GUERRA EN LAS ALTAS CUMBRES - Guerra en el Atlántico Sur

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
GUERRA EN LAS ALTAS CUMBRES (Primera Parte)
Dicen Patrick Bishop y John Witherow en La Guerra de Invierno:
Dos días después de la toma de Goose Green el general Moore había dicho en
Puerto San Carlos que esperaba que sus fuerzas estuvieran en posición para el
ataque final sobre Puerto Stanley el 6 o 7 de junio1.
Aquel pronóstico había sido demasiado optimista ya que los hechos del 8 de junio
demostraron que la Argentina todavía tenía fuerzas como para contrarrestar cualquier
intento de desembarco y demorar el avance sobre la capital del archipiélago. Sin
embargo, la estrategia de sus generales demostraba ser limitada en extremo y sus
fuerzas peligrosamente imprudentes. Según los mencionados autores:
Los argentinos de Puerto Stanley eran increíblemente descuidados a veces.
Un día un observador vio a un camión de suministros estacionarse cerca de
unas trincheras […] en las afueras de Puerto Stanley y, en sus propias
palabras: ‘El camión abrió sus puertas, los soldados salieron de las trincheras
para recibir la comida y nosotros comenzamos a dispararles. Era algo tan
impersonal que nosotros simplemente estábamos sentados allí
bombardeándolos2.
Los británicos, que habían detenido su avance en las primeras estribaciones de las
alturas próximas a la capital, pensaban que sus oponentes estaban desgastados e incluso
desmoralizados después de la derrota de Prado del Ganso pero Bahía Agradable los
obligó a demorar el asalto y limitó a efectuar patrullas nocturnas y bombardeos a
distancia con sus piezas de artillería hasta el 10/11 de junio, cuando el alto mando
decidió iniciar la acometida final.
La batalla de Monte Longdon
La madrugada del 11 de junio (04.00 hora argentina) comenzó con intenso fuego naval
sobre las posiciones del BIM53. El mismo se prolongó durante todo el día, acompañado
por gran actividad aérea y el accionar de las baterías de tierra.
Con las primeras luces asomando por el horizonte, los oficiales de los comandos 42 y
45 así como los del Para 3, emitieron las órdenes para iniciar el ataque esa misma
noche. Habían dedicado toda aquella jornada a estudiar la operación basándose en
mapas, planos y maquetas de la región y eso les permitió llegar a una conclusión
determinante: era imperioso y necesario lanzar el ataque esa misma noche porque en
breve sus fuerzas también comenzarían a dar señales de desgaste.
Después de una reunión con la plana mayor, los comandantes de batallones se
prepararon para la acometida, transmitiendo las correspondientes directivas a sus
unidades.
Se hicieron prácticas simulando ataques sobre terrenos similares al que iban a atravesar,
especialmente en elevaciones y peñascos y se despachó al Para 2 en varios helicópteros
para que se uniera a la 3ª Brigada a modo de reserva, en caso de que el avance
comenzase por el sector norte. Hasta ese momento, sus integrantes pensaban que el
asalto sobre Sapper Hill o el monte Williams se iba a ponerse en marcha desde Bluff
Cove, y se alegraron en extremo cuando se dieron cuenta que los planes habían
cambiado.
Cuando todo estuvo listo, ya entrada la noche, el ejército británico inició la marcha,
lenta pero firmemente.
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Del lado argentino, las posiciones del Regimiento de Infantería 7 al mando del teniente
coronel Omar Giménez, se disponían a resistir, observando con preocupación el
constante desplazamiento de helicópteros en los alrededores del monte Kent, fuera del
alcance de sus armas. Como se vería durante las acciones, se trataba de una unidad
profesional, especialmente preparada para el combate, dispuesta a resistir hasta agotar
sus fuerzas.
Según el brigadier Thompson, a las 20.01, el Para 3 inició la batalla atacando el monte
Longdon por el sector izquierdo. El plan de su jefe, el teniente coronel Hew Pike,
consistía en adelantar las tres compañías de fusileros del batallón junto al Cuartel
General Táctico, aproximándose al objetivo al amparo de la noche, operación
sumamente riesgosa dado que la cumbre del monte, larga, estrecha y saturada de rocas,
no permitía más que el paso de una persona por vez. Por esa razón, no quedaba más
opción que arremeter de frente por el oeste, evitando los flancos sembrados de minas y
las posiciones enemigas apostadas en Wireless Ridge.
De acuerdo a lo planificado, el Para 3 se puso en marcha desde un punto situado al norte
del paso de Furze Bush, con la Compañía B lista para asaltar las alturas y la A haciendo
lo propio sobre los contrafuertes al norte. Los planes contemplaban dejar a la Compañía
C como reserva, en la línea de partida, con sus equipos de apoyo provistos de
ametralladoras y misiles antitanque Milan al mando del mayor Dennison, que tenía a su
cargo unidades menores.
Por detrás del dispositivo se colocó la sección de morteros que se desplazaría de manera
independiente a medida que las fuerzas avanzasen, mientras los equipos de provisión de
municiones y evacuación de heridos al mando del mayor Patton (segundo jefe del
batallón), lo harían en vehículos Bandwagons y tractores requisados a los civiles.
Una hora después, el ejército británico se desplazaba a la luz de la luna en dirección a
los cerros pero en el momento en que se disponía a adoptar formación de combate, el
cabo Brian Milne, jefe del grupo que marchaba a la izquierda de la Sección 4, pisó una
mina y el efecto sorpresa se perdió. El sonido de la explosión y los lamentos del
soldado, que acababa de perder su pie, pusieron en alerta a los argentinos quienes, de
manera inmediata, abrieron fuego nutrido sobre las compañías A y B, dando comienzo a
la lucha.
Se entabló, de ese modo, un duro combate con disparos de fusiles, ametralladoras,
morteros, granadas y lanzacohetes Law 66 en cuyas primeras acciones cayeron heridos
el teniente Andrew Bickerdike, alcanzado en una pierna y el cabo Ian Bailey, en ambas
piernas y el estómago.
En ese mismo momento, se cortaron los tendidos telefónicos argentinos dejando a las
distintas fracciones comunicadas solamente por radio. Al mismo tiempo se
decidió apagar el radar porque los ingleses lo habían detectado y comenzaban a batir la
posición con disparos de morteros.
Bajo intenso fuego, personal de comunicaciones intentaba restablecer las líneas,
objetivo que logró parcialmente, al cabo de mucho esfuerzo.
Con los británicos avanzando a toda carrera, la lucha se tornó infernal.
En una trinchera argentina, el cabo Gustavo Pedemonte, vio a un inglés agazapado
frente al pozo de zorro en el que se encontraba ubicado junto a tres conscriptos y sin
pensarlo dos veces abrió fuego. El británico, que se había incorporado, cayó en su
interior, mortalmente herido aunque todavía disparando. Fuera de sí y movidos por el
espanto, los conscriptos acribillaron su cadáver sin percatarse de que el individuo había
muerto.
Viendo aquello, el sargento Ian McKay tomó el mando y ordenó avanzar sobre una
ametralladora pesada enemiga que estaba causando estragos entre sus filas. Con
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intención de neutralizarla, reagrupó parte de la Sección 4 y se lanzó al ataque. Si bien
logró el cometido a fuerza de disparos y granadas de mano, acabó perdiendo la vida
junto al soldado Jason Burt.
Una segunda ametralladora comenzó a concentrar su fuego en el cuartel general de la
Compañía B obligando a su gente a arrojarse al suelo y buscar cobertura entre las rocas,
al tiempo que francotiradores argentinos armados con fusiles sin retroceso daban muerte
a los portadores de una sección de misiles Milan. Como dicen Hastings y Jenkins,
“…los ingleses fueron castigados más de una vez por el mismo tirador, terrible
demostración de lo certero del fuego argentino”4.
Poco a poco la lucha se fue tornando cada vez más sangrienta, demostrando ambas
partes que no estaban dispuestas a ceder. Se entablaron combates a muy corta distancia
y la cosa tomó ribetes increíbles cuando británicos y argentinos calaron bayonetas y se
lanzaron a la lucha cuerpo a cuerpo.
“Para matar debíamos calcular donde meter la punta de la bayoneta, ya que si
quedaba entre las costillas, estábamos muertos. No podíamos perder tiempo, metíamos
la bayoneta y disparábamos dejando un agujero en el otro cuerpo. Había restos de
hombres tirados por todas partes, el olor a carne quemada era terrible” referiría años
después el cabo José Carrizo, sobreviviente de la batalla5.
Trinchera a trinchera se repitieron escenas como no se veían desde la Primera Guerra
Mundial. En realidad, aquello no parecía una contienda de fines del siglo XX, con toda
la tecnología y sofisticación que mostrarían las sucesivas guerras del Golfo Pérsico, los
Balcanes y Medio Oriente. La pelea estilo “callejón” se prolongó por más de diez horas
con un terrible saldo de muertos y heridos.
La Sección 6, sin mucho batallar, ocupó la cumbre occidental del cerro y mientras
ascendían, sus hombres arrojaron granadas contra las trincheras enemigas sin percatarse
que habían dejado detrás varios puntos ocupados por los argentinos, quienes les
dispararon y les produjeron numerosas bajas. Los que no fueron alcanzados, se
arrojaron cuerpo a tierra en momentos que caía sobre ellos fuego nutrido, lo mismo
sobre la Sección 5 que se desplazaba por la ladera opuesta y también intentó ponerse a
cubierto.
De esa forma, mezclándose con la gente de la Sección 4, los de la 6 intentaron moverse
hacia la izquierda, en busca de un terreno más abierto que descendía hacia el este, pero
los argentinos percibieron el movimiento y apuntando sus ametralladoras de 12,7 mm,
las medianas GPMG y un cañón antitanque de 105 mm que allí tenían, dispararon,
apoyados por los francotiradores apostados en la ladera opuesta. Fue allí donde cayeron
el teniente Bikerdocke y algunos de sus hombres.
Muerto el sargento McKay, al sargento Des Fuller se le ordenó hacerse cargo de lo que
quedaba de la Sección 4 y al frente de ella intentó apoderarse de la ametralladora pesada
que batía su sector pero fue contenido con cinco bajas a cuestas. Cuando su segundo, el
cabo Stewart McLaughlin intentó hacer lo mismo, también fracasó por lo que ambas
secciones (4 y 5) debieron retroceder. Se las reagruparía y adosaría al resto de la
Compañía para batir al enemigo con fuego de artillería y metralla hasta ablandar sus
posiciones y de esa manera, asaltar su flanco izquierdo.
Se generó entonces un intenso intercambio de fuego pesado que incluyó las piezas
navales de 115 mm.
Al cabo de una hora, el mayor Mike Argue organizó tres secciones con las que
reinició el asalto por la izquierda, mientras el teniente Mark Cox y el cabo Kevin
Connery se abrían paso lanzando granadas y disparando sus Law de 66 mm.
En un determinado momento, el fuego cesó y eso hizo creer a los británicos que los
argentinos estaban abandonando sus posiciones, razón por la cual, adelantaron el cuartel
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general de la compañía pensando que la batalla, al menos por ese lado, estaba
finalizando. Recibieron sobre sí un fuego extremadamente violento que les
provocó numerosas bajas y los obligó a regresar a su posición original. Intentando
socorrer a sus compañeros, el teniente coronel Pike lanzó al ataque a la Compañía A,
ordenándole cruzar la línea de partida en dirección a los contrafuertes que se alzaban al
norte, mientras caía sobre ellos una lluvia de proyectiles.
Cuando llegaron a la cima del monte, el combate se tornó tan intenso, que obligó a los
británicos a buscar refugio entre las piedras y los accidentes geográficos.
Fue tal el poder de fuego que los argentinos hicieron caer sobre sus adversarios, que a
Pike no le quedó más remedio que ordenar la retirada, obligando a la Compañía A a
contornear el extremo occidental del monte y dejarla peligrosamente expuesta antes de
ocupar el sector oriental.
Bajo el fuego de la artillería y las ametralladoras argentinas, el jefe de la Compañía B
que se disponía a ocupar la posición que aquella había dejado, se desplazó hasta donde
se encontraba el mayor Argue y le explicó la situación imperante. Era evidente que
cualquier intento de flanquear el lado norte de la montaña resultaría inútil, por lo que la
Compañía A debería limitarse a combatir siguiendo la línea de las elevaciones hacia el
oeste.
Ni bien la sección de artillería del capitán Freer (segundo jefe de la Compañía A) y el
teniente Lee estuvo lista, la Sección 1 inició la marcha dejando al resto de la unidad
encargada de despejar el terreno para que no quedaran enemigos a sus espaldas, como
había sucedido anteriormente, esto a fuera de granadas y bayonetas6.
Fueron los argentinos, entonces, los que se vieron obligados a replegarse y tomar
ubicación al otro lado de las sierras, para entablar combate cuerpo a cuerpo con las
secciones 1 y 2.
A las 21:30 horas el Subteniente Juan Domingo Baldini, jefe de la 1ª Sección del RI7,
informó al puesto de mando que el enemigo se hallaba cerca de sus posiciones y que se
aprestaba a llevar a cabo un contraataque sobre su flanco derecho. Baldini y su gente se
hallaban empeñados en combate cuerpo a cuerpo y por esa razón la comunicación se
cortó.
El combate se tornaba cada vez más difícil para los argentinos, dada la carencia de
visores nocturnos; aún así, el ímpetu del ataque enemigo fue contenido y forzando a los
británicos a aferrarse al terreno.
En vista de ello Baldini, que multiplicó sus esfuerzos para alentar a sus hombres,
decidió desalojar a las fuerzas enemigas de las alturas que habían conquistado y para
llevar a cabo esa acción, conformó un pequeño pelotón con soldados de su sección e
infantes de marina y al frente de ellos se lanzó al ataque, seguido a corta distancia por el
cabo primero Darío Ríos y el cabo Orozco. De esa manera llegó hasta donde se
encontraba una ametralladora MAG que había estado accionando el herido suboficial
Flores y una vez allí, comenzó a disparar con ella pero al cabo de unos minutos, se le
trabó.
Intentó reparar el problema con su cuchillo de campaña y como no lo logró, tomó la
Browning 9 mm y oprimió el gatillo. Cuando se dio vuelta para socorrer a Flores, una
ráfaga disparada desde una distancia de siete metros, acabó con su vida. Otra bala
alcanzó a Ríos y una bayoneta terminó con Orozco. Eso obligó al resto de la fracción a
detener el avance y buscar cobertura formando un semicírculo en torno a Flores,
mientras se respondía la acción disparándole a todo lo que se movía.
No lejos de allí, Kevin Connery alcanzó a distinguir movimientos a 25 metros de
distancia. Cuando dio la voz de alto, alguien le respondió en español: “¡¡Andate a la
p… que te parió, inglés de mierda!”. Connery oprimió el gatillo y el argentino cayó. Al
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instante apareció otro al que también intentó abatir pero, para su asombro, después de
dispararle una descarga, el individuo se levantó.
Connery espantado hizo fuego otra vez, apoyado ahora por su compañero Johnny, pero
para el asombro de ambos, el sujeto volvió a incorporarse, ahora sobre sus rodillas y
levantó su arma para volver a tirar. Johnny lanzó un grito y le arrojó una granada que lo
golpeó y rebotó sobre el cuerpo de su oponente, cayendo a la turba sin explotar. El
soldado argentino se arrastró hasta la granada, la tomó y cuando estaba por
devolvérselas, estalló en su mano, matándolo en el acto. Los ingleses, mudos de
asombro e impresionados, se miraron sin decir nada, sorprendidos por tanto arrojo. “Si
los demás argies combaten así, vamos a tener una larga noche”, le dijo Kevin a su
amigo7.
En pleno intercambio de disparos Jerry Philips dejó su fusil y su puesto de francotirador
para asistir a los numerosos heridos que yacían sobre el terreno. Aquello parecía un
verdadero infierno.
Sobre la medianoche, el jefe del Subsector Plata 2 (el área de defensa a cargo del RI7
había sido denominado “Plata” y se había dividido en tres subsectores), mayor Carlos
Carrizo Salvadores, ordenó al teniente Hugo Quiroga, jefe de la 1ra Sección de la
Compañía de Ingenieros 10, lanzar un nuevo contraataque sobre el sector de la 1ra
Sección, a efectos de recuperar sus posiciones y posibilitar el repliegue ordenado de sus
efectivos.
Bajo intenso fuego, Quiroga reagrupó a su personal y se lanzó al ataque subiendo la
pendiente a través de un terreno irregular que dificultó notablemente su desplazamiento.
Aún así, la fracción entabló combate a escasa distancia del enemigo, al que logró hacer
retroceder combatiendo con fiereza. Sin embargo, cerca del objetivo, debió detener el
ataque porque los británicos iniciaban la presión sobre los flancos. De esa manera, se
produjeron intensos combates cuerpo a cuerpo, que ocasionaron numerosas bajas en
ambos bandos.
Quiroga logró su cometido cuando su fracción logró contener la embestida enemiga
estabilizando la situación en ese punto.
Desde la 23.00 horas, las posiciones argentinas comenzaron a ser presionadas con
fuerza desde el oeste, el suroeste y noroeste aunque por varias horas la situación se
mantuvo estable.
A medida que pasaba el tiempo, la lucha iba adquiriendo una intensidad realmente
infernal. Horacio Cañeque, ingeniero civil de 23 años, insultaba a los ingleses en su
propia lengua, tanto, que aquellos creyeron que se trataba de un boina verde
norteamericano.
-American green beret? (¿boina verde norteamericano?), preguntó en voz alta el
sargento John Pettinger, pegado a una roca.
-No, argentino, hijo de remil p…- fue la respuesta.
Junto a Pettinger se encontraba el cabo Vincent Bramley (autor de Viaje al infierno) que
disparaba incesantemente su MAG. El oficial Alejandro Rosas y el cabo Oscar Mussi le
devolvían las atenciones desde un pico rocoso obligándolos a mantenerse a cubierto.
En otro sector Carrizo Salvadores, Félix Barreto, el cabo Oscar Carrizo y otros soldados
intentan una acción suicida:
-Gente –dijo el primero- tratemos de rescatar a algunos hombres y retirarnos en orden.
Vos, Barreto, dispará en cobertura.
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Lamentablemente, el fuego enemigo les impidió todo tipo de movimiento y los obligó a
ponerse a cubierto, cosa que Carrizo Salvadores aprovechó para impartir una nueva
directiva:
-Es preciso salvar la vida de la mayoría y retroceder. Sargento, ordene a la tropa
replegarse. ¡Ya!
La orden se cumplió al instante, y a los gritos se retransmitió a aquellos que seguían
combatiendo a la distancia:
-¡Vamos, que en la próxima nos pasan por encima!
El conscripto Jorge Suárez obedeció sin vacilar, pero enseguida se dio cuenta que su
amigo Daniel Massad no salía de su pozo:
-¡¡Vamos Daniel –le gritó- Apurate que nos barren!! ¿Qué pasa?
-¡¡Mirá, los flacos de abajo –contestó su amigo- No oyeron la orden de repliegue y
siguen en sus puestos!!
-¡¡Quedate acá que voy a avisarles!!
Suárez se lanzó carrera abajo y llegó a las posiciones que aquellos ocupaban.
-¡¡Vamos, muchachos. Hay que replegarse!! – les dijo cuando estuvo a su lado.
Todo el mundo obedeció y empezó a salir de los pozos, mientras Suárez los iba
palmeando para darles ánimo. Cuando salió el último, se dispuso a seguirlo pero una
ráfaga de metralla lo alcanzó de lleno. Al caer herido, sostenía entre sus manos su doble
rosario.
Comprendiendo que esa situación no podía durar demasiado, el jefe de Subsector Plata
2, carente de reservas, solicitó refuerzos al teniente coronel Giménez (jefe del RI7), para
intentar otro contraataque sobre las fuerzas británicas que habían sido contenidas y se
mantenían aferradas al terreno. Eran las 02.00 del 12 de junio cuando llegó a su puesto
el subteniente Raúl Castañeda, jefe de la 1ra Sección C/RI 7, que venía desde el
Subsector Plata 1, hostigado por fuego enemigo. De esa manera, se lo impuso de la
situación y se le ordenó ejecutar un contraataque en dirección noroeste, buscando
envolver a los efectivos que enfrentaba la Sección de Ingenieros y lo que quedaba de la
1ra Sección del RI7 (Compañía B).
En ese momento, los jefes de la 2ª y 3ª Sección, sargento primero Raúl González y
teniente primero Enrique Neirotti, contenían el avance de un pelotón enemigo que
intentaba sobrepasar sus posiciones. Neirotti accionaba una ametralladora MAG
cuando, repentinamente, un inglés se incorporó y con mucho coraje comenzó a correr
hacia él, con la evidente intención de arrojarle una granada. En una fracción de
segundos, Neirotti apuntó y prácticamente lo cercenó en dos.
El británico cayó cerca suyo y allí quedó tendido, gritando espantosamente. Ni Neirotti
ni sus soldados se movieron porque el fuego era de tal intensidad que se los impedía,
pero el primero siguió disparando hasta que cayó herido. El inglés agonizó durante
horas y finalmente murió, sin recibir atención.
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El sargento primero Raúl González también fue alcanzado por los disparos pero al igual
que Neirotti, sus heridas no fueron tan graves y sobrevivió. El mando de sus fracciones
quedó bajo las órdenes de los suboficiales más antiguos, en tanto recrudecía la acción en
ambas posiciones.
A las 03.00, la sección del teniente Castañeda alcanzó la primera línea británica y
entabló duros combates cuerpo a cuerpo intentando evitar que el enemigo cercase por el
norte a la Sección de Ingenieros.
Los británicos retrocedieron y para cubrirrlos, la artillería comenzó a batir el sector que
ocupaba la gente de Castañeda con un fuego de morteros tan intenso, que los forzó
buscar refugio. Eso permitió al enemigo reiniciar el ataque generalizándose la lucha de
manera infernal.
El soldado Mark Eyles-Thomas esperaba la orden de entrar en acción aferrando
fuertemente su fusil automático. Así relató sus experiencias al término de la guerra:
El Monte Longdon apareció en la obscuridad, mi corazón se aceleró y el
miedo se estableció.
Entre las rocas en la cima escarpada, protegidos por bunkers fortificados, 600
soldados argentinos estaban esperando a mi batallón.
A pesar de nuestra moderna tecnología y armamento sofisticado, esta batalla
iba a ser solo de hombres, cara a cara, cuerpo a cuerpo, metro a metro.
¿Qué hacía yo en esta posición, miles de kilómetros de casa y la gente que
amaba? A los 17, no estaba listo ni siquiera para ver una película con
clasificación X o beber una copa en el pub de mi barrio.
Sin embargo, en cuestión de minutos, yo podría hacer el último sacrificio para
mi país. ¿Cómo podrían mi madre y mi hermana hacer frente a la noticia de mi
muerte?
Mi cuerpo se estremeció. Traté de controlar mi respiración, pero mi ansiedad
era demasiado grande.
Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba la orden de avanzar.
Su moral [la de los argentinos] se espera que fuera baja y de débil resistencia.
Se nos aseguró también que no había campos de minas.
Con el apoyo de misiles Milan y morteros, además de fuego sostenido de
nuestras propias ametralladoras se esperaba que el Para 3 fuera a atacar a pie.
Para ayudar a la sorpresa, el ataque sería en silencio, lo que significaba que las
posiciones argentinas no serían bombardeadas por la artillería.
Al amparo de la obscuridad, nuestro pelotón, 4 Pelotón B, avanzaría a lo largo
del borde norte de la montaña antes de trasladarse hacia el sur hasta un punto
intermedio conocido como Fly Half.
Allí se uniría con las fuerzas del 5 Pelotón para continuar el avance hacia la
cumbre, con nombre en código Full Back. Nuestra empresa consistía en atacar
una cumbre más pequeña, conocida como Wing Forward.
Justo después de la medianoche iniciamos el avance en formación escalonada.
Menos de cinco minutos después hubo una explosión seguida de gritos de
dolor.
Mi comandante de sección, el cabo Brian Milne, había pisado una mina antipersonal. La inteligencia se había equivocado y el elemento de sorpresa quedó
eliminado.
Inmediatamente después, rondas tras ronda de balas de ametralladoras
argentinas cayó sobre nosotros y las bengalas iluminaron el cielo. Me dejé caer
sobre el terreno. Monte Longdon y nuestro objetivo inicial, Fly Half, todavía se
encontraban a 100 metros a mi derecha.
Nuestra sección, ahora en los espacios abiertos del campo de minas, era
vulnerable a los disparos del enemigo.
El Cabo Milne gritaba en medio de horrendos gemidos de hombres que sufrían
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a causa de las graves heridas.
Nos quedamos allí, en el frío y la hierba húmeda, incrédulos de lo que se estaba
desarrollando ante nosotros.
Situado junto a mí, mi amigo Jason Burt se volvió y dijo que iba hacia donde
se encontraba el cabo Milne para inyectarle su morfina.
Minutos más tarde Jas llegó junto al herido y le dijo: “Si puedo aliviar algo de
su dolor. Yo voy a darle lo mío”.
Como todo soldado sabe, la morfina syrette que se lleva en el cuello es para su
propio uso. Así estaban las cosas; había que ser muy valiente para dar su propia
morfina en una fase tan temprana de la batalla a un compañero.
Ron Duffy lo arrastró hacia nosotros. “Creo que perdió la parte inferior de la
pierna” – le susurró Jas- “OK, muchachos, no digan nada de lo que han visto
aquí”, dijo Ron. “Seria malo para la moral”.
Rompimos nuestra posición a los pies de la montaña para unirnos al resto de
nuestro pelotón. Para entonces se había desatado el infierno arriba nuestro.
Los hombres gritaban “¡Muévanse a la izquierda!” o “Contra el bunker de la
derecha!”, mientras el caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde
lo alto, seguidas por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y
explosiones.
De vez en cuando se escuchaba el golpeteo fuerte de una gigantesca bestia
diseñada para destrozar aviones en pleno vuelo: la ametralladora pesada
calibre.50. El enemigo había encontrado un nuevo objetivo para el arma:
nosotros.
Se nos dijo que nos moviéramos alrededor de la esquina de una pared de roca
formada por una pequeña cresta rocosa. Una vez en el lugar, llegó la orden de
cargar de frente hacia el enemigo, teníamos una posición argentina de calibre
50 a sólo 30 metros de distancia.
Los hombres que estaban detrás de mí y a mi izquierda, calaron sus bayonetas
que brillaban bajo la luna. Jas estaba inmediatamente a mi derecha inmediata,
esperando todos la orden de atacar.
En la Primera Guerra Mundial se daban las órdenes por medio de un silbato,
con lo cual los soldados se lanzaban contra el enemigo, Más de 60 años
después, estábamos haciendo básicamente lo mismo, pero sin el silbato.
-¡Carga!. Como ya he dicho, subimos la cresta y corrimos hacia el enemigo
disparando nuestras armas, sin pensar en nada. Sin dudas, sin miedo, como un
robot.
Mientras cruzaba el suelo delante de su posición, los argentinos dispararon
contra mí. Seguimos como imparables, sin inmutarnos por las grandes armas.
Tomando cubierta detrás de un macizo de rocas, miré hacia atrás a través de la
obscuridad sobre la tierra, después de pasar junto a los heridos y cuerpos
inmóviles.
Consideré romper la cubierta y recordé vagamente a Jas, que estaba a mi
derecha.
-¡Jas! -grité. No me respondió.
-Tom, ¿eres tú? -preguntó una voz. Tom era mi apodo.
-¿Eres tú, Scrivs? -pregunté.
-Sí, soy yo. Estoy aquí con Grose. Ha recibido un disparo.
Me arrastré de nuevo en busca de Jas y lo encontré acostado boca abajo a 30
pies de donde yo me había cubierto.
Lo llamé, pero no tuve respuesta. Mientras me acercaba temía lo peor.
-¡Jas! -dije esperando que me contestara. Una vez más nada. Agarre su ropa, su
cuerpo se desplomó hacia mí con sus brazos a ambos lados. Una descarga de
ametralladora 0.50 había penetrado en su casco, matándolo instantáneamente.
Me quedé mirando a Jas, incapaz de desprenderme de él. A medida que la
sangre le corría por la cara, recordé una de las muchas escenas que había visto
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en la noche durante nuestra formación en el Brecon Beacons.
Nos habíamos jurado cuando uno muriera que el otro le quitaría placas de
identificación para entregárselas a sus padres como un recuerdo de su último
acto de valentía.
Me preparé, pero debido a sus lesiones, no pude. No me atreví a hacerlo.
Mental y físicamente, la tarea era demasiado.
Me disculpé y lo dejé ahí, boca abajo.
Me arrastró hasta Scrivs, que estaba con Grose en el centro del campo de
batalla.
-¡Creo que [Jas] ha recibido un disparo en el pecho, dijo Scrivs.
Cada vez que sonaba un disparo, Scrivs se arrojaba sobre Grose para
protegerlo. Era un francotirador disparando contra nosotros todo el tiempo.
Con la posición de la ametralladora ahora en silencio, se oía a otros miembros
del pelotón heridos gimiendo y pidiendo ayuda.
La habíamos eliminado. Grose había sido herido, gemía por el dolor y tenía
dificultad para respirar. Pedía que no lo moviéramos pues herido en los
pulmones podían llenarse de sangre y ahogarse.
-Tranquilo amigo, volverás a disfrutar de su fiesta de cumpleaños – le dijo
Scrivs en tono de broma preguntó.
Grose intentó reír, pero el dolor era demasiado.
El que inmediatamente pereció fue Scrivs a causa de una explosión. Así relata
Eyles-Thomas lo sucedido:
Me quedé sin poder creer lo que había sucedido. Hacía un minuto yo estaba
hablando con Scrivs con mi mano en su hombro, y al siguiente el siguiente
ZAP, se había ido.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Dondequiera que miraba, había soldados
heridos.
Grose me miró y me preguntó por Scrivs. No quiero decirle nada, pero se dio
cuenta al verlo en mis ojos. Grose entornó los suyos, y dolorido la pérdida de
un amigo, dejó caer unas las lágrimas. Yo también lloré.
-¿Dónde? esta el maldito helicóptero? -preguntó.
-Ya viene, Grose-mentí.
Los disparos de los francotiradores resonaban por todas partes, los demás
miembros del pelotón cubrieron a Grose con un poncho y lo llevaron barranca
abajo, el pie de la colina para ponerlo a cubierto a resguardo del viento detrás
de un conglomerado de rocas.
Alrededor de las 03.00Z a.m. Grose comenzó a perder la conciencia.
-Mantén tus ojos abiertos -le dije, temeroso al ver que se iba -Si te duermes
perderás el helicóptero.
Grose me miró y dijo:
-Está bien Tom, sé que viene el helicóptero.
Dejando a Grose por unos momentos, corrí en torno al puesto del regimiento en
busca de un médico. Contra una pared de roca junto a un grupo de soldados
heridos encontré uno con la cabeza entre las manos, totalmente agotado.
-No hay vendas y la morfina se está acabando – le dije.
Me fulminó con la mirada y a regañadientes me siguió hasta donde estaba
Grose. Revisó su boca para comprobar sus vías respiratorias. Y en ese
momento [Grose] tosió y escupió un coágulo de sangre. El médico se
incorporó, se volvió hacia mí, sacudió la cabeza y se retiró dando a entender
que no había nada que hacer.
En ese momento lo odié más que a nuestros enemigos. Tomé la cabeza Grose y
lo acune como lo haría con un hermano. Él se agitó en un último intento
desesperado, luchando contra de su lesión.
-Gracias, Tom – me dijo mientras lo sujetaba en mis brazos, antes de lanzar su
último aliento. No lo quise soltar, pues esperaba en vano que volviese a la
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vida.
Las lágrimas asomaron en mis ojos y después un aumento enorme de la
emoción, lloré incontrolablemente. Lloré por Grose, lloré por sus padres, lloré
por su hermano y lloré por su hermana.
Sostuve firmemente a Grose por última vez, puse su cabeza suavemente en el
suelo, lo besé en la mejilla y le dije adiós. Quedó acostado con la cabeza hacia
abajo, cubierto por el poncho que le arrojé encima.
El sargento Fuller, que tras la muerte del sargento Ian McKay, se había hecho
cargo de Pelotón 4, reunió a los hombres restantes para reiniciar el avance.
La porción de tierra que disputábamos había sido ocupada de nuevo por las
tropas argentinas. El capitán McLaughlin nos condujo a una posición de
liderazgo.
Yo había perdido mi rifle cuando estaba con Grose, pero me entregaron una
pistola Browning 9mm con nueve rondas de municiones.
Los hombres me pasaron y avanzamos con sigilo, fusiles en ristre.
Inmediatamente después sonó un disparo seguido de una andanada de fuego. El
soldado líder cayó muerto con una bala en la frente y otras víctimas sufridas
graves. El avance se detuvo. Estábamos perdiendo la batalla.
El batallón fue detenido y forzado a replegarse hacia abajo obligando a los
grupos de apoyo a disparar sus misiles Milan y abrir fuego de ametralladoras.
Una vez más, la Compañía B se lanzó hacia delante. Desde su posición más
alta en la ladera, el Pelotón 5 brindó fuego de cobertura y se hizo cargo del
asalto. Un contraataque argentino fue detenido y finalmente reprimido.
En las primeras horas de la mañana, la cumbre fue finalmente tomada.
En total, 23 hombres de 3Para murieron y resultaron heridos 47. Los argentinos
perdieron 31 con 120 heridos y 50 prisioneros.
La realidad de que nunca volver ver a mis amigos me golpeó. Sufro la
reiteración de la batalla en mi mente y comencé a tener pesadillas la primera
noche después de los combates en Monte Longdon y he vivido con ellas desde
entonces.
Me sentía culpable por no haber retirado las placas de Jas y por no comprobar
el pulso de Scrivs. También me sentía responsable por no haber podido salvar a
Grose. Había defraudado a mis amigos.
Las imágenes de la batalla toman vida en tu mente y te conviertes en esclavo de
ellas. Tienes miedo de apagar la luz, o cerrar los ojos, sabiendo que tan pronto
como te relajas, la mente comience a divagar y te devuelva al fondo de la
batalla.
Solía despertaba sobresaltado en medio de la noche, bañado en sudor o
gritando. Una vez que el momento pasaba, las lágrimas afloraban. No he
recibido ningún tipo de asesoramiento del Ejército y hasta me sentí traicionado
por el batallón. Yo había firmado por tres años y no pude dejarlo.
Más de seis meses después de Longdon, me casé con mi novia Laura y tuve
dos hijos.
Las Falklands me había cambiado de manera irrevocable, y después de dos
años y medio nos separamos. Al mismo tiempo, dejé el Regimiento de
Paracaidistas y comencé a trabajar en una empresa de seguridad privada.
Me he vuelto a casar, tengo dos hijos más y fundé mi propia empresa, que
emplea a 300 personas.
La persona con la que me casé en 1990, por coincidencia, en el aniversario de
la batalla de Longdon ha sido testigo de mis pesadillas, mis recuerdos, las
depresiones y la culpa. Pero ella me ha apoyado en todo y somos muy felices.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
A las 05:00 horas los británicos atacaban por el norte, el oeste y el sudoeste, lanzando el
grueso de su gente mientras la artillería batía las posiciones argentinas con e fuego
nutrido.
Si bien estas últimas lograron resistir, sus defensas fueron infiltradas en varios puntos y
eso las mantuvo aferradas, sin poder recibir ningún otro refuerzo porque los mismos ya
habían sido consumidos y la munición comenzaba a escasear. Se imponía la necesidad
de un reabastecimiento que en esas condiciones comenzaba a resultar imposible de
llevar a cabo y pese a que la artillería había logrado neutralizar el avance inglés, no fue
suficiente como para rechazarlo definitivamente.
Con las bajas acumulándose considerablemente, a las 06:30 horas se ordenó desde
Puerto Argentino iniciar el repliegue de la Compañía B del RI7 hacia Wireless Ridge.
En ese punto, las fuerzas argentinas intentarían reagruparse y encarar los combates que
se avecinaban. Y eso fue lo que se hizo mientras el Grupo de Artillería
Aerotransportado 4, batía las avenidas de aproximación, desde el oeste y noroeste.
Entre las 06.45 y las 08.00 horas, los efectivos de la Compañía B (RI7) comenzaron a
desprenderse, quedando numerosas posiciones cercadas.
Solo 90 hombres de los 300 efectivos que habían combatido en Longdon alcanzaron
Wireless Ridge. El resto yacía muerto, herido o cercado. En vista de ello y del estado
físico de la tropa, habiendo soportado tanto dolor, sacrificio y tensión, el teniente
coronel Giménez decidió ordenar el repliegue hacia Puerto Argentino, para reorganizar
a su gente y permitirle su recuperación.
Una vez asegurado el extremo oriental del monte, la Sección 3 de la Compañía A
británica avanzó para ocupar y retener la ladera que descendía en dirección a Wireless
Ridge mientras el resto de la compañía se atrincheraba y aguardaba nuevas directivas.
Así llegaron las primeras luces, en medio de una espesa niebla que dificultó
notablemente la acción de la artillería argentina y la función de los observadores que
reglaban apostados en Tumbledown. Sin embargo, según refiere el general Thompson, a
medida que fue avanzando la mañana, sus disparos se tornaron tan precisos, “pesados y
amenazadoramente exactos”, que los británicos comprendieron que avanzar en esos
momentos sobre Wireless Ridge iba a ser imposible.
La batalla de monte Longdon había sido espeluznante. Fueron doce horas de lucha en
las que se combatió con extrema ferocidad, llegando incluso al enfrentamiento cuerpo a
cuerpo, según se ha dicho, en medio de la obscuridad y bajo el intenso fuego cruzado.
Los argentinos tuvieron 31 muertos y 60 heridos además de 39 prisioneros. Por el lado
británico los muertos fueron 23 y los heridos 47, muchos de ellos de gravedad.
Aquella mañana, mientras se disipaba la bruma, una procesión de camilleros británicos
subía y bajaba las laderas del monte, transportando hombres ensangrentados y
mutilados que junto a los cautivos, eran conducidos a retaguardia. En esas
circunstancias, durante la batalla y aún después de finalizada, soldados británicos
ejecutaron a efectivos argentinos heridos y en algunos casos, prisioneros.
Vincent Bramley relata algunos de esos casos en los que incluso asegura haber
participado. Todo se debió al fragor del combate y el alto nivel de adrenalina que
dominaba a los combatientes ya que no hubo ninguna orden en ese sentido, ni del alto
mando británico, ni de los oficiales superiores, ni de los jefes de pelotones. Se trató de
acciones individuales (y en algunos casos colectivas) de soldados descontrolados que
obraron por impulso. Aún así, se trató de actos reñidos con la moral del combatiente y
con lo que establecían las convenciones internacionales, que debieron haberse
penalizado.
De las 31 bajas fatales argentinas en monte Longdon, al menos media docena fueron
cobardemente ejecutados cuando estaban heridos y desarmados. Las fuerzas británicas
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Alberto N. Manfredi (h)
habían sufrido tremendas pérdidas en esta guerra y sus combatientes estaban
enardecidos y necesitados de descargar su ira, tanto como los efectivos de RI25 en San
Carlos, que acribillaron a los dos pilotos heridos de uno de los helicópteros Gazelle
abatidos y el soldado de la fracción del subteniente Vázquez que estuvo a punto de
correr hacia uno de ellos para cortarle las orejas y quedárselas como trofeos. Cosas
propias de toda guerra.
Los combates del cerro Dos Hermanas
Para capturar el monte Dos Hermanas, una elevación de dos picos redondeados con
laderas sumamente agudas y cinco cadenas de rocas, los británicos lanzaron un ataque
en tres puntas siguiendo planes elaborados por Andrew Whitehead.
A las 21.00 la Compañía X del Comando 45, que llevaba una sección de misiles
antipersonales Milan, recibió la orden de atacar el pico del sudoeste; la Compañía Z
haría lo propio sobre la cadena occidental, es decir, el segundo pico y la Compañía Y la
oriental, sin contar con el apoyo de fuego de artillería.
El Comando 45 dejó sus posiciones en el monte Kent y Bahía Agradable (Bluff Cove)
a las 10.00, para avanzar en dirección al punto de reunión que se había fijado al norte de
la primera elevación, donde Whitehead había establecido una base de patrullas. La
Compañía X marcharía hacia el este, desde las faldas del monte Kent y el puente del río
Murrell, pasando entre esa elevación y el monte Challenger con el objeto de atraer sobre
sí la atención del enemigo.
La marcha se hizo sumamente dificultosa y demandó cerca de seis horas (se había
iniciado a las17.00), en lugar de las tres previstas por Ian Gardiner, su comandante.
Durante el avance, un hombre perdió el equilibrio y cayó por los acantilados, donde
quedó tendido son conocimiento. Se lo pudo hacer reaccionar y la columna reanudó la
marcha pero debido al atraso, Gardiner tuvo que romper el silencio de radio y
establecer contacto con Whitehead, que se encontraba con la Compañía Z al sudeste del
puente de Murrell. Gardnier informaba sobre los progresos de su desplazamiento
cuando cayó sobre ellos un nutrido fuego de ametralladoras, que los obligó a buscar
protección. Le ordenó a la Sección 3 de su compañía retroceder e inmediatamente
después mandó a la Compañía Z hacer fuego de morteros. Los hombres del teniente
Chris Caroe comenzaron a disparar pero al poco tiempo dejaron de hacerlo porque las
bases y soportes de sus piezas se hundían en la turba.
Mientras ordenaba abrir fuego con los misiles de 66 mm, Caroe llevó a su gente colina
arriba pero los argentinos detuvieron su avance con fuego de 105 mm, obligándolos a
refugiarse entre las rocas. Se entabló entonces un duro enfrentamiento que cobró
intensidad a medida que pasaban los minutos y amainó cuando los británicos lograron
deshacerse de los apuntadores de las ametralladoras que los mantenían aferrados al
terreno.
Mientras la Compañía X se empeñaba en combate, Whitehead dispuso que la Y y la Z,
al mando del teniente Cole, iniciaran el avance. En tanto eso sucedía, la artillería
argentina tronaba sin cesar, retrasando el desplazamiento británico.
Las dos unidades treparon la colina al grito de guerra de “¡Zulu, Zulu!” mientras iban
tomando una a una las posiciones enemigas. En esa fase de la lucha, la Compañía Y no
sufrió ninguna baja, en tanto la Z tuvo un muerto y dos de sus tres comandantes heridos.
Según Thompson, los argentinos se distrajeron con la batalla que sus compañeros
sostenían con la Compañía X y no percibieron el avance de la Y y la Z, a las que
Whitehead les había ordenado mantener sus posiciones mientras la primera aseguraba el
objetivo.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
El cabo Hunt de la Sección 8 escudriñaba el campo a través de sus binoculares IWS de
visión nocturna cuando detectó movimiento enemigo sobre el flanco derecho, cerca de
la línea del horizonte. En vista de ello, el teniente Dytor, jefe de la compañía, se arrastró
hasta su posición y tomando sus largavistas, detectó varios puestos argentinos, entre
ellos el de una ametralladora pesada de 12,7 mm.
Después de mandar suspender el fuego, Dytor envió a retaguardia a un sargento para
que le informara a Cole lo que habían descubierto y en ese preciso momento, una
bengala argentina cayó delante de la Compañía Z iluminando el lugar con intensidad.
Una lluvia de fuego se abatió sobre los británicos en el preciso cuando Dytor ordenaba a
su gente disparar. Los proyectiles de 12,7 mm, los de FAL y de GPMG, silbaban a su
alrededor forzando a las compañías Y y Z arrojarse cuerpo a tierra y mantenerse
pegadas al terreno.
Dytor pidió al teniente Baxter que en su calidad de observador avanzado orientara el
fuego de la artillería sobre el extremo oriental de las posiciones argentinas y casi al
mismo tiempo se incorporó y se lanzó a la carrera porque sabía perfectamente que de
mantenerse en la misma posición, acabaría por ser aniquilado. Toda su sección se
incorporó y echó a correr detrás suyo, siempre al grito de “¡Zulu!”.
Los hombres de Dytor llegaron a una concavidad bastante pronunciada que les sirvió de
cobertura mientras el fuego de la artillería enemiga silbaba amenazadoramente sobre sus
cabezas. En ese momento, Cole hizo adelantar a la Sección 7 y le ordenó atacar las
posiciones que tenía enfrente.
Cuando esos hombres se lanzaron a la carrera, el combate en Dos Hermanas alcanzaba
su clímax con proyectiles de 105 mm, GPMG, MAW de 84 mm y LAW de 66 mm,
volando por todas partes.
Mientras tanto, la Compañía Y avanzaba por la derecha pero el fuego de morteros la
obligó a detenerse, provocándole numerosas bajas, entre ellas, dos jefes de sección, los
tenientes Dunning y Davies, quienes debieron ser reemplazados por los sargentos C.
Davidson y G. C. Grace, respectivamente.
El intercambio de disparos se fue tornando feroz ya que, según Thompson, las
posiciones argentinas estaban muy bien protegidas y soportaron los proyectiles
británicos que estallaron sobre ellas8. Después de cada explosión, las ametralladoras
volvían a disparar.
Whitehead con la Compañía 2, se desplazaba por el flanco derecho cuando le ordenó a
la Y, que se encontraba detrás suyo, hacer lo mismo para ubicarse a en la misma
dirección. De esa manera, con ambos posicionados uno al lado del otro, sus equipos
MAW de 84 mm comenzaron un agresivo intercambio de fuego con las ametralladoras
argentinas situadas un tanto más al sur. Entonces Dytor, dada su ubicación, ordenó a sus
hombres suspender el fuego porque temía abatir a la gente de la Compañía X. Sin
embargo Whitehead le mandó decir que siguiese disparando.
La Sección 8, en tanto reinició el combate contando en su haber una ametralladora de
12,7 tomada al enemigo y junto a su par, la Nº 7, alcanzaron el límite sur del objetivo.
Por otra parte, la Sección 9, en la retaguardia de la Compañía Z, había quedado aferrada
por el fuego de los morteros y las piezas de 105 mm argentinas, muy certero en ese
sector, pero a las 02.45, después de tres horas de lucha, logró asegurar el objetivo.
Pese a ello, la batalla continuaba en Dos Hermanas.
La Compañía Y siguió avanzando con dos secciones delante, siguiendo el contorno sur
de la montaña por su cresta oriental, mientras era sometida por esporádico fuego
pesado. Mientras se desplazaba, iba tomando las precauciones necesarias para evitar las
minas controladas por alambre de las que habían dado cuenta los soldados Haddow y
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Alberto N. Manfredi (h)
Wassell y algo más adelante hicieron detonar una trampa cazabobos oculta debajo de un
fusil abandonado.
En el extremo oriental de la cresta la Compañía Y fue contenida por un nido de
ametralladoras que recién fue dominado al cabo de un fuerte intercambio de fuego, con
disparos de proyectiles LAW de 66 mm.
En esos momentos Davies creyó distinguir un emplazamiento de morteros ubicado a
500 metros hacia el este y en vista de ello, decidió enviar un grupo de reconocimiento al
mando del cabo Siddall, acompañado por el apuntador Holt, provisto de una radio, por
si se necesitaba apoyo de artillería. En la incursión, abatieron a tres argentinos y
tomaron prisionero a un cuarto después de un corto enfrentamiento.
El total de la compañía se reorganizaba cuando los argentinos atacaron con sus
poderosos cañones SOFMA de 155 mm que obligaron a los infantes a buscar
protección, corriendo presurosamente por el terreno para arrojarse cuerpo a tierra. Eso
no evitó que varios de sus compañeros fueran alcanzados por las esquirlas y quedaran
sobre el terreno, algunos de ellos en muy mal estado.
Con las primeras luces del día, el sargento Maghini, a bordo de su helicóptero Scout, se
aproximó peligrosamente a las posiciones del Comando 45 para evacuar a los heridos,
desafiando el fuego argentino y la niebla.
A las 04.30 del 12 de junio, Whitehead informó a sus superiores que el total de los
objetivos estaban asegurados y que de acuerdo a las instrucciones que había recibido,
estaba listo para avanzar sobre el monte Tumbledown. Thompson, sin embargo, lo
detuvo y le ordenó permanecer en Dos Hermanas porque iba a necesitar más tiempo
para reorganizar la unidad. Además, la gente del Comando 45 estaba extenuada y por
esa razón, saltar a Tumbledown hubiera sido un suicidio. Por otra parte, era imperioso
asegurar previamente la Sierra del Chivo que el Comando 42 no había podido tomar y
esperar para atacar con fuego de apoyo adecuado porque las municiones de 105 mm se
estaban agotando.
Con las primeras luces del día, las patrullas de vanguardia comenzaron a traer a los
primeros prisioneros mientras en la retaguardia, Nick Vaux (jefe del Comando 42)
planificaba la captura de las posiciones argentinas, ideando un amplio movimiento por
los flancos.
La lucha en Monte Harriet
Basándose en los resultados de las patrullas que se habían efectuado días antes, las
Compañías K y L del Comando 42 se encaminaron hacia el sur, en dirección al monte
Wall, atravesando el camino que une Fitz Roy con Puerto Argentino, para seguir
después hacia el sudeste. Debían alcanzar un punto situado a 1000 metros al sur de la
mencionada arteria, antes de desviarse hacia el noreste y volver a cruzarla para llegar a
las primeras estribaciones rocosas al sudeste de monte Enriqueta9.
La Compañía K atacaría el extremo oriental y una hora después, haría lo propio la L
sobre el occidental que, una vez tomado posibilitaría a la primera a acometer contra la
Sierra del Chivo mientras la J permanecía como reserva y distracción en monte Wall.
A las 16.15 del 11 de junio, las dos unidades (Compañías K y L) se encaminaron al
punto de reunión en monte Challenger para efectuar ejercicios de combate y hacer los
aprestos para el asalto.
Por el lado argentino, el Regimiento de Infantería 4 “Coronel Manuel Fraga”, cuyo
asiento de paz se hallaba en Monte Caseros, provincia de Corrientes, estaba al mando
del teniente coronel Diego Alejandro Soria y se hallaba integrado por soldados de las
provincias de Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Organizado en tres compañías, la A, la B y la C, de 200 hombres cada una, tenía una
cuarta compañía de Comando y Servicios como apoyo logístico, una sección antitanque,
una de morteros pesados y otra de exploración, que totalizaban unos 100 efectivos.
Una vez en Malvinas, se le destinó una posición inicial como reserva, con el dispositivo
general orientado hacia el este porque el alto mando argentino siempre pensó que el
ataque enemigo llegaría por mar.
Al producirse el desembarco en San Carlos, todo el dispositivo debió darse vuelta y
orientarse hacia el oeste.
Las compañías B y C del RI4 fueron destinadas al monte Enriqueta (Harriet),
despachándose una tercera sección formada por parte de la Compañía A y otros
elementos, al monte Dos Hermanas en tanto una fracción de aquella, a cargo del
subteniente Oscar Augusto Silva, se ubicó entre ambos cerros para brindar cobertura.
A partir del 31 de mayo, el RI4 comenzó a recibir constante fuego de artillería,
reforzado por ataques aéreos y fuego naval durante las noches. Desde el 5 de junio, las
patrullas de exploración británicas iniciaron numerosas aproximaciones que obligaron a
los efectivos del 4 a entablar permanentes tiroteos nocturnos, apoyados por su artillería.
Justamente el 7 de junio, una patrulla del SAS se infiltró entre los dos montes y entró en
combate con la sección del subteniente Silva, que logró rechazarla.
Según refiere Hugh Bicheno en su libro Al filo de la Navaja:
…los defensores de Harriet despertaron cuando un helicóptero [británico]
sobrevoló la casa a plena luz del día. “Impunidad” alcanzó un rápido fin
cuando un Blowpipe [argentino] explotó en tierra debajo del helicóptero y
cuando las bombas de mortero de 120 mm., seguidas de fuego de metralla de la
batería del BIM5, comenzaron a llover sobre Port Harriet House. Tras la
detección de la patrulla argentina de combate, el Pelotón de Exploración
abandonó el puesto de observación dejando todos sus implementos. El sargento
del pelotón y otros dos soldados [británicos] resultaron heridos durante la
retirada…10.
Vale aclarar que la casa a plena luz era Port Harriet House y que “Impunidad” fue una
fallida operación que el Pelotón de Exploración de la Guardia Escocesa montó sobre la
propiedad, en busca de dos obuses y una batería de Exocet inexistentes.
Con la llegada de la noche, la Sección 12 de la Compañía J, al mando del teniente
Badon inició el avance para instalar una sección de misiles Milan al sur del monte
Enriqueta en tanto otro grupo se apostaba al sudeste, sobre el camino de Fitz Roy, por si
los argentinos decidían enviar allí sus carros blindados Panhard. También deberían
unirse a una patrulla de exploración de la Guardia Galesa que debía asegurar las líneas
de partida del comando.
Cuando los británicos lanzaron el ataque simultáneo sobre los montes Longdon y
Harriet, la Compañía K emprendió la marcha a las al mando del sargento Collins
(17.30), seguida una hora después por la L, a efectos de que no fuesen atrapadas juntas
en campo abierto. Detrás le siguió la Sección de Transportes, integrada por treinta y
cuatro hombres del Cuartel General, que llevaba seis trípodes y miras de equipos SF
para las ametralladoras GPMG de las compañías K y L, más 10.000 cargas de
municiones.
En pleno avance, bengalas luminosas lanzadas por los argentinos alumbraron el área y
dejaron al descubierto a los efectivos de la Compañía K, obligando a los comandantes a
detener el avance de la L para que no le sucediese lo mismo. De ese modo, sus
integrantes vieron con impotencia como el fuego enemigo se abatía sobre sus
compañeros.
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Alberto N. Manfredi (h)
En respuesta, la Compañía J arrojó sus propias bengalas y disparó intentando hacer
creer al enemigo que habían chocado con patrullas numerosas. En esos momentos, el
cielo se hallaba completamente despejado, con la luna y las estrellas brillando
intensamente, lo que hacía que la obscuridad no fuese completa.
A las 22.00 la Compañía K inició una gran arremetida para cubrir los 800 metros que la
separaban de las líneas enemigas. Cuando solo le faltaban 100, la Sección 1 se topó con
las avanzadas del dispositivo argentino cuyos cuadros se desplazaban de roca en roca,
generándose allí un nuevo enfrentamiento.
Cuando se desplazaban velozmente por el flanco derecho, la Sección 2 se topó con una
posición de morteros de 120 mm que le costó una hora desalojar. La lucha en ese punto
se hizo muy dura, lo mismo en lo alto de la cresta, donde la Sección 3 al mando del
capitán Peter Babbington, había logrado superar a aquella y alcanzar a la 1 iniciando
con ella el descenso por la ladera sur.
Doblando luego hacia el oeste, se topó con nuevas posiciones enemigas que disponían
de ametralladoras pesadas y francotiradores muy bien apostados.
Al llegar a ese punto, el cabo Ward informó a su comandante que la Sección 3 había
sido detenida y el cabo Newland, notificó que alcanzaba a divisar los puntos que
ocupaba el enemigo, por lo que se disponía a organizar la aproximación para aliviar la
situación de sus compañeros de la 3. Ni bien se puso de pie para comenzar el avance,
dos disparos de FAL impactaron en sus piernas, arrojándolo pesadamente sobre la turba.
En ese mismo momento, el capitán Babbington al mando de la Compañía K, se lanzó al
asalto del objetivo, trabándose con su gente en durísimos combates. Durante su
desplazamiento, sus hombres incendiaron un hangar con granadas de fósforo, decisión
un tanto torpe ya que eso alertó a los argentinos que al concentrar el fuego sobre ellos,
les causó numerosas bajas, entre ellos el segundo jefe de la compañía, teniente
Whiteley.
La Compañía L, sometida a intenso fuego de artillería, logró cruzar la línea de partida
respondiendo con fuego de GPMG, aún a riesgo de sus compañeros de la K que se
hallaban dentro de su campo de tiro y ya habían sufrido tres bajas. Su jefe (de la
Compañía K), el capitán Wheen, solicitó fuego de misiles Milan sobre un nido de
ametralladoras que acababa de localizar. Tan efectivo fue, que las armas pesadas
argentinas acabaron por ser neutralizadas.
Los británicos comenzaban a tomar prisioneros y a recoger heridos, sobre todo en el
extremo occidental del cerro, para llevarlos a la retaguardia. Mientras eso sucedía, la
Sección 5 se lanzaba a la captura de sus objetivos, ubicados en una saliente rocosa a 500
metros al norte del extremo occidental del monte. Sin embargo, pese a la confianza de
su jefe y la determinación de sus hombres, cuando descendían la falda septentrional,
cayó en una emboscada que obligó a Wheen a replegarse bajo una verdadera lluvia de
proyectiles de morteros, obuses y ametralladoras.
Después de reagruparse, la Sección 5 se lanzó nuevamente al ataque, arremetiendo con
ímpetu, metro a metro, hasta tomar la ubicación y obligar a los argentinos a replegarse
al amparo de la niebla. Cinco prisioneros heridos fueron enviados a retaguardia en
momentos que Vaux ordenaba a la Compañía L presionar sobre la Sierra del Chivo en
tanto la K, se mantenía en el extremo del monte Enriqueta. El oficial pretendía capturar
ambos puntos antes del amanecer y evitar de ese modo que se produjese el esperado
contraataque argentino y en vista de ello, condujo a la Compañía J desde el monte Wall
hasta el Enriqueta, y en esas estaba cuando la gente de la L le informó que la
mencionada sierra se hallaba completamente abandonada. Los argentinos se habían
retirado hacia Tumbledown desde donde su artillería disparaba constantemente.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Por el lado argentino, durante los combates cayó muerto con cinco disparos en su
cuerpo el teniente primero Echeverría, que tenía a su cargo dos secciones de reserva
muy debilitadas. Cuando el jefe de su regimiento ordenó el repliegue, el subteniente
Silva intentó aproximarse a Dos Hermanas pero fuertemente tiroteado desde varios
puntos, se retiró hasta el monte Tumbledown para unirse a las fuerzas de defensa del
Batallón de Infantería de Marina 5.
Al despuntar el alba, el total del monte Enriqueta estaba en poder de los británicos
así como también los recientemente conquistados montes Longdon y Kent, puntos sobre
los que caían constantemente proyectiles de 105 y 155 mm, estos últimos, disparados
por los poderosos SOFMA.
Los argentinos tuvieron 18 muertos y 50 heridos, además de trescientos prisioneros, en
tanto los británicos acusaron la muerte de dos hombres (es posible que oculten algunos
más) y 26 heridos de diferente consideración.
El 12 de junio amaneció despejado pero extremadamente frío, con las laderas del monte
Kent cubiertas de nieve. Existía la seria amenaza de los bombarderos pesados Canberra
y el alto mando británico temía un contraataque argentino con helicópteros, por lo que
el puesto de mando adoptó algunas medidas precautorias aunque Thompson sabía que
esto último, jamás ocurriría.
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Alberto N. Manfredi (h)
Referencias
1
Cap. 6 “Los últimos días”, p. 151, Editorial Claridad, Bs. As. 1985.
2
Ídem. Pp. 151-152.
3
El fuego provenía de Bahía de la Anunciación,
4
Hastings y Jenkins, op. cit.
5
“Hoy. Interés General”, 6 de septiembre de 2001
6
En vista de aquel movimiento, la artillería británica dejó de disparar pues corría el riesgo de batir a su
propia gente.
7
Bramley Vincent; Viaje al Infierno
8
Julian Thompson, No Picnic, Testimonios Atlántida, Bs. As., 1989.
9
Monte Harriet en la nomenclatura británica.
10
Hugh Bicheno, Al filo de la navaja, pp. 306-307
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