José Luís Gómez Blanes

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Implicaciones doctrinales de la naturaleza no lineal de
la guerra
Jose Luis Gómez Blanes
Ejército de Tierra
[email protected]
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Resumen: Clausewitz ha tenido y tiene actualmente una influencia muy
grande en las doctrinas occidentales. Sin embargo, también ha habido, y continúa habiendo, mucho debate sobre la correcta interpretación de sus ideas. Una
de las interpretaciones actuales más influyentes es la del profesor Beyerchen, que
compara De la Guerra con la teoría científica de la no linealidad. Concluye que
el principal obstáculo que Clausewitz detecta para entender la guerra es una
mentalidad lineal que obliga a partir del falso supuesto de que lo sutil no puede
ser relevante, porque coloca unas anteojeras a nuestra capacidad para percibir
los aspectos no lineales de la realidad. Otros intérpretes han extraído de esta
visión diversas implicaciones doctrinales prácticas.
Nota biográfica: Teniente Coronel de Infantería de la XLV promoción de
la Academia General Militar. Destinos: RIAT Isabel la Católica nº29, RIMZ
“Córdoba” nº10, RIL “Palma” nº47, RIAC “Alcazar de Toledo” nº61, Academia
de Infantería (profesor de táctica e historia militar). Actualmente está destinado
en la Jefatura de Doctrina de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra.
Palabras clave: “Clausewitz”, “doctrina”, “guerra”, “interacción”, “teoría”.
1 INTRODUCCIÓN
La obra de Clausewitz ha tenido y tiene mucha influencia. Sin embargo,
sigue abierto el debate sobre su correcta interpretación. El profesor Beyerchen
compara De la Guerra con la teoría científica de la no linealidad.
Opina que el equívoco proviene de la identificación de una buena teoría
con una teoría lineal, a la que Clausewitz no se ajusta. La guerra es, por naturaleza, analíticamente impredecible porque constituye un fenómeno no lineal;
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pero teoría no equivale a sistema lineal. Consideramos los fenómenos no lineales
como obstáculos a «nuestro catálogo de normas, aunque estos fenómenos sean
más frecuentes que los que se ajustan a unas reglas lineales».
Esta mentalidad impide discriminar lo importante de lo marginal y
obliga a partir del falso supuesto de que lo sutil no puede ser relevante, lo
cual coloca unas anteojeras a nuestra capacidad para percibir los aspectos no
lineales de la realidad.
2 NATURALEZA NO LINEAL DE LA GUERRA
2.1 Descripción de la guerra
Clausewitz proporciona tres definiciones cada vez más sofisticadas. La
primera hace referencia a la violencia: «un duelo a una escala más grande».
La segunda sitúa la guerra en su contexto: «la continuación de la política por
otros medios». La tercera añade a esas fuerzas irracionales y racionales otras
“arracionales”: «la casualidad y la probabilidad» a las que se enfrentan, y las
que generan, el comandante y su ejército. Constituyen lo que denomina una
«paradójica trinidad».
2.1.1 Un duelo
La guerra es un conflicto de intereses que desata la fuerza natural ciega
de la violencia, cuya resolución requiere, en cada bando, «un acto de fuerza para
obligar al enemigo a hacer nuestra voluntad». Como ambos bandos tienen la
misma intención la guerra es, por naturaleza, interactiva: «no es la acción de
una fuerza viva sobre una masa inerte sino siempre la colisión de dos fuerzas
vivas».
Constituye, en teoría, un sistema dirigido por fuerzas psicológicas, caracterizado por una realimentación positiva, que lleva a los extremos ilimitados
del esfuerzo de uno contra el otro. No es la mera sucesión secuencial de intenciones y acciones de cada adversario, sino una pauta de comportamiento
global provocada por unas intenciones mutuamente hostiles y unas acciones si-
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multáneamente consecuentes.
No es el encadenamiento lineal sucesivo de la presencia y acciones de
cada bando, sino un sistema dinámico de pautas generadas en el espacio entre
y alrededor de los contendientes. Esta dinámica interactiva concurrente solo se
percibe de forma completa en la “lucha libre”, en la que las posiciones y posturas
corporales de cada luchador serían imposibles de adoptar sin la resistencia y el
contrapeso del contrincante.
Sin embargo, solo se puede afirmar esa tendencia necesaria del esfuerzo
hacia los extremos absolutos si se hace abstracción de la subordinación racional
de la guerra a la política. La lógica de la guerra en abstracto, con su escalada
ilimitada del coste y del esfuerzo, contradice la experiencia de la guerra real.
En la práctica, solo si la guerra fuera un fenómeno aislado podría su
naturaleza, esencialmente violenta, quedar desenfrenada:
− Si fuera un acto aislado y repentino, sin un preludio político.
− Si se desarrollara en un único acto decisivo o varios simultáneos.
− Si produjera un resultado político completo en sí mismo.
2.1.2 Continuación de la política
La guerra real no cumple esas condiciones, lo cual impone serias restricciones a una teoría analíticamente simple:
− Nunca ocurre al margen de un contexto político.
− Siempre se desarrolla en el tiempo, mediante una serie de pasos interactivos.
− Sus resultados políticos jamás son definitivos.
La situación política debe ponderarse minuciosamente porque «un mismo
objetivo político puede provocar distintas reacciones en diversas personas, e incluso en las mismas personas en momentos diferentes. Puede haber tales tensiones, tal masa de material inflamable, que el más leve incidente provoque un
efecto completamente desproporcionado –una verdadera explosión».
Esta analogía con la combustión y el hecho de que las condiciones políticas prevalezcan más allá del objetivo político previsto en un principio constituyen los parámetros que determinan su comportamiento.
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Este contexto político cambiante contrasta con la visión militar convencional de que los parámetros políticos deben ser categorías cuantificables
estables, como los factores logísticos o las características del armamento.
El militar piensa que las variables políticas deben ser constantes, lo que
permite que las variables militares sean independientes. El político pretende
que las variables militares sean constantes, lo que hace posible que las variables
políticas sean independientes. La realidad es que ambas variables son dependientes. Tanto unos como otros deben ser capaces de coordinar la interacción
resultante entre las variables políticas y las militares.
Si la guerra es “la continuación de la política por otros medios”, mantienen
entre ellas la relación de un medio respecto a un fin. La guerra nunca es
autónoma, siempre constituye un instrumento de la política. Sin embargo, esta
relación no es estática. El instrumento no es inmutable, puesto que se desgasta al ser empleado. Tampoco el objetivo político es inmune a los efectos de
realimentación producidos por ese desgaste.
La experiencia muestra que «la guerra es una pulsación de violencia,
variable en fuerza y en la velocidad con que estalla y descarga su energía. Avanza
hacia su objetivo a velocidad variable; pero dura el tiempo suficiente para que
ejerza alguna influencia sobre el objetivo político y su propio curso militar se
vea modificado. El objetivo político tiene primacía pero debe adaptarse a los
medios elegidos, un proceso que puede cambiarlo radicalmente porque estos
medios cambian al combatir. A pesar de todo, el objetivo político sigue siendo
la primera consideración».
La relación fin-medios no es lineal, sino que constituye un proceso interactivo intrínseco a la guerra. No solo en la relación directa entre el nivel político
y el estratégico, sino en toda relación entre escalones de mando, que prolongan
hacia abajo esa interacción entre medios y fines.
Esta es la razón por la que la forma de dirigir la guerra afecta a su
carácter, y este carácter alterado realimenta los fines políticos que guían su
dirección. La guerra es un “verdadero camaleón” con diverso carácter en cada
caso.
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Naturaleza de la guerra es lo intrínseco a la guerra, que se manifiesta en
toda guerra y durante todo su desarrollo (el camaleón); carácter de una guerra
es lo peculiar de cada guerra, que puede cambiar, incluso, durante su desarrollo
(la piel del camaleón).
El propósito principal de la teoría es obtener una comprensión global de
la naturaleza intemporal de la guerra; su propósito secundario ayudar a percibir
el carácter de cada guerra específica y su posible evolución.
2.1.3 Una paradójica trinidad
La guerra constituye una “paradójica trinidad” compuesta por: la violencia (fuerzas irracionales), su subordinación a la política (fuerzas racionales)
y “la casualidad y la probabilidad” a las que se enfrentan, y las que generan, el
comandante y su ejército (fuerzas arracionales).
La teoría debe mantener «el equilibrio entre estas tres tendencias, como
un objeto suspendido entre tres imanes». No debe poner excesivo énfasis en
un elemento en detrimento de los otros dos. Tampoco puede eludir el caos intrínseco a la guerra, porque el peso relativo de cada una de estas tendencias
varía en cada caso. La guerra es un fenómeno consumidor de energía que implica competitividad y factores interactivos. Manifiesta una mezcla de orden e
impredecibilidad.
En teoría constituye un sistema determinista, en el que para predecir
su comportamiento futuro sólo necesitaríamos conocer las condiciones relevantes
con suficiente precisión.
En la práctica no es posible medir esas condiciones con la precisión
necesaria para repetirlas y conseguir la misma pauta una segunda vez, porque
toda medición física es una aproximación limitada por el instrumento de medida.
Debería ser infinitamente precisa, porque un pequeño cambio en las condiciones
iniciales podría producir una pauta perceptiblemente distinta.
No se puede aislar el sistema del ambiente, y ese ambiente habrá cambiado desde el momento en que se tomaron las medidas. Se pueden anticipar
posibles pautas, pero no realizar una predicción cuantitativa del curso de una
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guerra real.
Esta visión presenta el concepto de guerra como un sistema dinámico
realista, no como una abstracción analítica ideal. Cualquier expresión descriptiva
de la guerra debe considerar las condiciones políticas y operativas existentes
(variables dependientes), y los efectos interactivos que se producen durante su
desarrollo, muchas veces desproporcionados a las causas, muy sensibles a las
condiciones iniciales y a los procesos evolutivos en función del tiempo; lo que la
ciencia moderna llama un sistema dinámico no lineal inestable.
La mentalidad necesaria para estudiar un sistema de estas características se opone radicalmente a la teoría científica tradicional, que se basa en la
simplicidad, la generalización y la predicción.
2.2 Causas de la impredecibilidad de la guerra
No se puede predecir el curso de una guerra con la precisión cuantitativa
de las ciencias empíricas por tres conjuntos de causas:
− La naturaleza interactiva de las fuerzas irracionales que se enfrentan en la
guerra.
− Las fuerzas racionales que dirigen estos esfuerzos deben contrarrestar las
fuerzas generadas por la fricción.
− La casualidad generada por las decisiones discrecionales de los mandos de
ambos bandos.
2.2.1 Interacción
En la guerra «la voluntad se dirige hacia un objeto animado que reacciona». No se refiere solo a las fuerzas enemigas, sino también a las propias:
ambas fuerzas se componen de hombres dotados de inteligencia y voluntad que
reaccionan a las acciones y a las órdenes, respectivamente. Una acción militar
determinada no produce una sola reacción, sino muchas interacciones dinámicas
que plantean un problema fundamental a cualquier análisis. Se pueden analizar
sus pautas en términos cualitativos generales, pero no con el detalle cuantitativo
necesario para la predicción.
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La causa fundamental de esta impredecibilidad es la interacción producida, no solo por las intenciones y acciones mutuamente hostiles entre adversarios sino también por los procesos que se generan en cada bando –a consecuencia de esta competitividad– entre escalones de mando, secciones de plana
mayor, fases de la operación, unidades adyacentes..., y por la coexistencia de
factores morales y físicos.
Clausewitz juega en todo momento con la interacción entre lo conceptual y lo real. Las categorías “moral-físico”, “fines-medios” y “defensa-ataque”
forman los tres pares conceptuales alrededor de los cuales despliega su sistema de
investigación. Sin embargo, no exige contrarios binarios y está dispuesto a convivir con la ambigüedad. «Reconoce que la nítida oposición de dos polos corre el
riesgo de confundirse en una franja intermedia. La distinción conceptualmente
neta da paso, en la realidad, a situaciones dudosas e incluso a situaciones mixtas. No considera que estas observaciones constituyan verdaderas objeciones: la
distinción, conceptualmente válida, no impide la existencia de límites inciertos
en la realidad».
Su propósito es desenredar la confusión haciendo distinciones, pero para
entender mejor el conjunto, no para realizar una pedante compartimentalización
analítica. No le interesan los polos de cualquier par analítico, sino la enredada
dinámica que se desarrolla entre ellos.
Frente a la simplicidad analítica de encorsetar la guerra en un modelo
secuencial (movimiento-contramovimiento), un comandante inteligente tratará
de aprovechar la existencia de efectos desproporcionados a las causas o situaciones imprevisibles generadas por la interacción. La guerra puede cambiar su
carácter según la forma de dirigirla. Por eso toda guerra es estructuralmente
inestable.
No se puede captar la esencia de este “verdadero camaleón” sin aceptar
la incertidumbre y la interacción compleja de factores relevantes y sin hacer
frente a lo que sucede a lo largo de los nebulosos límites en los que chocan las
fuerzas adversarias en la guerra, o las categorías contrarias en la interpretación
conceptual de la realidad.
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Es preferible aceptar la complejidad de la realidad a tener que apoyarse
en un artificio complicado. La complejidad es consecuencia de la interacción
natural de la realidad; lo complicado es una construcción lineal artificial que
pretende eludir esa complejidad. Esta es difícil de manejar, pero no nos aleja
de la realidad; lo complicado se resuelve con facilidad, pero a costa de perder el
contacto con lo real.
2.2.2 Fricción
La fricción es el «único concepto que más o menos corresponde a los
factores que distinguen la guerra real de la guerra en el papel». La relación
medios-fines puede ser racional en un sentido conceptual pero, en la práctica,
debe enfrentarse a unas fuerzas generadas por la misma relación que escapan
a cualquier control racional: «Innumerables incidentes menores se combinan
para rebajar el nivel general de funcionamiento, de modo que uno siempre se
queda corto del fin previsto. La máquina militar es básicamente muy simple y
parece fácil de manejar. Pero ninguno de sus componentes es de una sola pieza:
cada parte se compone de individuos, el menos importante de los cuales puede
retrasar actividades, o realizarlas mal. Esta enorme fricción, que no puede, como
en la mecánica, reducirse a unos puntos, está en contacto con la casualidad por
todas partes, y causa efectos que no pueden medirse».
El mundo analítico está caracterizado por las reglas lineales y los efectos
predecibles; en el mundo real abundan los efectos impredecibles generados por
la interacción. La fricción contiene dos nociones diferentes pero estrechamente
relacionadas: “resistencia” y “ruido”.
Resistencia es un efecto no lineal de realimentación que produce disipación de energía en forma de calor: una forma de degradación hacia la aleatoriedad. En un sistema abierto se reciben nuevas energías y se desarrolla un
renovado esfuerzo, pero las cosas nunca van tal y como se habían previsto.
Cuantas más posibilidades incorpora un sistema, mayor información
contiene, lo que obliga a extraer las señales del ruido. Las órdenes son señales
mutiladas en medio del ruido en el proceso de comunicarlas hacia abajo a través
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de los escalones de mando. La dificultad para obtener inteligencia exacta presenta el mismo problema desde el punto de vista inverso, pues el ruido impregna
la obtención y transmisión de la información que se eleva hacia arriba.
Por eso las organizaciones son siempre más lentas e inflexibles que los
acontecimientos naturales que intentan controlar. La instrucción, los reglamentos y los procedimientos constituyen redundancias que aumentan la probabilidad
de reconocer la señal en medio del ruido. Pero no solucionan el problema.
Las suposiciones lineales consideran que solo obstáculos importantes
producirán errores proporcionalmente serios en respuesta al mensaje. Clausewitz acentúa el papel desproporcionadamente grande de los incidentes imprevistos de menor importancia. Lo que transpira en su idea de fricción es que causas
inadvertidamente pequeñas pueden amplificarse hasta producir grandes efectos
que no pueden anticiparse.
2.2.3 Casualidad
Debido a nuestra ignorancia sobre las condiciones iniciales exactas, la
causa de un efecto dado debe tratarse a menudo como una inevitable casualidad.
La relación entre casualidad e incertidumbre proporciona el medio para entender
ambos conceptos. La casualidad se manifiesta bajo tres formas.
Primera, cuando se combinan muchas pequeñas causas o las variables
son muy numerosas. Se puede calcular por métodos estadísticos porque una elevada cantidad de interacciones produce suficiente desorganización para dar lugar
a una distribución simétrica de la probabilidad. No depende de las condiciones
iniciales y la historia del sistema no tiene ningún interés. Las leyes de probabilidad nunca serán suficientes, porque en la guerra real siempre entran en juego
los factores morales. Una de las enseñanzas más importantes de la experiencia
es que los resultados de cualquier acción desafían las probabilidades.
La segunda, amplificación de una micro-causa, desafía uno de los principios fundamentales de la ciencia lineal: proporcionalidad. Se presenta cuando
causas muy pequeñas pueden tener efectos desproporcionadamente grandes en
algún momento posterior. La historia del sistema sí importa y no pueden des-
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preciarse las condiciones iniciales. Resultados decisivos se basan a menudo en
«detalles conocidos solamente por los que se encontraban sobre el terreno». Este
es el fundamento de la necesidad de descentralizar el mando en la guerra. Todo
intento de reconstruir la relación causa-efecto se enfrentará a la falta de información, y «en ninguna otra cuestión de la vida es esto tan habitual como en la
guerra, en la que los hechos raramente se conocen por completo y los motivos
que subyacen incluso menos todavía». Múltiples interacciones entre escalones de
mando y entre adversarios amplifican micro-causas y producen macro-efectos inesperados. La exactitud de la información necesaria para anticipar estos efectos
es inasequible.
La tercera forma de casualidad es consecuencia de nuestra ceguera analítica,
que pone en entredicho otro de los fundamentos científicos tradicionales: aditividad. Surge de nuestra incapacidad para entender la realidad como un todo
interconectado: «nuestra limitación nos impide considerar el universo entero y
nos obliga a dividirlo en partes. Procuramos hacerlo de la forma menos artificial
posible. Pero sucede que dos de estas partes reaccionan entre sí. Los efectos de
esta acción recíproca parecen debidos a la casualidad».
El análisis abre la posibilidad de quedar cegados por la artificialidad de
la partición. Los enormes esfuerzos realizados para equipar la dirección de la
guerra con principios, reglas y sistemas constituyen un fin positivo, pero no han
tenido en cuenta las complejidades implicadas. Existe un conflicto irreconciliable
entre este tipo de teoría y la práctica real, porque:
− «La dirección de la guerra se ramifica en todas direcciones y no tiene ningún
límite definido; mientras que todo sistema tiene la naturaleza finita de una
síntesis.
− Estos intentos se dirigen a valores fijos; pero en la guerra todo es incierto, y
los cálculos tienen que realizarse con cantidades variables.
− Dirigen la investigación exclusivamente hacia cantidades físicas, mientras que
toda acción militar se encuentra embebida de fuerzas y efectos psicológicos.
− Consideran solo la acción unilateral, mientras que la guerra consiste en una
constante interacción de contrarios».
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La elaboración de un sistema de principios para la dirección de la guerra
constituye una síntesis atractiva, porque resulta muy fácil olvidar los filtros
que hemos impuesto a nuestra visión del fenómeno. La guerra es un sistema
abierto que no se puede aislar de su ambiente, ni siquiera en teoría, caracterizado
por numerosos niveles de realimentación. Se debe considerar como un todo
interactivo, holístico.
El método de romper el sistema en partes más simples resulta poco
práctico si se limita a los efectos más inmediatos. Resultaría muy arbitrario
aislarlo de su entorno para estudiarlo solo bajo determinadas condiciones. En
la guerra todas las partes del conjunto se encuentran interconectadas, de modo
que los efectos interactivos, aunque las causas sean pequeñas, deben influir sobre
todas las operaciones militares siguientes y modificar su resultado final en cierto
grado, al menos ligero. De manera inversa, cada uno de los medios debe influir
incluso sobre el último propósito.
2.3 Papel de la linealidad en la guerra
La linealidad tiene utilidad en la guerra. Resulta natural buscar unas
condiciones que garanticen el éxito, prestando atención a situaciones caracterizadas por una relación causa-efecto secuencial o de proporcionalidad directa.
Pero las relaciones lineales, y la predicción que permiten, son la excepción en el mundo real, así que toda relación causa-efecto lineal se debe abordar
en el marco de las condiciones necesarias para poder emplearla. Clausewitz
proporciona dos ejemplos paradigmáticos relacionados.
Los objetivos políticos toman prioridad a medida que las limitaciones
del mundo real reducen la tendencia teórica de la guerra hacia los extremos:
«cuanto menor es la demanda que se exige al adversario, menos se puede esperar
que este intente rechazarla; cuanto menor es el esfuerzo que hace el adversario,
menos esfuerzo necesitamos hacer para imponerle nuestra voluntad». Lo más
importante es considerar las condiciones necesarias para su aplicación: «cuanto
menos implicada esté la población y menores sean las tensiones dentro de los
estados y entre ellos, más predominarán y tenderán los requisitos políticos a ser
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decisivos. Pueden existir situaciones en las que el objetivo político sea casi el
único determinante».
El contexto en el cual comienza una guerra establece así una gama inicial
de posibles relaciones entre el objetivo político y el esfuerzo militar necesario
para alcanzarlo. “Pueden” existir situaciones en las que solo estas dos variables “casi” determinen el resultado. Pero exigen que una de las fuerzas de la
“paradójica trinidad” –las pasiones de la población– disminuya tanto que pueda
considerarse anulada.
La necesidad de un conocimiento completo del comportamiento del “sistema” no prevalece sólo al comienzo de la guerra sino también durante su desarrollo, para determinar el impacto estratégico de una batalla: «los efectos de
la victoria crecen en proporción con la magnitud de la batalla; y aumentan al
máximo si la batalla es importante».
Pero se detiene a considerar las condiciones que impiden aplicarla. Los
efectos de la victoria dependen mucho más del contexto: el carácter del comandante victorioso; si se avivan las fuerzas morales en el otro bando que «habrían
de otra manera permanecido inactivas». Estas limitaciones son importantes
porque una victoria puede tener el inesperado efecto de cohesionar al bando
perdedor.
2.4 Condiciones para elaborar una teoría sobre la guerra
Aceptar que la teoría no puede ser axiomática es insuficiente. Todavía
se puede pensar sobre la guerra suponiendo que una buena teoría debe ajustarse
a una intuición lineal.
La relación entre la política y la guerra no puede ser la de variable independiente discreta y variable dependiente discreta, porque es imposible aislar los
fines de los medios para alcanzarlos. Si predomina un concepto de “teoría” excesivamente lineal, se pensará que para elaborar una teoría no hay más remedio
que realizar un proceso de linealización.
La simplicidad obtenida por el aislamiento idealizado de los sistemas
y de las variables dentro de los sistemas, las leyes deterministas, los límites
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claramente delineados, las cadenas causales lineales, y otras herramientas con
las cuales se forja la predicción analítica, se han convertido en el sello de calidad
de una buena teoría.
Con estas técnicas, arraigadas en el poder deductivo de la lógica, hemos
buscado, y encontrado, equilibrios estáticos y explicaciones consistentes. Pero a
costa de un precio: exigir a los sistemas, de forma artificial, que sean estables.
Después nos sorprendemos por la inestabilidad que encontramos en la realidad. Con esta mentalidad es imposible comprender que un sistema determinista
pueda manifestar un comportamiento aleatorio. Hemos estado usando unas anteojeras analíticas: nuestra experiencia con sistemas simples se encuentra vacía
de los métodos adecuados para ocuparse de los problemas de la complejidad.
Clausewitz no disponía de un vocabulario preciso y aceptado para expresar sus percepciones. Trató de formular adecuadamente sus intuiciones, pero
sin abandonar su realismo para obtener un modelo idealizado.
Percibió que toda teoría preceptiva exige linealización, y que esta es la
razón por la que la teoría tiene tan mala prensa en el mundo real, en el cual
se desarrolla la guerra. Solo una teoría idealizada puede ser predictiva y, por
tanto, prescriptiva.
Una teoría práctica debe ser heurística más que hermenéutica: facilitar
la investigación sobre la realidad, más que interpretarla. Cada guerra tiene
su propio carácter: «una serie de acciones que obedecen a sus propias leyes
peculiares». La teoría no puede sustituir la experiencia personal, solo ampliar
su alcance, que es la mejor ayuda al juicio en la guerra: «educar la mente del
futuro comandante, dirigirlo en la educación de sí mismo».
Como la guerra se desarrolla en el tiempo, el mejor método es el histórico,
porque ofrece solo una indicación de lo que es posible, no de lo que es necesario
en el futuro.
Es imposible «construir un modelo del arte de la guerra en el cual el
comandante pueda confiar como ayuda en cualquier momento», porque el adversario es un “objeto animado, que reacciona”. El análisis puede ser contraproducente: «el continuo esfuerzo por descubrir leyes análogas a las del reino material
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inanimado llevaría a un error tras otro», porque «ninguna formulación preceptiva, suficientemente universal para merecer el nombre de ley, se puede aplicar
al cambio constante y a la diversidad de los fenómenos de la guerra».
La teoría debe basarse en la experiencia histórica: invitar a considerar
pautas descriptivas acerca de lo posible; no predecir con exactitud el desarrollo
necesario de los acontecimientos.
No sirve para aplicar las leyes de la lógica: «los teóricos no deben dejarse
seducir por la formulación de sistemas analíticamente deductivos, conjuntos preceptivos de doctrinas que ofrecen una pobre esperanza y peor dirección». Una
teoría eficaz fomenta la capacidad de inducción: ayuda a abstraer ideas de la
realidad concreta.
3 CARACTERÍSTICAS DE UNA DOCTRINA NO LINEAL DE LA
GUERRA
3.1 Inducción o deducción
La teoría se apoya en los datos empíricos del pasado. Como estos hechos
son contingentes, la teoría no puede ser utilizada de forma deductiva sino que
debe facilitar el pensamiento inductivo del ejecutante. Una teoría inductiva
puede ser intemporal, lo cual proporciona dos ventajas:
− Dar prioridad a los hechos concretos, tanto presentes como pasados, porque
impide alejarse de la realidad.
− Hacer libre uso de aspectos específicos de hechos de cualquier tiempo y lugar,
porque permite aprovechar cualquier experiencia, directa o indirecta.
Clausewitz elaboró una teoría cuya validez no depende de factores históricos, porque no se centra en cómo actuar, sino en cómo pensar sobre cómo actuar. La teoría debe estar informada históricamente, porque se basa en datos
empíricos proporcionados por el pasado. Como esos hechos son contingentes,
no se puede inferir de ellos ninguna regla objetiva. La teoría no puede ofrecer
un sistema del que se puedan deducir conclusiones de aplicación directa a una
situación concreta.
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Rechazó las teorías militares de su tiempo porque se alejaban de la
realidad debido a su mecanicismo, principalmente deductivo. El estudio de
la guerra no puede emular a las ciencias mecánicas porque no estudia hechos
necesarios, sino contingentes.
Elabora su teoría de forma inductiva: de los hechos históricos concretos
a una teoría de la guerra abstracta. Pero de esta abstracción no se pueden
deducir reglas para resolver problemas concretos; lo único que puede hacer una
teoría basada en hechos contingentes es ayudar al ejecutante a inferir, por sí
mismo, conclusiones relevantes para su resolución.
Esta aproximación subjetiva al estudio del pasado limita su empleo:
aunque «la historia no proporcione una fórmula, sí proporciona una ocasión
para ejercitar nuestro juicio».
El carácter descriptivo de su teoría ilumina la importancia de la “fricción” en la “guerra real”. La combinación de factores físicos y morales vuelve
imprevisible el resultado de toda acción militar. La cadena de efectos posibles
provocada por cada una de las causas es ilimitada, de modo que jamás se puede
anticipar el resultado global de una serie de actos.
La teoría no puede ser normativa, porque es incapaz de prescribir modos “correctos” de acción en forma de «manual para la acción». Propone una
teoría contemplativa que prepare al comandante para la acción de forma general, promoviendo una reflexión ordenada y coherente sobre acontecimientos del
pasado.
El «análisis crítico [de un acontecimiento histórico] no es sino el pensamiento que debe preceder a la acción». El proceso de decisión del aprendiz
debe ser equivalente al del comandante victorioso del pasado: este no dedujo su
decisión de un conjunto de reglas; tampoco el aprendiz debe hacerlo. La única
forma de aprender sobre la guerra es por inducción, obteniendo ideas personales de los hechos históricos: «si la verdad nunca se presenta bajo una forma
sistemática, si no se alcanza por deducción sino siempre directamente mediante
la percepción natural de la mente, así debe ser también en el análisis crítico».
Como el carácter de la guerra del futuro es imprevisible y la variedad de
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situaciones es ilimitada, la teoría solo puede preparar para la guerra en general.
Solo se convierte en un instrumento práctico en la persona del comandante,
proporcionándole un análisis riguroso de las fuerzas de fricción que se oponen
a su voluntad. La teoría debe colocar al aprendiz en condiciones de valorar por
sí mismo todos los aspectos, especialmente los factores morales, y la fricción
resultante.
Debe estudiar historia para enfrentarse a sus desafíos, más que para
memorizar hechos. El saber que genera este estudio «debe quedar tan absorbido
por la mente que casi deje de existir de forma separada y objetiva» y se convierta en «expresión de su personalidad». Debe «llevar consigo todo el aparato
intelectual de sus conocimientos» para que, «mediante una completa asimilación
con su mente y con su vida», se transformen en «genuina capacidad».
Ningún conjunto de principios lleva por sí solo a la línea de acción
“correcta”. Un conocimiento teórico de esta clase solo puede utilizarse en forma
de crítica. El “análisis crítico” de un acontecimiento histórico no debe perder de
vista las circunstancias específicas de la situación concreta porque «la función de
la crítica se perdería completamente si degenerase en una aplicación mecánica
de la teoría. Todos los resultados positivos de la investigación teórica carecerían
crecientemente de universalidad en la medida en que se convirtieran en una
doctrina positiva. Su validez en un caso dado siempre será cuestión de juicio».
La teoría debe limitarse a fomentar el pensamiento inductivo del aprendiz mientras estudia los hechos de la historia. Como estos son concretos, y
suceden en unas circunstancias específicas, solo le pueden enseñar su profesión
de forma general, proporcionándole hábitos de pensamiento.
En el momento de aplicar esta formación general a un caso concreto, el
ejecutante sigue empleando un método inductivo para estudiar hechos contingentes. La única diferencia es que ahora se enfrenta a los hechos de una situación
real que debe resolver. Los hábitos de pensamiento adquiridos durante su formación general anterior le permitirán hacerlo de forma eficaz.
3.2 Análisis e intuición
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Como la mayoría de las interpretaciones de De la Guerra parten del
supuesto de que una buena teoría debe ajustarse a una “intuición lineal”, perciben
sus afirmaciones en términos simplificados y lineales. Por eso su correcta comprensión exige un readiestramiento de nuestra intuición. El propio tratado explica cómo lograrlo.
Clausewitz enseña cómo mejorar esta capacidad de intuición antes de
enfrentarse a la experiencia directa. El componente emocional de la intuición,
y su combinación con la racionalidad, no puede describirse con palabras; debe
ser re-experimentado por el aprendiz, empleando la experiencia indirecta.
Solo cuando el producto del subconsciente pasa a un plano consciente
se convierte en verdadera intuición. A partir de entonces se puede someter a un
análisis. El producto de la intuición no es infalible, pero puede aumentar, y en
ocasiones superar, el valor de las conclusiones producidas por el pensamiento
consciente. Clausewitz relaciona el miedo con la inacción, lo que implica que el
miedo es el principal obstáculo para la intuición, pues deteriora la fluidez de ese
proceso mixto de análisis e intuición.
La intuición se favorece cuando la falta de información o la escasez de
tiempo impide una reflexión deliberada; queda impedida si la persona se siente
amenazada. Cuando está en juego la autoestima parecen perderse sutiles formas
inconscientes de información, y nuestro pensamiento se vuelve torpe. Cuánto
más conscientes somos de nuestra vulnerabilidad más frágil se vuelve nuestra
identidad personal, lo cual nos lleva a silenciar el subconsciente. Por eso las
personas capaces de actuar mediante impulsos intuitivos son también las que se
mueven con más soltura en medio de la incertidumbre.
La intuición proporciona capacidad para emitir juicios acertados sobre
la base de datos insuficientes. Cuando:
− No es fácil distinguir la información relevante de la irrelevante.
− La interpretación de las acciones y de los propósitos es confusa.
− Los pequeños detalles pueden revelar asuntos importantes.
− Resulta difícil percibir ventajas e inconvenientes, discernir costes y beneficios
o captar las consecuencias a largo plazo de las decisiones a corto plazo.
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− Muchas variables interactúan de forma compleja.
Esta intuición solo surge cuando la determinación supera el temor. La
re-experimentación de un acontecimiento victorioso del pasado ayuda a superarlo. La finalidad de este sustituto de la experiencia real es mejorar la intuición.
Tradicionalmente se ha interpretado la crítica de Clausewitz a Jomini
como una corrección a la rigidez de su determinismo, más que un rechazo total
de su teoría determinista. Por eso ha pasado desapercibido el carácter de la
solución de Clausewitz a la naturaleza no lineal de la guerra: una teoría no
prescriptiva que promueve una intuición acertada.
3.3 Doctrina o adoctrinamiento
A diferencia de Jomini, Clausewitz no separa investigación, enseñanza
y aprendizaje. Su sistema es independiente de la evolución de la guerra, porque
no elabora una teoría descriptiva o normativa. El sistema jominiano exige la
existencia de unos mecanismos inmutables que gobiernen su desarrollo.
Aunque Clausewitz elabora una teoría, esta tiene un papel meramente
auxiliar frente al aprendizaje, tanto para el estudio de la historia como durante
la toma de decisiones. Parte de la historia militar, pero no para evitar esta
tarea al aprendiz. Este debe acudir directamente a la historia. Jomini utiliza la
historia para realizar una labor de simplificación, extrapolación y categorización,
y proporcionar así al ejecutante una serie de principios, técnicas y métodos.
Clausewitz exige al ejecutante que realice una conceptualización personal del
pasado.
Los productos de Jomini no deben ser auto-explicativos porque lo que
pretenden es ahorrar este arduo trabajo al ejecutante. Es más, le eximen de toda
responsabilidad: no le queda más remedio que aceptarlos, pues le son impuestos
desde fuera. Clausewitz no está en contra de extraer de la historia principios,
técnicas y métodos. Pero se opone categóricamente a esta imposición.
Cada uno debe estudiar historia y realizar una conceptualización personal de esa experiencia indirecta con tres propósitos: comparar conceptos,
organizar la experiencia y entrenar la mente.
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Jomini da prioridad a las definiciones. Clausewitz descubre una mayor
utilidad en la comparación de conceptos. Por cada concepto se puede encontrar
otro complementario y es la relación que guardan entre sí y con otros conceptos
lo que les proporciona utilidad: lo importante no es la definición estática de los
conceptos sino la comprensión de su dinámica.
La materia prima de la experiencia la constituyen los datos empíricos.
Estos datos son, en sí mismos, inútiles para la resolución de problemas. Por
cada ejemplo de la historia que demuestra algo en la guerra se pueden encontrar
otros ejemplos que demuestran lo contrario, porque cada ejemplo se halla ligado
a un contexto, con matices muy sutiles que son los causantes de esta aparente
paradoja. La realidad elude cualquier intento de segregarla en compartimentos
estancos: entre el blanco y el negro existen infinitas tonalidades de gris. Esta
condición se filtra por todos los aspectos de la realidad. Una conceptualización
útil para “cualquier caso” debe apoyarse en estos dos extremos para comprender
la realidad concreta, que se halla situada entre ambos.
Jomini prepara al ejecutante imponiéndole unos principios inmutables,
unas técnicas repetitivas y unos métodos rígidos. Aunque esta forma de instruir
familiariza al ejecutante con sus cometidos, es a costa de imponerle rigidez y
obstaculizar el despliegue de sus capacidades naturales. La conceptualización
personal del pasado de Clausewitz obliga al ejecutante a realizar múltiples interpretaciones personales de la realidad concreta con la finalidad de entrenar su
mente.
El objeto de la teoría de Clausewitz es aumentar la sensibilidad hacia la
realidad concreta. Pero la experiencia directa es parcial y limitada. Su solución
a este problema de la práctica no es más que una continuación de la teoría: no
se produce una brecha entre teoría y práctica porque la forma de elaborar y
utilizar la teoría coincide con la forma de ponerla en práctica.
El principal obstáculo es la tendencia positivista a acumular prejuicios.
La instrucción y la experiencia directa proporcionan ayuda en cuestiones ya
resueltas a costa de poner obstáculos para resolver otras que todavía no se
han resuelto. Clausewitz pretende tomar la mayoría de las cuestiones como no
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resueltas, porque cada situación es diferente.
Una mente abierta puede comparar libremente ejemplos concretos de
la historia y aspectos concretos de la situación a la que se enfrenta gracias a
la sensibilidad histórica y a la sensibilidad hacia la realidad adquiridas con la
teoría. Los distintos aspectos de ejemplos de la historia y de la situación actual
forman el contenido de la solución.
Algo similar ocurre con el proceso mental que maneja ese contenido.
La historia puede describirnos el proceso de resolución de problemas de figuras
históricas, de forma que podamos re-experimentar su forma de pensar y proyectarla sobre nosotros mismos resolviendo nuestro problema. Si hemos cultivado
nuestra capacidad para observar las sutilezas de la realidad, nos encontraremos
en condiciones de resolver nuestro problema como lo habría hecho ese personaje
histórico.
Se consigue así realizar una interpretación exacta de la realidad, aunque
ilustrada por el pasado. Esta interpretación permite diseñar una solución personal adaptada a la situación. Al ser personal puede ser convincente. Esta
convicción refuerza la determinación necesaria para ejecutarla a pesar de los
obstáculos.
La historia impregna cada una de estas etapas. La teoría tiene un papel
meramente auxiliar. Permite integrar la nueva experiencia directa adquirida
en la posterior evolución del proceso. Basta con reflexionar sobre lo que se ha
hecho en el marco de la historia para realizar una nueva conceptualización del
pasado que incluya esa experiencia.
3.4 Visión y expresión
La guerra está dirigida por tres grupos de factores de diferente naturaleza:
− La cadena de mando, con sus decisiones discrecionales estructuradas de forma
jerárquica, que establece múltiples relaciones fin-medios.
− Estas decisiones deben apoyarse en el conocimiento de las circunstancias que
van a interactuar con esas decisiones. Este contexto abarca un amplio espectro
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de variables: físicas y morales, evidentes y sutiles, necesarias y contingentes,
corto y largo plazo..., originando muchos puntos de fricción.
− Para que todas esas decisiones concurran a un mismo fin, debe existir un
“mecanismo socializador” que obtenga la concordancia de las decisiones entre sí
y con las circunstancias con las que van a interactuar, denominado doctrina.
Esta doctrina proviene de la experiencia de las instituciones militares
y de los intentos de alargarla para construir el futuro. Lo determinante de
cualquier doctrina es su carácter (cómo ha sido elaborada, cómo debe ser utilizada...). Omitir esta importante cuestión oscurece sus implicaciones prácticas.
Una doctrina es la lente a través de la cual se observan los fenómenos, una forma
de mirar la realidad.
La doctrina debe ser “plástica”: que se adapte a todo tipo de situación
presente, pasada y futura. También pasada, porque las claves para resolver
el presente y prepararse para el futuro solo se encuentran en el pasado. Si la
doctrina nos aísla del pasado nos encontraremos sin recursos para el presente y
sin perspectiva para el futuro.
Por eso debe ser evolutiva. Pretender una revolución doctrinal implica
no comprender su significado. Una visión compartida de la realidad no cambia
por decreto. No es un “manual para la acción” del que se deduzca toda decisión,
pues esta mentalidad supone una visión estática, rígida y caduca. De ahí que
necesite revoluciones. Encierra una única forma de expresar la táctica, la oficial
del momento, pero permite muchas visiones sobre la táctica.
Cualquier expresión de la táctica es limitada. Pero muchas veces tendrá
que aplicarse más allá de sus límites y, al encontrarse sin el recurso a la simple
deducción, tendrá que apoyarse en la experiencia personal y sentido común, por
no decir en los intereses particulares. Todos los problemas de coordinación y
coherencia tienen su origen en esta causa.
Para que una doctrina sea evolutiva, y reduzca estos conflictos, debe
centrarse en una visión compartida que permita muchas formas de expresión. No
es tanto la visión sobre la guerra lo que evoluciona, sino la forma de expresarla.
Esta visión es el hilo conductor de su evolución; la forma de expresarla, tanto
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su “materialización fáctica” como su “explicación teórica”, su adaptación a la
realidad material y cognitiva del momento.
Muchos tratadistas dejan entrever una visión compartida sobre la guerra,
aunque cada uno la expresa de forma diferente. Por el contrario, las doctrinas
militares coinciden casi literalmente en su expresión, aunque su aplicación muestra visiones muy dispares. La doctrina es lo que menos se puede “reglamentar”.
3.5 Orientar la toma de decisiones
En un plano tangible la guerra consiste en muchos y diversos sistemas
de armas, desplegados en el espacio, de dos bandos que interaccionan entre sí
mediante el combate. El sustrato sobre el que fluye esta actividad es el terreno,
y es la variedad de este lo que explica la diversidad de la actividad militar.
En otro plano, más intangible, la acción militar la provoca multitud
de voluntades, agrupadas en dos bandos antagónicos, que interaccionan entre
sí tomando decisiones, formalmente jerarquizadas en cada uno, para obtener
ventajas sobre el otro, con objeto de alcanzar un propósito común al que se
opone su adversario. El sustrato en el que se asientan todas estas decisiones es
la mente de cada uno de los comandantes de cada bando.
Esto significa que la actividad tangible de las unidades se articula en
torno a las decisiones intangibles de sus comandantes mediante la comunicación,
más o menos explícita, entre ellos. De modo que una articulación efectiva del
combate depende de una perspicaz articulación del pensamiento mediante el
lenguaje.
La actividad militar obliga a cada profesional a realizar continuos juicios
discrecionales: «el verdadero profesional controla su propio trabajo». Que sus
decisiones sean discrecionales significa que «nadie puede decirle qué debe hacer
o cómo debe hacerlo: no resuelve los problemas aplicando fórmulas, sino que
cada uno se forma su propio criterio, mediante años de formación y experiencia»,
y toma sus decisiones de acuerdo con su carácter, integridad y comprensión de
la situación.
Todo juicio militar debe ser realizado por profesionales con recta con-
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ciencia y capacidad para reflexionar éticamente, porque toda decisión táctica
tiene implicaciones morales. La sociedad debe confiar tanto en su actitud ética
como en su competencia táctica. Solo así «no fiscalizará la elaboración de los
reglamentos; los instructores disfrutarán de amplia discreción para formar a la
tropa según su criterio; y los comandantes dirigirán las operaciones con una holgada autoridad discrecional» con independencia del escalón de mando, porque
«lo exige la naturaleza de la guerra, especialmente en unas condiciones cada vez
más dinámicas y descentralizadas».
La mera afirmación de valores es «demasiado ambigua para proporcionar orientación» práctica. Se puede intentar convertirlos en principios orientadores. Este interés por proporcionar significado a los valores revela «su
insuficiencia para guiar adecuadamente la acción y educar a los profesionales».
Se pueden interpretar de formas contradictorias al intentar emplearlos como
base para tomar decisiones.
«Ninguna relación de reglas es suficientemente amplia para abarcar todo
lo que se debe hacer o evitar». La ética no debe reducirse a otro régimen
disciplinario porque este solo puede indicar lo que se debe hacer para evitar un
castigo, no lo que moralmente se debería hacer. Tampoco la doctrina se puede
reducir a un reglamento. En una actividad en la que los individuos operan
de forma independiente la motivación debe surgir de dentro. El inconveniente
principal de «las reglas es que no educan. Establecen lo que se debe hacer
o evitar, pero no explican el por qué». Solo se pueden aplicar a casos muy
concretos, y no muestran sus implicaciones en circunstancias diferentes.
«Menos ambiguos que los valores y menos específicos que las reglas»,
los principios expresan verdades generales, pero «siguen intercediendo a favor
o en contra de acciones específicas». Constituyen el medio de expresión más
adecuado porque ofrecen una orientación amplia, a la vez que buscan mayor
precisión que los valores o las reglas.
Como abarcan muchos casos, proporcionan una «comprensión del elemento común a todos ellos». Los principios implicados explican por qué es
correcto o incorrecto y, «a medida que los profesionales maduran, también lo
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hará su comprensión de los principios».
Los principios fomentan «el juicio discrecional, sello de toda profesión;
las reglas eluden el juicio, tendencia implícita de la burocracia. Como educan
y exigen un juicio discrecional, los principios fomentan una conducta superior a
las reglas». Proporcionan orientación, pero exigen que cada individuo ejerza su
juicio discrecional. Si intentáramos transformar cada principio en una serie de
reglas, encontraríamos que la mayoría de estas «no se deberían aplicar en todos
los casos».
Algunas reglas requieren cierta interpretación. Sin embargo, si se expresan de forma prescriptiva adoptan la forma de regla estricta, proporcionando
margen para el error. «Aunque los principios también requieren este tipo de
interpretación, buscan educar el juicio más que eliminarlo, sugerir en lugar de
imponer, estimulando así una conducta ética» y profesional.
Comprender la necesidad de educación exige distinguirla de instrucción.
A menudo estos dos conceptos se confunden o compiten entre sí. Instrucción es
una respuesta preestablecida a una situación previsible; educación una respuesta
razonada a una situación impredecible, pensamiento crítico frente a lo desconocido. La profesión militar requiere ambas, pero son esencialmente distintas.
4 CONCLUSIÓN
La historia demuestra que un desmesurado afán de verdades universales
y sistemas perfectos aísla de la realidad y anquilosa el pensamiento. Solo la
historia militar puede poner los fundamentos del arte militar. Los reglamentos
prescriben lo que debe hacerse en unas circunstancias muy generales, sin explicar
las razones. Por eso no educan el juicio militar. Son imprescindibles, pero su
objeto es reglamentar, no educar.
Solo siendo espectadores de la toma de decisiones, en situaciones y circunstancias concretas y con finalidades específicas, observando las razones y los
resultados, podemos educar el juicio. Pero los hechos particulares carecen de
universalidad. Por eso es necesario educar el juicio con cierta amplitud: a lo
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largo del tiempo y en muy diversas circunstancias. Solo lo permite la historia
militar, aunque no cualquier forma de estudiarla fomenta esas capacidades.
El uso correcto de la historia militar no busca conocimientos en sí, sino
educación, aunque esos conocimientos son imprescindibles porque el juicio no se
ejercita en el vacío. La finalidad es formar su intelecto y carácter para la toma
de decisiones.
¿Por qué hay que empezar con la historia y no con la actualidad? Porque
esta, como la experiencia personal, es demasiado limitada y parcial. Lo actual
debe analizarse a la luz de la más amplia historia.
De la guerra se articula de forma práctica, porque coincide con el proceso de toma de decisiones, desde una preparación genérica, que el futuro profesional puede comenzar en la enseñanza, hasta la preparación específica para
una operación.
El esquema básico es que la preparación genérica debe ir de lo simple (naturaleza) a lo complejo (teoría) para volver a lo simple (práctica); la
preparación específica debe ir de lo complejo (estudio de los factores) a lo simple (concepto de la operación) para volver a lo complejo (orden de operaciones).
Parecen contradecirse. El proceso de la preparación genérica es: síntesis-análisissíntesis; el de la preparación específica: análisis-síntesis-análisis.
Esta dicotomía desaparece cuando relacionamos la preparación genérica
y específica como pasos sucesivos.
La naturaleza y la teoría de la guerra
provienen de hechos realizados en el pasado; su aplicación práctica se puede
“realizar” en hechos vividos por otros (para hacer un análisis crítico de las decisiones tomadas) o por uno mismo en tiempo real (para tomar una decisión).
En ambos casos se debe hacer lo mismo: estudiar los factores, formarse un concepto de la operación y “elaborar” una orden de operaciones; aunque difieren
en cada caso las variables y datos conocidos (en un análisis crítico conocemos
los resultados, pero desconocemos algunos datos conocidos por el ejecutante; en
la toma de decisiones no conocemos el futuro resultado, pero conocemos otros
datos). En ningún caso sabremos lo suficiente para resolver el problema mediante una fórmula, puesto que estamos hablando de hechos, pasados o futuros,
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contingentes.
En caso de que estemos realizando un análisis crítico sobre un hecho del
pasado, volcaremos las conclusiones a nuestra comprensión de la naturaleza de
la guerra, comenzando de nuevo otro ciclo de preparación genérica.
Tras haber ejecutado una decisión, el aprendizaje obtenido nos sirve
para determinar los cambios habidos en la situación y realizar un planeamiento
de combate o para extraer enseñanzas que nos permitan preparar mejor la
siguiente misión, comenzando así un nuevo ciclo de preparación específica; si
disponemos de mucho tiempo para reflexionar sobre lo que hemos hecho porque
ha acabado la guerra, reiniciaremos el ciclo de preparación genérica: volcamos
la experiencia adquirida en nuestro bagaje de conocimientos generales sobre la
guerra, lo cual nos permite obtener una visión más interiorizada sobre la naturaleza de la guerra, depurar nuestra teoría y extraer implicaciones prácticas que
nos permitan prepararnos mejor para el futuro.
En estos procesos la teoría está completamente al servicio de la práctica,
no solo en la acción (durante la guerra), sino también durante la preparación
(en tiempo de paz), porque en ambos casos se basa en el análisis de una práctica
real realizada anteriormente (por nosotros mismos o por otros), y ese análisis se
realiza de forma similar al proceso de toma de decisiones durante la acción.
Bibliografía:
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War” International Security, invierno 1992.
− Cazier, Danny e Imiola, Brian: “En el Camino para Articular Nuestra Ética
Profesional”. Military Review (Edición hispanoamericana), diciembre 2010.
− Clausewitz, Karl Von: De la guerra (Madrid: Publicaciones de Defensa, 1999).
− Otte, T. G.: “Educating Bellona: Carl von Clausewitz and Military Education”, en Kennedy, Gregory C. y Neilson, Keith (Ed.): Military Education:
Past, Present and Future (London: Praeger, 2002).
− Sumida, Jon T.: Decoding Clausewitz (Lawrence, Kansas: University Press
of Kansas, 2008).
− TRADOC (U.S. Army): “An Army White Paper: The Profession of Arms”,
26
2010.
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