betania se encuentran ya la Madre, María de Alfeo y
María de Salomé.
* Tanto Yabés como Juan de Endor (prosélito, de madre judía) fueron ofrecidos, recién
nacidos, en el Templo. Juan de Endor volvió a los doce años....- ■ Pedro entra en el recinto
del Templo, en funciones de padre, con aspecto verdaderamente solemne; lleva de la mano a
Yabés. Camina con tanta gallardía, que hasta parece más alto. Detrás, en grupo, todos los
demás. Jesús va el último, ocupado en una animada conversación con Juan de Endor, al cual
parece que le da vergüenza entrar en el Templo. Pedro pregunta a su protegido: “¿Has venido
aquí alguna vez?” a lo que recibe como respuesta: “Cuando nací, padre; pero no me
acuerdo” lo cual hace reír de satisfacción a Pedro, que repite la respuesta a los compañeros,
y éstos se echan a reír también, y dicen, con bondad y perspicacia: “Quizás es que dormías y
por eso...” o: “Estamos todos como tú. No nos acordamos de cuando vinimos aquí recién
nacidos”. ■ Igualmente hace Jesús con su protegido, y recibe una respuesta análoga (poco más o
menos). Juan de Endor, en efecto, dice: “Éramos prosélitos. Vine en brazos . de mi madre,
precisamente en una Pascua, porque nací a principios de Adar; mi madre --era de Judea-- se
puso en viaje en cuanto pudo, para ofrecer dentro del tiempo establecido a su hijo varón al
Señor... Quizás demasiado prematuramente... De hecho, enfermó y no volvió a recuperar la
salud. Yo tenía menos de dos años cuando me quedé sin madre; fue la primera desventura de
mi vida. Pero, siendo su primogénito --unigénito, por su enfermedad--, se sentía orgullosa de
morir por haber obedecido a la Ley. Mi padre me decía: «Ha muerto contenta por haberte
ofrecido al Templo»... ¡Pobre madre mía! ¿Qué ofreciste?: un futuro asesino...”. Jesús: “Juan,
no digas eso. Entonces eras Félix, ahora eres Juan. Ten siempre presente la gran gracia
que Dios te ha donado, eso sí; pero que no te desaliente ya más lo que fuiste...■ ¿No
volviste ninguna vez al Templo?”. Juan de Endor: “¡Sí, sí, a los doce años! Y, a partir de
entonces, siempre, mientras... mientras pude hacerlo... Después, aun pudiendo venir, ya
no volví, porque... bueno, ya te he dicho cuál era mi único culto: el Odio. Incluso por este
motivo no me atrevo a entrar aquí. Me siento extranjero en la Casa del Padre... Le he
abandonado durante demasiado tiempo...”. Jesús: “Tú vuelves al Templo de mi mano, y soy
el Hijo del Padre; si Yo te conduzco ante el altar es porque sé que todo está perdonado”. Juan
de Endor siente una brusca convulsión de llanto, y dice: “Gracias, Dios mío”. Jesús: “Sí,
da gracias al Altísimo. ¿Ves cómo tu madre, una verdadera israelita, tenía espíritu
profético? Eres el varón consagrado al Señor, y que no será rescatado. Eres mío, eres de
Dios, discípulo y, por tanto, futuro sacerdote de tu Señor en la nueva era y religión que de Mí
recibirán el nombre. Yo te absuelvo de todo, Juan. Camina sereno hacia el Santo. En
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verdad te digo que entre los que viven en este recinto hay muchos más culpables que tú,
más indignos que tú, de acercarse al altar”...
* Pedro pide a José de Arimatea su protección para el día de la ceremonia de la
mayoría de edad de Yabés.- ■ Pedro, entretanto, se las ingenia para explicarle al niño las
cosas más dignas de relieve en el Templo, y pide ayuda a los otros más cultos ,
especialmente a Bartolomé y a Simón, porque, siendo ancianos, se encuentra a gusto con
ellos en su papel de padre. En esto, ya ante el gazofilacio, para hacer las ofrendas, los llama José
de Arimatea, que dice después de los recíprocos saludos: “¿Estáis aquí? ¿cuándo llegasteis?”.
Pedro: “Ayer por la tarde” José: “¿Y el Maestro?”. Pedro: “Está allí, con un discípulo nuevo.
Ahora vendrá”. José mira al niño y le pregunta a Pedro: “¿Un sobrinito tuyo?·. Pedro: “No... sí.
Bueno, quiero decir que, nada en cuanto a la sangre, mucho en cuanto a la fe, todo en cuanto al
amor”. José: “No te comprendo...”. Pedro: “Un huerfanito... por tanto, nada en cuanto a la
sangre. Un discípulo... por tanto, mucho en cuanto a la fe. Un hijo... por tanto, todo en cuanto al amor.
El Maestro lo ha recogido... y yo le doy mi cariño. ■ Debe alcanzar la mayoría de edad en estos
días...”. José: “¿Tan pequeño y ya doce años?”. Pedro: “Es que... bueno, ya te lo contará el
Maestro... José, tú eres bueno, uno de los pocos buenos que hay aquí dentro... Dime, ¿estarías
dispuesto a ayudarme en esta cuestión? Ya sabes... le presento como si fuera mi hijo, pero soy
galileo y tengo una fea lepra...”. José, aterrorizado, exclama y pregunta, separándose:
“¡¿Lepra?!”. Pedro: “¡No tengas miedo!... Mi lepra es la de ser de Jesús: la más odiosa para los del
Templo, salvo pocas excepciones”. José: “¡No, hombre, no; no digas eso!”. Pedro: “Es la verdad
y hay que decirla... Por tanto, temo que se comporten cruelmente con el pequeño por causa mía y de
Jesús. Además, no sé qué conocimientos tendrá de la Ley, la Halasia, la Haggada y los Midrasiots.
Jesús dice que sabe mucho...”. José: “¡Bueno, pues si lo dice Jesús, entonces no tengas miedo!”.
Pedro: “Aquéllos... con tal de amargarme...”. José: “¡Quieres mucho a este niño, ¡eh!? ¿Le llevas
siempre contigo?”. Pedro: “¡No puedo!... Yo estoy siempre en camino; él es pequeño y frágil...”.
Yabés, que, con las caricias de José, está más tranquilo, dice: “Pero iría contigo con gusto...”. Pedro
rebosa de alegría por todos los costados, pero: “El Maestro dice que no está bien y no lo haremos. De
todas formas, nos veremos... José, ¿me vas a ayudar?”. José: “¡Claro, hombre! Estaré contigo.
Delante de mí no harán injusticias. ¿Cuándo? ■ ¡Oh Maestro! ¡Dame tu bendición!”. Jesús: “Paz
a ti, José. Me alegro de verte; y, además de que estés bien” José: “También yo, Maestro. Los
amigos se alegrarán de verte. ¿Estás en Getsemaní?”. Jesús: “Estaba. Después de la oración voy
a Betania”. José: “¿A casa de Lázaro?”. Jesús: “No, donde Simón. Tengo también allí a mi
Madre y a la madre de mis hermanos y a la de Juan y Santiago. ¿Irás a verme?”. José: “¿Lo
preguntas? Será una gran alegría y un gran honor. Te lo agradezco. Iré con muchos amigos...”.
Simón Zelote aconseja: “¡Prudente, José, con los amigos!...”. José: “¡No, hombre... ya los conocéis!
Es verdad que la prudencia dice: «que no oiga el aire». Pero, cuando los veáis, comprenderéis que
son amigos”. Jesús: “Entonces...”. ■ José: “Maestro, Simón de Jonás me estaba hablando de la
ceremonia del niño. Has llegado cuando estaba preguntando cuándo pensáis llevarla a cabo. Quiero
estar presente también yo”. Jesús: “De acuerdo, no se hable más”. José: “Maestro, te dejo. La paz sea
contigo. Es la hora del incienso”. Jesús. “Adiós, José. La paz sea contigo”.
*Jesús da a conocer a Yabés la importancia de la oración en las horas: de la mañana (para
que el Señor bendiga todo el día) y de la tarde (para alejar de nosotros los fantasmas de la
noche) y de la importancia del sacerdocio.- ■ Jesús: “Ven, Yabés, que es la hora más solemne del
día. Hay otra análoga por la mañana, pero ésta es todavía más solemne. El día empieza con la mañana:
justo es que el hombre bendiga al Señor para que el Señor le bendiga durante todo el día en todas
sus obras. Pero al atardecer es aún más solemne: declina la luz, cesa el trabajo, llega la noche. La luz
que declina recuerda la caída en el mal, y verdaderamente las acciones de pecado se producen
generalmente por la noche. ¿Por qué? Porque el hombre ya no está ocupado en el trabajo y más
fácilmente se ve envuelto por el Maligno, que proyecta sus propuestas y pesadillas. Bueno es, por
tanto, después de haberle agradecido a Dios su protección durante el día, elevarle
nuestra súplica para que se alejen de nosotros los fantasmas de la noche y las tentaciones. La
noche con su sueño, símbolo de la muerte... Dichosos aquellos que, habiendo vivido con la bendición
del Señor, se duermen no en las tinieblas sino en una brillante aurora. ■ El sacerdote ofrece el incienso
por todos nosotros, ora por todo el pueblo, en comunión con Dios, y Dios le confía su bendición para
que la imparta al pueblo de sus hijos. ¿Te das cuenta de lo grande que es el ministerio del
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sacerdote?”. Yabés: “Yo quisiera... Me sentiría todavía más cerca de mi madre...”. Jesús: “Si eres
siempre un buen discípulo e hijo de Pedro, lo serás. Mas ahora ven; mira, las trompetas anuncian que
ha llegado la hora. Vamos con veneración a alabar a Yeové”. (Escrito el 22 de Junio de 945).
.
--------------------000-------------------(<La comitiva de Jesús, apóstoles y discípulos, ha llegado a Betania. Se hospedan, unos en casa de
Lázaro, y otros en casa de Zelote. Juan de Endor y el niño Yabés son presentados por Jesús a su Madre.
Después de los saludos iniciales y los primeros contactos...>).
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3-198-251 (3-59-349).- Encuentro, en Betania, con la Madre que da el nuevo nombre a Yabés:
Marziam; y habla de Aglae a Jesús.
* El nombre “Marziam” recuerda el nombre de María y además recordará la Salvación.
Después será llamado Marcial.- ■ María pide que le llamen al niño. Y éste viene enseguida,
con Juan. María, acariciándole, pregunta al niño: “¿Cómo te llamas?”. Niño: “Me llamo... Me
llamaba Yabés, pero estoy esperando el nombre...”. Jesús: “Sí. Yabés quiere un nombre que
quiera decir que Yo le he salvado. Búscaselo, Madre; que sea un nombre que entrañe amor y
salvación”. María se para a pensar un momento y dice: “Marzyiam (1). Eres la gotita en el mar
de los salvados de Jesús. ¿Te gusta? Así seré recordada también yo y además recordará la
Salvación”. Marziam dice contento: “Es muy bonito”. Bartolomé pregunta: “Pero, ¿no es un
nombre de mujer?”. Jesús: “Cuando esta gotita de Humanidad sea adulto, podréis cambiar su
nombre por un nombre de hombre con una «ele» al final, en vez de la «eme». Ahora lleva el
nombre que le ha dado mi Madre ¿No es verdad?”. El niño responde afirmativamente y María le
acaricia.
* “Una mujer te buscaba, Hijo...¡Cuánto ha sufrido para recuperar su honestidad!... Es
Aglae, la romana bailarina y pecadora”.- ■ Ya es de noche cuando Jesús puede hablar
tranquilamente con su Madre. Han subido a la terraza y están sentados en un asiento, uno junto
a otro, cogidos de la mano. Se hablan. Se escuchan. Primero es Jesús quien cuenta las cosas que
han sucedido. Luego, María, dice: “Hijo. Nada más marcharte, vino a verme una mujer... te
buscaba. Gran miseria, y gran redención. Esta criatura necesita tu perdón para ser tenaz en su
resolución. La he enviado a Susana, se la he confiado diciendo que había sido curada por Ti. Es
verdad. Se habría podido quedar conmigo, si nuestra casa no se hubiera convertido en un mar en
que todos navegan... y muchos con malas intenciones... La mujer ahora siente repugnancia por
el mundo. ¿Quieres saber quién es?”. Jesús: “Es un alma. De todas formas, dime su nombre para
que la pueda acoger sin error”. Virgen: “Es Aglae, la romana bailarina y pecadora, que
empezaste a salvar en Hebrón, que te buscó y te encontró en «Aguas Claras» y que ha sufrido -¡oh cuánto!-- por recuperar su honestidad. Me ha dicho todo... ¡qué horror!”. Jesús: “¿Su
pecado?”. Virgen: “Esto y... yo diría más: ¡Qué horror es el mundo! ¡Hijo mío, no te fíes de los
fariseos de Cafarnaúm! Se querían servir de esta desdichada contra Ti. ¡Hasta de ésta!...”. ■
Jesús: “Lo sé, Madre... ¿Dónde está Aglae?”. Virgen: “Vendrá con Susana antes de la Pascua”.
Jesús: “Está bien. Hablaré con ella. Estaré aquí todas las tardes esperándola, excepto la tarde
pascual, que dedicaré a la familia. Si viene no la dejes que se marche. Es una gran redención, tú
lo has dicho. ¡Y tan espontánea! En verdad te digo que en pocos corazones la semilla ha echado
raíces con la fuerza con que lo ha hecho en este terreno infeliz. Andrés la ayudó a crecer hasta
su completa formación”. Virgen: “Sí, me lo ha dicho”. Jesús: “Madre, ¿qué has sentido al
acercarte a esa pobre mujer?”. Virgen:“Repugnancia y alegría. Me parecía estar en el borde de
un abismo de infierno, pero, al mismo tiempo, me sentía transportada al azul del Cielo. ¡Cómo
eres Dios, Jesús mío, cuando realizas estos milagros!”. Y quedan en silencio, bajo las
brillantísimas estrellas y envueltos en el claror de la luna que ya tiende a luna llena. Madre e
hijo, dos seres que se aman. (Escrito el 23 de Junio de 1945).
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1 Nota del traductor: “Marzyiam”: Es un intento de reproducir el sonido que no existe en español. Pero en el texto
aparecerá casi siempre Marziam.
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3-199-256 (3-60-354).- J. Iscariote se ausenta para ver a sus “amigos”.- Leprosos de Siloán y de
Hinnom.- El sacerdote leproso Juan (1).
* Zelote se adelanta para dar la noticia a los leprosos.- Iscariote, haciendo uso de la
libertad de ausentarse dada por Jesús, va donde sus “amigos”.- ■ Viene Jesús de la casa de
Lázaro. El niño corre a su encuentro y Jesús le dice: “La paz entre nosotros, Marziam. Démonos el
beso de la paz”. El niño saluda también a Lázaro, que venía con Jesús, y recibe una caricia y un
dulce. Todos se reúnen en torno a Jesús. También María, que lleva ahora una túnica de lino color
turquesa y un manto más oscuro de elegantes pliegues, viene sonriendo hacia su Hijo. Dice Jesús:
“Entonces, podemos empezar a marcharnos. Tú, Simón, con mi Madre y el niño, si es que estás
empeñado todavía en comprar, aunque ya Lázaro haya resuelto el problema”. Pedro:
“¡Ciertamente! Además... podré decir que una vez pude caminar al lado de tu Madre, lo cual es un
gran honor”. ■ Jesús: “Entonces, vete. Tú, Simón, me acompañarás a hacer una visita a tus
amigos leprosos...”. Zelote: “¿De veras, Maestro? Entonces, permíteme que me adelante a Ti, para
reunirlos... Me verás allí; total... ya sabes dónde están...”. Jesús: “De acuerdo. Ve. Los demás, haced
lo que os parezca más conveniente; disponed libremente todos hasta el miércoles por la mañana. A la
hora tercera todos ante la Puerta Dorada”. Juan dice: “Yo voy contigo, Maestro”. Santiago, su
hermano: “Yo también”. Los dos primos: “Y también nosotros”. Mateo, y con él Andrés: “Yo
también”. Pedro, sujeto a dos deseos, dice: “¿Y yo? También quisiera ir contigo... pero, si voy a
hacer las compras, no puedo...”. Jesús: “Hay una solución. Primero vamos a ver a los leprosos.
Entretanto, mi Madre va con el niño a una casa amiga de Ofel. Luego nos juntaremos. Tú irás
con Ella mientras Yo y los demás vamos a casa de Juana. Luego nos reunimos en Getsemaní
para comer, y luego, al atardecer, volvemos aquí”.■ Iscariote dice: “Yo, con tu permiso, voy a
donde unos amigos...”. Jesús: “Pero si ya he dicho que hagáis lo que creáis más conveniente”. Tomás
dice: “Entonces yo voy a ver a la familia. Quizás ha vuelto ya mi padre. Si es así, te lo traigo”.
Bartolomé: “¿Qué te parece, Felipe, si nosotros dos vamos a ver a Samuel?”. Felipe: “Me parece
bien”. Jesús pregunta al hombre de Endor: “¿Y tú, Juan? ¿Prefieres quedarte aquí a ordenar tus
libros o venir conmigo?” Juan de Endor dice: “Verdaderamente preferiría ir contigo... Los libros...
ahora ya me gustan menos. Prefiero leerte a Ti, Libro vivo”. Jesús: “Pues ven. Adiós, Lázaro,
hasta...”. Lázaro: “No, no; también voy yo. Las piernas están un poco mejor. Después de los
leprosos te dejo y voy a Getsemaní a esperarte” Jesús: “Vamos. La paz a vosotras,
mujeres”.■ Hasta las cercanías de Jerusalén van todos juntos. Luego se separan: Judas se va por su
cuenta. Entra en la ciudad, probablemente por la Puerta que está hacia la Torre Antonia. Tomás,
Felipe y Natanael, con María y el niño, caminan todavía con Jesús y los otros compañeros unas
cuantas decenas de metros para luego entrar en la ciudad por la parte del suburbio de Ofel.
* Leprosos de Siloán: 5 curados por su fe. Por los que no creen, Jesús dice: “No les llaméis
desdichados. Nuestros pobres hermanos necesitan pensar. La fe no se impone; se predica
con paz, dulzura, paciencia, constancia”.- ■ Jesús dice: “¡Vamos a ver a estos pobrecitos!", y,
volviendo las espaldas a la ciudad, empieza a andar en dirección a un lugar desolado, situado en
las laderas de un cerro rocoso que está entre los dos caminos que de Jericó van a Jerusalén. Es un lugar
extraño: después de la primera subida por la que trepa un escarpado sendero, presenta una estructura
escalonada, de forma que, hasta el primer desnivel, hay al menos tres metros a pico, y así el
segundo desnivel... Es un lugar árido, muerto... tristísimo. ■ Simón Zelote grita: “Maestro, estoy
aquí; párate, que te enseño yo el camino...” y Simón, que estaba apoyado en la roca buscando un poco
de sombra, viene, y conduce a Jesús por un camino también escalonado, que va en dirección a
Getsemaní, pero que está separado por el camino que del Monte de los Olivos va a Betania. Dice
Zelote: “Hemos llegado. Yo viví entre los sepulcros de Siloán. Aquí están mis amigos; parte de
ellos, porque los otros están en Ben Hinnom y no han podido venir porque habrían tenido que
atravesar el camino y los habrían visto”. Jesús: “Iremos a verlos también a ellos”. Zelote:
“¡Gracias!, por ellos y por mí”. Jesús: “¿Son muchos?”. Zelote: “El invierno ha matado a la
mayoría. Aquí, de todas formas, hay todavía cinco de aquellos con los que había hablado. Te
esperan. Mira, allí están, en el borde de su presidio...”. ■ Serán diez monstruos. Digo
"serán" porque, si bien a cinco de ellos se los distingue en pie, a los otros --sea por el color
grisáceo de su piel, sea por la deformidad de su rostro, sea porque apenas asoman de los
peñascos-- se los distingue tan mal, que su número podría ser mayor o menor. Entre los
que están en pie, hay una mujer: dicen que es mujer sólo sus encanecidos cabellos,
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descuidados, duros y sucios, que le caen por la espalda hasta la cintura; por lo demás, no se
distingue su sexo, pues la enfermedad, ya muy avanzada, la ha reducido a los huesos,
anulando todo resto de femenina forma. Igualmente, respecto a los hombres, sólo uno muestra
todavía un rastro de bigote y barba; a los demás los ha rasurado la destructora enfermedad. ■
Gritan: “¡Piedad de nosotros, Jesús, Salvador nuestro!” y tienden hacia Él sus manos, deformes
y llagadas. “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad!”. Jesús, alzando el rostro hacia esas ruinas
humanas, pregunta: “¿Qué deseáis que os haga?”. Leprosos: “Que nos liberes del pecado y
de la enfermedad”. Jesús: “Del pecado libera la voluntad y el arrepentimiento...”. Leprosos:
“Pero, si Tú quieres, puedes cancelar nuestros pecados. Al menos eso, si no quieres curar
nuestros cuerpos”. Jesús: “Si os digo: «Elegid entre las dos cosas», ¿cuál queréis?”. Leprosos:
“El perdón de Dios, Señor; para sentirnos menos desolados”. Jesús hace un gesto de
aprobación, sonriendo luminosamente, y luego alza los brazos y grita: “Sea como queréis. Lo
quiero”. ¡Como queréis!: puede referirse al pecado o a la enfermedad, o a las dos cosas; los
cinco desdichados quedan en la incertidumbre; ellos sí, pero no los apóstoles, que no
pueden menos que gritar su hosanna cuando ven que la lepra desaparece rápidamente, como el
copo de nieve caído en la llama. Entonces los cinco comprenden que se ha concedido todo
lo que habían pedido... y su grito resuena como un tañido de victoria: se abrazan entre sí,
lanzan besos a Jesús –no pueden arrojarse a sus pies--, ■ y luego se vuelven a sus compañeros:
“¿No queréis todavía creer? ¡Qué desdichados sois!”. Jesús: “¡Calma! ¡Sed buenos! Nuestros
pobres hermanos necesitan pensar. No les digáis nada. La fe no se impone; se predica con
paz, dulzura, paciencia, constancia, que es lo que haréis después de vuestra purificación,
como hizo Simón con vosotros. Por lo demás, el milagro predica ya por sí mismo. Vosotros, los
curados, iréis a presentaros al sacerdote lo antes posible; vosotros, los enfermos, esperad para
esta tarde nuestro regreso: os traeremos comida. La paz sea con vosotros”. Jesús, seguido de las
bendiciones de todos, baja de nuevo al camino.
* Entre los leprosos de Hinnom, está el sacerdote Juan, que reconoce a Jesús como el “Rey
esperado de la estirpe de David...”, y pide curación para todos. Están de rodillas y con los
brazos abiertos. Jesús llora ante esa desolación y grita: “Padre, Yo lo quiero: curación,
vida, vista y santidad para ellos”.- ■ Dice Jesús: “Ahora vamos a Ben Hinnom”. Lázaro dice:
“Maestro... quisiera ir contigo, pero comprendo que no puedo. Voy al Getsemaní”. Jesús:
“Vete, vete, Lázaro. La paz sea contigo”. Mientras Lázaro lentamente se pone en camino,
Juan apóstol dice: “Maestro, le acompaño: camina con dificultad y la vereda no es muy
buena. Te alcanzo en Ben Hinnom”. Jesús: “Está bien, vete. Vámonos”. ■ Pasan el Cedrón.
Siguen el lado sur del monte Tofet. Llegan a un valle no muy grande sembrado de sepulcros
e inmundicias: sin un solo árbol: sin una defensa contra el sol, que en este lado sur cae
implacable con todos sus rayos, poniendo al rojo las piedras de estos nuevos escalones de
infierno, de cuyo fondo sale humo apestoso que aumenta el calor. Y dentro de estos sepulcros,
que asemejan a hornos crematorios, míseros cuerpos se consumen... Siloán, siendo
húmedo y estando orientado casi al Norte, será feo en invierno, pero este lugar debe ser
terrorífico en verano... Simón Zelote lanza una llamada... y, primero tres, luego dos, luego
uno, y todavía otro más, se acercan, como pueden, hasta el límite prescrito. Aquí hay dos
mujeres; una de ellas lleva de la mano a un esperpento de niño al que la lepra le ha atacado
especialmente en la cara y ya está casi ciego... ■ Uno de ellos es un hombre de aspecto noble a
pesar de su mísera condición, el cual toma la palabra en nombre de todos: “Bendito sea el
Mesías del Señor, que ha descendido a esta Gehena para sacar de ella a los que en él
esperan. ¡Sálvanos, Señor, que perecemos! ¡Sálvanos, Salvador! ¡Rey de la estirpe de David,
Rey de Israel, ten piedad de tus súbditos! ¡Oh, Vástago de la estirpe de Jesé, de quien se dijo
que cuando llegase su tiempo desaparecería todo mal, extiende tu mano para recoger estos
desperdicios de tu pueblo! ¡Aleja de nosotros esta muerte, enjuga nuestras lágrimas, pues que de
Ti así está escrito! ¡Llámanos, Señor, a tus campos ubérrimos, a tus dulces aguas, pues estamos
sedientos; llévanos a las eternas colinas donde no hay culpa, ni dolor! ¡Ten piedad, Señor...!”.
Jesús: “¿Quién eres?”. Leproso: “Juan, miembro del Templo; quizás he sido contaminado por
un leproso. Hace poco, como puedes ver, tengo la enfermedad. ¡Pero estos otros!... Entre ellos
hay algunos que ya hace años que esperan la muerte. Esta pequeñuela está aquí desde antes de
saber andar, no conoce el mundo creado por Dios. Lo que conoce o recuerda de las maravillas
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de Dios son estos sepulcros, este sol despiadado y las estrellas de la noche. ¡Ten piedad de los
culpables y de los inocentes, Señor, Salvador nuestro!”. Están todos arrodillados con los brazos
extendidos. ■ Jesús llora ante tanta miseria, abre sus brazos y grita: “Padre, Yo lo quiero:
curación, vida, vista y santidad para ellos”. Y permanece así, con los brazos abiertos, orando
ardorosamente con todo su espíritu: parece como si se levantase en el aire al orar, cual una
llama de amor, blanca e intensa, bañada en el intenso oro del sol. “¡Mamá! ¡Veo!” es el primer
grito. Se oye también el correlativo grito de la madre estrechando contra su pecho a su niña
curada. Luego el de los otros y los apóstoles... El milagro ha quedado cumplido. Jesús dice:
“Juan, tú, sacerdote, guiarás a tus compañeros en el rito. Paz a vosotros. Os traeremos esta tarde
comida también a vosotros”. Jesús bendice y hace ademán de emprender el camino. Pero el
leproso Juan grita: “Quiero seguir tus pasos. Dime qué tengo que hacer, dónde tengo que ir para
predicarte”. Jesús: “Sea esta tierra desolada y desnuda, que necesita convertirse al Señor, tu
campo; sea tu campo la ciudad de Jerusalén. Adiós”. ■ Jesús dice a los apóstoles: “Vamos ahora
adonde mi Madre”. Y muchos de los presentes preguntan: “Pero, ¿dónde está?”. Jesús: “En una
casa que Juan conoce; la de la niña curada -el año pasado” (2). Entran en la ciudad y recorren
una buena parte del populoso suburbio de Ofel, hasta una casita blanca. Saluda dulcemente al
entrar en la casa (la puerta estaba entornada). Proveniente del interior de la casa, se oye la
dulce voz de María y la voz argentina de Analía, y también la voz de su madre, más áspera. La
niña se inclina profundamente para adorar, la madre se arrodilla. María se pone de pié.
Quisieran retenerlos, al Maestro y a su Madre. No obstante, Jesús, prometiendo volver otro día,
bendice y se despide.
* “En ese pequeño grupo (María, Pedro, Marziam) veo una gran promesa: en sus manos
puedo poner sin preocupación la mano de mi naciente Iglesia”.- ■ Pedro se marcha contento
con María; llevan los dos de la mano al niño: parecen una pequeña familia feliz. Muchos se
vuelven a mirarlos. Jesús, sonriendo, observa cómo van. Zelote exclama: “¡Simón se siente
feliz!”. Santiago de Zebedeo pregunta: “¿Por qué sonríes, Maestro?”. Jesús: “Porque en ese
pequeño grupo veo una gran promesa”. Judas Tadeo pregunta: “¿Cuál, Hermano? ¿Qué es lo
que ves?”. Jesús: “Veo que me podré marchar tranquilo cuando llegue la hora; no debo temer
por mi Iglesia. Entonces será pequeña y débil como Marziam. Pero estará mi Madre, cual
Madre suya, para sujetarla de la mano; y, cual padre suyo, estará Pedro, en cuya mano honesta y
callosa puedo depositar sin preocupación la mano de mi naciente Iglesia. Pedro le dará la fuerza
de su protección; mi Madre, la fuerza de su amor. Así la Iglesia se desarrollará... como
Marziam... ¡Verdaderamente es un niño-símbolo! ¡Dios bendiga a mi Madre, a mi Pedro y al
niño de ellos y nuestro!”. (Escrito el 24 de Junio de 1947).
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1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Juan el sacerdote.
2 Nota : La niña de la que se habla aquí: Cfr. Personajes de la Obra magna: Analía.
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3-199-261 (3-60-359).- La Virgen siente repugnancia por Iscariote.- Pedro obtiene la adopción
de Marziam, con intervención de María.- María quiere ir a Betsur a visitar a una antigua
compañera del Templo.
*La Virgen siente ante Iscariote la misma repugnancia que los niños Benjamín y
Marziam: “Todo en él es falso”.- ■ De nuevo nos encontramos, al atardecer en la casa de
Betania. Muchos, cansados, se han retirado ya. Pedro no, que va y viene paseando por el
sendero, levantando frecuentemente la cabeza hacia la terraza donde están sentados conversando
Jesús y María. Juan de Endor por su parte está hablando con Zelote, sentados los dos bajo un
granado en flor. Se ve que María ha hablado ya mucho, porque le oigo decir a Jesús: “Todo lo
que me has dicho es justo y lo tendré presente. También estimo exacto tu consejo por lo que se
refiere a Analía. Es buena señal que ese hombre lo haya recibido con tanta disposición. Es
verdad que la alta Jerusalén está llena de terquedad y envidia, porquería se podría decir; pero,
entre la gente humilde del pueblo hay perlas de ignorado valor. Estoy contento de que Analía se
sienta feliz. Es una criatura más del Cielo que de la tierra; y tal vez ese hombre, ahora que ha
entrado en el concepto del espíritu, lo ha intuido y por eso siente hacia ella un respeto profundo.
Lo demuestra su idea de irse a otra parte, para no turbar con hálito humano el cándido voto de la
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muchacha”.Virgen: “Sí, Hijo mío. El hombre percibe el perfume de quienes son vírgenes... Me
acuerdo de José. Yo no sabía qué palabras usar. Él no conocía mi secreto... y, sin embargo, con
percepción de santo me ayudó a decírselo: había percibido el aroma de mi alma... Fíjate también
Juan: ¡Qué paz! Todos quieren estar a su lado. ■ El mismo Judas de Keriot, a pesar de que... No,
Hijo, Judas no ha cambiado, lo sé y Tú lo sabes. No hablamos porque no queremos encender la
guerra; pero, aunque no hablamos, sabemos... y los demás intuyen... ¡Oh! ¡Jesús mío! Hoy los
jóvenes me han contado en Getsemaní el episodio de Mágdala y el del sábado por la mañana...
La inocencia habla... porque ve a través de los ojos de su ángel. Pero también los viejos
vislumbran... No están equivocados: es un hombre falso... Todo en él es falso... Le tengo miedo
y tengo en mis labios las mismas palabras de Benjamín en Mágdala y de Marziam en
Getsemaní, porque siento ante Judas la misma repugnancia que sienten los niños”. Jesús: “¡No
todos pueden ser Juan!”. Virgen: “¡No lo exijo! Sería entonces un paraíso la tierra. Mira, me has
hablado de otro Juan... Un hombre que asesinó... me causa solo piedad. Judas me causa miedo”
Jesús: “¡Ámale, Madre! ¡Ámale, por amor a Mí!”. Virgen: “Sí, Hijo. Pero de nada servirá mi
amor. Será para mí sufrimiento y para él culpa. Oh, ¡por qué entró! Molesta a todos; ofende a
Pedro que es digno de respeto”.
* Pedro vence al Maestro con el arma de las palabras de la Madre. ■ Jesús responde a su
Madre: “Sí, Pedro es muy bueno. Por él haría cualquier cosa porque se lo merece”. Virgen: “Si
te oyese, diría con su franca risa: «¡Ah, Señor, eso no es verdad!» y tendría razón”. Jesús: “¿Por
qué, Mamá?”. Mas Jesús ya sonríe, porque ya ha comprendido. Virgen: “Porque no le contentas
dándole un hijo. Me ha contado todas sus esperanzas, sus deseos... y tus negativas”. Jesús: “Y
¿no te ha dicho las razones por las cuales he justificado todo?”. Virgen: “Sí, me las había dicho
y añadió: «Es verdad... pero yo soy un hombre, un pobre hombre. Jesús se obstina en ver en mí
un gran hombre. Pero yo sé que no soy más que un ser mezquino, y por esto... podría darme un
hijo. Me casé para tener hijos... muero sin tenerlos». Y dijo --acordándose del niño, que, feliz
con el vestido que le había comprado, le besó diciéndole: «Querido padre»-- dijo: «Mira,
cuando este pequeñito a quien hace diez días no conocía, me llama así, siento que me vuelvo
más blando que la mantequilla y más dulce que la miel, y lloro porque... cada día que pasa se
me quita a este hijo...»”. ■ María guarda silencio observando a Jesús, estudiando su rostro, en
espera de una palabra... Pero Jesús ha reclinado los codos en las rodillas, con la cabeza entre las
manos y no dice nada, mientras mira a la explanada verde del huerto. María le toma la mano, se
la acaricia y le dice: “Simón tiene este gran deseo... Mientras estuve con él, no ha hecho otra
cosa sino hablarme de ello y exponiendo razones tan justas que... no he podido decir nada para
hacerle callar. Son las mismas razones que pensamos todas nosotras, mujeres y madres. El niño
no es fuerte. Si fuese como fuiste Tú...¡Oh! Entonces podría afrontar la vida de discípulo, sin
miedo alguno. Pero ¡está flacucho!... Muy inteligente, muy bueno... pero nada más. Cuando un
pichón es débil no se le puede hacer volar pronto, como se hace con los fuertes. Los pastores
son buenos... pero son hombres siempre. Los niños tienen necesidad de mujeres. ¿Por qué no se
lo dejas a Simón? Comprendo que le niegues una criatura, nacida de él. Un hijo propio es como
una ancla, y Simón --destinado a un fin tan alto--, no puede estar retenido por ninguna ancla. ■
Pero estarás de acuerdo en que él debe ser el «padre» de todos los hijos que le dejarás. ¿Cómo
puede ser padre, si no ha aprendido en la escuela de un niño? Un padre debe ser dulce. Simón es
bueno, pero no dulce. Es impulsivo e intransigente. Nadie más que una criatura puede enseñarle
el arte sutil de compadecer al que es débil... Piensa en la suerte de Simón...¡Está bien que sea tu
sucesor! ¡Oh esta atroz palabra también tengo que decirla! Escúchame, por todo el dolor que
experimento en decirla. Nunca te aconsejaría cosa que no fuese buena. Marziam... quieres hacer
de él un discípulo perfecto... pero todavía es niño. Tú... te irás antes de que sea hombre. ¿A
quién mejor que a Simón se le podrá entregar para que termine su formación? Y además...
¡pobre Simón!...Tú sabes el tormento que ha recibido de su suegra, incluso por causa tuya; y con
todo, a pesar de ello, no ha tomado ni siquiera una partícula de su pasado, de su libertad de hace
ya un año, para que le dejase en paz su suegra, a la que ni Tú pudiste cambiar. ¿Y la pobre
criatura de su mujer? ¡Oh, tiene tantas ganas de amar y de ser amada! Su madre... ¡oh!... ¿Y el
marido? Un prepotente a su modo... Jamás le dio una caricia sin que se le exigiera a cambio
demasiado... ¡Pobre mujer!... Déjale el niño. Escucha, Hijo. Por ahora lo llevamos con nosotros.
Iré también yo por Judea. ■ Me llevarás contigo a la casa de una antigua compañera mía del
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Templo, y algo emparentada porque desciende de David. Está, en Betsur. Me alegrará volver a
verla, si todavía vive. Luego, al regresar a Galilea, se lo daremos a Porfiria: cuando estemos en
las cercanías de Betsaida, Pedro lo tomará consigo; cuando estemos aquí, lejos, el niño se
quedará con ella. ¡Ah!... ¡Ahora estás sonriendo!... Entonces es que vas a dar contento a tu
Mamá. Gracias, Jesús mío”.■ Jesús:“ Sí, sea como tú quieres”. Jesús se levanta y dice con voz
fuerte: “Simón de Jonás. Ven aquí”. Pedro reacciona instantáneamente y sube a la carrera las
escaleras: “¿Qué quieres, Maestro?”. Jesús: “Ven aquí, hombre usurpador y sobornador”.
Pedro: “¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho, Señor?”. Jesús: “Has sobornado a mi Madre. Por esto
querías estar solo. ¿Qué debo hacer contigo?...”. Jesús sonríe y Pedro se serena. Pedro: “¡Me
has asustado realmente! Menos mal que te veo sonriente.¿Qué quieres de mí, Maestro? ¿La
vida? No tengo más que ella, porque me has quitado todo lo demás... Pero, si quieres, te la doy”.
Jesús: “No te quiero quitar, sino que te quiero dar. Mas no te aproveches de la victoria, y no
digas el secreto a los demás, hombre astutísimo, que vences al Maestro con el arma de las
palabras maternas. Tendrás el niño, pero...”. Jesús no habla más, porque Pedro, que se había
puesto de rodillas, se pone de pie en un brinco y besa a Jesús con tal fuerza que le quita la
palabra. Jesús le dice: “Agradécele a Ella, no a Mí. Pero recuerda que te debe servir de ayuda,
no de obstáculo...”. Pedro: “Señor, no tendrás por qué arrepentirte del regalo hecho... ¡Oh,
María! Que seas siempre bendita santa, y buena...”. Y Pedro que ha caído de rodillas, llora en
verdad mientras besa la mano da María. (Escrito el 24 de Junio de 1947).
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3-200-264 (3-61-363).- Coloquio de Aglae, la «Velada», con el Salvador.
* La Madre Virgen lleva Aglae a Jesús.- ■ Jesús entra solo en la casa de Simón Zelote en
Betania. Está cayendo la tarde, plácida y serena, envuelta en los rayos del sol. Jesús se asoma a
la puerta de la cocina, saluda y luego sube a meditar a la habitación superior, preparada ya para
la cena. No parece estar muy contento. Lanza frecuentes suspiros y va y viene por el salón. De
cuando en cuando echa una mirada por la campiña circundante, que puede verse por muchas
partes, desde esta amplia habitación, en forma de cubo, sobre el extenso terreno. Sale a pasear a
la terraza, dando vueltas a su derredor. Se detiene a mirar a Juan de Endor que comedidamente
saca agua del pozo para la atareada Salomé. Mira, sacude la cabeza y suspira. La fuerza de su
mirada despierta la atención de Juan, que se vuelve para mirar y pregunta: “Maestro, ¿se te
ofrece algo?”. Jesús: “No. Te miraba solamente”. Salomé dice: “Juan es bueno. Me ayuda”.
Jesús: “Dios también le recompensará por esta ayuda”. Dichas esas palabras vuelve a entrar al
salón y se sienta. ■ Está tan absorto en sus pensamientos que no oye el alboroto de tantas voces
y el arrastrarse de pies en el corredor que da a la entrada, ni dos pisadas rápidas que suben por la
escalera de fuera y que se acercan. Solo cuando María le llama, levanta la cabeza. “Hijo, ha
llegado a Jerusalén Susana con la familia y me ha traído inmediatamente a Aglae. ¿Quieres
escucharla ahora que estamos solos?”. Jesús: “Sí, Madre. Inmediatamente. Y que nadie suba,
hasta que haya terminado todo que espero que sea antes de que regresen los demás. Te ruego
que vigiles para que no haya curiosos indiscretos... nadie... sobre todo Judas de Simón”. Virgen:
“Vigilaré muy bien...”. ■ María sale y poco después vuelve trayendo de la mano a Aglae, que ya
no viene envuelta en su manto gris y en su velo echado que le cubría el rostro. No trae sandalias
altas y entrelazadas con correas y cintas que antes usaba. Ahora parece una hebrea con sus
sandalias bajas y planas, sencillísimas como las de María, con su vestido de color azul oscuro
sobre el que pende el manto, y con el velo blanco como lo usan las hebreas de pueblo, esto es,
sencillamente sobre la cabeza con una extremidad que cae sobre sus espaldas de modo que la
cara no queda totalmente cubierta. Es el vestido usual de muchísimas mujeres; y el estar en
medio de un grupo de galileas, ha evitado a Aglae el ser reconocida. Entra con la cabeza baja.
A cada paso que da enrojece. Me imagino que si María no la empujase dulcemente hacia
Jesús, se habría arrodillado en el umbral. “Mira, Hijo, a la que hace tanto tiempo te buscaba.
Escúchala” dice María cuando se acerca Jesús y luego se retira, bajando las cortinas sobre las
puertas entornadas y cierra la puerta más cercana a la escalera.
* “El deseo de Dios siempre precede al deseo de la criatura. Es un abismo de misericordia,
incomprensible para la mente humana, lo comprende la inteligencia del amor”.- ■ Aglae se
quita la alforja que trae sobre las espaldas. Se arrodilla a los pies de Jesús en medio de un gran
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llanto. Se dobla hasta el suelo y sigue llorando con la cabeza apoyada en sus brazos cruzados.
Jesús: “No llores así. Ya no es momento de llanto. Debiste haber llorado cuando no querías a
Dios, no ahora que le amas y te ama”. Pero Aglae continúa llorando... Jesús pregunta. “¿No
crees que sea así?”. En medio de los sollozos sale la voz: “Le amo, es verdad, como sé, como
puedo... pero aun cuando sé y creo que Dios es Bondad, no puedo atreverme a esperar que tenga
yo su amor. He pecado mucho... Tal vez, un día lo tendré... Todavía me falta mucho que llorar...
por ahora estoy sola en mi amor. Estoy sola... no es soledad sin esperanzas de los años pasados.
Es una soledad llena del deseo de Dios, por esto es soledad de esperanza... pero tan triste, tan
triste...”. Jesús: “Aglae, ¡qué mal conoces al Señor! Este deseo que tienes de Él, es prueba de
que corresponde a tu amor, que es tu amigo, que te llama, que te invita, que te quiere. Dios es
incapaz de permanecer inerte ante el deseo de la criatura, porque ese deseo lo ha encendido el
Creador y Señor de todas las cosas en el corazón. Lo ha encendido Él porque con amor
privilegiado ama al alma que le busca. El deseo de Dios siempre precede al deseo de la
criatura, porque Él es perfectísimo y por esto su amor es mucho más diligente e intenso que el
de la criatura”. ■ Aglae: “Pero ¿cómo puede Dios amar mi fango?”. Jesús: “No trates de
entender con tu inteligencia. Es un abismo de misericordia, incomprensible para la mente
humana. Pero lo que no se puede comprender con la razón, lo comprende la inteligencia del
amor, el amor del espíritu. Éste comprende y entra seguro en el misterio que es Dios y en el
misterio de las relaciones del alma con Dios. Entra, Yo te lo digo. Entra porque Dios lo quiere”.
Aglae: “¡Oh Salvador mío! ¿De veras he sido perdonada? ¿Soy amada yo? ¿Lo debo creer?”.
Jesús: “¿Te he dicho mentira alguna vez?”. Aglae: “Oh, no, Señor. Todo lo que me dijiste en
Hebrón se ha cumplido. Me has salvado como tu nombre significa. Me has buscado a mí, alma
perdida. Has devuelto la vida a mi alma, que estaba muerta. Me dijiste que si te buscaba, te
encontraría. Y es verdad. Me dijiste que estás dondequiera que el hombre tenga necesidad de un
médico y de medicinas. Y es verdad. Todo, todo lo que dijiste a la pobre Aglae, desde aquella
mañana de Junio, hasta lo de «Aguas Claras»...”. Jesús: “Entonces debes creer lo que te acabo
de decir”. Aglae: “Sí, creo, creo. Pero Tú dime: «Yo te perdono»”. Jesús: “Yo te perdono en
nombre de Dios y de Jesús”. Aglae: “Gracias...”.
* “¿Qué debo hacer para obtener la Vida eterna, cuál es el camino que debo seguir?”.- ■
Aglae: “... pero ahora... ahora ¿qué debo hacer? Dime Salvador mío, ¿qué cosa debo hacer para
tener la Vida eterna? El hombre se corrompe solo con mirarme... No puedo vivir con el
sobresalto continuo de ser descubierta y rodeada. Durante este viaje temblaba ante cada mirada
de un hombre... no quiero más pecar ni hacer pecar. Dime ¿cuál es el camino que debo seguir?
El que me indiques, lo seguiré. Sabes que soy fuerte incluso en las fatigas.. y si por excesiva
fatiga encontrara la muerte, no por ello tendría miedo. Llamaré a la muerte «amiga mía» porque
me quitará de todos los peligros de la tierra y para siempre. Habla, Salvador mío”. Jesús: “Vete
a un lugar despoblado”. Aglae: “¿A dónde, Señor?”. Jesús: “A donde quieras. Adonde te lleve
tu espíritu”. Aglae: “¿Será capaz mi espíritu, que apenas se ha formado, de tanto?”. Jesús: “Sí,
porque Dios te guía”. Aglae: “Y ¿quién me hablará de Dios en lo sucesivo?”. Jesús: “Tu alma
que ha resucitado ahora...”. Aglae: “¿Nunca te volveré a ver más?”. Jesús: “Jamás sobre la
tierra. Dentro de poco te habré redimido del todo y entonces vendré a tu espíritu para prepararte
a subir a Dios”. Aglae: “¿Cómo sucederá mi redención completa si no te veré más? ¿Cómo me
la darás?”. Jesús: “Al morir por todos los pecadores”. Aglae: “Oh, ¡no! Tú... ¡Jamás!”. Jesús:
“Para daros la vida debo darme la muerte. Por esto he venido con carne humana. No llores... ■
Muy pronto te juntarás conmigo después de haber consumado mi sacrificio y el tuyo”.
Aglae:“¿Mi sacrificio, Señor? ¿Moriré también yo por Ti?”. Jesús: “Sí, pero de otro modo. Hora
a hora morirá tu carne por deseo de tu voluntad. Hace como un año que ya está muriendo.
Cuando haya muerto del todo te llamaré”. Aglae: “¿Tendré la fuerza de destruir mi carne
culpable?”. Jesús: “En la soledad donde estarás y donde Satanás te asaltará con una violencia
libidinosa cuanto más te acerques al Cielo, encontrarás un apóstol mío, primero pecador, luego
redimido”. Aglae: “¿No es entonces aquel hombre bendito que me hablaba de Ti? Demasiado
honesto es como para haber sido pecador”. Jesús: “No es él, es otro. Irá en su momento a donde
estás. Entonces, te enseñará lo que ahora todavía no puedes comprender. Vete en paz. La
bendición de Dios venga sobre ti”. ■ Aglae, que ha estado de rodillas, se inclina a besar los pies
del Señor. No se atreve a algo más. Toma su alforja, la vacía: caen al suelo unos vestidos
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sencillos, un bolsito que suena al chocar contra el suelo y un frasco de fino alabastro color de
rosa. Aglae vuelve a meter los vestidos, toma el saquito y dice: “Esto es para tus pobres. Es el
resto de mis joyas. No me he reservado sino el dinero para el largo viaje. Aunque Tú no me lo
hubieses dicho, yo tenía pensado irme lejos. Esto es para Ti. Es menos suave que el perfume de
tu santidad. Pero es lo mejor que puede dar de sí la tierra. Me servía para hacer el mal... Hélo
aquí. Que Dios me conceda perfumar al menos como esto, en tu presencia, en el Cielo” y
destapa el frasquito y desparrama su contenido sobre el suelo. Un aroma fuerte de rosas se
levanta de los tapetes que se impregnan con la esencia. Aglae retira el frasquito vacío y dice:
“Como recuerdo de esta hora”. Luego se inclina nuevamente a besar los pies de Jesús. Se
levanta, se retira sin dar las espaldas, sale y cierra la puerta... ■ Se oyen sus pasos, alejándose en
dirección a la escalera, y su voz, que intercambia unas palabras con María, luego el ruido de las
sandalias que bajan la escalera, y nada más. Ninguna otra cosa de Aglae queda sino su bolsito a
los pies de Jesús y el aroma fortísimo que ha invadido toda la habitación. Jesús se levanta...
recoge el saquito, y se lo guarda en el pecho. Se dirige a una ventana que da al camino; sonríe al
ver a la mujer que, sola, se aleja envuelta en su manto hebreo en dirección de Belén. Hace señal
de bendecir. Va a la terraza y dice: “Mamá”. María ligera sube la escalera: “La has hecho feliz,
Hijo mío. Se ha ido con fortaleza y paz”. Jesús dice a su Madre: “Sí, Mamá. Cuando regrese
Andrés, mándamelo cuanto antes”.
* Andrés dice: “Iscariote se irá tras la cena con otros amigos, dice él y ¡desprecia a las
meretrices!... Yo también tengo mi invisible pero tierna paternidad”.- ■ Pasa el tiempo.
Luego se oyen las voces de los apóstoles que regresan... Acude Andrés: “Maestro, ¿me
necesitas?”. Jesús: “Sí, ven aquí. Nadie lo sabrá, pero es justo que te diga a ti. Andrés, gracias
en nombre de Dios y de un alma”. Andrés: “¿Gracias? ¿De qué cosa?”. Jesús: “¿No percibes
este perfume? Es el recuerdo de la «Velada». Ha venido. Se ha salvado”. Andrés se pone rojo
como una amapola. Cae de rodillas. No encuentra ni una palabra que decir... al fin murmura:
“Ahora estoy contento. ¡Sea bendito el Señor!”. Jesús: “Sí. Levántate. No digas a los demás que
vino”. Andrés: “Me guardaré el secreto, Señor”. Jesús: “Vete. ■ Oye, ¿está todavía Judas de
Simón?”. Andrés: “Sí, nos quiso acompañar... diciendo... tantas mentiras. ¿Por qué obra así,
Señor?”. Jesús: “Porque es un muchacho con defectos. Dime la verdad: ¿habéis peleado?”.
Andrés: “No. Mi hermano está feliz con su hijo como para tener ganas de discutir. Los demás...
ya sabes... son más prudentes. Pero en realidad en nuestro corazón, todos estamos disgustados.
Después de cenar se irá... con otros amigos... dice él. ¡Oh!, y ¡desprecia a las meretrices!...”.
Jesús: “Tranquilo, Andrés. Esta noche también tú debes sentirte feliz...”. Andrés: “Sí, Maestro.
Yo también tengo mi invisible pero tierna paternidad. Hasta luego”.
* “Podía haberse ahorrado este inútil desahogo de redención, y dar lo que gastó a los
pobres”.- ■ Pasa todavía un rato más, y suben en grupo los apóstoles con el niño y Juan de
Endor. Los siguen las mujeres con los alimentos y con luces. Por último viene Lázaro con
Simón. Apenas entran en la habitación cuando exclaman: “Ah ¡pero si salía de aquí!” y aspiran
el aire cargado de perfume de rosas, que todavía se siente, no obstante que las puertas estén
abiertas. Se preguntan: “Pero ¿quién ha perfumado tanto esta habitación? ¿Marta, tal vez?”.
Lázaro dice: “Mi hermana no se ha movido de casa hoy después de la comida”. Pedro dice con
sorna: “Entonces ¿quién fue? ¿Algún sátrapa asirio?”. Jesús dice con seriedad: “El amor de una
redimida”. Iscariote dice irritado: “Podía haberse ahorrado este inútil desahogo de redención, y
dar lo que gastó a los pobres. Hay demasiados, y saben que repartimos. No tengo ni un centavo
más. Y tenemos que comprar el cordero, alquilar la sala para el Cenáculo y...”. Lázaro: “Pero si
os he pagado todo yo...”. Iscariote: “No es justo. El rito pierde su belleza. La Ley dice:
«Tomarás un cordero para ti y tu familia» (Éx.12,3). No dice: «Aceptarás un cordero»”.
Bartolomé se vuelve como movido por un resorte, abre la boca, pero... la cierra. Pedro se pone
colorado por el esfuerzo que hace para callar. Pero Zelote, que está en su casa, cree tener
derecho de hablar y dice: “Eso son sutilezas rabínicas... Te ruego que las olvides y que, eso sí,
guardes respeto a mi amigo Lázaro”. Pedro revienta: “¡Sí, señor, Simón! Me parece, además,
que nos olvidamos demasiado de que el Maestro es el único que tiene derecho de enseñar...”.
Pedro dice «nos olvidamos» con esfuerzo heroico para no decir: «que Judas se olvida».
Iscariote: “Es verdad... pero... es que estoy nervioso... Perdona, Maestro”. ■ Jesús: “Sí, también
oye lo que te voy a decir. La gratitud es una gran virtud. Yo le estoy agradecido a Lázaro. Como
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también esta mujer redimida me ha dado las gracias. Derramo sobre Lázaro el perfume de mi
bendición, e incluso por aquellos, de entre mis discípulos, que no saben hacerlo. Yo lo hago,
Yo, cabeza de todos vosotros. Esta mujer esparció a mis pies el perfume de su alegría por
haber sido salvada. Reconoció al Rey, y vino a Él, antes que muchos otros, sobre quienes el
Rey ha derramado mucho más amor que no sobre ella. Dejadla actuar libremente y no la
critiquéis. No podrá estar presente en el momento que me aclamen, ni tampoco en el momento
de mi unción. Ya lleva sobre sus espaldas su cruz. Pedro: habías preguntado si había venido un
sátrapa asirio. Pues bien, en verdad te digo que ni siquiera el incienso de los Magos, tan puro y
tan valioso, igualaba en suavidad y valor a éste. La esencia se ha difundido en el llanto; y por
eso es tan fuerte: la humildad sostiene al amor y lo hace perfecto. Vamos a comer, amigos...”. Y
con el ofrecimiento de la comida, termina la visión. (Escrito el 25 de Junio de 1945).
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3-201-270 (3-62-369).- Ceremonia de la mayoría de edad de Marziam. J. Iscariote, ausente.
* José de Arimatea al frente de la comitiva de Jesús y su Madre con el niño, mujeres y
apóstoles (excepto Judas).-Los judíos más intransigentes que nunca ante la cercanía de las
fiestas y además resentidos por la captura del Bautista pues onsideran cómplice a Pilatos.■ Debe ser miércoles por la mañana, porque la comitiva de los apóstoles y de las mujeres a cuyo
frente van Jesús y María con el pequeño, se acerca a la Puerta de los Pescados. José de
Arimatea, fiel a su palabra, ha venido a su encuentro. Jesús busca con sus ojos al soldado
Alejandro, pero no le ve. “Tampoco está hoy. Me gustaría saber qué ha sido de él...”. Pero la
muchedumbre es tanta, que no hay manera de hablar a los soldados, y quizás sería imprudente,
porque los judíos están más intransigentes que nunca ante la cercanía de la fiesta; están además
resentidos por la captura del Bautista, y consideran cómplices a Pilatos y a sus hombres de
confianza. Esto lo deduzco por los epítetos y disputas que continuamente se suceden en la
Puerta entre los soldados y la gente, y los insultos... pintorescos, aunque no diplomáticos, que
estallan a cada instante como chispas de una rueda de fuegos artificiales. Las mujeres de Galilea
se sienten escandalizadas y se cubren más estrechamente en sus velos y mantos. María se
ruboriza, pero sigue andando segura sin temor, derecha como una palma, mirando a su Hijo, el
cual, por su parte, ni siquiera intenta razonar a los exaltados hebreos, o aconsejar a los soldados
que tengan piedad de éstos. Y, dado que algún epíteto poco bonito va también a parar al grupo
de los galileos, José de Arimatea pasa adelante, al lado de Jesús; de forma que la gente, que le
conoce, guarda silencio por respeto a él. Han pasado la Puerta de los Pescados. El río de gente
que afluye a oleadas a la ciudad, mezclado con asnos y rebaños, se extiende por las calles... ■
Tomás, que está al otro lado de la Puerta con Felipe y Bartolomé, grita: “¡Aquí estamos,
Maestro!”. Varios le preguntan: “¿No está Judas?”, “¿Por qué aquí?”. Tomás: “No. Estamos
aquí desde esta mañana muy temprano, porque temíamos que pudieras anticipar la llegada. A
Judas no le hemos visto. Ayer me encontré con él. Estaba con Sadoc el escriba. ¿No le conoces,
José?... ese anciano delgado flaco, con una verruga bajo el ojo. Y había también otros, jóvenes,
con ellos. Le grité para saludarle pero no me respondió y fingió no conocerme. Yo me dije:
«¿Qué le pasará?», y me acerqué a él unos cuantos metros. Se separó de Sadoc, ante quien
parecía un levita, y se fue con los otros de su edad, que... estaba claro que no eran levitas...
Ahora no está...¡Y sabía que habíamos determinado venir aquí!”. Felipe no dice nada.
Bartolomé aprieta los labios para que no digan lo que está pensando en su corazón. Pedro
dice:“Está bien. Da lo mismo. Vamos. No me voy a poner a llorar porque no esté aquí”. Jesús
dice: “Vamos a esperar un poco. Puede ser que se haya entretenido en el camino”. Se ponen
junto al muro, de la parte de la sombra: las mujeres en un grupo, los hombres en otro. ■ Todos
vienen vestidos para la solemnidad. El que está más lujoso es Pedro: cubre su cabeza un
turbante recientemente comprado, más blanco que la nieve, sujeto por una cinta bordada en rojo
y dorado; el vestido que trae es de color granada, muy oscuro, adornado con un cinturón nuevo
(del mismo color que el turbante) del que pende la vaina de un puñal. La empuñadura está
grabada y la vaina está adornada de latón bruñido, a través de la cual se ve brillar el hierro
tersísimo de la hoja. Más o menos todos los demás están armados. El que no lo está es Jesús. Su
vestido es de lino blanquísimo y su manto de color azul que María de seguro le tejió durante el
invierno. Marziam trae un vestido de un color pálido; un galón más oscuro ciñe el cuello, el
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extremo inferior y la bocamanga; lleva un galón igual, bordado, en la cintura y en los bordes del
manto que porta plegado en el brazo (contento, con la otra mano lo acaricia); de cuando en
cuando levanta la carita mitad sonrisa, mitad preocupación... Pedro trae en una mano un
envoltorio que cuida bien. ■ Pasa el tiempo... y Judas no llega. Pedro gruñe: “No se dignó...”, y
diría algo más, si Juan el apóstol no intervine diciendo: “Tal vez nos espera en la Puerta
Dorada...”.Van al Templo, pero Judas no está. A José de Arimatea se le acaba la paciencia y
dice: “Vámonos...”. Marziam se pone un poco pálido. Besa a María diciéndole: “Reza... reza”.
Virgen: “Sí, querido. No tengas miedo, que lo sabes muy bien...”. Marziam se pega a Pedro,
aprieta nerviosamente la mano de Pedro, pero no se siente todavía seguro y busca también la
mano de Jesús, que le dice: “Yo no voy, Marziam. Voy a rogar por ti. Nos veremos después”.
Pedro dice asombrado: “¿No vienes? ¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque es mejor que no
vaya...”. Jesús está muy serio, diríase triste. Y concluye: “José, que es justo, no puede sino
aprobar mi acción”. En realidad, José no dice nada. Con su silencio y con un suspiro, confirma
lo dicho por Jesús. Pedro dice: “Entonces vámonos...”. Está un poco afligido. Marziam se agarra
a Juan. Y así van, precedidos por José, a quien saludan a cada paso con inclinaciones profundas.
Con ellos van Simón y Tomás; los demás se han quedado con Jesús.
* Tensa ceremonia del examen de la mayoría de edad de Marziam, a la que asisten José de
Arimatea, Pedro, Juan, Zelote y Tomás.- ■ Entran en la misma sala en que años atrás entrara
Jesús. Un joven, que está escribiendo en un rincón, se pone repentinamente en pie al ver a José,
y se inclina profundamente. José: “Dios sea contigo, Zacarías. Ve rápidamente a llamar a Asrael
y a Jacob”. Inmediatamente se va y poco después regresa con dos rabinos que no sé si son de la
sinagoga, o escribas. Son dos personajes severos, que solo pierden su altivez ante José. Detrás
de ellos entran otros ocho personajes de menor rango. Se sientan, menos los postulantes,
incluido José de Arimatea. ■ El de mayor edad pregunta: “¿Qué quieres, José?”. José:
“Presentar a vuestro saber a este hijo de Abraham, que ha cumplido el tiempo prescrito para
entrar en la Ley y en ella regirse por sí solo”. Rabino: “¿Es pariente tuyo?” y miran con gesto de
estupor. José: “En Dios todos somos parientes. Este niño es huérfano. Este ho mbre,
de cuya honestidad me hago garante, le ha tomado por suyo, para que su tálamo no
quede sin descendencia”. Rabino: “¿Quién es este hombre? Que responda él”. Pedro: “Simón
de Jonás, de Betsaida de Galilea, casado, sin hijos, pescador para el mundo, para el Altísimo
hijo de la Ley”. Rabino: “Y tú, siendo galileo, ¿te asumes esta paternidad? ¿Por qué?”. Pedro:
“Está escrito en la Ley que se debe mostrar amor hacia el huérfano y la viuda. Yo lo hago”.
Rabino: “¿Puede, acaso, conocer éste la Ley hasta el punto de merecer...? Mas... tú, niño,
responde, ¿quién eres?”. Yabés: “Yabés Marziam de Juan, de los campos de Emaús, nacido hace
doce años”. Rabino: “Entonces, eres judío. ¿Es lícito que se responsabilice de él un galileo?
Busquemos en las leyes”. Pedro: “Pero, ¿qué soy?: ¿un leproso?, ¿una persona maldita?”.
Le empieza a hervir la sangre en las venas a Pedro. José: “Calla, Simón. Hablaré yo por él. Os
he dicho que me hago garante de este hombre. Le conozco como si fuera de mi casa. El
anciano José no propondría jamás algo contrario a la Ley, y, ni siquiera, a las leyes.
Examinad, pues, al niño con justicia y sin dilación; el patio está lleno de niños que esperan el
examen. Por amor a todos, no seáis lentos”. Rabino: “¿Quién probará que este niño tiene doce
años y que fue rescatado del Templo?”. José: “Lo puedes probar con las escrituras. Es una
investigación molesta, pero se puede hacer. Niño, ¿me has dicho que eres el primogénito?”.
Yabés: “Sí, señor. Puedes verlo porque estuve consagrado al Señor y fui rescatado con los
debidos diezmos” (Ex. 13,11-16). Dice José: “Busquemos entonces estos datos...”. Los dos
hombres insidiosos responden, cortantes: “No hace falta”. ■ Rabino: “Ven aquí, niño. Di el
Decálogo” y el niño lo dice seguro. “Dame ese rollo, Jacob. Lee si sabes”. Yabés: “¿Dónde,
rabí?”. Asrael dice: “Donde quieras. Donde te caiga la mirada”. Jacob dice: “No. Aquí.
Dámelo”. Desenvuelve el rollo y luego dice: “Aquí”. Yabés lee: “«Entonces él les dijo
secretamente: 'Bendecid al Dios del Cielo, dadle gloria ante todos los seres vivos, porque
ha sido misericordioso con vosotros. Ciertamente bueno es mantener escondido el secreto
del rey, pero es honroso el darlo a conocer»” (Tob. 12,6-7). Jacob dice: “¡Basta, basta!” y,
señalando las franjas de su manto, pregunta: “¿Qué es esto?”. Yabés: “Las franjas sagradas,
señor; las llevamos para no olvidarnos de los preceptos del Señor altísimo”. Asrael pregunta:
“¿Le es lícito a un israelita comer cualquier tipo de car ne?...”. Yabés: “No, señor; sólo con
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las que hayan sido declaradas puras”. Asrael: “Dime los preceptos...”. Y el niño, dócilmente,
empieza a decir la letanía de los: “No harás...”. Asrael: “¡Basta, basta!, para ser un galileo
sabe hasta demasiado. Hombre, ahora te toca a ti jurar que tu hijo es mayor de edad”. ■
Pedro, con el mejor garbo que todavía conserva después de tanto desaire, pronuncia su
breve discurso paterno: “Como habéis visto, mi hijo, llegado a la edad prescrita, conociendo
la Ley, los preceptos, las usanzas, las tradiciones, las ceremonias, las bendiciones, las
oraciones..., es capaz de guiarse a sí mismo. Por tanto, como habéis podido constatar, estamos
en condiciones, yo y él, de pedir la mayoría de edad. La verdad es que debía haberlo
dicho antes esto, pero aquí han sido violadas --y no por nosotros, galileos-- las usanzas, y se
le ha preguntado al hijo antes que al padre. Y ahora os digo: dado que le habéis juzgado apto,
desde este momento no soy ya responsable de sus acciones, ni ante Dios ni ante los
hombres”. ■ Ordenan: “Pasad a la sinagoga”. El reducido grupo entra en la sinagoga, en
medio de caras rígidas de rabinos a los que Pedro ha dicho la verdad. Erguido, frente a los
ambones y a las lámparas, cortan los cabellos a Marziam; antes le llegaban hasta los
hombros, ahora quedan a la altura de las orejas. Pedro abre su taleguillo y saca una bonita faja
de lana roja, bordada en amarillo oro, y la pone en la cintura del niño. Luego, mientras los
sacerdotes hacen lo propio en la frente y el brazo con cintas de cuero, Pedro coloca
diligentemente en el manto de Marziam las sagradas franjas. ¡Qué emocionado está Pedro
cuando entona la alabanza al Señor!...Con esto se pone fin a la ceremonia. Lo más pronto
posible escapan. ■ Pero dice Pedro: “Menos mal, ya no me aguantaba. ¿Viste José? Ni siquiera
terminaron la ceremonia. ¡No importa! Tú, tú hijo mío, tienes quien te consagre... vamos a
tomar un corderito para el sacrificio de alabanza del Señor. Un corderito como tú. Te agradezco
mucho, José. Tú también di «gracias» a este gran amigo. Sin ti nos hubieran tratado muy mal”.
José le dice: “Simón, me alegro de haber sido útil a un justo como tú. Te ruego que vengas a mi
casa de Bezeta, para el banquete, y contigo todos, como es lógico”. Pedro dice cortésmente:
“Vamos a decírselo al Maestro. Para mí... es mucho honor”. Pero se muere de alegría.
* Cuando están en la sala de la casa de José, Pedro, entre lágrimas: “La verdad es que
Judas nos ha puesto una gota de hiel en medio de esta felicidad... Tú estás preocupado,
Maestro... y los demás están tristes por esto”.- ■ Cruzan en sentido inverso claustros y atrios
hasta llegar al patio de las mujeres; allí todas felicitan a Marziam. Luego los hombres pasan al
atrio de los israelitas, donde se encuentra Jesús con los suyos. Se reúnen todos, en un racimo de
armónica felicidad y, mientras Pedro va a sacrificar el cordero, se encaminan entre pórticos y
patios hasta el muro exterior. ■ Tan contento está Pedro con su niño, que es ahora un israelita
perfecto, que no ve la arruga que se dibuja en la frente de Jesús, ni percibe el silencio, más bien
angustioso, de sus compañeros. Solo cuando están en la sala de la casa de José --cuando el
niño, a la pregunta ritual de qué cosa quiere hacer en su vida, responde: «Seré pescador como
mi padre»-- Pedro, entre lágrimas, se da cuenta y comprende...: “La verdad es que Judas nos ha
puesto una gota de hiel en medio de esta felicidad... Tú estás preocupado, Maestro... y los demás
están tristes por esto. Perdonadme todos si no me he dado cuenta antes... ¡Ay..., este Judas!...”.
Me imagino que su lamento está en el corazón de todos los demás... ■ Pero Jesús, para disolver
la amargura, se esfuerza en sonreír, y dice: “No te apenes por esto, Simón. Solo falta tu mujer en
esta fiesta... Estaba también pensando en ella, tan buena y sacrificada como es siempre. Pronto
recibirá su parte de alegría, inesperada: ¿te imaginas con qué gozo? Pensemos en lo bueno que
hay en el mundo. Ven. Así que Marziám ha respondido perfectamente, ¿eh? Sabía que sería
así...”. ■ José da indicaciones a los servidores y luego vuelve a la sala y dice: “Os doy a todos
las gracias por haberme rejuvenecido con esta ceremonia y por haberme concedido el honor de
poder recibir en mi casa al Maestro, a su Madre, a los parientes, y a vosotros, queridos
condiscípulos. Venid al jardín a disfrutar de aire puro y flores...”. Y todo termina. (Escrito el 26
de Junio de 1945).
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3-202-275
(3-63-375).- Iscariote en el Templo, en la víspera de la Pascua, reprendido por
Jesús pero no se queda con Él. Llegada de los campesinos de Yocana.
* Sufrimiento de Jesús por la conducta de Judas y las excusas vergonzantes de éste.- ■
Víspera de la Pascua. Jesús --solo con sus discípulos porque las mujeres no se han unido al
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grupo-- espera a que Pedro vuelva de llevar el cordero pascual para el sacrificio. Está hablando
de Salomón al niño. En esto, hele ahí a Judas que atraviesa el patio más grande. Va con un
grupo de jóvenes. Habla con grandes, ampulosos gestos de un hombre de valer. Su manto se
mueve continuamente, y se lo compone con movimientos de sabio... Creo que Cicerón no era
tan pomposo cuando pronunciaba sus discursos... Tadeo dice: “Mira, allá está Judas”. Felipe
aclara: “Está con un grupo de «saforim»” (escribas). Tomás dice: “Voy a oír qué está diciendo”
y se va, sin esperar a que Jesús diga su acostumbrado “no”. ¿Y Jesús?... ¡Ay, el rostro de
Jesús!... De verdadero sufrimiento y de juicio severo. Marziam, que le estaba mirando ya desde
antes mientras, delicado y levemente triste, le hablaba del gran rey de Israel, nota este cambio, y
casi se asusta; entonces, agita la mano de Jesús para volver a atraer su atención, diciendo: “¡No
mires! ¡No mires! ¡Mírame a mí que te quiero mucho!...”. ■ Tomás logra acercarse a Judas sin
que éste le vea y así le sigue durante algunos metros. No sé lo que estará oyendo, lo único que
sé es que a Tomás se le escapa una inesperada exclamación que hace volverse a muchos, y sobre
todo Judas, que se pone pálido de ira: “Pero ¡cuantos Maestros tiene Israel! ¡Te felicito, nueva
lumbrera de sabiduría!”. Iscariote: “No soy una piedra, sino una esponja, y, por tanto, absorbo;
y, cuando el deseo de los hambrientos de sabiduría lo solicita, me exprimo para darme con todos
mis jugos vitales”. Judas tiene un aire orgulloso y despreciativo. Tomás: “Se diría que eres eco
fiel. Pero el eco, para que subsista, debe estar cerca de la Voz. De otro modo muere, amigo. Y
tú, me pareces que te alejas. Él está allí, ¿No vienes?”. Judas cambia de color, con esa cara suya
rencorosa y repugnante de sus peores momentos; pero se domina y dice: “Adiós, amigos. Aquí
estoy, contigo, Tomás, querido amigo mío. Vamos inmediatamente a donde está el Maestro. ■
No sabía que estaba en el Templo. Si lo hubiese sabido me hubiera puesto a buscarle” y pasa el
brazo por los hombros a Tomás como si experimentase por él un cariño grande. Pero Tomás,
complaciente pero nada de tonto, no se deja engatusar con estas palabras... y con algo de sorna
pregunta: “¿Cómo? ¿No sabes que es Pascua? ¿Crees que el Maestro no es fiel a la Ley?”.
Iscariote: “¡Oh, no se trata de eso! El año pasado se mostraba, hablaba. Me acuerdo
precisamente de este día. Me atrajo por su impetuosidad regia... Ahora... Me parece como si
hubiera perdido su fuerza. ¿No te parece?”. Tomás: “A mí no. Me parece una persona que haya
perdido confianza”. Iscariote: “En su misión, eso es, tú lo dices bien”. Tomás: “No. Entiendes
mal. Ha perdido confianza en los hombres. Y tú eres uno de los que ha contribuido a ello.
¡Deberías avergonzarte!”. Tomás está serio. Su «deberías avergonzarte» suena como una
bofetada. Iscariote amenaza: “¡Mira cómo hablas!”.Tomás: “Mira cómo obras. Aquí estamos
dos judíos, sin testigos. Por eso hablo, y te vuelvo a decir que deberías avergonzarte. Y ahora
cállate. No te quieras dar baños de santo ni ponerte a llorar, porque, si no, hablo delante de
todos. ■ Mira allí al Maestro y a los compañeros. ¡Pórtate bien!”. Iscariote: “La paz sea
contigo, Maestro...”. Jesús: “La paz sea contigo, Judas de Simón”. Iscariote: “¡Qué alivio
encontrarte aquí!... Tengo algo que decirte...”. Jesús: “Habla”. Iscariote: “Pero, es que... quiero
decirte... ¿No me puedes escuchar aparte?”. Jesús: “Estás entre los compañeros”. Iscariote:
“Pero querría hablar contigo a solas”. Jesús: “En Betania estoy a solas con quien quiere y me
busca, pero tú no lo haces. Me huyes...”. Iscariote: “No, Maestro, no puedes afirmarlo”. Jesús:
“¿Por qué despreciaste ayer a Simón y a Mí con él, y con nosotros a José de Arimatea, a tus
compañeros, a mi Madre y a las demás mujeres?”. Iscariote: “¿Yo? ¡Pero si no los vi!”. Jesús:
“No nos quisiste ver. ¿Por qué no viniste, como lo habíamos acordado, para bendecir al Señor
por un inocente al que la Ley ha acogido? ¡Responde! No sentiste ni siquiera la necesidad de
mandar avisar que no vendrías”. ■ Marziam, que divisa a Pedro, grita: “¡Ahí viene mi padre!”.
Pedro vuelve con su cordero degollado, sin las entrañas, envuelto en su piel. Marziam: “¡Oh!
¡Con él viene Miqueas y los demás! voy... ¿Puedo ir a su encuentro para preguntarles algo de mi
anciano padre?”. Jesús le dice acariciándole: “Ve, hijo”. Y luego, tocando a Juan de Endor por
la espalda le dice: “Te ruego que le acompañes y le entretengas un poco“. ■ De nuevo se dirige
a Judas: “Estoy esperando tu respuesta”. Iscariote: “Maestro... me surgió un compromiso
inesperado... inaplazable... Lo sentí. Pero...”. Jesús: “Pero ¿no había en toda Jerusalén alguien
que pudiese notificarnos tu excusa, en el supuesto de que tuvieses una? Y esto ya es falta. Te
recuerdo que hace poco un hombre dejó de ir a enterrar a su padre por seguirme, y que estos
hermanos míos, dejaron en medio de las maldiciones la casa paterna por seguirme, y que Simón
y Tomás, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Natanael dejaron su familia y Simón el Cananeo su
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riqueza para dármela y Mateo su vida pecaminosa por seguirme. Y así podría continuar con
otros cien nombres. Hay quien deja su vida, la vida misma, para seguirme hasta el Reino de los
Cielos. Pero, ya que no eres generoso, procura ser a lo menos educado; ya que no tienes caridad,
procura ser al menos caballero; imita, puesto que te agradan, a los falsos fariseos que me
traicionan, que nos traicionan mostrándose educados. Tu obligación era no comprometerte para
estar con nosotros, para no ofender a Pedro, al que ordeno que todos respetéis. ¡Si al menos
hubieses llegado a mandar un aviso!”.■ Iscariote: “He faltado. Pero ahora venía con intenciones
de buscarte para decirte, que, siempre por la misma razón, mañana no puedo venir... ¿Sabes?...
Es que tengo amigos de mi padre y me...”. Jesús: “Basta. Puedes ir con ellos. ¡Adiós!”.
Iscariote: “Maestro... ¿estás enojado conmigo? Me dijiste que serías como mi padre... Soy un
joven atolondrado, pero un padre perdona...”. Jesús: “Te perdono, sí. Pero vete. No hagas
esperar más a los amigos de tu padre así como no hago esperar a los amigos del santo Jonás”.
Iscariote: “¿Cuándo partirás de Betania?”. Jesús: “Al final de los Ácimos. Adiós”. ■ Jesús le da
la espalda y se dirige a los campesinos que contemplan extasiados al transformado Marziam. Da
unos cuantos pasos, luego se detiene, al oír la observación que hace Tomás: “¡Por Yavé! Quería
ver tu impetuosidad regia... ¡Pues ha quedado servido...!”. Jesús: “Os ruego que olvidéis este
incidente, como Yo también me esfuerzo en hacerlo. Os ordeno que no digáis nada a Simón de
Jonás, ni a Juan de Endor, ni al pequeño. Por motivos que comprendéis fácilmente, no está bien
causar aflicción ni escándalo a los tres. Silencio en Betania con las mujeres. Está mi Madre,
recordadlo”. Todos dicen: “Puedes estar seguro, Maestro. Haremos todo lo posible para reparar
esto”, “y para consolarte”. Jesús: “Gracias...”.
* Marziam, con los campesinos de Yocana en el Templo.- ■ Jesús se dirige ahora a los
campesinos: “¡Oh! La paz sea con todos vosotros. Isaac os encontró. Estoy contento. Gozad en
paz de vuestra Pascua. Mis pastores serán otros tantos hermanos buenos con vosotros. Antes de
que partan, Isaac, acompáñalos. Los quiero bendecir una vez más, ¿Habéis visto al niño?”.
Campesinos: “¡Oh, Maestro, qué guapo está! ¡Tiene ya color! Se lo diremos al anciano. ¡Qué
feliz se pondrá! Este justo nos dijo que Yabés ahora es su hijo... ¡Un hecho providencial!
¡Todo se lo contaremos, todo!”. Marziam: “También que soy hijo de la Ley, y que soy feliz, y
que me acuerdo siempre de él, y que no llore por mí, ni por mamá. La tengo cerca de mí, y
también él la tiene como un ángel, y la tendrá siempre y en la hora de la muerte. Si Jesús para
ese entonces ya abrió las puertas del Cielo, pues entonces, mi mamá más hermosa que un ángel,
vendrá al encuentro del anciano padre y le conducirá a Jesús. Él así lo dijo. ¿Se lo diréis? ¿Lo
sabréis decir bien?”. Campesinos: “Sí, Yabés”. ■ Marziam: “No me llamo Yabés. Me llamo
ahora Marziam. La Mamá del Señor me dio este nombre. Es como si pronunciase su nombre.
Me quiere mucho. Me acuesta cada noche y me hace recitar las oraciones que hacía recitar a su
Niño. Me despierta con un beso, me viste y me enseña muchas cosas. ¡También Él, eh!... Entran
dentro tan suavemente que se aprenden sin trabajo. ¡¡Mi Maestro!!” y el niño se abraza a Jesús
con tal acto de adoración y de amor que conmueve. Jesús: “Le diréis todo esto y también que no
pierda la esperanza. Este ángel ruega por él y Yo le bendigo. También a vosotros os bendigo. La
paz sea con vosotros”. Los grupos se separan y se va cada uno por su lado. (Escrito el 17 de
Junio de 1945).
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3-203-279 (3-64-379).- El día en que Jesús enseñó el Padre Nuestro, Judas Iscariote ausente.
* “Ha llegado el momento. Os enseñaré la sublime oración: una perla singular y
deseada”.- ■ Jesús sale con los suyos de una casa próxima a los muros de la ciudad (creo que
del barrio de Bezeta, porque para salir de los muros se tiene que pasar todavía por delante de la
casa de José, que está cerca de la Puerta, que oigo que llaman de Herodes). En esta noche
tranquila de luna, la ciudad está semidesierta. Caigo en la cuenta de que la Pascua ha sido
consumida en una de las casas de Lázaro, que no es, de ninguna manera, la casa del Cenáculo.
Ésta se encuentra completamente en el lado opuesto de aquélla: una al norte, la otra al sur de
Jerusalén. En la puerta de la casa, Jesús se despide, con ese porte gentil, propio suyo, de Juan
de Endor a quien deja para que se quede con las mujeres, dándole las gracias por esto mismo;
besa a Marziam que también está en la puerta y luego atraviesa la Puerta de Herodes. ■ Los
apóstoles le peguntan: “¿A dónde vamos, Señor?”. Jesús: “Venid conmigo. Os llevo a que
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coronemos la Pascua con una perla singular y deseada. Por este motivo he querido estar con
vosotros, ¡mis apóstoles! Gracias, amigos, por el amor que me profesáis; si pudieseis ver cómo
me consuela, os quedaríais asombrados. Lo estoy viendo: Yo me muevo entre continuas
contrariedades y desilusiones. Desilusiones por vosotros. Convenceros de que por Mí no tengo
ninguna desilusión, pues no me ha sido concedido el don de ignorar... También por esta razón
os aconsejo que os dejéis guiar por Mí. Si permito esto o aquello, no pongáis ningún obstáculo;
si no intervengo para poner fin a algo, no os toméis la iniciativa de hacerlo vosotros. Cada cosa
a su debido tiempo. Tened sobre todo confianza en Mí”. ■ Ya están en el ángulo nordeste de la
muralla; vuelven la esquina y van siguiendo la base del Monte Moria hasta un punto en que, por
un puentecito, pueden cruzar el Cedrón. Santiago de Alfeo pregunta: “¿Vamos a Getsemaní?”.
Jesús: “No. Más arriba. Al Monte de los Olivos”. Juan dice: “Oh, ¡será algo bello!”. Pedro dice
por su parte: “Habría estado también contento el niño”. Jesús: “¡Vendrá muchas veces! Estaba
cansado. Es niño. Quiero daros una grande cosa porque ya es justo que la tengáis”. Suben por
entre el olivar. Dejan a su derecha Getsemaní. Siguen subiendo más por el monte, hasta llegar a
la cumbre donde los olivos se balancean crujiendo. Jesús se para y dice: “Detengámonos...
queridos y muy queridos discípulos míos y mis continuadores en el futuro, acercaos a Mí. Un
día, y no uno solo, me habéis dicho: «Enséñanos a orar como Tú oras. Enséñanos como Juan
enseñó a los suyos para que nosotros podamos orar con las mismas palabras del Maestro». Y
siempre os respondí: «Os enseñaré cuando vea en vosotros un mínimo suficiente de preparación,
para que la plegaria no se convierta en una fórmula vacía, solo de palabras humanas, sino que
sea una verdadera conversación con el Padre». Ha llegado el tiempo. Vosotros poseéis
cuanto es suficiente para conocer las palabras dignas de ser elevadas a Dios, y os las quiero
enseñar esta noche en medio de la paz y el amor que existe entre nosotros, en la paz y en el
amor de Dios y con Dios, porque hemos obedecido al precepto pascual, como verdaderos
israelitas, y al precepto divino de la caridad para con Dios y para el prójimo”.
* “Judas está inquieto por los celos. Ha cambiado desde Endor y luego desde Esdrelón
desde que vio que me ocupaba de Juan de Endor y de Yabés”.- ■ Jesús: “Uno de vosotros
ha sufrido mucho estos días debido a una acción que no merecía y ha sufrido por el esfuerzo que
se ha hecho a sí mismo para controlar la indignación que tal acción habría provocado. Sí, Simón
de Jonás, ven aquí. Ni una palpitación de tu corazón honrado me ha pasado desapercibida, y no
ha habido sufrimiento que no hubiese compartido contigo. Yo y... tus compañeros...”. Pedro
dice: “Pero Tú, Señor, has recibido una ofensa mucho mayor que la mía. Ello significaba para
mí un sufrimiento más... más grande, no más sensible... no, más perceptible; no, tampoco...
más... más... Quiero decir que el hecho de que Judas haya sentido repugnancia por participar en
mi fiesta, me ha dolido como hombre, pero al ver que Tú estabas adolorido y ofendido, me ha
dolido de otra forma y me ha causado doble sufrimiento... Yo... No quiero gloriarme ni hacerme
el héroe, usando tus palabras... Pero debo decir...,y si es por soberbia dímelo, debo decir que he
sufrido con mi alma... y duele más”. Jesús: “No es soberbia, Simón. Has sufrido espiritualmente
porque Simón de Jonás pescador de Galilea, se está cambiando en Pedro de Jesús, Maestro del
espíritu, por el cual también sus discípulos se hacen activos y sabios en el espíritu. Porque has
avanzado en la vida del espíritu, porque vosotros también habéis avanzado, quiero enseñaros
esta noche la oración. ■ ¡Cuánto habéis cambiado desde aquel día en que en un lugar desierto
nos detuvimos algunos días!”. Bartolomé, un poco incrédulo, pregunta: “¿Todos, Señor?”.
Jesús: “Comprendo lo que quieres decir... Yo os hablo a vosotros los once, no a otros...”.
Andrés dice entristecido: “Pero ¿qué le pasa a Judas de Simón, Maestro? Nosotros ya no le
comprendemos... parecía muy cambiado y ahora, desde que dejamos el lago...”. Pedro dice:
“Cállate hermano. La llave del misterio la tengo yo. Se ha colgado un pedacito de Belzebú. Fue
a buscarlo a la caverna de Endor para sorprender a los demás... y ¡se lo ha merecido! El Maestro
se lo dijo aquel día... En Gamala los diablos entraron en los cerdos. En Endor, los diablos,
salidos del entonces desgraciado Juan (de Endor), entraron en él... Está claro que... está claro...
¡Déjame decirlo, Maestro! Lo tengo aquí en la punta de los labios, y si no lo digo me muero...”.
Jesús: “Simón, ¡sé bueno!”. Pedro: “Sí, Maestro. Te aseguro que no le haré ningún desprecio.
Pero digo y pienso que siendo Judas tan vicioso --todos lo sabemos-- es un poco afín al cerdo...
y se comprende que los demonios elijan de buena gana los cerdos para sus... cambios de casa.
Bueno, ya lo he dicho”. Santiago de Zebedeo: “¿Lo crees así?”. Pedro: “¿Y qué otra cosa puede
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ser? No ha habido ninguna otra razón para que se haya hecho tan intratable. Peor que en «Aguas
Claras». Allá se podía pensar que el lugar y la estación le pusiesen nervioso. Pero ahora...”. ■
Jesús: “Hay otra razón, Simón...”. Pedro: “Dila, Maestro; con gusto cambiaré de opinión acerca
de mi compañero”. Jesús: “Judas está celoso. Está inquieto por celos”. Pedro: “¿Celoso? ¿De
quién? No tiene mujer, y, aun en el caso de que la tuviera y fuera con otras mujeres, creo que
ninguno de nosotros sería capaz de ofender a un condiscípulo...”. Jesús: “Está celoso de Mí.
Piensa: Judas ha cambiado desde Endor, y luego desde Esdrelón. Esto es, desde que vio que me
ocupaba de Juan (de Endor) y de Yabés. Pero ahora que Juan nos dejará e irá con Isaac, verás
que se hará alegre y bueno”. Pedro: “Está bien, pero no me irás a decir que no se ha apoderado
de él un diablo; y, sobre todo,... ¡no!, ¡lo digo!... sobre todo, no me harás decir que ha mejorado
en estos meses. El año pasado también yo era celoso... cuando quería que no fuésemos más de
nosotros seis, los primeros seis, ¿te acuerdas? Sin embargo, ahora... ¡deja que invoque a Dios
como testigo de mi pensamiento!... ahora digo que cuantos más discípulos hay en torno a Ti más
feliz me siento: quisiera tener a todos los hombres y traértelos a Ti, y encontrar todos los medios
para socorrer a los necesitados, a fin de que la miseria no sea obstáculo para que ninguno deje
de venir a Ti. Dios ve que digo la verdad. Pero ¿por qué he cambiado?: porque me he dejado
cambiar por Ti. Él no ha cambiado; es más... convéncete, Maestro... ¡que le ha entrado un
demonio, hombre!...”. Jesús: “No lo digas ni lo pienses. Ruega para que se cure. Los celos son
una enfermedad...”. Pedro: “De la que se puede uno curar, si uno quiere. ¡Ah! Le soportaré por
causa tuya... Pero ¡qué fatiga!...”. ■ Jesús: “Por eso te he premiado con el niño, y ahora te
enseño a orar”. Tadeo dice: “Oh, sí, hermano. Hablemos de esto. Hablemos de mi homónimo
solo para recordar que es esto lo que necesita. Creo que ya recibió su castigo en el hecho de no
estar con nosotros en este momento”.
*“En estas palabras está encerrado cuanto necesita el hombre para el espíritu y la carne”.Jesús: “Escuchad. Cuando oréis, decir así: «Padre nuestro que estás en los Cielos. Santificado
sea tu nombre. Venga tu Reino a la Tierra como lo está en el Cielo, y en la tierra como en el
Cielo se haga tu voluntad. Danos hoy nuestro pan diario. Perdónanos nuestras deudas, como
perdonamos a los que nos deben. No nos dejes entrar en la tentación, sino líbranos del
maligno»”. Jesús se ha puesto de pie para decir esta oración y todos los demás le han imitado,
atentos y emocionados. “No hay necesidad de más, amigos míos. En estas palabras está
encerrado, como en un aro de oro, todo cuanto necesita el hombre para el espíritu y para la carne
y la sangre; con esta oración pedís cuanto les es útil al espíritu y a la carne y a la sangre, y, si
hacéis lo que pedís, conquistaréis la vida eterna. ■ Es una oración tan perfecta que ni las olas de
las herejías ni el paso de los siglos la menoscabarán. La mordedura de Satanás fragmentará el
cristianismo; muchas partes de mi carne mística se separarán, para formar células aisladas en el
vano deseo de constituirse en cuerpo perfecto, como será el Cuerpo Místico de Cristo (el
formado por todos los fieles unidos en la Iglesia Apostólica, que será, mientras exista la tierra,
la única verdadera Iglesia). Pero estas partes, separadas, privadas por tanto de los dones que
habré de dejar a la Iglesia Madre para nutrir a mis hijos, se llamarán de todas formas cristianas,
pues su culto será Cristo, y siempre se acordarán, en su error, de estar unidas a Cristo. Pues
bien, también ellas dirán esta oración universal. ■ Recordadla bien. Meditadla continuamente.
Aplicadla a vuestras acciones. No hay necesidad de otra cosa para santificarse. Si alguien
estuviese, en un lugar de paganos, sin Iglesia, sin libros, tendría ya en esa oración todo lo
necesario para meditar y una Iglesia abierta en su corazón para esta oración; tendría una regla y
una segura santificación... ■ Ésta ha sido mi segunda Pascua entre vosotros, queridos amigos. El
año pasado comimos tan solo el pan y el cordero. Este año os doy esta oración. Os otorgaré
otros dones en las otras Pascuas que celebre con vosotros, para que, cuando me hubiere ido al
Padre, tengáis un recuerdo mío, de Mí que soy el Cordero, en cada fiesta del cordero mosáico.
Levantaos y vámonos. Entremos en la ciudad para el alba. Mejor dicho: Tú, Simón (Zelote) y tú,
hermano mío (señala a Judas Tadeo), iréis a traer a las mujeres y al niño. Tú, Simón de Jonás, y
vosotros, os quedaréis conmigo hasta que hayan regresado. Luego iremos juntos a Betania”.
Bajan hasta el Getsemaní y entran en la casa para descansar (Escrito el 28 de Junio de 1945).
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3-205-295
(3-66-396).- La parábola del hijo prodigo (1) aplicado a Juan de Endor, a
Magdalena.- Iscariote aparece y pide ayuda a la Virgen.
* Misión para Juan de Endor: obras de misericordia y amor, junto al ex pastor Isaac.(Están ya en Betania). ■ Jesús, asomándose a la entrada de la puerta, dice: “Juan de Endor, ven
aquí conmigo. Debo hablarte”. El hombre deja al niño a quien le estaba enseñando algo y acude
pronto y pregunta: “¿Qué se te ofrece, Maestro?”. Jesús: “Ven conmigo arriba”. Suben a la
terraza y se sientan en donde no da el sol porque, a pesar de que sea por la mañana, ya hace
mucho calor. Jesús pasa la vista sobre los campos cultivados en los que el trigo, cada día más, se
convierte en espigas de oro y los árboles se van llenando con sus frutos; parece como si quisiera
extraer su pensamiento de esa metamorfosis vegetal. “Escúchame Juan. Creo que hoy viene
Isaac y me traerá a los campesinos de Yocana antes de que partan a sus campos. Ya le he dicho
a Lázaro que preste a Isaac un carro para que puedan acelerar su regreso sin miedo a llegar con
un retardo que les acarreara un castigo. Lázaro lo va a hacer, porque él hace todo lo que le digo.
Pero a ti te voy a pedir otra cosa. Tengo aquí una cantidad de dinero que me dio una persona
para los pobres del Señor. Casi siempre es un apóstol mío el encargado de guardar el dinero y de
distribuir las limosnas. Casi siempre es Judas de Keriot; aunque alguna vez son los otros. Judas
no está ahora. No quiero que los demás apóstoles sepan lo que quiero hacer. Tampoco Judas
debería saberlo esta vez. Lo harás tú, en nombre mío...”. Juan de Endor: “¿Yo, Señor?... ¿yo?...
¡Oh! ¡No soy digno!...”. Jesús: “Debes acostumbrarte a trabajar en mi Nombre. ¿No viniste para
esto?”. ■ Juan de Endor: “Sí, pero pensaba que en lo que tenía que trabajar era en reconstruir mi
pobre alma”. Jesús: “Pues yo te doy el medio para hacerlo. ¿Contra qué cosa pecaste? Contra la
misericordia y el amor. Con odio has destruido tu alma. Con amor y misericordia la
reconstruirás. Te doy el material. Te emplearé sobre todo en las obras de misericordia y de
amor. Tú también eres capaz de curar, eres capaz de hablar, así que estás en condiciones de
cuidar desdichas físicas y morales, tienes capacidad para hacerlo. Empezarás con esta obra. Ten
la bolsa. La entregarás a Miqueas y a sus amigos. Distribúyela en partes iguales. Y lo harás
como te lo voy a decir. La divides en diez partes. Darás a Miqueas, una para él, otra para Saulo,
otra para Joel, y otra más para Isaías. La otras seis las entregarás a Miqueas para que las
entregue al viejo padre de Yabés, para sí y para sus compañeros. Así podrá tener alguna ayuda”.
Juan de Endor: “Está bien. Pero ¿qué razón les doy?”. Jesús: “Les dirás: «Esto es para que os
acordéis de rogar por un alma que se está redimiendo»”. Juan de Endor: “¡A lo mejor piensan
que soy yo! ¡No sería justo!”. Jesús: “¿Por qué? ¿No te quieres redimir?”. Juan de Endor: “Lo
que no sería justo es que creyeran que yo soy el donador”. Jesús: “No te preocupes, y haz como
te dije”. Juan de Endor: “Obedezco... Concédeme, al menos, aportar algo también yo. Total...
ahora ya no tengo ninguna necesidad. Ya no compro más libros, no tengo gallinas para
alimentar, a mí con muy poco me basta, así que... nada. Ten, Maestro. Me guardo tan solo una
mínima cantidad, para el gasto de las sandalias...” y saca de una bolsa que tenía colgada en la
cintura muchas monedas y las junta con las de Jesús, que le dice: “Dios te bendiga, por tu
misericordia... ■ Juan, dentro de poco nos separaremos, porque te irás con Isaac”. Juan de
Endor: “Lamento, Maestro. De todas formas, obedezco”. Jesús: “También a mí me duele
separarme de ti, pero tengo necesidad de discípulos peregrinos. No me doy abasto. Pronto
enviaré a los apóstoles, después a los discípulos. Lo harás muy bien. Te reservaré para misiones
difíciles. Entre tanto, te formarás con Isaac. Es muy bueno, y el Espíritu de Dios le instruyó
verdaderamente durante su larga enfermedad. Es el hombre que siempre ha perdonado todo...
Separarnos no quiere decir que no nos volveremos a ver. Nos encontraremos frecuentemente y
siempre que nos encontremos hablaré para ti; acuérdate de esto...”. Juan se repliega sobre sí
mismo, esconde su cara entre las manos y, rompiendo bruscamente a llorar, dice quejumbroso:
“Oh, entonces dime pronto algo que me convenza que he sido perdonado... que puedo servir a
Dios... Si supieras cómo veo mi alma, ahora que ha desaparecido el humo del odio... y cómo...
y cómo pienso en Dios...”. Jesús: “Lo sé. No llores. Sé humilde, pero sin descorazonarte. El
desaliento es todavía soberbia. Ten tan solo humildad. ¡Ea, no llores...!”. Juan de Endor poco a
poco se va tranquilizando... Cuando Jesús ve que se calma, le dice: “Ven, vayamos a aquel
montón de manzanos y reunamos a los compañeros y mujeres. Les hablaré a todos. A ti en
particular te diré cómo Dios te ama”.
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* Parábola del hijo pródigo.- ■ Bajan al lugar indicado y, a medida que se van acercando, los
demás se van reuniendo en torno a ellos. Llegan. Se sientan en círculo bajo la sombra del
manzanar. También Lázaro que estaba hablando con Zelote, se une a los demás. Son unas veinte
personas en total. Jesús: “Escuchad. Es una hermosa parábola que os guiará con su luz en
muchos casos. Un hombre tenía dos hijos. El mayor era serio, trabajador, cariñoso, obediente. El
menor era más inteligente que el mayor --el cual realmente era un poco tardo y se dejaba guiar
para no tener que esforzarse en decidir por sí--, si bien era rebelde, disipado, amante del lujo y
del placer, dilapidador y ocioso. La inteligencia es un gran don de Dios, pero es un don que se
debe usar con sagacidad; si no, es como ciertas medicinas que, usadas del modo que no
conviene, lejos de sanar, matan. Su padre --estaba en su derecho y cumplía su deber-- le
instaba para que viviera con más sensatez. Mas no obtenía ningún resultado, aparte del de
recibir contestaciones y de que el hijo se hubiera endurecido más en sus torcidas ideas. En fin,
llegó un día en que después de una disputa muy agria, el hijo menor dijo: «Dame la parte de mis
bienes. Así no oiré más tus reproches y las quejas de mi hermano. Cada uno lo suyo y todo
terminado» Su padre respondió: «Piensa que pronto estarás arruinado. ¿Qué harás entonces?
Piensa que no me voy a comportar con injusticia para favorecerte y que no quitaré de la parte de
tu hermano ni siquiera un céntimo para dártelo». Mas el hijo: «No te pediré nada. Puedes estar
seguro. Dame mi parte». ■ El padre encargó la valoración de las tierras y de los objetos
preciosos, y, viendo que el dinero y joyas sumaban lo que las tierras, dio al mayor los campos y
las viñas, hatos de ganado y olivos, y al menor el dinero y las joyas. El más joven lo vendió
inmediatamente, cambiándolo todo por dinero. Hecho esto, pasados pocos días, se fue a un país
lejano. Allí vivió como un gran señor, despilfarrando todo lo que tenía, en todo tipo de juergas,
haciéndose pasar por el hijo de un rey (pues se avergonzaba de decir «soy un campesino»), con
lo cual renegaba de su padre. Banquetes, amigos y amigas, vestidos, vino, juego... vida disoluta.
Pronto vio mermar sus fondos y aproximársele la pobreza; además, para agravar la pobreza,
sobrevino sobre la región una gran carestía, con lo cual se agotaron los pocos fondos que le
quedaban. ■ Habría podido volver a su padre, pero era soberbio y no quiso. Se dirigió entonces
a un hombre rico de la región, que había sido amigo suyo en los buenos tiempos, y le suplicó:
«Acuérdate de cuando gozaste de mi riqueza, acógeme como siervo tuyo». ¡Daos cuenta de lo
necio que es el hombre!: prefiere ponerse bajo el látigo de un capataz antes que decir a su padre:
«¡Perdóname! ¡Me he equivocado!». Aquel joven había aprendido muchas cosas inútiles con su
despierta inteligencia, pero no había querido aprender lo que dice el Libro del Eclesiástico (Eccl.
3,18): «¡Qué infame es el que abandona a su padre!, ¡cuánto maldice Dios a quien quita la paz
al corazón de su madre!». Era inteligente pero no sabio. Aquel hombre, al que se había
dirigido, como paga de lo mucho que había gozado con las riquezas de este joven necio, le puso
a cuidar los cerdos (estaba en una región pagana y había muchos cerdos). Le encargó de llevar
las piaras a sus pastos. El joven, todo sucio, desgarrado, apestoso, hambriento, --pues la comida
escaseaba para todos los siervos y sobre todo para los de menor grado(él, porquerizo, extranjero,
como le decían burlándose, estaba entre los ínfimos)--, veía que los cerdos se saciaban de
bellotas y suspiraba: «¡Si pudiera también llenar mi estómago con estos frutos! Pero ¡son muy
amargos! Ni siquiera el hambre me los hace ver sabrosos»... y lloraba pensando en los ricos
festines de sátrapa, que hacía poco tiempo, celebraba entre risas, cantos y danzas... y también en
la honrada y bien provista mesa de su casa, ahora lejana, y en cómo su padre dividía para todos
imparcialmente, reservándose para sí siempre la parte menor, contento de ver en sus hijos un
sano apetito... y pensaba también en la parte que aquel hombre justo reservaba para los siervos y
suspiraba: «los trabajadores de mi padre, incluso los ínfimos, tienen pan en abundancia... y yo
aquí me muero de hambre...». Siguió un largo trabajo de meditación, una larga lucha para
destruir la soberbia... ■ Llegó por fin el día en que, renaciendo en humildad y sabiduría, se alzó
y dijo: «¡Me voy a mi padre! Es necio este orgullo que me tiene apresado. ¿Orgullo por qué?
¿Por qué ha de seguir sufriendo mi cuerpo, y más aún mi corazón, pudiendo obtener perdón y
consuelo? Iré donde mi padre. Ya está decidido. ¿Qué le diré? ¡Pues lo que me ha nacido aquí
dentro, en esta abyección, entre estas suciedades, entre los mordiscos del hambre! Le diré:
„Padre, he pecado contera el Cielo y contra ti. Ya no soy digno de que me llames hijo; trátame,
pues, como al último de tus trabajadores, pero... déjame estar bajo tu techo. Que yo te vea
pasar...‟. No podré decirle:...‟porque te amo‟. No lo creería, pero se lo dirá mi vida, y él lo
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comprenderá y, antes de morir, me volverá a bendecir... ¡Sí, lo espero, porque mi padre me
ama!». Habiendo decidido esto, cuando regresó al atardecer al pueblo, se despidió de su patrón
y se puso en camino hacia su casa pidiendo limosna... ■ Ya ve los campos paternos, ya la casa...
y a su padre que dirigía los trabajos. ¡Oh, está más viejo y más delgado, por el dolor, pero
siempre bueno!... ¡Ah, el culpable, al contemplar aquella desgracia que había causado, se detuvo
atemorizado! Pero su padre, volviendo la mirada, le vio... ¡Ah, fue corriendo a su encuentro,
pues todavía estaba lejos, y al llegar a él le echó los brazos al cuello y le besó! El padre fue el
único que reconoció, que vio en ese mendigo abatido a su hijo, y fue el único que tuvo hacia
él un movimiento de amor. El hijo, estrechado por aquellos brazos, con la cabeza apoyada en el
hombro paterno, murmuró entre sollozos: «Padre, permíteme que me postre a tus pies». «No,
hijo mío, a mis pies no; reclina tu cabeza en este pecho mío que ha sufrido tanto con tu ausencia
y que tenía necesidad de volver a la vida sintiendo tu calor». Y el hijo llorando con mayor
fuerza, dijo: «¡Oh, padre mío!, he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de que me
llames hijo; permíteme que viva con tus siervos, bajo tu techo, viéndote, comiendo de tu pan,
sirviéndote, bebiendo tu aliento y... a cada bocado de tu pan, a cada movimiento de tu
respiración, mi corazón, harto corrompido ahora, se reformará, y yo me haré honesto...». ■ Pero
el padre, sin dejar de abrazarle, le llevó donde estaban los siervos, que se habían arremolinado a
distancia para observar lo que sucedía, y les dijo: «Pronto, traed aquí el vestido más hermoso,
perfumadle, vestidle, ponedle calzado nuevo y un anillo en el dedo. Después, tomad un becerro
cebado, matadlo, y preparad un banquete, porque este hijo mío había muerto y ahora ha
resucitado; le había perdido y ha sido encontrado. Quiero que encuentre de nuevo su sencillo
amor de cuando era niño; mi amor y la fiesta de la casa por su regreso se lo deben dar. Debe
entender que sigue siendo para mí el querido hijo menor, como era en su ya lejana infancia,
cuando caminaba a mi lado haciéndome feliz con sus sonrisas y balbuceos». Y los siervos
cumplieron sus órdenes. ■ El hijo mayor estaba en el campo. No supo nada de lo sucedido
hasta su regreso. Al anochecer, de vuelta al hogar, vio que la casa estaba llena de luces, y oyó
que de ella provenían música y rumor de melodías. Llamó a uno de la servidumbre, que corría
atareado y le preguntó: «¿Qué pasa?». El siervo respondió: «¡Ha vuelto tu hermano! Tu padre
ha mandado matar un becerro cebado porque ha recuperado a su hijo sano y salvo, curado de su
grave mal. Y ha ordenado celebrar un banquete. Solo faltas tú para empezar la fiesta». Mas el
primogénito montó en cólera, porque le parecía una injusticia el que se hiciera tanta fiesta en
honor de su hermano menor, el cual, además de ser el menor, había sido malo y no quiso entrar;
no solo eso, sino que quería alejarse de la casa. ■ Advirtieron al padre de lo que estaba
sucediendo. Se apresuró a salir, siguió al hijo y le dio alcance. Trató de convencerle y le rogó
que no amargase su alegría. Pero el primogénito respondió a su padre: «¿Cómo quieres que no
me altere? Estás actuando injustamente con tu primogénito, le estás despreciando. Desde que he
podido empezar a trabajar, hace ya muchos años, te he servido. Jamás he desobedecido ninguna
de tus órdenes, ni siquiera he contrariado un deseo tuyo. Siempre he estado a tu lado, y te he
amado por dos para curar la llaga que te causó mi hermano. Y ni siquiera me has dado un
cabrito para comérmelo con mis amigos. Sin embargo, a éste que te ofendió... que te abandonó,
holgazán y dilapidador, y que vuelve ahora traído por el hambre, a él le haces honores y por él
matas el mejor becerro. ¿Vale la pena, entonces, ser trabajador y abstenerse de vicios? ¡No has
actuado correctamente conmigo!». ■ Entonces dijo el padre, estrechándole contra su pecho:
«¡Oh, hijo mío! ¿cómo puedes imaginar que no te quiero, por el hecho de no haber extendido un
velo de fiesta sobre tus obras? Tus obras son de por sí santas. Por tus obras te alaba el mundo.
Sin embargo, este hermano tuyo tiene necesidad de que su imagen, ante el mundo y ante sí
mismo, sea restaurada. ¿Acaso crees que no te amo por el hecho de que no te recompense
visiblemente? Durante todo el día, en cada movimiento de mi respiración, en cada pensamiento,
te tengo presente en mi corazón; cada instante que pasa te bendigo. Tienes el premio continuo
de estar siempre conmigo y todo lo que tengo es tuyo. Era justo hacer un banquete, dar una
fiesta, por este hermano tuyo que había muerto y ha resucitado para el Bien; que se había
extraviado y ha vuelto a nuestro amor». Y el primogénito cedió. ■ De igual modo, amigos
míos, sucede en la casa del Padre. Todo aquel que se vea como el hijo menor de la parábola
piense también que, si le imita en su retorno al Padre, el Padre le dirá: «No te arrojes a mis pies,
sino sobre mi corazón que ha sufrido con tu ausencia y que ahora está feliz con tu regreso».
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Quien esté en las condiciones del hijo primogénito, sin culpa ante el Padre, que no sea celoso de
la alegría paterna; antes bien, se una a ella amando a su hermano redimido. Esto es todo.
Quedaos Juan de Endor y Lázaro. Los demás vayan a preparar la mesa. Dentro de poco vamos
también nosotros”. Se retiran todos. Cuando Jesús, Lázaro y Juan están solos, Jesús dice a
Lázaro y a Juan: “Así sucederá con la querida alma que esperas, Lázaro; y así sucede con tu
alma, Juan. La bondad de Dios rebasa toda medida”...
* “Judas ha vuelto, haced como el primogénito de la parábola después de que le habló su
padre”.- ■ ...Los apóstoles, junto con la Madre de Jesús y las mujeres, se dirigen a la casa,
precedidos todos por Marziam, que va saltando, presuroso, delante. No obstante, el niño
enseguida vuelve hacia atrás, toma a María de la mano y le dice: “Ven, conmigo, que te debo
decir a solas una cosa”. Ella accede a su petición; así que tuercen hacia el pozo, que se
encuentra en un ángulo del patio, cubierto por un emparrado, que desde el nivel del suelo sube,
formando un arco, hasta la terraza. Detrás está Iscariote. Virgen: “Judas, ¿qué quieres? Déjanos,
Marziam... Habla... ¿Qué quieres?”. Iscariote: “Me siento culpable... No me atrevo a ir al
Maestro ni a verme con mis compañeros... Ayúdame...”. Virgen: “Te ayudaré. Pero ¿no tienes
idea del dolor que causas? Mi Hijo ha llorado por tu causa. Tus compañeros han sufrido. Pero
ven. Nadie te dirá nada. Y si puedes, no vuelvas a caer en esto mismo, que es indigno de un
hombre y sacrílego respecto al Verbo de Dios”. Iscariote: “Y tú, Madre, ¿me perdonas?”.
Virgen: “¿Yo? Yo no cuento nada al lado de ti que te crees tan grande. Soy la más pequeña de
las siervas del Señor. ¿Por qué te preocupas de mí, si no tienes piedad de mi Hijo?”. Iscariote:
“Porque también yo tengo madre, y pienso que si tú me perdonas, ella también me perdonará”.
Virgen: “Ella no conoce esta falta tuya”. Iscariote: “Pero ella me había hecho jurar que yo sería
bueno con el Maestro. Soy un perjuro. Siento en mi alma el reproche de mi madre”. Virgen:
“¿Eso es lo que sientes? ¿Y no percibes la queja y el reproche del Padre y del Verbo? ¡Oh, eres
un desgraciado, Judas! Siembras dolor en ti y en quien te ama”. María tiene un rostro serio y
triste. No habla con brusquedad, sino con mucha seriedad. Judas se echa a llorar. Virgen: “No
llores. Procura corregirte. ■ Ven” y le toma de la mano y entra así en la cocina. El estupor se
dibuja en todos los rostros. María se adelanta a posibles reacciones poco compasivas diciendo:
“Judas ha regresado. Haced como el primogénito de la parábola después de que le habló su
padre. Juan, ve a avisar a Jesús”. Juan de Zebedeo sale a la carrera. Hay gran silencio en la
cocina... Lo rompe Judas diciendo: “Perdonadme. Tú el primero, Simón, tú que tienes un
corazón paternal. Soy también yo un huérfano”. Pedro: “Sí, sí, te perdono. Por favor, no
hablemos más de eso. Seamos hermanos... y no me gustan esos altos y bajos de perdones
pedidos y de recaídas; son denigrantes, tanto para quien lo comete como para quien lo concede.
Ahí está Jesús. Ve a Él y... basta”. Judas se va hacia Jesús, entre tanto que Pedro se desahoga
rompiendo leña seca... (Escrito el 30 de Junio de 1945).
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1
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Nota : Lc. 15,11-32
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(<Jesús termina la permanencia en Betania con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos: con la
parábola de las diez vírgenes [Mt. 25,1-13], relatada en el episodio 2-606-302 en el tema “Salvación”,
estando presentes los campesinos de Yocana, y con la parábola del rey que celebra las bodas de su hijo
[Mt. 22,1-14] relatada en el episodio 3-206-308 en el tema “Riqueza-Pobreza”, teniendo presente “a
nuestros pobres amigos que han partido”. Ha terminado ya con la última>).
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3-206-312 (4-68-415).- Jesús se despide de Betania.- “Judas, el Templo es sede del Crimen...
mas no ha llegado todavía la hora de que me maten”.
* “El año pasado, con la expulsión de los mercaderes del Templo purifiqué la casa de Dios
de las suciedades materiales... Ahora el Templo es sede de conjura y después del Crimen,
finalmente será destruido”.- ■ Jesús lleva a cabo la siempre majestuosa bendición mosáica.
Acabado el gesto, todos se ponen de pie. Cada uno se va a su casa; solo Lázaro sigue todavía a
Jesús. Entra con Él a la casa de Simón Zelote para estar aún en su compañía. Entran también
todos los demás. Iscariote, avergonzado, se pone en un rincón semioscuro; no se atreve a
acercarse a Jesús, como hacen los demás... Lázaro se congratula con Jesús. Dice: “Siento que te
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marches, pero estoy más contento que si te hubiese visto marcharte anteayer”. Jesús: “¿Por qué,
Lázaro?”. Lázaro: “Porque te veía muy triste y cansado... No hablabas, sonreías poco... Ayer y
hoy has vuelto a ser mi santo y dulce Maestro, y esto me causa alegría”. Jesús: “Lo era, aunque
guardase silencio...”. Lázaro: “Lo eras, sí; pero Tú eres no sólo serenidad sino también palabra.
Esto buscamos en Ti. Bebemos en estas fuentes nuestra fuerza, y estas fuentes parecían sin
agua. Teníamos una gran sed... Tú ves que hasta los gentiles se han admirado, y vinieron a
buscarlas...”. ■ Iscariote, a quien se había acercado Juan de Zebedeo, se atreve a hablar: “Sí, me
habían preguntado también a mí... porque estaba muy cerca de la Antonia, con la esperanza de
verte”. Jesús responde escuetamente: “Sabías dónde estaba Yo”. Iscariote: “Lo sabía, pero no
esperaba que pudieras decepcionar a quienes te aguardaban. También los romanos se sintieron
decepcionados. No sé por qué has actuado así...”. Jesús: “¿Y tú me lo preguntas? ¿No estás al
corriente del estado de ánimo del Sanedrín, de los fariseos y de otros, respecto a Mí?”. Iscariote:
“¿Quieres decir que tenías miedo?”. ■ Jesús: “No. Asco. El año pasado cuando estaba solo -uno solo contra todo un mundo que ni siquiera sabía que era Yo profeta--, mostré no tener
miedo. Y tú fuiste ganado con mi audacia. Hice oír mi voz contra todo un mundo de gente que
gritaba. Hice oír la voz de Dios en un pueblo que la había olvidado; purifiqué la Casa de Dios
de las suciedades materiales que tenía. No pretendía limpiarla de las bajezas morales, mucho
más graves, que anidan en ella, porque no ignoro el futuro de los hombres. Lo hice para cumplir
con mi deber; por el celo de la casa del Señor eterno convertida en una plaza, en que se oían las
voces de mercachifles, usureros y ladrones; lo hice para sacar del adormecimiento a quienes
siglos de abandono sacerdotal habían hecho caer en el letargo espiritual. Fue el toque de llamada
a mi pueblo para llevarlo a Dios... He regresado este año... y he visto que el Templo es siempre
el mismo... Incluso ha empeorado. Ha pasado de ser cueva de ladrones a ser sede de conjura, y
después se convertirá en sede del Crimen, y luego en un lupanar, para terminar destruido a
manos de una fuerza más poderosa que la de Sansón que aplastará a una casta indigna de
llamarse santa. Es inútil hablar en ese lugar, en el que, te recuerdo, me prohibieron hablar.
¡Pueblo desleal a la palabra dada, envenenado en sus jefes, pueblo que se atreve a prohibir a que
hable la Palabra de Dios en su Casa! Sí, me fue prohibido. He guardado silencio por amor a los
más pequeños. No ha llegado todavía la hora de que me maten. Muchos tienen necesidad de Mí,
y mis apóstoles no están todavía fuertes para recibir en sus brazos mi prole: el Mundo. No
llores, Madre, perdona, tú que eres buena, esta necesidad de tu Hijo de decir, a quienquiera o
puede engañarse, la verdad que sé... Yo callo... pero ¡ay de aquellos por los cuales Dios calla!...
Madre, Marziam, ¡no lloréis!... Os lo ruego. Que nadie llore”. Pero en realidad todos lloran más
o menos dolorosamente. ■ Judas, pálido como un muerto, con ese vestido amarillo suyo de
rayas amarillas y rojas, tiene la osadía de insistir, con una voz plañidera y ridícula: “Créeme,
Maestro, que estoy confuso y apenado... No sé qué quieres decir... Yo no sé nada... De veras que
no he visto a ninguno de los del Templo, pues he roto los contactos con todos... Pero si Tú lo
dices, verdad será...”. Jesús: “Judas... ¿tampoco has visto a Sadoc?”. Judas inclina la cabeza
rezongando: “Es un amigo... Le he visto como amigo, no como uno del Templo...”. ■ Jesús no
le responde. Se dirige a Isaac y a Juan de Endor a quien vuelve a hacer recomendaciones
pertinentes a su trabajo. Entre tanto las mujeres consuelan a María que llora y al niño que llora
al ver llorar a María. Lázaro y los apóstoles están muy tristes. Jesús, que presenta de nuevo su
dulce sonrisa, se acerca a ellos, y, mientras abraza a su Madre y acaricia al niño, dice: “Y ahora
me despido de vosotros que os quedáis, porque mañana al amanecer partiremos. Adiós, Lázaro.
Adiós, Maximino. José, te agradezco las atenciones que tuviste para con mi Madre y demás
discípulos en este período de espera mientras Yo llegaba. Gracias por todo. Lázaro, da mi
bendición a Marta. Regresaré pronto. Ven, Madre, a descansar. También tú, María (de Alfeo) y
tú Salomé (María de), si queréis venir”. Los dos Marías dicen:“¡Sí, claro que vamos!”. Jesús:
“Entonces a descansar. La paz sea con todos. Dios esté con vosotros”. Hace una señal de
bendición y sale llevando por la mano al niño y estrechando a su Madre... La permanencia en
Betania ha terminado. (Escrito el 1 de Julio de 1945).
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--------------------000-------------------(<Desde Betania se dirigen hacia Belén. Al lado de Jesús van su Madre, María de Alfeo y María
Salomé. Le siguen los apóstoles y el niño. La Virgen les va indicando los lugares transitados por Ella y
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José, hace treinta y dos años, en su camino a Belén. Ya en Belén visitan la gruta del nacimiento,
describiendo, la Virgen, todas las circunstancias que rodearon al Nacimiento. Se sientan después a la
sombra de un manzano>).
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3-207-323 (4-69-427).-J. Iscariote pregunta: “¿El Verbo no habría podido aparecer en forma
adulta? Se envileció naciendo como nacen los hombres”.
* “Yo tengo cuerpo real y María es la Madre del Verbo Encarnado. Mi nacimiento fue
solo un éxtasis, porque Ella es la nueva Eva sin peso de culpa ni herencia de castigo”.- ■
Zelote, hablando con sus compañeros, dice: “¡Cómo se percibe que desciende de David! ¡Qué
sabiduría! ¡Qué poesía!”. Interviene Iscariote, que, aún bajo los sentimientos de días anteriores,
a pesar de que esté tratando de volver a tener la misma franqueza de antes, habla poco: “Pues
bien, yo quisiera entender por qué de la necesidad de esta Encarnación. De acuerdo que el único
que con su palabra puede vencer a Satanás es Dios, de acuerdo que Dios es el único que puede
tener el poder de redención, no lo pongo en duda; pero, en fin, me parece que el Verbo no debía
de haberse humillado tanto naciendo como los demás hombres, y sujetándose a las miserias de
la infancia, etc. ¿No habría podido aparecer con forma humana, ya adulta, o, si es que quería
tener una Madre, elegírsela adoptiva, como hizo para el padre? Me parece que una vez se lo
pregunté, pero no me respondió ampliamente, o al menos no lo recuerdo”. Tomás dice:
“Pregúntaselo, dado que estamos en el tema...”. Iscariote: “Yo no. Ya le he hecho disgustarse y
todavía no me siento perdonado. Preguntádselo vosotros por mí”. Santiago de Zebedeo le
replica: “Pero, hombre, nosotros aceptamos todo sin pedir tantas dilucidaciones, y ¿tenemos
que ser nosotros quienes hagan preguntas? ¡No es justo!”. Jesús pregunta: “¿Qué es lo que no es
justo?”. Hay un momento de silencio; luego Zelote, haciéndose intérprete de todos, repite las
preguntas de Judas de Keriot y las respuestas de otros. ■ Jesús: “No te guardo rencor. Esto ante
todo. Hago las observaciones necesarias, sufro y perdono. Lo digo para quien todavía tiene
miedo, fruto todavía de su turbación. En cuanto a mi real Encarnación, digo: Es justo que haya
sido en este modo. En el futuro, muchos caerán en errores acerca de mi Encarnación,
atribuyéndome precisamente esas formas erradas que Judas querría que Yo hubiera asumido:
Hombre, aparentemente con cuerpo compacto, pero, en realidad, volátil como un juego de luces,
siendo, por tanto, y no siendo al mismo tiempo, carne real. Y la maternidad de María sería tal, y
al mismo tiempo, no lo sería. En verdad, Yo tengo cuerpo real y María, en verdad, es la Madre
del Verbo Encarnado. Si la hora del nacimiento fue solo un éxtasis, la razón es, porque Ella es la
nueva Eva sin peso de culpa ni herencia de castigo. Descansar en Ella no fue una humillación
para Mí. ¿Rebajaba acaso al maná el tenerlo dentro del Tabernáculo? Al contrario: estar en esa
morada era honor”.
* “En verdad: como Dios soy Uno con el Padre eternamente y como hombre estoy unido
a Dios”.- ■ Jesús: “Otros dirán que Yo, no teniendo cuerpo real, no padecí ni morí durante mi
paso por la tierra. Sí, no pudiendo negar que Yo existí, se negará mi Encarnación real, o mi
Divinidad verdadera. En verdad os digo que Yo soy Uno con el Padre eternamente y estoy
unido a Dios como hombre, pues en verdad le era posible al Amor en su Perfección alcanzar lo
inalcanzable, revistiéndose de Carne para salvar a la carne. A todos estos errores responde mi
vida entera, que da sangre desde mi nacimiento hasta la muerte, y que se ha sujetado a todo lo
humano, excepto el pecado”.
* “Vosotros no sabéis cómo se ablanda a Justicia ante la Mujer, su colaboradora”.- ■
Jesús: “Sí, he nacido de Ella, y por vuestro bien. Vosotros no sabéis cómo se ablanda la Justicia
desde que tiene a la Mujer como su colaboradora. ¿Estás contento ahora, Judas?”. Iscariote: “Sí,
Maestro”. Jesús: “Haz tú también lo propio conmigo”. Iscariote agacha la cabeza avergonzado,
y... tal vez emocionado ante una tanta bondad. Se quedan allí por un poco más de tiempo bajo el
manzano. Unos duermen, otros dormitan... (Escrito el 3 de Junio de 1945).
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--------------------000-------------------(Han pasado por Betsur. En Betsur vive Elisa (1), una antigua compañera de la Virgen en el Templo, y
pariente suya lejana, que está pasando unos momentos muy amargos por la muerte de su esposo Abraham
de Samuel y de sus dos hijos. Jesús, después de haberla consolado y haberla dejado en compañía de la
Virgen y de Simón Zelote, sigue con los demás el viaje a Hebrón).
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3-210-341 (4-72-445).- Las inquietudes de J. Iscariote durante el camino hacia Hebrón,
provocan esta afirmación del manso Andrés: “A nosotros nos llamó. A ti, no”.
* Una crítica de Iscariote sobre una supuesta acepción de personas que hace Jesús
provoca indignación y respuesta dura- ¿El lugar donde vivió Adán y murió Abel?.- ■
Iscariote, que va polemizando en un grupo donde están María de Alfeo, Salomé, Andrés y
Tomás, dice irónico: “Hombre, no creo que tengáis intención de ir en peregrinación a todos los
lugares famosos de Israel”. María de Cleofás pregunta: “¿Por qué no? ¿Quién nos lo prohíbe?”.
Iscariote: “¡Pues yo! Mi madre hace tiempo que me espera...”. Salomé dice: “Pues ve a casa de
tu Madre. Ya te alcanzaremos después”. Y parece añadir mentalmente: “Nadie se afligirá por tu
ausencia”. Iscariote: “¡De ninguna manera! Voy con el Maestro. Ya de hecho no va su Madre
como estaba determinado. Y esto no me gusta porque había prometido que iría”. Salomé: “Se
quedó en Betsur por una obra buena. Esa mujer era muy infeliz”. Iscariote: “Jesús podía haberla
curado inmediatamente, sin necesidad de hacer que vuelva en sí poco a poco. No sé por qué
ahora no es partidario de milagros llamativos”. Andrés dice con serenidad: “Si así ha obrado,
razones habrá tenido”. ■ Iscariote: “¡Sí, y así pierde prosélitos! ¡Qué desilusión la permanencia
en Jerusalén!: cuanta más necesidad hay de cosas resonantes, tanto más Él se agazapa en la
sombra. Cuántas ilusiones me había formado por ver, por combatir...”. Interviene Tomás:
“Perdona la pregunta... pero ¿qué querías ver?, ¿a quién querías combatir?”. Iscariote: “¿Qué?
¿A quién? ¡Hombre, pues ver sus obras milagrosas y no tener que enfrentarme después a
quienes dicen que es un falso profeta o un endemoniado! ¡Porque dicen esto! Dicen que si
Belzebú no le apoya, no es más que un pobre hombre. Y dado que se sabe que Belzebú cambia
caprichosamente de humor y que se deleita en tomar y dejar, como hace el leopardo con la
presa, y, dado que los hechos justifican este pensamiento, pues me preocupa el pensar que Él no
hace nada. ¡Quedamos por los suelos! Somos los apóstoles de un Maestro... todo doctrina, sí,
eso es innegable, pero nada más”. La brusca pausa de Judas después de la palabra «Maestro»
hace pensar que quería decir algo que iba a ser peor.■ Las mujeres están atónitas y María de
Alfeo, como pariente de Jesús, dice claro: “A mí no me asombra eso, sino de que Él te soporte,
¡muchacho!”. Andrés, el siempre manso Andrés, pierde la paciencia y rojo, encolerizado --muy
parecido raras veces a su hermano-- grita: “Pero ¡lárgate! y ¡así no te quedarás mal por culpa
del Maestro! ¿Quién te ha llamado? A nosotros nos llamó. No a ti. Tuviste que insistir muchas
veces para que te aceptase. Tu te impusiste. ¡No sé por qué no les cuento todo a los demás!...”.
Iscariote: “Con vosotros no se puede hablar. Tienen razón en llamarnos pendencieros o
ignorantes...”. Tomás, para apartar la tempestad que se acerca, dice burlón: “Pues bien, tampoco
yo no comprendo dónde encuentras que el Maestro está equivocado. Y yo no tenía noticia de
estos cambios caprichosos del demonio. ¡Pobrecito! Sin duda tiene que ser raro; si hubiera sido
inteligente, no se hubiera rebelado contra Dios. De todas formas, lo tendré en cuenta”. Iscariote:
“No te burles, que no estoy de broma. ■ ¿Puedes decir que se ha hecho notar en Jerusalén
acaso? Pero si hasta el mismo Lázaro lo dijo...”. La carcajada de Tomás retumba en el
ambiente... y, riéndose todavía --su risa ya de por sí ha desorientado a J. Iscariote--, dice: “¿Que
no hizo nada? Ve a preguntárselo a los leprosos de Siloán y de Hinnom. Mejor: en Hinnom no
encontrarás a nadie porque todos fueron curados. Si tú no estabas es porque tenías prisa de irte
con tus... amigos y por esto lo ignoras, pero esto no quita que los valles de Jerusalén y otros
muchos, resuenen con los gritos de hosanna de los curados”, concluye serio Tomás y luego
enérgico continúa: “Tú estás enfermo de bilis, amigo; que todo te lo amarga y te lo hace ver
verde todo. Debe ser una enfermedad que se encuentra en ti. Y creo que es poco agradable
convivir con uno como tú. Corrígete. No diré nada a nadie, y si estas buenas mujeres me
escuchan, se callarán como yo, y como lo hará Andrés. Pero corrígete. No te sientas defraudado,
porque aquí no hay ninguna desilusión. Ni te sientas necesario del Maestro. Si Él se comportó
de este modo con la pobre mujer Elisa, señal es que estaba bien proceder así. Deja que las
serpientes silben y arrojen su veneno como les venga en gana. No te tomes el cuidado de querer
ser intermediario entre Él y ellos, y mucho menos aún te avergüences de estar con Él. Aunque
no curase en lo sucesivo ni siquiera un resfriado, ello no quitaría para que siguiera siendo
poderoso. Su palabra es un continuo milagro. Y ponte en paz. No tenemos detrás los arqueros.
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Llegaremos --a fe mía-- llegaremos a convencer al mundo de que Jesús es Jesús. Tranquilízate
también, que si María prometió ir a casa de tu madre, irá. Entre tanto nosotros peregrinamos por
estas hermosas tierras. ¡Nuestro trabajo es éste!, y ¡seguro! ■ Vamos a darles a las discípulas la
satisfacción de ir a ver la tumba de Abraham, su árbol y luego la tumba de Jesé y... ¿qué otra
cosa dijisteis?”. Salomé: “Cuentan que es el lugar en donde vivió Adán y donde fue muerto
Abel...”. Iscariote arguye: “Las acostumbradas leyendas sin sentido...”. Tomás: “Dentro de un
siglo se dirá que fue leyenda la gruta de Belén y otras cosas iguales. Además, ¡perdona! Tú
quisiste ir a aquella hedionda cueva de Endor, que --creo que estarás de acuerdo conmigo-- no
pertenecía precisamente a un ciclo santo; ¿no te parece? Bueno, pues ellas vienen aquí, donde se
dice que hay sangre y cenizas de santos. ■ De Endor nos ha venido Juan, ¿quién sabe...?”.
Iscariote se mofa: “Hermosa conquista, ¡Juan!”. Tomás: “En su cara no lo será, pero en su alma
puede serlo más que nosotros”. Iscariote: “Sí, precisamente su alma... ¡con ese pasado suyo!”.
Tomás: “Cállate. El Maestro dijo que no debíamos recordarlo”. Iscariote: “¡Qué fácil eso! Ya
quisiera ver yo, si yo hiciera algo parecido, ¡si lo recordaríais o no!”. Tomás: “Adiós, Judas. Es
mejor que estés solo. Estás demasiado inquieto. ¡Si al menos supieras lo que te pasa!”. Iscariote:
“¿Qué me pasa, Tomás? Pues lo que me pasa es que veo que a nosotros se nos deja a un lado
por los últimos que llegan; lo que me pasa es que veo que todos son preferidos a mí; lo que me
pasa es que veo cómo se aguarda la ocasión de que no esté yo para que se enseñe a orar. Y
¿quieres que me gusten estas cosas?”. Tomás: “No agradan, de acuerdo, pero te debo recordar
que si hubieses estado con nosotros para la cena pascual, habrías también estado con nosotros,
cuando el Maestro nos enseñó la oración. Y, por lo que respecta a que se nos deje de lado por
los primeros que llegan, no lo veo. ¿Te refieres a ese pobre inocente? o ¿por el pobre Juan?”.
Iscariote: “Por los dos. Jesús casi no nos habla, mírale incluso ahora... Está allí, sin ninguna
prisa, háblate que te habla con el niño. ¡Pues va a tener que esperar un poco de tiempo a poderle
incluirle entre los discípulos! ¿Y el otro?... Nunca será discípulo: es demasiado soberbio, culto,
duro de corazón, y con malas tendencias. Y, sin embargo: «Juan aquí, Juan allá...»”.Tomás:
“Padre Abraham, ¡sostenme la paciencia! Y ¿en qué te parece que el Maestro prefiera a otros
antes que a ti?”. Iscariote: “Pero ¿no lo ves también ahora? Cuando llegó la hora de partir de
Betsur --después de detenerse para instruir a tres pastores a los que perfectamente podía instruir
Isaac--, ¿a quién deja con su Madre? ¿A mí?, ¿a ti?... ¡No! Deja a Simón. ¡A un viejo que casi
no habla!...”. Tomás replica pronto: “Pero que lo poco que dice siempre lo dice bien”. ■ Ahora
Tomás se ha quedado solo con Judas, porque las mujeres, con Andrés, se han separado y van
adelante ligeras, como huyendo de un tramo de camino lleno de sol.
* Jesús da respuesta a las inquietudes de Iscariote y alaba a Simón Zelote.- Pedro en la
escuela de Jesús siente que se rejuvenece mientras que en aquella otra del gruñón Elíseo
de aquellos tiempos...-..”.- ■ Los dos apóstoles están tan acalorados que no oyen que Jesús se
ha acercado, pues el rumor de sus pasos se pierden completamente en el polvo del camino. Pero
si Él no hace ruido, ellos gritan por diez, y Jesús oye. Detrás de Él vienen también Pedro,
Mateo, los dos primos del Señor, Felipe y Bartolomé y los dos hijos de Zebedeo, llevando en
medio a Marziam. Jesús dice: “Dijiste bien, Tomás. Simón habla poco, pero lo poco que dice, lo
dice siempre bien. Es una mente equilibrada y un corazón honesto; pero, sobre todo, una muy
buena voluntad. Por esto le dejé con mi Madre. Es un caballero y además uno que conoce la
vida, que ha sufrido y que es de edad. Por tanto --y digo esto porque me imagino que puede
haber a quien parezca injusta la elección-- era el más adecuado para quedarse. Judas, no podía
permitir que mi Madre permaneciese sola --y era justo dejarla-- con una mujer todavía enferma:
mi Madre terminará así la obra que empecé. Tampoco podía dejarla con mis hermanos, ni con
Andrés, Santiago o Juan, y tampoco contigo. Si no entiendes las razones, no sé qué decir...”.
Iscariote: “Porque es tu Madre, joven, bella y la gente...”. ■ Jesús: “¡No! La gente siempre
tendrá fango en su pensamiento, en sus labios y en sus manos, y sobre todo en el corazón: la
gente deshonesta, que ve sus sentimientos en los demás. Pero su fango no me interesa; se cae
por sí una vez seco. Preferí a Simón porque es de edad y no recordaba demasiado a los hijos
muertos de esa mujer desolada; vosotros, jóvenes, los habríais recordado con vuestra juventud...
Simón sabe velar y pasar desapercibido, jamás exige algo, sabe compadecer; sabe velar sobre sí
mismo. Podía haber escogido a Pedro. ¿Quién mejor que él para estar cerca de mi Madre? Pero
Pedro es muy impulsivo todavía. ¿Ves cómo se lo digo en su cara y no se ofende? Pedro es
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sincero, ama la sinceridad incluso cuando le supone un perjuicio. Podía haber escogido a
Natanael, pero nunca ha estado en Judea. Simón, por el contrario, la conoce bien, servirá mucho
para guiar a mi Madre a Keriot. Sabe bien dónde está tu casa de campo y la de la ciudad, así que
no hará...”. ■ Iscariote: “Pero... ¡Maestro!... ¿Tu Madre irá realmente a ver a la mía?”. Jesús:
“Ya se había dicho. Y cuando una cosa se dice, se hace. Iremos lentamente deteniéndonos a
evangelizar por estas regiones. ¿No quieres que evangelice tu Judea?”. Iscariote: “Oh, sí
Maestro. Creía... pensaba”. Jesús: “Más que todo es que te creas sufrimientos con las quimeras
que sueñas contigo. En la segunda fase de la luna de Ziv estaremos todos en casa de tu madre.
Nosotros, esto es, también mi Madre y Simón. Por ahora Ella está evangelizando en Betsur,
ciudad judía, de la misma forma que Juana (de Cusa) evangeliza en Jerusalén con una joven
(Analía) y un sacerdote que fue leproso (Juan). También Lázaro con Marta y el viejo Ismael
evangelizan Betania. En Yutta evangeliza Sara, y en Keriot ciertamente tu madre habla del
Mesías. No puedes afirmar que dejo a Judea sin voces. Antes bien doy a ella, cerrada y
obstinada, más que a otras regiones, las voces más dulces, las de las mujeres --que a la palabra
unen ese arte fino suyo y son maestras en conducir los corazones a donde quieren--, además de
las del santo Isaac y de mi amigo Lázaro. ■ ¿Ya no dices más? ¿Por qué casi quieres llorar,
caprichoso niñote? ¿De qué te sirve envenenarte con las sombras? ¿Tienes todavía algún motivo
para estar intranquilo? ¡Animo! Habla...”. Iscariote: “Soy malo... y Tú eres bueno. Tu bondad
siempre me impresiona: ¡es siempre tan fresca y nueva...!. Yo... yo nunca sé decir cuándo la
encuentro en mi camino”. Jesús: “Dijiste bien. No lo puedes saber. Pero es porque no es ni
fresca ni nueva, sino eterna, Judas; omnipresente, Judas... ■ ¡Oh! ved que llegamos a las
cercanías de Hebrón, y María y Salomé con Andrés nos hacen grandes gestos. Vamos. Están
hablando con unos hombres. Les habrán preguntado en dónde están los lugares históricos. Tu
madre rejuvenece, hermano mío, con estos recuerdos”. Judas Tadeo sonríe al primo que a su vez
le envía una sonrisa. Pedro dice: “Rejuvenecemos todos. Me parece estar en la escuela. Pero una
hermosa escuela, mejor que la de aquel gruñón de Eliseo. ¿Te acuerdas de él, Felipe?... pero las
pilladas que cometíamos, ¡bah! Aquella historia de la tribu: «Decid las ciudades de las tribus»,
«No las habéis dicho en coro... Repetidlas...», «Simón, pareces una rana dormida. Quédate atrás.
Empezad desde el principio». ¡Ay, veía todo nombres de ciudades y países de viejísimos
tiempos y no sabía otra cosa! Por el contrario, aquí se aprende verdaderamente. ¿Sabes,
Marziam?, uno de estos días tu padre, ahora que ya sabe, irá a hacer el examen...”. Todos se
echan a reír, mientras se dirigen a donde están Andrés y las mujeres. (Escrito el 6 de Julio de
1945).
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1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Elisa de Betsur.
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--------------------000-------------------(<Después de pasar por Hebrón, patria del Bautista, donde han sido recibidos muy bien, y por Yutta,
llegan a Keriot. En estos momentos la visión se desarrolla en la sinagoga>) .
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3-213-362
(4-75-464).- En Keriot una profecía de Jesús y comienzo de la predicación
apostólica.
* Jesús revela al pueblo de Keriot una profecía sobre una traición.- ■ En el interior de la
sinagoga de Keriot. En el mismo lugar en que cayó muerto Saúl, tras haber visto la gloria futura
del Mesías. Y en este lugar, en un grupo compacto del que sobresalen Jesús y Judas --los dos
más altos; de rostro resplandeciente ambos, uno por su amor, el otro por la alegría de ver su
ciudad que ha sido fiel al Maestro y que recibe honra con pomposo homenaje-- están las
personalidades de Keriot; luego, más distantes de Jesús, apretujados como granos dentro de un
saco, están los habitantes del pueblo, que llenan completamente la sinagoga, donde, a pesar de
que estén abiertas las puertas, no se respira. Cierto es que, queriendo honrar y escuchar al
Maestro, al final terminan en crear una gran confusión y un rumor tal que no permite oír nada.
Jesús soporta y calla. Los demás pierden la paciencia y hacen señas gritando: “¡Silencio!”. Pero
su grito se pierde en el alboroto como se pierde un grito lanzado en una playa en tempestad.
Judas sabe lo que debe hacerse. Sube a un banco alto y hace chocar entres sí las lámparas, que
penden cual racimo. El metal resuena sonando cual instrumentos musicales. La gente se calma y
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finalmente puede oírse la voz de Jesús. Dice al sinagogo: “Dame el décimo rollo de aquel
estante”. Se lo dan, lo desenrolla y devuelve al sinagogo diciéndole: “Lee el capítulo 4º de la
historia, 2º de Macabeos”. El sinagogo obediente lee. Ante la imaginación de los presentes
pasan las dificultades de Onías, los errores de Jasón, las traiciones y robos de Menelao.
Termina el capítulo. El sinagogo mira a Jesús que ha escuchado atentamente. ■ Jesús le hace
señal de que basta. Se vuelve al pueblo: “En la ciudad de mi queridísimo discípulo, no voy a
pronunciar las palabras acostumbradas de enseñanza. Estaremos aquí por algunos días y quiero
que sea él quien os las transmita. Porque quiero que empiece aquí el contacto directo, el
continuo contacto entre los apóstoles y el pueblo. Se tomó esta decisión en la alta Galilea y tuvo
allí su primera, fugaz manifestación radiante, pero la humildad de mis discípulos hizo que ellos
mismos se retirasen a un segundo plano, porque temen no poder hacerlo y a usurpar mi lugar.
¡No! Deben hacerlo. Lo harán bien y ayudarán a su Maestro. Así que aquí, uniendo en único
amor los confines galileo-fenicios con las tierras de Judá, las más meridionales, las que lindan
con las comarcas del sol y de las arenas, debe empezar la verdadera predicación apostólica. El
Maestro solo ya no puede responder a las necesidades de la gente; además, conviene que los
aguiluchos dejen el nido y emprendan sus primeros vuelos mientras está vivo con ellos el Sol, y
Él con su ala fuerte los sostiene. Por esta razón, Yo, durante estos días seré, sí, vuestro amigo y
vuestro auxilio; pero la palabra vendrá de ellos, que irán esparciendo la semilla que de Mí han
recibido. No os adoctrinaré, por tanto, públicamente; ■ de todas formas, os concederé algo que
es un privilegio, una profecía. Os ruego que la recordéis cuando lleguen aquellos días, cuando el
suceso más horrible que haya presenciado el género humano vele el sol, y, en las tinieblas, los
corazones corran el riesgo de ser inducidos a cometer juicios erróneos. No quiero que seáis
llevados al error, vosotros que desde el primer momento fuisteis buenos conmigo. No quiero
que el mundo vaya a decir: «Keriot fue enemigo del Mesías». Yo soy Justo y no puedo permitir
que os carguen culpas respecto a Mí ni los que me odian ni los que me aman, espoleados por sus
respectivos sentimientos. Y si no se puede pretender de una familia numerosa igual santidad en
todos los hijos, tampoco de una ciudad muy poblada. De forma que sería grave anticaridad
afirmar por un hijo malo o por uno de los ciudadanos no bueno: «Toda la familia o toda la
ciudad sea maldita». Así pues escuchad; acordaos a su tiempo; sed fieles siempre; que, de la
misma forma que Yo os amo tanto que quiero defenderos de una acusación injusta, así vosotros
sepáis amar a los no culpables, siempre, quienesquiera que sean, cualesquiera fueran sus
relaciones de parentesco con los culpables. ■ Escuchad. Llegará un día en que en Israel habrá
delatores del tesoro y de la patria, que, queriendo atraerse la amistad de los extranjeros, hablarán
mal del verdadero Sumo Sacerdote, acusándole de haberse aliado con los enemigos de Israel y
de acciones perversas contra los hijos de Dios. Y para llegar a esto, estarán dispuestos incluso a
cometer crímenes y a culpar de ellos al Inocente. Y llegará también un día, en que, en Israel -peor aún que en los tiempos de Onías-- un hombre infame, tramando de ser él el Pontífice, irá a
los poderosos de Israel y los corromperá con un oro, más infame aún, de palabras mentirosas;
desfigurará la verdad de los hechos, no hablará contra las inmoralidades, antes al contrario,
persiguiendo sus fines indignos, se dedicará a corromper la moralidad para poder apoderarse
más fácilmente de los corazones privados de la amistad con Dios: y todo para conseguir lo que
pretende. Y lo logrará. Sí, lo logrará. Tened en cuenta que, si bien los gimnasios del impío Jasón
no están en el Monte Moria, sí que están en los corazones de quienes habitan en el monte, y
éstos, por obtener una franquicia, están dispuestos a vender algo que vale mucho más que un
terreno, o sea, su propia conciencia; se ven ahora los frutos del antiguo error: quien tiene ojos
para ver percibe lo que está sucediendo allí, donde debería haber caridad, pureza, justicia,
bondad, religión santa y profunda. Pues si ya son frutos que hacen temblar, los frutos de sus
semillas serán, además, objeto de maldición divina. ■ Y así llegamos a la verdadera profecía. En
verdad os digo que el que, mediante un juego largo y astuto, se ha apoderado del puesto y ha
usurpado la confianza, pondrá, por dinero, en manos de los enemigos al Sumo Sacerdote, al
verdadero Sacerdote, al cual, trampeando engañosamente con protestas de afecto, señalándole a
los verdugos con un acto de amor, le matarán sin ningún respeto a la justicia. ¿Qué acusaciones
se harán contra del Mesías --pues que de Mí estoy hablando--, para justificar el derecho de
matarle? ■ ¿Qué suerte les estará reservada a los que esto hagan? Una inmediata y horrenda
justicia. Un destino no individual sino colectivo del que participarán los cómplices del traidor,
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menos inmediato pero más horrible que el del hombre cuyo remordimiento conducirá a coronar
su corazón de demonio con un último crimen contra sí mismo. En efecto, éste acabará en un
momento, mientras que éste último castigo será largo, tremendo. Leed esto en la frase: «y
encendido de ira ordenó que Andrónico fuese despojado de la púrpura y matado en el lugar
donde cometió sus impiedades contra Onías» (2 Mac.4,38). Sí, en la casta sacerdotal el castigo
alcanzará no solo a los responsables directos sino también a sus hijos. Leed el destino que
espera a la masa cómplice en esta frase: «La voz de esta sangre grita a Mí desde la tierra. Así
pues, serás maldito...» (Gén.4,9-12). Y Dios la pronunciará contra todo un pueblo que no sabrá
tutelar el don del Cielo. Porque, si bien es cierto que Yo he venido para redimir, ¡ay de aquellos
de este pueblo --que como primicia de Redención recibe mi Palabra-- que en vez de redimidos
resulten asesinos! He terminado, acordaos de esto, y cuando oigáis decir que soy un malhechor,
decid: «¡No! Él ya lo dijo. Se cumple lo establecido. Él es la Víctima muerta por los pecados del
mundo»”.
* El título de «queridísimo discípulo» pone a llorar a Judas y dice que él, “con todo mi
ser”, compensará al dolor que infligirá el traidor de Keriot profetizado por Jesús.- ■ La
sinagoga se vacía y todos hablan y discuten acerca de la profecía y de la estima que Jesús tiene
por Judas. Los de Keriot están entusiasmados por la honra que les ha hecho el Mesías al elegir
el lugar de un apóstol, y precisamente el apóstol de Keriot, para comienzo del magisterio
apostólico y también por el regalo de la profecía. A pesar de su triste contenido, es una gran
honra haberla oído y además con las palabras amorosas que la precedieron. En la sinagoga
quedan solamente Jesús y el grupo de apóstoles; mejor dicho, pasan al jardincito que hay entre
la sinagoga y la casa del sinagogo. Judas, que se ha sentado, llora. Dice el otro Judas: “¿Por qué
lloras? No veo el motivo...”. Pedro: “Bueno, la verdad es que casi me pondría yo también a
llorar. ¿Habéis oído? Ahora tenemos que hablar nosotros...”. Santiago de Zebedeo, para dar
ánimos, dice: “Bien, pero ya hemos empezado un poco en el monte. Lo haremos cada vez
mejor. Tú y Juan enseguida os habéis mostrado capaces”. Andrés dice: “Yo no puedo... pero
Dios me ayudará. ¿O no es así, Maestro?”. Jesús, que estaba pasando unos rollos que había
tomado consigo, se vuelve y dice: “¿Qué decías?”. Andrés: “Que Dios me ayudará, cuando
llegue la ocasión de hablar. Trataré de repetir tus palabras lo mejor que pueda. Pero mi hermano
tiene miedo y Judas llora”. Jesús: “¿Llora? ¿Por qué?”. Iscariote: “Porque verdaderamente he
pecado. Andrés y Tomás lo pueden decir. Hablé mal de Ti, y Tú me tratas con el título de
«queridísimo discípulo» y queriendo que adoctrine aquí...¡Cuánto amor!...”. Jesús: “Pero ¿no
sabías que te amo?”. Iscariote: “Sí, pero... gracias, Maestro. No volveré a murmurar, porque en
realidad yo soy las tinieblas y Tú eres la Luz”. ■ En esto vuelve el sinagogo y los invita a ir a su
casa, mientras van caminando dice: “Pienso en tus palabras. Si he entendido bien, como en
Keriot encontraste un predilecto, a nuestro Judas de Simón, has profetizado que encontrarás un
indigno. Esto me causa mucho dolor. Menos mal que Judas compensará por el otro”. Judas, que
ha recobrado su control, dice: “Con todo mi ser”. Jesús no habla, pero mira a sus interlocutores
y abre sus brazos como diciendo: “Así es”. (Escrito el 9 de Julio de 1945).
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3-214-366 (4-76-469).- Llegada de María Stma. y de Zelote a Keriot.- La madre de Judas
cuenta la historia de su hijo Judas a María Stma.
* Especial atención de Jesús con la madre de Judas.- De cuando Pedro se enamoró de
Porfiria.- ■ Jesús está para ir a comer en la hermosa casa de Judas, junto con todos los suyos, y
dice a la madre de Judas, que había venido de la casa que tiene en el campo para recibir
dignamente al Maestro: “No, madre, tú también debes estar con nosotros. Somos como una
familia. No se trata de un banquete frío y de etiqueta dado a invitados ocasionales. Yo te he
despojado de un hijo y quiero que tú me tomes como hijo tuyo, así como Yo te tomo como
madre, porque eres digna de ello. ¿No es verdad, amigos, que así nos sentiremos todos más
contentos y más a nuestras anchas?”. Los apóstoles y las dos Marías dicen que sí con mucho
gusto. Y así, la madre de Judas, no sin un intenso titileo en sus pupilas, debe sentarse entre su
hijo y el Maestro que tiene enfrente a las dos Marías con Marziam al centro. La criada trae
viandas. Jesús hace la ofrenda y bendición de los alimentos y luego los reparte, porque en este
punto la madre de Judas se muestra inflexible. Jesús distribuye comenzando por ella, cosa que la
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conmueve más y enorgullece a Judas aunque al mismo tiempo le pone pensativo. ■ La
conversación gira sobre los diversos tópicos. Jesús trata que la madre de Judas tome parte en
ellos y de que trabe relaciones amistosas con las dos discípulas. A esto ayuda mucho Marziam,
el cual afirma que quiere mucho a la madre de Judas “porque se llama María como todas las
mujeres que son buenas”. Pedro pregunta a Marziam con un poco de seriedad: “Y a la que te
espera allá en el lago, ¿no la vas a querer, muchacho?”. Marziam: “¡Oh, mucho, si es buena!”.
Pedro: “De ello puedes estar seguro. Todos lo dicen y también yo debo decirlo. Si siempre ha
sido dulce con su madre y conmigo, señal inequívoca de que es buena. Pero no se llama María,
hijo. Tiene un nombre extraño, porque su padre le puso el nombre de lo que le había procurado
la riqueza. Quiso llamarla Porfiria. La púrpura es hermosa y preciosa. Mi mujer no es bella, pero
es preciosa por su bondad. Y yo la quise mucho porque era quieta, casta y silenciosa. Tres
virtudes... ¡eh! ¡no son fáciles de encontrarse! Le eché los ojos desde que era niña. Bajaba yo a
Cafarnaúm con los pescados y la veía trabajar en silencio junto a las redes, o cerca de la fuente,
o también en el huerto de su casa. No era la disipada mariposa que revolotea acá o allá, ni
siquiera la incauta gallinita que mira de reojo a cada quiquiriquí de gallo. Jamás levantaba la
cabeza, aunque oyese voces de hombre, y cuando yo, enamorado de su bondad y de sus
espléndidas trenzas --su única belleza-- y también... sí, también compadecido por su condición
de esclava en su familia, le dirigí mis primeros saludos --tenía entonces dieciséis años-- me
respondió a duras penas, bajando todavía más su velo, y metiéndose más en casa. ¡Huy, lo que
me costó saber si no le parecía yo un ogro y aviar el matrimonio!... Pero no me arrepiento.
Podría dar la vuelta a la tierra, pero una igual, así, no la encontraría. ¿No es verdad Maestro, que
es buena?”. Jesús: “Muy buena. Y estoy seguro que Marziam la amará aunque no se llame
María. ¿No es cierto, Marziam?”. Marziam: “Sí; se llama «mamá» y las mamás son buenas y se
les ama”.
* Judas predica y Jesús le advierte: “Judas, no tengas la mano pesada, se consigue más
con la dulzura que con la intransigencia”.- ■ Luego Judas cuenta lo que ha hecho durante el
día. Caigo en la cuenta de que fue a avisar a su madre de que venían, y que después, con Andrés
como compañero, ha empezado a hablar por la campiña de Keriot. Añade: “Me gustaría que
mañana vinieseis todos. No quiero destacar yo solo. Iremos, si es posible, un judío y un galileo.
Yo con Juan, por ejemplo, y Simón con Tomás. ¡Si viniese el otro Simón! Vosotros dos (señala
a los hijos de Alfeo) podéis ir solos. He dicho, aun a los que no querían saberlo, que sois
hermanos del Maestro. Y también vosotros dos (señala a Felipe y Bartolomé) podéis ir juntos.
He dicho que Natanael es un rabí que acompaña al Maestro; esto impresiona. Y... quedáis
vosotros tres. De todas formas, en cuanto llegue Zelote, se podrá formar otra pareja. Y luego nos
alternaremos, porque quiero que todos os conozcan...”. Judas rebosa de brío. “Hablé sobre el
Decálogo, Maestro, tratando de poner en relieve sobre todo aquellos puntos en que sé que en
esta zona se cometen más faltas...”. Jesús: “No tengas la mano pesada, Judas. Te lo ruego. Ten
siempre presente que consigue más la dulzura que la intransigencia, y que también tú eres
hombre; por tanto, examínate y reflexiona en lo fácil que te es también a ti caer, y cómo te
irritas cuando se te dice algo claro”. La madre de Judas baja la cabeza encendida de vergüenza.
Iscariote: “No te preocupes, Maestro. Me esfuerzo en imitarte en todo. Pero, en el pueblo que
podemos ver desde esa puerta (están comiendo con las puertas abiertas y se otea un hermoso
horizonte desde esta habitación en alto) hay un enfermo que quiere curarse. No se le puede
transportar. ¿Podrías venir conmigo?”. Jesús: “Mañana, Judas. Mañana por la mañana sin falta.
Y si hay otros enfermos decídmelo o traedmelos”. Iscariote: “¿Quieres de veras hacer favores a
mi patria, Maestro?”. Jesús: “Sí. Para que no se diga que fui injusto con quienes no me hicieron
mal. Si hago el bien incluso a los malos ¿por qué no debería hacérselo a los buenos de Keriot?
Quiero dejar un recuerdo indeleble de Mí...”. Iscariote: “Pero ¡cómo! ¿No volveremos más
aquí?...”. Jesús: “Volveremos otra vez, pero...”.
* “¡María verdaderamente salud de los enfermos!”.- ■ “¡Ahí viene la Madre con Simón!”,
grita el niño, que ve a María y a Simón subir la escalera que lleva a la terraza en que está la
habitación. Todos se ponen de pie y van al encuentro de los dos que llegan. Alboroto de
exclamaciones, de saludos, de sillas movidas. Nada distrae a María de saludar primero a Jesús y
luego a la madre de Judas. Ésta se postra con gran veneración, pero María la levanta y la abraza
como si fuese una querida amiga a quien vuelve a ver después de una larga ausencia. Entran de
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nuevo en la sala y María de Judas ordena a la criada que traiga alimentos para los que acaban de
llegar. La Virgen, entregando un pequeño rollo, a Jesús, dice: “Mira, Hijo, el saludo de Elisa”.
Jesús lo abre, lo lee y dice: “Lo sabía; estaba seguro. Gracias, Mamá, por Mí y por Elisa. ¡Eres
verdaderamente la salud de los enfermos!”. Virgen: “¿Yo?... Tú, Hijo, no yo”. Jesús: “Tú; y eres
mi más grande ayuda”. Luego se dirige a los discípulos y discípulas y dice: “Elisa ha escrito:
«Regresa, paz mía. Quiero no solo agradecerte de todo corazón, sino servirte». De este modo
arrebatamos de la angustia, de la melancolía a una criatura y nos hemos conseguido una
discípula. Volveremos ¡Claro!”. Virgen: “Quiere conocer también a las discípulas. Se recupera
lentamente, pero con continuidad. ¡Pobre amiga! Todavía tiene momentos de extravío que causa
miedo. ¿Verdad Simón? Un día quiso hacer la prueba de salir conmigo, vio a un amigo de su
Daniel... ¡Cuánto nos costó calmar su llanto! ■ ¡Menos mal que Simón vale mucho! Me sugirió
--dado que manifiesta el deseo de volver a convivir normalmente con la gente, y que el
ambiente de Betsur está lleno de recuerdos para ella-- me sugirió llamar a Juana. Fue él a
llamarla. Juana había regresado, después de las fiestas, a sus espléndidos cultivos de rosales de
Judea, a Béter. Dice Simón que, cuando atravesaba esas colinas llenas de rosas, le parecía un
sueño. Dice que le pareció estar en el paraíso. Vino sin demora. Juana puede entender y
compadecer a una madre que llora por sus hijos. Elisa se ha encariñado mucho con ella y yo me
vine. Juana la quiere convencer de que salga de Betsur y vaya a su castillo. Y lo logrará porque
es dulce como paloma, pero firme como un mármol en sus decisiones”. Jesús: “Iremos a Betsur
al regreso y luego nos separaremos. Vosotras, discípulas, os quedaréis con Elisa y Juana por un
tiempo. Nosotros iremos por Judea y nos encontraremos en Jerusalén para Pentecostés”...
* La madre de J. Iscariote abre su corazón a María Stma. hablando de su hijo J.
Iscariote.- ■ ...María Santísima y María, la madre de Judas, están juntas no en la casa de la
ciudad sino en la del campo. Están solas. Los apóstoles con Jesús están afuera. Las discípulas
con el niño están en el hermoso huerto de manzanas y se oyen sus voces junto con el ruido de la
ropa al ser restregada en los lavaderos. Tal vez están lavando, mientras el niño juega. La madre
de Judas, sentada, en la penumbra de una habitación, al lado de María, le dice: “Estos días de
paz permanecerán en mí como en un sueño. ¡Demasiado breves! ¡Demasiado! Comprendo que
no debe uno ser egoísta y que es justo que vayáis con aquella pobre mujer y con tantos infelices.
Si pudiese yo... si pudiese detener el tiempo e ir con vosotros... Pero no puedo. No tengo
parientes fuera de mi hijo y debo cuidar de las propiedades de la casa...”. Virgen: “Comprendo...
Te duele separarte de tu hijo. Nosotras las madres quisiéramos estar siempre con los hijos. De
todas formas, los entregamos por un motivo muy grande, y no los perdemos. Ni siquiera la
muerte nos los arrebata, si están en gracia, y también nosotras, ante los ojos de Dios. Además,
los tenemos todavía en este mundo, y podemos llegarnos a ellos, a pesar de que la voluntad de
Dios nos los arranque de nuestro pecho para entregarlos por el bien del mundo; y... el eco de sus
obras nos hace como una caricia en el corazón porque sus obras son el perfume de su alma”. ■
María de Judas pregunta tímidamente: “¿Qué es, Señora, tu Hijo para ti?”. Y María Virgen sin
dudar responde: “Es mi alegría”. María de Judas: “¡Tu alegría!...”, y la madre de Judas rompe a
llorar; replegándose sobre sí misma como para esconder su llanto; de tanto como se pliega, toca
casi con la frente en las rodillas. Virgen: “¿Por qué lloras, pobre amiga mía? ¿Por qué? Dímelo.
Soy feliz en mi maternidad, pero sé comprender también a las madres que no lo son...”. María
de Judas: “Exacto, no felices. Y yo soy una de ellas. Tu Hijo es tu alegría... el mío es mi dolor,
al menos lo ha sido. Desde que está con tu Hijo, me causa menos aflicción. ¡Oh! Entre todos los
que ruegan por tu santo Hijo, para que le vaya bien y triunfe, no hay ni siquiera alguien después
de ti, bienaventurada, que ruegue tanto como esta infeliz que te está hablando... Dime la verdad
¿qué piensas de mi hijo? Somos dos madres, la una frente a la otra. Entre nosotras está Dios, y
hablamos de nuestros hijos. A ti no te puede ser sino fácil hablar de tu Hijo. Yo... yo debo
hacerme violencia para hablar del mío y hablar de él me puede acarrear mucho bien o mucho
dolor; no obstante, aunque fuera dolor, sería en todo caso un alivio el haber hablado... Esa
mujer de Betsur --¿no es verdad?-- casi enloqueció por la muerte de sus hijos. Pues bien, yo te
juro que he pensado algunas veces, cuando miro a mi Judas, guapo, sano, inteligente, pero no
bueno, ni virtuoso, ni recto de corazón, ni sano de sentimientos, he pensado, y pienso, que
preferiría llorarle por muerto antes que... que verle muy enemistado con Dios. ■ Tú, dime ¿qué
piensas de mi hijo? Sé franca. Hace más de un año que me quema el corazón esta pregunta. Pero
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¿a quién preguntársela? ¿A los vecinos de Keriot?: ellos no sabían todavía de la presencia del
Mesías entre nosotros, y que Judas quería ir con Él. Yo sí lo sabía porque me lo había dicho
cuando vino después de Pascua: exaltado, violento, como siempre que se apodera de él un
capricho, y como siempre, sin hacer caso de los consejos de su madre. ¿A sus amigos de
Jerusalén?: una santa prudencia y una piadosa esperanza me lo impedían; no quería decirles a
ésos, --que no puedo estimar porque son todo menos santos--, que «Judas seguía al Mesías». Así
las cosas, tenía la esperanza de que ese capricho se le pasase, como tantos otros, como todos,
aunque costase lágrimas y tristeza, como por más de una muchacha, de aquí y de otros lugares:
las enamoró y jamás tomó por esposa a ninguna de ellas. Fíjate, hay sitios a donde no va nunca,
porque se podría encontrar con un castigo justo. También el pertenecer al Templo fue un
capricho. Nunca sabe lo que quiere. Su padre, Dios le perdone, le echó a perder; mi opinión no
ha contado nunca nada para los dos hombres de mi casa. Me ha tocado siempre llorar y reparar,
nada más, con todo tipo de humillaciones... ■ Cuando murió Juana --yo sé, aunque nadie lo
dijese, que murió de dolor cuando, después de haber esperado durante toda su juventud, Judas
declaró que no quería casarse, mientras que por otra parte se sabía que había mandado a unos
amigos suyos a Jerusalén para hablar con una mujer rica, propietaria de una red de negocios
hasta Chipre, para interesarse por su hija-- a mí me tocó llorar mucho, mucho por los reproches
de la madre de la joven muerta, como si yo hubiese sido cómplice de mi hijo. ¡No, no lo soy!
Que yo para él no valgo nada. El año pasado, cuando estuvo aquí el Maestro, comprendí que Él
había caído en la cuenta... y fui a hablarle. Pero es doloroso, doloroso lo es para una madre tener
que decir: «No te confíes de mi hijo. Es un avaro, duro de corazón, vicioso, soberbio,
inconstante». Y es esto. Yo... yo, yo... pido un milagro, porque tu Hijo que hace tantos milagros,
haga uno en mi hijo Judas... Pero... tú... tú dime ¿Qué piensas de él?”. ■ María, que ha estado
siempre callada y con expresión de dolor compasivo ante estas quejas maternales, no puede
menos que dar razón a la mujer, y dice dulcemente: “¡Pobre madre!... ¿Que qué pienso? Sí, tu
hijo no es esa alma limpia de Juan, ni la dulce de Andrés, ni la firme de Mateo que quiso
cambiar y ha cambiado. Es... voluble, sí, eso. Pero... tú y yo rogaremos mucho por él... No
llores. Tal vez en tu amor de madre, que querría poder enorgullecerte de su hijo, le ves más
deforme de lo que en realidad es...”. María de Judas: “¡No, no! Veo las cosas como son en
realidad y tengo mucho miedo”. La habitación está llena de los gemidos de la madre de Judas, y
en la penumbra se distingue el color blanco del rostro de María, que ha palidecido después de
esta confesión materna que aviva todas las sospechas suyas. Pero se domina. Atrae a sí a la
madre infeliz y la acaricia, ■ mientras ésta, rotos los diques del control, cuenta confusa,
angustiosamente todas las durezas, exigencias y violencias de Judas y termina: “Me avergüenzo
por él cuando veo que tu Hijo me da muestras de amor. No se las pido. Estoy segura que además
de su bondad, las hace para decir con ellas a Judas: «Acuérdate que de este modo se trata a una
madre». Ahora parece muy bueno... ¡Oh, si fuese verdad! Ayúdame, ayúdame con tus oraciones,
tú que eres santa, para que mi hijo no sea indigno de la gracia inmensa que Dios le ha
concedido. Si no me quiere amar a mí, si no sabe tener gratitud conmigo, que le he dado a luz y
le he criado, no me importa; pero que realmente sepa amar a Jesús, que sepa servirle con
fidelidad y reconocimiento. Y, si no, si no... que Dios le quite la vida. Prefiero tenerle en el
sepulcro... Al fin le tendría, porque, en realidad, desde que tuvo uso de razón, bien poco fue
mío. Muerto, antes que mal apóstol. ¿Puedo pedir a Dios así? Tú ¿qué dices?”. Virgen: “Ruega
al Señor que haga lo mejor. No llores más. He visto prostitutas y gentiles a los pies de mi Hijo,
y con éstos, a publicanos y pecadores. Todos se han convertido en corderos por su Gracia.
Espera, María, ten confianza. Las penas de las Madres salvan a los hijos, ¿no lo sabías?...”. Y
con esta pregunta llena de piedad, termina todo. (Escrito el 10 de Julio de 1945).
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--------------------000-------------------(<Sumario de un viaje por tierras filisteas.-Dejando Keriot, las mujeres junto con el niño Marziám han
ido a Béter, a casa de Juana de Cusa. Y Jesús comienza una gira acompañado solo de sus apóstoles, por
ciudades filisteas. Comienzan por Ascalón, después Azoto, Magdalgad, Yabnia, Ecron... En Ascalón,
Iscariote que, en un principio, se negaba a predicar a ese pueblo porque “esta gente son peor que
paganos”, se sirve en su predicación de textos de profetas que amenazan con castigos divinos. Como
consecuencia reciben una lluvia de piedras. Dejan Ascalón. Jesús va solo a Magdalgad, y manda a los
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doce discípulos a predicar a la ciudad de Azoto. Al atardecer se juntan en un camino que lleva a ésta
ciudad. El asombro es recíproco, al ver ellos a Jesús con un macho cabrío, y Él a ellos, expulsados de la
ciudad, con los rostros apesadumbrados. Jesús explica: “He estado en Magdalgad. Allí he reducido a
cenizas un ídolo y sus turíbulos (al que sus habitantes iban a ofrecer un macho cabrío para romper un
maleficio y salvar a una mujer, esposa del jefe de Magdalgad, que estaba muriendo de parto). He
predicado al Dios verdadero a través de milagros (salvó milagrosamente a una parturienta y al niño) y me
he traído como retribución a esta cabra destinada al rito idolátrico. ¡Pobre animal, era todo una llaga!”. La
había aceptado para llevársela a Marziam. ■ Y, acompañados del animal, --los apóstoles no muy
convencidos de ese regalo--, emprenden juntos el viaje. Como veremos en el siguiente episodio, algunos
apóstoles achacarán a la presencia de este animal los contratiempos que han padecido últimamente.
Caminan por las cercanías de Modín. Un camino de malhechores que esperan a las caravanas para
asaltarlas. En el trayecto se juntan con peregrinos que van a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés, y,
entre ellos, con una caravana nupcial toda ataviada festivamente y con viajeros y mercaderes de corderos
destinados al Templo, y además con pastores y sus rebaños. Asaltados por unos bandidos, unas palabras
persuasivas de Jesús --recordándoles su vida de crímenes y la vida futura, eterna después de la muerte--,
conmueven a los corazones de los asaltantes y producen un desenlace feliz. Por esa acción, Jesús recibió
presentes de todo el grupo>).
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3-224-428 (4-86-535).- “Muchas veces os he dicho que leo en los corazones y que, cuando el
Padre no dispone de otro modo, no ignoro lo que debe suceder”.
* “Podría hacer desaparecer todo tipo de resistencia. Pero no hago violencia a nadie,
persuado”.- ■ La comitiva apostólica ha sufrido un cambio en su séquito. No viene más con
ellos el macho cabrío; en su lugar, vienen trotando una oveja y dos corderitos. La oveja está
gorda, las ubres llenas, los corderitos alegres como dos pilluelos. Un rebaño pequeñísimo que,
por su aspecto menos mágico que la negrísima cabra, da más alegría a todos. Jesús: “Os había
dicho que queríamos la cabrita para Marziam para hacer de él un pequeño pastor. Pero en lugar
de ella, porque a vosotros no os gustaba, tenemos ovejas blancas... eh... ¡Exactamente como
Pedro las soñaba!”. Pedro: “Tienes razón. Me parecía que arrastraba en pos de mí a Belzebú”.
Iscariote, irritado y como queriendo confirmar, dice: “Y de hecho desde que estuvo con
nosotros, han sucedido cosas negativas; debido al sortilegio que nos perseguía”. Juan
serenamente dice: “Entonces habrá sido un buen sortilegio, porque no nos ha sucedido nada
negativo”. Todos se le echan encima, recriminándole por su ceguera: “¿Pero no has visto cómo
se han burlado de nosotros en Modín?...”; “¿te parece nada la caída que tuvo mi hermano?...
pues se podía haberse hecho daño de verdad... y, si se hubiera roto las piernas o la columna
¿cómo nos las hubiéramos arreglado para llevarle?”; “¿Y te ha parecido bonito el entreacto de
ayer?”. ■ Juan: “He visto todo, todo lo he considerado. Y he bendecido al Señor porque no nos
ha sucedido nada malo. El mal ha venido hasta nuestras narices, pero luego se ha alejado, como
siempre. El encuentro con el mal ha servido para dejar la simiente del bien, tanto en Modín
como con los viñadores, que vinieron inmediatamente con la certeza de encontrar al menos una
persona herida, arrepentidos por haberse comportado sin caridad, hasta el punto de que
quisieron reparar el mal de alguna forma. Igualmente con los ladrones de ayer anoche, que no
nos hicieron ningún mal. Además, hemos ganado --bueno, Pedro nos ha conseguido-- las ovejas
a cambio del macho cabrío y como regalo por haber salido ilesos. Por si fuera poco, ahora
tenemos mucho dinero para los pobres, en las bolsas que nos han dados los mercaderes y las
ofrendas de las mujeres. Y lo que tiene más importancia es que todos han acogido la palabra de
Jesús”. Tadeo y Zelote dicen: “Juan tiene razón”. ■ Tadeo añade: “Da la impresión de que todo
suceda a sabiendas de lo que va a venir. ¡Mira que encontrarnos precisamente allí, con retraso,
por causa de mi caída, junto a aquellas mujeres enjoyadas, con esos pastores de buenos rebaños,
con esos mercaderes repletos de dinero!... Todos ellos magníficas presas para los ladrones.
Hermano, dime la verdad. ¿Sabías que esto iba a suceder?”. Jesús: “Muchas veces os he dicho
que leo en los corazones y que, cuando el Padre no dispone de otro modo, no ignoro lo que debe
suceder”. Iscariote pregunta: “Pero entonces, ¿por qué a veces cometes errores como lo de ir al
encuentro de fariseos hostiles, o de ciudades que no nos quieren?”. Jesús le mira fijamente y
luego con calma responde: “No son errores. Es algo inherente a mi misión. Los enfermos tienen
necesidad del médico y los ignorantes del maestro; aunque tanto estos últimos como aquellos
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algunas veces rechazan al maestro y al médico. Pero éstos, si son buenos médicos y buenos
maestros, seguirán yendo a quienes los rechazan, porque es su deber. Yo voy. Vosotros
quisierais que en donde me presentase se desvaneciese todo tipo de resistencia. Lo podría hacer,
pero Yo no hago violencia a nadie, persuado. La coerción se usa tan solo en casos muy
excepcionales y solo cuando el espíritu iluminado por Dios comprende que tal gesto puede ser
útil para persuadir de que Dios existe y es el más fuerte, o también en casos de salvación
múltiple”. (Escrito el 20 de Julio de 1945).
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3-224-433 (4-86-539).- Llagada a Béter. Los espléndidos rosales de Juana.
* Elisa se hace discípula.- ■ En este momento, Zelote está diciendo: “Estamos ya en las
tierras de Juana. Aquel pueblo que se ve en aquélla hondonada es Béter. Aquel palacio que está
en aquella cima es su castillo natal. ¿No sentís este perfume del aire? Son los rosales, que
empiezan a perfumar bajo el sol de la mañana; por la tarde es una exhuberancia de aromas. Pero
ahora, es precioso verlos en esta frescura de la mañana, en que todavía tienen rocío cual
diamantes desparramados sobre millones de botones que se abren. Cuando declina el sol
recogen todas las flores que están completamente abiertas. Venid. Os quiero mostrar desde una
loma la vista de los rosales, que desde la cima rebosan como en cascada y van descendiendo por
los rellanos de la otra ladera. Una cascada de flores que luego vuelve a subir, como una ola, por
las otras dos colinas. Es un anfiteatro, un lago de flores. ¡Espléndido! El camino es más
empinado, pero merece la pena ir, porque desde aquel borde se domina todo ese paraíso.
Llegaremos también pronto al castillo. Juana vive allí, libre, con sus campesinos, que es la única
vigilancia de tanta copiosidad; pero, estiman tanto a su ama --que hace de estos valles un edén
de belleza y paz-- que son más eficientes que toda la guardia de Herodes. Mira, Maestro; mirad
amigos” y con el gesto indica un semicírculo de colina invadido de rosales...Todos quedan
impresionados por tanta belleza. ■ Felipe pregunta: “¿Y en qué emplea todo esto?”. Tomás
responde: “Se lo disfruta”. Zelote: “No. También saca esencias, con lo cual da trabajo a cientos
de jardineros y de trabajadores que trabajan en las prensas para extraer esencias. Los romanos
las solicitan con avidez. Jonatás me lo decía mientas me mostraba las cuentas de la última
recolección. Pero... ahí está María de Alfeo con el niño. Nos ha visto. Están llamando a las
otras...”. Así es. Juana y las dos Marías, precedidas de Marziam, que baja corriendo, con los
brazos preparados para el abrazo, vienen deprisa, hacia Jesús y Pedro. Se postran ante Jesús, que
les saluda: “Paz a todas vosotras ¿Dónde está mi Madre?”. Juana: “Entre los rosales, Maestro.
Está con Elisa, ¡que está bien curada y puede afrontar el mundo y seguirte! ¡Gracias por haberte
servido de mí para esto!”. Jesús: “Gracias a ti, Juana. ¿Ves cómo era provechoso venir a Judea?
■ Marziam, estos regalos son para ti: este bonito muñeco y estas lindas ovejitas. ¿Te gustan?”.
El niño, de la alegría, se ha quedado sin respiración. Se echa hacia Jesús, que se había agachado
para darle el muñeco y se había quedado mirando su rostro, y se abraza a su cuello y le besa con
toda la vehemencia de que es capaz. Jesús: “Así te harás manso como las ovejas y luego serás
un buen pastor para los que crean en Jesús. ¿Verdad?”. Marziam dice “sí, sí, sí” con la
respiración entrecortada y los ojos brillantes de alegría. Jesús: “Ahora ve donde Pedro. ■ Yo
voy con mi Madre. Veo allí una parte de su velo moviéndose a lo largo de unos setos de rosas”.
Y corre al encuentro de María, y la recibe en su corazón a la altura de la curva del sendero.
Después del primer beso, Maria, todavía jadeante, explica: “Detrás viene Elisa... he corrido para
besarte... porque, Hijo mío, no besarte no podía... y besarte ante ella, no quería... Está
cambiada... pero el corazón sigue doliendo ante una alegría ajena que a ella le ha sido negada
para siempre. Ahí viene”. ■ Elisa recorre veloz los últimos metros y se arrodilla para besar la
túnica de Jesús. Ya no es la mujer de trágica imagen de Betsur. Ahora es una anciana austera,
marcada por el dolor, solemne por la huella que la pena ha dejado en su rostro y su mirada.
“¡Bendito seas, Maestro mío, ahora y siempre, por haberme procurado de nuevo lo que había
perdido!”. Jesús: “Paz cada vez mayor a ti, Elisa. Me alegro de verte aquí. Levántate”. Elisa:
“Yo también me alegro. Tengo muchas cosas que decirte y que preguntarte, Señor”. Jesús:
“Tendremos todo el tiempo que queramos, dado que pienso permanecer aquí unos días. Ven,
que quiero que conozcas a los condiscípulos”. Elisa: “Oh..., ¿entonces has entendido ya lo que
quería decirte? Que quiero renacer a vida nueva: la tuya; tener de nuevo una familia: la tuya;
73
unos hijos: los tuyos; como dijiste en mi casa, en Betsur, hablando de Noemí. Yo soy una nueva
Noemí gracias a Ti, Señor mío. ¡Bendito por ello! Ya no vivo afligida, ni soy infecunda. Seré
todavía madre. Y, si Maria lo permite, incluso un poco madre tuya, además de la madre de los
hijos de tu doctrina”. Jesús: “Sí, lo serás. María no se sentirá celosa y Yo te querré de forma que
no te arrepentirás de tu decisión. Vamos ahora a ver a los que quieren decirte que te quieren
como hermanos”. Y Jesús la toma de la mano y la lleva con su nueva familia. El viaje en espera
de Pentecostés ha terminado. (Escrito el 19 de Julio de 1945).
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3-225-435 (4-87-542).- Insinuaciones amenazadoras de fariseos en el Templo.- Iscariote,
enfermo.
* “Falta en el grupo el camaleón”.- ■ Jesús está en Jerusalén, exactamente en las cercanías
de la torre Antonia. Todos los apóstoles, menos Iscariote, están con Él. Mucha gente, ligera, se
dirige al Templo. Los apóstoles como los demás peregrinos lucen sus vestidos de fiesta, de lo
que deduzco que se trata de los días de Pentecostés. Muchos mendigos se mezclan entre la
gente. Les cuentan sus miserias con cantinelas lastimeras, y se dirigen a los lugares mejores:
cerca de las puertas del Templo o a los cruces por donde debe pasar gente al ir al lugar sagrado.
Jesús pasa repartiendo bien entre estos miserables que vuelven a repetir sus miserias y
calamidades. Tengo la impresión de que Jesús haya estado ya en el Templo, porque oigo que los
apóstoles hablan de Gamaliel que fingió no verlos, no obstante que Esteban, uno de los
seguidores de Gamaliel, le señalase a Jesús cuando pasaba. ■ Oigo también a Bartolomé que
pregunta a sus compañeros: “¿Qué habrá querido decir ese escriba con la frase «un rebaño de
terneros destinado a una vulgar carnicería?»”. Tomás responde: “Se habrá referido a algún
negocio suyo”. Bartolomé: “No. Nos señaló. Lo vi bien. La segunda frase confirmó la primera.
Sarcásticamente había dicho: «Dentro de poco el Cordero será trasquilado y luego al
degüello»”. Andrés confirma: “Yo también oí lo mismo”. ■ Pedro dice: “¡Bien! De todas
formas ardo en deseos de volver y preguntar al compañero del escriba si sabe algo sobre Judas
de Simón”. Santiago de Alfeo: “No sabe nada, hombre. Esta vez Judas no está con nosotros,
porque de veras está enfermo. Nosotros lo sabemos. Tal vez padeció mucho con el viaje;
nosotros somos gente fuerte. Él ha vivido aquí cómodamente. Se cansa”. Pedro: “Sí, nosotros lo
sabemos, pero el escriba dijo: «Falta en el grupo el camaleón». ¿El camaleón no es el que
cambia de color siempre que quiere?”. Zelote en tono conciliador: “Eso es también verdad,
Simón, pero sin duda alguna se ha referido a sus vestidos siempre nuevos. A él gustan. Es joven.
Hay que comprenderle...”. Pedro concluye: “También esto es verdad. Pero... ¡qué frases más
curiosas!”. Santiago de Alfeo dice: “Siempre dan la impresión de estar amenazando”. Judas
Tadeo: “La verdad es que nosotros sabemos que nos amenazan, y que vemos amenazas incluso
donde no las hay...”. Tomás termina: “Y vemos culpas también donde no existen”. Pedro:
“Bueno. No por eso deja de haber sospecha... Quién sabe cómo esté Judas. Entre tanto se la pasa
bien en su paraíso con esos angelitos... También me gustaría a mí enfermarme para tener todas
esas comodidades”. Bartolomé le responde: “Esperamos que pronto se cure. Es necesario
terminar el viaje porque los calores arrecian”. Andrés asegura: “Bueno, a Judas no le faltan
cuidados, y además... si le faltasen, el Maestro ya tomaría las determinaciones oportunas”.
Santiago de Alfeo afirma: “Tenía mucha fiebre cuando le hemos dejado. No se sabe cómo le ha
venido, tan...”. Y Mateo le responde: “Pues como viene la fiebre, porque debe venir. Pero no
será nada. El Maestro no está preocupado en absoluto. Si hubiese visto que se trataba de una
cosa seria, no habría dejado el castillo de Juana”. ■ En efecto, Jesús no está mínimamente
preocupado. Va hablando con Marziam y Juan mientras camina y da limosnas. Está explicando
muchas cosas al niño, porque veo que va indicándole acá o allá. Se dirige hacia el final de las
murallas del Templo del ángulo nordeste, donde hay mucha gente que está yendo a un lugar con
muchas arquerías que precede a una puerta que oigo que la llaman con el nombre de Puerta del
Rebaño. (Escrito el 21 de Julio de 1945).
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4-226-2 (4-88-552).- Un signo esperanzador: “Maestro, M. Magdalena ha llamado a Marta
desde Mágdala”.
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* Jesús lee una carta envidada por Marta a Lázaro desde Mágdala con noticias
esperanzadoras sobre Magdalena.-. ■ Jesús en compañía de Zelote llega al jardín de Lázaro
en medio de un hermoso amanecer de verano. Todavía todo está fresco y risueño. El jardinero,
que ha acudido a recibir al Maestro, señala a Jesús la punta de una vestidura que desaparece
detrás de un seto, diciéndole: “Lázaro va al emparrado de los jazmines a leer unos rollos. Le voy
a llamar”. Jesús: “No, voy Yo, solo”. Jesús camina ligero a lo largo de un sendero a cuyos lados
hay setos en flor. Las hierbecillas que hay cerca de los setos amortigua el sonido de los pasos.
Jesús trata de poner los pies precisamente en esas hierbas, para llegar al improviso adonde
Lázaro. Le sorprende cuando, de pie, con los rollos sobre una mesa de mármol, ora en voz alta:
“No me engañes, Señor. Este hilo de la esperanza que me ha nacido en el corazón hazlo crecer.
Dame lo que con lagrimas te he pedido diez y cien mil veces. Lo que te he pedido con mis
acciones, con el perdón, con todo mi ser. Dámelo y tómate a cambio de mi vida. Dámelo en
nombre de tu Jesús que me ha prometido esta paz. ¿Puede, acaso, mentir Él? ¿Debo pensar que
su promesa fue tan solo con palabras? ¿Que su poder es inferior al abismo de pecado que es mi
hermana? Dímelo, Señor, que me resignaré por amor tuyo...”. Jesús dice: “Sí, te lo digo”.
Lázaro se vuelve como movido por un resorte y grita: “Oh, ¡Señor mío! Pero ¿cuándo llegaste?”
y se inclina a besar el vestido de Jesús. Jesús: “Hace unos minutos”. Lázaro: “¿Solo?”. Jesús:
“Con Simón Zelote. Pero aquí, donde estás, he venido solo. ■ Sé que me debes decir una gran
cosa. Dímela, pues”. Lázaro: “No. Antes responde a las preguntas que dirijo a Dios. Según tu
respuesta te la diré”. Jesús: “Dime, dime esta grande cosa tuya. La puedes decir...”. Y Jesús
sonríe abriendo sus brazos en ademán de invitación. Lázaro: “¡Dios altísimo!¿Entonces es
verdad?¿Entonces sabes que es verdad?” y Lázaro va a los brazos de Jesús, a confiarle su cosa
importante: “María ha llamado a Marta que fuese a Mágdala. Marta se ha puesto en camino,
afligida, con el temor de que hubiera ocurrido alguna grave desgracia... Y yo aquí, me quedé
solo con el mismo temor. Pero Marta, por medio del siervo que la acompañó, me ha enviado una
carta que me ha llenado de esperanzas. Mira, la tengo aquí en el pecho; la tengo aquí porque
para mí es más preciosa que un tesoro. Son pocas palabras, pero las leo poco a poco, para estar
seguro que verdaderamente han sido escritas. Mira...”. ■ Lázaro saca de su vestido un pequeño
rollo ligado con una cinta de color violeta y lo desenrolla. “¿Ves? Lee, lee. En alta voz. Leída
por Ti me parecerá aún más verdadero”. Jesús lee: “«Lázaro, hermano mío. Sea contigo la paz y
la bendición. Llegué pronto y bien. Mi corazón ha dejado de palpitarme por miedo a nuevas
desgracias, porque he visto a María, a nuestra María, sana y... sí, debo decirte que menos
exaltada de aspecto que antes. Ha llorado sobre mi pecho. Un llanto largo... Y luego, en la
noche, en la habitación a donde me condujo, me preguntó muchas y muchas cosas sobre el
Maestro. Por ahora, solo esto; pero yo, que veo el rostro de María además de oír sus palabras,
digo que en mi corazón ha nacido la esperanza. Ruega, hermano. Ten esperanza. ¡Oh, si fuera
verdad! Me quedo aquí todavía un tiempo porque percibo que me quiere tenerme cerca, como
sentirse defendida de la tentación, y para descubrir lo que nosotros ya conocemos: la bondad
infinita de Jesús. Le he hablado de aquella mujer que vino a Betania... Veo que piensa, piensa y
piensa... Haría falta que Jesús estuviera presente. Ruega. Ten esperanza. El Señor esté
contigo»”. ■ Jesús envuelve el rollo y lo devuelve. Lázaro: “Maestro...”. Jesús: “Iré. ¿Dispones
de algún medio para avisar a Marta de que dentro de no más de quince días venga a mi
encuentro a Cafarnaúm?”. Lázaro: “Sí, Señor. ¿Y yo?”. Jesús: “Tú te quedas aquí. También a
Marta haré que vuelva para aquí”. Lázaro: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque el redimido tiene un
profundo pudor, y nada produce más vergüenza que la mirada de un padre o de un hermano. Yo
también te digo: «Ruega, ruega, ruega»”. Lázaro llora sobre el pecho de Jesús... Después, ya
calmado, sigue hablando todavía de su angustia, sus desalientos...Exclama: “Hace casi un año
que mantengo la esperanza... que desespero... ¡Qué largo es el tiempo de la resurrección!”.Y
Jesús le deja que hable, que hable, que hable, que hable... hasta que Lázaro cae en la cuenta de
que está faltando a sus deberes de hospitalidad y se levanta para llevar a Jesús a la casa. En el
trayecto, pasan al lado de un tupido seto de jazmines en flor, sobre cuyas corolas de forma de
estrella zumban abejas de oro. (Escrito el 22 de Julio de 1945).
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).- Un episodio incompleto contado por M.V. pues “mientras veía” no pudo
escribir. Iscariote, convaleciente, va a Galilea con las Marías y Marziam; Juana a Béter y Elisa
a Betsur.
* María Stma. ha cuidado, como una madre, a J. Iscariote, enfermo.- ■ Es un Judas muy
pálido este que baja del carro, con la Virgen y las discípulas, o sea, las María, Juana y Elisa... y,
debido a la confusión que he tenido en casa esta mañana, no he podido escribir mientras veía;
por tanto, ahora, que son las 18, lo único que puedo decir es que he entendido y oído que Judas,
convaleciente, vuelve donde Jesús, que está en el Getsemaní, con Maria que le ha cuidado, y
con Juana, que insiste para que las mujeres y el convaleciente vuelvan en el carro a Galilea.
Jesús es también de esta opinión y hace incluso montar en el carro al niño con ellas. ■ Sin
embargo, Juana y Elisa se quedan en Jerusalén unos días, para luego regresar respectivamente a
Béter y a Betsur. Recuerdo que Elisa decía: “Ahora tengo el valor de volver allí porque mi vida
ya no es una vida sin objetivo. Ganaré para Ti la estima de mis amigos”. Y recuerdo que Juana
añadió: “Yo también lo haré en mis tierras mientras Cusa me deje aquí. Será también servirte.
Aunque preferiría ir contigo”. ■ Recuerdo, igualmente, que Judas, decía que no había añorado a
su madre ni siquiera en las horas peores de la enfermedad, porque “tu Madre ha sido una
verdadera madre para mí, dulce y amorosa, no lo olvidaré nunca”. El resto es confuso (en
cuanto a las palabras) así que no lo digo, porque sería algo dicho por mí y no por las personas de
la visión. (Escrito el 23 de Julio de 1945).
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4-228-5 (4-89-555).- Marziam confiado a Porfiria, mujer de Pedro.
* J. Iscariote, recién curado, que sintió mucho miedo ante la muerte, se ve imperfecto y
con una voluntad débil... llora.- ■ Jesús está con sus apóstoles en el lago de Galilea. Es por la
mañana, todavía temprano. Están todos los apóstoles, incluso Judas, perfectamente curado y
con una expresión de rostro más dulce, debido a la enfermedad que ha padecido y a los
cuidados recibidos; y también Marziam, un poco impresionado porque es la primera vez
que está sobre el agua. El niño, aunque no quiere que se note, a cada cabeceo un poco más
fuerte, se agarra con un brazo al cuello de la oveja, que comparte su miedo balando
quejumbrosamente, y con el otro brazo a lo que puede (al mástil, a un asiento, a un remo, o
incluso a la pierna de Pedro o de Andrés o de los trabajadores de la barca, que pasan dedicados
a sus operaciones), y cierra los ojos, quizás convencido de que está viviendo su última hora.
Pedro, de vez en cuando, dándole un cachetito en el carrillo, le dice: “¿No tendrás miedo,
no? Un discípulo no debe tener nunca miedo”. El niño dice que no, con la cabeza, pero,
dado que el viento aumenta y que el agua se va agitando más a medida que se acercan a la
desembocadura del Jordán en el lago, se agarra más fuerte y cierra los ojos más veces...
hasta que exhala un grito de miedo, cuando, al improviso, la barca se inclina por una ola que la
ha embestido de costado. Unos ríen, otros, de broma, toman el pelo a Pedro, porque ahora es
padre de uno que no sabe estar en la barca; otros se burlan de Mar ziam porque
siempre dice que quiere ir por tierras y mares a predicar a Jesús y luego tiene miedo de
recorrer unos pocos estadios de lago. Pero Marziam se defiende diciendo: “Cada uno tiene
miedo de algo, si no lo conoce: yo del agua, Judas de la muerte...”. ■ Comprendo que Judas
ha debido tener mucho miedo a morir, y me asombra el que no reaccione ante esta
observación; antes al contrario, dice: “Es así, como has dicho. Se tiene miedo de lo que no se
conoce. Pero, mira, estamos llegando. Betsaida está a pocos estadios, tú estás seguro de que allí
encontrarás amor... Pues bien, eso es lo que quisiera yo, estar a poca distancia de la Casa del
Padre y estar seguro de encontrar amor en ella” y lo dice con cansancio y tristeza, Andrés
pregunta sorprendido: “¿Desconfías de Dios?”. Iscariote: “No. Desconfío de mí. Durante los
días de la enfermedad, rodeado de tantas mujeres puras y buenas, me he sentido, en mi espíritu
muy pequeño. ¡Cuánto he pensado! Decía: «Si ellas todavía trabajan para ser mejores y ganarse
el Cielo, ¿qué no deberé hacer yo?». Porque ellas se sienten todavía pecadoras. Y a mí me
parecían ya todas santas. ¿Y yo?... ¿lo conseguiré, Maestro?”. Jesús: “Con la buena voluntad se
puede todo”. Iscariote: “Pero mi voluntad es muy imperfecta”. Jesús: “La ayuda de Dios pone
en la voluntad lo que a ésta le falta para ser completa. Tu actual humildad ha nacido en la
enfermedad. ¿Ves?, el buen Dios, por medio de un suceso penoso, te ha proporcionado una cosa
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que no tenías”. Iscariote: “Es verdad, Maestro. ¡Oh, esas mujeres! ¡Qué discípulas más
perfectas! No me refiero a tu Madre, que ya se sabe; me refiero a las otras. ¡Verdaderamente nos
han superado! Yo he sido uno de los primeros ensayos de su futuro ministerio. Créeme, Maestro,
con ellas uno puede descansar seguro. Nos cuidaban a mí y a Elisa; ella ha vuelto a Betsur con
el alma reconstruida, y yo... yo espero reconstruirla, ahora que ellas me la han trabajado...”.
Judas, todavía débil, llora. Jesús, que está sentado a su lado, le pone una mano sobre la cabeza
mientras hace un gesto a los demás para que guarden silencio. Pero, la verdad es que Pedro y
Andrés están muy ocupados con 1as últimas maniobras de atracada y no hablan, y Simón
Zelote, Mateo, Felipe y Marziam no tienen ninguna intención de hacerlo, quién porque está
distraído por el ansia de la llegada, quién porque es de por sí prudente.
* “Deja que te sirva al menos un poco, siendo la mamá-discípula de este niño, le enseñaré a
amar a Ti... Me has arrebatado a mi esposo, dejándome casi viuda. Pero ahora me das un
hijo”.-■ La barca penetra en el río Jordán. Poco después se detiene en el guijarral. Los
trabajadores de las barcas bajan para asegurarla atándola con una soga a una peña y para
afianzar una tabla que sirva de puente; Pedro, entretanto, se pone de nuevo la túnica larga, y lo
mismo hace Andrés. Mientras, la otra barca ya ha hecho la misma maniobra y están bajando los
otros apóstoles. También Judas y Jesús bajan. Pedro, por su parte, está poniéndole la tuniquita
al niño y aviándole para presentarle en orden a su mujer... Ya han bajado todos, ovejas
incluidas. Pedro dice: “Y ahora en marcha”. Está realmente emocionado. Le da la mano al niño,
que está también emocionado, tanto que se olvida de las ovejitas --se ocupa Juan de ellas-- y, en
un improviso acceso de miedo, pregunta: “¿Pero, me va a aceptar?, ¿me va a querer
mucho?”. Pedro le tranquiliza, aunque quizás el miedo se le ha contagiado, porque dice a Jesús:
“Háblale Tú a Porfiria, Maestro, que creo que no sabré expresarme bien”. Jesús sonríe, pero
promete hacerlo. ■ Siguiendo el guijarral de la orilla, llegan pronto a casa. La puerta está
abierta y se oye a Porfiria ocupada en las labores domésticas. “Paz a ti” dice Jesús asomándose a
la puerta de la cocina, donde la mujer está poniendo en orden unos objetos de la vajilla.
Porfiria: “¡Maestro! ¡Simón!”. La mujer corre a postrarse a los pies de Jesús y luego a los de su
marido. Se pone en pie y, con ese rostro suyo si no hermoso sí bueno, dice ruborizándose: “¡Hacía
mucho que deseaba veros! ¿Habéis estado todos bien? ¡Venid! ¡Venid! Estaréis cansados...”.
Jesús: “No. Venimos de Nazaret. Hemos estado unos días. Luego nos hemos detenido también en
Caná. En Tiberíades teníamos las barcas. Como puedes ver, no estamos cansados. Llevábamos a
un niño con nosotros, y Judas de Simón estaba débil porque ha sufrido una enfermedad”.
Porfiria: “¿Un niño? ¿Y siendo tan pequeño es ya discípulo?”. Jesús: “Es un huérfano que
hemos recogido en nuestro camino”. Porfiria: “¡Bonito! ¡Ven, tesoro; te doy un beso!”. El niño,
que hasta ahora había estado medio escondido temeroso detrás de Jesús, se deja coger de la
mujer, que casi se ha arrodillado para estar a la altura de él; y se deja besar sin ofrecer ninguna
resistencia. Porfiria: “¿Y ahora os le lleváis con vosotros?, ¿siempre con vosotros, con lo
pequeño que es? Será fatigoso para él...”. La mujer se muestra toda compasiva. Tiene al niño
estrechado entre sus brazos con su mejilla apoyada en la del niño. Jesús: “La verdad es que
Yo tenía otro plan. Pensaba confiarle a alguna discípula cuando nosotros nos alejemos de Galilea
y del lago...”. ■ Porfiria: “¿A mí no, Señor? No he tenido ningún niño, pero sobrinitos sí, y sé
tratar a los niños. Soy la discípula que no sabe hablar, que no tiene tanta salud como para ir
contigo, como hacen las otras, que... ¡oh, Tú lo sabes!... será que soy cobarde, si quieres, pero Tú
sabes en qué tenaza me encuentro, o, más que en una tenaza, entre dos sogas que tiran de mí en
dirección opuesta, y no tengo el valor de cortar una de las dos. Deja que te sirva al menos un poco,
siendo la mamá-discípula de este niño. Le enseñaré todo lo que las otras enseñan a muchos... a
amarte a Ti...”. Jesús, poniendo la mano sobre la cabeza, sonríe y dice: “Hemos traído a
este niño aquí porque aquí encontraría una madre y un padre. Bien, pues vamos a constituir la
familia”. Y Jesús mete la mano de Marziam entre las de Pedro --que tiene los ojos brillantes-- y
Porfiria. “Educadme santamente a este inocente”. Pedro ya lo sabe y lo único que hace es
secarse una lágrima con el dorso de la mano. Pero su mujer, que no se lo esperaba, se queda
unos momentos muda, por el estupor, pero luego vuelve a arrodillarse y dice: “¡Señor mío!, Tú
me has arrebatado a mi esposo, dejándome casi viuda. Pero ahora me das un hijo... Así
devuelves todas las rosas a mi vida, no sólo las que me has cogido sino también las que no he
tenido nunca. ¡Bendito seas! Amaré a este niño más que si hubiera nacido de mis entrañas,
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porque me viene de Ti”. Y la mujer besa la túnica de Jesús. También besa al niño y luego le
sienta sobre su regazo... Se la ve dichosa... ■ Jesús dice: “No disturbemos sus expresiones de
afecto. Quédate si quieres, Simón; nosotros vamos a la ciudad a predicar. Volveremos ya por la
noche, para pedirte comida y descanso”. Y Jesús sale con los apóstoles, dejando tranquilos a los
tres... Juan dice: “¡Mi Señor, a Simón hoy se le ve feliz!”. Jesús: “¿Tú también quieres un
niño?”. Juan: “No. Sólo quisiera un par de alas para elevarme hasta las puertas del Cielo y
aprender el lenguaje de la Luz, para repetirlo a hombres” y sonríe. Acondicionan a las ovejitas
en el fondo del huerto, junto al local de las redes, y les dan ramitas, hierba y agua del pozo;
luego se marchan hacia el centro de la ciudad. (Escrito el 24 de Julio de 1945).
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4-229-9
(4-90-559).- Discurso de Jesús, en Betsaida, sobre el gesto de caridad de Pedro y
Porfiria.
* “Hay páginas de la Escritura que hablan de cuánto bien nace de un acto bueno.
Recordemos a Tobit”.- ■ Jesús está hablando a mucha gente que se ha congregado delante de
la casa de Felipe; habla erguido, en el umbral de la puerta realzado sobre dos altos escalones.
La novedad del hijo adoptivo de Pedro que ha venido con su minúscula riqueza de tres ovejitas
en busca de la gran riqueza de una nueva familia se ha esparcido como una gota de aceite en una
tela. Todos hablan de ello, cuchichean, hacen comentarios que responden a los distintos modos
de pensar... “Vosotros --los buenos de entre vosotros-- aprobáis la bondad de Simón para con el
huérfano. Solo el juicio de los buenos tiene valor. No se debe escuchar el juicio de los no
buenos, que siempre está impregnado de veneno y mentira... ■ Hay páginas de la Escritura
que hablan de cuánto bien nace de un acto bueno. Recordemos a Tobit. Mereció que el
arcángel cuidase a su hijo Tobías y que enseñase a éste cómo devolver la vista a su padre
¡Cuántas caridades, y sin pensar en obtener beneficio alguno, había hecho el justo Tobit a pesar
de los reproches de su mujer y de los peligros de la vida, incluso de muerte! Recordad las
palabras del arcángel: «Buenas cosas son la oración y el ayuno. La limosna vale más que
montañas de minas de oro, porque la limosna libra de la muerte, purifica los pecados; quien la
practica halla misericordia y vida eterna... Cuando orabas entre lágrimas y enterrabas a los
muertos... yo presenté tus oraciones al Señor». Pues bien, mi Simón, en verdad os lo digo,
superará con mucho las virtudes del anciano Tobit. Cuando Yo me vaya, él protegerá vuestras
almas con mi Doctrina. Ahora él empieza su paternidad de un alma para ser mañana padre santo
de todas las almas fieles a Mí. ■ Por tanto, no murmuréis; al contrario, si un día encontráis en
vuestro camino, cual pajarillo caído de su nido, a un huérfano, recogedle. El pedazo de pan
compartido con el huérfano, lejos de empobrecer la mesa de los hijos auténticos, trae a casa las
bendiciones de Dios. Haced esto, porque Dios es el Padre de los huérfanos y es Él mismo quien
os los pone delante, para que los ayudéis reconstruyéndoles el nido que la muerte destruyera;
hacedlo porque lo enseña la Ley que Dios dio a Moisés, que es nuestro legislador
precisamente porque en tierra enemiga e idolátrica encontró un corazón que se inclinó
compasivo hacia su debilidad de infante, para salvarle de la muerte, arrebatándole a la
muerte, fuera de las aguas, al margen de las persecuciones, porque Dios había establecido que
Israel tuviera un día su libertador: un acto de piedad le valió a Israel su caudillo.■ Las
repercusiones de un acto bueno son como ondas sonoras que se difunden hasta muy lejos del
lugar en que nacen; o, si lo preferís, como flujo de viento que arrebata las semillas y consigo
las lleva muy lejos hasta las fértiles tierras. Podéis iros. La paz sea con vosotros”. (Escrito el 25
de Julio de 1945).
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--------------------000-------------------4-231-15 (4-92-565).- En Cafarnaúm Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a
Magdalena.
* Para Marta, su hermana Magdalena ahora es peor aque antes.- ■ Jesús, sudoroso y
empolvado, regresa con Pedro y Juan a la casa de Cafarnaúm (1). Apenas ha puesto pie en el
huerto, que da la cocina, cuando el dueño de la casa, familiarmente le llama y le dice: “Jesús, ha
vuelto esa mujer de la que te hablé en Betsaida; ha vuelto y te buscaba. Le he dicho que te
esperara y la llevé arriba, a la habitación superior”. Jesús agradece al dueño: “Gracias, Tomás.
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Voy enseguida. Si vienen los demás, entretenlos“. Jesús sube rápido por la escalera sin quitarse
siquiera el manto. En el lugar donde arranca la escalera está Marcela, la sierva de Marta. Dice la
mujer arrodillándose ante Jesús: “¡Oh, Maestro nuestro! Mi señora está allí dentro. Hace días
que te está esperando”. Jesús: “Me lo imaginaba. Voy enseguida a verla. Dios te bendiga,
Marcela”. Jesús levanta la cortina que protege de la luz, aún violenta, a pesar de que la puesta
del sol esté ya adelantada (vuelve fuego al aire y parece encender las casas blancas de
Cafarnaúm, que semejan unos braseros encendidos). En la habitación está Marta, toda velada y
envuelta en el manto, sentada cerca de una ventana. Quizás mira a un trozo de lago en donde
una colina llena de árboles ha metido sus pies en él, quizás solo mira a sus pensamientos. Lo
que sí es cierto es que está muy absorta, tanto que no siente el ligero caminar de Jesús que se
acerca. Da un sobresalto cuando la llama. Marta grita: “¡Oh, Maestro!”. Y cae de rodillas con
los brazos extendidos, como pidiendo ayuda, y luego se inclina hasta tocar el suelo con la frente
y se pone a llorar. ■ Jesús: “¿Pero qué sucede? ¡Levántate! ¿Por qué estas lágrimas? ¿Te ha
sucedido alguna desgracia que me tangas que contar? ¿Sí? ¿Cuál, pues? Estuve en Betania, ¿lo
sabes? ¿Sí? Y allí supe que había buenas noticias. Y ahora tú con este llanto... ¿Qué pasó?” y la
obliga a levantarse, y a que se siente en el asiento que está colocado contra la pared. Él se sienta
frente a ella. Jesús: “Vamos, quítate el velo y el manto, como Yo lo estoy haciendo. Debes
morirte de calor. Y luego quiero ver la cara de esta Marta intranquila, para que le despeje todas
las nubes que la oscurecen”. Marta obedece sin dejar de llorar, y se ve su rostro colorado, con
ojos hinchados por las lagrimas. Jesús: “¿Entonces? Te ayudaré. María te mandó llamar. Ha
llorado mucho, ha querido saber mucho de Mí y has llegado a imaginar que se trata de una
buena señal, tanto es así que has manifestado tu deseo de que Yo viniera aquí para realizar el
milagro. Aquí estoy, pues ¿Y ahora?...”. ■ Marta: “Ahora ya nada, Maestro. Me equivoqué. Fue
una esperanza tan grande que me hizo ver cosas inexistentes... Te hice venir para nada... María
es peor que antes... ¡No! ¡Qué estoy diciendo! La calumnio, mintiendo. No es peor, porque no
quiere ya más hombres a su alrededor, es que es distinta; pero sigue siendo mala. Me parece que
está loca... Yo ya no la entiendo. Antes por lo menos la entendía. ¡Pero ahora! ¿Quién la
entiende?”, y Marta llora desesperada. Jesús: “¡Ea! Tranquilízate y dime qué cosa hace. ¿Por
qué es mala? Así pues, no quiere a su alrededor hombres. Me imagino que vivirá sola en su
casa. ¿No es así? ¿Sí? Bien. Eso está muy bien. El haber deseado que tú estuvieses cerca de ella,
como para protegerse contra las tentaciones --son tus palabras-- y para evitarlas apartándose de
relaciones culpables, o simplemente de lo que podría llevarla a relaciones culpables, es señal de
buena voluntad”. Marta: “¿Piensas que sí, Maestro? ¿De veras lo crees así?”. Jesús: “Pues claro.
¿En qué te parece mala?”.
* La lucha de M. Magdalena contra el monstruo que la oprime.- ■ Jesús prosigue:
“Cuéntame qué hace...”. Marta, un poco animada con las palabras de Jesús, habla con mayor
claridad: “Mira. Desde que llegué, María no ha vuelto a salir de casa, del jardín, ni siquiera para
ir al lago con la barca. Su nodriza me dijo que ya de antes no salía casi nada. Parece que este
cambio empezó desde la Pascua. Pero, antes de que yo viniese, todavía había personas que iban
a buscarla, y no siempre las rechazaba. Algunas veces daba órdenes de que no dejasen pasar a
ninguno. Pero luego, si, habiendo oído las voces de los visitantes, iba al vestíbulo y ya éstos se
habían marchado, incluso pegaba a los sirvientes, en un arrebato de injusta ira. Desde que llegué
no ha vuelto a hacerlo. La primera tarde, y por esto he abrigado estas esperanzas, me dijo:
«Sujétame, amárrame incluso... pero no me dejes salir ya más, no dejes que vea a nadie sino a
ti o la nodriza, porque estoy enferma y me quiero curar. Esos que vienen a verme, o que quieren
que yo vaya a verlos, son semejantes a pantanos de fiebre. Con ellos enfermo cada vez más.
Pero su apariencia es muy hermosa, son exuberantes, están llenos de cantos, tienen frutos de
aspecto tentador; tanto que no sé resistir porque soy una infortunada, una desgraciada. Marta, tu
hermana es una débil, y hay quien se aprovecha de su debilidad para que cometa cosas infames,
aunque un resto de mí no consiente en ellas, el único resto que me queda todavía de mi madre,
de mi pobre madre...» y se ponía a llorar, a llorar. Yo me porté con ella: con dulzura en las horas
en que era más razonable, con firmeza cuando parecía una fiera enjaulada. Jamás se rebeló
contra mí; es más, pasados los momentos de mayor tentación, venía a llorar a mis pies, con la
cabeza sobre mis rodillas y me decía: «¡Perdóname, perdóname!» y si le preguntaba: «¿Por qué
hermana? No me has hecho nada», me respondía: «Porque hace unos momentos, o ayer por la
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noche, cuando me dijiste: „No puedes salir fuera de aquí‟, en mi corazón te odiaba, maldecía y
deseaba que murieras». ¿No es esto, Señor, por ventura doloroso? ¿Que está loca? ¿A esto la
llevó el vicio? Me imagino que algún amante suyo le haya dado una pócima para hacerla
esclava de la lujuria y que la haya llegado hasta el cerebro...”. ■ Jesús: “No, no se trata de filtros
ni de locuras, es otra cosa. Pero... sigue”. Marta: “Bien. Conmigo es respetuosa y obediente. No
ha maltratado más a sus siervos. Pero después de la primera noche no ha preguntado más sobre
Ti. Es más, si yo le hablo de Ti, desvía la conversación; salvo cuando se queda horas y horas en
el peñasco de la panorámica del mirador y se queda contemplando el lago, hasta el cansancio, y
me pregunta a cada barca que ve pasar: «¿Te parece que sea la de los pescadores galileos?».
Jamás pronuncia tu Nombre, ni el de los apóstoles. Pero yo sé que ve a ellos y a Ti en la barca
de Pedro. También colijo que piensa en Ti porque algunas veces en la noche, mientras paseamos
por el jardín o bien esperamos a que llegue la hora de dormir, --yo cosiendo y ella mano sobre
mano sin hacer nada-- me dice: «¿De este modo es necesario vivir según la doctrina que
sigues?». ■ Y a veces se echa a llorar, otras a reír con unas carcajadas sarcásticas, de loca, o de
demonio. Otras veces se suelta los cabellos, que siempre trae muy bien arreglados, y hace dos
trenzas, se pone uno de mis vestidos y me viene con las trenzas sueltas por la espalda, o
dispuestas por delante, sin ningún escote, púdica, con aire de jovencita por el vestido, las trenzas
y la expresión del rostro, y me pregunta: «¿A este punto debe llegar María?». En estos casos
algunas veces se pone a llorar besándose sus espléndidas y gruesas trenzas, que le llegan hasta
las rodillas, toda esa belleza que era la gloria de mi madre; pero también a veces echa esa
horrenda carcajada o bien me dice: «Mira, mira bien, mira lo que hago, así me quito de en
medio», y se rodea la garganta con las trenzas y aprieta hasta que se pone morada, como si
quisiera estrangularse. ■ Otras veces, cuando parece que siente más fuerte la tentación de su
carne, le da por compadecerse de sí misma, o por darse golpes, arañarse la cara, darse cabezazos
contra la pared; y si la pregunto: «¿Por qué haces eso?», se me vuelve, como fuera de sí, con
una mirada feroz, de enajenada, responde: «Para despedazarme, despedazar mis entrañas, mi
cabeza. Las cosas nocivas, las cosas malditas deben destruirse. Yo me destruyo». ■ Si le hablo
de la misericordia divina, de Ti --porque yo no la hago caso y la hablo de Ti como si fuese ella
la más fiel de tus discípulas, y te juro que a veces me arrepiento de hablar de Ti ante ella-- me
responde: «Para mí no puede haber misericordia. He pasado la medida». Y es entonces cuando
la desesperación se apodera de ella, se golpea hasta que le mana sangre y grita: «¿Por qué tengo
este monstruo que me destroza, que no me deja un momento de paz, que me arrastra al mal con
voces de cantos y luego se juntan a éstas las voces de maldición de papá y mamá, y las
vuestras? Porque también tú y Lázaro me maldecís, como también Israel. ¿Por qué me trae estas
voces para hacerme enloquecer?...». Cuando habla así le respondo: «¿Por qué piensas en Israel
que es un pueblo, y no piensas en Dios? Dado que no pensaste antes, cuando todo lo pisoteabas,
piensa ahora en vencer todo, y a no preocuparte más del mundo, sino de Dios, de papá, de
mamá. Ellos no te maldicen si cambias de vida, sino más bien te abren sus brazos...». Ella me
escucha, pensativa, estupefacta como si le dijese un cuento imposible. Luego se echa a llorar,
pero no dice más. ■ Algunas veces ordena a los siervos que le lleven vinos y manjares, y bebe
diciendo: es «para no pensar». Ahora, desde que sabe que estás en el lago, siempre que sabe
que vengo aquí, me dice: «Un día voy a ir también yo», y, riéndose con esa sonrisa que es un
insulto a sí misma, concluye: «Así, al menos, la mirada de Dios caerá también en el estiércol».
Pero yo no quiero que venga, así que espero a venir aquí cuando ella, cansada de ira, de vino, de
llanto, de todo, se eche a dormir derrengada. Hoy también he salido de este modo. Volveré de
noche, antes de que se despierte. Esta es mi vida... Ya no tengo esperanza...”. Y el llanto,
refrenado mientras hablaba, vuelve a aparecer más fuerte que antes.
* “De los 7 demonios de Magdalena, el menos fuerte es la soberbia. Solo por eso se
salvará”.- ■ Jesús: “¿Te acuerdas, Marta, de lo que un día te dije «María es una enferma?». No
lo quisiste creer. Ahora lo estás viendo. Tú la crees loca. Ella misma dice que está enferma de
fiebre pecaminosa. Yo digo: enferma de posesión diabólica. Siempre es una enfermedad. Sus
incoherencias, sus arrebatos de ira, sus llantos, desconsuelos, ansia de venir a Mí son las fases
de su enfermedad, que, cuando va llegando al momento de su curación, experimenta las crisis
más violentas. Haces bien en ser bondadosa con ella, en ser paciente, en hablarle de Mí. No te
repugne pronunciar mi Nombre en su presencia. ¡Pobre alma de mi María! También salió del
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Padre Creador, igual que las demás, que la tuya, que la de Lázaro, que la de los apóstoles y
discípulos. También ella está incluida entre las almas por las que me he hecho carne para ser
Redentor. Mejor dicho, he venido más por ella que por ti, que por Lázaro, los apóstoles y
discípulos. ¡Pobre alma de mi María a quien amo tanto, de mi María envenenada con siete
venenos además del veneno primogénito y universal, de mi María prisionera! ¡Déjala que venga
a Mí! ¡Deja que respire mi aliento, que oiga mi voz, que encuentre mi mirada!... Si se llama a sí
misma: «estiércol»... ¡Oh pobre alma que de los siete demonios, el menos fuerte que tiene es el
de la soberbia! Solo por eso se salvará”. ■ Marta: “Pero, ¿y si sale y encuentra a alguien que la
desvía nuevamente al vicio? Ella misma siente este temor...”. Jesús: “Y siempre lo temerá,
ahora que ha llegado a experimentar náuseas del vicio. Pero no te preocupes. Cuando un alma
tiene ya el deseo de ir al Bien, y tan solo la retiene el Enemigo diabólico --que sabe que va a
perder su presa-- y el enemigo personal que es el «yo» --que razona todavía muy humanamente
y se juzga a sí mismo humanamente, que cree que Dios juzga como él (para impedirle al espíritu
dominar al yo humano)-- entonces esa alma es ya fuerte contra los asaltos del vicio y de los
viciosos: ha encontrado la Estrella Polar, y no se desviará más. ■ No le vuelvas a decir «¿No
pensaste en Dios y sí piensas en Israel?». Es un reproche escondido. No lo hagas. Es una mujer
que ha escapado de las llamas. Es toda ella una llaga. No la toques sino con bálsamos de
dulzura, perdón, esperanza... Déjala libre de venir. Es más, debes decirle que cuándo va a
venir. Pero no le digas: «Ven conmigo»; al contrario, si te percatas de que viene, tú no vengas.
Regrésate. Espérala en casa. Volverá a ti quebrantada por la Misericordia. Porque Yo tengo que
eliminar esa malvada fuerza que ahora la oprime. Durante unas horas, será como una a la que
hubieran abierto las venas, como una a la que el médico hubiera quitado los huesos. Pero luego
se sentirá mejor. Estará aturdida. Tendrá gran necesidad de caricias y de silencio. Asístela como
si fueses su segundo ángel custodio, sin hacerlo notar. Si la ves llorar, déjala que llore. Si te
hiciera preguntas, déjala que las haga. Si la vieres sonreír con una sonrisa cambiada, con una
mirada y rostro distintos, no le hagas largas preguntas, no trates de dominarla.■ Sufre ahora
más en el subir que cuando bajó. Y debe ser ella quien suba, como por sí misma bajó.
Entonces no soportaba vuestras miradas puestas en su descenso, porque en vuestros ojos había
reproche. Pero ahora, con su vergüenza, que por fin se ha despertado, menos aún puede soportar
vuestra mirada: entonces era fuerte porque tenía en sí a Satanás, su amo, y con él la fuerza
siniestra que la sostenía, de forma que podía desafiar al mundo, y, a pesar de ello no resistía
vuestra mirada cuando pecaba; ahora ya no tiene por amo a Satanás, sino que es solo
huésped en ella, todavía, aunque ya el deseo de María le tiene sujeto por la garganta. Y no me
tiene a Mí todavía. Por eso es demasiado débil. No puede soportar ni siquiera la caricia de tus
ojos de hermana puestos en su confesión a su Salvador. Toda su energía está dirigida y
consumida, en tener asidos de la garganta a los siete demonios. Para todo lo demás está
indefensa y desnuda. Pero Yo la vestiré de nuevo y la fortaleceré”.
* “Dile que hablaré cerca de la Fuente, aquí en Cafarnaúm”.- ■ Jesús: “Ve en paz, Marta. Y
mañana, con tacto, dile que hablaré cerca de la Fuente, aquí en Cafarnaúm, al atardecer. Vete en
paz. vete en paz. Te bendigo”. Marta está todavía perpleja. Jesús, que la está mirando, le dice:
“No caigas en la incredulidad, Marta”. Marta: “No, Señor. Pero pienso... ¡Oh! dame alguna cosa
que pueda llevar a María para infundirle un poco de fuerza... Sufre mucho... y yo tengo miedo
de que no logre vencer al demonio”. Jesús: “¡Eres una niña! María me tiene a Mí y a ti. ¿No lo
logrará? ■ De todas formas, ven; ten; dame esta mano que jamás ha pecado, que ha sabido ser
dulce, misericordiosa, activa, piadosa, que siempre ha tendido gestos de amor y de oración, que
jamás se ha pasado las horas en el ocio y que jamás se ha corrompido. Mira, la tengo entre las
mías para hacerla más santa. Levántala contra el demonio y él no la soportará. Toma esta faja
mía. No la tires. Y cada vez que la vieres dite a ti misma: «Más fuerte que esta faja de Jesús es
el poder de Jesús y con ello se vence: demonios y monstruos. No debo tener miedo». ¿Estás
contenta ahora? Mi paz sea contigo. Vete tranquila”. Marta le hace una profunda reverencia y
se va. El carro de Marcela está a la puerta. Jesús sonríe mientras la ve tomar asiento y partir en
dirección a Mágdala. (Escrito el 27 de Julio de 1945).
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1 Nota : “Casa de Cafarnaúm”. Se trata de la casa de un cierto Tomás, mencionado también en otros pasajes,
conocido íntimo de la familia de Jesús, con mujer y sin hijos. Su casa de Cafarnaúm era considerada la casa de Jesús,
como en Mateo 4,13.
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(Se sabe ya, y en Mágdala todos hablan de ello, que Magdalena ya no sale ni da sus fiestas ).
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4-233-27 (4-94-577).- En Cafarnaúm, parábola de la oveja perdida (1). M. Magdalena también,
la oye.
*Relato de la parábola.- ■ Jesús está hablando a la gente. Desde encima del borde arbolado de
un riachuelo, está hablando a numerosa gente esparcida por un campo de trigo ya recogido hace
poco, que presenta el desolador aspecto de los rastrojos. Declina la tarde. La luna empieza a
salir. Es un atardecer bello y claro de los primeros días de verano. Los rebaños regresan a sus
rediles y se oye el din-don de los cencerros, que se mezcla con el cantar de los grillos y de las
chicharras, un intenso cri, cri, cri. Jesús se inspira en los rebaños que están pasando. Dice:
”Vuestro Padre es como un pastor solícito. ¿Qué hace un buen pastor? Busca pastos buenos para
sus ovejas, donde no haya ni cicuta ni hierbas venenosas, sino dulces tréboles, buenas hierbas y
raíces amargas aunque saludables. Busca lugares donde, además de comida, haya también un
riachuelo fresco y puro, y sombra de árboles, y que no surjan las víboras entre el pasto. No trata
de buscar los pastos de hierba alta, porque sabe que en ellos es fácil encontrar peligrosas
culebras y hierbas nocivas; prefiere, más bien, los pastos montanos, de hierba no muy alta,
donde el rocío limpia y da frescura a la tierna hierba y el sol la limpia de reptiles, donde el aire
es fresco, ligero y no cargado y malsano, como en la llanura. El buen pastor observa a cada una
de sus ovejas. Si están enfermas, las cuida; si heridas, las cura; llama a la que es demasiado
glotona y corre el peligro de enfermarse; a la que enfermaría por estar demasiado expuesta a la
humedad, o demasiado al sol, le dice que vaya a otro lado; y, si una está desganada y no come,
trata de buscarle hierbas aciduladas y aromáticas para despertarle el apetito, y se las da con su
propia mano, hablándole como a una persona amiga. Así hace el Padre que está en los Cielos
con sus hijos que andan errantes por la tierra. Su amor es el cayado que los reúne; su voz, la
guía; sus pastos, su Ley; su redil, el Cielo. ■ Pero, he aquí que una oveja le abandona. ¡Cuánto
le amaba! Era joven, limpia, cándida, como una nubecilla en el cielo de abril. El pastor la veía
con ojos llenos de amor, al pensar lo que podía hacer por ella. Pero ésta le abandona... Es que ha
pasado, a lo largo del camino que bordea los pastos, un tentador. No tiene la casaca austera, sino
un vestido de mil colores. No lleva cinturón de cuero de donde penden hacha y cuchillo, sino
cinturón de oro del que penden cascabeles de plata, melodiosos cual canto de ruiseñor, y
ampollas de perfumes embriagadores... No lleva tampoco bastón, como el pastor bueno, con que
reunir y defender a las ovejas, y, si el bastón no fuera suficiente, las defenderá solícito con el
hacha y el cuchillo y hasta con su vida. No, este tentador que pasa, tiene en sus manos un
incensario brillante de piedras preciosas de donde emana un humo que es hedor y perfume al
mismo tiempo, pero que aturde; de la misma forma los tornasoles de las joyas --¡qué falsas!-deslumbran. Pasa cantando mientras deja caer puñados de sal, de una sal que brilla en el camino
oscuro... Noventa y nueve ovejas miran, pero permanecen donde están; la oveja número cien, la
más joven y estimada, da un salto y desaparece detrás del tentador. El pastor la llama, pero ella
no vuelve. Va más veloz que el viento para tratar de alcanzar al que ha pasado. Para tener
fuerzas en su carrera, gusta aquella sal. La sal le entra dentro, le produce un extraño delirio que
la abrasa. Por ello, siente necesidad de aguas profundas y verdes de una espesura tenebrosa,
donde, siguiendo al tentador, se hunde y penetra, sube y baja y cae... una, dos, tres veces; y una,
dos, tres veces siente alrededor de su cuello el contacto viscoso de reptiles. Queriendo beber,
bebe aguas contaminadas; queriendo alimentarse, come hierbas brillantes por las babas
asquerosas que las cubren. ■ Entre tanto ¿qué hace el buen pastor? Deja cerradas en lugar
seguro las noventa y nueve fieles y se pone en camino. No deja de caminar hasta que encuentra
huellas de su oveja perdida. Y como ella no regresa a él, a pesar de que sigue invitándole con
sus gritos, él va a donde ella. La ve desde lejos, ebria, atrapada entre lazos de reptiles, tan ebria
que no siente siquiera la nostalgia del rostro que la ama; antes bien, se burla de él. De nuevo la
ve, culpable de haber penetrado cual ladrona en casa ajena, tan culpable que ya no se atreve a
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mirarle... Y, a pesar de todo, el pastor no se cansa... y continúa... la busca, la busca, la sigue, la
acosa. Va llorando sobre las huellas de la oveja perdida: mechones de lana: pedazos de alma;
manchas de sangre: crímenes diversos; suciedades: pruebas de su lujuria; él sigue adelante y la
alcanza”.
* María Magdalena se lleva sus manos bajo el velo y llora al oír: “Te he encontrado,
amada”.- ■ Jesús: “Te he encontrado, amada. ¡Te he alcanzado! Cuánto he caminado por ti,
para llevarte de nuevo al redil. No agaches la frente humillada. Tu pecado está sepultado en mi
corazón. Nadie, fuera de Mí que te amo, lo conocerá. Te defenderé de las críticas de los demás,
te cubriré con mi persona como escudo contra las piedras de tus acusadores. ¡Ven! ¿Estás
herida? ¡Oh muéstrame tus heridas! Las conozco pero quiero que me las muestres con la
confianza que tenías conmigo cuando eras pura y me mirabas a Mí, tu pastor y Dios, con ojos
inocentes. Aquí están las heridas. Todas tienen nombre. ¡Qué profundas son! ¿Quién te ha
hecho estas heridas tan profundas en el fondo del corazón? Lo sé: el Tentador. Es el que no
tiene bastón ni hacha, pero que causa mucho mal con su mordisco envenenado, y después de él
hieren también las joyas falsas de su incensario que te sedujeron con su brillante color... y que
eran en realidad piedras de azufre de infierno, sacadas a la luz para abrasarte el corazón. ¡Mira!
¡Cuántas heridas! Tu lana está desecha, tiene sangre, tiene cardos.■ ¡Oh pobre pequeña alma
engañada! Pero dime: si Yo te perdono, ¿me amarás? Pero dime; si tiendo a ti los brazos,
¿vendrás a ellos? Dime: ¿tienes sed del amor bueno? Entonces ven y renace. Regresa a los
pastos santos. Llora. Tu llanto y el mío lavan las huellas de tu pecado. Y Yo para alimentarte,
pues estás enflaquecida por el mal en que has ardido, me abro el pecho, me abro las venas, y te
digo: «¡Aliméntate y vive!».Ven, te tomaré en mis brazos. Iremos más veloces a los pastos
santos y seguros. Olvidarás todo lo sucedido en esta hora desesperada. Tus noventa y nueve
hermanas, las buenas, se alegrarán con tu regreso. Sí, porque Yo te lo aseguro --ovejita mía
perdida a quien he buscado desde tierras muy lejanas, a quien he encontrado y he salvado-- que
los buenos hacen más fiesta por uno que, habiéndose extraviado, regresa, que no por noventa y
nueve justos que jamás se han alejado del redil”. ■ Jesús, en todo este tiempo, en ninguna
ocasión se ha vuelto a mirar al camino que tiene a sus espaldas, a donde llegó, entre la
penumbra del atardecer, María Magdalena, todavía elegantísima, pero al menos vestida y
cubierta con un velo oscuro que no deja traslucir sus rasgos y sus contornos. Cuando Jesús dice:
“Te he encontrado, amada”, María se lleva sus manos bajo el velo y llora, con un llanto
silencioso y continuo. La gente no la ve porque ella está a este otro lado de la orilla del río, que
bordea el camino. La ven solo la luna que ya está alta y el espíritu de Jesús... (Escrito el 12 de
Agosto de 1944).
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1
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Nota : Lc.15,1-7; Mt.18-11-14; Lc. 15,1-7.
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4-234-29 (4-95-580).- Normas para los directores de almas basadas en el comentario de tres
episodios sobre la conversión de María Magdalena (1).
* “Razón de las 4/10 de las conversiones fallidas: negligencia de los pastores”.- ■ Dice
Jesús: “Desde Enero, cuando te hice ver la cena en casa de Simón el leproso, tú, y quien te guía,
tuvisteis deseos de conocer mejor a María de Mágdala, y las palabras que le dirigí. Siete meses
después os doy a leer estas páginas para satisfacer vuestro deseo y para dar una norma a los que
deben saber inclinarse sobre estas lepras del alma, y para brindar, a estas infelices que se
ahogan en su tumba de vicio, una voz que quiera invitarlas a salir de él. ■ Dios es bueno. Con
todos es bueno. No mide con la medida humana. No hace diferencias entre pecado y pecado
mortal. El pecado, cualquiera que sea, le causa dolor. El arrepentimiento le proporciona alegría
y le inclina a perdonar. La resistencia a la Gracia le hace inexorablemente severo, porque la
Justicia no puede perdonar al impenitente que muere en tal estado, no obstante todos los auxilios
que se le dan para convertirse. Las causas, si no de la mitad o por lo menos de cuatro décimas de
las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de
convertir; un mal entendido y falso celo que no es sino velo que cubre un real egoísmo y
orgullo, en virtud del cual se quedan tranquilos en su propio refugio y no descienden al fango
para arrancar de él un corazón. «Yo soy puro, digno de respeto. No voy allí donde hay
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podredumbre, y donde se me puede faltar al respeto». Quien así habla, ¿no ha leído en el
Evangelio que el Hijo de Dios vino a convertir a publicanos y meretrices, además de a los justos
que estaban el ámbito de la Ley antigua? ¿No piensan que el orgullo es impureza de mente, que
la falta de caridad es impureza de corazón? ¿Que sufrirás humillación? Yo la sufrí primero y
más que tú, y era el Hijo de Dios. ¿Que tendrás que arrastrar tu vestidura sobre la inmundicia?
¿Y no toqué Yo, acaso, con mis manos esta inmundicia para ponerla en pie y decirle: «Anda por
este nuevo camino»? ■ ¿No os acordáis de lo que dije a vuestros predecesores? : «En cualquier
ciudad o poblado que entraseis, informaos de quién hay merecedor de vuestra presencia y
quedaos en su casa». Esto lo dije para que el mundo no murmure. El mundo que fácilmente ve
el mal en todas las cosas. Pero añadí: «Cuando entréis en las casas --„casas‟ dije, no „casa‟-saludadlas diciendo: „Paz sea en esta casa‟. Si la casa es digna de recibirla, la paz descenderá
sobre ella; si no, volverá a vosotros». Esto lo dije para enseñaros que, si no hay prueba clara
de impenitencia, debéis tener para con todos un mismo corazón. Y terminé la enseñanza
diciendo: «Y si alguien no os recibe, y no escucha vuestras palabras, al salir de esas casas o
ciudades, sacudid el polvo que se os haya pegado a las suelas». Y la fornicación, para los
buenos, para aquellos a quienes la Bondad constantemente amada hace semejantes a un cubo de
cristal liso, no es sino polvo que, para quitarlo, basta sacudirlo o soplar. ■ Sed verdaderamente
buenos. Formad un bloque único con la Bondad eterna en medio, y ningún género de corrupción
podrá subir a ensuciaros más arriba de las suelas que pisan el suelo. ¡Tan alta está el alma!... El
alma de quien es bueno y de quien forma una cosa con Dios. El alma está en el Cielo. Allí no
llega ni el polvo ni el fango, ni siquiera cuando lo lanzan con odio contra el alma del apóstol.
Puede afectar a vuestra carne, es decir, heriros material y moralmente, persiguiéndoos, porque el
Mal odia al Bien, o colmándoos de injurias. ¿Y qué? ¿No me ofendieron a Mí? ¿No fui herido?
¿Pero, aquellos golpes y aquellas palabras indecentes turbaron mi espíritu? No. Resbalaron sin
penetrar, como saliva en un espejo o piedra lanzada contra la pulpa jugosa de un fruto. O
penetraron solo superficialmente, sin causar daño al germen de la semilla que está encerrado en
el centro del hueso; es más, favoreciendo su germinación, porque es más fácil brotar de una
pulpa entreabierta que no de una completamente cerrada. Solamente muriendo, el grano germina
y el apóstol produce. Muriendo a veces materialmente; casi muriendo diariamente, en el sentido
metafórico porque el yo humano no está sino quebrado. Y esto no es muerte, sino Vida. El
espíritu triunfa sobre la muerte de la humanidad”.
* “Tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, hablé de perdón: rocío para
la sed ardiente que siente el culpable”.- (A continuación, nota 1- 1º).- ■ Dice Jesús: “Había
venido a Mí por el simple capricho de la mujer ociosa que no sabe cómo llenar sus horas de
ocio. Pues bien, en sus oídos --embotados de falsas lisonjas de quien con himnos a la carnalidad
la mecía para tenerla esclavizada-- sonó la voz límpida y severa de la Verdad, de la Verdad que
no tiene miedo a las burlas e incomprensiones y expresa sus palabras mirando a Dios. Y, cual
coro de campanas tocando a fiesta, se fundieron en la Palabra las voces que hablan en los
Cielos, en el azul libre del aire, propagándose por valles y colinas, llanuras y lagos, para
recordar las glorias y delicias del Señor. ¿Recordáis el doble festivo que en los tiempos de paz
tanto alegraba el día dedicado al Señor? La campana mayor daba, con el badajo sonoro, el
primer toque en nombre de la Ley divina. Decía: «Hablo en nombre de Dios, Juez y Rey». Y
luego las campanas menores, con sus arpegios: «que es bueno, misericordioso y paciente». Para
terminar luego la campana más argentina, con voz de ángel, diciendo: «y su caridad mueve al
perdón y a la compasión, para enseñaros que el perdón es más útil que el rencor, y la compasión
más que la implacabilidad; venid a Aquel que perdona, tened fe en Él, que es compasivo». ■
También Yo, tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la
esperanza del perdón. Como una cinta de seda de color verde y azul, la he agitado entre las
tonalidades negras para que ahí introdujera sus consoladoras palabras. ¡Oh, el perdón! Es rocío
para la sed ardiente que siente el culpable. El rocío no es como el granizo que golpea, rebota y
desaparece, sin penetrar, y que mata la flor. El rocío baja tan delicadamente que aun la flor más
tierna no siente cuando se posa en sus pétalos de seda; pero luego ésta bebe su frescura y cobra
fuerzas. El rocío cae en las raíces, en el terrón ardiente del suelo y en tantas cosas... Es una
humedad de lágrimas, llanto de estrellas, amoroso llanto de las madres por sus hijos que tienen
sed. Rocío que baja, que en sí mismo ya es consuelo, junto a la leche dulce y fecunda. ¡Oh
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misterios de los elementos, que obran cuando el hombre descansa o peca! El perdón es como
este rocío. No solo trae consigo la limpieza, sino jugos vitales, que arrebató no a los elementos,
sino a las hogueras divinas. ■ Luego, después de la promesa del perdón, la Sabiduría habla y
dice lo que es lícito o no, avisa, sacude no por dureza, sino por solicitud maternal de
salvación.¡Cuántas veces vuestro pedernal se hace aún más impenetrable y cortante para con la
Caridad que se inclina hacia vosotros!...¡Cuántas veces huís mientras ella os habla...! ¡Cuántas
os burláis de ella! ¡Cuántas la llegáis a odiar...! Si la caridad os pagase como le pagáis a ella, ¡ay
de vuestras almas! Sin embargo, ya veis que la Caridad es la caminante incansable que anda en
busca vuestra. Viene a donde estáis aunque estéis sumergidos en asquerosas cuevas”.
* “Los apóstoles deben desafiar prejuicios y críticas ante un deber tan alto”.- (A
continuación, nota 1-2º).- ■ Dice Jesús: “¿Por qué quise ir a aquella casa? ¿Por qué no obré en ella
el milagro? Para enseñar a los apóstoles cómo obrar, desafiando prejuicios y críticas cuando se
trata de cumplir un deber tan alto y que está lejos de estas cosillas del mundo. ¿Por qué dije a
Judas aquellas palabras? Los apóstoles eran muy humanos. Todos los cristianos son muy
humanos. Los santos que están en la Tierra también lo son, pero en grado menor. Algo de
humano sobrevive aun en los perfectos. Mas los apóstoles no eran todavía perfectos. Lo humano
estaba filtrado en sus pensamientos. Yo los llevaba a las alturas, pero el peso de su humanidad
les hacía descender de nuevo. Para que cada vez bajaran menos, tenía que meter en su camino
de subida cosas apropiadas para detener su descenso, de modo que parasen en ellas meditando y
descansando, para luego subir más arriba del límite anterior. ■ Tenían que ser cosas que
pudiesen servirles de peldaño para convencerlos de que Yo era un Dios. Por esto: conocimiento
exacto de almas, victoria sobre los elementos, milagros, transfiguración, resurrección y
ubicuidad. Estuve contemporáneamente en el camino de Emaús y en el cenáculo. Las horas de
las dos presencias, cotejadas por los apóstoles y los discípulos, fue una de las razones que más
les convenció, y los arrancó de sus lazos y los lanzó al camino de Cristo. Más que por Judas -miembro que incubaba ya en sí la muerte--, hablé para los otros once. Debía mostrarles
claramente, no por orgullo, sino por necesidad de formación, que Yo era Dios. Era Dios y
Maestro, aquellas palabras lo manifiestan de Mí: revelo una facultad extrahumana y enseño una
perfección: a no tener conversaciones malas, ni siquiera con nuestro interior. Porque Dios ve,
y gusta ver puro el interior para bajar a él y morar en él”.
* “La presencia de Dios exige un ambiente puro”.- (A continuación, nota 1, 3º).- ■ Dice Jesús:
“¿Pero por qué no obré el milagro en esa casa? Para enseñar a todos que la presencia de Dios
exige un ambiente puro. Por respeto a su excelsa majestad. Para hablar, no con palabras que
salen de los labios sino con palabras más profundas, al espíritu de la pecadora y decirle: «¿Lo
ves, infeliz? Eres tan sucia, que todo a tu alrededor se hace sucio. Tan sucio que Dios no puede
obrar. Tú más sucia que estos. Porque repites el pecado de Eva y ofreces el fruto a los adanes
tentándoles y arrebatándoles de su deber. Tú, servidora de Satanás» ■ ¿Pero por qué no quise
que su madre angustiada la llame «Satanás»? Porque ninguna razón justifica la ofensa y el
odio. Condición primera y necesaria para tener a Dios con nosotros es no tener rencor y saber
perdonar. Condición segunda, saber reconocer la propia culpabilidad, o de quien es nuestro; no
ver solo las culpas de los demás. Tercera: saber conservarnos, por justicia hacia el Eterno,
agradecidos y fieles después de haber recibido una gracia. ¡Quienes, tras haber recibido una
gracia, son peores que los perros y no se acuerdan de su Bienhechor --mientras que el animal sí
se acuerda-- son unos desdichados ■ No dije ninguna palabra a María Magdalena. La vi por un
instante como una estatua, y luego la dejé. Volví con «los vivos» a quienes quería salvar. Ella,
materia muerta igual o más que un mármol esculpido, la envolví en un aparente descuido. No
dije ni una palabra, e hice como si no hubiese tenido presente ante todo su alma que quería
redimir. ■ Y la última palabra: «No insulto. No insultes tú; limítate a orar por los pecadores»,
como guirnalda de flores, vino a juntarse con la que dije en el monte: «El perdón es más útil que
el rencor y la compasión que la inexorabilidad», y la encerraron dentro de un aro fresco,
perfumado de bondad, haciéndole experimentar cuán distinto de la feroz esclavitud de Satanás
es el servir a Dios, cuán suave es el perfume celestial respecto a la hediondez de la culpa, y qué
gran tranquilidad proporciona el ser amados santamente, respecto a ser poseídos
satánicamente”.
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* Enseñanza de todo esto.- ■ Jesús: “Observad cómo el querer del Señor es comedido. No
exige conversiones fulminantes. No exige de un corazón lo absoluto. Sabe esperar. Sabe
conformarse: se conformó con lo que pudo darle aquella madre trastornada por el dolor,
mientras esperaba a que la extraviada encontrara de nuevo el camino. No le pido otra cosa más
que «¿Puedes perdonar?». ¡Cuántas otras cosas habría podido pedirle para hacerla digna del
milagro, si hubiese juzgado a lo humano! Yo mido conforme a Dios vuestras fuerzas. Para
aquella pobre madre presa de dolor, ya era mucho el que fuera capaz de perdonar. En aquella
hora solo le pido eso. Después, cuando le restituí a su hijo, le dije: «Sé santa y santifica tu casa».
Pero, mientras el dolor la tiene prisionera, no le pedí sino perdón para la culpable. No se debe
exigir todo de quien poco antes ha estado en el fondo de las tinieblas. Esa madre luego iba a
salir a la Luz total, y con ella la esposa y los hijos. Pero, en ese momento, lo que hacía falta era
portar a sus ojos, ciegos de llanto, los primeros rayos de la luz: el perdón, alba del día del Dios.
■ De los presentes uno solo --no cuento a Judas, me refiero a los de la ciudad que estaban
presentes en ese lugar, no me refiero a mis discípulos-- uno solo no iba a alcanzar la Luz. Estos
sinsabores están unidos a las victorias del apostolado. Hay siempre alguien por quien el apóstol
en vano se fatiga. Pero esas derrotas no deben quitar el aliento. El apóstol no debe esperar
obtener todo. Contra él existen muchas fuerzas adversas que cual tentáculos de pulpo aferran la
presa que él le había arrebatado. El mérito del apóstol es igual. Infeliz el apóstol que dice: «No
voy a ese lugar porque sé que no voy a convertir». Este es un apóstol que vale muy poco. Es
necesario ir a ese lugar, aunque se vaya a salvar solo uno de mil. Su jornal apostólico será el
mismo por uno que por mil, porque él hizo todo lo que podía hacer, y Dios premia eso. También
hay que pensar que donde el apóstol no puede convertir, porque quien debe convertirse está
asido fuertemente por Satanás y las fuerzas de apóstol son inferiores al esfuerzo necesario,
puede intervenir Dios. Y ¿entonces? ¿Quién puede más que Dios? ■ Otra cosa que el apóstol
necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible, no solo el secreto amor del corazón de
los hermanos. Esto bastaría para los hermanos buenos. Pero el apóstol es un obrero de Dios y no
debe limitarse a orar, debe actuar. Que actúe con amor, con gran amor. El rigor paraliza el
trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la Luz. No rigor sino amor. El amor es
ese vestido de asbesto que preserva del ataque del calor de las malas pasiones. El amor es un
cúmulo de esencias que os preservan de que la podredumbre humano-satánica pueda entrar en
vosotros. Para conquistar a un alma es necesario saber amar. Para conquistar a un alma es
necesario conducirla a que ame, a que ame el Bien y repudie sus pobres amores pecaminosos.
Yo quería el alma de María. Y me comporté con ella, como contigo, pequeño Juan, pues no
me limité a hablar desde mi cátedra de Maestro, sino que bajé a buscarla en los caminos del
pecado. La seguí, la perseguí con amor. ¡Dulce persecución! Entré, Yo-Pureza, donde estaba
ella, la impureza. No temí el escándalo ni en Mí ni en los demás. El escándalo en Mí no podía
entrar, pues que Yo soy la Misericordia, y ésta llora por las culpas pero no se escandaliza de
ellas. ¡Infeliz aquel pastor que se escandaliza y, tras esta barrera, se atrinchera para abandonar
un alma! ¿No sabéis que las almas son más proclives a resucitar que los cuerpos y que la palabra
piadosa y amorosa que dice: «Hermana, por tu bien, levántate» realiza a menudo el milagro?
Tampoco temía el escándalo en los demás. Los ojos de los buenos me comprendían; los de los
malos, en donde la malicia fermenta, arrojando emanaciones de una corrupción interna, no
tienen valor. Ellos encontraban culpa aun en Dios. Creían que solo ellos eran perfectos. Por
esto no les curaba. ■ Las tres etapas para salvar un alma son, primera: Ser integérrimos para
poder hablar, sin temor a que nos hagan callarnos. Hablar a toda una multitud de modo que
nuestra palabra apostólica, dirigida a las turbas que se agolpan alrededor de la mística barca,
vaya, en círculos de onda, cada vez más lejos, hasta la orilla cenagosa donde están enclavados
los que viven inertes sobre el fango sin preocuparse de conocer la Verdad. Este es el primer
trabajo para romper la costra del duro terrón y prepararlo para la semilla. Es el trabajo más duro
tanto para el que lo tiene que hacer como para quien lo recibe, porque la palabra debe, cual
penetrante reja de arado, herir para abrir. Y en verdad os digo que el corazón del apóstol bueno
se hiere y sangra por el dolor que le supone tener que herir para abrir; pero también este dolor es
fecundo. Con la sangre y el llanto del apóstol se hace fértil el terreno agreste. Segunda
cualidad: trabajar incluso allí donde otro, que no ha comprendido su misión, huiría.
Despedazarse en el esfuerzo de arrancar cizaña, grama, espinas para que el terreno esté limpio y
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arado para que resplandezca sobre él, como sol, el poder de Dios y su bondad; y al mismo
tiempo, con maneras de juez y de médico, ser severo y, no obstante, compasivo; firme en un
período de espera para dar tiempo a las almas de superar la crisis, meditar y decidir. Tercer
punto: en el momento en que el alma que en el silencio se ha arrepentido, llorando y
pensando en sus errores, se atreve a venir tímidamente, miedosa de ser rechazada, hacia el
apóstol, el apóstol debe tener un corazón más ancho que el mar, más dulce que el corazón de
una madre, más enamorado que el corazón de un esposo, y ha de abrirlo de par en par, para que
broten de él olas de ternura. Si tenéis a Dios con vosotros, Dios que es caridad, encontraréis
fácilmente palabras de amor para las almas. Dios hablará en vosotros y por vosotros, y el amor
llegará, como miel que se escurre de un panal, para alivio de los labios ardientes y nauseados;
como bálsamo que sale de una ampolla, para medicina de los espíritus heridos. ■ Doctores de
las almas, haced que os amen los pecadores, haced que gusten el sabor de la caridad celestial y
que lo ansíen tanto que no busquen ya otro alimento, haced que sientan en vuestra dulzura un
alivio tan grande que lo busquen para todas sus heridas. Es menester que vuestra caridad aleje
de ellos todo temor, porque, como dice la epístola que hoy leíste: «El temor supone el castigo;
el que teme no es perfecto en la caridad» (1 Ju.4,18). Pero tampoco es perfecto en la caridad el que
produce el temor. No digáis: «¿Qué has hecho?». No digáis: «Vete». No digáis: «Tú no puedes
tener gusto por el amor bueno». Antes al contrario, decid, decid en mi nombre. «Ama y yo te
perdono»; decid: «Ven, Jesús te abre los brazos»; decid: «Gusta este Pan de los ángeles y esta
Palabra y olvida la pez de Infierno y los desprecios de Satanás». Haceos acémilas para llevar las
debilidades de los demás. El apóstol debe llevar sus cargas y las de los demás, su cruz y la de
los demás. Y, mientras os acercáis a Mí, cargados con estas ovejas heridas, dadles confianza a
estas ovejas errantes, decidles: «En este momento todo se ha olvidado»; decir: «No tengas
miedo del Salvador, que ha venido del Cielo por ti, exactamente por ti; yo solo soy el puente
para llevarte a Él, que te está esperando, al otro lado del río de la absolución penitencial, para
llevarte a sus pastos santos, cuyos comienzos están aquí en la tierra, pero que luego continúan,
con Belleza eterna que alimenta y hace feliz, en los Cielos»”.
* Finalidad de este comentario.- ■ Jesús: “Este es el comentario. Poco toca a vosotros, ovejas
fieles del Pastor. Si a ti, pequeña esposa, te aumenta la confianza, al Padre (Migliorini: Padre
espiritual de M.V.)se le aumentará la luz para poder juzgar; y para muchos actuará no solo como
incentivo de acercarse al Bien, sino que será el rocío de que he hablado, que penetra y nutre y da
nuevo vigor a las flores caídas. Levantad la cabeza. El Cielo está en lo alto. Queda en paz,
María. El Señor está contigo” (Escrito el 13 de Agosto de 1944).
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1 Nota : Este capítulo comenta tres episodios de la vida de María de Mágdala:
(1º) Se refiere al primer encuentro de Magdalena con Jesús, episodio 3-174-109, en que María Magdalena,
provocativa, llevada en brazos por cuatro hombres, apareció en el monte de las Bienaventuranzas.
(2º) Se refiere a 1ª parte del episodio 3-183-163, y responde a la pregunta: “¿Por qué quise ir a aquella casa (de
Magdalena)?... ¿Por qué dije aquellas palabras a Judas?”.
(3º) Se refiere a la 2ª parte del episodio 3-183-163, y responde a la pregunta: “¿Por qué no obré el milagro en esa casa
( de Magdalena)?”.
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4-235-37 (4-96-588).- Marta ha recibido de su hermana la certidumbre de su conversión.
* “Marta, tienes ya la victoria en la mano”.- ■ Jesús está a punto de subir a la barca en un
amanecer claro de verano, cuando he aquí que llega Marta con su criada. “¡Oh, Maestro!
Escúchame por amor de Dios”. Jesús baja de nuevo a la orilla y dice a los apóstoles: “Idos y
esperadme cerca del río. Entre tanto preparad todo lo necesario para la misión de Magedán.
También la Decápolis espera la palabra. Idos”. Y, mientras la barca zarpa y sale a zona abierta,
Jesús camina llevando a Marta a su lado, a los que respetuosamente sigue Marcela. Se alejan así
del pueblo caminando por la orilla: primero una faja de arena, aunque ya salpicada de matas
silvestres; enseguida, cubierta de vegetación, que empieza al subir por una pendiente, de donde
se ve el lago. Cuando llegan a un lugar solitario, Jesús dice sonriendo: “¿Qué se te ofrece?”. ■
Marta: “Maestro... esta noche, poco después de la segunda vigilia, María ha vuelto a casa.
¡Ah!... se me olvidaba decirte que, mientras estábamos comiendo, a la hora sexta, me ha dicho:
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«¿Te importaría prestarme tu vestido y un manto? Me quedarán un poco cortos, pero si no me
ciño el vestido y dejo que el manto llegue hasta abajo...». Le respondí: «Toma lo que quieras,
hermana». El corazón me latía fuerte, porque antes en el jardín, yo había dicho, hablando con
Marcela: «Al atardecer tenemos que estar en Cafarnaúm, porque el Maestro va a hablar a la
gente esta tarde», y había yo visto que María se sobresaltaba, que cambiaba de color; no podía
estar ya tranquila, iba y venía de un lado para otro, sola, como angustiada, en vilo, como una
persona que estuviera para tomar una decisión sin saber todavía qué aceptar y qué rechazar.
Después de la comida vino a mi habitación y tomó el vestido más oscuro que tenía, el más
modesto, se lo probó y pidió a la nodriza que le bajase todo el dobladillo, porque era demasiado
corto. Primero lo intentó ella, pero al ver que no podía se echó a llorar, diciéndome: «No soy
capaz de coser. Todo lo bueno y útil lo he olvidado.» y me echó los brazos al cuello con estas
palabras: «Ruega por mí». ■ Salió sola de casa, hacia el atardecer... ¡Cuánto oré para que no se
encontrase con ninguno que la estorbara venir aquí, para que comprendiera tu palabra, para que
lograra deshacerse definitivamente del monstruo que la esclaviza!... Mira, me he puesto tu
cinturón sobre el mío, y cuando sentía la presión del cuero duro en mi cintura, pues no estoy
acostumbrada a cinturones tan recios, me decía: «Él es más fuerte que todo». Luego vinimos yo
y Marcela. Con el carro es poco tiempo. No sé si nos viste entre la gente... Pero qué dolor, qué
espina en el corazón al no ver a María. Pensaba yo dentro de mí: «Se arrepintió. Ha vuelto a
casa. O también... tal vez haya huido porque no podía resistir mi imposición sobre ella, la que
ella misma me había pedido». Te escuchaba y lloraba bajo mi velo. Las palabras me parecían
dirigidas a ella... y ¡no las escuchaba! Así pensaba yo porque no la veía. Regresé a casa
desconsolada. Es verdad que te desobedecí, porque me habías dicho: «Si viene, espérala en
casa». Pero ten en cuenta mi corazón, Maestro. ¡Es mi hermana la que venía a Ti! ¿Podía menos
de no ver cuándo ella se acercase a Ti? Y luego... Me habías dicho: «Estará quebrantada».
Quería estar al lado de ella antes, para apoyarla... ■ Estaba yo de rodillas, llorando y orando en
mi habitación, cuando a eso de la segunda vigilia entró tan despacito que no me di cuenta de su
presencia sino cuando arrojándose sobre mí y abrazándome, me dijo: «Es verdad todo lo que
dices, hermana bendita; supera con mucho lo que tú dices, su misericordia es mucho mayor.
¡Oh, Marta mía, ya no es necesario que me tengas sujeta! ¡No me verás ya cínica, ni
desesperada! Ya no me oirás más decir: „¡Para no pensar!‟. Ahora quiero pensar; sé en qué
pensar: en la Bondad hecha carne. Tú orabas, hermana mía, sin duda orabas por mí. Pues bien,
tienes ya tu victoria en la mano: tu María, que no quiere más pecar y que renace ahora. Mírala
bien a la cara, porque es una María nueva, con su cara lavada con el llanto de la esperanza y del
arrepentimiento. Me puedes besar, hermana pura. Ya no hay huellas de vergonzosos amores en
mis ojos. Él dijo que ama mi alma. Porque hablaba a mi alma y de mi alma. La oveja perdida
era yo. Dijo, escucha si repito bien. Tú conoces el modo de hablar del Salvador...» y me repitió
perfectamente la parábola. ¡María es muy inteligente, mucho más que yo! Y con buena
memoria. De este modo, dos veces te oí; y, si esas palabras en tus labios eran santas y adorables,
en los suyos me eran santas, adorables, encantadoras, porque me las decían labios de hermana,
de mi hermana hallada, que ha vuelto al redil de la familia.■ Estábamos abrazadas las dos,
sentadas sobre la alfombra, como cuando éramos pequeñas y así pasábamos las horas en la
habitación de mamá o cerca de su telar donde ella tejía o bordaba sus magníficas telas,
estábamos así, desaparecida ya la división del pecado. Me parecía como si nuestra madre
estuviese presente con su espíritu. Llorábamos sin dolor; es más, con una gran paz. Nos
besábamos felices... Después, María cansada por el camino que había hecho a pie, por la
emoción, por tantas cosas, se me durmió entre los brazos y con la ayuda de la nodriza la
extendimos en su lecho, y así la dejé... y vine corriendo hasta aquí...”. Marta, dichosa, termina
besando las manos de Jesús. ■ Jesús: “También Yo te digo lo que dijo María: «Tienes la
victoria en la mano». Vete y sé feliz. Vete en paz. Sigue portándote con mucha dulzura y
prudencia con la renacida. Adiós, Marta. Hazlo saber a Lázaro, que está preocupado allá abajo”.
Marta: “Sí, Maestro, ¿pero cuándo vendrá María con nosotras las discípulas?”. Jesús sonríe y le
dice: “El Creador lo hizo todo en seis días y el séptimo descansó”. Marta: “Comprendo. Es
necesaria la paciencia...”. Jesús: “Paciencia, sí. No suspires. Ésta también es una virtud. La paz
sea con vosotras. Nos volveremos a ver pronto” y Jesús las deja y se dirige hacia el lugar en que
la barca está esperando, en la orilla. (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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(<Recientemente, en Cafarnaúm, Jesús se ha encontrado con escribas, entre ellos con el fariseo Simón,
quien le ha invitado a una cena. Jesús, acompañado de Juan, ha llegado para esa cena a la casa del fariseo
Simón>).
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4-236-39 (4-97-591).- Cena en casa de Simón el fariseo. Magdalena absuelta (1).
* María Magdalena es absuelta por Jesús.- ■ Para consuelo de mi mucho sufrir y para
hacerme olvidar la maldad de los hombres, Jesús me concede esta bellísima visión. Estoy
viendo una sala riquísima. Una lámpara pende, en el centro de la sala, y arde con muchos
quemadores. Las paredes están cubiertas con tapices bellísimos; hay también sillas con
incrustaciones, revestidas de marfil y láminas preciosas. Los muebles son muy bonitos. En el
centro hay una mesa grande, cuadrada, formada por cuatro mesas unidas así . La mesa está
preparada con esta disposición para que puedan estar en ella muchos convidados (todos
hombres) y está cubierta con manteles muy preciosos y muy buena vajilla. Hay jarras y copas de
mucho valor. Muchos criados van y vienen trayendo los manjares y sirviendo los vinos. En el
centro del cuadrado no hay nadie. El pavimento está limpísimo; en él se refleja la lámpara de
aceite. Por la parte externa del cuadrado hay lechos-asientos, que ocupan los convidados. ■ En
el lado más alejado de la puerta, está el dueño de la casa con los invitados más importantes. Es
un hombre ya de edad. Viste una túnica ceñida con un cinturón hermosamente recamado. El
vestido tiene también, en el cuello, en las mangas, en los bajos, las orillas bordadas; o galones si
se prefiere llamarlos así. La cara de este vejete no me gusta. Es una cara de hombre malo, frío,
soberbio y codicioso. En el lado opuesto, frente a él, está mi Jesús. Lo veo de costado, diría que
casi por detrás, a espaldas de Él. Trae su acostumbrado vestido blanco, sus sandalias, y sus
cabellos partidos en dos en la frente, y largos como de costumbre. Noto que tanto Jesús como
los comensales no se sientan, como yo me imaginaba que se sentarían sobre esta especie de
sofás, esto es, perpendicularmente a la mesa, sino paralelamente a ella. En la visión de las
nupcias de Caná, no puse mucha atención a este particular. Había visto que comían apoyados
sobre el codo izquierdo, pero me parecía que no estaban muy cómodos, porque los lechos no
eran muy lujosos y eran mucho más cortos. Estos son verdaderos lechos. Se parecen a los
modernos divanes turcos. Jesús tiene a su lado a Juan, y dado que Jesús está apoyado con el
codo izquierdo (como todos), resulta que la posición de los dos es así: o sea, que Juan está
metido entre la mesa y el cuerpo del Señor; llega con su codo a la altura de la ingle del Maestro,
de modo que no le estorba a Jesús para comer y puede, si quiere, apoyarse confidencialmente en
su pecho. ■ No hay ninguna mujer. Todos hablan y el dueño de la casa de cuando en cuando se
dirige, con exagerada condescendencia y con muestras claras de complacencia a Jesús. Es claro
que quiere demostrarle --y demostrárselo a todos los presentes--, que le ha hecho un gran honor
invitándole a su rica casa, a Él, un pobre profeta a quien se le toma, incluso, por un poco
exaltado... Veo que Jesús corresponde con cortesía y sosiego. Con su leve sonrisa, sonríe a
quien le pregunta; pero, si quien es Juan --o aunque solo le mire--, entonces su sonrisa es
luminosa. ■ Veo que se abre la rica cortina que cubre el hueco de la puerta y que entra una
joven mujer, hermosísima, vestida muy ricamente y peinada con sumo esmero. Su cabellera
rubia es un verdadero adorno de mechones artísticamente entrelazados; tan abundante y tanto
resplandece, que parece como si llevara un yelmo de oro, labrado todo en relieve. Su vestido, si
lo comparo con el que veo siempre a la Virgen María, diría que es muy excéntrico y
complicado. Broches en los hombros, joyas para sujetar los pliegues de la parte superior del
pecho, cadenitas de oro para hacer resaltar el pecho, cinturón hecho de bullones de oro y piedras
preciosas. Es un vestido provocativo, que hace resaltar los contornos de su bellísimo cuerpo. En
la cabeza lleva un velo, tan fino que... no vela nada; es solo un detalle añadido a sus adornos,
nada más. Sus pies calzan sandalias rojas, de piel, con broches de oro, sujetas con correas
entrelazadas a la altura del tobillo.■ Todos, menos Jesús, se vuelven para mirarla. Juan la mira
un instante, y luego se vuelve a Jesús. Los demás fijan su mirada en ella con visible y maligno
deseo. Pero la mujer no los mira en absoluto, ni se preocupa del murmullo que ha levantado su
presencia ni de las señas (guiñeos de ojos) que se hacen todos, menos Jesús y el discípulo. Jesús
se comporta como si no se hubiera dado cuenta de nada; continúa hablando hasta terminar la
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conversación, que había entablado con el dueño de la casa. La mujer se dirige a Jesús. Se
arrodilla a sus pies. Deposita en el suelo una especie de jarra muy barriguda, se quita el velo
sacando el broche precioso que lo tenía prendido al pelo, se saca de los dedos los anillos, y pone
todo sobre el lecho-asiento que está junto a los pies de Jesús; luego toma entre sus manos los
pies, primero el derecho, luego el izquierdo, desata las sandalias, y los posa de nuevo en el
suelo; luego, prorrumpiendo en grandes sollozos, besa estos pies, apoya contra ellos su frente, se
los acaricia, y las lágrimas caen como una lluvia, que brilla bajo el resplandor de la lámpara, y
bañan esos pies adorables. Jesús lentamente vuelve su cabeza, y su mirada azul se detiene por
un instante sobre aquella cabeza inclinada. Es una mirada que absuelve. Luego vuelve a mirar al
centro, mientras deja a la mujer que se desahogue libremente. Los demás, no; ellos se
intercambian comentarios mordaces, se guiñan los ojos, se ríen sarcásticamente. El fariseo se
endereza un momento para ver mejor; su mirada es entre ávida, preocupada e irónica: ávida de
la mujer (este sentimiento es patente); preocupada por el hecho de que la mujer haya entrado sin
pedir permiso, lo cual podría dar a entender a los demás que la recibe frecuentemente en su
casa; irónica respecto a Jesús... Pero la mujer no se preocupa de nada. Continúa llorando con
todas sus fuerzas, sin grito alguno; solo profundos suspiros que se mezclan con sus lágrimas.
Luego se suelta los cabellos, extrayendo las peinetas de oro que sostenían el complicado
peinado, y las deposita también junto a los anillos y al broche. Las madejas de oro caen sobre la
espalda de la mujer. Coge sus cabellos con ambas manos, se los lleva al pecho y los pasa por los
pies mojados de Jesús, hasta que los ve secos. Luego mete sus dedos en la pequeña jarra y saca
una pomada ligeramente amarilla y olorosísima. Un aroma entre de lirio y nardo se extiende por
toda la sala. La mujer introduce una y otra vez los dedos, y extiende la pomada, unta, besa,
acaricia los pies. ■ Jesús, de tanto en tanto, la mira de amorosa piedad. Juan, que se había vuelto
sorprendido al oír el estallido del llanto, no sabe separar la mirada del grupo de Jesús y la mujer
y mira alternativamente a uno y a otro. La cara del fariseo es cada vez más ceñuda. Oigo las
palabras que refiere el Evangelio y las oigo acompañadas de un tono y una mirada que le
hacen agachar la cabeza al viejo resentido. Oigo las palabras de absolución que dice a la mujer,
que se ha enrollado el velo alrededor de la cabeza, quedando más o menos recogida su cabellera
despeinada, y ahora se marcha dejando a los pies de Jesús sus joyas. Jesús, al decirle: “Vete en
paz”, le pone por un momento la mano sobre su cabeza inclinada. Pero lo hace con grandísima
dulzura. (Escrito el 21 de Enero de 1944).
············································
1
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Nota : Lc.7,36-50.
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4-236-42 (4-98-594).- Sentido de la mirada de Jesús al fariseo.-Gesto de Magdalena en
Betania.- “Di a las almas que no se atreven a venir a Mí: «Mucho se perdona a quien mucho
ama...»”.
* “Entre el amor de este joven puro y el de ésta mujer, arrepentida, no hago diferencia”.■ Jesús me dice ahora: “Lo que hizo bajar la cabeza al fariseo y a sus compañeros, y que no
está escrito en el Evangelio, fueron las palabras que mi espíritu, a través de mi mirada, dirigió y
clavó cual saetas en esa alma seca y voraz. Respondí mucho más de lo que está escrito, porque
ningún pensamiento de los hombres se me ocultaba. Y él entendió mi mudo lenguaje que
contenía mayores reproches que cuanto lo tenían mis palabras. Le dije: «No. No hagas
insinuaciones perversas para justificarte ante ti mismo. Yo no tengo tu ansia sexual. Esta mujer
no ha venido a Mí porque el sexo le ha atraído. No soy como tú ni como tus compañeros. Ha
venido a Mí porque mi mirada y mi palabra, oída por pura coincidencia, le han iluminado su
alma, en la que la lujuria había creado tinieblas. Y ha venido porque quiere vencer los sentidos,
y comprende, que siendo una pobre criatura, por sí misma no puede lograrlo. Ama en Mí el
espíritu, no más que el espíritu que siente sobrenaturalmente bueno. Después de tanto mal como
ha recibido de todos vosotros, que os habéis aprovechado de su debilidad para vuestros vicios,
pagándole luego con los azotes de vuestro desprecio, viene a Mí porque siente haber encontrado
el Bien, la Alegría, la Paz, que inútilmente ha buscado entre las pompas del mundo. ■ Cúrate de
esta lepra tuya que tienes en el alma, fariseo hipócrita, y aprende a juzgar rectamente las cosas,
despójate de la soberbia de tu mente y de la lujuria de la carne. Estas son lepras mucho más
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hediondas que las de vuestro cuerpo. Puedo curaros de las lepras del cuerpo, si me lo pedís,
pero de la lepra del espíritu, no, porque no queréis liberaros de ella para curaros, porque
os gusta. Esta mujer, sin embargo, quiere librarse y curarse. Por eso la limpio, por eso la libero
de las cadenas de su esclavitud. La pecadora ha muerto, ha quedado allí, en aquellos adornos
que ella se avergüenza de ofrecerme para que los santifique usándolos para mis necesidades y
las de mis discípulos, para los pobres a quienes socorro con lo que a otros les es superfluo;
porque se da el caso de que Yo, el Señor del universo, ahora que soy el Salvador del hombre, no
poseo nada. ■ Ella está allí, en ese perfume derramado a mis pies, que ha usado, como ha usado
sus cabellos, en esa parte de mi cuerpo que tú no te has dignado refrescar con el agua de tu
pozo, después de haber caminado tanto para traerte a ti también la luz. La pecadora ha muerto, y
ha renacido María, que ahora, por su vivo dolor y recto amor, es bella como una niña púdica.
Ella se ha lavado con su llanto. En verdad te digo, oh fariseo, que ante éste, que me ama con
su juventud pura, y ésta, que me ama con la sincera contrición de un corazón que ha
vuelto a nacer a la Gracia, no hago ninguna diferencia; y que al puro y a la arrepentida les
doy una misión, respectivamente: comprender mi pensamiento como no lo he hecho con nadie y
dar a mi Cuerpo los últimos honores y el primer saludo (no cuento el saludo especial de mi
Madre) cuando resucite»”.
* M. Magdalena repitió este gesto en Betania.- “Mucho se perdona a quien mucho ama”.■ Jesús: “Esto es cuanto quise decirle con mi mirada al fariseo. Pero a ti te manifiesto otra cosa,
para alegría tuya y alegría de muchos. También en Betania, María repitió este mismo gesto
que signó el amanecer de su redención. Hay gestos personales que se repiten y que muestran a
las claras el estilo propio de una persona. Son gestos inconfundibles. En Betania, de todas
formas, --y ello era justo-- el gesto fue menos humillante y más confidencial, dentro de su
actitud de reverente adoración. María, desde aquel amanecer de su redención, ha caminado
mucho. Mucho. El amor, como viento veloz, la había impulsado consigo hacia arriba y hacia
delante; el amor, como una hoguera, la había devorado destruyendo en ella la carne impura y
haciendo señor en ella a un espíritu purificado. Y María, cambiada con su dignidad de
resucitada, como también cambiada está en sus vestidos, sencillos como los de mi Madre, y en
su peinado; de mirada sencilla, de actitud sencilla, de palabra sencilla y nueva, ahora me
honraba con el mismo gesto, pero de forma nueva: tomó el último de sus vasos de perfume que
había reservado para Mí; me lo esparció sobre los pies, sin llorar, con una mirada dichosa, por el
amor y la seguridad de haber sido perdonada y salvada, y también sobre mi cabeza. Ahora,
María, podía sí, tocarme la cabeza. El arrepentimiento y el amor la habían purificado con el
fuego de los serafines, y ella es un serafín. ■ Dítelo a ti misma, María, mi pequeña «voz», dilo a
las almas. Ve, díselo a las almas que no se atreven a venir a Mí, porque se sienten culpables.
Mucho, mucho se le perdona, a quien mucho ama. No comprendéis, pobres almas, cuánto os
ama el Salvador. No tengáis miedo de Mí. Venid con confianza, con valor. Que Yo os abro el
corazón y los brazos. Recordad siempre esto: «No hago ninguna diferencia entre aquel que me
ama con su pureza íntegra y aquel que me ama en la sincera contrición de un corazón renacido a
la Gracia». Soy el Salvador. No lo olvidéis nunca. Ve en paz. Te bendigo”. (Escrito el 21 de
Enero de 1944).
.
--------------------000-------------------(4-99-597).- Consideraciones sobre la conversión de María Magdalena. “Fue
criticada y juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; fue criticada y objeto de reproche en
Betania”.
* “Me acerqué a M. Magdalena como me acerco a un alma que se aplica a comprender la
Luz de Dios y su estado de tinieblas”.- ■ Esta tarde, mi Jesús me dijo sonriendo: “Me gustaría
llamarte como a Daniel (1). Eres la de los deseos, y a la que quiero mucho porque deseas tanto a
Dios. Podría decirte lo que mi ángel dijo a Daniel: «No temas, porque desde el primer día en
que aplicaste tu corazón a comprender y a castigarte en la presencia de Dios, tus oraciones
fueron escuchadas; por ellas he venido». Mas no es el ángel quien te habla. Soy Yo quien te
está hablando: Jesús. María, siempre que una persona «aplica su corazón a comprender», Yo
me acerco. No soy un Dios duro y severo. Soy misericordia viviente. Y más rápido que el
pensamiento llego a quien se vuelve a Mí. ■ Y me acerqué veloz con mi espíritu también a la
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pobre María de Mágdala, tan inmersa en su pecar, en cuanto sentí que se levantaba en ella el
deseo de comprender: comprender la luz de Dios y su estado de tinieblas; y me hice luz para
ella. Hablaba Yo aquel día a mucha gente, pero en realidad le hablaba a ella sola. No veía más
que a ella que se había acercado, llevada de un impulso de su corazón, que luchaba contra la
carne que la había esclavizado. No tenía ante mis ojos sino a ella, con su pobre rostro
atormentado, con su forzada sonrisa, que escondía, bajo un vestido que no era suyo, y que era
un desafío al mundo y a sí misma, ese gran llanto interno. No veía más que a ella, a la ovejita
metida entre las espinas; a ella que sentía náuseas de su vida, náusea que emergía como esos
embates profundos que sacan consigo el agua del fondo”.
* “La hablé con una de las más dulces parábolas”.- ■ Jesús: “No dije palabras llamativas,
ni toqué un tema referido a ella, pecadora bien conocida, para no humillarla y obligarla a huir, a
avergonzarse o a venir. La dejé tranquila. Dejé que mi palabra y mi mirada bajasen a su interior
y que allí fermentasen para hacer de aquel impulso de un momento su futuro glorioso de santa.
Hablé con una de las más dulces parábolas, rayo de luz y bondad derramado particularmente
para ella. ■ Y aquella tarde, mientras ponía pié en casa del rico soberbio --en quien mi palabra
no podía fermentar para transformarse en futura gloria, pues la mataba la soberbia farisaica--,
ya sabía que ella vendría, después de haber llorado mucho en su habitación donde pecó, después
de haber decidido, a la luz de su llanto, su futuro”.
* “Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento”.- ■ Jesús: “Los
hombres, que ardieron de lujuria al verla entrar, se estremecieron en su carne y en su
pensamiento. Todos, menos Yo y Juan, la desearon. Todos creyeron que hubiese ido por uno de
esos caprichos que --bajo la presión del demonio-- la arrojaban a aventuras imprevistas. Pero
Satanás estaba ya vencido. Y sintieron envidia al ver que a ninguno de ellos se dirigía, sino a
Mí. El hombre, cuando solo es carne y sangre, ensucia siempre aun las cosas más puras.
Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento. ■ Pero, María, no
debe ser motivo de abatimiento el que el hombre no comprenda. Dios comprende, y es
suficiente para el Cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta ni en un gramo la gloria
que es destino de los elegidos en el Paraíso. Recuérdatelo siempre. La pobre María de Mágdala
fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones; no lo había sido en sus malas acciones, porque
eran bocados de lujuria ofrecidos a la insaciable hambre de los libidinosos. Fue criticada y
juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; criticada y objeto de reproche en Betania en su casa.
Pero Juan, diciendo una gran verdad, da la clave de esta última crítica: «Judas... porque era
ladrón». Yo añado: «El fariseo y sus amigos, „porque eran lujuriosos‟». ¿ Ves? La avidez de
los sentidos, la avidez por el dinero, levantan su voz para criticar una acción buena. Los buenos
no critican. Jamás. Comprenden. Pero, te repito, no importa la crítica del mundo, lo que
importa es el juicio Dios”. (Escrito el 22 de Enero de 1944).
·····································
1 Nota : Dan 9,23; 10,11 y 19.
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(<Los apóstoles y, Judas Iscariote sobre todo, no están de acuerdo con los sucesos del convite en casa de
Simón el fariseo, siendo la presencia de M. Magdalena la causa principal del enfado del fariseo>.
.
4-237-48 (4-100-600).- “En la verdad y en la honestidad, en la conducta moral, no existen
adaptaciones ni transacciones”.
* “Merece la pena perder una pobre amistad humana por conquistar un alma”.- ■ Tomás
pregunta: “Señor, ¿es verdad que María de Mágdala pidió perdón en la casa del fariseo?”. Jesús:
“Es verdad, Tomás”. Felipe: “¿Y Tú se lo concediste?”. Jesús: “Se lo di”. Bartolomé exclama:
“Hiciste mal”. Jesús: “¿Por qué? Era un arrepentimiento sincero y merecía perdón”. Iscariote
reprocha: “Pero no debías de habérselo dado en aquella casa, públicamente...”. Jesús: “No veo
que me haya equivocado”. Iscariote: “En esto: Tú sabes quiénes son los fariseos, cuántas
argucias tienen en su cabeza, cómo te espían, te calumnian, te odian. Tenías en Cafarnaúm un
amigo, y era Simón el fariseo. Y llamas a su casa a una prostituta para profanarle la casa y hacer
que se escandalicen de tu amigo Simón”. Jesús: “No la llamé Yo. Ella vino. No era prostituta.
Era una arrepentida. Esto cambia mucho. Si antes no sentían asco en acercarse a ella, si no han
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sentido nunca asco de desearla, incluso en mi presencia, tampoco ahora que ella ya no es una
carne sino un alma, deben sentir asco por verla entrar para arrodillarse a mis pies y llorar
acusándose, humillándose con su humilde, pública confesión que manifestó con su llanto. La
casa de Simón el fariseo se ha santificado con un gran milagro: «la resurrección de un alma».
Hace unos cinco días me preguntó en la plaza de Cafarnaúm: “¿Has hecho solo este milagro?”,
y él mismo me respondió por su cuenta: “Ciertamente no”, pues había deseado mucho ver uno.
Pues se lo he dado. Le he elegido para ser testigo, paraninfo, de estos esponsalicios de un alma
con la Gracia. Debería estar orgulloso”. Iscariote: “Pues, sin embargo, está escandalizado. Has
perdido un amigo”. Jesús: “Encontré un alma. Merece la pena perder la amistad de un hombre,
la pobre amistad de un hombre, con tal de devolver a un alma la amistad de Dios”. ■ Iscariote:
“Es inútil. Contigo no se puede reflexionar a la manera humana. Maestro, acuérdate de que
estás en la tierra. Rigen las leyes y las ideas de la tierra. Tú obras con el método del Cielo, te
mueves en tu Cielo al que tanto amas, todo lo ves a través de las luces de Cielo. ¡Pobre Maestro
mío! ¡Cuán divinamente inepto eres para vivir entre nosotros los perversos!”. Judas Iscariote le
abraza entre admirado y triste. Termina diciendo: “Y siento en el alma que te hagas de tantos
enemigos por demasiada perfección”. Jesús: “No te acongojes, Judas. Está escrito que debe ser
así. Pero ¿cómo sabes que Simón se ofendió?”. Iscariote: “No dijo haberse ofendido, pero, a mí
y a Tomás nos dio a entender que eso no estaba bien; no debías haberla invitado a su casa,
donde solo entran personas honestas”. Pedro dice: “¡Bueno, sobre la honestidad de los que van
a casa de Simón mejor no tocar!”. Mateo: “Podría asegurar que el sudor de las prostitutas se ha
filtrado en el pavimento de Simón, en sus mesas y en otros lugares más”. Iscariote objeta: “Pero
no públicamente”. Mateo: “No. Con hipocresía para ocultarlo”. Iscariote: “Entonces todo
cambia”. Mateo: “Cambia también la entrada de una prostituta que entra para decir: «Dejo mi
pecado infame», respecto a la de una que entra para decir: «Aquí me tienes para cometer juntos
el pecado»”. Todos dicen: “Mateo tiene razón”. Iscariote: “Sí, tiene razón. Pero ellos no piensan
como nosotros. Es necesario que hagamos transacciones con ellos, que nos adaptemos a ellos
para que sean nuestros amigos”. Jesús dice con voz fuerte: “Esto jamás, Judas. En la verdad,
en la honestidad, en la conducta moral, no existen adaptaciones ni transacciones”. Y
concluye: “Por otra parte me consta que hice bien. Y es suficiente”. (Escrito el 29 de Julio de
1945).
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4-237-51 (4-100-603).- “Marta, tu hermana está con mi Madre, allí donde se regeneran las
almas”.
* Marta llora porque su hermana Magdalena, pomposamente vestida, ha salido con su
carro y no sabe dónde está.- ■ La gente se dispersa, lentamente, por los caminos y veredas de
la campiña, mientras Jesús se dirige a Cafarnaúm en la tarde que va declinando. Llega allí
cuando ha entrado la noche. En silencio atraviesan la ciudad bajo la luz de la luna, única fuente
luminosa que hay por las callejuelas oscuras y mal empedradas. Entran, también en silencio, en
el pequeño huerto de al lado de la casa, pensando que todos estén acostados. Sin embargo, hay
una luz que arde en la cocina, y tres sombras, móviles por el movimiento de la leve llama, se
proyectan en la pared blanca del horno cercano. “Hay gente, Maestro, que te está esperando.
Pero las cosas no pueden seguir así. Ahora mismo voy a decirles que estás muy cansado. Vete
entre tanto a la terraza”. Jesús: “No, Simón. Voy a entrar en la cocina. Si Tomás tiene a estas
personas esperando, señal es que hay motivo serio”. Los que estaban dentro oyeron el
cuchicheo, y Tomás, el dueño de la casa, se asoma al umbral de la puerta. “Maestro, está la
mujer de siempre. Desde ayer por la tarde te está esperando. Está con su siervo”, y luego en voz
baja: “Está muy excitada. Llora sin descanso”. Jesús: “Está bien. Dile que venga arriba. ¿En
dónde durmió?”. Tomás: “No quería dormir; pero, al final, durante unas horas, se retiró, ya casi
al amanecer, a mi habitación. Hice que el siervo durmiera en uno de vuestros lechos”. Jesús:
“Está bien. También esta noche dormirá, y tú dormirás en el mío”. Tomás: “No, Maestro. Iré a
la terraza y me dormiré en las esteras. Dondequiera puedo dormir”. Jesús sube a la terraza... y
también Marta. ■ “La paz sea contigo, Marta.¿Todavía lloras? ¿Pero no eres feliz?”. Marta con
su cabeza dice que no. Jesús le pregunta: “¿Y por qué?”... Una larga pausa llena de sollozos,
luego: “Han pasado muchas noches y María no ha vuelto. No sabemos dónde está ni yo ni
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Marcela ni la nodriza... Salió con su carro que había mandado preparar. Iba vestida
pomposamente... ¡Oh! no quiso ponerse otra vez mi vestido... No iba semidesnuda, pero iba
muy provocativa... Se llevó consigo joyas y perfumes... Y no ha regresado. Se despidió del
siervo en las primeras casas de Cafarnaúm, diciéndole: «Volveré con otra compañía». Pero no
ha vuelto. ¡Nos engañó! Tal vez se sintió sola, tal vez se sintió tentada... o le pasó algún mal...
No ha vuelto...”. Y Marta cae de rodillas y llora con la cabeza apoyada sobre el antebrazo,
apoyado a su vez sobre un montón de sacos vacíos.
* “¿No sabes que los tormentos de un tercero dan consistencia a la curación de un
corazón?”.- ■ Jesús con su mirada dominadora le dice lentamente pero seguro: “No llores.
Hace tres noches que María vino a Mí. Me embalsamó los pies, y junto a ellos puso todas sus
joyas. De este modo se ha consagrado y para siempre; y ocupa un lugar entre mis discípulas. No
la denigres en tu corazón. Te ha ganado”. Marta grita levantando su rostro desencajado: “¿Pero
dónde, dónde está mi hermana? ¿Por qué no regresó a casa? ¿Ha sido acaso asaltada? ¿Subió
acaso a una barca y se ahogó? ¿O bien algún amante rechazado la ha raptado? ¡Oh, María,
María mía! ¡Acababa de hallarla y ya la he perdido!”. Marta está fuera de sí. No piensa en que
los que están abajo, pueden oírla. No piensa en que Jesús puede decirle dónde está su hermana.
Se desespera sin querer reflexionar en nada. Jesús la sujeta por las muñecas y la obliga a estar
quieta, a escucharle, dominándola con su alta estatura y con su mirada magnética: “¡Basta!
Exijo de ti fe en mis palabras. Exijo de ti generosidad. ¿Has entendido?”. Y no la suelta sino
hasta que ve que se tranquiliza un poco, y le dice: “Tu hermana fue a disfrutar de su gozo
rodeándose de santa soledad, porque experimenta en ella el pudor supersensible de los
redimidos. Te lo había dicho antes. No puede soportar la mirada dulce, pero escrutadora de su
familia, que observa su nuevo vestido de esposa de la Gracia. Y lo que Yo digo es siempre
verdad. Me debes creer”.■ Marta: “Sí, Señor, sí. Pero mi María ha pertenecido por mucho
tiempo al demonio. La ha vuelto a atrapar, el...”. Jesús: “Él se está vengando en ti por la presa
que para siempre perdió. ¿Acaso debo ver que tú, la fuerte, caes víctima suya por un momento
de abatimiento necio que no tiene razón de ser? ¿Debo ver ahora que por causa de ella, que cree
en Mí, pierdes tú la radiante fe que siempre has manifestado? ¡Marta! Mírame bien. Escúchame.
No escuches a Satanás. ¿No sabes que cuando se ve obligado a soltar la presa porque Dios le ha
vencido, este incansable atormentador de los seres, este incansable ladrón de los derechos de
Dios, se pone inmediatamente manos a la obra para encontrar otras víctimas? ¿No sabes que los
tormentos de un tercero, que resiste sus asaltos porque es bueno y fiel, son los que dan
consistencia a la curación de un corazón? ¿No sabes que todo lo que acaece y lo que existe en
la Creación está relacionado y sigue una ley eterna de dependencias y consecuencias, de
forma que el acto de uno produce vastísimas repercusiones naturales y sobrenaturales? Tú estás
llorando aquí, aquí estás conociendo la duda cruel, y, a pesar de todo, continúas siendo fiel a tu
Mesías aún en esta hora de tinieblas; allá, en un lugar no muy lejano, que desconoces, María
está sintiendo que se despeja su última duda sobre la infinitud del perdón que ha recibido, y su
llanto se cambia en sonrisa y sus sombras en luz. ■ Tu tormento la ha guiado al lugar donde
hay paz, al lugar donde se regeneran las almas, junto a la Mujer sin mancha, junto a
aquella que tanto es Vida, que le ha sido otorgado dar al mundo al Mesías, que es la Vida. Tu
hermana está con mi Madre. ¡Oh! no es la primera que pliega velas en ese puerto de paz
habiéndola llamado el suave rayo de la hermosa Estrella María a aquel seno de amor, por amor,
mudo y activo, de su Hijo. Tu hermana está en Nazaret”. Marta: “Pero ¿cómo ha sido, si no
conoce a tu Madre, ni tu casa?... Sola... De noche... Sin los medios necesarios... Vestida así... Un
camino tan largo... ¿Cómo?”. Jesús: “¿Cómo? Como regresa la golondrina cansada a su nido
que la vio nacer, atravesando mares y montes, superando temperaturas, nubes, y vientos
contrarios; como regresan las golondrinas a los lugares donde pasan el invierno: por el instinto
que las guía, el suave calor que las invita, el sol que las llama. Pues, también ella ha acudido al
rayo que la llamaba... a la Madre universal. Y la veremos regresar a la aurora, feliz... dejadas
para siempre las tinieblas, con una Mamá a su lado, la mía, y para no volver ser huérfana nunca
más. ¿Puedes creer esto?”. Marta: “Sí, Señor mío”. Marta está como embelesada. Realmente
Jesús se ha mostrado verdaderamente dominador: alto, erguido --y, no obstante, un poco
curvado hacia Marta que estaba de rodillas-- ha hablado lenta, pero firmemente, casi como para
transfundir su propio ser en la agitada discípula. Pocas veces le he visto con esta potencia para
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persuadir con su palabra a alguien que le escucha. Pero al final, ¡qué luz, qué sonrisa hay en su
rostro! Marta en su cara refleja una sonrisa y una luz más calmada. Jesús: “Y ahora vete a
descansar tranquilamente”. Marta le besa las manos y baja ya tranquilizada... (Escrito el 29 de
Julio de 1945).
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4-238-55 (4-101-607).- Llegada de María Stma. con M. Magdalena a Cafarnaúm en medio de
una tempestad.- Magdalena entre los discípulos.
* La primera palabra que Jesús dice a la Magdalena, que todavía viste el vestido que
llevaba en la tarde del banquete de Simón, pero que trae un manto de María Santísima
echado sobre los hombros, es ésta: “¿Tienes miedo, María?”.- ■ Jesús dice: “Simón, ven
conmigo. Llama también al siervo de Marta y a Santiago, mi hermano. Toma una tela gruesa y
grande. Vienen dos mujeres en el camino y hay que salir a su encuentro”. Pedro le mira curioso,
pero obedece sin perder tiempo. Solo cuando ya van por el camino, atravesando el pueblo hacia
la parte sur, Simón pregunta: “¿Y quiénes son?”. Jesús: “Mi Mamá y María Magdalena”. La
sorpresa es tal que Pedro se detiene un momento como clavado en el suelo y dice: “¡¿Tu Mamá
y María de Mágdala?! ¡¿Juntas?!”. Luego se echa a correr porque Jesús no se ha detenido como
tampoco se detuvieron ni Santiago ni el siervo. Pero vuelve a decir: “¡Tu Madre y María de
Mágdala! ¡Juntas!... ¿Pero desde cuándo?”. Jesús: “Desde que no es más que María de Jesús.
Date prisa, Simón. Ya comienzan a caer las primeras gotas...”. Pedro se esfuerza en ir junto a
sus compañeros, todos más altos y más ligeros que él. ■ El viento alza ahora nubes de polvo del
camino reseco; es un viento que a cada momento se hace más fuerte, un viento que rompe el
lago y lo levanta en crestas de olas que ya se estrellan, con un primer estruendo, contra la playa.
Cuando se ve el lago, se le ve convertido en una gran cazuela en pleno furor de ebullición. Olas
de, al menos, un metro de altura, lo cruzan en todas direcciones, se entrechocan, crecen al
unirse, se separan corriendo en direcciones opuestas en busca de otra ola con que chocarse: todo
un duelo de espuma, de crestas, de prominencias abultadas, de estruendos, de bramidos, de
embates contra las casas más cercanas a la orilla. Cuando las casas impiden ver el lago, éste se
hace sentir con su fragor, que supera al silbido del viento que dobla árboles, arranca hojas y
hace caer frutos, y también al resonar de los prolongados y amenazadores truenos, precedidos de
relámpagos cada vez más frecuentes y más fuertes. Pedro resopla jadeando: “¡A saber cuánto
miedo tendrán esas mujeres!”. Jesús: “Mi Mamá no. De la otra no sé. Pero, lo que está claro es
que si no nos apresuramos, se van a calar”.■ Ya han dejado atrás Cafarnaúm a unos cien metros
cuando, entre nubes de polvo, en medio del primer estruendo de un aguacero que cae oblicuo y
violento rayando el aire oscuro, y que pronto es una verdadera catarata que se transforma en
polvo, y ciega, y quita el aliento, se ve correr a dos mujeres, en busca de refugio bajo algún
árbol frondoso.“Míralas. ¡Corramos!”. Pero Pedro, por más que el amor que siente por María le
da alas, con sus piernas cortas y que no son de corredor, llega cuando Jesús y Santiago han
cubierto ya a las mujeres bajo un grueso pedazo de vela. Dice Pedro anhelante: “Aquí no
podemos quedarnos. Hay peligro de rayos y dentro de poco el camino será un torrente.
Vámonos, Maestro. Por lo menos hasta las primeras casas”. Se van, llevando a las dos mujeres
en el centro, con la tela extendida sobre sus cabezas y espaldas. ■ La primera palabra que Jesús
dice a la Magdalena, que todavía viste el vestido que llevaba en la tarde del banquete de Simón,
pero que trae un manto de María Santísima echado sobre los hombros, es ésta: “¿Tienes miedo,
María?”. Ella, que se ha mantenido siempre con la cabeza inclinada bajo el velo de su cabellera
desordenada por la carrera, se pone colorada, agacha aún más la cabeza, y en voz baja dice:
“No, Señor”. También la Madre de Jesús, perdió las orquillas y parece una niña con las trenzas
sobre las espaldas, pero envía una sonrisa a su Hijo que va a su lado y que le habla con esa
sonrisa propia suya. Santiago de Alfeo, tocando el velo y el manto de la Virgen, dice: “Estás
muy mojada, María”. Virgen: “No importa. Ahora no nos mojamos más”. Y después se dirige
con dulzura a Magdalena cuya penosa vergüenza comprende: “¿No es verdad, María? Él nos ha
salvado también de la lluvia”. Magdalena asiente con la cabeza. Jesús dice: “Tu hermana estará
contenta de volverte a ver. Está en Cafarnaúm. Te andaba buscando”. María por un instante
levanta su cabeza y fija sus maravillosos ojos en el rostro de Jesús, que le habla con la misma
naturalidad que usa con las discípulas, pero no dice nada. Siente un nudo en la garganta por
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demasiadas emociones. Jesús concluye: “Estoy contento de haberla retenido. Después que os
bendiga os dejaré partir”. Sus palabras se pierden al estallido seco de un rayo que cayó cerca.
Magdalena se estremece de espanto. Se lleva las manos a la cara y rompe a llorar. Le dice
Pedro: “Ya pasó. Y con Jesús no hay nada que temer”. También Santiago que está al lado de
Magdalena, dice: “No llores. Las casas están ya cerca”. Magdalena: “No lloro de miedo... Lloro
porque Él me dijo que me bendeciría... yo... yo...” y no puede decir más. La Virgen interviene
para consolarla: “Tú, María, ya has superado tu temporal. No pienses más en él. Ahora todo es
serenidad y paz. ¿No es verdad, Hijo mío?”. Jesús: “Sí, Mamá. Es verdad. Dentro de poco
volverá el sol y todo será más bello, más limpio, más fresco que ayer. Igual te sucederá, María”.
La Madre interviene de nuevo, y, apretando la mano de Magdalena, le dice: “Diré a Marta tus
palabras. Me siento feliz de poder verla enseguida y decirle cuán llena de buena voluntad está su
María”.
* “Magdalena, a través de María Virgen, comprendió la sabiduría para llegar a Jesús”.■ Cafarnaúm es un desierto. El viento, la lluvia, los truenos, los relámpagos y ahora el granizo
que salpica y choca contra las terrazas y fachadas son los que mandan. El lago es horriblemente
majestuoso. Las casas cercanas a él sufren las embestidas de las olas, pues la playita ya no
existe. Las barcas, amarradas cerca de las casas, están tan llenas de agua, que parece que
hubieran naufragado, y cada nuevo golpe de mar aumenta el agua, haciendo que rebose la que
ya tenían. Entran corriendo en el huerto, que se ha convertido en un charco en que flotan
detritos en el agua fangosa; y del huerto van a la cocina donde todos están reunidos. Marta lanza
un grito agudo cuando ve a su hermana de la mano de María. Se le arroja al cuello. No siente
que se moja al hacerlo. La besa, le dice: “¡Mirí, Mirí, amor mío!”. Tal vez era la palabra
cariñosa con que saludaban a Magdalena cuando era pequeña. María llora, encorvada, con su
cabeza apoyada sobre el hombro de Marta, revistiendo el vestido oscuro de Marta con su pesado
velo de oro (única cosa que resplandece en la oscura cocina, donde solo hay un fueguecillo de
ramajes para romper las tinieblas que no es capaz de vencer por sí sola una lamparita
encendida). Los apóstoles se han quedado de piedra, y también el dueño de la casa, y la dueña,
que se han asomado al grito de Marta; mas éstos, pasado el primer momento de curiosidad, se
han retirado discretamente. ■ Cuando la vehemencia de los abrazos se ha calmado un poco,
Marta se acuerda de Jesús, de María, de cómo es posible que todos allí estén juntos, y pregunta
a su hermana, a la Virgen, a Jesús y no podría decir a quién pregunta con mayor insistencia:
“¿Pero cómo estáis todos juntos?”. Jesús: “El temporal, Marta, nos acercó. Fui con Simón,
Santiago y tu siervo al encuentro de las dos viajeras”. Marta está tan estupefacta que no
reflexiona en el hecho de que Jesús hubiese ido, sin dudar un momento, a su encuentro y por eso
no le pregunta: «¿Pero lo sabías?». Es Tomás quien se lo pregunta, pero no obtiene ninguna
respuesta porque Marta pregunta a su hermana: “¿Pero cómo es que estabas con María?”. La
Magdalena inclina su cabeza. La Virgen la ayuda tomándola por la mano y dice: “Llegó a mi
casa como una peregrina que va al lugar donde se le pueda indicar el camino que debe seguir
para llegar a la meta. Me dijo: «Enséñame qué debo hacer para pertenecer a Jesús». Pues como
en ella hay voluntad verdadera y total, enseguida comprendió y aprendió esta sabiduría. Yo vi
enseguida que estaba preparada para que la tomase de la mano y para que te la trajese a Ti, Hijo
mío, a ti buena Marta, a vosotros, hermanos discípulos, y poder deciros: «He aquí a la nueva
discípula y hermana que no proporcionará más que alegrías sobrenaturales a su Señor y a sus
hermanos». Os ruego que me creáis y que la améis todos como Jesús y yo la amamos”. ■
Entonces los apóstoles se acercan a saludar a la nueva hermana. No se puede decir que no haya
algo de curiosidad... ¡Pero qué se puede hacer si todavía son hombres...! Pedro con su buen
sentido dice: “Está bien todo. Vosotros le aseguráis ayuda y santa amistad, pero estaría bien que
pensásemos que la Mamá de Jesús y Magdalena están muy mojadas... También nosotros lo
estamos... Pero ellas más. Sus cabellos destilan agua como los sauces después del huracán.
Tienen sus vestidos llenos de lodo. Prendamos fuego, pidamos unos vestidos, y preparemos una
comida caliente...”. Todos se ponen a trabajar. Marta lleva a la habitación a las caladas viajeras.
Mientras tanto, se echa más leña al fuego, y extienden los mantos, los velos, los vestidos
mojados. No sé cómo se la arreglan para proveer a todo... Sí veo que Marta, recuperada su
energía de magnífica mujer de hogar, va y viene solícita, con baldes de agua caliente, con
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tazones de leche hervida, con vestidos que pidieron prestados a la dueña para ayudar a la dos
Marías... (Escrito el 30 de Julio de 1945).
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4-239-59 (4-102-612).- Magdalena, por primera vez, con discípulas y apóstoles.- Elogio al
apóstol Andrés.
* Magdalena sufre al oír que debe a ciertas ciudades (Tiberíades, Mágdala...). “Pero así
debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo, y no pisotea ese horrendo
tirano que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada”.- ■ Todos
están reunidos en la amplia habitación de arriba. El violento temporal es ahora una lluvia que
algunas veces parece haber cesado, otras vuelve con inusitada fuerza. Hoy el lago no es de color
azul, sino amarillento, con tiras de espuma cuando lo azota el viento o el chubasco; de color
ceniciento con espumas blanquecinas, cuando la lluvia cesa. Por las colinas --que chorrean agua,
con el follaje doblado bajo el peso de la lluvia, algunas ramas colgando quebradas por el viento,
muchas hojas arrancadas por el granizo-- corretean hilos de arroyos por todas partes, aguas
amarillentas que echan en el lago hojas, piedras, tierra arrancada a sus pendientes. La luz está
encapotada, de color verdoso. ■ En la habitación, sentadas junto a una ventana que da a las
colinas, están María Santísima, Marta, Magdalena y otras dos mujeres que no sé exactamente
quiénes sean. Me da la impresión de que Jesús, María y los apóstoles las conocen, porque están
a sus anchas, más que Magdalena que está quieta, con la cabeza inclinada, entre la Virgen y
Marta. Se han vuelto a poner los vestidos secados al fuego, después de haberlos quitado el lodo.
No digo bien. La Virgen se ha puesto su vestido de lana de color azul oscuro, pero la Magdalena
tiene uno prestado que le queda corto y estrecho para ella, que es alta y hermosa. Trata de
remediar la escasez del vestido envolviéndose en el manto de su hermana. Se ha recogido los
cabellos en dos gruesas trenzas, que las tiene más o menos anudadas a la altura de la nuca,
porque para sostener ese peso no bastan, de ninguna manera, las pocas horquillas que ha podido
juntar en ese momento; de hecho, he observado que ayuda a las horquillas con una cinta fina,
que le sirve como de ligera diadema, cuyo color paja desaparece en el oro de sus cabellos. En el
otro lado de la habitación, sentados en banquillos que dan al frente de las ventanas, están Jesús,
los apóstoles y el dueño de la casa. Falta el siervo de Magdalena. Pedro y los otros pescadores
escudriñan las entrañas del tiempo, y hacen pronósticos para el día siguiente. Jesús escucha o
bien responde a esta o aquella pregunta. Santiago de Zebedeo dice: “Si lo hubiera sabido, habría
dicho a mi madre que viniera. Conviene que esta mujer se sienta enseguida relajada con las
compañeras”, y mira a hurtadillas hacia las mujeres. Judas Tadeo le apoya: “¡Ya! ¡Si lo
hubiéramos sabido!”... ■ y pregunta después a su hermano Santiago: “Pero, ¿y por qué mamá no
vino con María?”. Santiago: “No lo sé. Yo también me lo pregunto”. Tadeo: “¿No se sentirá
bien?”. Santiago: “María ya nos lo habría dicho”. Tadeo: “Se lo voy a preguntar” y Tadeo va a
donde están las mujeres. Se oye la voz clara de María Santísima que responde: “Se siente bien.
Fui yo quien la evité este terrible calor. Nos fugamos como dos niñas. ¿No es verdad, María?
María llegó por la noche, y al amanecer partimos. Tan solo dije a Alfeo (de Sara de Nazaret):
“Ten la llave. Volveré pronto. Díselo a María” (de Alfeo). Y me vine”. ■ Jesús: “Volveremos
juntos, Mamá. Apenas se componga el tiempo y María tenga vestido, iremos todos juntos por la
Galilea. Acompañaremos a las hermanas hasta el camino más seguro. Así las conocerán también
Porfiria, Susana, y vuestras mujeres e hijas, Felipe y Bartolomé. Jesús dice con exquisitez: «las
conocerán» y no: «Conocerán a María Magdalena». De este modo todas las prevenciones y
restricciones mentales de los apóstoles para con la redimida no tienen lugar. Jesús lo quiere así,
venciendo de este modo la repugnancia de ellos, la vergüenza de ella y todo. María Santísima se
siente feliz. María Magdalena se pone colorada y envía una mirada suplicante y agradecida,
¿qué sé yo?... María Santísima dulcemente sonríe. Preguntan: “¿Cuál es el primer lugar a donde
vamos, Maestro?”. Jesús: “A Betsaida. Luego atravesando Mágdala, Tiberíades, Caná, hasta
Nazaret. De allí atravesando Jafia y Semerón, iremos a Belén de Galilea y luego a Sicaminón y
a Cesarea...”. Un violento sollozo de Magdalena interrumpe las palabras de Jesús. Levanta su
cabeza, la mira y luego continúa como si nada hubiese sucedido: “En Cesarea encontraréis
vuestro carro. Así se lo ordené al siervo, e iréis a Betania. Nos volveremos a ver para la fiesta de
los Tabernáculos”. Magdalena recobra pronto la tranquilidad. No responde a las preguntas de su
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hermana. Sale de la habitación y se retira, quizás a la cocina, durante un tiempo. ■ Marta,
humilde y apurada, dice: “Jesús, María sufre al oír que debe ir a ciertas ciudades. Es necesario
comprenderla... Maestro, lo digo más por los discípulos que por Ti”. Jesús: “Es verdad como
dices, Marta. Pero así debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo, y no pisotea
ese horrendo tirano que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada.
Inmediatamente y con nosotros”. Pedro promete: “Nadie dirá algo mientras esté con nosotros.
Te lo aseguro, Marta, y conmigo todos mis compañeros”. Tadeo confirma: “¡Pues claro! La
rodearemos como si fuese nuestra hermana, pues ella dijo que eso era, y así será a nuestros
ojos”. Zelote añade: “Además... todos somos pecadores y el mundo ni siquiera nos perdonó. Por
esto comprendemos su lucha”. Mateo: “Yo la entiendo más que todos vosotros. Es muy
meritorio vivir en el lugar que pecamos. ¡Todos saben lo que fuimos!... Es una tortura. Pero es
también justicia y gloria el resistir allí. Precisamente porque la potencia de Dios se muestra en
nosotros con evidencia, hacemos que otros se conviertan sin que les digamos palabra alguna”.
* “Ahora Magdalena, su exhuberancia en el amar, ha colocado en el plano sobrenatural y
realizará prodigios con ella. Será el signo indicador para muchas almas”.- ■ Dice Jesús:
“Como ves, Marta, todos comprenden y quieren a tu hermana y la querrán más. Ella está
llamada a ser signo indicador para muchas almas culpables y medrosas, y una gran fuerza
para los buenos. Pues María, cuando haya quebrantado las últimas cadenas de su ser humano,
será un fuego de amor. No ha hecho más que cambiar la dirección de su exuberancia en el amar.
Ha colocado en un plano sobrenatural esta facultad poderosa de amar que tiene, y realizará
prodigios con ella. Os lo aseguro. Ahora todavía está avergonzada. Pero la veréis que día tras
día se irá apaciguando, se irá robusteciendo en su nueva vida. En casa de Simón dije: «Mucho se
le ha perdonado, porque mucho ama ella». Ahora os digo que en verdad todo le será perdonado
porque amará a su Dios con todas sus fuerzas, con toda su alma, con toda su inteligencia, con
toda su sangre, con toda su carne, hasta el holocausto”. ■ Andrés suspira: “¡Bienaventurada ella
que merece ese elogio! ¡También yo quisiera merecerlo!”. Jesús dice a Andrés: “¡Tú! Tú ya lo
tienes. Ven aquí, pescador mío... ( Escrito el 31 de Julio de 1945).
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4-240-65 (4-103-619).- En Betsaida, en la casa de Simón Pedro, con Porfiria, que recibe
elogios de Jesús, y Marziám, que enseña a Magdalena el «Padrenuestro».
* Magdalena ríe con Marziam, y Jesús dice: “La inocencia siempre da consuelo”.- ■ La
aurora apenas está despuntando. Jesús, María, Marta y Magdalena suben a la barca de Pedro y
Andrés; también Zelote, Felipe y Bartolomé. Mateo, Tomás, los primos de Jesús e Iscariote
están en la otra barca, en la de Santiago y Juan. Se dirigen a Betsaida. El trayecto es breve y el
viento ayuda. En pocos minutos han hecho la travesía. Cuando están para llegar Jesús dice a
Bartolomé y a su inseparable Felipe: “Id a avisar a vuestras mujeres que hoy estaré en vuestra
casa”. Y mira a los dos de una manera elocuente. Bartolomé: “Así se hará, Maestro. ¿No
concedes ni a mí ni a Felipe el hospedarte?”. Jesús: “No vamos a estar aquí sino hasta la puesta
del sol y no quiero privar a Simón Pedro del gozo de ver a su Marziam”. La barca llega a la
playa, se detiene. Bajan Felipe y Bartolomé. Se separan de sus compañeros para ir al pueblo.
Pedro pregunta al Maestro que fue el primero en bajar y está a su lado: “¿A dónde van esos
dos?”. Jesús: “A avisar a sus mujeres”. Pedro: “Voy yo también entonces a avisar a Porfiria”.
■ Jesús: “No es necesario. Porfiria es muy buena y no es necesario prepararla para nada. Su
corazón no sabe más que repartir dulzuras”. Simón Pedro brilla al oír las alabanzas tributadas a
su esposa y no añade más. Para que bajen las mujeres se ha puesto una tabla. Se dirigen a la casa
de Simón Pedro. Marziam, que está sacando sus ovejitas para llevarlas a pacer la hierba fresca
en las cuestas cercanas a Betsaida, es el primero en verlos y con un grito de alegría da el
anuncio, corre a refugiarse en el pecho de Jesús, que se ha inclinado para besarle. Luego va a
Pedro. Porfiria acude, con las manos llenas de harina, y se inclina para saludar a Jesús. Jesús:
“La paz sea contigo, Porfiria. No nos esperabas tan pronto, ¿verdad? Además de mi bendición
quise traerte a mi Madre y a dos discípulas. Mi madre deseaba ver de nuevo al niño... Mírale
entre sus brazos. Y las discípulas querían conocerte... Ésta es la esposa de Simón. La discípula
buena y silenciosa, activa en su múltiple obediencia. Éstas son Marta y María de Betania. Dos
hermanas. Amaos mucho”.■ Porfiria: “Las personas que me traes las amo más que a las de mi
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sangre, Maestro. Ven. Mi casa es más hermosa cada vez que en ella pones tu pie”. María Stma.
sonriente se acerca y abraza a Porfiria diciéndole: “Veo que realmente tienes corazón de una
madre. El niño está muy bien y se siente feliz. Gracias”. Porfiria: “¡Oh, Mujer más bendita que
ninguna otra! Sé que por ti tengo la alegría de que me llame mamá. Y te digo que no te daré
jamás el dolor de no serlo con todo lo mejor que hay en mí. Entra, entra con las hermanas...”. ■
Marziam mira con curiosidad a Magdalena. Toda una red de pensamientos se teje en su cabeza.
Al fin prorrumpe: “Pero... tú no estabas en Betania”. Magdalena, ruborizándose y dibujando una
sonrisa, dice: “No estaba. Pero ahora estaré siempre”. Y acaricia al niño diciéndole: “¡A pesar
de que no nos hayamos conocido hasta ahora, ¿me quieres?!”. Marziam: “Sí, porque eres buena.
Has llorado ¿no es verdad? Por eso eres buena. Te llamas María ¿o no? También mi mamá se
llamaba así y era buena. Todas las mujeres que se llaman María son buenas, pero...” y se
interrumpe para no causar dolor a Porfiria y Marta, “pero también hay buenas que tienen otro
nombre. ¿Cómo se llamaba tu mamá?”. Magdalena: “Euqueria... y era muy buena“. Dos gruesas
lágrimas caen de los ojos de María de Mágdala. Marziam pregunta: “¿Lloras porque ha
muerto?” y le acaricia sus bellísimas manos cruzadas sobre su vestido oscuro (sin duda es uno
de Marta adaptado porque tiene el dobladillo bajado). Y prosigue: “No llores. No estamos solos.
¿Sabes? Nuestras mamás están cercanas a nosotros. Lo ha dicho Jesús. Son como nuestros
ángeles custodios. También eso dice Jesús. Y si uno es bueno, cuando se muera vendrán a
nuestro encuentro, y sube uno a Dios en los brazos de la mamá. Es verdad esto ¿eh? Lo dijo Él”.
María Magdalena estrecha al pequeño en un abrazo y le besa diciéndole: “Ruega entonces para
que yo sea buena”. Marziam: “¿Pero no lo eres? Con Jesús caminan solo los que son buenos... Y
si uno no es del todo, se hace, para poder ser discípulo de Jesús, porque no se puede enseñar lo
que no se sabe. No se puede decir: «Perdona» si antes no perdonamos. No se puede decir:
«Debes amar al prójimo» si antes no le amamos nosotros. ■ ¿Sabes la oración de Jesús?”.
Magdalena: “No”. Marziam: “¡Ah, bueno! Hace poco que estás con Él. Es muy bonita. ¿Sabes?
Dice todas estas cosas. Mira qué bonita es”. Y Marziam despacio recita el «Padre nuestro», con
sentimiento y fe. Magdalena dice admirada: “¡Qué bien la sabes!”. Marziam: “Me la enseñó mi
mamá por la noche y la Mamá de Jesús en el día. Si quieres te la enseño. ¿Quieres venir
conmigo? Las ovejas están balando. Tienen hambre. Ahora las llevo al pasto. Ven conmigo. Te
enseñaré a orar y te harás completamente buena”, y la toma de la mano. Magdalena: “Pero no sé
si el Maestro quiera...”. Jesús: “Vete, vete. María. Tienes por amigo a un inocente y a los
corderos... Vete, pues, sin preocupación ninguna...”. María de Mágdala sale con el niño y se ve
que se aleja precedida de tres ovejas. ■ Jesús mira... y los demás también. Marta dice: “Pobre
hermana mía”. Jesús: “No le tangas compasión. Es una flor que endereza su tallo después del
huracán. ¿Oyes?... Ríe... La inocencia siempre da consuelo”. (Escrito el 1 de Agosto de 1945).
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4-241-68(4-104-621).-Vocación de la hija del apóstol Felipe: consagrada al Mesías.- Magdalena,
en Mágdala por 1ª vez después de su conversión. Parábola de la dracma perdida (1).
* “Felipe, hay amadores que no pueden ser rechazados porque son poderosos en el amar.
Tu hija ama a uno de éstos. A Mí. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo da el gozo
perfecto que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación”.- ■ La barca va
costeando el trecho que hay entre Cafarnaúm y Mágdala. María de Mágdala por vez primera
está en su postura habitual de convertida: está sentada en el fondo de la barca a los pies de Jesús,
quien está sentado austeramente sobre uno de los bancos de la barca. La cara de Magdalena
tiene hoy un aspecto distinto del de ayer: todavía no es la cara radiante que saldrá al encuentro
de su Jesús cada vez que vaya a Betania, pero es ya una cara liberada de temores y tormentos; y
su mirada que antes reflejaba humillación --antes aún desfachatez-- ahora es seria, pero segura,
y en su noble seriedad brilla de vez en cuando una chispa de alegría, escuchando a Jesús, que
habla con los apóstoles o con su Madre y Marta. Van hablando de la bondad de Porfiria, tan
sencilla y tan amorosa. Hablan de la acogida cariñosa de Salomé y de las mujeres e hijas de
Bartolomé y Felipe. ■ Éste dice: “Si no fuese porque todavía son muy jovencillas, y porque su
madre se opone a que vayan lejos, ellas también te seguirían, Maestro”. Jesús: “Me sigue su
alma, e igualmente es un amor santo. Felipe, escúchame. Tu hija mayor dentro de poco será
prometida ¿no es verdad?”. Felipe: “Sí, Maestro. Dignos esponsales y un buen esposo, ¿no es
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verdad Bartolomé?”. Bartolomé: “Es verdad. Lo puedo garantizar porque conozco a la familia.
No he podido aceptar hacer yo la propuesta, pero lo habría hecho si no estuviera ocupado en el
seguimiento del Maestro, con plena tranquilidad de crear una santa familia”. Jesús: “Pero la
muchacha me ha rogado que te dijese que no hicieses nada”. Felipe dice: “¿No le gusta el
novio? Está en un error. De todas formas, la juventud no tiene seso. Espero que se persuada. No
hay razón para rechazar a un excelente esposo. A menos que... ¡No es posible!”. Jesús incita:
“¿A menos que...? Termina, Felipe”. Felipe: “A menos que ame a otro. Pero eso no es posible.
No sale nunca de casa y en casa vive muy retirada. ¡No es posible!”. Jesús: “Felipe, hay
amadores que penetran aun en las casas más cerradas; y saben hablar a sus amadas a pesar de
todas las barreras y vigilancias; derriban cualquier obstáculo (como viudez o juventud bien
custodiadas... u otros) y las consiguen. Hay amadores que no pueden ser rechazados, porque son
poderosos en el amar, porque vencen con su seducción toda posible resistencia, hasta la del
mismo demonio. Pues bien, tu hija ama a uno de éstos, y además al más poderoso”. Felipe:
“Pero ¿quién? ¿Alguno de la corte de Herodes?”. Jesús: “¡Eso no es poder!”. Felipe:
“¿Alguno... alguno de la casa del Procónsul? ¿algún patricio romano? No lo permitiré por
ningún motivo. La sangre pura de Israel no entrará en contacto con sangre impura, aun cuando
tuviese que matar a mi hija. ¡No te sonrías, Maestro, que yo sufro!”. Jesús: “Eres como un
caballo encabritado. Ves sombras donde solo hay luz. Estate tranquilo. El Procónsul es también
un siervo, igual que los patricios sus amigos; y siervo es el César”. Felipe: “¡Estás bromeando,
Maestro! Quisiste meterme miedo. Nadie hay mayor que César, ni nadie con más autoridad que
él”. ■ Jesús: “Yo soy, Felipe”. Felipe: “¿Tú? ¿Tú quieres casarte con mi hija?”. Jesús: “No.
Quiero su alma. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones -más cerrados aún: con un sinfín de llaves--. Soy Yo el que sabe hablar a pesar de todas las
barreras y vigilancias; el que abate todo obstáculo y toma lo que anhela: a puros o pecadores, a
vírgenes o viudos, a libres de vicio o a esclavos de él. Y a todos doy una sola y nueva alma,
regenerada, feliz, eternamente joven. Son mis esponsales. Nadie puede negar darme mis presas
deliciosas. Ni el padre, ni la madre, ni los hijos, ni siquiera Satanás. Sea que hable Yo al alma de
una jovencilla como es tu hija, o a la de un pecador sumergido en el vicio y encadenado con
siete cadenas, el alma viene a Mí. Y nada ni nadie me la arrebatará. Ninguna riqueza, poder,
alegría del mundo proporciona el gozo perfecto como es el que tienen los que se unen con mi
pobreza, con mi mortificación. Se desnudan de todo pobre bien, y se revisten de todo celestial
bien. Alegres en su serenidad de pertenecer a Dios, solo a Dios... Ellos son los dueños de la
Tierra y del Cielo. Lo son de la Tierra porque la dominan, y del Cielo, porque lo conquistan”. ■
Bartolomé exclama: “¡En nuestra ley jamás ha sucedido esto!”.Jesús: “Despójate del hombre
viejo, Natanael. Cuando te vi por vez primera te saludé llamándote perfecto israelita sin engaño.
Ahora tú perteneces al Mesías, no a Israel. Sélo sin engaño, sin trabas. Revístete de esta nueva
mentalidad, de otra manera no podrás comprender tantas bellezas de la redención que vine a
traer a todo el género humano”. Felipe insiste: “¿Y dices que has llamado a mi hija? ¿Y qué va a
hacer ahora? Ciertamente no me voy a oponer. Pero quiero saber, incluso para ayudarla, en qué
consiste tu llamada...”. Jesús: “En llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. En los
siglos que están por venir cuántas no habrá... Muchas... Pebeteros de incienso para contrapesar
las sentinas del vicio. Almas que orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda
para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.
* “Nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”.- ■ María Magdalena abre sus
labios para preguntar y lo hace con sonrojo, pero con más desembarazo que en días anteriores:
“¿Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. Jesús: “Lo que son las hermanas
vírgenes...”. Magdalena: “¡Oh, no es posible! Hemos pisado demasiado fango y... y... no puede
ser”. Jesús: “María, María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis
pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis, amaréis, consolaréis, siendo ya
conscientes del mal y aptos para curarlo donde se encuentra, siendo almas mártires ante los ojos
de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”. Magdalena: “¿Mártires? ¿En qué
cosa, Maestro?”. Jesús: “Contra vosotras mismas y el recuerdo del pasado, y por sed de amor y
de expiación”. Magdalena: “¿Lo debo creer?...”. ■ Magdalena mira a todos los que están en la
barca, como pidiendo que den alas a la esperanza que se enciende en ella. Jesús le dice:
“Pregúntaselo a Simón. Una noche estrellada, en tu jardín, hablé de ti, y de vosotros pecadores
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en general. Y todos tus hermanos te pueden decir si mi palabra no ha cantado para todos los
redimidos los prodigios de la misericordia y de la conversión”. Magdalena: “También de ello
me habló, con voz de ángel, el niño. Volví con el alma refrescada después de su lección. Por él
he podido conocerte mejor aún que por mi hermana, tanto que hoy me siento con más fuerzas
para afrontar el regreso a Mágdala. Ahora que me dices esto, siento que crece en mí la fortaleza.
Di escándalo al mundo. Pero te juro, Señor, que el mundo, al verme, llegará a comprender qué
cosa sea tu poder”. Jesús le pone por un momento sobre su cabeza la mano, mientras María
Santísima le envía una sonrisa como solo Ella sabe hacerlo: una sonrisa celestial.
* Magdalena se acuerda de su primer encuentro con Jesús en el lago, después en el monte,
en Mágdala, en Cafarnaúm. “Pero Cafarnaúm fue el lugar más bello. Allí me liberaste”.■ Ya se ve Mágdala extendida a la orilla del lago. Desde la otra barca grita Juan: “Maestro, he
ahí el valle de nuestro retiro...” y su rostro resplandece como si en su interior brillase un sol. Y
añade: “No se pueden olvidar los lugares donde se conoció a Dios”. Magdalena: “Entonces yo
me acordaré siempre de este lago, porque en él te conocí. ¿Sabes, Marta que aquí, una mañana,
vi al Maestro?”. Pedro: “Sí, y por poco nos vamos al fondo, nosotros y vosotros. Mujer, créeme
que todos tus remadores no valían un comino”. ■ Magdalena: “No valían ni un comino, ni los
remadores, ni quien iba con ellos... pero fue siempre el primer encuentro, y tiene un gran valor...
Después te vi en el monte, y después en Mágdala, y después en Cafarnaúm... Tantos encuentros,
tantas cadenas rotas... pero Cafarnaúm ha sido el lugar más bello. Allí me liberaste...”.
* M. Magdalena en Mágdala, su ciudad, por primera vez, después de su conversión.- ■
Bajan a tierra donde ya están los de la otra barca. Entran a la ciudad. La curiosidad simple o...
no simple de los habitantes debe ser como un tormento para Magdalena, pero lo soporta
heroicamente siguiendo al Maestro que va delante, en medio de sus discípulos, mientras las tres
mujeres van detrás de ellos. El cuchicheo es fuerte. No falta ironía. Todos los que respetaron a
María aparentemente, cuando fue la poderosa señora de Mágdala, ahora que saben que humilde
y casta se ha separado para siempre de sus amigos influyentes, le lanzan hasta desprecios y
epítetos poco halagadores. Marta que sufre por esto, le pregunta: “¿Quieres retirarte a casa?”.
Magdalena: “No. No dejo al Maestro. Y mientras la casa no esté purificada de todo rastro del
pasado, no le invitaré a entrar”. Y la verdad es que debe sufrir; el sudor que le corre por la cara,
lo colorada que está, incluso hasta el cuello, ciertamente no son efectos del calor. ■ Atraviesan
toda Mágdala. Se dirigen al barrio de los pobres, hasta la casa donde se detuvieron la otra vez,
cuya dueña queda de una pieza cuando se encuentra de frente a Jesús y a la célebre señora de
Mágdala, que ya no viene pomposa, ni con joyas, sino que trae la cabeza cubierta con un ligero
velo de lino, envuelta en un pesado manto que con ese calor debe ser un suplicio. La mujer
accede gustosa cuando Jesús le pide que le deje hablar desde su casa a la gente, es decir, a toda
Mágdala, porque toda la población ha seguido al grupo apostólico. Y al punto empieza a traer
sillas y bancos para las mujeres y los apóstoles. Al pasar cerca de Magdalena le hace una
inclinación de esclava. Le responde Magdalena: “La paz sea contigo hermana”. Y la sorpresa de
la mujer es tal que deja caer el pequeño banco que tiene en las manos. No dice nada. Lo que
pasó me hace pensar que María trataba a sus súbditos más bien con despotismo. Y se queda ya
completamente pasmada, cuando oye que le pregunta cómo están sus hijos, dónde están, y si la
pesca ha sido buena. La mujer le contesta: “Están bien... Están en la escuela o en casa de mi
madre. Solo el pequeñín está durmiendo en la cuna. Le pesca es buena. Mi marido te llevará el
diezmo...”. Magdalena: “No es necesario más. Empléalo en los niños. ¿Me permites ver al
pequeñín?”. Mujer: “Ven...”.
* Parábola de la dracma perdida.- ■ La gente se agolpa en la calle. Jesús empieza a hablar:
“Una mujer tenía diez dracmas en su bolsa. Pero, con un movimiento, la bolsa se le cayó de su
pecho, se abrió, y las monedas rodaron por tierra. Las recogió con la ayuda de las vecinas. Las
contó. Había nueve. No se podía encontrar la décima. Como ya había atardecido y faltaba la luz,
la mujer encendió una lámpara, la puso en el suelo, tomó una escoba y se puso a barrer con
mucho cuidado para ver si había rodado lejos del lugar donde había caído. La dracma no
aparecía. Sus amigas, cansadas de buscar, se fueron. La mujer movió entonces el arquibanco, el
escafal, el pesado baúl, movió jarras y cántaros que estaban en el nicho de la pared Pero la
dracma no aparecía. Entonces se puso a gatas y buscó en el montón de la basura, que estaba
puesto junto a la puerta de la casa, para ver si la dracma había rodado afuera y se había
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mezclado con los desperdicios de las verduras. Y por fin encontró la dracma toda sucia,
enterrada en la basura de la casa. La mujer llena de alegría la tomó, la lavó, la secó. Era más
hermosa que antes. La enseñó a sus vecinas a quienes llamó a grito. Les dijo: «¡Ved, ved! Me
aconsejabais que no me cansara más, pero yo seguí y encontré la dracma perdida. Alegraos
conmigo por esto, porque no tuve el dolor de perder uno solo de mis tesoros». ■ También
vuestro Maestro, y con Él sus apóstoles, hace como la mujer de la parábola. Él sabe que un
movimiento puede hacer que caiga al suelo un tesoro. Cada alma es un tesoro. Y Satanás, que
envidia a Dios, provoca los malos movimientos para hacer caer las almas. Hay quien en la caída
se queda cerca de la bolsa, o sea, se aleja un poco de la Ley de Dios que recoge las almas en la
salvaguardia de los mandamientos; y hay quien se aleja más, o sea, se aleja más de Dios y de su
Ley; hay en fin quien rueda hasta caer en la basura, hasta la suciedad, hasta el fango, y ahí
acabaría pereciendo, ardiendo en el fuego eterno, de la misma forma que la basura se quema en
los lugares apropiados. El Maestro lo sabe y busca incansable las monedas perdidas. De nada
tiene asco. Hurga, hurga, remueve, barre... hasta que encuentra. Y cuando ha encontrado, lava el
alma con su perdón, llama a los amigos: «Alegraos conmigo porque encontré lo que se había
perdido y es más hermoso que antes porque mi perdón lo hace nuevo». En verdad os digo que
hay gran fiesta en el Cielo, y que los ángeles de Dios así como los buenos de la tierra se alegran
por un pecador que se convierte. En verdad os digo que no hay cosa más hermosa que las
lágrimas de arrepentimiento. En verdad os digo que los únicos que ni saben, ni pueden alegrarse
por esta conversión, que es un triunfo de Dios, son los demonios. Y también os digo que el
modo en que un hombre acoge la conversión de un pecador es medida de su bondad y de su
unión con Dios”. ■ La gente entiende la lección y mira a Magdalena, que ha venido a sentarse a
la puerta con el niño entre sus brazos, tal vez para cubrir su azoramiento. La gente poco a poco
se va. (Escrito el 2 de Agosto de 1945).
······································
1
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Nota : Lc.15,8-10.
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4-242-74 (4-105-628).- Magdalena, en Tiberíades, por primera vez después de su conversión.María Virgen co-partícipe en la Redención.
*La Tiberíades profana y viciosa, recibe con ojos burlones y palabras morbosas a
Magdalena.- ■ Cuando la barca atraca en el pequeño puerto de Tiberíades, algunos ociosos que
estaban paseando cerca del modesto espigón se acercan enseguida para ver quién ha llegado.
Hay personas de todas las condiciones sociales y nacionalidades. Por eso, las largas vestiduras
hebreas de los más variados colores, las melenas y las barbas majestuosas de los israelitas se
mezclan con las vestiduras de lana cándida, más cortas y sin mangas, y con las caras sin barba y
cabelleras cortas de los robustos romanos; y también con los vestidos --aún más cortos-- que
cubren los cuerpos esbeltos y afeminados de los griegos, que parece hubieran asimilado hasta en
su actitud el arte de su lejana nación: son como estatuas de dioses que hubieran bajado a la tierra
en cuerpos de hombres: envueltos en suaves túnicas, rostros clásicos bajo melenas rizadas y
perfumadas, brazos cargados de pulseras que destellan al ejecutar estudiados ademanes. ■
Entremezcladas con estos dos últimos géneros de personas, hay muchas mujeres públicas,
porque ni los romanos ni los helenos vacilan en mostrar sus amores en las plazas y caminos. Los
palestinos, sin embargo, se abstienen de esto, aunque luego, dentro de sus casas, practiquen
alegremente el amor libre con mujeres públicas (se ve claramente porque las cortesanas, a pesar
de las miradas amenazadoras que les hacen cuando les guiñan el ojo, llaman familiarmente por
el nombre a no pocos hebreos, entre los que no falta algún fariseo con sus franjas). ■ Jesús se
dirige hacia la ciudad, y precisamente hacia el lugar en que la gente más elegante concurre más;
la gente elegante, o sea, por lo general, romanos y griegos y algún que otro cortesano de
Herodes, y otros, también pocos, que creo que son ricos mercaderes de la costa fenicia, hacia la
parte de Sidón y Tiro, porque están hablando de esas ciudades y de comercios y barcos. Los
pórticos exteriores de las termas están llenos de esta gente elegante y ociosa, que pierde así su
tiempo discutiendo de temas muy banales, como el discóbolo favorito o el atleta más ágil y
armónico de la lucha greco-romana; o simplemente están de palique, hablando de modas y
banquetes, y conciertan citas para alegres excursiones invitando a las más hermosas cortesanas
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o a las damas que salen perfumadas y enrizadas de las termas o de sus residencias para afluir
a este centro de Tiberíades, lleno de mármol, artístico como un salón. Naturalmente, el paso del
grupo suscita curiosidad intensa, que se hace incluso morbosa cuando hay quien reconoce a
Jesús, porque le había visto en Cesarea, y quien reconoce a la Magdalena, a pesar de que
camine toda envuelta en su manto y con el velo blanco muy caído sobre la frente y la cara (de
modo que, tan velada y, además, con la cabeza baja, muy poco de su rostro se ve). Un romano
dice: “Es el Nazareno que curó a la hija de Valeria”. Otro romano le responde: “Me gustaría ver
un milagro” . Un griego propone: “Yo querría oírle hablar. Dicen que es un gran filósofo. ¿Le
decimos que hable?” . Otro griego responde: “No te entrometas, Teodato. Predica nubes. Le
habría gustado al tragedista para una sátira”. Un romano, jocosamente: “Cálmate, Aristóbulo.
Parece que ahora está bajando de las nubes y va a lo concreto. ¿No ves que lleva un séquito de
mujeres jóvenes y bonitas?”. ■ Un griego grita: “¡Pero si ésa es María de Magdala!”, y luego
llama: “¡Lucio! ¡Cornelio! ¡Tito! ¡Oye, mirad a María, está ahí!”. Romano. “¡No hombre no, no
es ella! ¿María de ese modo? ¿Pero estás borracho?”. Griego: “Te digo que es ella. No me puedo
equivocar, a pesar de que vaya tan cubierta”. Romanos y griegos se dirigen en masa hacia el
grupo apostólico, que está atravesando al sesgo la plaza llena de pórticos y fuentes. Hay
también mujeres que se unen a estos curiosos. Precisamente es una mujer la que va a ponerse
casi debajo de la cara de María para verla mejor y... al ver que es ella y no otra, se queda de
piedra. Le pregunta: “¿Qué haces así?” y ríe burlona. María se para, se endereza, levanta una mano
y, echando hacia atrás el velo, se descubre el rostro. Aparece una María de Mágdala dominadora,
poderosa sobre todo lo despreciable, y dueña, dueña ya de sus impresiones. “Soy yo, sí” dice con su
espléndida voz y con esos ojos negros, bellísimos. “Soy yo. Y me quito el velo para que no penséis que
me avergüenzo de estar con estos santos”. La mujer dice: “¡Oh! ¡María con los santos! ¡Pero mujer,
ven, déjalos! ¡No te degrades a ti misma!”. Magdalena: “Hasta ahora he vivido degradada. Pero ya
no más”. Mujer: “¿Pero estás loca? ¿O es un capricho?”. Un romano, que le hace señales con los
ojos burlonamente, la invita: “Ven conmigo, que soy más guapo y alegre que esa plañidera con
bigotes que mortifica la vida y la convierte en un funeral. ¡Bella es la vida! ¡Es un triunfo! ¡Una
orgía de júbilo! Ven, que sabré estar por encima de todos en hacerte feliz”. Es un joven romano
de color moreno, de cara de zorra, pese a que sea bien guapo. Hace ademán de tocarla. Magdalena:
“¡Atrás! ¡No me toques! Bien has dicho: vuestra vida es una orgía, y además de entre las más
vergonzosas; y me produce náuseas”. El griego responde: “¡Hasta hace poco era tu vida, eh!”. Un
herodiano, con una risita maliciosa, dice: “¡Ahora... la hace de virgen!”. Un romano insiste: “¡Tú
echas a perder a los santos! Tu Nazareno va a perder la aureola contigo. Ven con nosotros”.
Magdalena: “Venid vosotros a seguirle conmigo. Dejad de ser animales y convertios al menos en
hombres”. La respuesta es un coro de risotadas y burlas.
■ La Tiberíades judía recrimina a Jesús por su presencia en Tiberíades... y en esa
compañía... a la que Jesús defiende.- Magdalena llega donde el Maestro, que se ha puesto a la
sombra de un edificio bellísimo dispuesto en forma de exedra en dos lados de una plaza. Y Jesús
ya está batallando con un escriba que le está recriminando el hecho de su presencia en Tiberíades,
y... con esa compañía. Jesús le responde: “¿Y tú? ¿por qué estás aquí? Esto respecto al hecho de
estar en Tiberíades. Te digo, además, que en Tiberíades también hay almas a las que salvar, y
más que en otros lugares”. Escriba: “No se las puede salvar: son gentiles, paganos, pecadores”.
Jesús: “He venido para los pecadores. Para dar a conocer al Dios verdadero. A todos. También
para ti he venido”. Escriba: “No necesito maestros ni redentores: soy puro y docto”. Jesús: “¡Si al
menos lo fueras como para conocer tu estado!”. Escriba: “Y Tú de saber cuánto te dañas con la
compañía de una meretriz”. Jesús: “Te perdono. También en su nombre. Ella, humilde, anula su
pecado; tú, por tu soberbia, doblas tus culpas”. Escriba: “No tengo culpas”. Jesús: “Tienes la
culpa capital. No tienes amor”. El escriba dice: “¡Raca!” y se vuelve. Magdalena dice: “¡Por mi
culpa, Maestro!” . Y, al ver la palidez de María Virgen, gime: “Perdóname. Hago que insulten a
tu Hijo. Me retiraré...”. Jesús: “No. Tú te quedas donde estás. Lo quiero” y lo dice con voz incisiva y con un centelleo tal en los ojos, un no sé qué dominio en toda su persona, que le transforma
en algo que infunde temor. Y luego más suavemente: “Tu te quedas donde estás, y si alguno no te
soporta a su lado será él, sólo él, quien se marchará”. Y Jesús reanuda el paso en dirección a la
parte occidental de la ciudad.
103
* La Virgen, que consuela a Magdalena, dice: “Mi corazón está como si estuviera
envuelto en espinas”.- ■ La Magdalena llora silenciosamente bajo su velo. La Virgen,
tomándola de la mano, la consuela: “No llores, María. Después el mundo te respetará. Los
primeros días son los más penosos”. Magdalena: “¡Oh, no es por mí! ¡Es por Él! Si le
procurase algún mal, yo no me lo perdonaría. ¿Has oído lo que ha dicho el escriba? Le
comprometo”. Virgen: “¡Pobre hija! ¿No sabes que estas palabras silban como serpientes
alrededor de Jesús desde cuando todavía no pensabas venir a Él? Me ha dicho Simón que ya
desde el año pasado le acusaban de esto, porque curó a una leprosa (1), que en un tiempo
había sido pecadora, a la que vieron en el momento del milagro y nunca más, de la que,
aunque tiene más edad que yo, soy como si fuera su Madre. ¿No sabes que mi Hijo tuvo que
huir de «Aguas Claras» porque una desdichada hermana tuya (1) había ido allí para
redimirse? No teniendo pecado, ¿cómo crees que le pueden acusar? Con embustes.
¿Dónde los pueden encontrar? En su misión entre los hombres. Toman la buena acción
como prueba de pecado. Cualquier cosa que hiciera mi Hijo para ellos sería siempre
pecado. Si se encerrase en una vida eremítica, sería culpable de no cuidar del pueblo de
Dios; desciende a vivir en medio de su pueblo y, porque lo hace, es culpable. Para ellos
siempre es culpable”. Magdalena: “¡Entonces son odiosamente malos!”.■ Virgen: “No. Están
obstinadamente cerrados a la Luz. Él, mi Jesús, es el eterno Incomprendido; y siempre,
y cada vez más, lo será”. Magdalena: “¿Y no padeces por ello? Te veo muy serena”.
Virgen: “Calla. Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas y a cada respiro suyo se le
clavase una (2). ¡Pero que Él no lo sepa! Me muestro así para sostenerle con mi serenidad.
Si no le consuela su Mamá, ¿dónde podrá hallar consuelo mi Jesús? ¿En qué pecho podrá
reclinar su cabeza sin que le hieran o calumnien por hacerlo? Por lo tanto, es muy justo
que yo, sin pensar en las espinas que taladran mi corazón, ni en las lágrimas que bebo en
las horas de soledad, extienda un suave manto de amor, ponga una sonrisa, cueste lo
que cueste, para tranquilizarle más, tranquilizarle más hasta... hasta cuando la ola del
odio sea tal, que ya nada le sirva, ni siquiera el amor de su Mamá...”. María tiene dos
surcos de llanto en su pálido rostro. Las dos hermanas la miran conmovidas. Marta, para
consolarla, dice: “Pero nos tiene a nosotras, que le queremos. Y a los apóstoles...”.
Virgen: “Os tiene a vosotras, sí. Tiene a los apóstoles... Todavía muy por debajo de su
misión... Y mi dolor es más fuerte aún porque sé que Él no ignora nada...”. Magdalena
pregunta: “¿Entonces sabrá también que yo le quiero obedecer hasta el holocausto si es
necesario?”. Virgen: “Lo sabe. Eres una gran alegría en su duro camino”. Magdalena: “¡Oh,
Madre!” y toma la mano de María y la besa con visible afecto. ■ Tiberíades termina en las
huertas del arrabal. Más allá está el camino polvoriento que conduce a Caná, entre
huertos de árboles frutales por un lado y, por el otro lado, una serie de prados y campos
agostados por el verano. Jesús se adentra en uno de los huertos. Se detiene bajo la sombra de
los tupidos árboles. (Escrito el 3 de Agosto de 1945).
······································
1 Nota : a) La leprosa: Se trata de la bella de Corazaín. b) Desdichada hermana tuya: se trata de Aglae, la
«Velada».
2 Nota : “Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas”. En una larga nota autógrafa, que ocupa
las cuatro caras de un folio doblado e introducido en este lugar de la copia mecanografiada, MV, entre otras cosas,
explica que [...] De la misma forma que es verdad que María, por ser Inmaculada, había debido quedar
exenta del dolor, así como quedó exenta de la corrupción de la muerte, es también verdad que, como Corredentora
«debió» padecer, en su corazón y espíritu inmaculados, cuanto su Hijo padeció en la carne, en el corazón y
espíritu santísimos. Es más, precisamente por la plenitud que había en Ella d e todos los dones divinos,
comprendió que sus privilegiadas y «únicas» condiciones de In maculada y de Madre de Dios le habían
sido concedidas en previsión de la Pasión del Redentor, y que, por tanto, esta especialísima condición suya
de gloria --segunda sólo respecto a la infinita gloria de Dios-- le había sido dada a precio del Sacrificio del
Hijo de Dios y suyo, del derramamiento total de esa Sangre divina y de la inmolación de esa Carne divina que
se habían formado en su seno virginal, con su sangre virginal, y que habían si do nutridos con su leche
virginal. También el conocer esto era causa de dolor. Un dolor q ue se fundía con el gozo, tan vasto y
profundo como el dolor. [...] Y no sólo eso, sino que, también por la plenitud que había en Ella de los dones
divinos, María conoció anticipadamente o contemporáneamente e intelectivamente todo el complejo
sufrimiento de su Hijo. Sobre su alma de Inmaculada, llena de la Luz de Dios, se proyectó siempre la sombra
dolorosa de la Cruz y de todas las luchas y obstáculos que precederían a la Pasión y afligirían a su Jesús [...].
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104
(<Jesús se encuentra en Caná en casa de Susana, a cuya boda asistió un día y convirtió el agua en vino>).
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4-243-85
(4-106-639).- En Caná, en casa de Susana, se habla de Aglae y de Magdalena.Debate de los apóstoles sobre las posesiones diabólicas.
* Cambiar el agua en vino es cosa grande, pero cambiar a una pecadora en discípula es
más grande aún.- ■ Ahora, en Caná, Jesús está agradeciéndole a Susana la hospitalidad que
dio a Aglae. Están aparte, debajo de un emparrado cargado de racimos de uvas que ya se van
poniendo negras, mientras, los demás descansan en la amplia cocina. Susana dice: “Maestro, la
mujer era muy buena. No fue en realidad un peso. Me ayudó a lavar la ropa, a limpiar la casa
para la Pascua, como si hubiese sido una esclava, y trabajó, te lo aseguro, como tal para
ayudarme a terminar los vestidos para la fiesta. Delante de la familia hablaba muy poco. Era
muy parca en el comer. Se levantaba antes del alba para estar ya aseada cuando despertaran los
hombres. Yo encontraba siempre el fuego prendido y barrida la casa. Pero, cuando estábamos
solas me preguntaba a cerca de Ti, y me pedía que le enseñase los salmos de nuestra religión.
Decía: «Para saber orar, como ora el Maestro». ¿Y ahora ha terminado ya de penar? Porque
sufrir sufría mucho. De todo tenía miedo y suspiraba mucho y lloraba. ¿Es ahora feliz?”. Jesús:
“Sí, sobrenaturalmente feliz. Libre de temores. En paz. Nuevamente te doy las gracias por el
bien que hiciste”. Susana: “¡Oh, Señor mío! ¿Qué bien? No le di más que amor en tu nombre,
porque otra cosa no sé hacer. Era una pobre hermana mía. La comprendí. La amé por
agradecimiento al Altísimo que me ha mantenido en su gracia”. Jesús: “E hiciste más que si
hubieras predicado en el Bel Nidrasc (1). ■ Ahora aquí tienes a otra. ¿Ya la has reconocido?”.
Susana: “¿Quién no la conoce por toda esta región?”. Jesús: “Todos, es verdad. Pero todavía no
conocéis, ni vosotros ni estos lugares, a la segunda María, que permanecerá fiel siempre a su
vocación. Siempre. Haz el favor de creerlo”. Susana: “Tú lo dices. Tú sabes. Yo creo”. Jesús:
“Di también: «Yo amo». Sé que es más difícil sentir compasión y perdonar a uno que ha faltado,
cuando es de los nuestros, que no a alguien que tiene la disculpa de ser pagano. De todas
formas, si el dolor de ver apostasías familiares fue fuerte, sean más fuertes la compasión y el
perdón. Yo perdoné en nombre de todo Israel”. Jesús termina recalcando las últimas palabras.
Susana: “Yo también perdonaré por mi parte, pues creo que un discípulo debe hacer lo que hace
el Maestro”. ■ Jesús: “Has dicho bien, y Dios se alegra de ello. Vamos con los otros. Ya va a
oscurecer. Será dulce el descanso en el silencio de la noche”. Susana: “¿No nos dirás algo,
Maestro?”. Jesús: “Todavía no lo sé”. Entran en la cocina donde están preparados los
alimentos y la bebida para la cena. Susana se abre paso y, no sin un ligero rubor en sus mejillas
juveniles, dice: “¿Quieren mis hermanas venir conmigo a la habitación de arriba? Tenemos que
preparar pronto las mesas porque luego tenemos que colocar los lechos para los hombres. Puedo
hacerlo yo sola, pero emplearía más tiempo”. La Virgen dice: “Voy también yo, Susana”.
Susana: “No. Basta con nosotras, y así servirá para que nos conozcamos, porque el trabajo
hermana mucho”. Se van. Jesús después de haber bebido agua preparada con una clase de
almíbar, va a sentarse junto a su Madre, con los apóstoles y los de la casa, en el fresco del
emparrado, dejando así libres a las sirvientas y a la dueña anciana para preparar todo. ■ De la
habitación de arriba salen voces de las tres discípulas que preparan las mesas. Susana cuenta
nuevamente el milagro sucedido en su matrimonio. María Magdalena dice: “Cambiar el agua
en vino es cosa grande, pero cambiar a una pecadora en discípula es más grande aún.
Quiera Dios que haga yo como aquel vino: ser del mejor”. Susana: “No lo dudes. Él cambia
todo en algo mejor. Aquí estuvo una, que además era pagana, que había sido convertida por Él
en el corazón y a la fe. ¿Puedes dudarlo tú que eres de Israel?”. Magdalena: “¿Una? ¿Joven?”.
Susana: “Joven. Muy bella”. Marta pregunta: “¿Y dónde está ahora?”. Susana: “Solo el
Maestro lo sabe”. Marta le dice a su hermana: “¡Ah! Entonces es aquella de la que te hablé.
Lázaro estaba con Jesús aquella tarde, y oyó las palabras que se dijeron por ella. ¡Qué perfume
había en aquella habitación! Los vestidos de Lázaro se impregnaron de él por muchos días. Pues
bien, Jesús dijo que era superior el corazón de la convertida con su perfume de arrepentimiento.
Quién sabe a dónde se habrá ido. Me imagino que a algún lugar solitario”. Magdalena: “Ella en
un lugar solitario, y además extranjera. Yo aquí donde me conocen. Su expiación en la soledad,
la mía en vivir entre el mundo que me conoce. No envidio su suerte porque estoy con el
Maestro, pero espero poder imitarla un día para no tener nada que me distraiga de Él”. Marta:
105
“¿Serías capaz de dejarle?”. Magdalena: “No pero Él dice que se va, y entonces mi espíritu le
seguirá. Con Él puedo desafiar al mundo. Sin Él tendría miedo de los hombres. Pondré un
desierto entre mí y el mundo”. Marta: “¿Y Lázaro y yo qué haremos?”. Magdalena: “Como
antes hicisteis cuando estabais afligidos: os amaréis y me amaréis. Y sin tener que avergonzaros.
Porque, aunque estaréis solos, sabréis que yo estoy con el Señor, y que en el Señor os amo”. ■
Pedro, que la ha escuchado, dice: “María es decidida y tajante en sus decisiones”. Zelote por su
parte: “Es una espada recta como su padre. De su madre tiene las facciones; pero de su padre el
espíritu indómito”. Y esa mujer de espíritu indómito baja ahora rápida a decir a todos que las
mesas están ya preparadas...
* “Judas, ¡qué severo serías con los pecadores!” “No hay dos resurrecciones sino dos
vidas”.- ■ ... La campiña se cobija con el manto oscuro y sereno de la noche sin luna. Solo la
débil claridad de los astros permite distinguir los contornos oscuros de las plantas y los blancos
de las casas. Nada más. Algunas aves nocturnas revolotean alrededor de la casa de Susana en
busca de insectos, y pasan casi rozando a las personas que están sentadas en la terraza en torno a
una amarillenta luz, que ilumina levemente los rostros congregados en torno a Jesús. Marta a
quien los murciélagos infunden mucho miedo lanza un grito cada vez que alguno de ellos le
pasa cerca. Jesús, sin embargo, se preocupa de las maripositas que vienen atraídas por la luz, y
con su mano trata de alejarlas de la llama. Tomás dice: “Son unos animales muy estúpidos, tanto
los murciélagos como las mariposas. Los primeros se mueren por los insectos, las segundas
creen que la llama es un sol y se queman. No tienen ni rastro de cerebro”. Iscariote dice: “Son
animales. ¿Pretendes que razonen?”. Tomás: “No. Pretendo que al menos tengan instinto”.
Santiago de Alfeo comenta: “No tienen tiempo para ello --me refiero a las mariposas--, porque
después de la primera prueba ya están bien muertas. El instinto se despierta y se hace fuerte
después de las primeras, penosas, tentativas”. ■ Tomás replica: “¿Y los murciélagos? Deberían
tenerlo, porque viven varios años. Lo que pasa es que son tontos”. Jesús dice: “No, Tomás. No
lo son más que los hombres. Los hombres parecen también, muchas veces, murciélagos tontos.
Vuelan, o mejor, revolotean, como ebrios, en torno a cosas que lo único que procuran es dolor.
Mirad, mi hermano con una buena sacudida del manto, ha echado a tierra uno. Dádmelo”.
Santiago de Zebedeo, a cuyos pies cayó el murciélago que, atolondrado del golpe, se agita en el
suelo con movimientos torpes, lo toma con dos dedos por una de sus alas membranosas y,
teniéndole suspendido como si fuera un trapo sucio, lo pone sobre las rodillas de Jesús. Jesús:
“Aquí tenéis al imprudente. Vamos a soltarle y veréis que se recuperará pero no se corregirá”.
Iscariote: “Un animal feo, Maestro. Yo mejor lo mataría”. Jesús: “No. ¿Por qué? Él tiene
también una vida y la quiere defender”. Iscariote: “No lo creo. O no sabe que la tiene o bien no
la defiende. ¡La pone en peligro!”. Jesús: “¡Oh, Judas, Judas! ¡Qué severo serías con los
pecadores, con los hombres! También los hombres saben que tienen dos vidas y no titubean en
poner en peligro una y otra”. Iscariote: “¿Tenemos dos vidas?”. Jesús: “La del cuerpo y la del
espíritu. Lo sabes bien”. Iscariote: “¡Ah! Pensaba que te referías a reencarnaciones. Hay quien
cree en ello”. Jesús: “No existe la reencarnación, pero sí hay dos vidas. Y, con todo, el hombre
las pone en peligro. ■ Si fueses Dios ¿cómo juzgarías a los hombres que además del instinto
tienen la razón?”. Iscariote: “Severamente, a no ser que se tratase de un hombre que estuviese
dañado en la cabeza”. Jesús: “¿No tendrías en cuenta las circunstancias que enloquecen
moralmente?”. Iscariote: “No”. Jesús: “De forma que, de uno que sabe de Dios y de la Ley y
que no obstante peca, no tendrías piedad”. Iscariote: “No tendría piedad, porque el hombre debe
saber controlarse”. Jesús: “¡Debería!”. Iscariote: “Debe, Maestro. Es una vergüenza
imperdonable que un adulto caiga en ciertos pecados, sobre todo, mucho más, si no le impulsa a
ello ninguna fuerza”. Jesús: “Según tú, ¿cuáles serían esos pecados?”. Iscariote: “Ante todo los
carnales. Es un degradarse sin remedio...”. María Magdalena inclina la cabeza... Judas prosigue:
“...es también corromper a los demás, porque del cuerpo del impuro brota un hedor que turba
hasta a los más puros y los arrastra a imitarlos...”. ■ Mientras Magdalena baja cada vez más la
cabeza, Pedro dice: “¡Hala! ¡No seas tan severo, hombre! La primera que cometió esta
imperdonable vergüenza fue Eva, y no me vas a decir ahora que la corrompió el hedor impuro
proveniente de algún lujurioso. Y has de saber que, por lo que a mí respecta, aunque me siente
al lado de un lujurioso, no siento ninguna turbación en absoluto. Asunto suyo...”. Iscariote: “La
cercanía siempre ensucia; si no a la carne, el alma, que es todavía peor”. Pedro: “¡Me pareces
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un fariseo! Pero... entonces según esto sería necesario encerrarse dentro de una torre de cristal y
quedarse allí, encerrado”. Zelote dice: “Y no te pienses, Simón, que te beneficiaría; en soledad
son más temibles las tentaciones”. Pedro responde: “¡Bueno! ¡Quedarían como sueños! ¡Nada
malo!”. Iscariote: “¿Nada malo? ¿No sabes que la tentación lleva a uno a pensar, y que el
pensamiento busca un arreglo para satisfacer de cualquier modo el instinto que grita, y que este
arreglo allana el camino a un refinamiento del pecado en que se unen sentido y pensamiento?”.
Pedro: “No sé nada de eso, querido Judas. Tal vez porque nunca he pensado detenidamente,
como dices, respecto a ciertas cosas. Sé, eso sí, que me parece que nos hemos ido muy lejos de
los murciélagos, y que mejor que tú no seas Dios, de otro modo, en el Paraíso te quedarías tú
solo, con toda tu severidad. ■ ¿Qué dices de esto, Maestro?”. Jesús: “Digo que es una cosa muy
buena no ser demasiado absolutos, porque los ángeles del Señor escuchan las palabras de los
hombres y las consignan en sus libros eternos, y podría ser desagradable que en alguna ocasión
se le dijese a uno: «Te sucedió como juzgaste». Digo que si Dios me ha enviado es porque
quiere perdonar todas las culpas de las que el hombre se arrepiente, pues sabe que el hombre es
muy débil por causa de Satanás”.
* La posesión diabólica, de Doras y Magdalena, poseídos del todo (poseídos los 3 grados
del hombre), es la más tiránica y sutil.- ■ Jesús se dirige ahora a Judas: “Judas, respóndeme:
¿admites que Satanás puede apoderarse de un alma de modo que ejerza sobre ella una coacción
que de hecho le aminora su pecado ante los ojos de Dios?”. Iscariote: “No lo admito. Satanás
solo puede atacar la parte inferior”. Zelote y Bartolomé dicen al unísono: “¡Blasfemas, Judas de
Simón!”. Iscariote: “¿Por qué? ¿En qué?”. Bartolomé responde: “Haces mentirosos a Dios y al
Libro. En él está escrito que Lucifer atacó también la parte superior, y Dios, por boca de su
Verbo, muchísimas veces lo ha dicho”. Iscariote: “También está escrito que el hombre tiene
libre arbitrio, lo que significa que Satanás no puede ejercer violencia sobre la libertad humana
del pensamiento y del sentimiento. Ni siquiera Dios hace”. Zelote le replica: “Dios no, porque
es Orden y Lealtad. Pero Satanás sí, porque es Desorden y Odio”. Iscariote: “El odio no es el
sentimiento opuesto a la lealtad. Te equivocaste”. Zelote sostiene: “No me he equivocado,
porque Dios es Lealtad y, por esto, no falta a su palabra de dejar al hombre libre de actuar;
mientras que el demonio, no habiendo prometido al hombre libertad de arbitrio, no puede
traicionar esta palabra. Sin embargo, es muy cierto que él es odio y que, por lo tanto, arremete
contra Dios y el hombre; arremete asaltando la libertad de la inteligencia del ser humano,
además de su carne, y arrastrando esta libertad de pensamiento a la esclavitud, a estados de
posesión por los que el hombre hace cosas que no haría si estuviera libre de Satanás”. Iscariote:
“No lo admito”. ■ Judas Tadeo grita: “¿Y entonces los endemoniados? Niegas la evidencia”.
Iscariote: “Los endemoniados son sordos, mudos o locos, pero no lujuriosos”. Tomás
irónicamente pregunta: “¿Tienes tan solo presente este vicio?”. Iscariote: “Porque es el más
difundido y el más bajo”. Tomás dice riéndose: “¡Ah! pensaba que era el que conocías mejor”.
De un brinco Judas se pone de pie. Después se domina, baja la pequeña escalera y se va por los
campos. Un silencio... Andrés dice luego. “Su idea no está del todo equivocada. Se podría decir
que de hecho Satanás se apodera solo de los sentidos: de los ojos, del oído, del habla y del
cerebro. Pero entonces, Maestro, ¿cómo se explicarían ciertas maldades? ¿No son acaso
posesiones? Por ejemplo, un Doras...”. Jesús: “Un Doras, como tú dices para no faltar a la
caridad a nadie, y que Dios te recompense por ello, o una María --pensamos todos y ella la
primera, después de las claras y anticaritativas alusiones de Judas-- son los poseídos más
completamente por Satanás, que extiende su poder a los tres grados del hombre. Son las
posesiones más tiránicas y sutiles, y de ellas se liberan solo aquellos que no han llegado a tal
degradación del espíritu, que saben comprender la llamada de la Luz. Doras no fue un
lujurioso, y, a pesar de todo, no supo ir a su Libertador. ■ En esto consiste la diferencia: que,
mientras que en el caso de los lunáticos, mudos, sordos o ciegos por obra del demonio son los
familiares los que se preocupan de conducirlos a Mí, en el caso de éstos, los poseídos en su
espíritu, solo es su espíritu el que trata de buscar la libertad. Por esto reciben el perdón además
de la libertad. Porque su voluntad ha tomado la iniciativa de liberarse de la posesión del
Demonio. ■ Y ahora vamos a descansar. María, tú que sabes lo que significa estar uno poseído,
ruega por los que se entregan a ratos al Enemigo, cometiendo pecados y causando dolor”.
Magdalena: “Sí, Maestro mío. Y sin rencor”. Jesús: “La paz sea con todos. Dejemos aquí la
107
causa de tanta discusión. Que se queden las tinieblas con las tinieblas aquí fuera en la noche.
Nosotros entremos a dormir bajo la mirada de los ángeles”. Jesús deja el murciélago sobre un
banco, el cual hace sus primeros intentos de volar. Luego se retira con los apóstoles a la
habitación alta mientras las mujeres con los dueños de la casa bajan a la plana baja. (Escrito el 4
de Agosto de 1945).
································
1 Nota : “Bel Nidrasc”. Esta Obra no explica qué cosa entiende por “Bel Nidrasc”. Pero como la escritora en los
nombres hebreos, a veces, pone “n” por “m” y viciversa, se puede uno imaginar que tal vez “Nidrasc” equivalga a
“Midrash” (Comentario de los Rabinos sobre la Sagrada Escritura). En esta hipótesis, “Bel Midrash” sería el templo
donde los doctores enseñaban a la gente. El texto dice: “Estamos ya en el Templo. Voy al Bel Nidrasc a enseñar a la
gente...”.
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4-247-112 (4-110-668).- “A Magdalena solo un poderoso amor le da fuerzas... Las discípulas
viajan también con gusto, por amor”.
* “Un amor verdadero jamás es exclusivista. El amor perfecto ama, con sus debidos
niveles, a toda la humanidad. También a las plantas, animales... ya que todo lo ve en
Dios”.- ■ Mientras van caminando por una cañada que hay entre dos colinas, muy bien
cultivadas y verdes, desde abajo hasta la cima, Santiago Zebedeo pregunta: “¿En dónde haremos
parada, Señor mío?”. Jesús: “En Belén de Galilea. Pero cuando haga calor nos detendremos en
el monte que domina Meraba, y así tu hermano será feliz una vez más viendo el mar”. Una
sonrisa cubre el rostro de Jesús. Luego añade: “Nosotros los hombres habríamos podido haber
avanzado más, pero detrás de nosotros vienen las discípulas que, aunque jamás se lamentan, con
todo no debemos cansarlas en exceso. Bartolomé admite: “Jamás se lamentan. Es verdad.
Nosotros somos más propensos a hacerlo”. Pedro dice: “Y sin embargo, están menos
acostumbradas que nosotros a esta vida...”. Tomás interviene: “Tal vez por esto lo hacen con
más gusto”. Jesús: “No, Tomás. Lo hacen gustosas por amor. Recuerda que ni mi Madre, ni
las otras mujeres de casa, como María de Alfeo, Salomé y Susana, dejan... así, con gusto, la casa
por venir por los caminos del mundo y acercarse a la gente. Ni tampoco Marta y Juana, cuando
ésta también venga, que no están acostumbradas a estas fatigas, lo harían con gusto si no las
moviera el amor. ■ Respecto a María Magdalena solo un poderoso amor le puede dar fuerzas
para soportar este tormento”. Iscariote pregunta: “¿Por qué se lo has impuesto, si sabes que es
tortura? No es buena cosa ni para ella ni para nosotros”. Jesús: “Ninguna otra cosa podría
persuadir al mundo de su indudable cambio que una demostración clara. María quiere convencer
al mundo de que ha cambiado. Su separación del pasado ha sido perfecta. Es completa”.
Iscariote: “¡Habrá que ver! Es todavía pronto para afirmarlo. Cuando se ha acostumbrado uno a
un determinado género de vida, difícilmente se separa del todo. Amistades y nostalgias nos
llevan otra vez a él”. Mateo pregunta: “¿Tienes tú entonces nostalgia de tu vida de antes?”.
Iscariote: “Yo... no. Lo hago por decir. Yo soy: un hombre, que ama al Maestro y... en
resumidas cuentas tengo en mí medios que me sirven para preservar en mi propósito, pero ella
es una mujer, y ¡qué mujer! Y, además, aunque su actitud fuese bien firme no es muy agradable
tenerla con nosotros. Si tuviésemos que encontrarnos con rabíes o sacerdotes, o grandes
fariseos, pensad que no sería placentero el momento. Me sonrojaría de vergüenza desde ahora”.
Jesús: “No te contradigas, Judas. Si realmente has destruido los puentes que te unían con el
pasado, como tratas de insinuar, ¿por qué te duele tanto que una pobre alma nos siga para
completar su transformación en el bien?”. Iscariote: “Por amor, Maestro. Yo también lo hago
todo por amor por Ti”. ■ Jesús: “Entonces perfecciónate en este amor tuyo. Un amor, para serlo
verdaderamente, no debe jamás ser exclusivista. Cuando uno sabe amar un solo objeto y no
sabe amar ningún otro, aun cuando se sienta correspondido, demuestra con esto que no posee el
verdadero amor. El amor perfecto ama, con sus debidos niveles, a todo el género humano, y
también a los animales y vegetales, a las estrellas y al agua, ya que todo lo ve en Dios. Ama a
Dios como es debido y ama todo en Dios. No olvides que el amor exclusivista es casi siempre
un egoísmo. Por lo tanto procura llegar a amar también a los otros por amor”. Iscariote: “Sí,
Maestro”. La discusión termina tan pronto se acercan las mujeres que vienen con Magdalena, la
cual no sabe que ha sido el objeto de ella... (Escrito el 8 de Agosto de 1945).
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(<Jesús con el grupo de apóstoles y discípulas, en el camino hacia Belén de Galilea. Han pasado por
Yafia y Merabá y han hecho alto en un bosque>).
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4-247-115 (4-110-671).- La Virgen habla a Magdalena sobre la oración mental y vocal.
* “La oración para que sea realmente oración, debe ser amor”.- Pasan las horas en la
sombra susurrante del aireado bosque. Quién duerme, quién habla en voz baja, quién contempla
el panorama. Juan se aparta de sus compañeros y busca un lugar más alto para ver mejor. Jesús
se aparta a un lugar retirado para orar y meditar. Las mujeres, por su parte, se han retirado tras
una cortina flotante de madreselva toda en flor; allí se han ido a refrescar, en un insignificante
manantial que, reducido a un hilo de agua, forma en la tierra un charco que no logra
transformase en arroyo. Terminado esto, las de más edad se han dormido, cansadas. María
Stma. con Marta y Susana están hablando de su casa, ya lejana, y María dice que le gustaría
tener esa hermosa mata toda en flor como revestimiento de su pequeña gruta. ■ La Magdalena,
que se había soltado los cabellos, no pudiendo resistir su peso, se los recoge de nuevo y dice:
“Voy con Juan, ahora que está con Simón, a ver el mar”. La Virgen dice: “También voy yo”.
Marta y Susana se quedan con las que están durmiendo. Para llegar a donde están los dos
apóstoles deben pasar cerca del lugar donde Jesús, solo, está en oración. Dice la Virgen en voz
baja: “Mi Hijo encuentra su descanso en la oración”. Magdalena observa: “Me parece que será
indispensable para Él retirarse para mantener ese maravilloso dominio que tiene, y que el
mundo somete a dura prueba. ¿Sabes, Madre? Hice lo que me dijiste. Cada noche me retiro
durante un tiempo más o menos largo para poder restablecer dentro de mí misma esa calma que
se ve turbada por muchas cosas; después, me siento mucho más fuerte”. Virgen: “Por ahora te
sientes fuerte, más tarde, feliz. Créeme, María, que bien en la alegría como en el dolor, bien en
la paz como en la lucha, nuestro espíritu tiene necesidad de sumergirse dentro del océano de la
meditación para reconstruir lo que el mundo y las vicisitudes humanas debilitan, para crearse
nuevas fuerzas, para poder subir siempre hacia arriba. ■ En Israel usamos y hasta abusamos de
la oración vocal. No quiero decir que sea inútil o que no agrade a Dios; pero sí digo que siempre
es mucho más útil para el corazón elevarse a Dios con la mente, la meditación, en que,
contemplando su divina perfección y nuestra miseria, o la miseria de tantas pobres almas --no ya
para criticar de ellas, sino para compadecernos de ellas y comprenderlas, y para agradecer al
Señor que nos ha sostenido para que no pecásemos, o nos ha perdonado para no dejarnos caídas-, llegamos realmente a orar, esto es, a amar. Porque la oración para que sea realmente oración,
debe ser amor. Si no, no es más que un murmullo de labios, de los que el alma está ausente”.
* “¿Puede Dios escuchar el grito de amor de un espíritu arrepentido pero poco
purificado?".- ■ Magdalena pregunta: “¿Pero es lícito hablar con Dios, teniendo los labios
todavía sucios de muchas palabras profanas? Yo, en mis horas de recogimiento, que hago como
me enseñaste tú, mi apóstol dulcísimo, no permito a mi corazón, que querría decirle a Dios: «Te
amo»...”. Virgen: “¡No! ¡Eso no! ¿Por qué?”. Magdalena: “Porque me parece que sería un
ofrecimiento sacrílego por mi parte ofrecerle mi corazón...”. Virgen: “No lo vuelvas a hacer,
hija. No lo vuelvas a hacer. Ante todo, mi Hijo te ha vuelto a consagrar el corazón con su
perdón y el Padre no ve otra cosa más que éste perdón. Pero aun en el supuesto de que Jesús no
te hubiera perdonado, y tú, en un lugar solitario, que puede ser tanto material como moral,
gritases a Dios: «¡Te amo, Padre, perdona mis miserias, porque me duelen por el pesar que te
causan», créeme, María, que Dios Padre te absolvería por su parte y le sería agradable tu grito
de amor. Abandónate, abandónate al Amor. No le hagas violencia; antes al contrario, deja que
el amor adquiera en ti la violencia de un fuego devorador. El fuego consume todo lo material,
pero no destruye una molécula de aire, porque el aire es incorpóreo (al contrario: lo purifica de
los desperdicios pequeñitos que en él esparce el viento, lo hace más ligero). De igual modo se
comporta el amor con el espíritu: destruye la materia del hombre, si Dios lo permite, mas no
destruye el espíritu, sino que acrecienta su vitalidad y le hace puro y ágil para que suba a Dios”.
* “Juan y Zelote, incluso Lázaro, han comprendido el secreto de su fuerza: la meditación
amorosa”.- ■ Virgen: ”¿Ves ahí a Juan? Es realmente muy joven, y con todo es un águila. Es el
más fuerte de todos los apóstoles, porque ha comprendido el secreto de la fortaleza, de la
formación espiritual: la meditación amorosa”. Magdalena: “Él es puro. Yo... Él es un
muchacho, yo...”. ■ Virgen: “Pues mira entonces a Zelote, que no es un muchacho. Ha vivido su
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vida, ha luchado, ha odiado. Lo confiesa sinceramente. Pero aprendió a meditar. Y créeme,
también él está muy en alto. ¿Ves? Se buscan ambos, porque se sienten iguales. Han llegado a la
misma edad perfecta del espíritu y con el mismo medio: la oración mental. Por medio de ella el
muchacho se ha hecho adulto en el espíritu; y por ella, el otro, ya mayor y cansado, ha vuelto a
encontrar una robusta virilidad. Y, ¿sabes?, hay otro que, sin ser apóstol, adelantará mucho --es
más, ya está muy adelantado-- por su inclinación natural a la meditación, que desde que es
amigo de Jesús se ha hecho en él una necesidad espiritual. Tu hermano”. Magdalena: “¿Mi
hermano Lázaro?...”.
* Magdalena teme al primer encuentro, después de su conversión, con su hermano
Lázaro.-■ Magdalena, suplicante: “¡Oh Madre! dímelo, tú que sabes muchas cosas porque Dios
te las muestra, dime ¿cómo me tratará Lázaro la primera vez que me vea? Antes guardaba
silencio con desdén. Pero lo hacía porque yo no admitía que me hicieran observaciones. Fui
cruel con mis hermanos... Ahora lo comprendo. Ahora que sabe que puede hablar ¿qué me dirá?
Temo una abierta recriminación suya. Ciertamente me echará en cara todas las penas que le
causé. Quisiera presentarme ante él inmediatamente. Pero tengo miedo. Antes iba allá, y no me
inquietaba ni siquiera el recuerdo de nuestra madre muerta, ni sus lágrimas, vivas aún sobre los
objetos que usó, lágrimas vertidas por mi culpa. Mi corazón era cínico, desvergonzado, cerrado
a toda voz que no fuese «mal». Ahora yo no tengo ya la malvada fuerza del Mal, y tiemblo...
¿Qué me dirá Lázaro?”. Virgen: “Te abrirá sus brazos y te llamará más con el corazón que con
los labios: «hermana mía amada». ■ Ha avanzado tanto en Dios, que no puede usar otros
modos. No tengas miedo. No te dirá ninguna palabra del pasado. Está --es como si estuviera
viendo-- allí, en Betania y se le hacen largos los días de su espera. Te está esperando para
estrecharte sobre su corazón, para saciar su amor de hermano. Si quieres gustar la dulzura de
haber nacido del mismo seno, no tienes que hacer nada más que quererle como él te quiere”.
Magdalena: “Le amaré aunque me eche en cara todo. Me lo merezco”. Virgen: “No. Te amará
y nada más. Solo te querrá”. (Escrito el 8 de Agosto de 1945).
.
--------------------000-------------------(<Después de pasar por Belén de Galilea, se dirigen hacia el oeste, hacia el mar. Han llegado a
Sicaminón, donde encuentran al expastor Isaac y a Juan de Endor>).
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4-250-133(4-113-690).- Parábola del lodo transformado en llama.
* En Sicaminón, con los discípulos que han venido con Isaac.- ■ Precisamente a orillas del
profundo torrente, encuentra Jesús a Isaac con muchos discípulos, conocidos unos,
desconocidos otros. Entre los muchos conocidos están el sinagogo de «Aguas Claras»:
Timoneo; José el acusado de incesto en Emaús; el joven que dejó de enterrar a su padre por
seguir a Jesús; Esteban; el leproso Abel, que fue curado hace un año cerca de Corazaín con su
amigo Samuel; el barquero de Jericó, Salomón; y otros que no conozco ni me acuerdo si alguna
vez o en algún lugar los vi. Rostros conocidos, ya son muchos, todos conocidos como rostros
de discípulos. Y hay además otros, conquistas de Isaac o de los mismos discípulos antes
mencionados; siguen al núcleo principal con la esperanza de encontrar a Jesús. El encuentro es
afectuoso, alegre y reverente. Isaac está radiante por la alegría de ver a su Maestro y de
enseñarle su nueva grey, y como premio pide a Jesús que hable a la gente que está con él. Jesús:
“¿Conoces un lugar tranquilo donde pueda uno reunirse?”. Isaac “En el extremo del golfo hay
una playa desierta. Allí hay unas casuchas de pescadores, que están deshabitadas en este tiempo,
porque son malsanas y porque, además, la época de la pesca de pescado para salazón ya ha
terminado y los pescadores van a la Siro-Fenicia a la pesca de la púrpura. Muchos de ellos ya
creen en Ti, porque te oyeron hablar en las ciudades marítimas y por contactos con los
discípulos; me han cedido sus casitas para descansar nosotros. Después de cada misión
regresamos a ellas. Porque hay mucho que hacer es esta costa; está completamente corrompida
por muchas cosas. Querría llegar hasta la Siro-Fenicia. Podría hacerlo por mar, porque la costa
está demasiado caldeada por el sol como para recorrerla a pie. Pero yo soy pastor y no marinero;
y de éstos no hay uno solo que sepa navegar”. Jesús, que está escuchando atentamente, con una
leve sonrisa, un poco agachado --¡tan alto como es Él, teniendo de frente al pequeño pastor, que
refiere todo como un soldado a su general!-- responde: “Dios te ayuda por tu humildad. Si aquí
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me conocen se debe a ti, discípulo mío, no a otros...”. ■ Y, mezclados junto a apóstoles y
discípulos --y no hay ni qué decir con qué manifestaciones de alegría muchos lo están (sobre
todo los que ya conocían a Jesús)-- vuelven sobre sus pasos y se encaminan hacia la ciudad. La
rodean por su periferia hasta llegar a la punta extrema de la bahía, punta que penetra en el mar
como un brazo doblado. Allí, unas pocas casuchas, esparcidas sobre la costa guijarrosa y corta,
representan el lugar más miserable de la ciudad, el más deshabitado y menos continuamente
poblado. Las pequeñas casuchas, resquebrajadas por la salobridad y la vejez, están cerradas y
cuando las abren los discípulos, dejan ver su miserable estado. Húmedas y con el mínimo ajuar.
Isaac dice: “Aquí están. Son cómodas y limpias, aunque no bonitas”. Pedro refunfuña: “Bonitas
no, pobrecillas. «Aguas Claras» era un palacio real comparado con éstas. ¡Y había quien se
lamentaba!...”. Isaac dice: “Para nosotros representa una fortuna”. Pedro: “¡Claro! Lo que
interesa es tener un techo y amarse. ¡Oh mira! Aquí está nuestro Juan. ¿Qué tal te va? ¿Dónde
estabas?”. Pero Juan de Endor, no sin enviar una sonrisa a Pedro, veloz se dirige a Jesús que le
saluda con palabras cariñosas. Isaac dice: “No he querido que viniera, porque no se encuentra
muy bien... Prefiero que esté aquí. Se desenvuelve muy bien con la gente de la ciudad y con
quien le pide noticias acerca del Mesías”. De hecho el hombre de Endor está mucho más
delgado que antes, pero en su rostro se refleja la serenidad. La flaqueza le da un cierto aire de
dignidad, que hace pensar en uno que ha sufrido el martirio de la carne y el espíritu. Jesús le
mira atentamente y le pregunta: “¿Estás enfermo?”. Juan de Endor: “No más de cuanto lo
estaba antes de encontrarte. Sufro en la carne, pero no en el corazón porque, si me juzgo bien,
me estoy curando de mis particulares heridas”. Jesús mira aquellos ojos serenos y sus sienes
hundidas, pero no dice más; le pone, eso sí, una mano en el hombro, y entra con él en una de las
casitas, a donde han llevado unos cántaros de agua de mar para refrescar los pies cansados y
jarras de agua para aliviar la sed. ■ Afuera, en mesas rústicas, bajo la sombra de una especie de
emparrado de hierbas trepadoras, se prepara lo necesario para comer. Es hermoso ver, mientras
el crepúsculo va cayendo y el mar recita la plegaria de la tarde con su resaca sobre la playa de
guijarros, la cena que Jesús con las mujeres y los apóstoles, sentados en torno a la tosca mesota,
mientras los demás, quién sentado en tierra, quién en sillas o cestas puestas al revés, hacen
círculo alrededor de la mesa principal. Pronto termina la cena, y, más rápidamente todavía,
quitan la mesa (los utensilios, para los huéspedes más importantes, eran bien pocos). El mar, en
la noche aún sin luna, se ha puesto de color negro; toda su imponencia se descubre en esta hora
triste y solemne propia de las costas marinas.
* Juan de Endor y Magdalena, ejemplos de conversión.- ■ Jesús, con su vestido blanco,
realza su figura entre las sombras cada vez más oscuras. Se levanta de la mesa y se acerca al
centro de la multitud de discípulos, mientras las mujeres se retiran. Isaac y otro encienden sobre
la arena unas pequeñas hogueras para iluminar y para tener alejados a los mosquitos que vienen
de las marismas cercanas. “La paz sea con vosotros. Antes del tiempo fijado, la misericordia de
Dios nos une dando recíproca alegría a nuestros corazones. He escudriñado todos vuestros
corazones, moralmente buenos, como lo demuestra el hecho de que estuvieseis esperándome,
para que os forme; espiritualmente todavía imperfectos, como lo demuestran ciertas reacciones
vuestras, que manifiestan que perdura todavía en vosotros el hombre viejo de Israel con todos
sus conceptos y prejuicios, y que todavía no han salido de él, como mariposa de su larva, el
hombre nuevo, el hombre del Mesías, el hombre que de Él ha recibido su amplia, luminosa y
misericordiosa mentalidad, y la aún mayor caridad. Pero vosotros no os avergoncéis de que haya
escudriñado vuestros corazones y leído todos sus secretos. Un buen maestro debe conocer a sus
discípulos para poderles corregir sus defectos; y creedme, si es un buen maestro, no siente
desagrado por sus alumnos más defectuosos, sino que es precisamente a éstos a quienes más se
dedica para mejorarles. Vosotros sabéis que soy un buen Maestro. Vamos ahora a examinar
juntos estas reacciones y estos prejuicios, vamos a tratar de considerar juntos el motivo de
nuestra presencia aquí; y, por el gozo que nos produce este estar unidos, sepamos bendecir al
Señor, que siempre, de un bien particular obtiene un bien colectivo. ■ De vuestros propios
labios he oído la admiración que experimentáis por Juan de Endor; y tanto más crece esta
admiración porque él se declara un pecador convertido, y apoya su tesis de predicación, en
medio de aquellos a quienes quiere conducir a Mí, en estas dos características suyas, la vieja y
la nueva. Es verdad. Era un pecador. Ahora es un discípulo. Muchos de vosotros si han venido
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al Mesías ha sido gracias a él. Ved, pues, con qué medios, que el hombre viejo de Israel
despreciaría, Dios se crea un pueblo suyo. ■ Ahora os ruego que os abstengáis de juzgar con
malsano juicio la presencia de una hermana que el viejo Israel no acepta como discípula. Mandé
a las mujeres a que se fuesen a descansar. Pues bien, la razón de esta orden mía, que ciertamente
ha apenado a las discípulas, no era tanto la preocupación de que descansaran cuanto la de
poderos dar a vosotros una santa valoración de una conversión, y la preocupación de impediros
un pecado contra el amor y la justicia. María Magdalena, la gran pecadora de Israel, aquella que
no tenía disculpa de su pecado, ha vuelto al Señor. ¿Y de quién debe esperar fidelidad y
misericordia sino de Dios y de los siervos de Dios? Todo Israel y con él los extranjeros que
viven entre nosotros, aquellos que muchos la conocen y que la critican sin piedad alguna, ahora
que ya no es su cómplice de vicios, critican y se burlan de esta resurrección. Resurrección. Sí.
Es la palabra más exacta. Resucitar un cuerpo no es el milagro más grande; es siempre un
milagro relativo, destinado a quedar un día anulado por la muerte. Yo no doy la inmortalidad al
resucitado en cuerpo, pero sí doy eternidad al resucitado en su espíritu. Además, mientras que,
en el caso de un muerto en el cuerpo, el muerto no une su voluntad de resucitar a la mía --por
tanto, no hay mérito por su parte-- en el resucitado en el espíritu está presente su voluntad, es
más, es la primera presente; por tanto, hay mérito del resucitado. Esto no os lo digo para
justificarme. A Dios sólo debo dar cuenta de mis acciones. Pero vosotros sois mis discípulos, y
mis discípulos deben ser otros Jesús. No debe haber en ellos ninguna ignorancia, como tampoco
ninguna de esas inveteradas culpas, que hacen que muchos estén unidos con Dios tan sólo de
nombre”.
. ● Ejemplo tomado de los Macabeos: El agua fangosa se convierte en llama viva que
consume el sacrificio ordenado por Nehemías.- ■ Jesús: “Todo es susceptible de buenas
acciones, hasta las cosas aparentemente menos apropiadas. Cuando una materia se presenta ante
la voluntad de Dios --aunque se trate de la más inerte, helada y sucia-- puede transformarse en
movimiento, llama y belleza pura. Os voy a dar un ejemplo tomado del libro de los Macabeos (2
Mac.1,18-36). Cuando el rey de Persia dejó partir a Nehemías para Jerusalén, se quisieron ofrecer
sacrificios en el reconstruido Templo y en el altar purificado. Nehemías recordaba cómo, en el
momento en que Jerusalén fue capturada por los persas (Babilonios), los sacerdotes encargados
del culto divino, tomaron el fuego del altar y lo escondieron en un lugar secreto, en el fondo de
un valle, en un pozo profundo y seco, y que lo hicieron tan bien y en forma tan secreta, que sólo
ellos supieron dónde se quedó el fuego sagrado. Este hecho lo recordaba Nehemías, y
recordándolo, llamó a los nietos de aquellos sacerdotes para que fuesen al lugar indicado por los
sacerdotes a sus hijos antes de morir --éstos a su vez se lo habían indicado a sus hijos,
transmitiendo de esta forma el secreto de padres a hijos-- y trajeran el fuego sagrado para
encender el fuego del sacrificio. Pero cuando los nietos bajaron al pozo secreto, no encontraron
fuego, sino agua espesa, un lodo sucio, fétido, pesado, que se había filtrado allí procedente de
todos los albañales de la Jerusalén destruida. Y se lo dijeron a Nehemías. Mas éste ordenó que
se tomase agua de aquella y que se la trajeran. Habiendo ordenado que se pusiera la leña encima
del altar, y encima de la leña los sacrificios, roció abundantemente todo con el agua lodosa. Si el
pueblo, asombrado, miraba con respeto, si los sacerdotes, escandalizados, obedecieron a
Nehemías por respeto, fue solo porque era Nehemías el que ordenaba. Pero ¡cuánta tristeza en
sus corazones, cuánta desconfianza! De la misma forma que había nubes en el cielo que ponían
triste el día, en los corazones la duda sumía en la tristeza a los hombres. Pero he aquí que el sol
desgarró las nubes y bajó con sus rayos al altar, y la leña rociada con el agua pantanosa se
prendió con tal llama que pronto consumió el sacrificio; mientras los sacerdotes recitaban las
plegarias que Nehemías había compuesto y con los himnos más hermosos de Israel, hasta que
todo el sacrificio quedó consumido. Y, para persuadir a la multitud de que Dios tiene poder para
realizar prodigios aun con materias menos aptas, pero empleadas con fin recto, Nehemías
ordenó que con el resto del agua se asperjara una serie de grandes piedras, y, las piedras
asperjadas prendieron fuego y en él se consumieron en la intensa luz que venía del altar”.
.
● “Tened muy bien cuenta: no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es
necesario también el heroísmo de quien convierte (es más, éste debería preceder a aquél,
porque las almas se salvan con nuestro sacrificio). Porque así se logra que el fango se
convierta en llama y Dios acepte como perfecto y grato a su santidad el holocausto. Es
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entonces cuando el fango arrepentido adquiere tal potencia que encienden hasta las
piedras”. ■ Jesús: “Cada alma es un fuego sagrado, encendido por Dios en el altar del corazón
para que consuma el holocausto de la vida con amor al Creador que la hizo. Cada vida es un
holocausto, si es bien vivida; cada día es un holocausto que ha de arder con santidad. Pero
llegan los salteadores, los opresores del hombre y de su alma. El fuego cae en el pozo profundo,
y no por necesidad santa, sino por una necedad sin nombre. Y allí, sumergidos en los desagües
de todos los vicios, se convierte en fango apestoso y pesado, hasta que no baja a esa
profundidad un sacerdote, y lo lleva otra vez a luz del sol aquel fango, y lo deposita sobre el
holocausto de su propio sacrificio. Porque tened muy bien cuenta: no basta el heroísmo de la
persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte (es más, éste
debería preceder a aquél, porque las almas se salvan con nuestro sacrificio). Porque así se logra
que el fango se convierta en llama, y Dios acepte como perfecto y grato a su santidad el
holocausto que se consume. Es entonces cuando, no bastando para persuadir al mundo de que el
fango arrepentido es más abrasador que el fuego común (aunque sea fuego consagrado, que
sirve solo para consumir leña y víctimas, o sea materias combustibles), este fango arrepentido
adquiere tal potencia que puede encender y devorar hasta las piedras, material incombustible. ■
¿Y no os preguntáis de dónde le viene a este lodo esta propiedad? ¿No lo sabéis? Os lo diré: Es
porque en el fuego del arrepentimiento ellos se funden en Dios, llama con llama; llama que
sube, llama que desciende; llama que se ofrece amando, llama que se concede amando; abrazo
de dos que se aman, que se encuentran de nuevo, que se unen, formando una sola cosa. Y, como
la llama más grande es la de Dios, acontece que ésta rebosa, vence, penetra, absorbe... y la llama
del fango arrepentido deja de ser llama relativa de ser creado para ser llama infinita de Ser
increado: del Altísimo, el Potentísimo, el Infinito, de Dios. ■ Estos son los grandes pecadores
verdaderamente convertidos, totalmente convertidos, generosamente entregados a la conversión
sin quedarse con nada del pasado, consumiéndose primero ellos mismos, su parte más pesada,
con la llama que se levanta de su propio fango, que ha ido al encuentro de la Gracia, y que por
ella ha sido tocado. ■ En verdad, en verdad os digo que muchas piedras en Israel serán presa del
fuego de Dios debido a estos hornos ardientes que arderán cada vez más, hasta la consumación
de la criatura humana, y que seguirán devorando con su fuego las piedras, las tibiezas, las
incertidumbres, las timidezas de la Tierra, desde su elevado trono del Cielo, verdaderos espejos
ustorios sobrenaturales que recogen las Luces Unas y Trinas para dirigirlas sobre el género
humano y encenderlo de Dios”.
* “La unión de mis sacerdotes será como la parte vital del Cuerpo de mi Iglesia, de la que
yo seré el Espíritu Santo animador”.- ■ Jesús: “Os repito que no tenía necesidad de justificar
mis acciones, pero he querido que entraseis en mi concepto y lo hicieseis vuestro; para ahora y
para otros casos futuros semejantes, cuando Yo ya no esté con vosotros. Que jamás un concepto
errado, una sospecha farisea de contaminar a Dios llevándole un pecador arrepentido, os
detenga en esta obra, que es el coronamiento perfecto de la misión para la que os destino. Tened
siempre ante los ojos que no vine a salvar santos, sino los pecadores. Igual haced vosotros,
porque el discípulo no es mayor que el Maestro y si Yo no aborrezco el tomar de la mano a los
deshechos de la tierra que sienten necesidad de Cielo y con gozo los llevo a Dios (porque tal es
mi misión, y cada conquista es una justificación de mi Encarnación humilladora del Infinito) ,
pues no lo aborrezcáis tampoco vosotros, hombres limitados, que en mayor o menor grado
habéis conocido, todos, la imperfección; hechos de la misma naturaleza que vuestros hermanos
pecadores, hombres que os elijo como salvadores para que continúe mi obra hasta que perdure
la tierra, de forma que sea como si Yo estuviese viviendo en ella, como si viviese
corporalmente. ■ Y así será porque la unión de mis sacerdotes será como la parte vital del gran
cuerpo de mi Iglesia, de la que Yo seré el Espíritu Santo animador; y, alrededor de esta parte
vital se concentrarán todas las infinitas partículas de los creyentes para que formen un solo
cuerpo, que tendrá mi Nombre. Pero si faltase la vitalidad en la parte sacerdotal ¿podrían las
infinitas partículas tener vida? Verdad es que Yo, estando en ese cuerpo, podría impulsar mi
Vida hasta las partículas más lejanas, sin hacer caso de las cisternas y los canales cerrados e
inútiles, reacios a su ministerio. Porque la lluvia penetra hasta donde quiere, y las partículas
buenas, que son capaces por sí mimas de querer la vida, vivirían igualmente mi vida. ¿Pero qué
sería entonces del Cristianismo? Conjunto de almas y almas, cercanas, pero separadas por
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canales y cisternas que ya no serían lazos de unión, distribuidores de la sangre vital proveniente
de un único centro para cada una de las partículas; serían, más bien, muros y precipicios de
separación, a través de los cuales las partículas se mirarían, humanamente hostiles,
sobrenaturalmente entristecidas, de una orilla a otra, diciendo en sus espíritus: «Y, con todo,
éramos hermanos y como tales nos sentimos todavía, a pesar de que nos hayan separado».
Cercanía. No una fusión. No un organismo. Y sobre esta ruina resplandecería con pena mi
amor... Aún más, no penséis que esto valga solo para los cismas religiosos. No. Sirve también
para todas las almas que quedan solas, porque los sacerdotes no quieren sostenerlas, ocuparse de
ellas, amarlas, faltando con ello a su misión, que es la de decir y hacer lo que Yo digo y hago, o
sea: «Venid a Mí todos vosotros, que os conduciré a Dios». Id en paz ahora, y que Dios sea con
vosotros”. (Escrito el 11 de Agosto de 1945).
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4-250-140 (4-113-698).- Juan de Endor se ha ofrecido como víctima. Jesús dice: “Vine a
predicar, con hechos, que en el sufrimiento hay expiación, y en el dolor redención”.
* “Si no tuviera la suerte de ser un discípulo que enseñe, tendré la de discípulo
víctima, y será la que más me asemeje a la tuya”.- ■ La gente poco a poco se va
desparramando, cada uno a su choza en que pasa la noche. También se levanta Juan de
Endor que siempre toma notas de lo que dice Jesús, exponiéndose al calor abrasador del fuego
para poder ver lo que escribía. Jesús le detiene y le dice: “Quédate un poco con tu Maestro”. Y
así le tiene junto a Sí hasta que todos terminan de marcharse. Jesús: “Vamos a aquel peñasco
que se ve. La luna está alta y se ve el camino”. Juan consiente sin decir palabra alguna. Se
alejan de las chozas unos doscientos metros. Se sientan sobre una voluminosa peña, que no sé si
sea restos de un dique, o el pico de algún arrecife que se sumerge en el mar, o bien ruinas de
alguna casa sepultada bajo las aguas, que quizás con el paso de los siglos han penetrado tierra
adentro. Lo que sí sé es que, mientras desde la pequeña playa se puede subir apoyando el pie en
entrantes y salientes de la piedra, que hacen de peldaños, desde la parte del mar la pared
desciende casi recta para hundirse en el agua azul. Ahora, debido a la marea está rodeada de
agua que choca contra ella suavemente, para huir luego con un sonido de enorme
aspiración, y luego calla un momento, para volver de nuevo, con movimiento y sonido
regulares, hecho de golpes y aspiraciones y silencios como una música acompasada. Se sientan
en la punta más alta de este volumen. La luna dibuja sobre las aguas una vereda de plata y da un
color oscurísimo al mar, que antes de que ella saliera no era sino una extensión negruzca en el
negro de la noche. ■ Dice Jesús: “Juan ¿no dices a tu Maestro la razón por la que sufre tu
cuerpo?“. Juan de Endor: “Tú la sabes, Señor. Pero no digas: «sufre», sino más bien:
«se consume». Es más exacto y Tú lo sabes, y sabes que se consume con gozo. Gracias, Señor.
También yo me reconocí en el fango que se convierte en llama. Pero no tendré tiempo de
encender las piedras. Señor mío, pronto moriré. Sufrí mucho por odio del mundo y ardo en
alegría del amor de Dios. No me quejo de la vida. Acá podría todavía pecar, faltar a la
misión a la que me destinas. Dos veces he faltado en mi vida. A mi misión de maestro,
porque en ella debía haber sabido encontrar el modo de formarme, y no me formé. A mi
misión de marido, porque no supe formar a mi mujer. Y es lógico, pues no había sabido
formarme, y así no podía formarla. Podría faltar también a mi misión de discípulo, y no
quiero faltarte. Sea, pues, bendita la muerte si viene a llevarme a donde no se puede
pecar. Pero si no tuviera la suerte de ser un discípulo que enseñe, tendré la de discípulo
víctima, y será la que más me asemeje a la tuya. Esta noche acabas de decir: «encendiéndose
primero a sí mismos»”. Jesús: “Juan, ¿es un destino que sufras, o un ofrecimiento que haces?”.
Juan de Endor: “Un ofrecimiento que hago, si Dios no rechaza el fango hecho fuego”.
Jesús: “Juan, haces muchas penitencias”. Juan de Endor: “Las hacen los santos y Tú eres el
primero. Es justo que las haga quien tiene mucho que pagar. ¿Encuentras acaso que las
mías no son gratas a los ojos de Dios? ¿Me las prohíbes?”. Jesús: “No pongo jamás obstáculo a
las buenas aspiraciones de un alma enamorada. Vine a predicar, con hechos, que en el
sufrimiento hay expiación, y en el dolor redención. No puedo contradecirme”. Juan de Endor:
“Gracias, Señor. Tal será mi misión”.
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* “Señor, he escrito para Marziam tus lecciones... y esta noche tuve el deseo de escribir tu
gran lección”.- “Juan, la vida apostólica es un prenderse en el fuego y para ti sería
demasiado abrasador el caminar bajo el sol ardiente”.- “Y con todo habría sido una cosa
bella decir al mundo «¡Ven a Jesús!»”.- ■ Jesús: “¿Qué cosa estabas escribiendo?”. Juan de
Endor: “¡Oh, Maestro! Algunas veces el viejo Félix surge con sus cos tumbres de
maestro. Me acuerdo de Marziam. Él tiene ante sí toda una vida para predicarte, y por su edad,
no está presente a tus predicaciones. Pensé en escribir algunas enseñanzas que nos has dado
y que el niño no oyó, o porque estaba entregado a sus juegos, o porque está separado de
nosotros. En tus palabras, aun en las más mínimas, ¡hay tanta sabiduría! Tus pláticas de amigo
son ya una enseñanza, y precisamente sobre las cosas de cada día, de cada hombre, en esas
cosas mínimas que en el fondo son las más grandes de la vida, porque, acumulándose, llegan
a una gran suma que exige paciencia, constancia, resignación para realizarla santamente. Es
más fácil llevar a cabo un acto heroico grande y único que miles y decenas de miles de
pequeñas cosas que exigen una constante presencia de virtud. Y con todo no se ll ega al
acto grande, tanto en el bien como en el mal --lo sé por experiencia por lo que se refiere al
mal--, si no se va largamente acumulando actos pequeños aparentemente insignificantes. Yo
comencé a matar, cuando cansado de la frivolidad de mi mujer, le lancé la primera
mirada de desprecio. ■ He escrito para Marziam tus pequeñas lecciones, y esta no che
tuve el deseo de escribir tu gran lección. Dejaré este trabajo mío al niño para que se
acuerde de mí, del viejo maestro, y para que tenga aquello que de otro modo jamás
poseería: su espléndido tesoro: tus palabras. ¿Me lo permites?”. Jesús: “Sí, Juan. Pero
procura estar tranquilo, como este mar. ¿Ves? Para ti sería demasiado abrasador el caminar
bajo el sol ardiente, y la vida apostólica es un prenderse en el fuego. Has luchado mucho
en tu vida. Ahora Dios te llama a Sí en este plácido claror de luna que todo calma y hace
puro. Camina en la dulzura de Dios. Yo te digo: Dios está contento de ti”. Juan de Endor
toma la mano de Jesús, la besa y en voz baja dice: “Y con todo habría sido una cosa bella
decir al mundo: «¡Ven a Jesús!»”. Jesús: Lo dirás desde el paraíso. Tú serás siempre un
espejo ustorio. ■ Vamos, Juan. Me gustaría leer lo que escribiste”. Juan de Endor: “Aquí
está, Señor. Y mañana te entregaré otro rollo en el que esc ribí otras palabras tuyas”.
Bajan del picacho, y bañados en un esplendor inmenso de luna, que ha transformado en plata
la grava de la orilla, vuelven a sus chozas. Se saludan: Juan, arrodillándose; Jesús,
bendiciéndole con la mano puesta sobre su cabeza y dándole su paz. (Escrito el 11 de Agosto de
1945).
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--------------------000-------------------(<Después de Sicaminón, en barcas, se desplazan hasta las tierras de Tiro. Se nota aquí la diversidad de
razas. Predominan los Siro-fenicios mezclados con los israelitas del Carmelo. Esta gente conoce también
a Jesús a través de la predicación del ex pastor Isaac. En estos momentos un pescador israelita pregunta a
Jesús>)
.
4-251-145 (4-114-703).- Ermasteo, nuevo discípulo.
* “Ermasteo, tú has sabido perseverar”.- .■ Dice el pescador: “Maestro, pero ¿cómo
tenemos que comportarnos con estos paganos? A estos los conocemos por la pesca. Nos une a
ellos el trabajo, que es el mismo. Pero ¿los otros?”. Jesús: “Dices que participáis del mismo
trabajo y que ello os une. ¿Y no debería uniros un origen común? Dios creó tanto a los israelitas
como a los fenicios. Los de la llanura de Sarón o de la alta Judea no difieren de los de esta costa.
El Paraíso fue hecho para todos los hijos del hombre. Y el Hijo del hombre viene a llevar al
Paraíso a todos los hombres. La finalidad es conquistar el Cielo y dar alegría al Padre. Caminad,
pues, por el mismo camino y amaos espiritualmente, así como os amáis por razón de trabajo”.
Pescador: “Isaac nos ha contado muchas cosas. Querríamos nosotros saber algo más. ¿Será
posible tener un discípulo aunque fuese de cuando en cuando?”. Iscariote sugiere: “Mándales a
Juan de Endor, Maestro. Es muy capaz para hacerlo y está acostumbrado a vivir entre paganos”.
Jesús responde seco: “No. Juan se queda con nosotros”. Y luego volviéndose a los pescadores:
“¿Cuándo termina la temporada de la pesca de la púrpura?” Pescador: “Cuando lleguen las
borrascas de otoño. El mar se pone muy agitado”. Jesús: “¿Volveréis entonces a Sicaminón?”.
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Pescador: “Allí y a Cesárea. Abastecemos a muchos romanos”. Jesús “Entonces podréis
encontraros con los discípulos. Entre tanto, perseverad”. ■ Pescador: “Hay a bordo de mi barca
un sujeto que no quería yo que viniera pero que se presentó en tu nombre, casi”. Jesús: “¿Quién
es?”. Pescador: “Un joven pescador de Ascalón”. Jesús: “Dile que baje y venga aquí”. El
hombre va a bordo y regresa con un jovencillo al que se le ve más bien azarado por ser objeto de
tanta atención. El apóstol Juan le reconoce. “Es uno de los que me dieron pescado, Maestro” y
se levanta a saludarle: “¿Entonces has venido, ¡eh!, Ermasteo? ¿Tú aquí? ¿Vienes solo?”.
Ermasteo: “Sí, solo. Sentí vergüenza en Cafarnaúm... Me quedé en la orilla, esperando...”. Juan:
“¿Qué esperabas?”. Ermasteo: “Ver a tu Maestro”. Juan: “¿No es todavía el tuyo? ¿Por qué,
amigo, todavía andas con rodeos? Ven a la Luz que te está esperando. Mira cómo te observa y
sonríe”. Ermasteo: “¿Cómo me tratará?”. Juan: “Maestro, ven un momento”. Jesús se levanta y
va donde están. ■ Juan: “Él no se atreve porque es extranjero”. Jesús: “No existen extranjeros
para Mí. ¿Y tus compañeros? ¿No erais muchos?... No te pongas colorado. Tú has sido el único
que ha sabido perseverar. Pero, aunque sea por ti solo, me siento feliz”. Jesús vuelve a su lugar
con la nueva conquista. (Escrito el 12 de Agosto de 1945).
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--------------------000-------------------(<Jesús deja Tiro y, junto con el grupo de apóstoles, discípulos, la Madre y discípulas, además de
Ermasteo, se dirige a Cesarea. Las mujeres están atemorizadas porque están atravesando un lugar de
matorrales y árboles frondosos, donde anidan muchos animales>).
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4-254-165 (4-117-724).- Síntica, la esclava griega.
* Jesús rescata a la esclava Síntica y la pone al amparo de Magdalena y Marta.- ■ Jesús,
levantando la cabeza, dice: “¿Qué se mueve allí entre aquellos matorrales?” y dirige su mirada
adelante hacia la maraña de zarzas y otras plantas de largas ramas lanzadas al asalto de una
voluminosa barrera de chumberas, situada más atrás... El crujir de frondas aumenta y tras ellas
aparece una cara humana, cara de mujer. Mira. Ve a todos. Duda entre huir por el campo o
introducirse en la agreste galería. El primer impulso gana y huye dando un alarido. Todos se
preguntan perplejos: “¿Leprosa? ¿Endemoniada? ¿Loca?”. Pero la mujer vuelve sobre sus
pasos porque de Cesarea viene un carro romano. Se encuentra como un ratón en la trampa. No
sabe a dónde ir, porque Jesús y los suyos están junto al matorral que le servía de refugio y no
puede volver, y hacia el carro romano no quiere ir... Entre las primeras avanzadas del anochecer
--la noche se acerca deprisa tras el intenso ocaso-- se ve que es joven y linda, pese a sus vestidos
desgarrados y a su cabellera en desorden. Jesús le dice con imperio: “¡Mujer! ¡Ven aquí!”. La
mujer extiende sus brazos suplicante: “¡No me hagas mal!”. Jesús: “Ven aquí. ¿Quién eres? No
te haré ningún mal” y lo dice tan dulcemente, que logra persuadirla. La mujer se acerca
encorvada y se arroja al suelo diciendo: “Quienquiera que seas, ten piedad de mí. Mátame, pero
no me entregues a mi patrón. Soy una esclava que se escapó...”. Jesús: “¿Quién es tu patrón?
¿De dónde eres? Hebrea por supuesto que no. Tu modo de hablar lo dice, y también tu vestir”.
Mujer: “Soy griega. La esclava griega de... ¡Oh piedad! ¡Escondedme! El carro se acerca...”.
Todos forman un círculo en torno a la infeliz que está agazapada en el suelo. El vestido
desgarrado por las espinas muestran sus espaldas surcadas de golpes y de rasguños. El carro
pasa sin que nadie de los que van en él muestre interés por el grupo. Jesús, poniéndole la punta
de sus dedos sobre la cabellera despeinada, dice: “Se han ido. Habla. Si podemos te
ayudaremos”. ■ La mujer dice: “Soy Síntica, esclava griega de un noble romano, del séquito del
Procónsul”. Magdalena: “¡Entonces eres la esclava de Valeriano!”. Suplica la infeliz: “¡Ah!
¡Piedad, piedad! No me denuncies a él”. Magdalena responde: “No tengas miedo. Jamás volveré
a hablar con Valeriano” y explica a Jesús: “Es uno de los romanos más ricos y más asquerosos
que hay acá. Es tan asqueroso como cruel”. Jesús pregunta: “¿Por qué has huido?”. Síntica:
“Porque tengo un alma. No soy una mercancía... (la mujer cobra confianza al ver que ha
encontrado gente compasiva). No soy una mercancía. Mi amo me compró, es verdad, pero podrá
haber comprado mi persona para embellecer su casa, para que alegre las horas con la lectura,
para que le sirva, sí, pero no más. ¡El alma es mía! No es cosa que se compre. Él quería
también ésta”. ■ Jesús: “¿Qué sabes tú del alma?”. Síntica: “No soy iletrada, Señor. Soy botín
de guerra desde mi más joven edad, pero no plebeya. Éste es mi tercer dueño, un fauno
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asqueroso. Pero en mí todavía están las palabras de nuestros filósofos, y sé que en nosotros hay
algo más que carne. Hay alguna cosa inmortal encerrada en nosotros. Algo que no podemos
definir claramente, pero hace poco que sé su nombre. Un día pasó un hombre por Cesarea,
haciendo prodigios y hablando mejor que Sócrates. Mucho se ha halado de Él, en las termas y
en los banquetes o en los pórticos dorados, ensuciando su augusto nombre al pronunciarlo en las
salas de las inmundas orgías. Y mi patrón, me mandó leer otra vez --precisamente a mí, que ya
sentía en mí algo inmortal que pertenece solo a Dios y que no se compra, como si fuera una
mercancía, en un mercado de esclavos-- las obras de los filósofos para comparar y buscar si esta
cosa que ignoramos, que el Hombre que llegó a Cesarea la llama con el nombre «alma», se
encontraba descrita en ellos. ¡Él me hizo leer esto, a mí a quien él quería que yo le complaciese
en los sentidos! De este modo llegué a saber que esta cosa inmortal es el alma. Y mientras
Valeriano con otros compañeros suyos escuchaba mi voz, y entre eructos y bostezos trataba de
comprender, parangonar y discutir, yo unía las palabras del Desconocido, a las de los filósofos,
y me las metía aquí, y con ellas me construía una dignidad cada vez más fuerte para rechazar su
pasión insensata... Una noche hace poco, me golpeó hasta matarme, porque a mordidas le
rechacé... Al día siguiente huí... Hace cinco días que vivo dentro de aquellos matorrales,
recogiendo por la noche moras y tunas. Pero al final dará conmigo. Ciertamente me está
buscando. Cuesto mucho dinero y gusto demasiado a su carnalidad, para que se me deje en
paz... Ten piedad, te lo ruego. Eres hebreo y ciertamente sabes dónde se encuentra. ■ Te ruego
que me lleves al Desconocido que habla a los esclavos y que habla de alma. Me dijeron que es
pobre. No me importa que sufra el hambre, pero quiero estar cerca de Él para que me instruya y
me levante otra vez. Vivir en medio de los brutos, embrutece a uno, aunque se resista a ellos.
Quiero volver a tener mi antigua dignidad moral”. Jesús: “Ese hombre, el Desconocido, a quien
buscas, está delante de ti”. Síntica: “¿Tú? ¡Oh, Desconocido Dios de la Acrópolis, te saludo!” e
inclina la frente hasta el suelo. Jesús: “Aquí no puedes estar. Yo voy a Cesarea”. Síntica
suplica: “¡No me dejes, Señor!”. Jesús: “No te dejaré... Estoy pensando”. Magdalena aconseja:
“¡Maestro, nuestro carro está, sin duda, en el lugar convenido, esperándonos! Manda a avisar.
En el carro estará segura como en nuestra casa”. Marta, con tono suplicante, pide: “Sí, Señor,
confíanosla a nosotras. Ocupará el lugar del viejo Ismael. Le hablaremos de Ti. Le
arrebataremos al paganismo”. ■ Jesús pregunta: “¿Quieres venir con nosotros?”. Síntica: “Con
cualquiera de los tuyos, con la condición de que no sea ese hombre. Pero... ¿esta mujer dijo que
le conoce? ¿No me traicionará? ¿No irán a su casa a buscarme los romanos? No...”. Magdalena
le asegura: “No tengas miedo. A Betania no llegan los romanos, y mucho menos los de esta
clase”. Jesús ordena: “Simón y Simón Pedro id a buscar el carro. Os esperaremos aquí. Después
entraremos en la ciudad”. (Escrito el 15 de Agosto de 1945).
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4-255-169 (4-118-729).- Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica a
Betania.- Una lección a J. Iscariote, que piensa que Síntica y Ermasteo traerán problemas.
* “No os hagáis objeto de escándalo. Una imperfección vuestra hace más daño que todos
los errores del paganismo”.- ■ Y de nuevo en camino, hacia el oriente, en dirección a los
campos. Ahora los apóstoles y los dos discípulos vienen con María de Cleofás y Susana,
algunos metros después de Jesús que viene hablando animadamente con su Madre y las dos
hermanas Lázaro. Los apóstoles no hablan; parece como si estuviesen cansados o
desilusionados. No les atrae la belleza de la campiña que es en realidad espléndida, ni las ligeras
ondulaciones de la llanura, cual si fuesen verdes cojines puestos a los pies de un rey gigante;
con sus colinas de poca altura, esparcidos acá o allá, anunciadores de las cordilleras del Carmelo
y de Samaria. Tanto en la llanura, que domina todo este lugar, como en sus pequeñas colinas y
ondulaciones, se ve todo un mar de hierbas en flor y un diluvio de frutas. Debe abundar en agua
este sitio, a pesar de la región y el período del año, porque todo está tan florido. Ahora
comprendo por qué la llanura de Sarón es celebrada con entusiasmo en la Sagrada Escritura
(Is.33,7-16;35). ■ Pero este entusiasmo no comparten de ninguna manera los apóstoles que caminan
de mal humor: son los únicos malhumorados en este día sereno y en esta región que es un
sonreír. El camino consular, muy bien cuidado, con su cinta blanca, corta esta campiña
fertilísima, y, dado que es temprano, todavía es fácil encontrar gente cargada de mercancías o
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viajeros que van a Cesárea. Uno, que llega con una recua de asnos, cargados de sacos, obliga a
los apóstoles a apartarse para dejar paso a la caravana asnal, pregunta con arrogancia: “¿El
Kisón está aquí?”. Tomás responde seco: “Más atrás” y entre dientes refunfuña: “¡Pedazo de
alcornoque!”. Felipe dice: “Es un samaritano y con eso está todo dicho”.Y otra vez al silencio.
Luego, unos pocos metros después, como si concluyese un discurso dice Pedro: “¡Para lo que
sirvió! No valía la pena haber caminado tanto”. Santiago de Zebedeo: “¡Sí, eso! ¿Para qué
hemos ido a Cesarea, si luego no ha dicho una palabra? Yo pensaba que es que quería hacer
algún milagro sorprendente para convencer a los romanos, y sin embargo...”. Tomás comenta:
“¡Nos ha expuesto en la picota y basta!”. Iscariote echa más leña al fuego: “Y nos hizo sufrir. A
Él le gustan las ofensas y piensa que nos gustan también a nosotros”. Zelote observa
calmadamente: “La verdad es que quien sufrió en esta ocasión fue María, la hija de Teófilo”.
Iscariote revienta: “¡María! ¡María! María se ha convertido ahora en el centro del universo.
Nadie sufre sino ella. Nadie es heroico sino ella. Nadie tiene que formarse sino ella. Si hubiese
sabido me habría hecho ladrón y homicida para ser objeto de tantas deferencias”. ■ El primo del
señor observa: “Verdaderamente la otra vez que vinimos a Cesárea, donde Él hizo un milagro y
evangelizó, le torturamos con nuestros descontentos por haberlo hecho”. Juan dice con seriedad:
“Es que no sabemos lo que queremos... Hace una cosa y nos malhumoramos; hace lo contrario y
nos malhumoramos. Somos imperfectos”. Iscariote: “¡Oh, ya habló el otro sabio! Una cosa es
cierta: hace tiempo que no se hace nada de provecho”. Juan: “¿Nada, Judas? ¿Y esa griega y
Ermasteo y...?”. Iscariote, obsesionado como está de la idea de un triunfo terreno, le replica: “Él
no fundará su reino ciertamente con estas cosas inútiles”. Judas Tadeo le replica: “Judas, te
ruego no juzgues las obras de mi Hermano. Es una ridícula pretensión. Es como si un niño
quisiera juzgar a su maestro; por no decir: una nulidad que quiere ponerse en alto”. Tadeo, si
tiene en común el nombre, tiene también una antipatía profunda hacia su homónimo. Iscariote
responde sarcástico: “Te agradezco de que te hayas limitado a llamarme niño. En realidad,
después de haber vivido en el Templo, creía que se me consideraba al menos mayor de edad”. ■
Andrés lamenta: “¡Oh, qué fastidiosas se hacen estas discusiones!”. Mateo observa: “¡Tienes
razón! En vez de unirnos a medida que vamos viviendo más tiempo juntos, nos separamos. Hay
que recordar que en Sicaminón dijo que teníamos que estar unidos al rebaño. ¿Cómo lo vamos
estar, si ya como pastores no lo estamos?”. Iscariote: “¿Entonces no se debe hablar? ¿Jamás
podremos manifestar nuestro pensamiento? No somos esclavos, por lo que creo”. Zelote le
replica tranquilamente: “No, Judas, no somos esclavos; pero sí somos indignos de seguirle,
porque no le comprendemos”. Iscariote: “Yo le comprendo muy bien”. Zelote insiste: “No. No
le comprendes. Y contigo no le comprenden en mayor o menor grado todos los que le critican.
Comprender es obedecer sin discutir, por estar persuadidos de la santidad de quien guía”.
Iscariote se apresura afirmar: “¡Ah! ¡Pero tú te refieres a comprender su santidad... yo me refería
a sus palabras! Su santidad es sencillamente indiscutible”. Zelote: “¿Y puedes separar, la
santidad, de las palabras? Un santo siempre poseerá la Sabiduría y sus palabras serán sabias”. ■
Iscariote: “Eso es verdad. Pero algunas acciones suyas son perjudiciales. Admito que por
demasiada santidad, claro. Pero el mundo no es santo, y Él se busca complicaciones. Ahora, por
ejemplo, ¿crees que nos sirvan para algo este filisteo y esta griega?”. Ermasteo se siente
mortificado y dice: “Si voy a causar algún perjuicio, me marcho. Vine con la idea de darle
honor y de hacer algo correcto”. Santiago de Alfeo le dice: “Si te marcharas por este motivo, le
causarías un dolor ”. Ermasteo: “Daré a entender que he cambiado de idea. Voy a saludarle y
me marcho”. Pedro reacciona inmediatamente: “¡No! Tú no te vas. No es justo que, por los
nervios de otros, pierda el Maestro un buen discípulo”. Iscariote le replica: “Pues si se quiere ir
por cosa tan pequeña, señal es que no está seguro de lo que quiere; por tanto, déjale que se
marche”. Pedro pierde la paciencia: “Le prometí, cuando me dio a Marziam, de ser paternal con
todos, y siento faltar a mi promesa, pero es que me obligas. Ermasteo está aquí y con nosotros
se queda. ¿Sabes lo que debería decirte? Que eres tú quien perturba las voluntades de los demás
y las hace vacilar. Eres uno que separa y mete desorden, eso es lo que haces; y deberías
avergonzarte”.■ Iscariote:“¿Qué cosa eres tú? El protector de...”. Pedro: “Sí, señor. Dijiste bien.
Sé lo que quieres decir. Protector de la «Velada», protector de Juan de Endor, de Ermasteo, de
esa esclava, protector de cuantos han encontrado a Jesús, aunque no sean los magníficos
ejemplares pavoneados del Templo, los fabricados con sagrada argamasa y telarañas del templo,
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los pabilos que humean con olor a morga de las lámparas del Templo, los... como tú, en
definitiva, para hacer más clara la parábola; porque si el Templo es mucho, --a menos que yo
me haya vuelto imbécil-- el Maestro es más que el Templo, y tú le faltas al respeto...”. ■ Grita
tan fuerte que Jesús se detiene y se vuelve, y hace ademán de dejar a las mujeres y tornar atrás.
El apóstol Juan dice: “¡Lo ha oído! ¡Ahora se va a entristecer!”. Tomás dice sin dilación: “No,
Maestro. No vengas. Discutíamos... para no aburrirnos en el camino”. Pero Jesús se detiene y
espera a que lleguen donde Él. Jesús: “¿De qué discutíais? ¿Una vez más debo deciros que las
mujeres os superan?”. El dulce reproche llama a la puerta del corazón de todos. Callan, bajando
la cabeza. Jesús: “¡Amigos, amigos! ¡No os hagáis objeto de escándalo para los que están
naciendo apenas a la luz! ¿No sabéis que una imperfección vuestra perjudica a la redención de
un pagano o de un pecador más que todos los errores que hay en el paganismo?”.Nadie
responde, porque nadie sabe qué decir para justificarse, o para no acusar.
* Palabras de despedida de la Madre y de Jesús a Magdalena y Marta que parten con
Síntica para Betania.- ■ Junto a un puente donde hay un río seco, está parado el carro de las
hermanas de Lázaro. Los dos caballos comen la hierba de la orilla del río (quizás seco desde
hace poco, por tanto, con orillas bien nutridas de hierba). El sirviente de Marta y otro hombre -tal vez el conductor del carro--, están en el guijarro del margen del río y las mujeres dentro del
carro (Noemí y Síntica), completamente cubierto por un pesado toldo hecho de pieles curtidas,
que caen, a modo de gruesas cortinas, hasta el suelo del carro. Las mujeres discípulas aceleran
el paso en dirección al carro. El sirviente, que es el primero que las ve, avisa a la nodriza
(Noemí); el otro se apresura a llevar los caballos a las varas. Entre tanto, el sirviente corre al
encuentro de sus señoras y, en llegando, hace una reverencia muy pronunciada. La anciana
nodriza, una hermosa mujer de color aceituno pero agradable, baja presurosa y va también al
encuentro de sus amas. Pero María Magdalena le dice algo, y ella va inmediatamente donde la
Virgen diciéndole: “Perdona... pero es tanta la alegría de verla, que solo la veo a ella. Ven,
bendita. El sol quema. En el carro hay sombra”.Y suben todas, en espera de los hombres que
vienen muy retrasados. ■ Mientras esperan y mientras Síntica, que trae los vestidos que ayer
usaba Magdalena, besa los pies de sus dueñas --como se obstina en llamarlas, a pesar de que
ellas le digan que no es ni su sierva ni su esclava, sino solo su huésped en nombre de Jesús--, la
Virgen muestra el precioso envoltorio de la púrpura, y pregunta cómo se puede hilar ese
montoncito de hilos que no permite ni humedad ni torcedura. Noemí: “No se usa así, Señora. Se
pulveriza y se usa como cualquier otra tintura. Esto es la baba de la concha, no es ni una hebra
ni un pelo. ¿Ves qué quebradiza es ahora que está seca? La tienes que reducir a polvo fino,
luego la pasas por un tamiz para que no quede ningún fragmento largo, que mancharía el hilado
o el paño del hilado. Es mejor si tiñes el hilado en madejas. Cuando estés segura que esté
completamente pulverizada, la disuelves como se hace con la cochinilla o el azafrán o el polvo
de añil o con otros polvos de otras cortezas o raíces o frutos, y luego la usas. En el último
aclarado, para que se fije la tinta, usa vinagre fuerte”. Virgen: “Gracias, Noemí. Haré como me
has enseñado. He bordado con hilos teñidos de púrpura, pero me los habían dado ya
preparados... ■ Ya está ahí Jesús. Es hora de que nos despidamos. Os bendigo a todas en el
nombre el Señor. Id en paz y llevad la paz y alegría a Lázaro. Adiós, María. Acuérdate que
lloraste sobre mi pecho tus primeras felices lágrimas. Por eso soy para ti una madre, porque una
pequeñuela llora su primer llanto sobre el pecho de su mamá. Soy para ti madre y lo seré
siempre. Lo que te resulte duro de manifestar incluso a la más dulce hermana o a la más
amorosa nodriza, ven a decírmelo a mí; siempre te comprenderé. Si hay algo que, por estar
impregnado de una humanidad que en ti Jesús no quiere, no te atreves a decírselo a Él, ven a
decírmelo a mí; siempre me mostraré compasiva contigo. Y si después quieres hablarme
también de tus victorias --aunque prefiero que se las digas a Él, como flores olorosas, porque Él,
no yo, es tu Salvador-- me regocijaré contigo. ■ Hasta pronto, Marta. Te vas ahora feliz, y
siempre vivirás, en esta felicidad sobrenatural. Por lo tanto, solo necesitas progresar en la
justicia, en medio de esa paz que nada en ti perturba. Hazlo por amor a Jesús, que tanto te ha
amado, al amar a esta tu hermana, a quien de corazón amas. Hasta pronto, Noemí. Vete con tu
tesoro, recuperado de nuevo. Como tú antes le quitabas el hambre con tu leche, así ahora quítate
la tuya al oír sus palabras y las de Marta y trata de ver en mi Hijo mucho más que a un exorcista
que libera a los corazones del Mal. ■ Hasta pronto, Síntica, flor de Grecia, que supiste
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comprender por ti sola que hay algo más que la carne. Ahora florece en Dios, y sé la primera de
las flores de la Grecia del Mesías. Estoy muy contenta de dejaros así unidas. Os bendigo de
corazón”. ■ El ruido de los pasos está muy cerca. Levantan la pesada cortina y ven que Jesús
está a unos dos metros del carro. Bajan en medio de un sol que quema. María Magdalena se
arrodilla a los pies de Jesús y le dice: “Te doy gracias de todo, y también porque me hiciste
hacer este largo viaje. Tú solo tienes sabiduría. Ahora me voy despojada de las reliquias de la
María del pasado. Bendíceme, Señor, para que me fortifique cada vez más”. Jesús: “Te bendigo.
Goza de la compañía de tus hermanos; con tus hermanos, fórmate cada vez más según mis
deseos. Hasta la vista, María, hasta la vista, Marta. Dile a Lázaro que le bendigo. Os confío esta
mujer. No os la doy. Es mi discípula, pero quiero que le deis un mínimo para que pueda
entender mi doctrina. Luego vendré Yo. Te bendigo Noemí y también a vosotros dos”. Las
lágrimas se asoman a los ojos de María y Marta. Zelote las despide personalmente y les da un
escrito para su siervo; los otros las despiden conjuntamente. El carro se pone en movimiento.
* A Iscariote, que no está conforme de unir a Síntica al grupo, Jesús le responde con el
Deuteronomio: “Portavoz de Dios (repetidor de las palabras de Dios), base de mi
enseñanza, es intocable incluso cuando triunfe mi Reino”.- ■ Jesús dice a María de Alfeo
que llora en silencio: “Vamos a buscar algo de sombra. Que Dios las acompañe... ¿Tanto te
disgusta, María, que se hayan ido?”. María de Alfeo: “Sí... eran muy buenas...”. Jesús la
consuela: “Las volveremos a ver pronto. Y numéricamente más. Tendrás muchas hermanas... o
hijas, si lo prefieres. Todo es amor, tanto el materno como el fraterno”. Iscariote dice entre
dientes: “Con tal de que no cree conflictos...”. Jesús: “¿Conflictos el amarse?”. Iscariote: “No.
Conflictos el tener personas de otra raza y de otra pertenencia”. Jesús: “¿Síntica, quieres
decir?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Porque, en resumidas cuentas, ella es propiedad del romano y
no es lícito apropiarse de ella. Ello le incitará contra nosotros y nos atraeremos el rigor de
Poncio Pilatos”. Pedro dice: “Pero ¿qué le va a importar a Pilatos el que uno de sus
subordinados pierda una esclava? ¡Sabrá cómo es! Y si es un poco honesto, como se dice serlo,
por lo menos en lo que se refiere a su familia, dirá que esta mujer hizo bien en huir. Si es
deshonesto dirá: «Eso te mereces. Así quizás la encuentro yo». Los deshonestos no son
sensibles a los dolores de los demás. Y además... ¡pobre Poncio!... con todos los disgustos que
le damos, fíjate tú si no va a tener otra cosa que hacer que perder el tiempo oyendo las quejas de
uno que le diga que su sierva se le escapó”, y muchos de los presentes le dan la razón mientras
ridiculizan las rabietas del lascivo romano. ■ Jesús lleva la disputa a un plano más alto. “Judas,
¿conoces el Deuteronomio?”. Iscariote: “Ciertamente, Maestro. Y no dudo en decir que lo sé
como pocos”. Jesús: “¿Qué piensas de él?”. Iscariote: “Que es el portavoz de Dios”. Jesús:
“Portavoz. Entonces repetidor de las palabras de Dios ¿o no?”. Iscariote: “Exactamente así”.
Jesús: “Has respondido bien. ¿Entonces por qué no juzgas que se debe hacer lo que ordena?”.
Iscariote: “Jamás he dicho eso. Es más, me parece precisamente que lo descuidamos demasiado
al seguir la nueva Ley”. Jesús: “La nueva Ley es el fruto de la antigua, esto es, es la perfección
a la que ha llegado el árbol de la Fe. Ninguno de nosotros lo desatiende, que Yo sepa, porque
Yo soy el primero en respetarlo y en impedir que otros lo desatiendan”. Jesús es muy incisivo al
decir estas palabras. Continúa: “El Deuteronomio es intocable, incluso cuando triunfe mi Reino,
y con mi Reino la nueva Ley con sus nuevos códigos y artículos, será siempre aplicado a los
nuevos dictámenes, a la manera como las piedras labradas a escuadra de antiguas construcciones
se usan para las nuevas porque son piedras perfectas que dan robustez a las murallas. Por ahora,
todavía no existe mi Reino, y Yo, como fiel israelita, no ofendo ni descuido el libro mosaico. Es
él base y fundamento de mi modo de obrar y de mi enseñanza. Sobre la base del Hombre y del
Maestro, el Hijo del Padre edifica la celeste construcción de su Naturaleza y Sabiduría. Se dice
en el Deuteronomio: «No entregues a su amo el esclavo que ha buscado refugio en ti. Habitará
contigo en el lugar que él quiera, estará tranquilo en una de tus ciudades y no le infligirás
ningún mal» (Deut.23,15-16). ■ Esto en el caso de que alguien se vea obligado a huir de una
esclavitud inhumana. En mi caso, en el de Síntica, la fuga no persigue una libertad limitada, sino
la libertad ilimitada del Hijo de Dios. ¿Y quieres tú, que a esta alondra, que huye de los lazos
de los cazadores, le meta de nuevo el cordel y la devuelva a su prisión para quitarle no solo la
libertad sino también la esperanza de ser libre? No. ¡Jamás! Bendigo a Dios que así como el
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viaje a Endor trajo un hijo al Padre, el viaje a Cesarea trajo a Mí a esta criatura para que la lleve
al Padre”.(Escrito el 17 de Agosto de 1945).
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--------------------000-------------------(<Jesús, su Madre y discípulas acaban de regresar a la casa donde están alojados --una casa larga y baja
de campesinos que está en el cruce que va a Tolemaida, donde otras veces han estado-- después de haber
visitado a una niña del lugar, recién nacida>).
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4-262-217 (5-125-780 ).- J. Iscariote pide a María Virgen pasar un tiempo con Ella, en su casa
de Nazaret, con permiso de Jesús, para que le ayude a librarle de su monstruo.- “Iscariote es
como uno que se está ahogando y rechaza, por orgullo, el lazo”.
* Iscariote a la Virgen: “No sé qué tengo en la sangre y en el corazón.- ■ Vuelven al gran
salón de antes, donde los apóstoles cansados duermen profundamente, menos Iscariote que
parece muy preocupado. Jesús pregunta: “¿Me necesitas, Judas?”. Iscariote: “No, Maestro, pero
no logro dormir y querría salir un poco”. Jesús: “¿Quién te lo prohíbe? Yo también salgo. Voy a
aquella loma. Es todo sombra... Descansaré y oraré. ¿Quieres venir conmigo?”. Iscariote: “No,
Maestro. Te daría molestia, porque no me encuentro en condiciones de orar. Tal vez... tal vez no
me siento bien y esto me turba...”. Jesús: “Quédate entonces. No obligo a nadie. Hasta pronto.
Hasta pronto, mujeres. Mamá cuando se despierte Juan de Endor, mándale donde estoy, que
vaya solo”. Virgen: “Sí, Hijo. La paz sea contigo”. ■ Sale Jesús. María y Susana se agachan a
mirar la tela que está sobre el telar. María se sienta y pone las manos en su regazo, con la cabeza
un poco baja, quizás esté orando también. María de Alfeo pronto se cansa de contemplar el
trabajo del telar, se sienta en el rincón más oscuro y queda pronto dormida. Susana piensa que
no estaría mal imitarla. ■ Quedan despiertos María y Judas. La una recogida toda en sí, el otro
que la mira con ojos muy abiertos, sin apartar de ella su mirada. Se levanta y se acerca poco
apoco, sin hacer ruido. No sé por qué, pero pese a que ciertamente es bello, me da la impresión
de que sea una pantera o una serpiente que se acercase a su presa. Tal vez se deberá a la
antipatía que siento por él, que me hace creer que aun su caminar sea engañoso y cruel... En voz
baja dice: “¡María!”. La Virgen, mientras le mira con esa dulcísima mirada suya, le pregunta
dulcemente: “¿Qué quieres de mí, Judas?”. Iscariote: “Quisiera hablar contigo...”. Virgen:
“Habla, te escucho”. Iscariote: “Aquí, no... No querría que me oyesen... ¿No podrías venir un
poco allá fuera? Hay sombra allí...”.Virgen: “Vamos, pues. Pero mira... todos están durmiendo...
podrías hablar también aquí”. Mas se levanta y es la primera en salir, y se pone junto al alto seto
de flores. ■ La Virgen, mirando fijamente al apóstol que se turba un poco y parece como si no
pudiese encontrar palabras, le vuelve a preguntar: “¿Qué quieres de mí, Judas? ¿Te sientes mal?
¿O has hecho algo malo y no sabes cómo decirlo? ¿O bien te sientes tentado a hacerlo, y te
duele confesarlo? Habla, hijo. Como te curé cuando estuviste enfermo en el cuerpo, te curaré el
alma. Dime lo que te quita la paz, y si puedo te devolveré la calma. Si no puedo sola, se lo diré a
Jesús. Aunque hubieses cometido muchos pecados, Él te perdonaría si le pido su perdón. En
realidad, Jesús te perdonaría enseguida... pero tal vez, ante Él, que es tu Maestro, te
avergüenzas. Yo soy su Madre... Yo no infundo sentimiento de vergüenza...”. Iscariote: “Sí. No
haces sentir vergüenza porque eres madre y además muy buena. Verdaderamente eres la paz
entre nosotros. Yo... yo me siento muy turbado. Tengo un carácter pésimo, María. No sé qué
tengo en la sangre y en el corazón... De cuando en cuando no puedo controlarlos... y entonces
soy capaz de cometer las más viles acciones... las más perversas”. ■ Virgen: “Aun cuando
tienes a Jesús cerca de ti, ¿no puedes resistir al tentador?”. Iscariote: “Aún así. Y sufro, créeme.
Pero así sucede. Soy infeliz”. Virgen: “Rogaré por ti, Judas”. Iscariote: “No basta”. Virgen:
“Haré que rueguen otras personas justas, sin mencionar tu nombre”. Iscariote: “No basta”.
Virgen: “Haré que rueguen los niños. Muchos van a mi casa, a mi huerto, como pajaritos en
busca de grano. Y el grano son las caricias y las palabras que les digo. Les hablo de Dios... y
ellos, inocentes, prefieren esto a los juegos y a los cuentos. La oración de los niños es agradable
al Señor”. Iscariote: “Pero jamás como la tuya. Y sin embargo no es suficiente”. Virgen: “Diré
a Jesús que ruegue al Padre por ti”. Iscariote: “Aún no basta”. Virgen: “Si esto no basta, no sé
qué bastaría. La oración de Jesús vence aun a los demonios...”. ■ Iscariote: “Sí. Pero Jesús no
oraría siempre, y yo volvería a ser yo... Jesús, siempre dice que se irá un día. Debo pensar a
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cuando esté sin Él. Jesús ahora nos quiere mandar a predicar la buena nueva. Tengo miedo de ir
con este enemigo, que soy yo mismo, a esparcir la palabra de Dios. Querría haber estado ya
formado para esta hora”. Virgen: “Pero, hijo mío, si ni siquiera Jesús lo logra, ¿quién quieres
que pueda?”. Iscariote:“¡Tú, Madre! Permíteme que pase un tiempo contigo. Han estado
paganos y prostitutas, puedo estar también yo. Si no quieres que pase la noche en tu casa, iré a
dormir a casa de Alfeo o de María de Cleofás, pero el día lo pasaré contigo y con los niños. Las
veces pasadas he tratado de actuar solo, y he empeorado las cosas. Si voy a Jerusalén, tengo
demasiados malos amigos, y, en las condiciones en que me encuentro, cuando se apodera de mí
esto, soy un juguete en sus manos... Si voy a otra ciudad, es igual. La tentación del camino se
enciende en mí además de la que ya tengo. Si voy a Keriot, a casa de mi madre, me esclaviza la
soberbia. Si voy a un lugar solitario, el silencio me desgarra con los gritos de Satanás. Pero
cerca de ti... ¡Oh! cerca de ti me siento distinto... ¡Permíteme que vaya contigo! ¡Dile a Jesús
que me lo permita! ¿Quieres que me pierda? ¿Tienes miedo de mí? Me miras con la mirada de
una gacela herida sin fuerzas para seguir huyendo de sus cazadores. No te haré ninguna ofensa.
También yo tengo una madre... y te amo más que a ella. ¡Ten piedad, María, de un pecador!
Mira: lloro a tus pies... Si tú me rechazas, puede ser mi muerte espiritual...”. ■ Y Judas se echa
a llorar en realidad, a los pies de María que le contempla con una mirada de piedad y de
angustia mezclada de miedo. Está muy pálida. No obstante, da un paso hacia delante, porque
estaba casi hundida en el seto, para alejarse de Judas que se le estaba acercando demasiado, y
pone una mano sobre los negros cabellos de Iscariote. “Cállate. Que no te oigan. Hablaré con
Jesús, y si Él acepta, vendrás a mi casa. No me preocupo de lo que piense el mundo. No hace
daño a mi alma. Solo tendría horror a que fuese yo culpable ante Dios. La calumnia me deja
indiferente. De todas formas, no me calumniarán, porque Nazaret sabe que su hija nunca ha sido
causa de escándalo. Y además, ¡que suceda lo que suceda!... lo que me preocupa es que te salves
en tu espíritu. Voy a ver a Jesús. Tranquilízate”. Se pone su velo, blanco como su vestido, y
rápida camina por la vereda que conduce a una especie de colinita cubierta de olivos.
* “Pobre Mamá que, por amor a un alma, te sujetas al dolor de tener cerca a uno que
infunde miedo”.- ■ Busca a Jesús y le encuentra absorto en meditación profunda. “Hijo, soy
yo... ¡Escúchame!”. Jesús: “¡Oh, Mamá! ¿Vienes a orar conmigo? ¡Qué alegría, qué consuelo
me das!”. Virgen: “¿Qué, Hijo mío? ¿Sientes tu espíritu cansado? ¿Estás triste? ¡Díselo a tu
Mamá!”. Jesús: “Sí, cansado, tú lo has dicho, y afligido. No tanto por el cansancio y las
miserias que veo en los corazones, cuanto porque veo que mis amigos no cambian. Pero no
quiero ser injusto con ellos. Uno solo me produce cansancio, y es Judas de Simón...”. ■ Virgen:
“Hijo, de él venía a hablarte...”. Jesús: “¿Hizo algo malo? ¿Te ha causado alguna pena?”.
Virgen: “No. Pero me ha causado la pena que me causaría al ver a una persona muy
corrompida... ¡Pobre hijo! ¡Está muy enfermo en su espíritu!”. Jesús: “¿Tienes piedad de él?
¿No tienes miedo? Un tiempo tenías...”. Virgen: “Hijo mío, mi piedad es todavía más grande
que mi miedo. Querría ayudarte a Ti y a él salvarle su espíritu. Tú puedes todo, y no tienes
necesidad de mí, pero Tú has dicho que todos deben cooperar con el Mesías a redimir... ¡y este
hijo tiene mucha necesidad de redención!”. Jesús: “¿Qué más debo hacer de lo que ya hago por
él?”. Virgen: “No puedes hacer nada. Pero podrías dejarme intentarlo a mí. Me rogó que te
dijese que le permitieses estar en nuestra casa, porque le parece que allá podrá librarse de su
monstruo... ■ ¿Meneas la cabeza? ¿No quieres? Se lo diré...”. Jesús: “No, Mamá. No es que no
quiera. Meneo la cabeza porque sé que es inútil. Judas es como uno que se está ahogando y
que, a pesar de que ve que se está ahogando, rechaza por orgullo el lazo que le echan para
sacarle a la orilla. No tiene la voluntad de venir a la orilla. De cuando en cuando, sintiendo
terror de ahogarse, busca y pide ayuda, se agarra al lazo... pero luego, por orgullo, suelta la
ayuda, la rechaza, quiere valerse por sí solo... y se hace cada vez más pesado a causa del agua
espesa que traga. Pero, para que no se diga que no he usado todo medio, que también esto se
haga, pobrecita Mamá... sí pobrecita Mamá, que te sujetas, por amor de un alma, al sufrimiento
de tener cerca... a uno que infunde miedo”. ■ Virgen: “No, Jesús, no digas eso. Soy una pobre
mujer porque todavía estoy sujeta a antipatías. Repróchamelo. Lo merezco. No debería tener
repugnancia a nadie, por amor tuyo. No soy pobre por otro motivo. ¡Oh! Pudiese devolverte
a Judas espiritualmente curado. Darte un alma y darte un tesoro. Y quien da tesoros no es pobre.
Hijo... voy a decir a Judas que sí, que lo permites. Tú dijiste: «Llegará un tiempo en que dirás:
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„¡Qué difícil es ser la Madre del Redentor!‟». Ya lo he dicho una vez... por Aglae... Pero ¿qué es
una vez? ¡La fragilidad humana es tan grande!... Y Tú eres Redentor de todos. ¡Hijo!... ¡Hijo!
De la misma forma que te llevé a la pequeñuela en mis brazos para que la bendijeras, deja que te
traiga en brazos a Judas, para que le bendigas...”. ■ Jesús: “Mamá... mamá... él no te
merece...”.Virgen: “Jesús mío. Cuando dudabas en dar Marziam a Pedro, te dije que eso le
habría ayudado. No puedes negar que Pedro ha cobrado nuevos bríos desde aquel momento...
Déjame hacer la prueba con Judas”. Jesús: “¡Que se haga como tú quieres! y que seas bendita
por tu intención de amarme y de amar a Judas. Ahora oremos juntos, Mamá. ¡Es tan dulce orar
contigo!...”. (Escrito el 24 de Agosto de 1945).
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--------------------000-------------------(<Juan de Endor y Ermasteo se despiden de Jesús nada más llegar al camino. María, por su parte, junto
con su cuñada María y el Iscariote, sigue recto hacia Nazaret; mientras Jesús, los once restantes y Susana,
van, ligeros, hacia oriente>).
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4-264-226 (5-127-791).- Una jornada de J. Iscariote en Nazaret.
* Las palabras de la Virgen hacen pensar a Iscariote.- ■ Ninguna otra casa como la de
Nazaret, para poder elevar el espíritu. Hay en ella paz, silencio, orden. Parece como si las
paredes despidiesen santidad de sus piedras; santidad parecen exhalar los árboles del huerto;
santidad parece llover del cielo sereno, su cerúlea cúpula: en realidad, esa santidad emana de la
mujer que en ella habita, y que se mueve ágil y silenciosa con ademanes juveniles, perfectos,
por todas partes, así como cuando hace años, y llena de juventud entró en ella como esposa.
Siempre es su sonrisa suave que tranquiliza, que acaricia. El sol, a esta hora de la mañana, da en
el lado derecho de la casa (el que se apoya en la primera ondulación de la colina). Solo las copas
de los árboles reciben las caricias del sol. Primero, los olivos plantados para sujetar con sus
raíces el terraplén; son los olivos viejos, retorcidos, robustos, con sus gruesas ramas levantadas
al cielo, como si invocaran su bendición, o como si rezasen --también ellos-- desde aquel lugar
de paz; son los viejos olivos que quedan del olivar de Joaquín, en aquel entonces tan numerosos
que se alargaban, se prolongaban hasta los campos que iban a los pastizales. Ahora han quedado
reducidos a unos cuantos árboles, los últimos que quedan de la propiedad de Joaquín. El
almendro y los manzanos se benefician también de las caricias del sol. Son altos, fuertes.
Extienden su sombra sobre el jardín. También el granado se embriaga de los rayos solares, y,
por último, la higuera junto con las flores y las verduras cultivadas con sumo esmero en los
cuadros rectangulares y a lo largo de los setos dispuestos bajo el emparrado cargado de racimos.
Las abejas, gotas de oro voladoras zumban sobre todo lo que pueda darles dulces jugos y
perfumados. Una menuda madreselva recibe el ataque de las abejas, lo mismo que un seto de
flores --cuyo nombre ignoro-- en forma de campanillas con su penacho, y que se están cerrando
--deben ser flores nocturnas-- con un olor muy fuerte. Las abejas se apresuran a chupar las
flores antes de que se plieguen los pétalos en el sueño de su corola. ■ María va, ágil, de los
nidos de las palomas, a la pequeña fuente que gotea cerca de la gruta; de ésta a la casa; y pese a
tanto quehacer, encuentra tiempo para admirar sus flores o las palomas que platican en los
senderos o vuelan sobre la casa y el huerto. ■ Entra Judas cargado de plantas y estacas. “Buenos
días, Madre, me dieron todo lo que quería. He venido corriendo para que no padecieran. Espero
que prenderán como la madreselva. El año que viene tu jardín será como un canasto lleno de
flores, y así te podrás acordar del pobre Judas y de su estancia aquí” dice y va sacando con
cuidado de una bolsa plantas con su raíz envuelta en tierra y en hojas húmedas. De otra saca las
estacas. Virgen: “Muchas gracias, Judas, muchísimas gracias. No puedes imaginarte de lo feliz
que me siento por esa madreselva de la gruta. Cuando yo era niña, allí, al final de aquellos
campos, que entonces eran nuestros, había todavía una más hermosa. Hiedras y madreselvas la
cubrían con sus ramas y flores: cortina de la gruta, protección de las minúsculas azucenas que
crecían incluso dentro de la gruta, que era toda verde tapizada por los adiantos. Allí había un
manantial... En el Templo siempre me acordé de esta gruta, y te lo puedo asegurar: cuando
oraba ante el Velo del Santo, no sentía a Dios de manera diferente. Mejor dicho, debo decir, que
allá volvían a aparecer los dulces coloquios de mi espíritu con mi Señor... Mi José hizo que
pudiera tener esta gruta con un útil hilito de agua; pero, sobre todo, para darme el gusto de tener
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una grutita, semejante a la anterior... José era bueno, hasta en las cosas más pequeñas... Plantó
una madreselva, y la hiedra que vive todavía. La madreselva murió en los años del destierro...
luego la volvió a plantar, pero murió también hace tres años. Ahora tú la has vuelto a plantar.
Ves, ya ha agarrado. Eres un buen jardinero”. ■ Iscariote, que cual experto trabaja en colocar las
plantas en los lugares apropiados, dice: “Sí. Cuando fui pequeño, me gustaban mucho las
plantas. Mi madre me enseñaba a cuidarlas... Ahora vuelvo a ser niño, a tu lado, Madre, y
descubro mi antigua habilidad, para agradarte. ¡Eres muy buena conmigo!...”. Y va junto al seto
de las flores nocturnas, a poner una maraña de raíces, que no sé si son de muguetes o de otras
flores. “Aquí está bien” dice, apretando con un azadón en la parte donde ha enterrado las raíces.
“No les hace falta mucho sol. No me las quería dar el siervo de Eleazar, pero insistí tanto hasta
que me las dio”. Virgen: “Tampoco le quisieron dar a José aquellas gardenias, pero trabajó sin
cobrar para poder obtenérmelas. Aquí siempre han prosperado muy bien”. Iscariote: “Ya acabé,
Madre. Ahora las voy a regar y les irá bien”. Las riega y luego se lava las manos en la
fuentecilla. ■ María le mira --tan distinto de su Hijo como es, tan distinto del Judas de ciertas
horas de borrasca--, le escudriña, piensa, se le acerca, y poniéndole una mano en el brazo,
dulcemente le pregunta: “¿Te sientes mejor, Judas? Quiero decir, en tu espíritu”. Iscariote:
“¡Oh, Madre! Muy bien. Me siento tranquilo. Lo estás viendo. Encuentro gusto y salvación en
las ocupaciones humildes y en estar contigo. No debería jamás salir de esta paz, de este
recogimiento. Aquí... qué lejos de esta casa está el mundo...”. Judas mira al huerto, las plantas,
la casita... Termina: “Pero si estuviese aquí, jamás sería apóstol. Y quiero serlo...”. Virgen:
“Aunque --créeme, Judas-- sería mejor para ti ser un alma honesta que no un apóstol
deshonesto. Si caes en la cuenta que las alabanzas y honores de apóstol te dañan, renuncia
Judas. Es mejor para ti ser un simple fiel de mi Jesús, un santo, que un apóstol pecador”. ■
Judas agacha la cabeza pensativo. María le deja en sus pensamientos y entra en la casa para
continuar sus quehaceres. Judas sigue clavado en el mismo lugar un rato, después se pone a
pasear de un lado para otro bajo el emparrado. Lleva los brazos cruzados; la cabeza baja. Piensa,
piensa... y pasa a monologar, y gesticular solo... Un monólogo incomprensible; los gestos son
los propios de una persona que tiene ideas contradictorias: parece suplicar y rechazar, o
compadecerse, o maldecir algo. Y pasa de una expresión de interrogación, a una expresión de
miedo, de angustia... hasta adquirir su rostro la expresión de sus peores momentos, y, así, de
repente, se detiene a mitad de recorrido del sendero, y se queda así un rato, con una expresión
de verdadero demonio... Luego se lleva las manos a la cara y huye al terraplén de los olivos,
fuera de la vista de María, y llora con la cara oculta entre las manos, hasta que se calma; y se
queda sentado con la espalda apoyada en un olivo, como aturdido...
* Su afabilidad ante la gente, su defensa de Jesús ante el Sinagogo, sus amistades
influyentes: Judas es práctico.- Judas lleva ya dos semanas en Nazaret.- ■ ...Ya no es la
mañana, es el fin de un crepúsculo. Nazaret abre las puertas de sus casas, que estuvieron
cerradas durante todo el día, por el calor estival, calor de Oriente. Hombres y mujeres, niños,
salen a los huertos, a las calles que todavía sudan calor, en busca de aire. Van a la fuente, a
jugar, a platicar... en espera de la cena. Saludos, chanzas, carcajadas, gritos salen de bocas de
hombres, mujeres y niños. También Judas sale y se dirige a la fuente con las jarras de cobre. Los
nazaretanos le ven y le señalan nombrándolo con: «el discípulo del Templo». Cosa que al llegar
a los oídos de Judas, suena como una música. Pasa saludando con afabilidad, pero con un aire
de reserva que, si no llega a ser la entonada soberbia, es pariente muy cercano de ésta. Un
nazareno barbudo le dice: “Eres muy bueno con María, Judas”. Iscariote le contesta: “Se
merece esto y más. Es en realidad una gran mujer de Israel. Dichosos vosotros que es vuestra
paisana”. La alabanza tributada a la mujer de Nazaret seduce a muchos nazarenos, que uno a
uno va repitiendo lo que dijo Judas. ■ Éste, entre tanto, ha llegado a la fuente, espera su turno y
llega hasta la cortesía de llevar los cántaros a una viejecita, que no acaba nunca de bendecirle,
también hasta el punto de sacar agua a dos mujeres que encuentran dificultad para hacerlo por
tener en brazos a sus niños. Levantado un poco sus velos, dicen: “Dios te lo pague”. Iscariote,
haciendo una inclinación, responde: “El amor del prójimo es el primer deber de un amigo de
Jesús”. Se llena sus jarras y se dirige a casa. ■ En el camino de regreso, le paran el sinagogo de
Nazaret y otros y le invitan a hablar el sábado siguiente. El sinagogo, a quien acompañan otros
ancianos del pueblo, dice quejumbrosamente: “Hace más de dos semanas que estás con nosotros
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y no has hecho otra cosa más que mostrarte cortés con nosotros”. Iscariote responde: “Pero si
no os gusta la manera de hablar de vuestro gran Hijo, ¿podrá agradaros la de su discípulo y que,
por añadidura, es judío?”. Sinagogo: “Tu desconfianza es injusta y nos entristece. Somos
francos en invitarte. Tú eres discípulo y judío, esto es verdad, pero eres del Templo; por tanto,
puedes hablar, porque en el Templo hay doctrina. El hijo de José es solo un carpintero...”.
Iscariote: “¡Pero es el Mesías!”. Sinagogo: “Él lo dice... ¿Será verdad? ¿O bien será un
delirio?”. Iscariote: “¿¡Y su santidad, nazarenos!? ¡Su santidad!”. Judas está escandalizado de
la incredulidad de los nazarenos. El sinagogo asiente “Es grande. Es verdad. ¡Pero que sea el
Mesías!... Y además... ¿Por qué habla con esa dureza?”. Iscariote: “¿Dureza? ¡No! A mí no me
parece dureza, más bien... sí, eso sí, es demasiado sincero e intransigente. No deja cubierta
ninguna culpa; no duda en denunciar un abuso... y ello no agrada. Pone el dedo exactamente en
el centro de la llaga, y esto causa dolor, pero es santidad. Sí, sin duda, solo por santidad actúa
así. Se lo he dicho más de una vez: «Jesús, te haces daño». ¡Pero no me quiere hacer caso!...”. ■
Sinagogo: “Le quieres mucho y además eres docto... Podrías guiarle”. Iscariote: “Oh, no, docto
no... pero práctico... sí... del Templo ¿sabéis? Conozco las costumbres. Tengo amigos. El hijo
de Anás es como si fuese mi hermano. Y si quisiereis algo del Sanedrín, decídmelo,
decídmelo... Bueno, ahora dejadme que lleve el agua a María que me está esperando para la
cena”. Sinagogo: “Regresa después. En mi terraza hay aire fresco. Estaremos entre amigos y
hablaremos...”. Iscariote se despide: “Sí, hasta pronto”.
* Iscariote, reunido con el sinagogo y otros de Nazaret, además de José y Simón de Alfeo,
--primos de Jesús--, vierte interrogantes sobre Jesús y María.- ■ Judas se va a casa, donde
se disculpa ante María por haber tardado a causa de que le han entretenido el sinagogo y otros
ancianos del pueblo. Concluye: “Querían que hablase yo el sábado... El Maestro no me lo
ordenó. ¿Tú qué piensas, Madre? Guíame”. Virgen: “¿Hablar con el sinagogo... o hablar en la
sinagoga?”. Iscariote: “Ambas cosas. No quisiera hablar con nadie, ni a nadie, porque sé que
son contrarios a Jesús, y también porque me parece sacrílego hablar donde solo Él tiene derecho
a ser Maestro. Pero ¡tanto me insistieron! Quieren que vaya después de la cena... Casi les he
dado mi palabra. Si crees que, hablando con ellos, yo pueda quitarles ese espíritu tan penoso de
resistencia contra el Maestro, yo, aunque me resulte cosa pesada, iré y hablaré; así, como sé
hacer, como pueda, tratando de ser muy magnánimo con sus obcecaciones. Porque sé por
experiencia que ser duro es peor. ¡No caeré más en el error que cometí en Esdrelón! ¡El Maestro
se sintió muy disgustado! No me dijo nada pero lo comprendí. No lo haré más. Querría
abandonar Nazaret, después de haberlos persuadido de que el Maestro es el Mesías, y que
debemos creer en Él y amarle”. ■ Judas está hablando, mientras, sentado en la mesa en el lugar
de Jesús, come lo que preparó María. Me desagrada que Judas esté sentado en ese lugar; frente a
María, que le escucha y le sirve como una mamá. Virgen: “De hecho estaría bien que Nazaret
comprendiese la verdad y la aceptase. No te detengo. Ve, pues. Nadie mejor que tú puede decir
si Jesús merece amor o no. Piensa cuánto te ama, y te lo demuestra disculpándote siempre y
contentándote en todo lo que puede... Esta reflexión te dé palabras y acciones santas”. ■ La
cena ha terminado. Judas va a regar las flores del huerto, antes de que oscurezca, luego sale
dejando a María en la terraza, entregada a doblar los vestidos que había puesto a secar. Judas,
después que saludó a Alfeo de Sara y a María de Cleofás, que están hablando en la puerta de la
casa del primero, se dirige derecho a la casa del sinagogo. Están presentes también los dos
primos del Señor y otros seis ancianos. Después de los pomposos saludos se sientan
ceremoniosamente en asientos cubiertos de cojines. Calman el calor con bebidas de agua de anís
o de menta que debe de estar fresca, porque la jarra de metal suda, al sentir entre el frío del
líquido y el aire todavía caliente, a pesar de la brisa que procede de las colinas situadas al norte
de Nazaret y que mueve las copas de los árboles. El sinagogo, que está lleno de miramientos
para con Judas, dice: “Estoy contento que hayas aceptado nuestra invitación de venir. Eres
joven. Un poco de distracción hace bien”. Iscariote: “No me atreví a venir antes, por no
importunaros. Sé que despreciáis a Jesús y a sus seguidores”. Sinagogo: “¿Despreciar? No.
Estamos escépticos... y, digámoslo claro, hasta heridos por sus verdades demasiado duras.
Nosotros pensábamos que tú nos despreciarías y por eso no te invitábamos”. Iscariote:
“¿Despreciaros yo? Al revés. Os comprendo muy bien... ¡Claro! Pero estoy convencido que
terminará por haber paces entre vosotros y Él. A Él le conviene siempre, lo mismo que a
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vosotros. A Él porque tiene necesidad de todos, y a vosotros porque no os conviene que os
llamen enemigos del Mesías”. ■ José de Alfeo pregunta: “¿Y crees tú que sea el Mesías? No
tiene nada de esa figura regia que nos ha sido profetizado. Tal vez se deba a que nosotros le
recordamos como carpintero... ¿Pero dónde se ve en Él al rey libertador?”. Iscariote: “David
parecía también simplemente un pastorcillo. Ni siquiera Salomón, en toda su gloria, le superó.
Porque viéndolo bien, Salomón no hizo otra cosa sino proseguir la obra de David, y jamás fue
inspirado como él. ¡Pero David! ¡Considerad la figura de David! Es gigantesca. Con una realeza
que toca el cielo. No juzguéis, pues, los orígenes del Mesías para dudar de su realeza. David rey
y pastor, o mejor: pastor y luego rey. Jesús rey y carpintero. O mejor: carpintero y luego rey.” ■
Sinagogo: “Tú hablas como un rabí. Se descubre al que fue educado en el Templo. ¿Podrías
hacer saber al Sanedrín que yo, el sinagogo, tengo necesidad de ayuda del Templo para una
causa privada?”. Iscariote: “¡Pues claro que sí! Seguro. Con Eleazar. ¡Figúrate tú! Y luego José
el Anciano, ¿sabes?, el rico de Arimatea. Y luego el escriba Sadoc... y ¡bueno, no tienes sino
que hablar y basta!”. Sinagogo: “Entonces mañana te invito a mi casa. Hablaremos”. Iscariote:
“¿A tu casa? No. No abandono a esa santa y dolorida mujer que es María. Vine precisamente a
hacerle compañía”. ■ Simón de Alfeo dice: “¿Qué le pasa a nuestra pariente? Sabemos que está
sana y que, en medio de su pobreza, vive feliz”. José de Alfeo dice con un suspiro: “Sí. Y
nosotros no la abandonamos. Mi madre siempre la cuida. También yo y mi mujer. Aunque...
aunque no puedo perdonarle su debilidad para con su Hijo, ni el dolor de mi padre, que por
causa de Jesús murió teniendo solo a dos hijos suyos alrededor de su lecho. ¡Y luego!... Bueno,
las penas de familia no se exponen a los cuatro vientos”. Iscariote: “Tienes razón. Se susurran
en secreto, vertiéndolas en un corazón amigo.¡Pero esto sucede con muchas otras penas! ■
También yo tengo las mías, de discípulo... ¡Pero es mejor que no hablemos de ellas!”. José
insiste: “¡No, no, hablemos! ¿De qué se trata? ¿De que se avergüencen de Jesús? No aprobamos
su conducta. Pero no dejamos de ser parientes suyos, dispuestos a ponernos de su parte contra
sus enemigos. ¡Habla!”. Iscariote: “¿Vergüenza por Jesús? ¡No, hombre, no! Era una forma de
expresarme... Además, las penas de un discípulo son muchas. No solo por el modo como el
Maestro trata con amigos y enemigos, perjudicándose a sí mismo, sino también al ver que no le
aman. Yo quisiera que todos le amaseis...”. El sinagogo dice justificándose: “¿Y cómo? ¡Tú
mismo lo estás diciendo! ¡Tiene un modo de hacer las cosas!... Cuando estuvo con su Madre,
no era así. ¿No es verdad, todos vosotros?”. Todos asienten con gravedad y todos están de
acuerdo en hablar bien del Jesús silencioso, manso, solitario, de otros tiempos. ■ Un nazareno
ya de avanzada edad dice: “¿Quién iba a pensar que de aquel Jesús pudiera salir uno como es
ahora? Entonces todo era para su casa, para sus familiares. ¡Y ahora!”. Judas lanza un suspiro:
“¡Pobre mujer!”. José grita: “Pero en resumidas cuentas ¿qué sabes? Habla”. Iscariote: “Nada
que tú no sepas. ¿Crees que le guste sentirse abandonada?”. Un nazareno también de bastante
edad afirma: “Si José hubiera vivido el tiempo que vivió vuestro padre, no hubiera sucedido
eso”. Iscariote: “No lo creas, hombre. Habría sido lo mismo. ¡Cuando se le meten a uno
ciertas... ideas!”. Un siervo trae unas lámparas y las pone sobre la mesa porque en esta noche no
hay luna, aunque el cielo es un hervidero de estrellas. Junto con las lámparas traen otras bebidas
que el sinagogo se apresura a ofrecer a Judas, que dice poniéndose de pie: “Gracias. No puedo
entretenerme más. Tengo mis obligaciones con María”. También los dos hijos de Alfeo se
levantan: “Vamos contigo. Es el mismo camino...” y con muchos saludos a los presentes, se
retiran, quedando el sinagogo y los seis ancianos.
* Iscariote descubre ante José y Simón de Alfeo su retorcido pensamiento.- ■ Las calles
están desiertas y silenciosas. De lo alto de las casas desciende un continuo hablar de la gente.
Los niños duermen en los lechos. No se oyen más sus gritos de avecillas alegres. Con las voces,
desde lo alto de las casas más ricas, bajan también leves resplandores de lámparas de aceite. Los
dos hijos de Alfeo y Judas caminan algunos metros sin hablar. Después José de detiene, toma
del brazo a Judas y le dice: “Oye. Veo que sabes algo, pero que no quisiste hablar de ello en
presencia de extraños. Pero ahora debes decírmelo. Soy el mayor de la casa tengo y tengo
derecho y deber de saber todo”. Iscariote: “Y yo fui con intención de decíroslo y de proteger al
Maestro, a María, a vuestros hermanos y vuestro nombre. Es algo muy penoso de decir y de oír;
penosísimo hacerlo. Porque parece una delación. Mirad, os ruego que me comprendáis
rectamente. No es una delación Es amor y prudencia. Yo sé muchas cosas, que vosotros...
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bueno, la verdad es que ignoráis. Las sé por mis amigos del Templo. Y sé que son un peligro
para Jesús y también para el buen nombre de la familia. He tratado de hacérselo entender al
Maestro, pero no lo he logrado. ¡Al revés!, cuanto más le aconsejo, Él actúa peor y se busca
cada vez más críticas y odios. Ello porque es tan santo que no es capaz de comprender lo que es
el mundo. En resumidas cuentas, es triste ver perecer una cosa santa por la imprudencia de su
fundador”. ■ José le apremia: “Pero en resumidas cuentas, ¿de qué se trata? Dilo todo, y
nosotros lo tomaremos a nuestro cargo. ¿No es verdad, Simón?”. Simón: “Ciertamente. Pero me
parece imposible esto de que Jesús cometa imprudencias, que vayan contra su misión...”. José:
“¿¡Pero si este buen joven, que además ama a Jesús, lo dice!? ¿Ves cómo eres? ¡Siempre el
mismo! Inseguro, titubeante. Me abandonas siempre en el momento necesario. Yo lucho solo
contra toda la parentela. No tienes ni siquiera compasión de nuestro nombre, y de nuestro
hermano que va a la ruina”. Iscariote: “¡No! ¡A la ruina, no va! ¡Pero sí que se perjudica!”. José,
mientras Simón perplejo calla, insiste: “¡Habla, habla!”. Iscariote: “Hablaría... pero quisiera
estar seguro de que no me mencionaríais ante Jesús... Juradlo”. José: “Lo juramos sobre el santo
Velo. Habla”. Iscariote: “Lo que voy a decir, no lo diréis ni siquiera a vuestra madre, y mucho
menos a vuestros hermanos”. José: “Puedes estar seguro de nuestro silencio”. Iscariote insiste:
“¿Guardaréis también silencio ante María? Para no causarle dolor. Como yo hago. Guardo
silencio. Porque es deber también el preocuparse de la paz de esta pobre madre...”. José: “No
diremos nada a nadie. Te lo juramos”. ■ Iscariote: “Entonces... escuchad... Jesús no se limita a
acercarse a los gentiles, publicanos y prostitutas, a ofender a los fariseos y a las otras personas
importantes; es que ahora está haciendo cosas verdaderamente absurdas. Fijaos que fue a tierra
de filisteos, y nos hizo acompañar de un macho cabrío negrísimo. Ahora ha aceptado a un
filósofo por discípulo. ¿Y antes, con aquel niño que recogió? ¿No sabéis los comentarios que se
hicieron? Y ahora, hace pocos días, una griega, y por remate esclava y que había huido de su
amo romano. Y... discursos que no concuerdan con la sabiduría del sentido común. En
resumidas cuentas, parece un loco. Y se perjudica. En tierras de filisteos se entrometió en una
ceremonia de brujos, y se puso a competir con ellos de tú a tú. Los venció, sí, pero... Ya hay
escribas y fariseos que le empiezan a odiar, así que si llegan a sus oídos estas cosas, ¿qué
sucederá? Tenéis el deber de intervenir, de impedir...”. José: “Esto es grave. Muy grave. ¿Pero
cómo podíamos saberlo? Nosotros estamos aquí... Y ahora lo mismo, ¿cómo podemos estar al
corriente?”. Iscariote: “Y a pesar de todo tenéis que intervenir y poner freno. Su Madre es
madre, y es demasiado buena. No debéis abandonarle en estas circunstancias. Ni por Él ni por el
mundo. Además eso de que sigue arrojando demonios... Corre la voz de que Belzebú está a su
servicio. Juzgad vosotros si esto le puede ayudar a uno. Y además... pero bueno ¿qué rey podrá
llegar a ser, si las multitudes ya desde ahora se lo toman a risa o están escandalizadas?”. ■
Simón, incrédulo, pregunta: “¿Pero de veras hace realmente estas cosas?”. Iscariote:
“Preguntádselo a Él mismo. Os dirá que sí, porque hasta de esto se jacta”. José: “Deberías
avisarnos...”. Iscariote: “¡Claro que lo haré! Cuando vea algo raro, os mandaré un aviso. ¡Pero
os lo ruego: silencio ahora y siempre, eh! ¡Silencio con todos!”. José: “Lo juramos. ¿Cuándo te
marchas?”. Iscariote: “Después del sábado. Ya no hay razón de estar aquí. He cumplido con mi
deber”. José de Alfeo: “Te lo agradecemos. Ya decía yo que Él estaba cambiando. Tú, hermano,
no querías creerme... ¿Ves cómo tengo razón?”. Simón de Alfeo objeta: “Yo... me resisto
todavía a creerlo. Judas y Santiago no son unos tontos. ¿Por qué no nos han dicho? ¿Por qué no
hacen algo, si suceden estas cosas?”. Iscariote replica resentido: “Hombre, ¡no me vas a hacer la
afrenta de no creer en mis palabras!”. Simón se disculpa: “¡No!... pero... Basta. Perdona si te lo
digo: creeré cuando lo vea”. Iscariote: “Está bien. Pronto lo verás y me dirás: «Tenías razón».
Bueno. Aquí está vuestra casa. Os dejo. Dios sea con vosotros”. Se despiden: “Dios sea contigo
Judas. Y... oye. Tú tampoco digas esto a otros. Se juega nuestra honra”. Iscariote: “Ni siquiera
a mí mismo me lo diré. Adiós”.
* Judas encuentra a la Virgen llorando.- ■ Y se marcha caminando ligero. Entra tranquilo en
casa. Sube a la terraza, donde María con las manos sobre las piernas, contempla el cielo preñado
de estrellas; y con la leve luz de la lámpara, que Judas prendió para subir la escalera, se ven dos
hilos de llanto que bajan por las mejillas de María. Judas pregunta con ansiosa premura: “¿Estás
llorando, Madre?”. Virgen: “Porque me parece que el mundo esté cargado de insidias más que el
cielo de estrellas. Insidias contra mi Jesús...”. ■ Judas se queda mirándola atento y no sabe qué
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hacer. María termina suavemente: “Pero me da fuerzas el amor de los discípulos... Amad mucho
a mi Jesús... amadle... ¿Quieres quedarte aquí, Judas? Bajo a mi habitación. María de Cleofás, se
ha ido a dormir después de preparar la levadura para mañana”. Iscariote: “Sí. Aquí me quedo.
Aquí se está bien”. Virgen: “La paz sea contigo Judas”. Iscariote: “La paz sea contigo, María”.
(Escrito el 27 de Agosto de 1945).
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--------------------000-------------------(<Mannaén ha llegado a Cafarnaúm acompañando a dos discípulos de Juan Bautista. ■ Juan el
Bautista, viendo que todavía no estaba convencido alguno de sus discípulos --no son sus discípulos
pastores-- de que Jesús era el Mesías esperado, ha tomado a dos que dudaban, y les ha dicho: “Id
donde Él y decidle en mi nombre: «¿Eres Tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»”[ Mt.11,2-27],
relatado en episodio 4-266-248, en el tema “Iglesia”. Una vez recibida la respuesta de Jesús, los dos
discípulos del Bautista, confirmados ya en la verdad, se han marchado. Ha quedado Mannaén>).
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4-270-277 (5-133-845).- Conversación entre Jesús y Mannaén: causas que obstaculizan el
seguimiento a Jesús.
* “La ciencia humana (si no está refrendada por la sabiduría sobrenatural y el santo
temor de Dios)... el placer... los bienes acumulados... la mujer (contemplada como hembra
y así apetecida)... son vanidad. Lo único que no es vanidad: el santo temor de Dios y la
obediencia a sus mandamientos, o sea la sabiduría del hombre que no solo es carne sino
que posee la 2ª naturaleza, la espiritual”.- ■ Jesús está curando a unos enfermos.
Le asiste sólo Mannaén. Están en la casa de Cafarnaúm, en el huerto umbrío en esta
hora matutina. Mannaén ya no lleva ni el precioso cinturón ni la lámina de oro en la
frente: sujeta su túnica un cordón de lana; una cinta de tela, la prenda que cubre su cabeza.
Jesús tiene descubierta la cabeza, como siempre cuando está en casa. Una vez que ha
terminado de curar y de consolar a los enfermos, Jesús sube con Mannaén a la habitación
alta. Se sientan los dos en el alféizar de la ventana que mira al monte (porque la parte del
lago cae toda bajo el sol, que todavía calienta bien, a pesar de que la canícula ha debido
pasar ya hace algo de tiempo). Mannaén dice: “Dentro de poco empezará la vendimia”.
Jesús: “Sí. Y luego vendrán los Tabernáculos... y pronto llegará el invierno. ¿Cuándo
piensas partir?”. Mannaén: “¡Mmm!... No me iría nunca... Pero pienso en el Bautista.
Herodes es una persona débil. Si se le sabe influir positivamente, aunque no se vuelva
bueno, al menos... no se hace sanguinario. Pero son pocos los que le aconsejan bien. ¡Y esa
mujer!... ¡Esa mujer!... De todas formas, quisiera quedarme hasta que vuelvan tus apóstoles.
No es que yo presuma mucho de mí... pero todavía valgo algo... si bien mi auge ha sufrido un
duro golpe desde que han comprendido que sigo los caminos del Bien. Pero no me importa. ■
Quisiera tener la verdadera valentía de saber abandonar todo para seguirte completamente,
como los discípulos a los que esperas. Pero, ¿algún día lo lograré? Nosotros que no somos del
pueblo presentamos más dura resistencia a seguirte. ¿Por qué?”. Jesús: “Porque los tentáculos
de las míseras riquezas os retienen”. Mannaén:“La verdad es que sé también de algunos que
no son lo que se dice ricos, sino que son doctos, o están en camino de serlo, y tampoco vienen”.
Jesús: “También están retenidos por los tentáculos de las míseras riquezas. No se es rico sólo de
dinero. Existe también la riqueza del saber. Pocos llegan a la confesión de Salomón: «Vanidad
de vanidades, todo es vanidad», considerada de nuevo y ampliada --no tanto materialmente
cuanto en profundidad-- en Qohélet. ¿Lo recuerdas? La ciencia humana es vanidad, porque
aumentar sólo el humano saber «es afán y aflicción de espíritu, y quien multiplica la ciencia
multiplica los afanes». En verdad te digo que es así. Como también digo que no sería así si la
ciencia humana estuviera sostenida y refrenada por la sabiduría sobrenatural y el santo amor a
Dios. ■ El placer es vanidad, porque no dura; arde y rápido se desvanece dejando tras sí ceniza
y vacío. Los bienes acumulados con distintas habilidades son vanidad para el hombre que
muere, porque con los bienes no puede evitar la muerte, y los deja a otros. La mujer,
contemplada como hembra y como tal apetecida, es vanidad. De lo cual se concluye que lo
único que no es vanidad es el santo temor de Dios y la obediencia a sus mandamientos, o sea, la
sabiduría del hombre, que no es sólo carne sino que posee la segunda naturaleza: la espiritual.
Quien así sabe concluir y querer, sabe liberarse de todo tentáculo de mísero tesoro y sabe ir libre
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al encuentro con el Sol”. Mannaén:“Quiero recordar estas palabras. ¡Cuánto me has dado en
estos días! Ahora puedo ir a la suciedad de la Corte --que parece luminosa sólo a los necios,
poderosa y libre; y no es sino miseria, cárcel y tinieblas--, e ir con un tesoro que me permitirá
vivir mejor en espera de lo mejor”.
* “Mannaén llegarás a ser mío, alcanzando madurez de espíritu y perfección de voluntad,
en el transcurso de pocas horas”.- ■ Mannaén: “¿Pero llegaré algún día a esta cosa mejor que
es ser tuyo, totalmente?”. Jesús: “Llegarás”. Mannaén: “¿Cuándo? ¿El año que viene? ¿Más
adelante todavía? ¿Cuándo me haga sabio?”. Jesús: “Llegarás... alcanzando madurez de
espíritu y perfección de voluntad en el transcurso de pocas horas”. Mannaén le mira pensativo
y escrutador... Pero no pregunta nada más. Un rato de silencio. Luego Jesús dice: “¿Has
tenido contacto alguna vez con Lázaro de Betania?”. Mannaén: “No, Maestro. Puedo decir que
no; que si hubo algún encuentro, no puede llamarse amistad. Ya sabes... Yo con Herodes,
Herodes contra él... Por tanto...”. Jesús: “Lázaro ahora te vería por encima de las cosas, en
Dios. Debes tratar de conocerle como condiscípulo”. Mannaén: “Lo haré si Tú lo quieres...”.
(<Se oyen voces inquietas en el huerto. Son los tres discípulos-pastores de Juan el Bautista --Matías,
Juan y Simeón-- que vienen a comunicar la muerte del Bautista a manos de Herodes. Una vez que se han
retirado quedan nuevamente Jesús y Mannaén>).
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* Impacto de la muerte del Bautista en Jesús: “Sufro mucho, mucho... porque la
muerte de Juan precede al día en que seré el Redentor. Y la parte humana de Mí se
estremece frente a esta idea”.- ■ Jesús se queda solo con Mannaén. Se sienta, pensativo,
visiblemente triste, con la cabeza reclinada sobre la mano y el codo apoyado en la rodilla como
soporte. Mannaén está sentado junto a la mesa. No se mueve. Pero está taci turno. Su
rostro es toda una borrasca. Después de mucho, Jesús alza la cabeza, le mira y pregunta: “¿Y
tú? ¿Qué vas a hacer ahora?”. Mannaén: “Todavía no lo sé... La idea de quedarme en
Maqueronte ya no existe. Pero quisiera quedarme todavía en la Corte, para estar al co rriente... para protegerte a Ti estando al corriente de las cosas”. Jesús: “Sería mejor para ti
seguirme sin dilación. Pero no te fuerzo. Vendrás una vez que el viejo Mannaén, molécula por
molécula, haya quedado desecho”. Mannaén:“También quisiera arrebatarle esa cabeza a esa
mujer. No es digna de tenerla...”. Jesús expresa un leve gesto de sonrisa, y, con
franqueza, dice: “Además no has muerto todavía a las riquezas humanas. Pero te quiero
lo mismo. Sé que no te perderé aunque espere. Sé esperar...”. ■ Mannaén: “Maestro, quisiera
darte mi generosidad para consolarte... Porque sufres. Lo veo”. Jesús: “Es verdad.
Sufro. ¡Mucho! ¡Mucho!...”. Mannaén: “¿Sólo por Juan? No creo. Sabes que
está en paz”. Jesús: “Sé que está en paz, y no le siento lejano”. Mannaén: “¿Y
entonces?”. Jesús: “¡Entonces!... Mannaén, ¿a qué precede el alba?”. Mannaén:
“Al día, Maestro. ¿Por qué lo preguntas?”. Jesús: “Porque la muerte de Juan precede al día
en que seré el Redentor. Y la parte humana de Mí se estremece frente a esta idea...
Mannaén, voy al monte. Tú quédate aquí para recibir a los que vengan y socorrer a los que ya
han llegado. Quédate aquí hasta que vuelva. Luego... harás lo que quieras. Adiós”. ■ Y
Jesús sale de la habitación. Baja despacio la escalera, atraviesa el huerto y, por la parte
posterior del huerto, se introduce por un senderillo entre huertos desarreglados y matas de olivos,
manzanos, vides e higueras. Toma la pendiente de un suave collado donde desparece a mi vista.
(Escrito el 4 de Septiembre de 1945).
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--------------------000-------------------(<“Contadme lo que habéis hecho...” dice Jesús para darles ánimos, pues se han enterado de la muerte de
Juan Bautista. Los apóstoles cuentan que han predicado y hecho milagros curando leprosos, niños,
arrojando demonios, curando con la unción del aceite. Acaba de hablar Simón Zelote>).
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4-271-286 (5-134-855).- J Iscariote hace milagros.
* Iscariote se muestra humilde.- ■ Jesús le dice. “Dijiste bien, Simón.¿Y vosotros dos?”
pregunta a Santiago de Zebedeo y a Iscariote, que están un poco retirados; el primero hablando
con los tres discípulos de Juan, el segundo solo y con cara mustia. Santiago dice: “Yo no he
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hecho nada. Pero Judas hizo grandes milagros: curó a un ciego, un paralítico y a un
endemoniado. A mí me parecía lunático. Pero la gente decía eso...”. ■ Pedro dice a Iscariote:
“¿Y estás así con esa cara habiéndote ayudado Dios tanto?”. Iscariote responde: “Sé también ser
humilde”. Santiago: “Luego nos ha alojado en su casa un fariseo. Yo no me sentía a gusto, pero
Judas, que es más hábil, le bajó bien los humos. El primer día era un altivo, pero luego...
¿verdad, Judas?”. Judas asiente sin decir una palabra. Jesús: “Muy bien. Y cada vez lo haréis
mejor. Estaremos juntos la semana próxima. Entretanto, Simón, ve a preparar las barcas.
También tú...”. (Escrito el 5 de Septiembre de 1945).
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--------------------000-------------------(<Después de la 1ª multiplicación de panes y peces [Ju.6,1-15] --pasaje relatado en el episodio 4-273293 en el tema “Eucaristía”--, los 12 apóstoles, Mannaén, un escriba y el niño Marziam que habían
participado en su distribución --trozos de pan y de pescado depositados en canastos hondos y estrechos--,
todavía impresionados por el milagro, se reúnen alrededor de Jesús>).
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4-273-295 (5-136-865).- Los apóstoles confiesan su grado de fe, en el momento de la
distribución de los panes y peces de la 1ª multiplicación.
* “Tú, Tomás, razonas como el mundo. Y tú, Judas, eres mundo”.- ■ Entretanto la gente,
sacia, intercambia impresiones. También los que están alrededor de Jesús se atreven a hablar al
ver que Marziam, después que terminó con su pescado, se pone a jugar y conversar con otros
niños. “Maestro” pregunta el escriba, “¿por qué el niño ha sentido inmediatamente el peso y
nosotros no? Yo incluso he palpado dentro del canasto: seguían siendo los mismos pocos trozos
de pan y el único trozo de pescado. Comencé a sentir el peso cuando me dirigí hacia la multitud.
Pero, si hubiese pesado en proporción a cuanto he repartido, habría hecho falta una pareja de
mulos para llevarlo, y no el canasto sino un carro, lleno, repleto de comida. Al principio daba
escaso... luego me puse a dar y a dar, y, para no ser injusto, volví a pasar por donde los
primeros, y les volví a dar, porque a los primeros les había dado poco. ¡Y ha habido
suficiente!”. Juan dice a su vez: “También yo sentí que se hacía pesado el canasto cuando
empecé a caminar; enseguida he dado mucho, porque comprendí que se trataba de algo
milagroso”. Mannaén dice: “Yo, por el contrario, me paré y me senté para volcar en mi manto el
peso y ver... Y vi panes y más panes. Entonces me fui”. Bartolomé: “Yo los conté incluso
porque no quería hacer el ridículo. Eran cincuenta pedacitos de pan. Me dije: «Se los doy a
cincuenta personas y luego regreso». Y llevé la cuenta. Pero, llegado a cincuenta, el peso seguía
igual. Miré dentro. Había todavía los mismos. Seguí adelante y repartí cientos de panes. Pero
jamás disminuían”. ■ Tomás dice: “Yo, lo confieso, no creía. Tomé en la mano los trozos de
pan y esa migaja de pescado, los miré y me dije: «¿Y a quién le sirve esto? ¡Jesús ha querido
hacernos una broma!...». Y estaba mirándolos, mirándolos, oculto detrás de un árbol, con la
esperanza y desesperanza de ver que aumentasen, pero siempre eran los mismos. Estaba para
volverme, cuando pasó Mateo diciendo: «¡¿No has visto qué hermosos son?!» «¿Qué?»
pregunté yo. «¡Pues los panes y los peces!...». «¿Estás loco? Yo veo siempre los mismos trozos
de pan». «Ve a distribuirlos con fe y verás». Eché dentro del canasto esos trozos de pan y me fui
a regañadientes... y luego... ¡perdóname, Jesús, porque soy un pecador!”. Jesús: “No. Eres un
hombre con espíritu del mundo. Razonas como el mundo”. ■ Iscariote confiesa: “Entonces
también yo, Señor. Tanto que hasta pensé en dar una moneda junto con el pan diciendo dentro
de mí: «Comerán en otra parte». Esperaba ayudarte a salir mejor parado. ¿Qué soy yo entonces?
¿Como Tomás o peor que él?”. Jesús: “Más que Tomás, tú eres «mundo»”. Iscariote: “¡Y sin
embargo, pensé hacer limosna para ser «Cielo»! Se trataba de dinero mío personal...”. Jesús:
“Limosna a ti mismo, a tu orgullo. Y limosna a Dios. Dios no tiene necesidad de ella y la
limosna a tu orgullo es culpa, no mérito”. Judas baja la cabeza y calla. ■ Simón Zelote dice:
“Yo por el contrario pensé que aquel bocado de pescado, que esos bocados de pan los debía
desmenuzar para que llegaran. No dudé de que fuesen suficientes, ni como número, ni como
alimento. Una gota de agua que Tú das, puede ser más nutritiva que un banquete”. Pedro
pregunta a los primos de Jesús: “¿Y vosotros qué pensabais?”. Judas Tadeo dice gravemente:
“Nos acordamos de Caná... y no dudamos”. Jesús se dirige a Santiago: “Y tú, Santiago, hermano
mío, ¿pensabas sólo esto?”. Santiago de Alfeo: “No. Pensaba que podía ser un sacramento,
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como Tú me dijiste... ¿Es así o me equivoco?” (1). Jesús sonríe: “Es y no es. A la verdad que ha
dicho Simón, del poder de nutrición en una gota de agua, debe unirse tu pensamiento en
orden a una figura lejana. Pero todavía no se trata de un sacramento”. ■ El escriba se guarda
un mendrugo entre los dedos. Le preguntan: “¿Para qué lo quieres?”. Contesta: “Para...
recuerdo”. Pedro dice: “También yo tengo uno. Lo meteré en una bolsita que colgaré al cuello
de Marziam”. Juan: “Yo llevaré uno a nuestra mamá”. Los demás dicen apenados: “¿Y
nosotros? Nos comimos todo...”. Jesús: “Levantaos. Pasad nuevamente con los canastos y
recoged lo que haya sobrado. Separad de entre la gente a los más pobres y traedmelos aquí junto
con los canastos, y luego, id todos, discípulos míos, a las barcas, haceos a la mar e id a la llanura
de Genesaret. Yo despido a la gente después de favorecer a los más pobres, y luego os
alcanzaré”. Los apóstoles obedecen... y vuelven con doce canastos llenos de los restos; los
siguen una treintena de mendigos, o personas muy necesitadas. Jesús: “Está bien. Podéis iros”.
(Escrito el 7 de Septiembre de 1945).
·········································
1 Nota : Según esta Obra, Jesús y Santiago de Alfeo tuvieron un encuentro en el monte Carmelo y allí Jesús,
además de hacerle saber que sería cabeza de la Iglesia de Jerusalén, le había desvelado algunos pormenores de la
futura Iglesia y de los sacramentos.
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(<Jesús ha llegado al Campo de los Galileos, en Jerusalén, con los 12 apóstoles, para celebrar la fiesta de
los Tabernáculos. Previamente, desde Mágdala, había enviado a los 72 discípulos, una vez completada su
instrucción, con la orden de reunirse de nuevo todos en Jerusalén> ).
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4-279-338 (5-143-911).- Encuentro en el Campo de los Galileos con Lázaro, que viene, lleno
de gozo, a agradecer a Jesús el cambio misterioso obrado en su hermana Mará Magdalena.
* Campo de los galileos en el Monte de los Olivos.- ■ El famoso Campo de los Galileos --esto
me parece que significa la palabra usada por Jesús para señalar el lugar donde se encontraría con
los setenta y dos discípulos que envió delante de Él-- no es sino una parte del monte de los Olivos, más
apartado hacia el camino de Betania (es más, el camino pasa por ahí). Es también el lugar exacto en
que, en una visión ya lejana, vi que acampaban Joaquín y Ana con el entonces pequeño Alfeo, junto a otras
chozas de ramas, en la fiesta de los Tabernáculos que precedieron a la concepción de la Virgen. La cima
del monte de los Olivos es suave. Todo es suave en ese monte: las subidas, los panoramas, la cima.
Respira realmente paz, vestido como está de olivos y silencio. Ahora no, porque ahora es un verdadero
hormigueo de gente aplicada a hacer las chozas. Pero generalmente es un lugar de gran quietud,
de meditación. ■ A su izquierda, respecto a un observador que mire orientándose hacia el norte, hay
una leve depresión, y luego una nueva cima (aún menos cerrada que la del monte de los Olivos):
Aquí, en esta explanada, acampan los galileos. No sé si es por costumbre religiosa ya secular o si es
por orden de los romanos, con la finalidad de evitar choques con los judíos o con otros de otras regiones,
poco corteses con los galileos. No lo sé. Sí sé que ya veo a muchos galileos, entre los cuales a Alfeo de
Sara de Nazaret, a Judas, el anciano hacendado de la zona de Merón, al sinagogo Jairo, y a otros cuyo
nombre desconozco y venidos de Betsaida, Cafarnaúm y otras ciudades galileas. Jesús señala el
lugar que deberán ocupar para sus cabañas: justo en los límites orientales del campo de los Galileos.
Se ponen a construir las cabañas los apóstoles y algunos discípulos, entre los cuales están el sacerdote
Juan y el escriba Juan, el sinagogo Timoneo, más Esteban, Ermasteo, José de Emaús, Abel de Belén
de Galilea.
* “María, tu hermana, ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es
un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin reservas por este camino”.- ■ En
esto --mientras construyen las cabañas y Jesús habla con unos niños de Cafarnaúm que se han
ceñido en torno a Él y le están haciendo miles de preguntas y confiándole otras tantas--, por el
camino que viene de Betania, aparece Lázaro, junto con el inseparable Maximino. Jesús está
vuelto de espaldas y no le ve venir. En cambio el Iscariote sí le ve y avisa al Maestro, el cual deja
automáticamente a los niños y, sonriendo, se dirige hacia su amigo. Maximino se detiene para
dejar plena libertad a los dos en el primer momento de su encuentro. Lázaro recorre los últimos
metros, caminando con más dificultad que nunca, rápidamente en la medida de sus posibilidades,
con una sonrisa en la que tiemblan el sufrimiento en su boca y las lágrimas en sus ojos. Jesús abre
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los brazos y Lázaro cae sobre su corazón prorrumpiendo en un fuerte llanto. Jesús le
pregunta: “¡Pero hombre, amigo mío, ¿lloras todavía?!...” y le besa en la sien (es bastante más
alto que Lázaro --toda la cabeza--, y parece todavía más alto, porque Lázaro está inclinado en su
abrazo de amor y respeto). Levanta por fin la cabeza Lázaro y dice: “Lloro, sí. El año pasado te di
las perlas de mi triste llanto, justo es que recibas las perlas de mi llanto de alegría. ¡Maestro,
Maestro mío! Estimo que nada hay más humilde y santo que el llanto bueno... ■ y es lo que te doy,
para decirte «gracias» por mi María que ahora es enteramente una niña dichosa, serena, pura,
buena... ¡mucho más buena todavía que cuando era pequeña! Yo, que en mi orgullo de israelita fiel
a la Ley me sentía muy por encima de ella, ahora me siento muy pequeño, muy nada, respecto a
ella, que ya no es una criatura sino una llama de fuego, una llama santificadora. Yo... no llego a
entender dónde halla esa sabiduría, esas palabras, esas acciones que realiza y que edifican a toda la
casa. La miro como se mira un misterio. ¡¿Cómo, tanto fuego y tantas piedras preciosas podían estar
ocultas en tranquila convivencia bajo tanta corrupción?! Ni yo ni Marta subimos hasta donde ella
sube. ¿Cómo lo hace, si ha tenido rotas las alas por el vicio? No entiendo...”. Jesús: “Ni falta
que hace que entiendas. Basta con que entienda Yo. Pero te digo que María tiene las energías de su
ser orientadas hacia el Bien. Ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es
un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin reservas por este camino. Utiliza su
experiencia del mal para ser potente en el bien como lo fue en el mal; usando los mismos sistemas
de darse enteramente, que tenía en el pecado, se da toda a Dios. Ha comprendido la ley del «ama a
Dios con todo tu ser, con tu cuerpo y con tu alma, con todas tus fuerzas». Si Israel estuviera hecho de
Marías, si el mundo estuviera hecho de Marías, tendríamos en la tierra el Reino de Dios cual será en
el altísimo Cielo”. Lázaro: “¡Oh! ¡Maestro, Maestro! ¡Y es María de Magdala la que merece
estas palabras!...”. Jesús: “Es María de Lázaro, la gran amiga hermana del gran amigo mío. ■
¿Cómo habéis sabido que estaba aquí, si todavía mi Madre no ha ido a Betania?”. Lázaro: “Ha
venido, a marchas forzadas, el encargado de «Aguas Claras» y me ha dicho que ibas a venir. Todos
los días he mandado aquí a uno de la servidumbre. Hace poco ha vuelto diciendo: «Ha
llegado. Está en el campo galileo». Me he puesto en marcha inmediatamente...” . Jesús:
“Pero sufres mucho...”. Lázaro: “¡Mucho, Maestro! Estas piernas...”. Jesús: “¡Y has venido!
Habría ido Yo pronto...”. Lázaro: “Mi prisa, por manifestarte mi alegría, me atormentaba.
Hace meses que la tengo dentro. ¡Una carta! ¿Qué es una carta para decirte una cosa como ésta?
Ya no podía esperar más... ¿Vas a venir a Betania?”. Jesús: “Ciertamente. En cuanto termine la
fiesta”. Lázaro: “Te esperan con gran impaciencia... La griega... ¡Qué mente! Converso
mucho con ella, ávida de saber de Dios. Pero es muy culta... y yo, que no sé bien ciertas
cosas, debo ceder; haces falta Tú”. Jesús: “Iré. Ahora vamos con Maximino; luego, te ruego
que te consideres mi invitado. Mi Madre se alegrará al verte. Y podrás descansar. Dentro de
poco vendrá con el niño”. Y Jesús llega donde Maximino, el cual se arrodilla para saludarle.
(Escrito el 18 de Septiembre de 1945).
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--------------------000-------------------(<En el día de la fiesta de los Tabernáculos, Jesús acaba de salir del Templo después de haber dirigido allí
la palabra y celebrado la fiesta. Se encuentra con su Madre que, junto con otras mujeres, le estaban
esperando al pie de los muros>).
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4-281-355 (5-145-929).-Conductas de José y Simón, Cusa, Samuel son fuente de dolor para sus
allegados.
*María Cleofás llora por sus hijos (José y Simón), Juana por su marido Cusa, Analía por
su exprometido Samuel.- ■ Jesús está ahora hablando con su Madre --entre Sí y ella, tiene a
Marziam--, y le pregunta: “¿Me has escuchado, Madre?”. Virgen: “Sí, Hijo mío, y a la tristeza
de María Cleofás se ha unido la mía. Ella ha llorado poco antes de entrar en el Templo...”.
Jesús: “Lo sé, Madre; sé el motivo. No debe llorar, sólo orar”. Virgen: “¡Ora mucho! Las
noches pasadas, dentro de su cabaña, en el campo de los Galileos, entre sus hijos
dormidos, oraba y lloraba. La oía llorar a través de la pared delgada de los ramajes
adyacentes. ¡Ver a pocos pasos a José y a Simón, cercanos pero tan lejos!... ■ Y no es la
única que llora. Juana, que la ves tan serena, ha llorado en mi presencia...”. Jesús: “¿Por qué,
Madre?”. Virgen: “Porque Cusa... se comporta de una forma... inexplicable. Un poco la
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complace en todo, un poco la rechaza en todo; si están solos, donde nadie los ve, es el
marido ejemplar de siempre, pero si están con él otras personas --naturalmente de la
Corte-- se vuelve autoritario y despreciativo para con su mansa esposa. Ella no comprende
porqué...”. Jesús: “Te lo digo Yo. Cusa es siervo de Herodes. Entiéndeme, Madre: «Siervo».
Esto no se lo digo a Juana para no apenarla. Pero es así. Cuando no teme la reprensión y
el escarnio del soberano, es el buen Cusa; cuando tiene motivo para temerlos, deja de serlo”.
Virgen: “Es porque Herodes está muy irritado por Mannaén y...”. Jesús: “Es porque Herodes
ha perdido el juicio por el tardío remordi miento de haber cedido a las peticiones de
Herodías. Mas Juana tiene ya mucho bien en la vida. Debe, bajo la diadema, llevar su cilicio”.
■ Virgen:“Analía también llora...” (1). Jesús: “¿Por qué?”. Virgen: “Porque su prometido se está
poniendo contra Ti”. Jesús: “Que no llore. Díselo. Se trata de una resolución. Es bondad de
Dios. Su sacrificio conducirá de nuevo a Samuel al Bien. Por el mo mento esto la librará de
presiones para la celebración del matrimonio. Le prometí que la tomaría conmigo. ■ Me
precederá en la muerte...”. Virgen: “¡Hijo!...”. María, palideciendo, aprieta la mano de Jesús,
que le dice: “¡Mi querida Mamá! Es por los hombres. Ya lo sabes. Es por amor a los
hombres. Bebemos nuestro cáliz con buena voluntad, ¿no es verdad?”. María traga las
lágrimas y responde: “Sí”. (Un «sí» acongojado, verdaderamente desgarrador). (Escrito el 20 de
Septiembre de 1945).
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1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Analía.
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(<Jesús con los apóstoles y discípulos ha llegado a Betania. Aquí han llegado también José de Arimatea y
Nicodemo>).
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4-282-363 (5-146-938).- La delación al Sanedrín respecto a Ermasteo, Juan de Endor y Síntica.
* Jesús hará circuncidar a Ermasteo y respecto de los otros dos tomará las medidas
oportunas.- ■ Jesús sigue por el verde jardín hasta el pórtico que precede a la casa y entra
luego en una sala donde los sirvientes estás preparando para ofrecer refrigerio a los recién
llegados y ayudarlos en las purificaciones de antes de la comida. Todas las mujeres se retiran.
Jesús se queda con los apóstoles en la sala. Juan de Endor con Ermasteo van a la casa de Simón
Zelote para dejar los fardos que se han cargado. José de Arimatea pregunta: “¿Ese joven que ha
salido con Juan el bizco, es el filisteo que aceptaste?”. Jesús: “Sí, José. ¿Cómo lo supiste?”.
José: “Maestro... Nicodemo y yo llevamos ya algunos días preguntándonos cómo es que lo
sabemos, y cómo es que lo saben los otros del Templo, por desgracia. Lo cierto es que lo
sabemos. Antes de los Tabernáculos, en la sesión que precede a las fiestas, algunos fariseos
dijeron que sabían exactamente que a tus discípulos se habían unido un filisteo incircunciso y
una pagana, además de... --perdona, Lázaro-- las pecadoras conocidas y desconocidas, y de los
colaboradores de impuestos --perdona Mateo, hijo de Alfeo--, y los galeotes. ■ Por lo que se
refiere a la pagana, que en este caso sin duda es Síntica, se comprende que se pueda saber, o,
por lo menos, adivinar. El jaleo que armó el romano no fue para menos, y se convirtió en tema
de carcajadas entre los de su ambiente y entre los judíos... incluso porque se fue, quejoso y
amenazador al mismo tiempo, a buscar por todas partes a su fugitiva. E importunó incluso a
Herodes, porque decía que se había escondido en casa de Juana y que el Tetrarca debía ordenar
a su mayordomo que se la entregase. Ahora bien, que, entre tantas personas como te siguen, se
sepa que uno es filisteo e incircunciso, y otro un galeote... es extraño, muy extraño. ¿No te
parece?”. ■ Jesús: “Sí y no. Voy a tomar medidas oportunas para Síntica y para el galeote”.
José: “Sí. Harás bien en alejar sobre todo a Juan. No está bien entre tus seguidores”. Jesús
pregunta severamente: “José, ¿te has vuelto también fariseo?”. José: “No... Pero...”. Jesús:
“¿Debería Yo, arrastrado por un estúpido escrúpulo del peor fariseísmo, humillar un alma que se
ha regenerado? No. No lo haré. Pensaré en su tranquilidad. En la suya, no en la mía. Vigilaré
por su formación, como velo por la del inocente Marziam. ¡En verdad que no hay diferencia en
la ignorancia espiritual de uno y otro! El uno dice, por vez primera, palabras de sabiduría porque
Dios ya le ha perdonado, porque ha renacido ya en Dios, porque Dios le ha estrechado a su
corazón. El otro las dice porque, al pasar de una niñez abandonada a una adolescencia por la que
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vela el amor humano, además del de Dios, abre su alma como una corola al sol, y el Sol le
ilumina con su propia Luz; su Sol: Dios. El primero se aproxima a decir sus últimas palabras...
¿No veis con vuestros ojos que se está consumiendo de penitencia y de amor? ■ ¡Oh! Cómo me
gustaría tener muchos Juanes de Endor en Israel y entre mis siervos. Quisiera que también tú,
José y tú, Nicodemo, tuvieseis su corazón y sobre todo que lo tuviese su delator, esa abyecta
víbora que se oculta bajo el manto de amigo y que hace de espía, antes de convertirse en
asesino; esa víbora que envidia las alas del pájaro, y que agazapada espera poder quitárselas y
meterle en la cárcel. ¡Ah! ¡No! El ave está ya para transformarse en ángel. Y aunque la víbora
pudiese --cosa que no podrá-- arrancarle las alas, éstas se transformarían en su viscoso cuerpo
en alas de demonio. Todo delator es ya un demonio”. Pedro exclama: “¿Pero dónde está ese tal?
Decídmelo para que pueda al punto arrancarle la lengua”. Judas de Alfeo: “Harías mejor en
arrancarle los dientes del veneno”. Iscariote secamente afirma: “No, hombre, no ¡Mejor
estrangularle! Así no hará otra vez mal a nadie. Son seres que pueden dañar siempre...”. ■ Jesús
fija en él sus ojos y termina: “... y mentir. Pero nadie debe hacerle daño. No merece la pena que,
por ocuparse de la víbora, se deje perecer al ave. Con respecto a Ermasteo, Yo voy a estar aquí
un tiempo, en la casa de Lázaro precisamente, para su circuncisión; él acepta, por amor a Mí y
para evitar persecuciones de las estrechas mentes hebreas, la religión santa de nuestro pueblo.
No es sino un paso de las tinieblas a la luz. Y no es necesario para que un corazón reciba la luz.
De todas formas, lo voy a permitir para calmar la susceptibilidad de Israel y para mostrar que el
filisteo tiene verdadera voluntad de llegar a Dios. Pero Yo os digo: en el tiempo del Cristo no
es necesario esto para pertenecer a Dios. Basta la voluntad y el amor, basta la rectitud de
conciencia. ¿Y dónde vamos a circuncidar a la griega? ¿En qué punto de su espíritu, si por sí
sola ha sabido experimentar a Dios mejor que otros muchos de Israel? En verdad, entre los
presentes muchos son tinieblas respecto a los que despreciáis como tinieblas. De todos modos,
el delator y vosotros, sanedritas, podéis informar a quien haya que hacerlo, que, a partir de hoy
mismo, el escándalo está eliminado”. Iscariote: “¿Para quién? ¿Para los tres?”. Jesús: “No,
Judas de Simón. Para Ermasteo. Pensaré en los otros dos. ¿Tienes algo más que preguntar?”.
Iscariote: “No, Maestro”. ■ Jesús: “Ni yo tampoco tengo algo que añadir. Os pregunto a todos
que me digáis, si lo sabéis, qué pasó con el dueño de Síntica”. Lázaro dice: “Pilatos le ha
devuelto a Italia en la primera nave que se le presentó, para no tener querellas con Herodes y
con los Hebreos en general. Pilatos está atravesando por momentos difíciles...”. Jesús: “¿Es
segura la noticia?”. Lázaro: “Puedo comprobarlo, si lo quieres, Maestro”. Jesús: “Sí, hazlo, y
luego me dirás la verdad”. Lázaro: “Pero en mi casa Síntica está igualmente segura”. Jesús:
“Lo sé. También Israel defiende a una esclava, fugitiva de un dueño extranjero y cruel. Pero
quiero saberlo”. ■ Pedro dice: “Yo quisiera saber quién es el delator, el informador, el doloso
espía de los fariseos...y --esto se puede saber y lo quiero saber-- quiénes son los fariseos
delatores. Que salgan los nombres de los fariseos y de su ciudad. Me refiero a los fariseos que
han hecho la bonita obra de informar, --previa traición de uno de nosotros, porque solo nosotros
sabemos ciertas cosas, nosotros, discípulos viejos y nuevos-- de informar al Sanedrín sobre las
cosas que hace el Maestro, cosas que son completamente justas; pero hay un demonio que dice
y piensa lo contrario, y...”. Jesús: “Y basta, Simón de Jonás. Te lo ordeno”. Pedro: “Yo, yo
obedezco, aun a costa de que me revienten las venas del corazón por el esfuerzo. En todo caso,
la alegría de hoy se perdió...”. Jesús: “¡No! ¿Por qué? ¿Ha cambiado algo entre nosotros? ¿Y
entonces? ¡Oh, Simón mío! Ven aquí a mi lado y hablemos de lo que es bueno...”. Lázaro dice:
“Nos acaban de decir que es hora de la comida, Maestro”. Jesús: “Vamos, ya...”. (Escrito el 21
de Septiembre de 1945).
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4-284-371 (5-148-947).- Cuatro apóstoles: Iscariote, Tomás, Felipe y Bartolomé se quedarán en
Judea.- Iscariote protesta.
* La casita donada por Salomón el barquero (1) suscita una controversia de Iscariote.- ■
Jesús regresa con sus discípulos después de una gira apostólica por los alrededores de Betania.
Debe de haber sido corta, porque no traen ni siquiera las alforjas de los alimentos. Vienen
hablando entre ellos. Dicen: “Fue una idea buena la de Salomón el barquero. ¿No crees,
Maestro?”. Jesús: “Sí. Fue una buena idea”. Naturalmente, Iscariote, que no es del mismo
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parecer, dice: “No veo mucho de bueno en esa cosa. Nos ha dado lo que ya a él, que es
discípulo, no le sirve. No hay motivo para alabarle...”. Zelote dice serio: “Una casa siempre
viene bien”. Iscariote: “Si fuera como la tuya. Pero ¿qué es? ¡Una casucha malsana!”. Zelote
replica: “Eso es todo lo que tiene Salomón”. Pedro dice: “Y de la misma forma que él allí se ha
hecho viejo sin enfermedades, podremos ir de vez en cuando nosotros. ¿Qué quieres? ¿Qué
todas las casas sean como la de Lázaro?”. Iscariote: “No quiero nada. No veo la necesidad de
este regalo. Cuando se fuera a ese lugar, se podría estar en Jericó. No hay más que unos cuantos
estadios de distancia. Y para unos como nosotros, que parecemos gente perseguida, obligados a
caminar siempre, ¿unos cuantos estadios qué es?”. ■ Antes de que la paciencia de los otros se
acabe, como ya se deja entrever, interviene Jesús: “Salomón, en proporción a sus riquezas, ha
dado más que nadie. Porque ha dado todo. Lo ha dado por amor. Lo ha dado para
proporcionarnos un cobijo en caso de que nos coja la lluvia en esos lugares poco hospitalarios, o
en caso de una crecida del río, y, sobre todo, en caso de que la mala voluntad de los judíos se
haga tan fuerte que sea aconsejable interponer entre ella y nosotros el río. Esto por lo que se
refiere al regalo. A Mí me ha causado una gran alegría que, un discípulo pobre y vulgar, pero
muy fiel y lleno de voluntad, haya llegado a esta generosidad, que muestra a las claras que tiene
deseo de ser siempre mi discípulo. En verdad estoy viendo que muchos discípulos, con las
pocas lecciones que les di, os superan a vosotros, que tantas habéis escuchado. ■ Vosotros no
me sabéis sacrificar, tú especialmente, ni siquiera eso que no os cuesta nada: el juicio personal.
Tú te conservas terco en tu modo de pensar, y nada te puede doblar”. Iscariote se defiende: “Tú
dices que la lucha contra uno mismo es la más difícil...”. Jesús: “¿Y con esto quieres darme a
entender que me equivoco diciendo que no cuesta nada? ¿O no es así? Tú has comprendido muy
bien lo que he querido decir. Para el hombre --y verdaderamente eres un auténtico hombre-solo tiene valor lo que puede venderse o comprarse. El «juicio personal» no se vende ni se
compra con dinero. A no ser que... a no ser que uno se venda a alguien esperando alguna
utilidad. Un comercio ilícito, semejante al que el alma contrae con Satanás. Es más, mayor;
porque además de al alma, abraza también al pensamiento, o juicio, o la libertad del hombre,
llámala como quieras. Existe también esta clase de desgraciados. Mas no pensemos en ellos por
el momento. Elogié a Salomón porque veo todo el bien que hubo en su acción. Y basta con
ello”.
* Iscariote protesta porque esta vez Jesús le ordena quedarse en Judea.- ■ Un momento de
silencio; luego Jesús continua hablando: “Dentro de pocos días Ermasteo estará en disposición
de caminar sin ningún perjuicio. Yo voy a volver a Galilea, pero no vendréis todos conmigo.
Una parte se quedará en Judea y luego volverá arriba con los discípulos judíos, de forma que
estemos todos juntos para la fiesta de las Luces”. Los otros apóstoles dicen ente sí: “¿Tanto
tiempo? ¡Oh no! ¿Y a quién le tocará?”. Jesús escucha el murmullo y dice: “Tocará a Judas de
Simón, a Tomás, a Bartolomé y a Felipe. Pero no he dicho que haya que estar en Judea hasta la
fiesta de las Luces. Incluso quiero que recojáis o aviséis a los discípulos para que estén para la
fiesta de las Luces. Por esta razón ahora iréis a buscarlos. Los reunís y los avisáis, y, mientras,
les ponéis atención y los ayudáis. Luego seguiréis mis pasos, trayendo con vosotros a los que
hayáis encontrado; para los otros, dejáis dado el aviso de que vengan. En estos momentos
tenemos ya amigos en los lugares principales de Judea. Nos harán este favor de avisar a los
discípulos. Después en el camino de regreso hacia Galilea, por la Transjordania, y sabiendo que
Yo iré por Gerasa, Bozra, Arbela, hasta Aera, vais recogiendo a todos los que a mi paso no se
hayan atrevido a manifestar su petición de doctrina o milagro y que luego hayan lamentado el
no haberlo hecho. Los traeréis a Mí. Me quedaré en Aera hasta vuestra llegada”. ■ Iscariote:
“Entonces convendría salir en seguida”. Jesús: “No. Partiréis al caer de la tarde del día antes de
mi partida. Iréis donde Jonás (2), al Getsemaní. Allí estaréis hasta el día siguiente y luego
saldréis para Judea. De este modo podrás ver a tu mamá y ayudarle en estos tiempos de
contratos comerciales”. Iscariote: “Ya hace años que ha aprendido a arreglárselas por sí sola”.
Pedro le pregunta con sorna: “¿No te acuerdas que el año pasado le eras indispensable para la
vendimia?”. Judas se pone colorado como una rosa. Su cara se afea con la ira y la vergüenza,
pero Jesús se adelanta a cualquier respuesta. Dice: “Un hijo siempre sirve para ayudar a su
madre y para consolarla. Después, hasta Pascua, no la verás otra vez. Por esto vete a hacer lo
que te digo”. ■ Judas no replica ya a Pedro, pero descarga su rabia contra Jesús: “Maestro,
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¿sabes qué debo decirte? Que me da la impresión de que quieres deshacerte de mí; al menos
alejarme, porque tienes sospechas, porque injustamente me crees culpable de algo, y porque me
faltas a la caridad, porque...”. Jesús ordena: “¡Judas! ¡Basta! Podría decirte muchas cosas. Tan
solo te digo: «Obedece». Jesús es majestuoso cuando pronuncia esta palabra. Alto, con ojos que
centellean, con severo rostro... Infunde respeto. Judas se atemoriza. Se pone detrás de todos,
mientras Jesús, se pone a la cabeza, solo. Entre ambos, el grupo enmudecido de los apóstoles.
(Escrito el 23 de Septiembre de 1945).
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1 Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Salomón, el barquero.
2 Nota : Jonás es el custodio de la casa del Getsemaní, propiedad de Lázaro.
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(<Jesús y Lázaro, a petición de Jesús, han llegado a un lugar determinado, fuera de Betania y de la
presencia de la gente, en el carro de Lázaro>).
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4-285-374 (5-149-951).- Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica.
* “Una persecución se ha desencadenado contra ellos”.- ■ Jesús le dice: “Lázaro, necesito
mandar lejos a Juan de Endor y a Síntica. La prudencia, como ves, lo aconseja, y también la
caridad. Tanto para él como para ella sería una prueba dolorosa, un dolor inútil, el tener noticia
de la persecución que se ha desencadenado contra ellos... y que podría --al menos para uno-provocar sorpresas muy amargas”. Lázaro. “En mi casa...”. Jesús: “No. Ni siquiera en tu casa.
No los tocarían materialmente, quizás, pero sí los humillarían moralmente. El mundo es cruel.
Destroza a sus víctimas. No quiero que se pierdan así estas dos buenas fuerzas. Por tanto, de la
misma forma que un día junté al anciano Ismael con Sara (1), ahora voy a juntar a mi pobre Juan
con Síntica. Quiero que muera en paz, y que no esté solo, y que lleve consigo la ilusión de que
se le manda a otras partes no porque es el «el ex galeote», sino porque es el discípulo prosélito
que puede ir a otras regiones para predicar al Maestro. Síntica le ayudará... Síntica es una gran
persona y será una gran fuerza en y para la Iglesia futura. ■ ¿Me puedes aconsejar a dónde
mandarlos? No a Judea, ni a Galilea, ni siquiera a la Decápolis, a los lugares a los que voy yo, y
conmigo los apóstoles y discípulos, no. Al mundo pagano tampoco. ¿Dónde entonces? ¿Dónde,
de forma que sean útiles y estén seguros?”. Lázaro: “Maestro... yo... ¡Aconsejarte yo a Ti...!”.
Jesús: “No, no. Habla. Tú me amas, no traicionas, amas a quienes amo Yo, no eres restringido
de mente como otros”. Lázaro: “Yo... Sí. Te aconsejaría que los mandes a uno de los lugares
donde tengo amigos. A Chipre o a Siria. Elige Tú. En Chipre tengo personas de confianza. ¡Y
en Siria... bueno!... Tengo todavía alguna pequeña casa, custodiada por un administrador fiel,
más fiel que un ovejita. ¡Nuestro viejo Felipe! Por mí hará lo que le diga. Y, si me lo permites,
ellos, estos a quienes Israel persigue y Tú estimas, podrán considerarse desde ahora huéspedes
míos, seguros en la casa... ¡Oh, no es un palacio! En esa casa vive solo Felipe con un nieto que
se ocupa de los jardines de Antigonia, los amados jardines de mi madre; los hemos conservado
para recuerdo de ella. Había llevado a esos jardines las plantas de esencias exóticas de sus
jardines judíos.. ¡La madre mía!... ¡Con ellas, cuánto bien hacía a los pobres!... Eran su secreta
propiedad.. Mi madre... Maestro, pronto iré a decirle: «Alégrate, madre buena. El Salvador está
en la Tierra». Te esperaba...”. Dos hilos de llanto, aparecen en el rostro doliente de Lázaro.
Jesús le mira y sonríe. ■ Lázaro recobra los ánimos: “Pero, hablemos de Ti. ¿Te parece un buen
lugar?”. Jesús: “Me parece un buen lugar. Una vez más te doy gracias, por Mí y por ellos. Me
quitas un gran peso...”. Lázaro: “¿Cuándo se marchan? Lo pregunto para preparar una carta para
Felipe. Diré que son dos amigos míos de aquí, necesitados de paz. Será suficiente”. Jesús: “Sí.
Será suficiente. Pero, te ruego que ni siquiera el aire sepa nada de esto. ¡Ya lo ves! Me
espían...”. Lázaro: “Lo veo. No lo hablaré ni siquiera con mis hermanas. ■ Pero, ¿cómo piensas
llevarlos allí? Tienes contigo a los apóstoles...”. Jesús: “Ahora subo hasta Aera sin Judas de
Simón, Tomás, Felipe y Bartolomé. Entretanto, instruiré lo mejor que pueda a Síntica y a Juan...
para que vayan con una buena provisión de Verdad. Luego bajaré al Merón y de allí a
Cafarnaúm. Y allí... y allí enviaré otra vez a los cuatro, con otras misiones; entonces haré que
partan para Antioquía los dos. A esto me veo obligado...”. Lázaro: “A tener que temer de los
tuyos. Tienes razón... Maestro, sufro viéndote afligido...”. Jesús: “Pero tu buena amistad me
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conforta mucho... ■ Lázaro, gracias.. Pasado mañana me marcho y me llevo a tus hermanas.
Necesito muchas discípulas para que entre ellas se pierda Síntica. Viene también Juana de Cusa.
De Merón irá a Tiberíades, porque va a pasar el invierno allí. Así lo ha dispuesto el marido
porque la quiere tener cerca, porque Herodes va a volver a Tiberíades una temporada”. Lázaro:
“Se hará como Tú deseas. Mis hermanas son tuyas, como lo soy yo, y mis casas, mis criados,
mis bienes. Todo es tuyo, Maestro. Utilízalo para el bien. Te prepararé la carta para Felipe. Es
mejor que te la dé en tus manos”. Jesús: “Gracias, Lázaro”. ■ Lázaro: “Es todo lo que puedo
hacer... Si estuviera sano, iría... Cúrame, Maestro, y voy”. Jesús: “No, amigo. Tengo necesidad
de ti así como estás”. Lázaro: “¿A pesar de que no hago nada?”. Jesús: “Aún así. ¡Oh, mi
Lázaro!” y Jesús le abraza y besa...
* Lázaro pide a Jesús deshacerse de Iscariote porque tiene miedo de él, no ama a Jesús.
Es sensual y ambicioso.- ■ Suben de nuevo al carro y regresan. Ahora es Lázaro quien está
muy silencioso y pensativo. Jesús le pregunta la razón. Lázaro: “Pienso que pierdo a Síntica.
Me atraían su ciencia y su bondad...”. Jesús: “La gana Jesús...”. Lázaro: “Es verdad. Es verdad.
¿Cuándo te voy a volver a ver, Maestro?”. Jesús: “Para la primavera”. Lázaro: “¿Hasta la
primavera? No. El año pasado estuviste en mi casa para las Encenias...”. Jesús: “Este año voy a
complacer a los apóstoles. Pero para el otro año estaré mucho contigo. Te lo prometo”. ■
Betania aparece bajo el sol de octubre. Están ya casi llegando, cuando Lázaro para el caballo
para decir: “Maestro, bueno será que te deshagas del hombre de Keriot. Tengo miedo de él. No
te ama. No me gusta. Nunca me ha gustado. Es sensual y ambicioso. Por eso puede cometer
cualquier pecado. Maestro, es él el que te ha denunciado...”. Jesús: “¿Tienes pruebas?”. Lázaro:
“No”. Jesús: “Pues entonces no juzgues. No eres experto en tus juicios. Acuérdate de que
juzgabas del todo perdida a tu María... No vayas a decir que es mérito mío. Ella fue la primera
en buscarme”. Lázaro: “Eso también es verdad. Pero, en fin, desconfía de Judas”. Poco después
entran en el jardín... (Escrito el 24 de Septiembre de 1945).
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1 Nota : Se trata del anciano Ismael, un mendigo de 80 años, abandonado por su hija, y de Sara, una viuda y
mendiga que, a causa de su enfermedad que se manifestaba por fiebres y temblores, se hallaba impedida para el
trabajo. Curada por Jesús, vinculada a Simeón como hija, ambos, Simeón y Sara, fueron acogidos por Lázaro en su
casa a petición de Jesús.
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(<Sumario de un viaje por la Decápolis.-Jesús ha dejado Betania y se ha trasladado a la Transjordania.
Marchan formando, con Jesús y María como cabezas, una gran familia. Unidas en grupo con María van -solo falta Analía-- las tres Marías --Magdalena, María de Alfeo, María Salomé-- además Marta, Juana,
Susana, Elisa, Marcela, Sara y Síntica. Agrupados en torno Jesús están los 8 apóstoles además de Juan de
Endor, Ermasteo, Timoneo. Y Marziam que, brincando como un corderito, va de grupo en grupo. Uno de
los propósitos del viaje es el que ya manifestó Jesús a Lázaro en el episodio anterior 4-285-374: “instruir
a fondo a Síntica y a Juan de Endor, para que vayan con una buena provisión de Verdad” a su próximo
destino: Antioquía. ■ En la primera jornada se encuentra con un mercader, Alejandro Misace, que viaja,
en viaje de negocios, provisto de una grande y rica caravana y de hombres bien armados, con los que
Jesús ha hablado antes mientras daban de beber a sus animales en los pilones de una plaza. El mercader
ha aceptado muy amablemente la compañía de Jesús y toda su comitiva pues como cuenta: “Estaba yo en
el Patio de los Paganos, hace días, y, más que verte, porque soy pequeño, te he escuchado. Dices que eres
el Mesías. Bien, yo te protejo a Ti y Tú me proteges a mí. Llevo un cargamento de mucho valor”. ■ Jesús,
por su parte, ve que esta caravana “es cosa providencial por estos montes, llevando mujeres con
nosotros”. Y así emprenden el recorrido por las ciudades de Ramot, Gerasa, Bozra evangelizando los
lugares visitados e instruyendo a toda su comitiva y sobre todo a Síntica y Juan de Endor, e incluso al
mercader Misace. Jesús acaba de despedirse de la gente de Bozra después de haberlos deslumbrado con
su palabra y milagros>).
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4-293-429 (5-157-1007).- Regalo de despedida a Alejandro Misace: el don de la fe.- Anuncio de
despedida para las mujeres.
* “Santifica tu alma para que tu Fe no sea en ti un don inerte”.- ■ Alejandro Misace dice a
Jesús: “Los de Bozra y de todos estos pueblos tienen de Ti un recuerdo espléndido...”. Jesús
pregunta su Madre: “Madre, ¿y tú que dices?”. Virgen: “Te bendigo, Hijo. Por mí y por ellos”.
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Jesús: “Y tu bendición me acompañará hasta que nos volvamos a reunir”. ■ Pedro: “¿Por qué
dices eso, Señor? ¿Es que las mujeres nos dejan?”. Jesús: “Sí, Simón. Mañana, cuando el sol
despunte, Alejandro parte para Aera. Iremos con él hasta el camino de Arbela, luego le
dejaremos... con dolor... créeme, Alejando Misace, tú que has sido un amable guía del
Peregrino. Te recordaré siempre, Alejandro...”. La emoción se transparenta en el anciano. Está
saludando con los brazos cruzados, con gran reverencia, a la manera oriental, un poco inclinado,
frente a Jesús. Mas al oír estas palabras, dice: “Sobre todo acuérdate de mí cuando estés en tu
Reino”. Jesús: “¿Lo deseas, Misace?”. Alejandro: “Sí, Señor mío”. Jesús: “También Yo deseo
una cosa de ti”. Alejandro: “¿Cuál, Señor? Si puedo te la daré; aunque fuera la cosa más
preciosa que poseo”. Jesús: “Es la más preciosa. Quiero tu alma. Ven a Mí. Te dije cuando
empezábamos a viajar juntos que esperaba hacerte un regalo al final. Es la fe. ¿Crees en Mí,
Misace?”. Alejandro: “Creo, Señor”. Jesús: “Entonces santifica tu alma para que la Fe no sea
en ti no sólo un don inerte, sino hasta dañoso”. Alejandro: “Mi alma es vieja. Pero me
esforzaré en hacerla nueva. Señor, soy un viejo pecador. Absuélveme y bendíceme para que
empiece desde ahora una nueva vida. Llevaré conmigo tu bendición como mi mejor escolta en
mi camino hacia tu Reino... ■ ¿Nos volveremos a ver, Señor?”. Jesús: “En esta tierra, jamás.
Pero oirás hablar de Mí y tu fe aumentará, porque no te dejaré sin evangelización, sin que te
hablen de Mí. Adiós, Misace. Mañana tendremos muy poco tiempo para despedirnos.
Hagámoslo ahora, antes de que comamos juntos por última vez”. Le abraza y le da el beso de
paz. También los apóstoles y discípulos le imitan. Las mujeres saludan todas juntas. Misace casi
se arrodilla delante de María y le dice: “Tu luz de cándida estrella matinal brille en mi
pensamiento hasta la muerte”. Virgen: “Hasta la Vida, Alejandro. Ama a mi Hijo y me amarás,
y yo te amaré”. Simón Pedro pregunta: “¿Pero de Arbela vamos a ir a Aera? Tengo miedo de
que nos coja el mal tiempo. Mucha niebla... hace tres días que baja al alba y al atardecer...”.
Alejandro explica: “Porque aquí hemos descendido. ¿No te perece que hemos bajado mucho?
De todas formas es así. A partir de mañana subirás hacia los montes de la Decápolis y no
tendrás nieblas”. Pedro: “¿Hemos bajado? ¿Cuándo? Era camino llano...”. Alejandro: “Sí, pero
en continua bajada. ¡Tan suave que no se advierte! ¡Pero por millas y millas!...”. ■ Pedro:
“¿Cuánto tiempo estaremos en Arbela?”. Jesús dice resueltamente: “Tú, Santiago y Judas, ni
siquiera una hora”. Pedro: “Yo... Santiago y Judas... ¿ni siquiera una hora? ¿Y a dónde voy, si
no estoy con todos vosotros?”. Jesús: “A otro lugar. Hasta las tierras que custodia Cusa.
Acompañarás con los otros a mi Madre y a las mujeres hasta allí. Luego seguirán solas con los
servidores de Juana, y vosotros volveréis y os reuniréis conmigo en Aera”. Pedro: “¡Oh Señor,
me castigas porque estás enojado conmigo!... ¡Cuánto dolor me causas, Señor!”. Jesús: “Se
siente castigado quien tiene la conciencia de culpa, Simón. Esta conciencia de culpa, y no el
castigo en sí mismo, debe producir dolor. Pero no creo que sea un castigo el acompañar a mi
Madre y a las discípulas en el camino de regreso”. Pedro:“¿Pero no sería mejor que vinieras Tú
también con nosotros? Deja Aera, y estos lugares, y ven con nosotros”. Jesús: “He prometido
que iría e iré”. Pedro: “Pues entonces voy también yo”. Jesús: “Tú obedece como hacen mis
hermanos sin protestar”. Pedro: “¿Y si encuentras fariseos?”. Jesús: “Ciertamente no eres tú el
más indicado para convertirlos. Pero precisamente porque los voy a encontrar es por lo que
quiero que tú, con Santiago y Judas, os separéis antes de Arbela con las mujeres y con Juan de
Endor y Marziam”. Pedro: “¡Ah!... ¡Entiendo! Bien”. ■ Jesús se vuelve a las mujeres y las
bendice, una a una, dándole a cada una unos conejos apropiados. La Magdalena, al agacharse a
besar los pies de su Salvador, pregunta: “¿Te voy a ver antes de volver a Betania?”. Jesús: “Sin
duda, María. Para Etanim estaré en el lago”. (Escrito el 2 de Octubre de 1945).
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4-294-431 (5-158-1009).- Despedida en Bozra a la Madre y discípulas, Juan de Endor y
Marziam.- La rica dádiva del mercader.
* Despedida del mercader.- ■ La veneración de Misace se pone de manifiesto la mañana
siguiente ofreciendo los camellos para recorrer los primeros kilómetros de camino. Ha dispuesto
que se coloque la carga de forma que los inexpertos en caminar sobre los lomos de estos
animales los encuentren cómodos. Es realmente cómico el ver emerger de entre bultos y cajas
las cabezas morenas o rubias, con sus cabellos largos hasta las orejas en el caso de los hombres,
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o con las trenzas que se asoman por debajo de los velos de las mujeres. A veces el viento de la
carrera, porque los camellos van deprisa, levanta estos velos y brillan al sol los cabellos de oro
de María de Magdala, o los suavemente rubios de María Stma, las cabezas morenas o negras
cual azabache de Juana, Síntica, Marta, Marcela, Susana y Sara; mientras las cabezas canas de
Elisa, Salomé y María de Cleofás parecen como si las hubieran regado con polvo de plata bajo
el ardiente sol que los hace resplandecer. Los hombres van con destreza en el nuevo medio de
transporte, y Marziam ríe feliz. Se constata que la afirmación del mercader era verdadera
cuando, volviéndose se ve allá abajo Bozra con sus torres y sus altas casas en medio de un
dédalo de estrechas calles. Al noroeste se presentan leves colinas. Es por la base de estas colinas
por donde avanza el camino que lleva a Aera. ■ En esta base es donde se detiene la caravana
para que bajen los peregrinos, y darse el adiós. Los camellos se arrodillan, con su cabeceo muy
sensible, que hace gritar a más de una mujer. Me doy cuenta ahora de que las mujeres habían
sido prudentemente aseguradas a las sillas con ligaduras. Bajan, un poco aturdidas de tanto
balanceo, pero descansadas. Baja también Misace, que había llevado en su silla a Marziam, y,
mientras los camelleros colocan de nuevo la carga en su forma habitual, se acerca a Jesús para
una nueva despedida. Jesús: “Gracias, Misace. Nos has ahorrado mucha fatiga y mucho
tiempo”. Misace: “Sí. En una hora escasa hemos recorrido más de veinte millas. Los camellos
tienen patas largas, y, aunque no tienen un dulce caminar, espero que no hayan sufrido
demasiado las mujeres”. Todas las mujeres confirman que están descansadas y sin
padecimientos. Misace: “Ya estáis solo a seis millas de Arbela. Que el cielo os acompañe y os
dé un camino ligero. Adiós, mi Señor. Permíteme que bese tus pies santos. Me alegro de haberte
encontrado, Señor. Acuérdate de mí”. Misace besa los pies de Jesús y luego sube de nuevo a la
silla; su crr crr hace alzar a los camellos... y la caravana parte al galope por el camino llano,
entre nubes de polvo. Pedro dice: “Es un hombre bueno. Estoy todo magullado, pero en
compensación los pies han descansado. ¡Pero qué bamboleos!¡Mucho más que una tempestad
de tramontana en el lago! ¿Os reís? No tenía almohadones como las mujeres. ¡Viva mi barca!
Sigue siendo la cosa más limpia y segura. Y ahora vamos a cargar con las alforjas y nos
ponemos en marcha”...
* Despedida a las mujeres, a Marziam y Juan de Endor.- Magdalena se hace cargo de la
venta de las joyas del mercader Misace.- ■ Pronto están en la llanura de Arbela. Andan
todavía un rato; luego Jesús se para y dice: “Ha llegado la hora de la separación. Vamos a comer
juntos y luego nos separemos. Ésta es la bifurcación de Gadara. Vosotros tomaréis ese camino.
Es el más corto. Antes del anochecer podréis estar ya en las tierras custodiadas por Cusa”. No se
ve mucho entusiasmo, pero... se obedece. ■ Mientras están comiendo, Marziam dice: “Entonces
también es el momento de darte esta bolsa. Me la ha dado el mercader cuando iba en la silla con
él. Me ha dicho: «Se la darás a Jesús antes de separarte de Él, y le dirás que me ame como te
ama a ti». Aquí está. Aquí entre la ropa me pesaba. Parece llena de piedras”. Todos se muestran
ansiosos: “¡A ver! ¡A ver! ¡El dinero pesa!”. Jesús desata los cordones de cuero que mantienen
cerrada la bolsa de piel de gacela -- según creo, porque parece gamuza-- y vuelca su contenido
en su regazo. Ruedan monedas, pero son los menos; caen también muchos saquitos de levísimo
lino cendalí; saquitos atados con un hilo. A través del ligerísimo lino se transparentan hermosos
colores, y el sol parece encender en esos saquitos una pequeña hoguera, como brasas bajo
cenizas. “¿Qué es? ¿Qué es? Desátalos, Maestro”. Todos están inclinados hacia Él, que, muy
tranquilamente, desata el nudo del primer saquito de dorado fuego: topacios de distintas
dimensiones, todavía sin labrar, resplandecen libres bajo el sol. Otro saquito: rubíes, gota de
sangre cuajada. Otro: verde sonrisa de esmeraldas. Otro: láminas de cielo de zafiros puros. Otro:
resplandor negro de ónices. Otro: índigo morado de berilos... Y así doce saquitos. En el último,
el más pesado, todo él en un resplandor de oro de crisólitos, un pequeño pergamino: “Para tu
Racional de verdadero Pontífice y Rey”. El regazo de Jesús se ha transformado en un diminuto
prado sembrado de luminosos pétalos... Los apóstoles hunden sus manos en esta luz hecha de
materia multicolor. Están asombrados... Pedro murmura: “¡Si estuviera Judas de Keriot!...”.■
Jesús pide un trozo de tela para hacer un único saquito de las piedras, y, mientras los
comentarios continúan, piensa. Los apóstoles dicen: “¡Era muy rico ese hombre!”. Y Pedro
hace reír a los demás diciendo: “Hemos venido trotando sobre un trono de gemas. No pensaba
que estaba encima de semejante esplendor. ¡Pero, si hubiera sido más mullido!...¿Qué piensas
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hacer de ellas?”. Jesús: “Las voy a vender para los pobres” alza los ojos y, sonriendo, mira a las
mujeres. Pedro: “¿Y dónde encuentras aquí el joyero que te compre esto?”. Jesús: “¿Dónde?
Aquí. Juana, Marta y María, ¿compráis mi tesoro?”. Las tres mujeres, sin siquiera consultarse
entre sí, dicen: “Sí” con todas las ganas. Pero Marta añade: “Aquí tenemos poco dinero”. Juana:
“¿Cuánto quieres, Señor?”. Jesús: “Para Mí nada, para mis pobres mucho”. Magdalena dice:
“Dámelas. Mucho tendrás”, y coge la bolsa y se la mete en el seno. Jesús se queda solo con las
monedas. ■ Se pone de pie. Besa a su Madre, a su tía, a sus primos, a Pedro, a Juan de Endor, y
a Marziam. Bendice a las mujeres y se despide de ellas. Y ellas se marchan. Se vuelven todavía,
hasta que una curva los esconde. Jesús con los que han quedado--ahora es una comitiva muy
reducida, formada solamente por ocho personas-- se dirige a Arbela. (Escrito el 3 de Octubre de
1945).
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--------------------000-------------------(<Después de Arbela, donde Jesús ha hecho oír su palabra acompañada de milagros, Jesús se dirige a
Aera. Se han añadido a la comitiva los discípulos Felipe de Arbela y Marcos. En un momento del
trayecto, algunos apóstoles se acercan a Jesús y vuelve a surgir el tema sobre J. Iscariote>).
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(5-160-1022).- En el camino hacia Aera, Santiago pregunta: “Maestro, ¿por qué
Judas de Simón es tan distinto de nosotros?”.- Pedro, desde Aera, sale al encuentro de Jesús.
* “Judas es tan solo «hombre»”.- ■ Andrés dice: “Maestro, en Aera estará Judas de Simón...”.
Jesús: “Ciertamente. Y con él Tomás, Natanael y Felipe”. Santiago suspira: “Maestro...cuánto
me gustan estos días de paz”. Jesús: “No digas eso Santiago”. Y, dando otro suspiro, Santiago
dice: “Lo sé... pero no puedo menos de decirlo...”. Jesús: “También estará Simón Pedro con mis
hermanos. ¿No estás contento?”. Santiago: “¡Yo, mucho! Maestro, ¿por qué Judas de Simón es
tan distinto a nosotros?”. Jesús: “¿Por qué el agua se alterna con el sol, el calor con el frío, la luz
con las tinieblas?”. Santiago: “Pues porque no se podría tener siempre una cosa. La vida
terminaría en la tierra”. Jesús: “Dijiste bien, Santiago”. Santiago: “Pero esto no tiene nada que
ver con Judas”. Jesús: “Respóndeme. ¿Por qué las estrellas no son todas como el sol, grandes,
calientes, hermosas, inmensas?”. Santiago: “Porque... la tierra se quemaría con tanto calor”.
Jesús: “¿Por qué las plantas no son todas como los nogales? Por planta quiero decir todo lo que
es vegetal”. Santiago: “Porque las bestias no podrían comer nada”. Jesús: “¿Y entonces por qué
no todas las plantas son hierba?”. Santiago: “Porque... no tendríamos leña para la cocina, para
los fogones, para los utensilios, carros, barcas, muebles”. Jesús: “¿Por qué los pájaros no son
todos como las águilas y los animales como elefantes o camellos?”. Santiago: “Buenos
estaríamos si fuese así”. Jesús: “¡Luego esta variedad te parece una buena cosa!”. Santiago:
“Sin duda alguna”. Jesús: “Piensa por ti mismo. ¿Por qué crees que Dios lo hizo así?”.
Santiago: “Para ayudarnos todo lo posible”. Jesús: “¡Luego para un bien! ¿O no estás cierto en
ello?”. Santiago: “Como de que vivo en este momento”. Jesús: “Si crees que es justo que haya
diversidad en las especies de animales, vegetales y astros, ¿por qué pretendes que todos los
hombres sean iguales? Cada uno tiene su misión y su forma. La infinita diversidad de las
especies, ¿te parece que es señal de potencia o de impotencia del Creador?”. Santiago: “De
potencia. Una sirve para hacer resaltar a la otra”. ■ Jesús: “Muy bien. También Judas sirve para
lo mismo, como tú les sirves a tus compañeros y ellos a ti. Tenemos treinta y dos dientes en la
boca, pero, si los miras bien, entre sí son bien diferentes. No solo por lo que respecta a las tres
clases, sino entre los elementos de una misma clase. Cuando estás comiendo mira el oficio de
cada uno de ellos. Verás que los que parecen menos útiles, que trabajan poco, son precisamente
los que hacen el primer trabajo de cortar el pan, y de pasarlo a los demás que lo desmenuzan,
para pasarlo a los otros que lo transforman en papilla. ¿O no es así? A ti te parece que Judas no
hace nada, o que hace mal. Te recuerdo que ha evangelizado, y bien, la Judea meridional, y que
tú mismo dijiste que sabe ser diplomático con los fariseos”. Santiago: “Es verdad”. Mateo
observa: “También es muy inteligente en buscar dinero para los pobres. Pide, y sabe pedir, cosa
que yo no sé... Tal vez porque ahora el dinero me causa vómito”. ■ Simón Zelote baja la cara,
carmesí de tan rojo que se ha puesto. Andrés lo nota y le pregunta: “¿Te sientes mal?”. Zelote:
“No, no... La fatiga... no creo que sea nada”. Jesús le mira fijamente, y Zelote se pone más
colorado. Jesús no dice nada. Timoneo llega corriendo: “Maestro, mira ese pueblo, está antes
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de Aera. Podemos pararnos allí y pedir unos asnos”. Jesús: “Ya casi no llueve. Es mejor seguir
adelante”. Timoneo: “Como quieras, Maestro, pero si me permites me adelanto”. Jesús: “Ve, si
quieres”. Timoneo se va corriendo con Marcos. Jesús, sonriendo, hace notar: “Quiere que
tengamos un ingreso triunfal”. ■ Todos se han reunido en un solo grupo. Jesús los deja que se
acaloren disputando sobre la diversidad de regiones, y luego se retira, no sin llevar consigo a
Zelote. Apenas están aparte le pregunta: “¿Por qué te pusiste colorado, Simón?”. Se pone como
una ascua, pero no pronuncia palabra alguna. Jesús repite la misma pregunta y Simón a ponerse
más rojo, pero no dice ni siquiera esta boca es mía. Finalmente vuelve a preguntarle. Zelote,
como si sufriese un tormento, dice en voz alta: “Señor, Tú lo sabes. ¿Por qué quieres que te lo
diga?”. Jesús: “¿Estás seguro de ello?”. Zelote: “No me lo negó. Añadió con todo: «Lo hago
por previsión. Tengo buen sentido común. El Maestro no piensa nunca en el mañana». Puede ser
verdad esto, pero en todo caso es... es siempre... Maestro di Tú la palabra exacta”. Jesús: “En
todo caso es una demostración de que Judas es solamente un «hombre». No sabe elevarse para
ser un espíritu. Pero más o menos todos sois iguales. Tenéis miedo de cosas que no tienen valor.
Os atormentáis por cosas inútiles. No tenéis confianza en la Providencia que es poderosa y
que está presente en todas partes. Bueno, que esto se quede entre nosotros dos. ¿No es
verdad?”. Zelote:“Sí. Maestro”. ■ Hay un silencio. Luego dice Jesús: “Pronto regresaremos al
lago... será hermoso un poco de recogimiento después de tanto camino. Nosotros dos iremos a
Nazaret y estaremos allí un tiempo, hacia las Encenias. Estás solo... los otros estarán en familia.
Tú conmigo”. Zelote: “Señor, Judas y Tomás, y también Mateo, están solos”. Jesús “No te
preocupes. Cada uno celebrará las fiestas con la familia. Mateo tiene una hermana. Tú estás
solo. A menos que quieras ir con Lázaro...”. Zelote dice inmediatamente: “No, Señor. ¡No!
Quiero a Lázaro. Pero estar contigo es estar en el Paraíso. Gracias, Señor” y le besa la mano.
* El encuentro de Pedro con Jesús después del viaje: ambos ansiaban el encuentro.- ■
Hace poco que han dejado atrás el pueblecillo, cuando he aquí que, bajo otro aguacero, aparecen
de nuevo por el camino inundado Timoneo y Marcos, que gritan: “¡Deteneos! Está Simón Pedro
con unos burros. Le he encontrado mientras venía para acá. Lleva ya tres días de camino hacia
aquí con los animales, bajo la lluvia”. ■ Se detienen al amparo de un robledal que resguarda un
poco del chaparrón. Y ven venir, montado en un asno --el primero de una fila de borriquillos-- a
Pedro, que, con la manta que se ha echado sobre la cabeza y la espalda, parece un fraile. “¡Dios
te bendiga, Maestro! Ya decía yo que me bañaría como si me hubiera echado en el lago!
¡Venga, enseguida, todos a montarse, que Aera hace tres días tiene tanto fuego encendido como
para secarte los vestidos al pasar! ¡Rápido, rápido!... ¡Qué fachas!... ¡Fijaos aquí! ¿Pero no erais
capaces de hacerlo esperar? ¡Ah, qué falta hago siempre! Ved, os lo estoy diciendo, ved que
tiene el pelo tieso como un ahogado. Debe estar helado. ¡Con toda esta agua! ¡Qué
imprudencias! ¿Y vosotros? ¿Y vosotros? ¡Oh, pedazos de!... Tú el primero, hermano, que no
piensas. Y todos los demás. Sois unas cabezas de chorlito... ¡Parecéis sacos caídos a un pantano!
¡Venga, ligeros! ¡Ya no me vuelvo a fiar de confiárosle! Me falta poco para ahogarme de
horror...”. ■ Jesús, mientras el asno trota al lado del de Pedro, a la cabeza de la caravana asnal,
dice sereno: “Y de hablar, Simón”. Jesús repite: ”Y de hablar. Y de hablar inútilmente. No me
has dicho si han llegado los otros, si han partido las mujeres, si tu mujer está bien... No me has
dicho nada”. Pedro: “Te diré todo. Pero ¿por qué te has puesto en camino con esta lluvia?”.
Jesús: “¿Y tú por qué has venido?”. Pedro: “Porque tenía prisa de verte, Maestro mío”. Jesús:
“Porque tenía prisa de reunirme contigo, Simón mío”. Pedro: “¡Oh, mi querido Maestro!
¡Cuánto te quiero! ¿Mujer, niño, casa? ¡Nada, nada! Todo es feo si Tú no estás. ¿Crees que te
quiero así?”. Jesús: “Lo creo. Sé quién eres, Simón”. Pedro: “¿Quién?”. Jesús: “Un grande
niño lleno de defectos, y bajo estos defectos, sepultadas, muchas dotes excelentes. Pero hay una
que no está sepultada: tu honestidad en todo ■ ¿Y entonces, quién está en Aera?”. Pedro:
“Judas tu hermano con Santiago, más Judas de Keriot con los otros. Parece que Judas ha hecho
las cosas muy bien. Todos le alaban...”. Jesús: “¿Te ha hecho preguntas?”. Pedro: “¡Muchas!
No he respondido a nada. He dicho que no sabía nada. Y es así, porque ¿qué sé yo, aparte de
haber acompañado hasta Gadara a las mujeres? Mira, no le he dicho nada de Juan de Endor. Él
cree que está contigo. Deberías decírselo a los otros”. Jesús: “No ellos, como tú, tampoco saben
dónde está Juan. Inútil decir más cosas. ¿Pero estos burros?... ¡tres días!... ¡Qué gasto! ¿Y los
pobres?”. Pedro: “Los pobres... Judas tiene un montón de dinero. Se ocupa de él. Estos burros
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no me cuestan una perra. Los habitantes de Aera me habrían dejado incluso mil, sin ningún
gasto para Ti. He tenido que levantar la voz para impedir venir a buscarte con un ejército de
asnos. Tiene razón Timoneo. Aquí todos creen en Ti. Son mejores que nosotros...” y suspira.
Jesús: “¡Simón, Simón! En la Transjordania nos honraron; hubo un galeote, paganas, pecadoras,
mujeres, que os dieron lecciones de perfección. Recuérdalo siempre, Simón de Jonás”. (Escrito
el 6 de Octubre de 1945).
(< ... Con el viaje a Aera ha terminado este viaje apostólico. Ahora es el regreso a los conocidos campos
de Galilea>).
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5-298-12 (5-162-1031).- En la visión de los huerfanitos María y Matías: “El Padre da nido y
alimento a los desvalidos que saben permanecer «hijos inocentes y amorosos»”.- Jacob, hombre
de corazón de piedra.
* “Has comprendido la verdad. Procura ser siempre misericordioso y obtendrás
misericordia”.- ■ Vuelvo a mirar el lago de Merón en un día gris y lluvioso... Lodo y nubes.
Silencio y neblina. El horizonte desaparece entre la niebla. Las cadenas del Hermón están
sepultadas bajo montones de nubes. Pero desde este lugar --que es una meseta cercana al
pequeño lago todo gris y amarillento por el lodo de tantos riachuelos y por el cielo de
noviembre lleno de nubes-- se ve bien este pequeño lago alimentado por el Alto Jordán que se
ensancha después para ir a desembocar en el gran lago de Genesaret. Cae la tarde, cada vez más
triste y lluviosa, mientras Jesús va caminando por el sendero que corta el Jordán después del
lago Merón para tomar una vereda que lleva a una casa... (Escrito el 8 de Octubre de 1945).
( Jesús dice: “Aquí pondréis la visión de María y Matías huérfanos, que tuvo lugar el 20 de
Agosto de 1944”).
■ Otra dulce visión de Jesús y dos niños. Digo esto porque veo a Jesús, que pasa por una
vereda abierta entre dos campos sembrados recientemente, porque la tierra está todavía suelta y
obscura, como cuando acaba de sembrarse, y que se detiene a acariciar a dos pequeñuelos: a un
niño que tendrá unos cuatro años y a una niña de unos ocho o nueve años. Deben ser muy
pobres porque sus vestiditos están descoloridos y rotos y su carita llena de tristeza y sufrimiento.
Jesús no les pregunta nada. Se limita a mirarlos fijamente mientras los acaricia. Luego reanuda
ligero su paso hacia una casa que está en el fondo de la vereda. Es una casa labriega pero de
buen aspecto, con una escalera externa que sube del suelo a la terraza, en que hay una parra, que
ahora está sin racimos ni hojas: solamente queda alguna que otra última hoja ya muy amarilla,
que pende y se mueve con el viento húmedo de un día negruzco de octubre. En el murete de la
casa hay palomas que giran esperando el agua que el cielo gris y lleno de nubes promete. Jesús,
seguido por los suyos, empuja la rústica cancela y entra en un patio --nosotros diríamos una era-, donde hay un pozo y, en un rincón, también un horno (supongo que sea eso aquél cuchitril de
paredes más oscuras por el humo que incluso ahora sale y que el viento empuja hacia la tierra).
■ Al ruido de los pasos, una mujer se asoma a la puerta del cuchitril. Al ver a Jesús, le saluda
con alegría y corre a avisar al dueño de la casa. Un hombre más bien anciano, y grueso, sale a la
puerta de la casa y va enseguida hacia Jesús: “Gran honor, Maestro, verte” le dice por saludo
Jesús le saluda con: “La paz sea contigo” y añade: “Está anocheciendo y la lluvia está cerca. Te
pido un refugio y un pan para Mí y para mis discípulos”. El anciano le dice: “Entra, Maestro. Mi
casa es tuya. La sierva está preparando el pan. Estoy muy contento de ofrecértelo con el queso
hecho de la leche de mis ovejas y con los frutos de mis huertos. Entra, entra, que el viento está
húmedo y frío...” y, con mucha cortesía, sujeta la puerta abierta y hace una reverencia cuando
pasa Jesús. Pero inmediatamente cambia de tono al dirigirse a alguien que ha visto, y enojado
dice: “¿Todavía estás aquí? Lárgate. No hay nada para ti. Lárgate. ¿Entendiste? Aquí no hay
lugar para los vagabundos...” y entre dientes refunfuña: “y tal vez hasta ladrones como tú”. Una
vocecilla llorosa responde: “Piedad, señor. Un pan al menos para mi hermanito. Tenemos
hambre...”.■ Jesús, que había entrado en la cocina, alegrada e iluminada con un vivo fuego, sale
a la puerta. Tiene ya su rostro cambiado. Enérgico y triste, pregunta, no al dueño de la casa sino
en general --como si se lo preguntase a la era silenciosa, a la higuera sin hojas, al oscuro pozo:
“¿Quién tiene hambre?”. La niña responde: “Yo, Señor, yo y mi hermano. Un pan solo y nos
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vamos”. Jesús está ya afuera, en medio del aire cada vez más oscuro por el atardecer y por la
lluvia que se aproxima. Dice a la niña: “Acércate”. Niña: “Tengo miedo, Señor”. Jesús: “Ven
aquí, te lo mando. ¡No tengas miedo de Mí!”. De detrás de la esquina de la casa sale la pobre
niña. A los jirones de su vestido viene agarrándose su hermanito. Se adelantan temblando de
miedo. Miran a Jesús con temor, con terror al dueño de la casa que abre ojos amenazadores
mientras dice: “Son unos vagabundos, Maestro, y ladrones. Hace poco encontré a esta niña que
raspaba la prensa de las aceitunas. Está claro que quería entrar a robar. ¡A saber de dónde
vendrán! No son del lugar”. Jesús parece como si no le escuchara. Mira detenidamente a la niña
de carita demacrada y de trenzas despeinadas, dos coletitas a los lados de ambas orejas, atadas al
extremo con una cintita de trapo viejo. El rostro de Jesús refleja dulzura al ver a la pobrecita
niña. Se le nota que está triste, pero sonríe para animar a la niña: “¿Es verdad que querías robar?
Di la verdad”. Niña: “No, Señor. Pedí un poco de pan porque tengo hambre. No me lo dieron.
Vi allí un pedazo, estaba tirado en la tierra, junto a la prensa, quise ir a cogerlo. Tengo hambre,
Señor. Ayer me dieron un solo pan y fue para mí y Matías... ¿Por qué no nos han metido en la
tumba con nuestra mamá?”. La niña llora sin consuelo y su hermanito la imita. Jesús la
consuela: “No llores”, y la acaricia y la trae hacia Sí. Jesús: “Dime, ¿de dónde eres?”. Niña:
“De la llanura de Esdrelón”. Jesús: “¿Y viniste hasta aquí?”. Niña: “Sí, Señor”. Jesús: “¿Hace
mucho tiempo que murió tu madre? ¿No tienes padre?”. Niña: “Mi padre murió por el sol en el
tiempo de la cosecha del trigo; mi mamá murió la pasada luna... ella y el niño que iba a nacer
murieron...” el llanto es mayor. Jesús: “¿No tienes ningún familiar?”. Niña: “¡Venimos de muy
lejos! No éramos pobres... Luego mi padre tuvo que ponerse al servicio de un patrón. Ahora ha
muerto y mi mamá con él”. Jesús: “¿Quién era el patrón?”. Niña: “¡El fariseo Ismael!”. Jesús:
“¡El fariseo Ismael!.... (no puede traducirse ni decirse el modo cómo Jesús repite este nombre)
¿Saliste de allí porque quisiste o te echó él?”. Niña: “Me echó, Señor. Dijo: «¡A la calle los
perros hambrientos!»”. ■ Jesús, dirigiéndose ahora al anciano: “Y tú, Jacob, ¿por qué no has
dado un pan a estos niños; un pan, un poco de leche y un puñado de heno como cama para su
cansancio?”. Jacob: “Pero... Maestro... el pan apenas alcanza para mí.. y la leche es poca... y
meterlos en casa... Éstos son como animales vagabundos. Si se les pone buena cara luego ya no
se van...”. Jesús: “¿Y te falta lugar y alimento para estos infelices? ¿Puedes decirlo con la mano
en el pecho, Jacob? La cosecha de tus trigales, la abundancia del vino, de aceite, y de las frutas,
todo lo que te ha hecho famoso este año, ¿por qué te vinieron? ¿No te habrás olvidado ya, ¿no?
El año pasado el granizo destruyó tus posesiones y estabas preocupado por tu vida... Vine y te
pedí un pedazo de pan... Me habías oído hablar cierto día y me creíste... Llevado de tu dolor me
abriste el corazón y tu casa. Me diste un pan y refugio. ¿Qué te dije al salir a la mañana
siguiente? «Jacob, has comprendido la Verdad. Procura ser siempre misericordioso y obtendrás
misericordia. Por el pan que has dado al Hijo del hombre, estos campos te darán abundantes
mieses, tus olivos estarán llenos como llena está la playa de arena, y tus árboles frutales
doblarán sus ramas hasta el suelo por su peso». Lo has tenido, y eres el más rico de la región
este año. ¿Y niegas un pan a dos niños?...”. Jacob: “Pero Tú eras el Rabí...”. Jesús:
“Precisamente porque lo era podía hacer de las piedras pan; éstos, no. Ahora te digo: verás un
nuevo milagro, y te producirá aflicción, gran aflicción... Y cuando lo veas, golpéate el pecho
diciendo: «Me lo merecí»”. ■ Jesús se vuelve a los niños: “No lloréis. Id a ese árbol y coged las
frutas”. La niña objeta: “Pero si no tiene hojas, Señor”. Jesús: “Ve”. La niña va y regresa con
manzanas frescas y bonitas en su faldita. Jesús: “Comed y venid conmigo” y dirigiéndose a los
apóstoles: “Vamos a llevar a estos dos pequeñuelos a Juana de Cusa. Ella se acuerda siempre de
los beneficios recibidos y tiene misericordia por amor de quien tuvo misericordia para con ella.
Vámonos”. (Escrito el 8 de Octubre de 1945).
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5-299-23 (5-165-1045).- Los huérfanos María y Matías confiados, para su tutela, a Juana de
Cusa.
* “Yo, Mendigo de amor, extiendo ante vosotros mi mano, para estos huérfanos sin casa”.■ Pedro pregunta: “¿A dónde vamos, Maestro?”. Jesús: “Al embarcadero de Cusa”. Pedro vira y
da indicaciones al trabajador. La vela cae, mientras la barca orienta su proa hacia el
embarcadero para adentrarse luego en él, hasta detenerse junto al pequeño espigón, seguido por
143
la otra. Están paradas las dos, una detrás de otra, como ánades cansadas. Bajan todos. Juan se
adelanta corriendo para dar una voz a los jardineros. Los niños, acobardados, se arriman a Jesús,
y la pequeña María, emitiendo un suspiro, tirando del vestido de Jesús, pregunta: “¿Pero es
buena de verdad?”. Juan vuelve: “Maestro, un siervo está abriendo la cancela. Juana ya está
levantada”. Jesús: “Bien. Esperad todos aquí. Voy a adelantarme”. ■ Y Jesús se encamina solo.
Los otros le ven ir adelante y hacen comentarios más o menos favorables de lo que intenta hacer
Jesús. No faltan dudas ni críticas. Desde el lugar donde están, solo ven que acude Cusa al
encuentro de Jesús, se inclina profundamente en el umbral de la cancela, y se adentra en el
jardín a la izquierda de Jesús. Luego no se ve nada más. Pero yo sí veo. Veo a Jesús andando
despacio al lado de Cusa, que muestra toda su alegría de recibirle en su casa: “Mi Juana se
pondrá muy contenta. Yo también lo estoy. Está cada vez mejor. Me ha hablado del viaje. ¡Qué
éxitos, mi Señor!”. Jesús: “¿No te ha causado pesar?”. Cusa: “Juana es feliz. Yo me siento feliz
de verla feliz a ella. Podía no tenerla ya desde hace meses, Señor”. Jesús: “Podía haber sido
así... Y Yo te la di de nuevo. Tienes que saber ser agradecido con Dios”. Cusa le mira turbado...
y luego en voz baja: “¿Es un reproche, Señor?”. Jesús: “No. Un consejo. Sé bueno, Cusa”.
Cusa: “Maestro, sirvo a Herodes...”. Jesús: “Lo sé. Pero tu alma no está sometida a nadie,
aparte de Dios, si lo quieres”. Cusa: “Es verdad, Señor. Me enmendaré. Algunas veces se
apodera de mí el respeto humano...”. Jesús: “¿Lo habrías tenido el año pasado, cuando querías
salvar a Juana?”. Cusa: “¡No! A costa de perder cualquier honor, me habría dirigido a quien
hubiera pensado que la podía salvar”. Jesús: ”Haz lo mismo por tu alma. Es más valiosa aún
que Juana. ■ Ahí viene ella”. Viene a su encuentro corriendo por el paseo. Ellos aceleran el
paso. “¡Maestro mío! No esperaba volver a verte tan pronto. ¿Qué bondad tuya te conduce a tu
discípula?”. Jesús: “Una necesidad, Juana”. Los dos esposos dicen a la vez: “¿Una necesidad?
¿Cuál? Habla, que, si podemos, te ayudamos”. Jesús explica: “Ayer tarde he encontrado en un
camino desierto a dos niños... una niñita y un pequeñuelo... Descalzos, andrajosos,
hambrientos... solos... y he visto a un hombre de corazón de lobo que los arrojaba de su
presencia como si fueran lobos. Estaban medio muertos de hambre... A ese hombre le procuré el
bienestar el año pasado y ahora ha negado un pan a dos huérfanos. Huérfanos... por los caminos
de este mundo cruel. Ese hombre recibirá su castigo. ¿Queréis vosotros mi bendición? Yo,
Mendigo de amor, extiendo ante vosotros mi mano, para estos huérfanos sin casa, sin
vestidos, sin pan, sin amor. ¿Queréis ayudarme?”. Cusa dice impetuoso: “¡Pero, Maestro, ¿lo
pides?! ¡Di lo que quieres; cuanto quieras; di todo!...”. Juana no habla, pero, con las manos
juntas en su pecho, una lágrima en sus largas pestañas, una sonrisa de anhelo en sus rojos labios,
espera... y habla más que si hablara. Jesús la mira y sonríe: “Quisiera que esos niños tuvieran
una madre, un padre, una casa. Y que la madre se llamara Juana...”. ■ No tiene tiempo de
terminar, porque el grito de Juana es como el de uno que hubiera sido liberado de una prisión,
mientras se postra a besar los pies de su Señor. Jesús pregunta a Cusa: “¿Y tú, Cusa, qué dices?
¿Acoges en mi nombre a estos mis amados?, ¿a estos que para mi corazón son mucha más
estimables que joyas preciosas?. Cusa: “Maestro, ¿dónde están? Llévame a ellos. Por mi honor
te juro que desde el momento en que deposite mi mano sobre su cabeza inocente, los querré en
tu nombre como un verdadero padre”. Jesús: “Venid, entonces. Sabía que no venía en vano.
Venid. Son campesinos, están asustados, pero son buenos. ■ Fiaos de Mí, que veo los corazones
y el futuro. Darán paz y unión a vuestra unión, no tanto ahora cuanto en el futuro. En su amor
os identificaréis de nuevo. Sus inocentes abrazos serán la mejor argamasa para vuestra casa de
esposos. Y el Cielo se os mostrará benigno, siempre misericordioso por esta caridad que hacéis.
Están afuera, en la cancela. Venimos de Betsaida...”. ■ Juana no escucha más. Se adelanta,
corriendo, cautiva del frenesí de acariciar niños. Y lo hace: cae de rodillas, para estrechar contra
su pecho a los dos huerfanitos, y besa sus mejillas macilentas, mientras ellos miran atónitos a
esta hermosa señora de ricos vestidos. Miran también a Cusa, que los acaricia y coge en brazos
a Matías, Miran también el espléndido jardín, y a los siervos, que están acudiendo al lugar... Y
miran a la casa que abre sus salas llenas de riquezas a Jesús y a sus apóstoles. Y miran a Ester
que los cubre de besos. El mundo de los sueños se ha abierto ante estos pequeños desvalidos...
Jesús observa y sonríe. (Escrito el 11 de Octubre de 1945)
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5-301-32 (5-167-1055).- En el redil de Endor, parábola de las frentes destronadas: los
“vendidos”.
* Iscariote, pasando su brazo sobre Jesús, pregunta cínicamente a Jesús si está triste.
“Judas lo que me preocupa son las realidades que leo en el fondo de los corazones y leo en
la frentes destronadas”.- ■ Jesús regresa a Endor. Se detiene en la primera casa del pueblo que
es más un corral que una casa; pero, precisamente por serlo, con pesebres bajos, cerrados, llenos
de heno, puede alojar a los trece peregrinos. El dueño, hombre rudo pero bueno, se apresura a
llevar una lámpara y un cubo pequeño de leche espumosa, y unos panes muy oscuros. Después
que Jesús le bendijo se retira. Jesús ofrece y distribuye el pan y a falta de platos o tazas cada uno
moja sus rebanadas de pan en el cubo y, si tiene sed, bebe directamente de él. Jesús bebe una
sola vez y muy poco. ■ Está serio, silencioso... Al terminar la cena, y llenos los estómagos, los
apóstoles terminan por darse cuenta de su mutismo. Andrés es el primero en preguntar: “¿Qué te
pasa, Maestro? Me parece que estás triste o cansado...”. Jesús: “Creo que lo estoy”. Pedro, parte
por convicción, parte por tranquilizar a Jesús, dice: “¿Por qué? ¿A causa de los fariseos? Ya te
habrás acostumbrado ¿o no?... Yo casi ya... Recuerdas cómo me portaba las primeras veces con
ellos. Repiten casi siempre las mismas canciones... Las serpientes solo pueden silbar, y ninguna
de ellas será capaz de cantar como un ruiseñor. Se termina por no hacer caso”. Jesús: “Así es
como se pierde el control y cae uno en sus roscas. Os ruego que no os acostumbréis jamás a las
voces del Mal como si fuesen voces inofensivas”. Mateo dice: “Está bien, pero si solo por eso
estás triste, haces mal. Tú ves cómo te ama el mundo”. ■ Iscariote, solícito y cariñoso, pregunta:
“¿Por esto estás así de triste? Dímelo, Maestro bueno. ¿O acaso te contaron mentiras, te
insinuaron calumnias, sospechas, qué sé yo, contra nosotros, que te amamos?”, y pasa su brazo
sobre Jesús que está sentado en el heno a su lado. Jesús vuelve su rostro en la dirección de
Judas. Sus ojos emanan un relámpago a la tenebrosa luz de la lámpara colocada en el suelo, en
medio de todos. Jesús mira fijamente a Judas de Keriot, y, mirándole, le replica: “¿Y me crees
tan necio como para recibir como verdaderas las insinuaciones de cualquiera, hasta el punto de
que me quite la tranquilidad? Son las realidades, Judas de Simón, las que me preocupan” y su
mirada no deja ni un momento de seguir clavada cual una sonda, en la pupila oscura de Judas. ■
Iscariote insiste con aire seguro: “¿Qué realidades te perturban, entonces?”. Jesús: “Las que veo
en el fondo de los corazones y leo en las frentes destronadas”. Jesús pone énfasis en esta
palabra. Todos se agitan: “¿Destronadas? ¿Por qué? ¿Qué quieres decir con eso?”. Jesús: “Un
rey pierde el trono cuando se hace indigno de estar en él. Lo primero que se le quita es la corona
que tiene en su frente, el lugar más noble del hombre, el único animal que tiene la frente
levantada hacia el cielo, él que es animal como materia, pero sobrenatural como ser dotado de
alma. Pero no es necesario ser rey con un trono terreno para poder ser destronados. Todo
hombre es rey por el alma y su trono está en el Cielo. Cuando un hombre prostituye su alma y se
convierte en un bruto, en demonio, entonces se destrona. El mundo está lleno de frentes
destronadas que no se levantan más al cielo, sino que están doblegadas hacia el abismo,
doblegadas con la palabra que Satanás esculpió en ellas. ■ ¿Queréis conocerla? Es lo que leo en
las frentes. Dice: «vendido». Y para que no tengáis duda sobre quién es el comprador, os digo
que es Satanás, en sí mismo y en los siervos que tiene en el mundo”. (Escrito el 13 de Octubre
de 1945).
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5-302-38 (5-168-1061).- En Mágdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para
las Encenias (1).- Razones de Jesús para alejar a Iscariote.- Magdalena, Marta, Elisa a Betania
con Iscariote y Tomás.- Magdalena ha vendido las joyas de Misace.
* Encargo para Tomás y Judas Iscariote.- ■ Es un atardecer del mes de Noviembre cuando
las dos barcas atracan en la pequeña playa de Mágdala. Aunque es cosa molesta, porque los
vestidos se empapan de agua al desembarcar, el pensamiento del ya próximo alojamiento en la
casa de María de Mágdala hace soportar todo sin reproches. Jesús dice a los trabajadores:
“Buscad un buen lugar para las barcas y después nos alcanzáis”. Y en seguida se pone en
camino siguiendo el litoral, pues desembarcaron en una ensenada pequeña que está un poco
fuera de la ciudad, y en la que hay otras barcas de pescadores de Mágdala. ■ Jesús: “Judas de
Simón y Tomás, venid conmigo”. Los dos acuden sin demora. “Os quiero encomendar algo que,
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al mismo tiempo que es señal de confianza, os dará alegría. El encargo es el siguiente:
acompañaréis a las hermanas de Lázaro a Betania; y con ellas irá Elisa. Os estimo mucho para
confiaros las discípulas. Llevaréis una carta mía a Lázaro. Luego, una vez cumplido este
cometido, podréis ir a vuestra casa para las Encenias... No interrumpas, Judas, todos
celebraremos las Encenias en nuestras casas, este año. Es un invierno demasiado lluvioso para
poder viajar. Estáis viendo que hasta los enfermos han disminuido. Aprovechemos, pues, esta
coyuntura para descansar y dar contento a nuestras familias. Os espero en Cafarnaúm para
fines de Scebat”. Tomás pregunta: “¿Pero vas a estar en Cafarnaúm?”. Jesús: “No estoy todavía
seguro dónde estaré. Aquí y allá me es igual. Basta con que tenga cerca a mi Madre”. Iscariote
dice: “Yo preferiría estar contigo en las Encenias”. Jesús: “Te creo. Pero si me quieres,
obedece; ■ mucho más, considerando que vuestra obediencia os proporcionará la ocasión de
ayudar a los discípulos que se han vuelto a esparcir por todas partes. ¡Debéis ayudarme en esto!
Dentro de la familia los hijos mayores son quienes ayudan a los padres en la formación de sus
hermanos. Sois los hermanos mayores de los discípulos y debéis estar contentos de que Yo os
los confíe. Es una señal de que estoy contento de lo que recientemente habéis hecho”. ■ Tomás
se limita a decir: “Muy bien, Maestro. Por mi cuenta trataré de hacer ahora lo mejor.
Ciertamente me desagrada dejarte... Pero pronto pasará... Mi anciano padre estará contento de
tenerme para la fiesta... y también mis hermanas... Mi hermana gemela... ya tuvo su niño, o
pronto lo va a tener... Mi primer sobrino... si es varoncito, y nace cuando me encuentre allí ¿qué
nombre le pongo?”. Jesús: “José”. Tomás: “¿Y si es mujer?”. Jesús: “María. Son los nombres
más dulces”. ■ Judas, sin embargo, orgulloso del encargo recibido, comienza a pavonearse y
hacer planes y más planes... No se acuerda para nada de que se separa de Jesús, mientras que
hace poco, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, protestó como un potro cerril ante la
disposición de Jesús de separarse de Él por algún tiempo. Pierde también de vista
completamente la sospecha de entonces, esto es: de que Jesús trataba de alejarle. Todo lo ha
olvidado... y está alegre de que se le haya tomado en cuenta para un encargo de importancia.
Promete: “Te traeré mucho dinero para los pobres” y diciendo esto saca la bolsa y dice: “Mira,
toma este dinero. Es lo que tenemos. No hay más. Dame Tú lo necesario para nuestro viaje
desde Betania a nuestra casa”. Tomás replica: “Pero no partimos esta tarde”. Iscariote: “No
importa. No es necesario el dinero en casa de María, por tanto... Es mejor no tener que
manejarlo... Cuando regrese traeré a tu Mamá semillas de flores, que le pediré a la mía.
También quiero traer un regalo a Marziam...”. Está entusiasmadísimo. Jesús le mira.
*Magdalena prefiere a otro antes que a Iscariote como compañero de viaje pues: ”quien
ha comido de la lujuria, siente su cercanía... El hombre que busca solo la carnalidad me
causa vómito”.- ■ Han llegado ya a la casa de María Magdalena. Se dan a conocer y entran
todos. Las mujeres acuden llenas de alegría al encuentro del Maestro, que ha venido a alojarse
en su hogar. Después de la cena, cuando los apóstoles, cansados, se han ido a dormir, Jesús,
sentado en el centro de una sala, rodeado por el círculo de las discípulas, comunica a éstas su
deseo que partan lo más pronto posible. Al contrario de los apóstoles, ninguna de ellas protesta.
Bajan la cabeza, diciendo que sí. Luego salen para preparar sus maletas. ■ Jesús llama a
Magdalena que está ya en el umbral y le dice: “Bueno, María, ¿por qué me dijiste al oído
cuando llegué: «Tengo algo que comunicarte en secreto?»”. Magdalena: “Maestro, vendí las
piedras preciosas en Tiberíades. Las vendió Marcela con la ayuda de Isaac. Tengo el dinero en
mi habitación. No quise que Judas viese nada...” y se pone muy colorada. Jesús la mira muy
fijamente, pero no le dice nada. Magdalena sale... y vuelve con una pesada bolsa, y se la entrega
a Jesús: “Aquí está. Fueron bien pagadas”. Jesús: “Gracias, María”. Magdalena: “Gracias,
Rabboni (2), porque tuviste a bien pedirme ese favor. ¿Se te ofrece algo más?”. Jesús: “No.
¿Tienes algo más que decirme?”. Magdalena: “No, Señor. Dame la bendición, Maestro”. Jesús:
“Sí, te bendigo. ■ María... ¿estás contenta de volver donde Lázaro? Imagínate que Yo ya no
estuviera en Palestina. ¿Volverías contenta a tu casa, entonces?”. Magdalena: “Sí, Señor,
pero...”. Jesús: “Termina, María. No tengas reparo de decirme lo que estás pensando”.
Magdalena: “Regresaría más contenta si en lugar de Judas de Keriot viniese Simón Zelote, que
es un gran amigo de la familia”. Jesús: “Le necesito para una misión”. Magdalena insiste:
“Entonces tus hermanos o Juan, el de corazón de paloma. En una palabra, cualquiera menos él...
Señor, no me mires enojado... Quien ha comido de la lujuria, siente su cercanía... No le tengo
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miedo. Sé tener a raya a cualquiera y mucho más a Judas. Es mi terror a no ser perdonada, es
mi «yo», es Satanás, que ciertamente da vueltas a mi alrededor, es el mundo... Pero si María de
Teófilo no tiene miedo de nadie, María de Jesús siente asco por el vicio que la había
esclavizado y la... Señor... El hombre que busca solo la carnalidad me causa vómito...”.
Jesús: “No vas sola en el viaje, María. Y estoy seguro que no regresará contigo... ■ Ten presente
que debo proveer para la partida de Síntica y Juan de Endor para Antioquía, y que ello no debe
saberlo quien es imprudente...”. Magdalena: “Es verdad. Bueno me voy... Maestro ¿Cuándo nos
volveremos a ver?”. Jesús: “No lo sé, María. Tal vez en Pascua. Vete en paz, ahora. Te
bendigo esta noche y cada noche te bendeciré, lo mismo que a tu hermana y al bueno de
Lázaro”. María se inclina a besar los pies de Jesús y sale, dejando solo a Jesús en la silenciosa
habitación. (Escrito el 14 Octubre de 1945).
··································
1 Nota : Las Encenias.- Cfr. María Valtorta y la Obra, apartado 7. Las fiestas de Israel.
2 Nota : “Rabonni”.- Esta forma de hablar al Maestro es propia de Magdalena. La palabra significa: “Señor mío”.
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(<Jesús se encuentra en Nazaret con motivo de la fiesta de las Encenias. Conversa con su Madre>) .
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5-303-43 (5-169-1067).- Juan de Endor, Síntica y Marziam, en la casa de Nazaret.- La púrpura
de Iscariote para un vestido real.- Conducta del primo Simón.
* “Judas es más terco que un mulo”.- ■ Jesús: “Ven aquí Mamá, a mi lado, y sígueme
contando cosas... No de los recuerdos de aquellos tiempos, sino de ahora. ¿Qué estabas
haciendo?”. Virgen: “Estaba trabajando...”. Jesús: “Lo veo. ¿Pero qué era? Te apuesto que te
estabas fatigando por Mí. Déjame ver...”. María se pone más colorada que la tela que está en el
telar que Jesús mira; le pregunta: “¿Púrpura? ¿Quién te la dio?”. Virgen: “Judas de Keriot. La
obtuvo de los pescadores de Sidón, me parece. Quiere que te haga un vestido real... Claro que te
hago el vestido, pero no tienes necesidad de púrpura para ser rey”. Jesús dice: “Judas es más
terco que un mulo”, es el único comentario sobre la púrpura regalada... ■ Luego se dirige a su
Mamá: “¿Y se hace un vestido entero con eso que te ha regalado?”. Virgen: “¡No, Hijo! Podrá
servir para las orlas del dobladillo del vestido y del manto. No alcanzará para más”. Jesús: “Está
bien. Ahora comprendo por qué lo tejes con franjas estrechas. Mamá, la idea me está gustando.
De esta parte pondrás franjas, y un día te diré que las uses para un hermoso vestido. Todavía hay
tiempo. No te canses mucho”. Virgen: “Trabajo cuando estoy en Nazaret...”. Jesús: “Es
verdad...”.
* Juan de Endor, Síntica y Marziam instruidos por la Virgen.- ■ Jesús: “¿Y los otros qué
han hecho en este tiempo?.” Virgen: “Se han instruido”. Jesús: “Es decir, los has instruido.
¿Qué te parecen?”. Virgen: “¡Oh, son tres personas buenas! Aparte de Ti, nunca he tenido
alumnos más dulces y atentos. He tratado también de dar un poco de fuerzas a Juan. Está muy
enfermo. No vivirá mucho...”. Jesús: “Lo sé. Pero para él es un bien. Por lo demás, él mismo lo
desea. Ha comprendido espontáneamente el valor del sufrimiento y de la muerte. ¿Y Síntica?”.
Virgen: “Es una pena mandarla lejos. Vale por cien discípulos por santidad, por capacidad de
entender lo sobrenatural”. Jesús: “Comprendo. Pero tengo que hacerlo”. Virgen: “Lo que haces
está siempre bien hecho, Hijo”. Jesús: “¿Y el niño?”. Virgen: “También aprende. Pero estos
días está muy triste... Se acuerda de la desgracia de la que ahora se cumple un año... ¡Oh, no ha
habido mucha alegría aquí!... Juan y Síntica están afligidos pensando en la partida de aquí, el
niño llora pensando en su mamá muerta...”. Jesús: “¿Y tú?”. Virgen: “Yo... ya sabes, Hijo. No
hay sol cuando estás lejos de mí. No lo habría ni aunque el mundo te amara; pero, al menos,
habría cielo sereno... Sin embargo...”. Jesús: “Hay llanto. ¡Pobre Mamá!... ■ ¿No te han hecho
preguntas acerca de Juan y Síntica?”. Virgen: “¿Quién crees que iba a hacerlas? María de Alfeo
sabe, pero guarda silencio. Alfeo de Sara ha visto ya a Juan, pero no se siente curioso. Le llama
«el discípulo»”. Jesús: “¿Y los demás?”. Virgen: “Menos María y Alfeo, ninguno viene a esta
casa. Alguna mujer, para algún trabajo o consejo. Pero los hombres de Nazaret ya no atraviesan
mi puerta”. Jesús: “¿Ni siquiera José y Simón?”. Virgen: “... No... Simón me manda aceite,
harina, aceitunas, leña, huevos... como para subsanar el hecho de no comprenderte, como para
hablar a través de estos presentes. Pero se los da a María, su madre, y aquí no viene. Pero es que
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además viniera quien viniere solamente me vería a mí, porque Síntica y Juan se retiran cuando
llama alguna persona...”. Jesús: “Una vida muy triste”. Virgen: “Sí. Y el niño sufre un poco por
ello; tanto es así que ahora María de Alfeo se lo lleva consigo cuado me hace las compras. Pero
ahora ya no estaremos tristes, mi Jesús: ¡estás Tú!”. Jesús: “Estoy Yo... Ahora vamos a dormir.
Bendíceme, Mamá, como cuando era niño”. Jesús: “Bendíceme, Hijo, soy tu discípula”. Se
besan... Encienden una nueva lámpara y salen para ir a descansar.(Escrito el 15 de Octubre de
1945).
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5-309-66 (5-175-1092).- Simón, primo de Jesús, pide la curación de su hijo; no cree lo dicho
por J. Iscariote en Nazaret.
*“Simón, acuérdate que la fe humilde y robusta de Salomé, tu mujer, obtuvo la
curación”.- ■ Vuelve Marziam corriendo: “Maestro, allí donde termina el sendero en el
camino, está tu primo Simón, todo sudado, como si hubiese corrido mucho. Me preguntó:
«¿Dónde está Jesús?». Le respondí: «Viene detrás con Simón Zelote». Está todo sudado como si
hubiese corrido mucho. Me dijo: «¿Va a pasar por aquí?». Le respondí: «Claro. Por aquí se pasa
para regresar a no ser que se haga como los pájaros que vuelan y por muchos caminos llegan a
sus nidos. ¿Lo quieres ver?» . Tu hermano quedó indeciso, pero estoy seguro que te quiere ver”.
Zelote dice: “Maestro, ya ha visto a su mujer... Vamos a hacer esto: Marziam y yo te dejamos
libre; damos la vuelta por detrás de Nazaret. Total... no tenemos prisa en llegar... Y Tú vas por
el camino normal”. Jesús: “Está bien. Gracias, Simón. Adiós a los dos”. Se separan. Jesús
apresura el paso hacia el camino principal. ■ Allí está Simón jadeante apoyado sobre un tronco
y enjugándose el sudor. Al ver a Jesús levanta los brazos... Los vuelve a dejar caer, baja la
cabeza, sin fuerzas. Jesús llega donde está, le pone una mano en un hombro y le pregunta:
“¿Qué quieres de Mí, Simón? ¿Hacerme feliz con una palabra tuya de cariño, que desde mucho
tiempo espero?”. Simón baja mucho más la cabeza pero no dice nada... Jesús: “Habla. ¿Acaso
soy un extraño para ti? ¿Verdad que no? Tú siempre eres mi buen hermano Simón, y Yo para ti,
soy el pequeño Jesús que cargabas en tus brazos, con esfuerzo y con tanto amor. Eso era
cuando volvimos a Nazaret”. Simón se cubre la cara con las manos y cae de rodillas. “¡Oh,
Jesús mío! Yo soy el culpable. Cuánto he sido castigado...”. Jesús: “No. Levántate. Somos
parientes. Ea ¿qué quieres?”. Simón de Alfeo: “¡Mi hijo! Está...” el llanto le impide hablar.
Jesús: “¿Tu hijo? ¿Y qué?”. Simón de Alfeo: “Está muriéndose... con él también el amor de
Salomé... me quedo con dos remordimientos: el de perder a mi hijo y también a ella... Yo pensé
que anoche se me moría, y ella parecía una hiena. Me gritó a la cara: «¡Eres un asesino de tu
hijo!». Yo rogué que no sucediera esto, jurándome a mí mismo ir a Ti si el niño se recobraba,
aun a costa de ser rechazado --que por lo demás me merezco-- para manifestarte esto: que Tú
eres el único que puedes impedir mi desgracia. Al amanecer el niño se repuso algo... Salí
inmediatamente de mi casa, hacia la tuya, por detrás de la ciudad para no encontrar obstáculos...
Llamé a la puerta. María me abrió y quedó sorprendida. Podría haberme tratado mal. Se limitó a
decirme: «¿Qué quieres, desgraciado Simón?». Y me acarició como si fuese un niño... Lloré. La
soberbia, el titubeo se acabaron. ■ No es. No puede ser verdad lo que me contó Judas. Me
refiero a tu apóstol no a mi hermano. De esto no he dicho nada a María, pero yo me lo digo a mí
mismo, dándome golpes de pecho y diciéndome a mí mismo toda clase de injurias, desde aquel
momento. Le dije a Ella: «¿Está Jesús? Es por Alfeo, mi hijo que se muere...». María me
respondió: «Corre. Va en dirección de Caná con el niño y un apóstol. Rogaré para que le
encuentres». Ni una palabra de reproche, ni una. ¡Y tantas que me merezco!”. Jesús: “Tampoco
Yo te reprocho algo. Te abro los brazos para...”. Simón de Alfeo: “¡Ay de mí! ¿Para decirme que
Alfeo ha muerto?...”. Jesús: “No. ¡Para decirte que te quiero!”. Simón de Alfeo: “Ven entonces.
¡Pronto! ¡Pronto!”. Jesús: “No. No es necesario”. Simón de Alfeo: “¿No vienes? ¿No me
perdonas? ¿Alfeo ya está muerto? Pero aunque lo estuviese, Tú, Jesús, que resucitas los
muertos... ¡devuélveme a mi hijo!... ¡Oh, Jesús bueno!...¡Oh, Jesús santo!...¡Jesús a quien yo he
abandonado!... Jesús, Jesús, Jesús...”. El llanto del hombre se derrama por el camino solitario,
y, de rodillas nuevamente, convulso, se ase al vestido de Jesús o le besa los pies, atormentado
por el dolor, por el remordimiento, por el amor paterno. ■ Jesús: “¿No pasaste por tu casa, antes
de venir aquí?”. Simón de Alfeo: “No. Como un loco he venido hasta acá... ¿Por qué? ¿Alguna
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otra desgracia? ¿Ha huido Salomé? ¿Se ha vuelto loca? Ya se veía desde anoche...”. Jesús:
“Salomé me ha hablado. Ha llorado. Ha creído. Vete a tu casa, Simón. Tu hijo está curado”.
Simón de Alfeo: “¡Tú!...¡Tú!... ¿has hecho esto a favor mío, pese a que te ofendí creyendo a
aquella víbora? Oh, Señor. No soy digno de tanto. ¡Perdón, perdón, perdón! Dime qué quieres
que haga para reparar mis ofensas, para decirte que te amo, para convencerte que sufría
dándome importancia, para decirte que desde que estás aquí, incluso antes de que se enfermase
Alfeo, deseaba hablar contigo. Pero... Pero...”. Jesús: “No te preocupes de lo que pasó. Ni
siquiera me acuerdo. Haz también tú lo mismo. ■ Olvida las palabras de Judas de Keriot. Es un
muchacho. Te voy a pedir tan sólo que nunca repitas, ni ahora ni nunca, tales palabras a mis
discípulos, a mis apóstoles, y mucho menos a mi Madre. Esto te pido. Ahora vete, Simón, a tu
casa. Vete tranquilo... No te tardes en gozar de la alegría que llena tu hogar. Vete”. Le besa y le
empuja dulcemente hacia Nazaret. Simón de Alfeo: “¿No vienes conmigo?”. Jesús: “Te espero
en mi casa con Salomé y Alfeo. Vete. Y acuérdate que porque tu mujer supo creer sólo en lo
que Yo le decía, tú has podido tener esta alegría. Por ella”. Simón de Alfeo: “Quieres decirme
que...”. Jesús: “No. Quiero decir que reconocí tu arrepentimiento y que éste te llegó a través de
sus gritos acusadores... Dios grita por la boca de los buenos y vuelve a llamar y aconseja...
Probé la fe humilde y robusta de Salomé. Vete, te lo digo. No tardes en decirle «gracias»...”.
Casi le empuja a la fuerza para convencerle de que se vaya. Y, cuando Simón por fin se va, le
bendice... ■ Después mueve la cabeza, en un mudo soliloquio, y lentas lágrimas descienden por
su rostro pálido. Una sola palabra da la dirección de su pensamiento: “¡Judas!”... Toma el
sendero que había tomado Zelote, y se dirige a su casa (Escrito el 21 de Octubre de 1945).
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--------------------000-------------------(<Pedro, que está celebrando las Encenias en su casa, llega solo y de improviso a la casa de Nazaret>).
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5-310-71 (5-176-1098).- Jesús comunica a Pedro la marcha de Juan de Endor y Síntica a
Antioquía.
* Pedro, Andrés, Santiago y Juan, Judas y Santiago Alfeo, irán a Antioquía con Síntica y
J. de Endor.- ■ “Maestro... yo he venido a verte a Ti y al niño. Es verdad, pero también estos
días he pensado mucho, sobre todo desde que llegaron tres zánganos venenosos... a los que dije
más mentiras que peces hay en el mar. Ahora deberán estar llegando a Getsemaní pensando que
se encontrarán con Juan de Endor, y luego irán a casa de Lázaro esperando encontrarse allí a
Síntica y a Ti. ¡Que les aproveche la caminata!... Pero luego volverán y... Maestro, te quieren
crear problemas por estos dos infelices...”. Jesús: “Ya hace meses que he tomado las medidas
oportunas. Cuando éstos regresen buscando a estos dos perseguidos, ya no los encontrarán, en
ningún lugar de Palestina. ¿Ves estos arcones? Son para ellos. Mira esos vestidos doblados
cerca del telar. Son para ellos. ¿Te sorprende?”. Pedro: “Sí, Maestro. Pero ¿adónde los
mandas?”. Jesús: “A Antioquía”. Pedro lanza un silbido significativo y pregunta: “¿A casa de
quién? ¿Cómo se irán?”. Jesús: “Van a una casa de Lázaro. La última que tiene allí donde su
padre gobernó en nombre de Roma. Se irán por mar...”. Pedro: “Esto está bien, porque si Juan
tuviese que irse por sus propios pies...”. Jesús: “Por mar. ■ Me complace también a Mí el poder
hablar contigo. Habría mandado a Simón a decirte: «Ven», para preparar todo. Escucha. Dos o
tres días después de las Encenias nos marcharemos de aquí, pero no todos juntos, para no llamar
la atención. Formaremos parte de una comitiva: Yo, tú, tu hermano, Santiago y Juan y mis dos
hermanos; además de Juan y Síntica. Iremos a Ptolomaide. De allí en barca los acompañarás a
Tiro. En ese lugar subiréis en algún barco que vaya a Antioquía, como si fueseis prosélitos que
regresan a sus casas. Luego regresaréis y me encontraréis en Aczib. Estaré arriba del monte
diariamente. Y además el Espíritu os guiará...”. Pedro: “¿Cómo? ¿No vienes con nosotros?”.
Jesús: “Me notarían demasiado. Quiero dar paz al corazón de Juan”. Pedro:“¿Y cómo lo voy a
hacer? Nunca he salido fuera de acá”. Jesús: “No eres un niño... y dentro de poco tendrás que ir
mucho más allá de Antioquía. Me fío de ti. Mira cuánto te aprecio”. ■ Pedro: “¿Y Felipe y
Bartolomé?”. Jesús: “Nos saldrán al encuentro en Jotapata, y evangelizarán en espera de
nosotros. Les escribiré y les llevarás la carta”. Pedro: “¿Y esos dos saben ya su destino?”.
Jesús: “No. Quiero que pasen la fiesta tranquilamente”. Pedro: “¡Uhm! ¡Pobrecitos! ¡Vamos,
hombre, que uno tenga que verse perseguido por gentuza y...!”. Jesús: “No te ensucies la boca,
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Simón”. Pedro: “Está bien, Maestro. Oye...■ ¿Pero cómo voy a hacer para llevar estos arcones?
¿Y llevar a Juan? Me parece que está enfermo”. Jesús: “Alquilaremos un asno”. Pedro: “Dirás
una carreta”. Jesús: “¿Y quién la guía?”. Pedro: “Si Judas de Simón aprendió a remar, Simón
de Jonás aprenderá a guiar. No creo que sea una cosa difícil guiar un asno por la rienda. En la
carreta pones los arcones y a los dos y nosotros iremos a pie... sí. De este modo hay que hacerlo,
créemelo”. Jesús: “¿Y quién nos proporciona la carreta? Ten en cuenta que no quiero que se
note la partida”. Pedro se pone a pensar... Halla la solución: “¿Tienes dinero?”. Jesús: “Sí.
Mucho todavía, de las perlas de Misace”. Pedro: “Entonces todo es fácil. Dame un poco de
dinero. Tomaré un asno y una carreta de alguien... luego regalamos el asno a cualquier pobrecito
y la carreta... la venderemos...■ Hice bien en haber venido. ¿De veras que tengo que volver con
mi mujer?”. Jesús: “Sí. Es conveniente”. Pedro: “Pues así se hará. ¡Pero esos dos pobrecitos!
Siento que nos tengamos que separar de Juan. Ya de por sí le íbamos a tener poco tiempo...
¡Pero, pobrecillo! Podía morir aquí como Jonás...”. Jesús: “No se lo habrían permitido. El
mundo odia a quien se redime”. Pedro: “Le va a doler...”. Jesús: “Ya inventaré una excusa para
que su partida no sea dolorosa”. Pedro: “¿Cuál?”. Jesús: “La misma que sirvió para enviar
lejos a Judas de Simón: la de trabajar por Mí”. Pedro: “¡Ah!... Solo que en Juan será santidad,
pero en Judas tan solo soberbia”. Jesús: “Simón no murmures”. Pedro: “¡Más difícil que hacer
cantar a un pescado! Es verdad, Maestro, no es murmuración... ■ Pero creo que ya llegó Simón
con tus hermanos. Vamos a verlos”. Jesús: “Vamos. Y silencio con todos”. Pedro: “No es
necesario que me lo digas. No puedo callar la verdad cuando hablo, pero sé callar del todo, si
quiero. Y quiero. Me lo he jurado a mí mismo. ¡Yo ir hasta Antioquía! ¡A la punta del mundo!
¡Ya ardo en deseos de volver de allí! No dormiré hasta que todo haya concluido...”. Salen y no
veo otra cosa más. (Escrito el 22 de Octubre de 1945).
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--------------------000-------------------(<Jesús y Juan de Endor están hablando en la casa de Nazaret>).
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5-312-81 (5-178-1108).- Jesús comunica a Juan de Endor y Síntica que deben partir a
Antioquía.
* “Juan, en los caminos del Señor se encuentran necesidades absolutas. Y el primero en
sufrir por ello soy Yo”.- ■ Jesús abraza a Juan, y le tiene junto a su costado, como suele hacer
con el otro Juan, y, pálido por el dolor que va a proporcionar, dice: “También ahora Dios te
confía una misión delicada y santa. Una misión que es señal de su amor. Solo tú, que eres
generoso, que no tienes prejuicios ni prevenciones, que eres sabio, que, sobre todo, te has
ofrecido a toda clase de renuncias y penitencias para purgar aquel resto de expiación, aquella
deuda que tienes con Dios; tú eres el único que puedes llevarlo a cabo. Cualquier otro no
querría, y tendría razón, porque le faltarían las cualidades necesarias. Ni siquiera uno de mis
apóstoles posee todo lo que tú tienes para ir a preparar los caminos del Señor... Tu nombre de
Juan lo está diciendo. Serás, por tanto, un precursor de mi doctrina... prepararás los caminos a tu
Maestro... que no puede ir tan lejos (Juan se estremece y trata de librarse del brazo de Jesús
para mirarle a la cara, pero no lo logra, porque Jesús le tiene estrechado dulce pero firmemente,
y ya su boca da el golpe final...)... No puedo ir tan lejos... hasta Siria... hasta Antioquía...”. Juan,
librándose violentamente del abrazo de Jesús, grita: “¡Señor! Señor, ¿hasta Antioquía? Dime
que he entendido mal. ¡Dímelo, por favor!...”. Está de pie... todo en él es súplica: su ojo, su
único ojo, su cara que toma color ceniza, sus labios que tiemblan, sus manos extendidas y
temblorosas, su cuerpo que parece plegarse hacia el suelo como doblegado por tal noticia. Pero
Jesús no puede decir... “Entendiste mal”. Abre los brazos. Se levanta para acoger sobre su
corazón al viejo pedagogo, y nuevamente sus labios abre para confirmar: “Hasta Antioquía. A
casa de Lázaro. Con Síntica. Partiréis mañana o pasado mañana”. ■ El desconsuelo de Juan es
en realidad doloroso. Logra librarse un poco de los brazos de Jesús y, con su cara bañada en
lágrimas que corren por sus flacas mejillas, grita: “Ya no me quieres más contigo. ¿En qué te he
contrariado, mi Señor?”, y se separa y se deja caer en la mesa mientras rompe en sollozos
desgarradores, que rompen las entrañas, que se ven interrumpidos por accesos de tos, insensible
a las caricias de Jesús, susurrando: “Me alejas de Ti, me echas fuera, no te volveré a ver...”.
Jesús sufre visiblemente y ora... Luego sale quedamente. Ve en la puerta de la cocina a María y
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a Marziam, que está asustado de ese llanto...Un poco retirada está Síntica que también está
sorprendida. ■ Jesús: “Madre, ven aquí un momento”. María va, ligera y pálida. Entran juntos.
María se inclina sobre ese hombre que llora cual si fuese un pobre niño. Le dice: “¡Cálmate,
cálmate, hijo mío! ¡No! Te harías mal”. Juan levanta su rostro desencajado y grita: “¡Me echa
fuera!... Moriré lejos, solo... Podía esperar unos meses y dejarme morir aquí. ¿Por qué este
castigo? ¿Qué pecado cometí? ¿Te he causado molestia alguna vez? ¿Para qué me has dado esta
paz para luego, luego...?”. Se deja caer de nuevo sobre la mesa, llorando más fuerte, jadeando.
Jesús le pone la mano sobre sus flacos y convulsos hombros y le dice: “¿Y puedes creer que, si
hubiese podido, no te habría tenido aquí? ¡Oh, Juan! En los caminos del Señor se encuentran
necesidades absolutas. Y el primero en sufrir por ello soy Yo. Yo que llevo conmigo mi dolor
y el de todo el mundo. Mírame, Juan. Mira si en Mí puedes descubrir alguna señal de odio,
alguna señal de que esté cansado de ti... Ven aquí, entre mis brazos. Siente cómo palpita de
dolor mi corazón”.
* Jesús revela su muerte en cruz a Juan de Endor.- ■ Jesús: “Escúchame, Juan, no me
entiendas mal. Es la última expiación que Dios te impone para abrirte las puertas del Cielo.
Escucha...”. Le levanta y le tiene entre sus brazos. “Escucha... Mamá, sal un momento... Ahora
que estamos solos, escucha. Tú sabes quién soy. ¿Crees firmemente que sea Yo el Redentor?”.
Juan de Endor: “¿Y cómo no voy a creerlo? Por esto quería estar contigo siempre, hasta la
muerte...”. Jesús: “Hasta la muerte... ¡Horrible será!...”. Juan de Endor: “La mía, digo. ¡La
mía!...”. Jesús: “La tuya será placentera, consolada con mi presencia, que te infundirá la certeza
de que Dios te ama, de que te ama Síntica, además de la alegría de haber preparado el triunfo
del Evangelio en Antioquía. ¡Pero mi muerte!... Me verías reducido a un montón de carne
llagada, cubierta de esputos, infamada, abandonada en manos de una multitud feroz, me verías
morir suspendido en una cruz como un criminal... ¿Podrías soportar esto?”. Juan, que a cada
descripción de cómo será Jesús en la Pasión ha respondido gimiendo: “¡No, no!”, grita un “no”
seco, y añade: “Volvería a odiar de nuevo a la humanidad... Mas ya estaré muerto, porque Tú
eres joven y...”. Jesús: “Y veré ya solo una vez las Encenias”. Juan le mira fijamente,
aterrorizado... Jesús: “Te lo he dicho en secreto para explicarte que una de las razones por las
que te mando lejos, es ésta. No serás el único. ■ A todos aquellos que no quiero que sean
turbados por encima de sus fuerzas los mandaré antes a otro lugar ¿Esto te parece falta de
amor?”. Juan de Endor: “No, mi mártir Dios... Pero, entre tanto, yo debo dejarte y... moriré
lejos”. Jesús: “Por la Verdad que soy Yo, te prometo que estaré inclinado hacia tu almohada
cuando llegue tu agonía”. Juan de Endor: “¿Pero cómo va a ser, si estoy muy lejos, y Tú dices
que no puedes ir tan allá? Lo dices para que me vaya menos triste...”. Jesús: “Juana de Cusa,
que estaba agonizando a los pies del Líbano, me vio y estaba Yo muy lejos. Ella no me conocía
todavía. Pues allí la devolví a la pobre vida de la tierra. ¡Ten en cuenta que cuando Yo muera se
lamentará haber vuelto a vivir!... Mas para ti, alegría de mi corazón en este segundo año de
Maestro, haré algo más. Iré a llevarte a la paz, dándote la misión de decir a los que esperan: «La
hora del Señor ha llegado. Como ahora viene la primavera sobre la tierra, para nosotros
despunta ya la primavera del Paraíso». Pero, no iré solo entonces... Me sentirás siempre... Lo
puedo hacer y lo haré. Tendrás al Maestro en ti como ni siquiera ahora me tienes. Porque el
amor puede comunicarse a aquel que ama, y tan sensiblemente que puede tocar no solo al
corazón sino a los sentidos mismos. ¿Estás ahora más tranquilo, Juan?”. Juan de Endor: “Sí,
Señor, mío. Pero ¡qué dolor!”. ■ Jesús: “De todas formas, ¿no te rebelas, no?”. Juan de Endor:
“¿Rebelarme? Jamás. Te perdería del todo. Digo: «mi» Padrenuestro: hágase tu voluntad”.
Jesús: “Sabía que me ibas comprender...”. Le besa en las mejillas surcadas por un continuo,
aunque sereno, llanto. ■ Juan de Endor dice: “¿Me permites saludar al niño?... Éste es otro
dolor... Le quería...”. El llanto vuelve, ahora más intenso... Jesús: “Sí. Le llamo enseguida... Y
también a Síntica, que también sufrirá... Tú, siendo hombre, debes ayudarla...”. Juan de Endor:
“Sí, Señor”. Jesús sale. Mientras, Juan llora, y besa y acaricia las paredes y los objetos de la
pequeña habitación hospitalaria. Entran juntos María y Marziam. Juan de Endor dice: “¡Madre!
¿Has oído? ¿Lo sabías?”. Virgen: “Lo sabía y me dolí... Pero yo también me he separado de
Jesús... Y soy su Madre...”. Juan de Endor: “¡Es verdad!... Marziam, ven aquí. ¿Sabes que me
marcho y que no volveremos a vernos?...”. Quiere mostrarse fuerte. Pero... coge al niño en
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brazos. Se sienta en el borde de la cama y llora abundantemente encima de la cabeza morena de
Marziam, que, a su vez, bien se encarga de imitarle.
* “¿Debería rebelarme ahora contra esta esclavitud de amor que no daña sino eleva
nuestra alma y nos da el título de siervos suyos?”.- ■.... Jesús entra con Síntica. Ésta
pregunta: “Juan ¿por qué lloras así?”. Juan de Endor: “Nos manda lejos ¿no lo sabías? ¿Todavía
no lo sabes? Nos manda a Antioquía”. Síntica: “¿Y qué? ¿No ha dicho que donde hay dos
unidos en su nombre, estará Él en medio de ellos? ¡Ánimo, Juan! Probablemente hasta ahora
siempre has elegido tu suerte, y por esto te asusta que alguien imponga su voluntad. Por mi
parte me he acostumbrado a aceptar la voluntad de otros. ¡Y qué destino!... Por eso ahora
doblego con gusto mi cabeza ante este nuevo destino. Si no me he rebelado contra la esclavitud
déspota sino cuando quería esclavizar mi alma, ¿debería rebelarme ahora contra esta dulce
esclavitud de amor que no daña sino que eleva nuestra alma y nos da el título de siervos suyos?
■ ¿Tienes miedo del mañana porque estás enfermo? Yo trabajaré para ti. ¿Tienes miedo a
quedarte solo? Jamás te abandonaré. Puedes estar seguro de ello. No tengo otro objeto en mi
vida que amar a Dios y al prójimo. Tú eres el prójimo que Dios me confía. ¡Imagínate cuánto te
voy a querer!”. Jesús: “No tendréis necesidad de trabajar para vivir porque estaréis en una casa
de Lázaro. Eso sí, os aconsejo que uséis la vía de la enseñanza para que os atraigáis a la gente:
tú, como maestro; tú, mujer, con trabajos femeninos: servirá para el apostolado y para llenar
gustosos vuestras jornadas”. Síntica responde firmemente: “Así lo haremos, Señor”. (Escrito el
24 de Octubre de 1945).
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