El éxodo al Beni, servicios, tierra y territorio

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Sirionós
El éxodo al Beni, servicios, tierra y territorio
Por:Miguel E. Gómez Balboa
EL ÉXODO AL BENI : Los indígenas que tienen los pies torcidos
Hay varias versiones sobre el origen de los sirionós. Una dice que los guaraníes que venían del Paraguay se
asentaron en dos áreas: un grupo se movió hacia el oriente de los Andes y fue conocido como Chiriguano Ava;
el otro se desplazó hacia el nordeste y se le conoció como Chiriguano izoceño, y en el tercero estaban los Mbya
(sirionós)
William Cuellar declara sus raíces con orgullo. “Mis padres son sirionós. Todo los de mi familia son sirionós.
Pertenezco a la comunidad sirionó”. El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, la máxima
autoridad de esta etnia, habla de su nación rodeado por flechas de buen número de las naciones indígenas del
país, las que son expuestas en oficinas de la Central de Pueblos Indígenas del Beni, que están en la capital
pandina, Trinidad. “Mi pueblo pertenece a la familia tupiguaraní, o sea, de la frontera con Paraguay. Nuestros
antepasados eran siempre nómadas, y a raíz de ello se vinieron desde Santa Cruz a la provincia Cercado de este
departamento”.
“Primero nos asentamos en Casarabe, donde compartíamos la estancia con los guarayos. Pero por diferencias
entre las familias, los sirionós se separaron y se fueron al monte, y llegaron a una loma alta en la que
conformaron un asentamiento al que le pusieron el nombre de Ibiato (tierra alta, en lengua sirionó) por esa
razón. Todo empezó con seis familias. Y ahora llegamos al millar. Nuestra cultura está renaciendo, sobre todo
nuestro idioma. Pero estamos olvidados por el Estado y las autoridades locales, porque no atienden nuestras
necesidades. Vaya a Ibiato o Nguiray, no hay servicios básicos”. Sus palabras son un diagnóstico preocupante.
El presidente del Consejo Indígena Sirionó, William Cuellar, durante la entrevista con la revista.
La génesis enigmática
La investigadora Zulema Lehm, en Estrategias, problemas y desafíos en la gestión del territorio indígena
sirionó, señala que las primeras notas historiográficas de los sirionós datan de 1693 cuando, habiéndose
fundado varias reducciones jesuíticas entre los indios de mojos, el padre Cipriano Barace se topó con ellos.
Arguye que es probable que el nombre sirionó provenga de la información que proporcionaron los indios de
habla moja, pues “sire” en lengua mojeña alude a un tubérculo de la zona cuya forma es igual a un pie torcido, y
“ono” constituye el pluralizador. “Y dos de las características físicas de los sirionós son: marcas detrás de la
oreja y la forma de los pies”.
Pero, ¿vivían siempre en esa región? El antropólogo Wigberto Rivero Pinto señala que hay varias versiones
sobre el origen de los miembros de esta etnia. Una dice que los guaraníes que venían del Paraguay se asentaron
en dos áreas: un grupo se movió hacia el oriente de los Andes y fue conocido como Chiriguano Ava; el otro se
desplazó hacia el nordeste y se le conoció como Chiriguano Izoceño; se especula que un tercero, los Mbya, se
hayan dirigido hacia las selvas del norte (sirionó) y a las del oeste (yuki). Otra hipótesis, propone que guarayos,
sirionós, yukis y guarasug’wes llegaron del actual Brasil, de las costas del Atlántico y el Matto Grosso por el este
de Santa Cruz.
“Otra versión habla de un poblamiento más reciente, a raíz de la entrada del conquistador Ñuflo Chávez, que
regresando del Paraguay en 1564, trajo consigo 3.000 itatines, quienes habrían huido hacia las regiones de los
actuales guarayos y sirionós de la Misión de Salvatierra, de quienes serían antepasados. La antropóloga
Stearman sugiere que el proceso de deculturación de los sirionós puede tener uno de sus orígenes en la derrota
chiriguana (guaraní) de Kuruyuqui, en 1892. Quienes quedaron en los bosques de Moxos llevaban encima una
dura derrota; por ello los sirionós habrían incrementado el nomadismo y su resistencia a tener contactos con
gente extraña”.
De allí habrían emigrado más al norte, al Beni. Lehm explica que en el anterior siglo, “poco antes de 1925,
parece ser que las enfermedades y el acoso, tanto de los blancos como de los ‘yanagiguas’ —probablemente
ayoreos— diezmaron a la población sirionó. Los que sobrevivieron se hallaban en completo estado de debilidad,
por lo que se vieron obligados a buscar contactos más permanentes con los blancos, tanto en las reducciones
como en las haciendas de la región”. Y así llegó el misionero evangélico estadounidense Tomás Anderson, quien
los involucró con su religión y les inculcó el sedentarismo, en la zona de Ibiato.
El evangelismo se profundizó con el arribo posterior del Instituto Lingüístico de Verano, en los años sesenta.
Después, la historia sirionó estuvo marcada por la lucha por el acceso a la tierra, ante la codicia de los
ganaderos que lograron despojarles de bastante territorio. Es así que los sirionós, junto a otros pueblos
indígenas de las tierras bajas protagonizaron en 1990 la histórica Marcha Indígena por el Territorio y la
Dignidad, mediante la cual lograron reconocimiento normativo a sus predios ancestrales. Pero los títulos
ejecutoriales todavía tuvieron que esperar los albores de este nuevo siglo. Hoy tienen más de 62.000 hectáreas
reconocidas.
Dos pueblos, una nación
Esta etnia se halla asentada a poco más de 60 kilómetros de Trinidad, en la provincia Cercado. Y tiene dos
comunidades: Ibiato (tierra alta) y Nguiray (pata de águila). Esta última igualmente tiene su leyenda. Resulta
que su nombre se debe a un cazador que atrapó un águila por la zona, quien, luego de devorar al ave, fue
dejando con sus patas la senda por la cual iba caminando, hasta que cuando ya no las necesitó, las dejó
colgadas en un árbol. Nguiray es un desprendimiento de Ibiato, fue conformada por habitantes de la otra
población que decidieron estar cerca de sus chacos para poder trabajarlos sin tener que caminar 20 kilómetros
cada día.
Lehm remarca que los sirionós radican en el Beni junto a 13 pueblos indígenas. “Habitan una parte de los
llamados Llanos de Mojos, un espacio geográfico dominado por sabanas naturales y áreas boscosas en el centro
de la Amazonía boliviana. Este territorio, sometido a extremos climáticos entre la inundación estacional y la
extrema sequía es el escenario de un intenso y complejo proceso social, político y económico que, basado en el
reconocimiento de los territorios indígenas y el manejo de los recursos naturales, avanza buscando alternativas
de gestión, control territorial y desarrollo para los pueblos indígenas”.
Rivero arguye que hasta la anterior década, los sirionós sumaban 308. Cuellar comenta que en base a los
últimos censos internos que realizó el Consejo a su cargo, hay 840 sirionós presentes entre Ibiato (más de 500)
y Nguiray (donde hay poco más de 30 familias). No obstante, el líder originario asegura que estos datos serán
actualizados nuevamente. “Ya debimos haber sobrepasado el millar”. Lehm explica que las estimaciones más
antiguas de la población sirionó datan de 1693, cuando el padre Cipriano Barace refirió la existencia de
aproximadamente 1.000 sirionós. Y la experta nombra otras cifras que muestran la tendencia poblacional.
“Según el censo demográfico realizado por Noza en enero (época lluviosa) de 1999 y su actualización en agosto
(época seca), la población ascendía a 427 habitantes para la primera época y a 448 habitantes para la segunda.
La distribución entre hombres y mujeres para la época lluviosa era de 56 por ciento frente a 44 por ciento, con
una mayoría de hombres; y, para la época seca, de 55 por ciento y 45 por ciento, manteniéndose la mayoría en
los varones. Las pirámides etáreas para ambas épocas del año muestran una amplia base constituida por el 52
por ciento de la población menor de 14 años”.
Los sirionós son recolectores de miel silvestre; y han pasado a cosecharla con “colmenas” artificiales. Son
diestros cazadores y pescadores. Cedieron ante el evangelismo, pero mantienen en su interior tradiciones de
sus antepasados. Son personas que siempre regalan una sonrisa al momento de hablar con los visitantes. Un
pueblo olvidado por el Estado. “Los sirionós ahora queremos surgir, queremos ayudar a Bolivia y a la región”,
manifiesta Cuellar. En estas páginas, conocerá a los miembros de esta nación originaria, de los que cuentan
algunas leyendas: no temían enfrentarse cuerpo a cuerpo con los caimanes.
SERVICIOS: Sin agua, sin luz y sin gas
La ausencia de los servicios básicos elementales ha provocado que los sirionós sean desconfiados con las
autoridades. No hay distinciones, entre ellas están las prefecturales, municipales o gubernamentales. “Sólo
cuando hay elecciones o campañas vienen a ofrecernos todo. Nos prometen de todo, pero al final nos olvidan. Y
así pasa constantemente”, sostiene el presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar. Así
acontece en Ibiato y Nguiray, las dos comunidades de esta etnia en el Beni. La falta de agua, por ejemplo,
provoca que consuman líquido de los arroyos cercanos, y sin hervirlo, lo cual les ocasiona infecciones
estomacales.
Lo afirma la enfermera de Ibiato Mayerli Paradas Loras, quien para lidiar con la escasez debe comprar botellas
de agua mineral para atender a los enfermos en la posta sanitaria. La presidenta de la Organización de Mujeres
del Pueblo Sirionó, Mireya Suárez Rivera, se queja de que este drama les obliga a pagar cinco bolivianos a los
mototaxistas para que les puedan abastecer de tres baldes de agua de las lagunas cercanas. Cuellar comenta
que “a pesar de estar a poco más de 60 kilómetros de la capital, en Ibiato no tenemos este servicio”. Y en los
días de sol, cuando el termómetro supera los 30 grados centígrados, esta necesidad hídrica se hace más
patente.
Los sirionós tampoco gozan de luz artificial, aunque el tendido eléctrico pasa por suelo ibiateño. “Sólo falta
subir la palanca. Pero la Prefectura y la Alcaldía de Trinidad no atienden nuestros pedidos porque no las
apoyamos en la lucha por el Impuesto Directo a los Hidrocarburos”, acusa Cuellar. La excusa planteada a los
miembros de esta nación originaria es que faltan aún implementos para que el cableado aterrice en sus casas de
madera y paja. El servicio se cortó desde hace tres años, cuando un poste fue alcanzado por un rayo. “Sin luz no
podemos trabajar de noche o tener fábricas. Es una razón que frena el desarrollo”.
Los teléfonos celulares solamente tienen señal en un punto estratégico de Ibiato, la cual logra sintonizarse al
trepar una loma pronunciada; la cobertura no es buena. Los ibiateños se comunican a Trinidad y a todo el país
a través de un teléfono público de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel) que funciona mediante
la Tarjeta Única, el cual tiene la ayuda de un cargador solar que porta cuatro baterías. “Lo malo está en que es
difícil comprar las tarjetas. Nos trajeron el aparato porque aquí vivimos más de 500 personas”, alega Zoilo
Vichae Melgar, el responsable de Salud. A la par, las garrafas de gas licuado de petróleo son desconocidas en la
población sirionó; allí se sigue cocinando con leña.
Milicia Eato Mano relata, al respecto, que los integrantes de su etnia no necesitan de garrafas de gas. “La
comida es más rica a la leña. Igual hacemos funcionar nuestros hornitos de barro con este método, porque
comprar una garrafa implicaría gastos para las familias, y aquí la mayoría somos pobres”. Habla mientras
prepara pan en su “cocina”, situada en las cercanías de su local. Ella es la única vendedora de la comarca, tiene
su puesto de venta en su vivienda. Allí ofrece artículos de primera necesidad a sus vecinos. “Los camiones que
nos proveen de productos igual no vienen seguido. Por eso sufro para abastecerla a mi tienda, especialmente de
refrescos”.
La única obra que resaltan los sirionós de Ibiato es el ripiado de su carretera que los une con Nguiray, Casarabe
y Trinidad, en ese orden. “Ahora pueden circular los coches a cada rato, porque antes, cuando llovía,
quedábamos incomunicados y había que salir a otras poblaciones a pie o montando caballo”, informa Vichae.
Este logro costó meses de presión por parte de esta nación originaria. “Aún hace falta hacerle unos cuantos
arreglos al camino, cuánto no quisiéramos que esté asfaltada, pero eso tendrá que esperar. Nos interesa tenerla
accesible para que nos puedan visitar los turistas”, los cuales son asiduos visitantes de Ibiato.
Las casas de los sirionós son edificadas con palos y paja u hojas de palmeras de motacú, insumos que extraen
del bosque. Generalmente, y con la colaboración de los habitantes, una vivienda puede ser construida en un
mes. Lo asevera Eato. “Si la trabajáramos solos, podemos tardar varios meses. En eso nos ayuda la minga”.
Esta práctica es la que se conoce como ayni (hoy por ti, mañana por mí) entre las comunidades indígenas de
occidente. Funciona así: los beneficiados con la ayuda preparan comida y bebida (chicha) en abundancia para
atender a los colaboradores, que destinan generalmente un día de la semana para esta labor.
Cuellar subraya que los sirionós esperan que este 2009 puedan ver cristalizados los proyectos de servicios
básicos presentados ante las autoridades prefecturales y municipales. “Están inscritos en el Plan Operativo
Anual de esta gestión. Sólo queda esperar, y es seguro que vamos a tener que presionar para conseguir nuestras
demandas”. Vichae añade: “Quien no zuncha (molesta), nunca llega a nada, y vamos a zunchar para que nos
den siquiera agua para la escuela”. En el establecimiento, por ejemplo, hay una perforación. “Es para el pozo
que debían trabajar los de la Alcaldía; vinieron dos jornadas y ahora no aparecen. Así nos olvidan”.
TIERRA Y TERRITORIO: Los ansiados planes de manejo forestal
Todos los sirionós tienen derecho a usar la tierra. Su pertenencia a la etnia les da esa prerrogativa.
Precisamente el empleo de predios para la agricultura fue el motivo para la creación de Nguiray o Pata de
Águila. Allí se trasladó un grupo de ibiateños que se cansaron de caminar varias horas en cada jornada para
acceder a sus chacos. En esa localidad hoy viven más de 30 familias sirionós.
Nataniel Jacinto Ríos es el encargado de la cartera de Tierra y Territorio en la comarca sirionó de Ibiato. Él
asegura que la lucha histórica de su pueblo ha dado resultados. Hoy los sirionós tienen una tierra comunitaria
de origen repartida en dos polígonos. “Pero esto nos costó mucho. Décadas de pelea”. La historia muestra que
estos indígenas, desde su llegada a la zona en los años veinte del anterior siglo, eran nómadas; luego, con el
arribo del misionero Tomás Anderson, fueron reducidos y sedentarizados en un área, Ibiato, la cual fue objeto
de codicia de los hacendados, lo cual llevó a enfrentamientos entre las partes. “Por eso estuvimos en la Marcha
Indígena por el Territorio y la Dignidad”.
Fue en 1990. La investigadora Zulema Lehn, en Estrategias, problemas y desafíos en la gestión del territorio
indígena sirionó, recuerda que este hecho histórico se organizó en el Beni, ya que entre 1987 y 1990 se
plantearon en esa región cuatro demandas territoriales al Estado: dos de ellas en el denominado Bosque de
Caimanes, una en el Parque Nacional Isiboro Sécure y la correspondiente al Pueblo Indígena Sirionó. Ante la
desatención de sus solicitudes agrarias, el 15 de agosto, 300 originarios emprendieron una caminata hacia La
Paz que duró 34 días, entre ellos estuvieron 32 sirionós. La movilización arrancó del Gobierno cuatro decretos
de reconocimiento de tierras.
El antropólogo Wigberto Rivero Pinto sostiene que en la actualidad el acceso y la tenencia de tierra de los
sirionós se ven afectados por la usurpación de terratenientes y ganaderos. En 1990, el Poder Ejecutivo “dictó el
Decreto Supremo 22609, por el que reconocía su área de ocupación tradicional de 24.135 hectáreas en Ibiato.
Poseen igualmente 30.000 hectáreas en el Monte San Pablo. Luego el Gobierno emitió el Decreto Supremo
23216, que les otorgó otro territorio, de 5.500 hectáreas, con propiedades ganaderas que eran de la
Universidad Técnica del Beni”. En 1997, el Estado les entregó como tierras de origen la consolidación de
62.903.406 hectáreas.
El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar, aclara que después de 1997,
continuaron las disputas por predios. “Lo consolidado no fue respetado”. Es así como se dio lugar al
saneamiento por parte del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). “En 2003 nos entregaron recién los
títulos ejecutoriales, con 52.000 de las 62.000 hectáreas que señalan los documentos. Tenemos 22.000
hectáreas repartidas entre las poblaciones de Ibiato y Nguiray. O sea, existen dos polígonos. Y nos dieron
efectivamente otras 30.000 hectáreas en el Monte San Pablo. Pero resta la entrega de 10.000 hectáreas. El
INRA debe ubicar tierras fiscales y restituirnos ello”.
Todos los sirionós tienen derecho a usar la tierra. Su pertenencia a la etnia les da esa prerrogativa.
Precisamente el empleo de predios para la agricultura fue el motivo de la creación de Nguiray. Resulta que los
chacos de los habitantes de Ibiato se hallan a varias horas de caminata de la comarca, ello para evitar que los
animales que crían (chanchos, caballos, vacas, gallinas…) en sus hogares destruyan sus plantaciones. Un grupo
de la aldea decidió terminar con las largas caminatas y fundó otra comunidad, la que hoy se llama Nguiray o
Pata de Águila, en castellano. “Es mejor poblar el territorio”, comenta al respecto Ríos.
En el Monte San Pablo, el área boscosa, están los recursos maderables de esta nación. “Siempre vamos de paso
por esos lugares para evitar que las empresas madereras que están por los alrededores ingresen a nuestros
terrenos. Ellas saben que los límites están claros y más bien respetan eso. Nosotros queremos cuidar la madera,
a los animales que viven en esos lugares. Queremos dejar un futuro para nuestros bisnietos. Queremos extraer
los recursos de manera sostenible, no como los aserraderos que desmontan el bosque”. Y es precisamente
adonde se dirigen los planes de manejo forestal de los sirionós.
Cuellar informa que, en este momento, su etnia se encuentra delineando estos planes para aplicarlos de
inmediato. “En el polígono 2, en el Monte San Pablo, tenemos palos marías, tajibos, cedros… queremos
manejar de buena forma esos recursos forestales. Nuestra meta final es conformar empresas comunitarias para
aplicar todo esto”. En Ibiato, sus estantes comentan que la conformación de estas firmas sería una salida a la
pobreza que impera en su región. “Es una posibilidad que queremos volverla realidad. Por el momento vamos a
buscar madera sólo para emplearla en la construcción de nuestras casas”, dice Zoilo Vichae Melgar, el
responsable de Salud ibiateño.
Al respecto, Lehm escribe en su libro el siguiente desafío para la etnia: Hoy, “la limitación a las posibilidades
del manejo sostenible de los recursos es debida a un factor externo: la persistencia del aprovechamiento ilegal,
cuyos costos más bajos compiten con esta experiencia, orientada al manejo de los recursos naturales. Cada
práctica de manejo implica costos adicionales que, por ahora, la operación forestal no alcanza a cubrir y el
mercado al que acceden los sirionós está lejos de reconocer. Por ello, el subsidio a estas prácticas constituye
aún una necesidad. Pero el subsidio debe ser diferenciado de la donación”.
FOTOS • Javier Paz Arteaga
Sirionós
Economía rural, Apicultores, Educación y Medicina
ECONOMÍA RURAL: Una economía ceñida a la subsistencia
“Yo he cocinado taitetú (chancho del monte)”, asegura Milicia Eato Mano. La sirionó del pueblo de Ibiato es la
única habitante que tiene una tienda que oferta productos de primera necesidad. Más al sur, 100 metros lejos
de la vivienda de Eato, la presidenta de la Organización de Mujeres del Pueblo Sirionó, Mireya Suárez Rivera,
expone un guaso (ciervo pequeño) desollado en una de sus bancas. “Seguimos aplicando la caza. Se van los
hombres al bosque y al monte para atrapar animales. Así nos alimentamos los de esta tierra”. Las escopetas de
salón son las armas que usan estos indígenas para encontrarse con la fauna de la zona.
El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar, manifiesta que los integrantes de su
nación originaria se dedican esencialmente a tres rubros en el ámbito económico: la cacería, la pesca y la
recolección de miel. El encargado de Salud ibiateño, Zoilo Vichae Melgar, comenta que generalmente estos
emprendimientos son destinados al autoconsumo, y también se hallan en menor escala la agricultura, la
ganadería, la recolección de frutos y la crianza de animales domésticos. “Estamos en un sitio que es benigno, da
frutos. Estamos bien ubicados en el Beni. Hasta tenemos un río que está muy cerca y nos provee de pescados en
gran cantidad”.
El antropólogo Wigberto Rivero Pinto explica que los sirionós de Ibiato tienen sus predios bordeando el río
Cocharcas, afluente del San Pablo, que a su vez es tributario del Mamoré. “Una vasta red de arroyos y cañadas
cruza el territorio, siendo los más importantes el Kiriasé y el Iriachití. Los suelos son inundables y pantanosos,
con espacios no inundables que se aprovechan para la agricultura. La temperatura promedio es de 27 grados
centígrados la mayor parte del año, ya que en la región amazónica el clima se divide en épocas de lluvias y
secas, los meses de mayo a julio. La precipitación anual promedio es de 1.580 milímetros”.
El secretario de Tierra y Territorio ibiateño, Nataniel Jacinto Ríos, remarca que en cuanto a la agricultura, los
sirionós siembran arroz, maíz, yuca, plátano, camote, caña de azúcar… “Pero cuando se vienen los aguaceros,
los terrenos se arruinan y salimos con pérdidas. Aparte, no sacamos la producción para venderla porque nos
sale caro. El transporte hace subir los costos y no es rentable. Cada sirionó debe tener máximo una hectárea en
la que siembra”. Los chacos de esta comarca se hallan a varias horas de caminata (cerca del pueblo de Nguiray
o Pata de Águila), para evitar de esta manera que los animales que crían en sus hogares arruinen las cosechas.
Familias guaraníes preparan su comida en una de las viviendas asentadas en la localidad de Ibiato.
ECONOMÍA RURAL: Una economía ceñida a la subsistencia
“Yo he cocinado taitetú (chancho del monte)”, asegura Milicia Eato Mano. La sirionó del pueblo de Ibiato es la
única habitante que tiene una tienda que oferta productos de primera necesidad. Más al sur, 100 metros lejos
de la vivienda de Eato, la presidenta de la Organización de Mujeres del Pueblo Sirionó, Mireya Suárez Rivera,
expone un guaso (ciervo pequeño) desollado en una de sus bancas. “Seguimos aplicando la caza. Se van los
hombres al bosque y al monte para atrapar animales. Así nos alimentamos los de esta tierra”. Las escopetas de
salón son las armas que usan estos indígenas para encontrarse con la fauna de la zona.
El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar, manifiesta que los integrantes de su
nación originaria se dedican esencialmente a tres rubros en el ámbito económico: la cacería, la pesca y la
recolección de miel. El encargado de Salud ibiateño, Zoilo Vichae Melgar, comenta que generalmente estos
emprendimientos son destinados al autoconsumo, y también se hallan en menor escala la agricultura, la
ganadería, la recolección de frutos y la crianza de animales domésticos. “Estamos en un sitio que es benigno, da
frutos. Estamos bien ubicados en el Beni. Hasta tenemos un río que está muy cerca y nos provee de pescados en
gran cantidad”.
El antropólogo Wigberto Rivero Pinto explica que los sirionós de Ibiato tienen sus predios bordeando el río
Cocharcas, afluente del San Pablo, que a su vez es tributario del Mamoré. “Una vasta red de arroyos y cañadas
cruza el territorio, siendo los más importantes el Kiriasé y el Iriachití. Los suelos son inundables y pantanosos,
con espacios no inundables que se aprovechan para la agricultura. La temperatura promedio es de 27 grados
centígrados la mayor parte del año, ya que en la región amazónica el clima se divide en épocas de lluvias y
secas, los meses de mayo a julio. La precipitación anual promedio es de 1.580 milímetros”.
El secretario de Tierra y Territorio ibiateño, Nataniel Jacinto Ríos, remarca que en cuanto a la agricultura, los
sirionós siembran arroz, maíz, yuca, plátano, camote, caña de azúcar… “Pero cuando se vienen los aguaceros,
los terrenos se arruinan y salimos con pérdidas. Aparte, no sacamos la producción para venderla porque nos
sale caro. El transporte hace subir los costos y no es rentable. Cada sirionó debe tener máximo una hectárea en
la que siembra”. Los chacos de esta comarca se hallan a varias horas de caminata (cerca del pueblo de Nguiray
o Pata de Águila), para evitar de esta manera que los animales que crían en sus hogares arruinen las cosechas.
En los alrededores de Ibiato, o sea, en las inmediaciones y profundidades del bosque y los montes, los
lugareños igual acceden a alimento. Allí hay jochis pintaos o taitetús, antas, petas, tatúes, guasos. La época de
caza inicia a fines de año, cuando el agua rebalsa en los riachuelos, adonde asiste la fauna para saciar su sed.
“También cuidamos que las madereras no ingresen al monte San Pablo para que no hagan escapar a los
ejemplares”. A la par, en el río Cocharca, que bordea el territorio, hay especies de pescados pequeños: ventones,
pirañas… “No hacemos negocio, porque si no se pueden terminar estos importantes recursos”.
La investigadora Zulema Lehm, en Estrategias, problemas y desafíos en la gestión del territorio indígena
sirionó, dice lo siguiente de la cacería, citando a otros autores: “La fauna silvestre forma parte integral de la
vida cotidiana para la mayoría de los pueblos indígenas de América del Sur. Junto con la pesca, la caza
proporciona la base proteínica del consumo diario de los pueblos amazónicos. Por ser una cacería de
subsistencia es de esperar que pueda ser, todavía, de baja presión sobre las especies perseguidas. Además del
valor nutricional que aporta la fauna silvestre, la cacería está entrelazada con las culturas de los pueblos
indígenas”.
Aparte, la extracción forestal brinda ingresos extras entre los sirionós. Y en su economía igual se hallan la
recolección de frutos y la crianza de gallinas, patos, chanchos y otros animales. Sin olvidar la influencia
ganadera al tener áreas de pastoreo natural. Basada en un levantamiento de 1997, Lehm establece que el pueblo
sirionó tenía 27 cabezas de ganado en la estancia Monte Carlos, en calidad de posesión “al partido” con la
Central de Mujeres Indígenas del Beni, y poseía 27 cabezas en la estancia Paichané, donadas por la ex
propietaria, más el ganado productor de leche que tenían 15 familias gracias al crédito de Cáritas.
Los sirionós, sobre todo los jóvenes, recurren a la emigración temporal para conseguir beneficios económicos a
los cuales, generalmente, no pueden acceder en su comunidad. En la época de vacaciones escolares se dirigen a
Trinidad o las haciendas ganaderas cercanas para ofrecer su fuerza laboral en la construcción de alambrados o
la limpieza de potreros. Cuellar comenta: “Por eso incidimos en que precisamos proyectos productivos, porque
con ellos los muchachos no van a emigrar. Van a tener un lugar seguro para lograr algo de dinero”. Por el
momento, dichos planes aún se hallan solamente plasmados en los papeles.
APICULTORES: La recolección ancestral
Zoilo Vichae Melgar muestra las cajas que tiene guardadas en un lugar especial de su propiedad. Las urnas de
madera se hallan cobijadas bajo un techo de paja. La lluvia cae incesante. Las gotas no impiden que las
diminutas habitantes de los envases ronden por el sitio; amenazantes. Son abejas, y las cajas que son cuidadas
por Vichae son “colmenas” artificiales en las cuales sus pobladoras producen la miel que luego es extraída por
el sirionó. “Son abejas nativas, domesticadas. No son como las africanas, que insertan el aguijón; éstas
muerden, y en los ojos. La caja se denomina obobosi en nuestro idioma y la abeja, tisua”.
El propietario se acerca a estos panales, generalmente, por las noches o cuando llueve. “Es que cuando calienta
el sol, las abejas se prenden en los cabellos y atacan a los que se acercan”. Abre una de las urnas y en su interior
se puede apreciar decenas de insectos de color negro. “Ahí está la reina. Esto (muestra una masa de color café)
es la miel que sacamos. Igual alimentamos a las abejas con azúcar para darles fuerza. Si queremos hacer otras
cajas, sacamos a las crías y las instalamos en otra, y posteriormente van yendo las abejas de a poco a la
colmena”. La miel es bastante apreciada en el Beni; en Trinidad, se usa este producto en vez de azúcar.
Los sirionós tienen la fama de ser expertos recolectores de miel, la heredaron de sus antepasados que se
asentaron en la región beniana en la década de los años veinte. “Hoy estamos retomando esta práctica”. El
antropólogo Wigberto Rivero Pinto ratifica esta característica económica de la etnia. Al igual que la
investigadora Zulema Lehm, en Estrategias, problemas y desafíos en la gestión del territorio indígena sirionó:
“La extracción de miel de abejas silvestres fue y es una de las actividades más importantes en la cultura del
pueblo sirionó”. Vichae adiciona que éste es el único rubro que les brinda ingresos seguros a sus similares.
Lehm continúa: “Según Holmberg, antes de la reducción, cuando los sirionós vivían en bandas dispersas en el
bosque, la miel de abejas silvestres era el único ‘dulce’ que poseían. Al igual que en la actualidad, los sirionós
buscaban ávidamente los panales, especialmente durante la época seca cuando son más abundantes; sin
embargo, la búsqueda no ‘llegaba al extremo de perseguir las abejas hasta el panal’ sino que se realizaba
cuando los hombres estaban de cacería o recolectando frutos y palmitos junto a las mujeres. Los sirionós
siempre fueron hábiles para localizar los panales en el bosque”, sobre todo en los árboles huecos.
“Los sirionós utilizaban la miel como alimento, especialmente para los niños, atribuyéndole virtudes
fortificantes; como bebida se utilizaba en la elaboración de chicha e hidromiel. La cera de las abejas era
utilizada como pegamento en la confección de flechas… En 1996 se inició el proceso de cría de abejas nativas en
el Territorio Indígena Sirionó. Las primeras 36 cajas fueron construidas en Santa Cruz de acuerdo con un
diseño elaborado y probado por el técnico que contrató el Ciddebeni (Centro de Investigación y Documentación
para el Desarrollo del Beni)”. Esta actividad se ha reproducido en casi todos los hogares de Ibiato a más de una
década de su implementación inicial.
Vichae calcula que tan sólo en suelo ibiateño hay 600 cajas con abejas que son cuidadas por los pobladores. Los
tiempos de cosecha son dos: el primero entre marzo y mayo, y el otro entre octubre y noviembre. “Extraemos
hasta 900 litros de miel por cada temporada”. Envasan el alimento en botellas de 600 mililitros, cada una es
vendida en 30 bolivianos. “Ya llevamos nuestro producto a Cochabamba, donde se apreció su pureza”. El
principal mercado de los ibiateños es Trinidad. Ahora, los comunarios buscan financiamiento para ampliar su
producción y hacen contactos para poder encontrar otros nichos donde acomodar el dulce producto casero.
Proyectos productivos. Para los sirionós, son las palabras mágicas que los pueden sacar de la pobreza. El
presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar, informa que se ha entregado al programa
“Evo cumple”, planes para la siembra de arroz, plátano y la cría de pacús. Ahora sólo queda esperar”. Las que
no han querido quedarse atrás son las mujeres, que han empezado a hacer alianzas para acomodar sus
artesanías en el mercado trinitario, especialmente con la ayuda de una institución, Tijaraipa, mediante la cual
logran acceder a pedidos para los tejidos en algodón o fibra vegetal que realizan en el Centro Comunal de
Ibiato.
La presidenta de la Organización de Mujeres del Pueblo Sirionó, Mireya Suárez Rivera, sostiene que esta
práctica era realizada desde los antepasados de sus abuelos. Para dotarse de insumos se dirigen al bosque, o
encargan al esposo cuando éste se va a cazar, quienes les traen piedras o semillas, o chalas (cáscaras) de maíz y
cortezas de plátano, que sirven para la fabricación y el adornado de sus creaciones. “El algodón lo compramos
en Trinidad”. Igual usan plumas para trajes típicos que diseñan en mérito a su fiesta, el 2 de agosto. “Hay
potencial para los tejidos, sólo necesitamos financiamiento”.
EDUCACIÓN: El año de los profesionales
El antropólogo Wigberto Rivero Pinto dice que el idioma de los sirionós forma parte de la familia lingüística
tupiguaraní, en la que los tiempos y modos de los verbos se indican mediante sufijos
Alfonso Dicaere Méndez acaricia a su caballo blanco. “Mi único deseo es que la juventud de mi pueblo salga
adelante. Que los jóvenes no sean como nosotros. Yo tengo una hija a la que le faltan dos años para salir
bachiller, y quiero que ella tenga una profesión, que no sea como yo que todingos los días pongo mi espalda al
sol para que mis hijos estudien. Todos los padres de Ibiato nos sacrificamos para eso”. El presidente de la Junta
Escolar de la escuela “2 de Agosto” no se guarda nada a la hora de hablar de sus planes como autoridad.
“Quiero dejar otro colegio más a mis compañeros, un polideportivo, una cancha para que jueguen nuestros
hijos, más profesores…”
En el establecimiento de la localidad sirionó, los 180 alumnos que cursan desde primaria hasta secundaria
aprovechan media docena de aulas; la mayoría de ellas en mal estado. No obstante, la preocupación de Dicaere
es en cuanto a los pupitres. “Están destrozados”. En el centro educativo hay 14 profesores. “No hay pizarras y
estamos buscando fondos para una biblioteca. Igualmente, por la falta de energía eléctrica, nos vemos
impedidos de pasar clases por las noches, o realizar reuniones entre los padres de familia”. Fuera de los
ambientes de la escuela, se hallan los bancos de los escolares. Como establece Dicaere, están a punto de
desmoronarse.
El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar, señala que hace un par de años, el
municipio de Trinidad dotó a su comarca de 20 pupitres para el establecimiento “2 de Agosto”. “Después de eso
no hemos conseguido nada más. Sin embargo, hemos presentado un listado de nuestras necesidades escolares
para que lo anexen al Plan Operativo Anual, y dentro de ello está el mejoramiento de los espacios y la
infraestructura en general. Es que la unidad educativa crece cada año. Cada vez hay más alumnos. El 2007,
solamente la UNICEF dio dinero para mejorar las ventanas. Si no era esta organización, no había nada de eso,
nada”.
Dicaere asegura que, en promedio, los bachilleres que egresan del “2 de Agosto” fluctúan entre ocho y 10.
Posteriormente, inician un éxodo para continuar con sus estudios universitarios. Sin embargo, la mayoría de
ellos no puede seguir ese camino por las limitaciones económicas de sus familias. “Somos pobres, esa es la
realidad. Pero como padres trabajamos para que esto se revierta”. Los que pueden ingresar a la universidad
emigran a la capital Trinidad; los demás, se dedican a la agricultura o son contratados como mano de obra
barata, para limpiar los potreros o construir alambrados para los hacendados ganaderos que están asentados
por la zona.
No obstante, y tras lidiar contra viento y marea, en 2009 se esperan a los primeros sirionós profesionales.
Cuellar informa que están por egresar de la Universidad Autónoma de Beni, enfermeras, veterinarios y
agrónomos. Y en la Escuela Agropecuaria de Casarabe (población a media hora de viaje en motocicleta), hay
ocho estudiantes que obtuvieron su título técnico superior. “Ahora orientan a los compañeros en las labores de
agricultura. Se ha encomendado eso a los jóvenes, que cuando sean profesionales no se olviden de sus raíces y
vuelvan para ayudar a su tierra”. Y hay seis sirionós que en esta gestión se titularán como profesores
normalistas.
La educación bilingüe es algo en lo que apuestan fuerte los líderes de la etnia. “No queremos perder nuestra
lengua”. El antropólogo Wigberto Rivero Pinto dice que el idioma de los sirionós forma parte de la familia
lingüística tupiguaraní, “lengua en la que los tiempos y modos de los verbos se indican mediante sufijos, lo que
se aplica a los nombres al igual que a los adjetivos; no existe los artículos; las oraciones se componen por:
nombre, verbo, prefijos (pronombres) y sufijos; los adjetivos no contienen género ni número, y se los utiliza
pospuestos a los sustantivos. Tiene formas exclusivas e inclusivas; para la declinación usan sufijos”.
El encargado de Tierra y Territorio de Ibiato y profesor de la escuela “2 de Agosto”, Nataniel Jacinto Ortiz,
manifiesta que la educación bilingüe se está aplicando por vías orales y escritas. “Tenemos textos sirionós, pero
de muchos años atrás. Somos dos educadores bilingües en el establecimiento. Ambos estamos elaborando
libros para una mejor enseñanza de nuestra lengua, pero no tenemos ningún apoyo para poder realizar esto. Ni
siquiera el Gobierno, con el Ministerio de Educación, nos colabora. El idioma se estaba perdiendo y nosotros lo
resucitamos”. Las clases bilingües abarcan todas las materias desde primero y hasta cuarto de secundaria.
Los mayores también quieren ser un ejemplo para sus hijos. Por ello, unas 60 parejas de Ibiato participaron en
el curso de alfabetización Yo sí puedo. Las clases duraban de siete a ocho de la noche. Pero el impedimento
mayor para un mejor resultado fue la falta de electricidad en la población, ya que el método se expone de mejor
manera con la ayuda de videos. “Pasaban los cursos con ayuda de lámparas”, recuerda Dicaere. “Los que más
asistieron fueron los ancianos, que no sabían ni escribir la J. No todos han aprendido bien, pero ahora los
sirionós siquiera escriben sus nombres y apellidos. Eso es un logro”.
MEDICINA: Los remedios están en las plantas
Estos indígenas del Beni quieren recuperar las enseñanzas medicinales de sus antepasados, las cuales se
circunscriben a los árboles. Por ejemplo, está la yuquilla, una especie de papa que se halla bajo el suelo y que
emplean contra la conjuntivitis
Mayerli Paradas Loras vive un año entre los sirionós. Los indígenas benianos confían en ella; ponen su vida en
sus manos. Ella es la enfermera auxiliar de la comarca de Ibiato, y trabaja junto al responsable de Salud
comunal, Zoilo Vichae Melgar, para responder a las necesidades de los ibiateños en el rubro. “En esta zona se
presentan sobre todo las infecciones respiratorias agudas, neumonías, las diarreas, la sarcoptosis, la
amigdalitis, la conjuntivitis… Especialmente las infecciones estomacales, esto debido a que aqui no hay agua
potable, y la gente se halla casi obligada a conseguirla de las lagunas, y a veces ni siquiera la hierve para
consumirla”.
Paradas trabaja en una construcción de tres ambientes que por momentos se convierten em hornos por el calor
imperante en la zona; especialmente porque el ventilador es inservible por la falta de energía eléctrica.
“Cumplo mi labor con el Servicio Departamental de Salud. Me dirijo a Trinidad para proveerme de vacunas y
medicamentos”. Por las limitaciones de infraestructura y falta de personal, la enfermera solamente puede
brindar ayuda en primeros auxilios; los enfermos que tienen un diagnóstico más severo deben partir rumbo a
la localidad de Casarabe, a media hora de viaje en moto, donde hay un minihospital con un doctor; y si están
más graves, a Trinidad.
Por ejemplo, los embarazos son atendidos por Paradas, empero, cuando la futura madre requiere de una
cesárea, ésta debe ser trasladada a Casarabe, y viaje al sitio en motocicleta. Paradas está en Ibiato de lunes a
viernes para cumplir con su labor. “Luego me voy a la ciudad de Trinidad. Sería importante que las autoridades
se preocupen de este pueblo, porque las enfermedades que adquieren se deben principalmente a que no tienen
los servicios básicos. También hace falta que los dirigentes sirionós adopten una posición más drástica para
lograr que les respondan a sus demandas. Muchas veces hay que irse a parar a las instituciones para lograr
algo; eso deben hacer”.
Vichae es la mano derecha de Paradas. Él fue capacitado igual en enfermería y se halla al mando de la Unidad
Comunitaria de Salud “Etnias libres de Tuberculosis”, que es financiada por el Fondo Global a través de la
Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob). “La tuberculosis nos atacó con bastante fuerza en los
anteriores años. Por eso se organizó esta intancia”. Su radio de acción también abarca las estancias Palestina y
Laguna Azul. “Soy el promotor de Salud al interior del Directorio del Consejo del Pueblo Sirionó de Ibiato”. En
cada aldea sirionó, Ibiato y Nguiray, hay tres encargados en el tema. “Eso por si alguno de nosotros tiene que
ausentarse de los pueblos”.
Entonces, cuando se presenta la ausencia de Paradas, Vichae asume el liderazgo en la posta de la comarca. “Me
deja la llave y yo atiendo a los compañeros”. Este sirionó es uno de los más capacitados entre los de su etnia en
cuanto a la detección de tuberculosis. En su consultorio de Ibiato cuenta con insumos para realizar esta tarea.
“El resfrío ataca fuerte a los pulmones, y si uno deja pasar 15 días sin recibir tratamiento, puede enfermarse
más. Y así su cuadro se complica hasta tener tuberculosis. Tengo vasitos en los que recolecto muestras de
esputo para llevarlas a Trinidad”. Aparte, la responsabilidad de Vichae no le trae beneficios económicos.
“Mi función es de servicio a mis similares. Hay talleres de capacitación en Trinidad y voy por mi cuenta o con
ayuda de la Cidob. Asumo esto con orgullo”. Vichae igualmente hace referencia a la falta de agua como una de
las razones de los males que aquejan a los sirionós. “A veces no nos llegan a tiempo los medicamentos. Y hasta
hay epidemias cuando es tiempo de lluvias y cuando viene la sequía”. Mientras habla, maneja uno de los vasos
que le sirven para recolectar las pruebas de esputo. “Inclusive no tengo guantes. No hay ni camillas. Esperemos
que con la ayuda económica de UNICEF o USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional) podamos tener equipos para atender mejor a los hermanos”.
¿Y los sirionós siguen aplicado su medicina tradicional? Paradas asegura que ensaya la unión entre los
medicamentos naturales que le plantean los miembros de esta etnia y la medicina occidental que ella aplica.
“Escogemos lo que mejor le puede hacer al paciente”. Vichae comenta que participó de un taller para enlazar la
prevención de la tuberculosis con la medicina tradicional de su comarca. “Hay medicamentos que usaban
nuestros abuelos; todo eso tenemos que recuperar. Aquí, por ejemplo, las personas mayores son las que más
saben de estos secretos. Tenemos los sobadores y los curanderos, a quienes llamamos en nuestro idioma
sirionó avamucherosa”.
El responsable de Salud de Ibiato maneja algunos remedios propios de su nación originaria. Como la yuquilla,
que sirve para atender a los que padecen de conjuntivitis. “Es una papita que se parece al camote y que se halla
dentro de la tierra. Se le pone agua y se la echa al ojo. Y listo, uno está sano”. También están los árboles taruma,
guayabuchi, guapamó o turere, que son empleados para lidiar contra la diarrea e infecciones estomacales. El
menú de medicamentos naturales está liderado por las plantas. “Tenemos de todo en nuestro territorio y
muchos quieren que sus abuelos les enseñen para curarse sin ir al médico”. Una práctica aún vigente entre los
sirionós.
Sirionós
Autoridades, Migración y Bibliografía
La presidenta de la Organización de Mujeres del Pueblo Sirionó,
Mireya Suárez Rivera, muestra un tejido con fibra vegetal.
AUTORIDADES: Del “ererékwa” al Presidente del Consejo
Las características exigidas para ser el jefe máximo entre los sirionós han evolucionado. El líder actual, William
Cuellar, remarca que antes un cacique tenía que ser cazador y muy valiente. Hoy se busca una persona que sepa
leer y escribir...
Mireya Suárez Rivera es la presidenta de la Organización de Mujeres del Pueblo Sirionó. Fue elegida a través
del voto de la mayoría del medio millar de pobladores de la comunidad de Ibiato. La equidad de género es una
regla aplicada al interior de la organización política de esta etnia. Por ello, hay un representante máximo de los
varones y una líder entre las féminas, cada uno al mando de una directiva conformada por una decena de
miembros que trabaja coordinadamente para el beneficio de los comunarios. No hay diferencia de sexos, todos
y todas pueden ocupar cargos jerárquicos en el sistema de autoridades de los sirionós.
La investigadora Zulema Lehm, en Estrategias, problemas y desafíos en la gestión del territorio indígena
sirionó, señala que, antiguamente, cada banda o grupo de parentesco sirionó estaba liderada por un hombre
maduro denominado ererékwa, quien heredaba tal posición por vía paterna, siempre y cuando resaltara por sus
dotes de liderazgo; caso contrario, el cargo podía ser heredado por el hermano de éste. Las bandas se
identificaban con el nombre de su líder. “Según Califano, una de las atribuciones de los ererékwa eran los
arreglos matrimoniales”. Otra prerrogativa de esta autoridad era la poligamia; hubo un jefe que llegó a tener
hasta 10 esposas.
Las características del ererékwa estaban dadas por ser buen cazador, tener fuerza para tensar el arco
particularmente largo que utilizaba, ser valiente y diestro en “zunchar”. El “zunchado” o dshyarási era un rito
durante el cual se realizaban escarificaciones a hombres y mujeres en las piernas y/o en los brazos. El jefe y su
familia inmediata ocupaban el centro de la casa donde vivían los miembros de la banda. “Actualmente, en la
memoria de los ancianos sirionós la imagen del poder del ererékwa está más asociada al respeto que a la
obediencia, su ‘poder’ surgía de la responsabilidad y valentía que demostraba en la protección” de su grupo.
Con el arribo de la labor evangelizadora de Tomás Anderson en la década del 20, los ererékwa adquirieron el
nombre de capitanes o caciques, y estaban subordinados a la directiva conformada por los misioneros. Por ello,
algunos indígenas consideran a esta época como de “esclavitud”. En la década del 70, por el robo de ganado a
un hacendado de la zona de Ibiato, se nombró un Corregidor. En los años ochentas, con la creación de la
Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob), y con la finalidad de tener una participación orgánica
en este movimiento reivindicativo de la tierra, se conformó la Asamblea del Pueblo Sirionó.
Y dependiente de la Asamblea, la máxima instancia de decisión, se estableció el Consejo del Pueblo Sirionó.
Luego, en los años noventas, como comenta Lehm, esta instancia cambió su carácter de organización
horizontal a una estructura marcadamente jerárquica, con los siguientes cargos: Presidente, “con la función de
representar al pueblo hacia afuera, es el que plantea las necesidades del pueblo al exterior del pueblo y
territorio sirionó, hacia las instituciones y organizaciones de apoyo”.
Vicepresidente, quien “automáticamente reemplaza al Presidente del Consejo en su ausencia”. El Secretario de
Actas, quien “elabora las actas de las reuniones de todo el pueblo; además es el que asiste a los cursos que
invitan las organizaciones indígenas e instituciones”. El Responsable de Educación, “es el que cuida lo que
tiene la escuela, cuida que se enseñe la lengua sirionó, es el que supervisa todo sobre la escuela”. El
Responsable de Salud, es el promotor de salud. El Responsable de Recursos Económicos, es el que “elabora un
formulario, elabora un cuaderno de cuentas, presenta rendición de cuentas al pueblo” y lo consulta sobre la
utilización del dinero que exista en caja. El Responsable de Ganadería, que designa a la gente que debe ordeñar
al ganado. Y el Responsable de Control del Territorio, quien planifica el control de los predios. Hoy, como
señala el presidente del Consejo Indígena del Pueblo Sirionó, William Cuellar, hay 20 carteras en los dos
directorios que se hallan al mando de un Presidente y Presidenta.
Suárez explica que las féminas de esta etnia tuvieron que luchar bastante para poder participar de la política.
“Yo trabajo con las compañeras, las organizo, por ejemplo, cuando hay un trabajo comunal, cuando se
programa una asamblea, coordinamos con el Presidente de los hombres. La equidad de género recién se está
aplicando. Desde comienzos de la anterior década pudimos ser electas autoridades, antes no existía nada de
eso. Hace tiempo atrás, las mujeres no podían opinar, sólo nos dedicábamos a escuchar a los varones en las
reuniones. No teníamos voz ni voto. Es una gran oportunidad para mostrar lo que podemos hacer”.
Las características para ser el jefe máximo entre los sirionós han evolucionado. Al respecto, Cuellar remarca
que “antes un cacique tenía que ser un hombre cazador y muy valiente. Esto ha cambiado. Ahora se busca una
persona que sepa leer y escribir y que tenga conocimiento de las instituciones públicas y también contactos en
la ciudad de Trinidad, para poder conseguir el apoyo de las autoridades tanto departamentales como
nacionales”. El método para elegir una autoridad originaria es con el “voto comunitario”; quien obtiene el
mayor número de votos (a través de las manos levantadas) accede a uno de los 20 cargos de los directorios
sirionós.
A nivel macro, la Asamblea y el Consejo del Pueblo Sirionó están afiliadas a su ente máximo, la Confederación
de Pueblos Indígenas de Bolivia. Les sigue en orden de jerarquía, la Central de Pueblos Indígenas del Beni,
donde en la actualidad Cuellar ocupa la silla de la Vicepresidencia, y la Central de Mujeres Indígenas del Beni.
“Ahora seguimos con la lucha por el territorio de los otros hermanos indígenas. Los sirionós más bien hemos
salido airosos de esta pelea”. Así se dio la evolución del sistema de autoridades originarias dentro de esta etnia.
Un sistema que en sus inicios tenía a los ererékwas al mando, los que hoy desaparecieron o mutaron de
nombre.
MIGRACIÓN: Evangelistas que celebran el Día del Indio
La investigadora Zulema Lehm señala que durante la primera etapa del periodo misional, o sea, tras la década
de 1920, el pastor evangélico Tomás Anderson prohibió los matrimonios interétnicos, a diferencia de los
misioneros católicos, que impulsaban la unión entre sirionós y guarayos en la zona donde se asentaban los
segundos
El evangelismo es la religión que profesan los sirionós. Aún permanece entre sus relatos la llegada del
misionero norteamericano Tomás Anderson, de la Iglesia Evangélica Cuadrangular, a fines de la década de
1920, quien los redujo en una misión, la de Ibiato. El encargado de Tierra y Territorio de esa localidad, Nataniel
Jacinto Ortiz, exclama sin dubitar: “Todos somos evangelistas”. No obstante, con el pasar de los años han ido
apareciendo algunos católicos entre los integrantes de esta etnia. “Se pueden contar con los dedos de las dos
manos”. Ellos, generalmente, viajan a Trinidad o la población cercana de Casarabe para asistir a misas.
En Ibiato y en Nguiray no hay templos católicos. En el primero sobresale una edificación que es mantenida en
pie por los comunarios. Se halla encima de una loma, al ingreso de la aldea. “Es la iglesia que nos dejaron los
misioneros. Tiene unos 40 años de antigüedad”. Allí se celebran los cultos cada domingo. “Duran toda la
mañana”. Y las adoraciones se hallan a cargo de un pastor trinitario que pertenece a la congregación Asambleas
de Dios. “Luego de que acaba con el culto, se vuelve de inmediato a la capital. Eso sí, cada Navidad vienen los
hermanos para repartir regalos a nuestros niños; les invitan dulces, galletas y chocolate”.
¿Y su fe ancestral? El antropólogo Wigberto Rivero Pinto explica que los sirionós se autoproclaman “todos
evangelistas” y mantienen en la memoria colectiva la figura fundacional del pastor Anderson, con mayor
preponderancia que la de los misioneros del Instituto Lingüístico de Verano que arribaron en los años sesenta.
“En su interior, subsiste la creencia en la existencia de guardianes de la naturaleza (tierra, agua, aire, fauna,
flora), aunque sin estructurarse en un panteón cosmogónico explícito; practican el culto al animal cazado y
tienen sincretismo cristiano-indígena, fuertemente teñido de interpretaciones de su antigua mitología
sustituida ideológicamente”.
No tienen un santo o patrono, pero sí una fecha que da rienda suelta a su alegría: el 2 de agosto, Día del Indio.
Esa jornada, el plantel educativo del “2 de Agosto” elabora un evento especial en el cual sobresalen las danzas
autóctonas, con disfraces elaborados por los mismos sirionós. Por ejemplo, está el jito-jito, en el cual los
bailarines llevan trajes de pluma y hojas de motacú, y los varones portan flechas. “Era nuestra vestimenta
antigua. Posteriormente programamos rituales propios. Y después pasamos a la otra cultura, aquella que tiene
música cumbia y brasileña, y en la cual podemos beber chicha y bailamos sin parar”, arguye entre sonrisas
Ortiz.
Rivero explica que la organización social de esta etnia “se basa en la familia nuclear que funciona
operativamente, es decir, para el desplazamiento de cacería; aunque tiene vigencia la familia extensa, con la
particularidad de que subsiste como tendencia la poligamia, si no abierta (por la influencia evangelista), sí en el
compartir mujeres con bastante liberalidad, de acuerdo con los mismos sirionós”. El matrimonio antes era
entre primos, lo que todavía persiste en algunos miembros. “La primera residencia de la pareja es en la casa de
la madre de la mujer; luego el hombre hace su hogar cerca de la madre de ésta. Las relaciones con la mujer son
de igualdad completa”.
La investigadora Zulema Lehm, en el libro Estrategias, problemas y desafíos en la gestión del territorio
indígena sirionó, señala que durante la primera etapa del período misional, o sea, tras la década de 1920, el
pastor evangelista Anderson prohibió los matrimonios interétnicos, a diferencia de los misioneros católicos que
impulsaban la unión entre sirionós y guarayos en la zona donde se asentaban los indígenas guarayos. Inclusive,
rememora el sirionó ibiateño Chiro Cuellar, en una oportunidad, un grupo de guarayos que vivía en la
proximidad de Ibiato fue expulsado de la región por Anderson, argumentando que constituían un mal ejemplo
para los sirionós.
“Paradójicamente, una vez que el mando de la Misión pasa de don Tomás a su hijo Juan, se inicia el proceso de
mestizaje entre sirionós y mestizos que eran traídos desde Trinidad. Sin embargo, al parecer, los hijos de estas
relaciones interétnicas fueron asimilados totalmente al grupo, es decir, al grupo dominante considerado
originario o fundador de Ibiato”. Hoy, cuenta la sirionó Milicia Eato Mano, hay moxeños (ignacianos o
trinitarios) y paisanos (collas) en suelo ibiateño. “Pero el o la que quiere entrar a nuestra comunidad tiene que
casarse obligatoriamente con uno de nosotros, o sea, con un sirionó. Si no, no entra aquí”.
La otra cara de la moneda es la emigración de los jóvenes de Ibiato. Según relata Ortiz, la falta de trabajo y los
pocos ingresos económicos que se logran en el agro provocan que los muchachos partan a Trinidad o haciendas
cercanas para “hacer unos cuantos pesos”. No obstante, “retornan, son pocos los que no regresan. Lo que
preocupa es que cuando vuelven de la ciudad pierden sus costumbres”. El presidente del Consejo Indígena del
Pueblo Sirionó, William Cuellar, informa que los hijos parten de sus casas para ayudar a sus padres con algo de
dinero. “Se van por dos o hasta tres meses. Se van a cosechar arroz, plátano o naranja”.
BIBLIOGRAFÍA : Una estancia para el turismo
Los sirionós ya tienen tierras. Ahora les falta producirlas. Más que todo, les faltan proyectos productivos.
Aparte, les falta financiamiento para un emprendimiento que añoran desde hace años: la construcción de un
hospedaje para los turistas que son atraídos por su cultura. No hay datos estadísticos al respecto, pero los
habitantes de Ibiato aseguran que son los visitantes extranjeros los que arriban con frecuencia a su comunidad
y les brindan ingresos económicos extras con la preparación de comidas y el alojamiento, por lo menos, por tres
días, en los cuales los indígenas les sirven de guías para conocer las bellezas naturales de la región.
La presidenta de la Organización de Mujeres del Pueblo Sirionó, Mireya Suárez Rivera, admite que el plan para
la edificación del hospedaje ha sido casi olvidado por los dirigentes locales. “Ya no hemos ido a Trinidad para
hacer el seguimiento con el Centro de Pueblos Indígenas del Beni. Es que no tenemos dónde darles cobijo a los
turistas que llegan a nuestras tierras. Lo que nos falta es dinero. Y estábamos en la fase de conseguirlo. Ahora
vamos a tener que activar de nuevo esta idea porque la vemos como necesaria para el desarrollo de los
sirionós”. Ellos esperan la colaboración de la Prefectura beniana y la Alcaldía trinitaria en su empresa.
Suárez también comenta que, en este afán de hacer más atractivas las visitas de los extranjeros y nacionales a
Ibiato, las mujeres quieren conformar de una vez una asociación para producir textiles de algodón y fibra
vegetal por mayor. “Así podremos ofrecer a los turistas nuestras artesanías. En este momento solamente las
estamos mandando a Trinidad para ser vendidas en el Cabildo Indigenal de los moxeños. Y con pedidos”. La
esperanza de Mireya no tiene límites, la emoción de imaginar los planes que tiene su etnia se siente en cada
palabra que dice; mientras su nieta muestra algunas creaciones hechas por su abuela: trajes típicos de plumas
que usan en sus fiestas.
El presidente del Consejo Indígena Sirionó, William Cuellar, complementa lo dicho por Suárez. “No queremos
mendigar tocando las puertas de las organizaciones privadas o de las instituciones estatales, queremos
aprovechar nuestros espacios productivos y trabajarlos. Los hermanos somos conscientes de todo ello.
Sabemos que Beni recibe montos de dinero por el Impuesto Directo a los Hidrocarburos, pero hasta ahora los
sirionós no saben qué significa eso ni en qué se invierte esa plata. Aquí, a Ibiato y Nguiray, no llega nada de eso.
Hemos presentado proyectos productivos en todos los años. Sin embargo, no los aprueban hasta ahora, nos
discriminan”.
Los enunciados del proyecto de nueva Constitución Política del Estado igual han calado hondo en el discurso de
los líderes sirionós. Por ejemplo, ante el olvido estatal del que son parte, han enarbolado con fuerza el
planteamiento autonómico para los pueblos originarios. “La autonomía indígena nos permitirá usar nuestros
recursos económicos y hacer con ellos lo que mejor nos parezca y así servir al desarrollo de Bolivia”. A la par, se
ha iniciado una cruzada para revalorizar las tradiciones ancestrales, sobre todo lo concerniente a su lengua, ya
que el proyecto de Carta Magna eleva al rango de “oficiales” los idiomas de las 36 naciones indígenas del país.
El responsable de Salud ibiateño, Zoilo Vichae Melgar, está alimentado de sueños y esperanzas, al igual que
Suárez. “Creo que vamos a salir adelante. Siempre lo hemos hecho, y como sirionós nos sabemos
levantar y somos trabajadores, no somos como dice la gente de la ciudad o los ganaderos y los hacendados: que
somos flojos y que estamos todo el día echados en la hamaca. Somos sirionós recolectores de miel, cazadores,
pescadores, agricultores y ganaderos”. Vichae cierra la tapa de una de las colmenas de madera asentadas en su
propiedad. Suspira. “¿No le gustaría vivir aquí?”, pregunta. “Vuelva, verá que de aquí a muchos años
mantendremos nuestra cultura”.
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