La Iglesia: el sacramento de la salvación del mundo Este es el

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La Iglesia: el sacramento de la salvación del mundo
Este es el cuarto de seis artículos sobre el propósito y sobre los principales documentos del
Concilio Vaticano II, escrito con motivo del cincuentenario de la convocatoria del Concilio por
el beato Papa Juan XXIII. Los documentos sobre la Sagrada Liturgia y sobre la Revelación
Divina, que fueron objeto de anteriores artículos, nos llevan a considerar ahora Lumen gentium,
la Constitución sobre la Iglesia.
Cristo es la luz de todos los pueblos del mundo, como declara en su comienzo el título del
documento sobre la Iglesia. Unas pocas líneas más adelante, se define a la Iglesia como el
sacramento de la unidad del género humano, el instrumento que Cristo, como salvador del
mundo, utiliza para reunir a todos los pueblos en su nombre y en su amor.
La Iglesia es presentada como un misterio de fe. Esto se debe a que su existencia comienza con
la misión que Cristo recibió de su Padre para salvar al mundo de las consecuencias de su pecado,
y porque su vida es por lo tanto incorporada en el misterio que es la vida misma de Dios como
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Una de las ironías de los últimos cincuenta años es que la voluntad
del Concilio de situar a la Iglesia dentro de la propia fe ha sido a menudo frustrada por la gente
que todavía la considera principalmente como una institución jurídica y que apoyan programas
de “reforma” institucional como si la Iglesia fuera un país, una empresa o un club. El Concilio
tuvo la intención de cambiar esta forma de pensar acerca de la Iglesia.
La Iglesia es descrita como un rebaño, como el edificio de Dios, como nuestra madre, como la
esposa del Cordero inmaculado de Dios, como el lugar donde un pueblo peregrino se reúne en su
camino de fe con el fin de recibir los dones que Cristo ganó para ellos - el don del Espíritu Santo,
la gracia santificante, la gracia sacramental, las verdades del evangelio, las virtudes infusas, el
amor de los pastores ordenados para hacer visible la autoridad de Cristo en su cuerpo, y todos los
otros dones, visibles e invisibles, que crean el tejido de la vida de los fieles.
Debido a que todos los bautizados están llamados a la santidad de la vida aquí, y a la vida eterna
en el reino celestial de Dios, la Iglesia ofrece todos los dones necesarios para alcanzar la
santidad. La doctrina del Concilio sobre la Iglesia considera varias maneras de lograr la santidad
y de vivir como discípulo de Cristo: los laicos en el mundo, aquellos en el estado matrimonial, la
vida de consagración religiosa, el camino del diaconado, sacerdocio y episcopado ordenados, las
diversas formas de discipulado que han sido parte de la historia de la Iglesia y la que vemos más
claramente en aquellos que han sido declarados santos, especialmente, de un modo preeminente,
la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Esta magnífica compañía de
testigos crece en cada generación conforme la Iglesia se extiende en la misión de compartir los
dones de Cristo, Luz de las Naciones, con todos los pueblos de la tierra.
La Iglesia misma es un don de Cristo, su cabeza, que utiliza los sacramentos de la Iglesia para
tocar y estar presente ante su pueblo y que quiere que todos los pueblos se reúnan en la Iglesia en
un solo pueblo de Dios.
Cardenal Francis George, OMI
Arzobispo de Chicago
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