Nuestro Un Sacrificio - El Ancla del Evangelio

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Anotaciones
Sermones y Artículos Sobre Jesús de Nazaret -- 2
Nuestro Un Sacrificio
“... Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste,
ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He
aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer
esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo
de Jesucristo hecha una vez para siempre” – (Heb. 10:8-10).
El escritor inspirado imprime sobre la mente de los Judíos que fue la voluntad de
Dios establecer un segundo pacto para santificar a su pueblo. Este objetivo no fue
designado para ser alcanzado a través de los varios sacrificios del primer pacto (la Ley
de Moisés), sino por medio de la ofrenda del Hijo de Dios, Jesucristo. Esta ofrenda
de “una vez para siempre” satisfacería a Dios para todo tiempo.
La ofrenda de Jesús de “una vez para siempre” cumplió las muchas ofrendas y sacrificios de la Ley de Moisés. Nótese que el escritor de Hebreos señala a las ofrendas
aparte de los sacrificios por el pecado que fueron ofrecidos bajo el primer pacto. Cada
una enfatizaba una necesidad en particular en la relación de uno con Dios, la cual es
provista y perfeccionada en el sacrificio de Cristo.
Demos una breve mirada a las ofrendas del Antiguo Testamento, de manera que
podamos apreciar el significado del sacrificio de Cristo.
Jesús satisfizo los holocaustos. Los holocaustos eran ofrecidos por el sacerdote en
la mañana y en la tarde de cada día por la congregación (Ex. 29:38-39). Lo ofrecía
un individuo de manera que “pudiera ser acepto delante de Jehová“ (Lev. 1:3-4).
Que hubiera aceptación delante de Jehová era una prioridad constante para los Judíos,
y debería serlo para todos hoy día. El sacrificio de Cristo provee la oportunidad para
que todos gocen de la aceptación de Dios. A través de la obra redentora de Cristo,
Dios nos acepta “como hijos” mientras permanecemos “justificados” en su presencia
(Gál. 4:5-7; Rom. 3:24).
Jesús satisfizo las ofrendas de las primicias. La palabra Hebrea “ofrenda” enfatiza
“un regalo ofrecido por un inferior a un superior”. Le recordaba al Judío la superioridad de Dios para sustentarlos. Por tanto, se ofrecía la ofrenda de las primicias del
grano (Lev. 2:14).
La ofrenda del grano (o cereal) le señala al adorador el hecho de que Dios es el
dador de lo que la tierra produce lo cual sustenta la vida. El adorador expresaba eso
a través de la ofrenda, “14 ... Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos
... 16 Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia ... de tu mano es, y todo es tuyo”
(1 Cr. 29:14,16).
En Cristo encontramos todo lo necesario para el sostenimiento espiritual. El es
el pan de vida que ha descendido del cielo (Jn. 6:51). Los Cristianos confían en su
resurrección corporal como una clase de “primicias” garantizando su propiedad (1
Cor. 15:20).
Jesús satisfizo las ofrendas de paz. Las ofrendas de acción de gracias por la
misericordia mostrada, la guarda de votos y las ofrendas que eran dadas a Dios voluntariamente sin ningún evento particular en mente formaban parte de las ofrendas de
paz. El oferente, después de dar a Dios la “grosura” del animal, comía el sacrificio
(Lev. 7:11-17). De esta manera, la ofrenda de paz daba importancia a la comunión con
Dios. A medida que un Judío caminaba delante de Dios, debía recordar las bendiciones
recibidas, y prometía solemnemente pronunciar en el nombre de Jehová que Dios
estaba cerca. Esta comunión era enfatizada cuando Dios y el oferente participaban
del sacrificio. Hoy día nadie viene al Padre sino por Jesús (Jn. 14:6). A causa del
sacrificio de Cristo, podemos acercarnos a Dios con confianza (Heb. 10:19-22). En
Cristo gozamos de la comunión con Dios.
Sermones y Artículos Sobre Jesús de Nazaret -- 2
Jesús satisface la ofrenda por el pecado y la expiación. Hubo distintas ofrendas
por el pecado, el del sacerdote, de la congregación, de un jefe y de alguna persona del
pueblo, incluyendo al pobre (Lev. 4; 5:7-8). La expiación debía ser ofrecida cuando
uno defraudaba a Dios en cosas pertenecientes al servicio del templo o cuando estafaba
a su vecino (Lev. 6:1-7). Con tal ofrenda, uno restauraba lo que había defraudado
y añadía una quinta parte al valor de ella. La ofrenda por el pecado enfatizaba a la
persona, mientras la expiación enfatizaba la restitución.
La expiación es distinguida de la ofrenda por el pecado sobre la base de que el pecado cometido producía daño en alguien. Por tanto, la expiación demandaba el pago
de compensación por el daño causado.
El sacrificio de Jesús “una vez para siempre” reúne hermosamente las ofrendas
por la iniquidad. Jesús pagó el precio de los pecados de todos los hombres (Mat.
26:28; 1 Cor. 6:20).
La aceptación, el sustento, la comunión y el perdón estaban atados a las ofrendas y
sacrificios bajo la Ley de Moisés. Hoy día, Cristo ha hecho todo esto posible a través
de su sacrificio “una vez para siempre”. Ciertamente hemos sido bendecidos “con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3).
[Guardian of Truth, Vol. 32, Pág. 611, Jerry Fite].
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