la risa, enemiga del poder

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LA RISA, ENEMIGA DEL PODER
De la revista Ekintza Zuzena
http://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article258
Número 18
LA RISA, ENEMIGA DEL
PODER
- Zenbakiak - Números - Número 18. zenbakia -
argitaratuta: Martes 15 de marzo de 2005
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LA RISA, ENEMIGA DEL PODER
«¡Ay, de los que reís ahora, porque tendréis duelos y lloraréis!» (Lucas 6,25)
El primer argumento a favor de la risa lo encontramos en el descrédito que tiene entre los enemigos de la vida y los
afectos a una vida sacrificada; el ciego enemigo de Guillermo de Baskerville en «El nombre de la Rosa» esconde la
obra de Aristóteles referida a la comedia pues considera a la risa «un viento diabólico». «El monje -asegura- no
debe decir palabras vanas y tampoco reír». ¡Qué enorme cantidad de monjes encontramos hoy en día!. Todos
aquellos entregados con tanto fanatismo a un Proyecto que consideran a la risa un estorbo para la seriedad que su
discurso pretende.
La buena risa es un arma con un sólo objetivo en el punto de mira: el monoteísmo y sus criaturas. Los siervos de lo
único nunca podrán recuperar la buena risa para apuntalar sus fines.
La risa danza y mata. Mucha parte de sufrimiento hay en el hombre por llevar cargas ajenas. La buena risa nos
libera de tales fardos, aligera y por tanto alegra y acrecienta nuestra fuerza. Aprender a reír es aprender a bailar
sobre el espíritu de la pesadez: el juicio, la Finalidad, el Proyecto serio, el trabajo, lo inauténtico, las jerarquías, la
mercancía... las obligaciones, en suma.
«Aprender a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros». La buena risa se opone al resentimiento, pues camina
acompañada de la alegría. Quien no sabe reír, más que aligerarse, se vacía con sus carcajadas, y quien sabe
hacerlo demuestra su amor propio: tras la buena risa hay una conciencia tranquila. Quiero recordar aquí el
argumento que el ciego asesino guardó hasta el final: «La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe, porque
sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios». Realmente el ciego acierta de pleno. Todos los poderes fundados
sobre la ilusión, la impotencia y el miedo, es decir, sobre las pasiones tristes, han de temer a la risa muy mucho. La
disolución del poder corre paralela a la pérdida de su capacidad para dar miedo; el fantasma de Canterville es un
buen ejemplo de ello, y también de algo más: el verdadero rostro del poder es tan ridículo como nuestros temores
una vez ya superados. La risa es la mañana que invierte la perspectiva del Poder, noche donde todos los monstruos
respiran a costa de nuestras tristezas.
La Muerte es el Enemigo y la risa una aliada.
EL ROL CONTRA LO VIVIDO
El rol son aquellas actitudes coaguladas en un personaje con vida limitada a la apariencia. Ese fantasma es un
conjunto de afirmaciones casi coherentes entre sí que responden a un mismo acicate triste: temor, vanidad,
ambición... El rol es la interiorización de las estructuras del Poder, la victoria particularizada de las pasiones tristes
que nos coloca «en la representación jerárquica; arriba, abajo, en medio, pero nunca más acá o más allá».
El rol fija e inmoviliza unos comportamientos, unas actitudes, unas opiniones, una forma de ser y un carácter. Esto
se demuestra en lo vergonzoso que es para uno reconocer cambios de opinión (y aún más: reconocerlos
argumentándolos).
Los políticos profesionales dependen del rol («Pues vaya, ahora se ha pasado al partido contrario, ya te decía yo
que no era de fiar...»). Precisamente quien no es de fiar es aquel que mantiene invariablemente sus opiniones, pues
estas no serán ya más que convicciones.
Lo vivido que hay en lo lúdico del pensamiento se pierde si vence ese Rostro único que es el rol.
Los psico y sociopolicías refuerzan los roles: las encuestas, los tests, los aficionados a clasificar a sus conocidos, la
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opinión pública y su tendencia a la ubicuidad, son los ladrillos que me emparedan en un yo muerto con un nombre
de carcelero.
Propio es del ánimo alegre preocuparse de sí mismo y de lo que en los demás es suyo por aumentar su alegría, y
así no agobiar al prójimo con culpas («pues una vez me dijiste otra cosa», «cuánto has cambiado», «eres tal o cual
o deberías serlo o lo dejaste de ser»). Esos «ser» no son sino un ancla que nos impide zarpar hacia la dudosa tierra
de lo múltiple en la que sólo pondrán pie quienes atraviesen con éxito el mar abierto de la libertad y sus riesgos.
Difícil travesía, saboteada en lo posible por las sirenas del monoteísmo: banderas, ideologías, roles, nacionalismos,
uniformes de soldado del Orden o militantes de la Revolu-ción...
Como explica Raoul Vaneigem, el Poder está en mi casa y yo en la suya, evitar por tanto los roles equivale a
suicidarse: «El rol espectacular exige una adhesión; el rol lúdico, por el contrario, postula una distancia, una retirada
desde la que capta jugando y libre». Es decir: los que consumen roles de manera optimista se identifican con su
envoltura, no admiten bromas y matan poco a poco su diversidad interna. Por otro lado, las mentes lúcidas que
desprecian el rol adoptan uno lúdico: ser no siendo, guardando la última carcajada.
¿Qué encubre la identificación? Obvio: la pobreza de la vida. Quien no es nada necesita, para evitar burlas y
depresiones, afirmarse a los demás mediante el rol: «no me aguanto, pero al menos soy español» (o vasco, o
gallego, o negro, o blanco, o drogadicto, o Revolucionario, o policía...).
Es el humor quien abre la brecha entre mi rol y yo, entre lo único y la esencia diversa, es el humor quien posibilita el
juego y ayuda en la lucha contra los amigos de fijar el pensamiento encadenándolo al autor: «Yo no soy marxista»
(Marx). Mientras, el Poder, es decir, lo serio, lo cerrado, momifica la creación encerrándola en celdas marcadas con
etiquetas para cadáveres: historia, sociología, antropología...
DE COMO EL HUMOR MATA EL ROL O LA VIDA DE
BRIAN
Los Monthy Python juegan admirablemente con roles que petrifican en la vida real: El Mesías, El Discípulo, El
Terro-rista, El Soldado, El Dirigente..., nos muestran cómo son los roles en la perspectiva del humor: condenados a
muerte que silbotean y cantan, soldados que se ríen de su señor, terroristas (de increíble parecido a los reales) que
se matan entre sí...
Sólo Brian está cuerdo. Los demás juegan su rol idiota con absoluta seriedad (como en la vida real), actúan con
coherencia a unos principios estúpidos (cada actor de los M. P. encarna a varios personajes como en un sueño y el
sueño es la inversión de perspectiva por excelencia). La soledad de Brian es absoluta (¿Cómo comunicarse con
envolturas fanáticas?). Sin embargo, al final los habitantes del reino de la locura sugieren un juego alrededor del
fuego de otra cordura, una cordura lúdica. La cancioncilla final desvela quizá un truco. ¿Quién está pues en sus
cabales?
La sociedad espectacular (a cada cual un rol), no podría soportar un comportamiento lúdico generalizado con estos
caparazones. Todavía es muy necesario que seamos coherentes y razonables y equilibrados y absolutamente locos
o absolutamente cuerdos, que pensemos para siempre lo mismo y que en nuestro saber no haya ninguna carcajada.
De no ser así, la organización de lo limitado y lo único se vendría abajo. El poder no tolera niños sensatos.
La seriedad con la que los guardianas del templo del Espectáculo encubren la falta de vida, con todo lo de múltiple
que hay en la vida, se disuelve a golpes de carcajada.
La ideología del progreso, aquella que señala un arriba y un abajo, necesita puntos unidireccionales y
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unidimensionales en su perspectiva. Es decir, una manera de ver las cosas, la del Poder y nada de aspirar a lo
múltiple y auténtico. La variedad de subjetividades es mayor cuanto menor es el Poder separado.
Frente a la Muerte que nos gobierna, libertad de lo nuevo y lo posible. Crear situaciones no es otra cosa que abrir la
puerta a lo que no está hecho, a lo que no está dirigido por jefes o Dioses. Mejor dicho, la situación admite todos los
dioses imaginables, todas las corduras posibles, excepto aquellas que amenazan lo plural; ideologías,
nacionalismos, banderas o jerarquías son destruidas por la situación en defensa propia, por cortesía. Destruidas sin
amargura ni odio, pues «nuestra enemistad debe ser un medio para aumentar nuestra alegría».
Los Monty Python han despejado el camino a la rebelión contra el deber-ser, el hay-que o el tienes-que. La risa
grita: «el rey está desnudo» y si la carcajada se contagia el rey muere.
Gabriel Syme
(Madrid)
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