Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré

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Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde
vayas!” Lucas 9, 57
Es muy difícil que una persona haga el recorrido de su vida sin preguntarse nunca por el
sentido de su existencia. Por muy monótona y rutinaria que sea su vida, tarde o temprano
terminará por escuchar las preguntas que lleva en el fondo de su ser: «¿de dónde vengo?»,
«¿a dónde voy?», «¿qué me espera?», «¿qué sentido tiene todo?»
Estas preguntas pueden brotar en momentos de crisis y desgracia o en las horas de gozo más
intenso. Le pueden sorprender durante el silencio de la noche o en el bullicio de una fiesta.
Se las plantea el esposo feliz rodeado de su esposa e hijos, y el vagabundo que camina
solitario por las calles. La mujer que sufre en la cama de un hospital y la que se broncea al
sol en una playa de moda.
Es inútil que algunos filósofos nos digan que «no tiene sentido buscar sentido a la vida» (J.
Sádaba). El ser humano quiere saber de dónde viene y a dónde va. En este milenio se
seguirán haciendo las mismas preguntas que en milenios anteriores, pues la cuestión del
sentido de la vida no es un entretenimiento para personas desocupadas, sino un asunto en el
que «nos va la vida».
Por eso es tan grave que el hombre moderno se vaya quedando sin Dios y sin nada que
pueda dar coherencia y sentido, fundamento y finalidad a la vida. Ya no se aceptan verdades
ni metas absolutas. Hay que aprender -se dice- a vivir sin un sentido último. Según el
filósofo de Turín, Gianni Váttimo, la tarea actual de la filosofía ha de ser «enseñar a vivir en
la condición de quien no se dirige a ninguna parte».
Pero, ¿cómo vivir sin dirigirse a ninguna parte?, ¿qué le espera al ser humano si ya no sabe
cuándo progresa y cuándo retrocede, cuándo construye y cuándo se destruye? El ser humano
de hoy no parece sentir necesidad de una «salvación religiosa» del pecado y de la muerte,
pero necesita ser salvado del nihilismo y el sinsentido que parece invadirlo todo.
Tarde o temprano, el verdadero creyente se sitúa ante Cristo con este tipo de preguntas:
¿qué es para Jesús vivir?, ¿cómo entiende la vida?, ¿dónde está el secreto de su estilo de
vivir? No lo hace para encontrar recetas con las que resolver problemas concretos de su
vida, sino para orientar y dar sentido a su existencia entera. Es más tarde cuando, atraído por
la vida de Jesús, dice convencido: «Te seguiré a donde vayas.»
José Antonio Pagola
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