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Huellas
Crónica
Recuerdos de Juancho Polo
La estrella fugaz del juglar errabundo
Por
Héctor Castillo Castro*
El cronista va detrás de los pasos del legendario juglar Juancho Polo Valencia, después
de más de 36 años de su muerte. Son muchas las voces que se van uniendo en este
texto para darnos un cuadro nostálgico de este talentoso músico del Magdalena,
cuyas composiciones nos quedan como ecos constantes de su agitada vida.
I
Miguel Pertuz y Gilberto Polo, dos ancianos que se hallaban sentados en la plaza central de Flores de María,
caserío del Magdalena, recordaron que un día perdido
en la memoria el trovador de camisa colorida y pantalones de pana, alucinado por el licor y las ganas de
seguir en parranda, se colgó el acordeón en el hombro
y, olvidándose de sus obligaciones maritales, se marchó en un caballo prestado a Pivijay, desamparando
a su joven compañera Alicia Cantillo. Ella tenía veinte años y afrontaba en cama un embarazo con serios
problemas de salud.
Ella era la misma muchacha hermosa de rasgos de
ninfa que en 1942 había raptado a sus progenitores. Él
era un mozalbete de pómulos indígenas, atolondrado
e irresponsable con apenas 24 años. La madre de ella,
*
Licenciado en Ciencias Sociales, magíster en Historia e
investigador cultural.
Felicidad Mendoza, se había opuesto a las relaciones
endemoniadas con ese músico feo, borrachín y vagabundo que la había ilusionado con sus coplas inauditas y declamaciones en palabras que nadie de abarcas
entendía.
Tras recorrer interminables trochas y parajes pantanosos, el hombre del acordeón y el caballo se unió a
una ruidosa juerga pivijayera que le reconoció. Fueron
tres días de felicidad, de abrazos y cantos recios con
tufo a formol que les hacían olvidar el mundo. Hasta
allá llegaron noticias de la esposa exhausta, presa de
una letal hemorragia, que clamaba la presencia de su
amado Juancho Polo. El médico que la asistía admitió
su derrota ante la preclamsia y la falta de medicamentos. Casi obligado, el músico se encaramó en la jaca y
emprendió el regreso. Llegando a Piñuela unos aldeanos le avisaron de la urgencia de medicamentos. Volvió a Pivijay buscando una farmacia. Ahí se topó con
la misma “farrita” que le ofreció los sorbos que el cuerpo pedía. De nuevo muchos poemas recitó, demasia-
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das canciones les interpretó hasta que los borrachos
más generosos le encimaran unos pesos y fue a tumbos por los medicamentos… al final, no supo cuántos
frascos traía ni cuántas horas o días transcurrieron.
En el viaje a Flores de María se enteró que Alicia había
sido sepultada.
Unas matronas de rostros maltrechos que conversaban en la entrada del rancho del velorio le vieron llegar casi abrazado al cuello del alazano. Fue recibido
con una agria retahíla de reproches y decepcionados
meneos de cabezas. El ajumado pidió con dulzura que
no le regañaran y que más bien le dieran un trago porque venía cargado de pesadumbre por su mísera suerte. A las cuatro y media de la tarde dirigió la bestia al
campo santo llevando el acordeón vencido. Ató al animal en el portón y se dirigió al montículo que cubría
el féretro de su amada. Enjugó los ojos humedecidos.
Sollozante recriminó la frágil existencia humana. En
ese momento de sobriedad sintió ganas de soltar todos
los padecimientos que le oprimían el corazón:
Como Dios en la tierra no tiene amigos/ como no tiene
amigos anda en el aire/ tanto le pido y le pido, ¡ay hombre!, siempre me manda mis males…/ Se murió mi compañera, que tristeza/ se murió mi compañera, qué dolor /
y solamente a Valencia, ¡ay hombe!, el guayabo le dejó…/
(…) cuando ya el alma se acaba, se despide de este mundo
y en aquel sueño profundo, ¡ay hombe!, la vida se vuelve
nada…
Con el asomo de la noche serrana salió del panteón y
se alejó galopando como un loco para seguir embriagándose el resto de sus días. La pérdida prematura de
Alicia y el acusante sentimiento de culpa le daban suficientes motivos para echarse de lleno a las oscuridades del desarraigo.
II
Al viejo Juancho Polo lo conocí a través de sus nostálgicos cantos, las fotos de risa mueca de las portadas
de sus discos y por las juergas de bohemio implacable
que me contaba mi papá. Explorando su biografía, después de algunos viajes a su aldea, me enteré que había
dejado un hijo acordeonero, Sebastián (“Chan”), que
andaba por Barranquilla. Me dijeron que frecuentaba
la Plaza de los Músicos. Ahí fuimos a probar suerte.
Sorprendió el parecido que guardaba con su difunto
padre. Aun más, al escucharlo interpretar uno de sus
cantos imaginé estar frente al mítico artista.
Alicia Cantillo, la musa eterna de Juancho Polo Valencia.
(Archivo particular).
Sebastián se hizo músico tardíamente. Rayaba los
treinta cinco años cuando presintió que la adicción al
trago de su viejo volvería por él y le arrancaría los últimos años que le quedaban de vida. Decidió tocar acordeón, emular sin dificultad la voz del viejo y calarse un
sombrero alón para aferrarse a la imagen del autor de
“Lucero espiritual”.
Lleva más de veinte años en este lugar donde lo buscan para que acompañe parrandas y anime fiestas. En
este parque se hallan dispersos más de un centenar de
serenateros y grupos de acordeón. Estaba sentado en
una silla de plástico, jugaba dominó con tres colegas.
Le invité a dialogar, hablar de su vida y de la de su padre.
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Yo nací el 20 de enero, en Flores de María en 1944.
Me crié con mi abuelo Juan Polo Meriño y mi abuela
María del Rosario Cervantes Berdugo en la finca de
ellos. Desde pelao los ayudaba con el trabajo. Tuvie-
algunos amigos testimonian su buena caligrafía. Admiraba y recitaba poesías de Guillermo Valencia, bardo payanés que falleció en 1943, época en que Juancho
era el músico de veinticinco años que adoptó el Valencia como segundo apellido artístico. En algunas de sus
canciones se nota la influencia de su lírica.
La pérdida prematura de Alicia
y el acusante sentimiento
de culpa le daban suficientes
motivos para echarse de lleno a
las oscuridades del desarraigo.
Luis José Rodríguez, un cajero invidente que le acompañaba en su trasegar sin destino fijo y en algunas grabaciones con discos Tropical y Fuentes en la década de
los setenta, nos comentó:
De esa experiencia sacó canciones como ‘Mujer de
adorado pelo’: ‘con tu sonrisa de aurora/ dime si el sol
te enamora/ para tumbarlo del cielo… esa palma que retoza siempre con locos anhelos/ me tiene lleno de celos...’.
Él escribía la letra en una libreta y después le metía
la música y la melodía. Le admiré que tocaba solo y
tenía una armonía que eso le llegaba uno al corazón,
combinaba las notas con los bajos, creó un estilo diferente a todos.
ron dos hijos: mi papá y mi tía María. Mi papá siempre paraba en Barranquilla o en Santa Marta; a veces
venía a buscarlo a Barranquilla, cuando estaba viejo
y enfermo. Él dejó dos hijos: Rosa María, que vive en
Fundación con mi mamá Alicia Hernández, y yo. Mi
papá heredó la música de mi abuelo, que tocaba flauta y tenía un acordeoncito pequeño.
“Chan” reside en el barrio Las Moras, de Barranquilla,
tiene seis hijos con Carmen Carmona Buelvas; a uno
de ellos le puso el nombre Juancho Polo Jr.; también
toca acordeón y guacharaca.
Cantor errante
La cuna de Juancho Polo es un misterio que se disputan varios pueblos del Magdalena: Flores de María,
Fundación y Concordia. “Chan” nos despejó las dudas:
Mi viejo nació el 18 de septiembre de 1918, en Candelaria, corregimiento del Cerro de San Antonio que
llaman Caimán. Pero en Flores de María lo quisieron
más que en Candelaria. La estatua que existe en Candelaria se la hicieron unos primos míos; el Gobierno
no ha hecho nada. Él aprendió a tocar en el viejo
acordeoncito de pistones de mi abuelo.
Candelaria se mantiene aún en el mismo abandono secular, carece de servicios básicos, de escuelas y
centros de salud. En su juventud, Juancho tenía que
sortear caminos agrestes a lomo de bestias o en viejos
camperos para llegar o salir. El billar y el trago eran
las diversiones más comunes entre sus paisanos. En
medio de esas precariedades, el legendario músico se
convirtió en gaitero, luego acordeonista que cantaba
por trago; paradójicamente, le atrajo la lectura y la
poesía. Aprendió a leer y escribir con profesoras veteranas; las dedicatorias sobre carátulas que conservan
Sus amigos veían que la filosofía de vida de Juancho
Polo oscilaba entre los razonamientos rústicos y prácticos de campesino y la genialidad de pensador mayor.
En algunas de sus creaciones se aprecia lucidez terrígena con destellos metafísicos y existencialistas (“El
pájaro carpintero”, “Lucero espiritual”, “Alicia adorada”…). “Uno hace canciones en las que se ve lo que está
ahí, pero él las hacía más profundas, a cosas que no se
ven, solo hay que escuchar a “Lucero espiritual” (‘eres
más alto que el hombre, yo no sé dónde te escondes en este
mundo historial…”), dice con orgullo Sebastián.
El consumo desmedido de alcohol generó en el cantautor desequilibrios emocionales y heridas en varias
partes de su cuerpo. Un amigo recordó que le gustaba frecuentar burdeles; cierta vez desapareció ebrio y
lo encontraron días después en una clínica de reposo en Bucaramanga. Las alucinaciones de beodo también las reflejaba en su lira. Al iniciar sus parrandas
acostumbraba a esgrimir dotes de orador enramado
en jerigonzas. En algunas “piezas”, como “El sombrero
blanco”, se nota lo mismo.
(…) Querida morenita vestida de verde/ con tu lazo a
medio lao, para que de mi recuerdes te dejo mi pañuelo
colorao/ Juancho con Manuel Bolaños / con su idea de
caminar para la zona irán bajando pero para regresar…
Lo mismo se aprecia en “Jesucristo caminando con
San Juan”:
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Sobre el río Jordán/ cosa que nunca se ha visto/ Cristo
bautizó a san Juan y san Juan a Cristo/… Cristóbal Colón
tenía figura de almirante y fue el primer navegante que
atravesó la Oceanía…
Versos y trompadas
En la época en que Juancho se forjó como músico le
tocó lidiarse con grandes acordeonistas guajiros y vallenatos, por eso, como si fuera un tercero, para alentarse y darle mayor fuerza a sus impulsos, acostumbraba enviarse saludos (¡Juanchooo!), que se hicieron
populares en sus producciones.
También frente a rivalidades fue personaje central
de sus creaciones. En “Lo dice Juancho” se ve: Yo soy
el hombre que puedo regañar a los otros hombres, con mi
fama y mi renombre, ay, a nadie le tengo miedo, a nadie…”.
A su paisano Pacho Rada, “padre” del son, lo desafió
con “El gallo de punta aguda”: ... Soy el gallo que pico
cuando sacudo mis alas, Pacho Rada, Pacho Rada… ya encontraste el tuyo.
Al viejo Emiliano Zuleta, precursor de la piquería en
parranda, lo retó con “El provincianito”: …Ahora sí te
pregunto provincianito: ¿cuál es el coraje de tu memoria?
lo digo pa’ que lo sepas, Emilianito, que por suerte tu rutina no está en la historia… Esta canción de ofensa te manda
Juanchito…
“En el Pique”, Juancho pinchó al “Pollo” vallenato: Luis
Enrique tú no tocas más que yo, ni canta más que yo, Luis
Enrique todavía te falta aire, tú vives desconfiado, me tiene la ‘acosadía’ ¡ay en Flores de María no hay cantor que
me aguante!”.
José Luis, su cajero, recordó la frase picara que le agregó en una parranda: “¡Luis Enrique ni toca ni corre más
que yo…!”. Sonríe a carcajadas el músico invidente.
Con expresión timorata Sebastián habló de los rasgos
pendencieros del llamado “respeto” del Magdalena.
Cuando estaba bueno y sano era quietecito, no hablaba con nadie, pero cuando tomaba se ponía pesao.
Para pelear y enamorase no se lo ganaba nadie. La
plata que ganaba se las gastaba en trago, no tenía que
ver con nada; tuvo un rancho en el Copey y en Santa
Rosa de Lima, Magdalena. Perdió un pedazo de oreja en una pelea que tuvo con un negro de Bolívar en
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“Chan” interpreta todas las canciones de su padre y las dos elegías
que le compuso. (Foto de Héctor Castillo C.).
Este trovador que varias veces
le cantó a la muerte presintió
la suya. En la pieza “Jesucristo
caminando con Juan” describió
cómo sería ese momento.
una finca cerca de El Retén, Magdalena, donde había
tocado mi papá; el tipo quería robarle el acordeón,
aunque hay gente que dice que peleaban por una
vieja rebuscona. El viejo le encaminó y cómo vio que
perdía la pelea, le pegó un mordisco y le mochó la
punta de la oreja.
mía, fue a llevarle el café y le tocaba la puerta y no se
despertaba; llegó un muchacho, Andrés Pérez, empujó la puerta y lo encontró muerto. El señor Edgardo
de León regaló el cajón; fue enterrado en una bóveda
prestada, vino gente de todos lados.
Abel Pacheco, ducho cantante pivijayero, comparte un
artero recuerdo:
Unos ganaderos de Monterrubio llegaron a Fundación e hicieron una parranda en el mercado. Uno de
ellos se emborrachó y unos taxistas le robaron la plata y las botas vaqueras y se las pusieron al también
embriagado Juancho Polo. Él andaba con sus botas
para todos lados, ingenuamente. Cuando el tipo se le
pasó la borrachera, se vio sin zapato y sin plata, buscó a la policía y encontraron a Juancho Polo en una
cantina luciéndolas. Lo metieron preso. Yo fui al Hotel Buenos Aires y le conté la historia a Luis Enrique
Martínez y Armando Zabaleta, nos fuimos donde el
Alcalde Elías George y le explicamos lo sucedido y lo
soltaron. Al final, el tipo le regaló las botas a Juancho
Polo.
Dos años después de su muerte, el dueño de la tumba
expiró, sus familiares requirieron la bóveda. Los restos
de Juancho fueron trasladados al cementerio de Santa
Rosa de Lima (Magdalena), donde reposan en una deteriorada tumba. Hoy, después de 36 años de ausencia,
su hijo Sebastián, en la Plaza de los Músicos, antes de
irse de ronda musical, tarareó dos elegías que compuso a su memoria. Abrió el fuelle y entonó “El Sucesor”:
Con tanto cariño que me crió mi padre, ahora sea ido sin
idea de regresar, me quede solito recordando de mi madre, el
único ángel que me puede acompañar...
Al instante, compartió la otra obra, “Estaremos juntos”, que se conserva inédita:
Mi corazón se lástima, todas las veces que canto, en Santa
Rosa de Lima están los restos de Juancho. Mis ojos se nublan
de llanto como el vidrio en la neblina, yo también sigo el camino donde mi padre se fue...
Muerte del juglar
Las constantes borracheras, los trasnochos y la mala
alimentación degradaron su estado físico. Siendo un
cincuentón, su voz y su físico parecían la de un anciano. La pobreza le acompañó hasta sus últimos
días. Hubo que recurrir a la caridad de vecinos para
sepultarlo. Este trovador que varias veces le cantó a la
muerte presintió la suya. En la pieza “Jesucristo caminando con Juan”, por ejemplo, describió cómo sería
ese momento:
El día que Juancho se muera, queda su pueblo de luto, bajara
una nube negra le llamaran el difunto.
Su hijo “Chan” rememora:
Él llegó en la noche el 21 de julio, después de una
parranda en Fundación, se acostó en una hamaca
y amaneció muerto el 22 de julio de 1978. Fue enterrado dos días después en Fundación. Ese día yo
me estaba bañando, iba a visitar a un primo que se
había desnucando al tirarse a un río. Alicia, la hija
De su padre casi nada se conserva. Tenía el inmemorial acordeón de toda la vida, pero un compadre suyo,
Armando Ardila, cargó con él, lo custodia como reliquia sacra en su residencia de Fundación. Le preocupa
que las regalías de su padre no lleguen a tiempo a socorrer los apremios familiares.
El heredero de Juancho Polo mira con desamparo el
acordeón. No sabe por cuánto tiempo aguardará clientes. A sus setenta años espera oportunidad de grabación. Salvo un cd ignorado, editado con el patrocinio
del Sindicato de Músicos del Atlántico, no tiene más
que mostrar.
Ahora que es músico y que ha probado todas las crueldades de este oficio de parque, sin horarios, recuerda
a su viejo Juancho Polo, degradado por el infortunio,
ofreciendo su arte por un trago de ron blanco o amaneciendo, frío y extraviado, en cualquier pretil del
Magdalena. Se consuela mirando el cielo y con voz
queda canta como nunca “Lucero espiritual”.
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