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¿La Luz del Mundo?
Qué es
E
s la Iglesia que Jesucristo fundó en el siglo I
de nuestra Era, con la misión de anunciar a
toda persona las buenas nuevas de salvación.
Su Restauración comenzó en la ciudad de Monterrey,
Nuevo León (México), el 6 de abril de 1926, con
el llamamiento al Apostolado del Maestro Aarón
Joaquín González, quien predicó el Evangelio de
Cristo durante poco más de 38 años, logrando en
ese tiempo la transformación espiritual de miles de
personas y familias a lo largo y ancho de la República
Mexicana.
El 9 de junio de 1964, el apóstol Aarón Joaquín fue
llamado por el Creador al descanso eterno, luego
de haber peleado la buena batalla y guardado la fe.
Ese día, Dios manifestó el Apostolado del Doctor
Samuel Joaquín Flores quien, desde aquella fecha,
ha impulsado la predicación del Evangelio de tal
manera que, hoy por hoy, la Iglesia La Luz del Mundo
tiene presencia en más de 40 naciones de los cinco
continentes. En ambas administraciones apostólicas
se ha observado con invariable fidelidad la doctrina
de Jesucristo, cumpliendo la sagrada misión que les
fue encomendada.
A principios del siglo II, tras la desaparición física
de los apóstoles de Jesucristo, empezaron a surgir
“intérpretes intelectuales” –conocidos posteriormente
como “padres de la Iglesia”–, quienes, olvidando
la sencillez del Evangelio, adaptaron a la práctica
religiosa de la época, el pensamiento griego y romano,
corrompiendo así la enseñanza primitiva. Este peligro
había sido advertido por el apóstol Pablo:
“Estoy maravillado de que tan pronto os
hayáis alejado del que os llamó por la gracia de
Cristo, para seguir un evangelio diferente. No
que haya otro, sino que hay algunos que os
perturban y quieren pervertir el evangelio
de Cristo…”.1
Estos nuevos “doctores”, al incorporar las filosofías
griegas imperantes, y adaptar a su cuerpo doctrinal
los cultos paganos de la época (sincretismo) y
doctrinas de hombres, sin la dirección espiritual,
prepararían el camino para el surgimiento y desarrollo
del catolicismo romano, mismo que sería reconocido
por Constantino en el año 313 d. C., alcanzando el
carácter de “religión oficial” durante el Imperio de
Teodosio el Grande (380 d. C.).
Los concilios y sínodos católicos, a partir del año 325
d. C., darían forma y estructura a un sistema doctrinal
y moral, sustentado en las filosofías humanas y
los resabios del paganismo antiguo, opuesto al
cristianismo.
De los concilios en comento surgieron “nuevas”
doctrinas y leyes eclesiásticas: el “celibato sacerdotal”
(Concilio de Elvira, 306 d. C.); el dogma de “la
trinidad” (Concilio de Constantinopla, 381 d. C.); la
NOTAS:
Gálatas 1:6-7, versión Reina Valera 1960.
Cf. Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona,
1963.
3
Ludwing Hertling, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1989, p.
169.
4
Mauricio de la Chàtre, Historia de los papas y los reyes, tomo II, CLIE,
Barcelona, 1993, p. 703.
5
Nigel Cawthorne, La vida sexual de los papas, Editorial Tomo, México,
2000, p. 83.
6
Ídem.
7
Williston Walker, Historia de la Iglesia cristiana, CNP, Kansas City,
1991, pp. 435-436.
8
Juan 4: 24.
9
Salmo 115: 4-7.
10
Jeremías 10: 5.
11
Programa “Frente a Frente”, de Tv Azteca, transmitido el 13 de
diciembre de 2008 (http://www.youtube.com/watch?v=RLHbkz1w7Ko
&feature=related).
12
1 Timoteo 2:5.
1
2
RESPONSABLE DE LA PUBLICACIÓN
Lic. Moisés Gutiérrez Coronado
“maternidad divina de María” (Concilio de Éfeso, 431
d. C.); el culto a las imágenes (II Concilio de Nicea,
787 d. C.); la canonización de los santos (Concilio
Romano, 993 d. C.); el culto a las reliquias (Concilio
de Trento, 1545-1563 d. C.); el purgatorio (Concilio
de Florencia, 1438-1445 d. C.); la infalibilidad papal
(Concilio Vaticano, 1870 d. C.),2 entre otros.
La historia refiere que hubo clérigos y laicos que se
opusieron a estos dogmas y leyes eclesiásticas, en
diferentes épocas, quienes sufrieron acoso, violencia
y persecución. Cuando la Iglesia católica romana
instauró el tribunal de la inquisición (1231 d. C.),
con el propósito de reprimir la “herejía” y aniquilar
a sus seguidores, decenas de miles de disidentes
fueron sometidos a procesos vejatorios, que iban
desde la confiscación de sus bienes, la tortura física
(y psicológica) y, por último, la pena de muerte.
Este tribunal perpetró crímenes que hoy serían
considerados de Lesa Humanidad.
Entre las víctimas de dicha crueldad, figuran
innumerables religiosos, cuyo pensamiento filoteológico difería de las doctrinas del catolicismo
romano. Algunos de ellos fueron: Arrio (256-336),
Nestorio (386–451), Juan Wicleff (1320-1384), Juan
Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498),
Martín Lutero (1483-1546), Miguel Sattler (14901527), Giordano Bruno (1548-1600), y muchos más.
Ni siquiera los pontífices romanos estuvieron exentos
de sus propias intrigas. Como muestra de lo anterior,
está el caso del “concilio cadavérico” que “juzgó”
al Papa Formoso (891-896). El historiador jesuita
Ludwig Hertling, relata este episodio en los siguientes
términos:
“Una
anécdota
relativamente
bien
documentada, que pinta gráficamente la
barbarie de la época, es la del papa Esteban
VI, que hizo desenterrar el cadáver… [del
Papa] Formoso, lo juzgó ante un tribunal y lo
arrojó luego al Tiber. Poco después el propio
Esteban fue estrangulado en la cárcel”.3
En este sentido, uno de los sucesos más controvertidos
en la historia del papado fue, sin lugar a dudas, el
Gran Cisma de Occidente, que tuvo inicio en 1378
y se prolongó por espacio de cincuenta años. En
dicho periodo hubo tres papas: uno elegido por los
cardenales italianos (Urbano VI); otro electo por
los purpurados franceses (Clemente VII), y el otro,
Alejandro VI, elegido por el Concilio de Pisa. Este
polémico acontecimiento, resultado de la ambición
desmedida de los papas, convulsionó a Europa
entera:
“…En Alemania, Francia, España e Italia,
se empuñaron las armas para defender los
derechos de los papas de Roma, o para hacer
triunfar los pontífices en Aviñón. Estos vicarios
de Cristo se excomulgaban, se denunciaban,
quitaban el velo a sus torpezas, se acusaban
de cometer incestos o de perpetrar delitos
de sodomía, y les llaman ladrones, asesinos,
herejes…”.4
En el ámbito de la moral, el papa Sergio III (904
al 911), quien sostuvo relaciones sexuales con la
prostituta Marozia desde que ésta era una niña,5
ejemplifica el alto grado de corrupción del papado. De
acuerdo con el historiador Baronio, a Sergio no sólo le
gustaba tener relaciones sexuales con menores, sino
que “fue esclavo de todo vicio, y el más perverso de
los hombres”.6 De la misma condición moral fue Juan
XI –fruto de la relación licenciosa de Sergio III con
Vista aérea del Templo Sede Internacional de la Iglesia
La Luz del Mundo, en la colonia Hermosa Provincia,
Guadalajara, Jalisco (México).
Marozia–, quien ascendió al solio pontificio gracias a
los “buenos oficios” de su madre.
Además de la corrupción papal y los diversos casos de
abusos sexuales registrados a lo largo de la historia,
existen otros episodios que la Iglesia católica romana
quisiera olvidar: las ocho cruzadas medievales y las
guerras de religión, en donde tienen lugar la masacre
conocida como la “noche de san Bartolomé” (1572),7
la persecución a los judíos, cátaros y, siglos después,
a los protestantes de Europa, a quienes la Iglesia
romana procuró acallar utilizando para tal fin los
instrumentos de tortura y represión.
Actualmente, la Iglesia La Luz del Mundo enfrenta
desafíos similares en el cumplimiento de su sagrada
misión, que consiste en la predicación del Evangelio
de Cristo, enseñando que “Dios es Espíritu”,8 y que las
imágenes de culto son “obra de manos de hombres.
Tienen boca, más no hablan; tienen ojos más no ven;
orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no
huelen; manos tienen mas no palpan, tienen pies más
no andan…”;9 además, “ni pueden hacer mal, ni para
hacer bien tienen poder”.10
Esta enseñanza ha sido proclamada invariablemente
por los dos apóstoles de la Restauración, Aarón
y Samuel Joaquín, así como por los ministros y
fieles de la Iglesia, quienes han sufrido por ello las
embestidas del fanatismo e intolerancia religiosa,
alentada por obispos y párrocos, quienes han incitado
con su ejemplo, incluso, al pueblo no religioso. Esto a
pesar de que diversos clérigos han reconocido que las
enseñanzas antes citadas son acordes a las verdades
bíblicas, tal como lo sostuvo el 13 de diciembre de
2008, el sacerdote José de Jesús Aguilar Valdés,
director de Radio y Televisión del arzobispado de
México, en entrevista con la periodista Lolita de la
Vega:
“Los milagros solamente los hace Dios […]
Ningún santo, ninguna santa, ni la virgen
hace milagros […] Lamentablemente por
ignorancia, por falta de información, [los
católicos] piensan que una imagen es la que
les hace el milagro. Ninguna imagen hecha
de pasta, de barro, de madera, puede hacer
ningún milagro; no es ninguna imagen, ni
la virgen María, ni los santos pueden hacer
milagros, mucho menos objetos o rituales,
es únicamente Dios…” .11
La difusión de la verdades evangélicas ha sido –ayer,
hoy y siempre– el compromiso indeclinable de la
Iglesia La Luz del Mundo, profesando que “hay
un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre”,12 a quien las imágenes
de los santos canonizados no pueden reemplazar en
su oficio intercesor.
Durante las últimas ocho décadas, la Iglesia La Luz
del Mundo, haciendo uso de las libertades y derechos
consagrados en nuestra Carta Magna –en el marco
de un Estado laico–, ha dado conocer, a través de
diferentes medios, la verdad bíblica que transforma
y renueva la conciencia de los seres humanos,
erradicando vicios y prácticas que degradan y
denigran la dignidad humana.
¡Cuánta razón tuvo Cristo al afirmar:
“Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”!
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