Senado de la Nación Secretaria Parlamentaria Dirección General de Publicaciones VERSIÓN PRELIMINAR SUJETA A MODIFICACIONES UNA VEZ CONFRONTADO CON EL EXPÈDIENTE ORIGINAL (S-3098/12) PROYECTO DE LEY El Senado y Cámara de Diputados,... ARTICULO 1º: Modificase el artículo 55 del Código Procesal Penal de la Nación, el que quedará redactado de la siguiente manera: “ARTICULO 55: El juez deberá inhibirse de conocer en la causa cuando exista uno de los siguientes motivos: 1) Si hubiera intervenido en el mismo proceso pronunciando o concurriendo a pronunciar sentencia; hubiera intervenido como juez de instrucción resolviendo la situación procesal del imputado, o como funcionario del Ministerio Público, defensor, denunciante, querellante o actor civil, o hubiera actuado como perito o conocido el hecho como testigo, o si en otras actuaciones judiciales o administrativas hubiera actuado profesionalmente en favor o en contra de alguna de las partes involucradas. 2) Si como juez hubiere intervenido o interviniere en la causa algún pariente suyo dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad. 3) Si fuere pariente, en los grados preindicados, con algún interesado. 4) Si él o alguno de dichos parientes tuvieren interés en el proceso. 5) Si fuere o hubiere sido tutor o curador, o hubiere estado bajo tutela o curatela de alguno de los interesados. 6) Si él o sus parientes, dentro de los grados preindicados, tuvieren juicio pendiente iniciado con anterioridad, o sociedad o comunidad con alguno de los interesados, salvo la sociedad anónima. 7) Si él, su cónyuge, padres o hijos, u otras personas que vivan a su cargo, fueren acreedores, deudores o fiadores de alguno de los interesados, salvo que se tratare de bancos oficiales o constituidos, bajo la forma de sociedades anónimas. 8) Si antes de comenzar el proceso hubiere sido acusador o denunciante de alguno de los interesados, o acusado o denunciado por ellos. 9) Si antes de comenzar el proceso alguno de los interesados le hubiere promovido juicio político. 10) Si hubiere dado consejos o manifestado extrajudicialmente su opinión sobre el proceso a alguno de los interesados. 11) Si tuviere amistad íntima, o enemistad manifiesta con alguno de los interesados. 12) Si él, su cónyuge, padres o hijos, u otras personas que vivan a su cargo, hubieren recibido o recibieren beneficios de importancia de alguno de los interesados; o si después de iniciado el proceso, él hubiere recibido presentes o dádivas, aunque sean de poco valor. 13) Si existiere cualquier otra circunstancia objetiva o subjetiva que afecte la imparcialidad del juzgador. ARTICULO 2º: Comuníquese al Poder Ejecutivo. Sergio F. Mansilla. – FUNDAMENTOS Señor presidente Que tal como surge del Expediente Nº 3570/10, presentado por ante la Mesa de Entradas del Honorable Senado de la Nación el día 14 de octubre de 2010, fue introducido el presente proyecto de ley cuyo texto y consideraciones resultan ahora reeditadas al haber perdido su estado parlamentario.Tal como lo hemos expresado en oportunidad de proponer la reforma de los plazos procesales establecidos para la duración de la instrucción; ello con la finalidad de adaptar la norma a las mandas de nuestra Constitución Nacional en cuanto a la garantía del plazo razonable, toca ahora abordar otra cuestión basal también relacionada con prerrogativas de orden superior siempre en el entendimiento que un precepto procesal sin andamiaje constitucional no constituye más que una norma vacía de contenido y discordante con las exigencias propias de estos tiempos, razón por la cual seguidamente me avocaré al proyecto de reforma que pretendo introducir. No podemos dejar de mencionar que los cambios procesales en nuestra legislación ritual devienen hoy indefectibles, y que cuestiones que fueron antaño objeto de largos debates, tanto doctrinarios como socio-políticos, deben ser ahora explicitados en la propia normativa adjetiva, la cual debe brindar solución acabada al conflicto de modo de lograr finalmente la ansiada armonía entre las garantías de los ciudadanos y la eficacia de la ley. Tal es el camino que nos propusimos como meta y que comenzó con la reforma de los plazos legales en la legislación procesal penal nacional, tendiendo siempre a la loable, pero a la vez ardua tarea, de enderezar nuestra normativa penal vigente a los designios constitucionales e instrumentos internacionales, cuyo rumbo va quedando cada vez más claro merced a las señeras decisiones de nuestra Corte Suprema de Justicia, la Cámara Nacional de Casación Penal y demás tribunales inferiores que han sabido con buen criterio trasvasar reinterpretando la norma escrita y avanzar firmemente hacia un efectivo cambio en el sistema judicial. Y decimos loable tarea, cuenta habida que la ahora pretendida reforma tiene su fundamento último en los lineamientos políticos institucionales tenidos en cuenta por nuestra Constitución Nacional al proyectar una idea de país republicano y federal, motivación que nos obliga aún más como ciudadanos y particularmente como formadores de leyes, a trabajar arduamente en la misión de afianzar la justicia tal como lo prevé nuestro preámbulo constitucional. Dentro de este contexto cabe entonces comenzar definiendo la imparcialidad para lo cual partiremos de la definición de Luigi Ferrajoli quien enseñó que “la imparcialidad del juzgador puede ser definida como la ausencia de prejuicios o interés de éste frente al caso que debe decidir, tanto en relación con las partes, como con la materia”, enseñanza que “ab initio” nos determina a adoptar, tal como ya lo hemos sostenido, un sistema de enjuiciamiento acusatorio ajustado a nuestra Carta Magna, y a la vez considerar a la mentada institución en su doble faz –tanto objetiva, como subjetiva- de modo de dar una solución efectiva a este pilar fundamental propio del nuevo modelo de enjuiciamiento que proponemos. Sin embargo debemos advertir que el concepto de imparcialidad tuvo a lo largo de la historia una evolución interpretativa de forma progresiva hasta llegar a consagrarse hoy en día como uno de los más importantes principios procesales, y lejos de querer agotar dicha evolución histórica en este proyecto, solo me limitaré a esbozar brevemente el camino hasta ahora recorrido. Además, y siempre con la finalidad de no reiterar aspectos históricos normativos ya conocidos por los cuales fue transitando nuestro país, comenzaremos por abordar la recepción que los distintos tribunales fueron teniendo a lo largo del tiempo respecto de la garantía de juez imparcial, para lo cual haremos una breve reseña de los aspectos y fundamentaciones de mayor relevancia volcados en dichos resolutorios. Que la garantía a que hacemos referencia ya había sido reconocida en el año 1982 cuanto el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) al resolver el caso “Piersack vs. Bélgica” expresó que todo juez en relación con el cual pueda haber razones para dudar de su imparcialidad debe abstenerse de conocer el caso, ya que lo que está en juego es la confianza que los tribunales deben inspirar a los ciudadanos en todo Estado democrático. Asimismo dicho Tribunal in re “De Cubber” resuelto el 26 de octubre de 1984 argumentó que en el ámbito de la imparcialidad objetiva incluso las apariencias pueden revestir importancia y que todo Juez del que puede dudarse de su imparcialidad deba abstenerse de conocer del asunto o pueda ser recusado. No menos importantes resultan en el ámbito regional los precedentes “Mejía vs. Perú”, “Herrera Ulloa vs. Costa Rica” y “Castillo Petruzzi y otros vs. República de Perú” (todos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos) entre los cuales respectivamente se expresó, entre otras argumentaciones, que “la imparcialidad objetiva requiere que el juez o tribunal ofrezca las suficientes garantías que eliminen toda duda de parcialidad sobre el caso”, “que se debe garantizar que el juzgador cuente con la mayor objetividad posible para enfrentar al juicio”, y que “Esto permite que los tribunales inspiren la confianza necesaria entre las partes como también en los ciudadanos de una sociedad democrática”. En lo tocante a nuestra jurisprudencia nacional cabe mencionar el precedente “Zenzerovich” (Fallo 322:1941 de la Corte Suprema de Justicia de la Nación) en el cual se concluyó de modo muy limitado que las normas acuñadas en los diferentes Tratados Internacionales no preveían de modo expreso que la investigación y juicio se llevaran a cabo por órganos distintos, tan solo determinaban el derecho a ser oído por un tribunal competente, independiente e imparcial, no siendo entonces imperativa la diversificación del órgano jurisdiccional. Aún más, se argumentó en el fallo citado antes de ahora que la mera circunstancia de que un juez cumpla la función de instruir y juzgar no significaba “per se” una violación a la garantía del juez imparcial. Años más tarde, específicamente el 19 de octubre de 2004, nuestro más Alto Tribunal avanzó en relación al fallo mencionado en el párrafo antecedente, en tanto que consideró “que no bastan afirmaciones dogmáticas, sin respuesta jurídica, cuando se discuta la imparcialidad del juzgador, que se conculca cuando el tribunal de juicio se constituye con magistrados que actuaron como Alzada en la instrucción confirmando el auto de procesamiento y prisión preventiva”, con lo cual además de reconocer la posibilidad de interponer recurso extraordinario ante estas cuestiones, las equiparó a sentencia definitiva cuenta habida el alcance constitucional de la garantía en juego (ver fallo “Venecia, Daniel Alberto”). En autos “Llerena, Horacio Luis s/ abuso de armas y lesiones” (CSJN, 17/05/05), sostuvo también la Corte Suprema de Justicia de la Nación que “La garantía de imparcialidad del juez es uno de los pilares en que se apoya nuestro sistema de enjuiciamiento, ya que es una manifestación directa del principio acusatorio y de las garantías de defensa en juicio y debido proceso, en su vinculación con las pautas de organización judicial del Estado. La imparcialidad del juzgador puede ser definida como la ausencia de prejuicios o intereses de éste frente al caso que debe decidir, tanto en relación a las partes como a la materia”; argumentaciones que una vez más me convencen plenamente acerca de la verdadera importancia de la modificación legal instrumentada, toda vez que garantizando la imparcialidad del juzgador, no haríamos más que reafirmar una organización institucional acorde a nuestra Carta Magna a la vez que consagraríamos este principio como una garantía fundamental por encima de las demás prerrogativas procesales, afianzando consecuentemente nuestro sistema republicano de gobierno para lo cual, en definitiva, fuimos convocados a la labor legislativa. Sin ánimo de extenderme más sobre el análisis de casos, solo resta decir, siempre en lo tocante a la cuestión ahora planteada, que más recientemente nuestro más Alto Tribunal en oportunidad de resolver el recurso de hecho deducido por la defensa técnica de María Graciela Dieser en el expediente caratulado “Dieser, María Graciela y Fraticelli, Carlos Andrés s/ homicidio calificado por el vínculo y por alevosía” expresó que “La imparcialidad del Tribunal es uno de los aspectos centrales de las garantías mínimas de la administración de justicia. Si la imparcialidad personal de un Tribunal o juez se presume hasta prueba en contrario, la apreciación objetiva consiste en determinar si independientemente de la conducta personal del juez, ciertos hechos que pueden ser verificados autorizan a sospechar sobre su imparcialidad. En materia de imparcialidad lo decisivo es establecer si, desde el punto de vista de las circunstancias externas (objetivas), existen elementos que autoricen a abrigar dudas con relación a la imparcialidad con que debe desempeñarse el juez, con prescindencia de qué es lo que pensaba en su fuero interno, siguiendo el adagio “justice must not only be done: it must also be seen to be done”. No menos importante resulta en dicho fallo, lo argumentado al respecto por el Procurador General quien dictaminó que “es probable conjeturar que quien debió emitir un juicio de verosimilitud podría quedar psíquicamente condicionado para emitir un juicio de certeza, pues no debe descartarse la permeabilidad entre los distintos grados de conocimiento y de los difusos límites intelectivos entre la probabilidad y la certeza”, consideración más que suficiente para colegir que el citado precedente extendió la garantía analizada en tanto explicitó que aquella prerrogativa ritual no solo quedaba circunscripta a la unificación funcional –de investigación y de juzgamiento- sino que también se extendía a cualquier otra intervención anterior en el mismo expediente que hiciera sospechar temor de parcialidad. Ahora bien, comenzaré luego de este breve análisis jurisprudencial por definir cuál es la función que le corresponde a los jueces dentro del proceso penal y a partir de allí iremos delimitando aquellas obligaciones en relación a la imparcialidad con que deben conducirse en la gestión para la cual fueron instituidos. En primer término he de advertir, siempre a la luz del tema sobre el cual nos toca ahora legislar, que la función jurisdiccional debe quedar pura y exclusivamente circunscripta a la averiguación de la verdad real de los hechos traídos a conocimiento del magistrado, de modo que toda cuestión que exceda dicho marco de cognición o que implique su subordinación a otros intereses dentro del pleito, debe ser analizada con la finalidad de evitar conculcar el principio fundamental a que ahora hacemos referencia. Dicho en otras palabras, deben los jueces resultar totalmente extraños a la cuestión sobre la cual deben emitir su fallo, haciendo primar los derechos de los ciudadanos sobre cualquier otro interés contingente o eventual, a la vez que mantener la ajenidad institucional respecto de los demás poderes del Estado, consolidando de esta manera los derechos fundamentales frente cualquier embate arbitrario que pudiera menoscabarlos. Esta función primordial propia del estado derecho en que vivimos implica una seria responsabilidad institucional del poder jurisdiccional que se ve efectivamente traslucida no solo en la separación de poderes propia del sistema republicano de gobierno, sino que también se ve patentizada en la separación de funciones de quien debe juzgar y quien debe acusar en un proceso, quedando de esa manera perfectamente definidos los roles que le competen a cada una de las partes –acusar y defender- y la finalidad desinteresada que debe perseguir el juzgador por sobre aquellas. Tan es así que los ordenamientos procesales han sido contestes en incluir en los códigos adjetivos el instituto de la recusación a fin que sean los propios actores de la controversia quienes estimen y planteen las diversas situaciones o circunstancias por las cuales pudieran verse afectados sus derechos a ser juzgados conforme a criterios de independencia e imparcialidad, todo lo cual guarda estrecha concordancia con nuestra Constitución Nacional y Pactos Internacionales (sobre el punto ver art. 10 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, art. 8.1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos –Pacto de San José de Costa Rica-, y Regla 4:2 de las Reglas Mínimas de Naciones Unidas para el Procedimiento Penal). En este orden de inteligencia, abrigamos, reitero hasta el cansancio, un sistema judicial acorde al concepto de “debido proceso”, que sin dejar de lado los derechos del sometido a persecución penal –y siempre con la finalidad que ello no se torne una mera construcción dogmática y declarativa- implique a su vez un justo equilibrio con los derechos de los ciudadanos a que los tribunales impongan sentencias justas respecto de quienes incurrieron en algún tipo de delito, manteniendo de esa manera una simetría necesaria que no vulnere ni menoscabe derechos de unos y de otros. A ésta difícil dialéctica que se trasluce en las posiciones mencionadas antes de ahora, se le impone el deber fundamental de compensar el poder estatal de persecución a través de los órganos jurisdiccionales predispuestos a tal efecto y los derechos inmarcesibles de los traídos a juicio penal, tarea primordial puesta en cabeza de los magistrados, cuya actuación debe hallarse enderezada exclusivamente a menguar dicha brecha, de modo que ya no resulten aquellos extremos antagónicos, sino complementarios y a la vez respetuosos de los derechos humanos. Expresamos también al comienzo del presente líbelo, que una de las cuestiones de vital interés lo constituye la búsqueda de un proceso penal que permita una congruente adaptación de la norma a la realidad social que nos circunda, pues de esa manera nos acercaríamos aún más a la causa final propuesta, la cual se verá acuñada en la reforma del instituto procesal referido, esto es justamente la existencia un juez ecuánime, indiferente y neutral que juzgue los acontecimientos traídos a su conocimiento. Que si bien entendemos que todo proceso penal resulta siempre perfectible, ello no puede significar óbice alguno para el tratamiento del proyecto “sub examine” debatido, lo cual lejos de parecer una cuestión procesal más, representa el pilar fundamental sobre el cual se debe asentar todo nuestro andamiaje jurídico procesal, a la vez que direcciona el resto de las potestades o prerrogativas adjetivas hacia el objetivo fundamental dado por nuestra Constitución Nacional. Retomando entonces la directriz trazada al comienzo de la presente exposición, mencionamos oportunamente que este principio fundamental de imparcialidad del juzgador podía ser abordado desde dos perspectivas, una objetiva y otra subjetiva. Siguiendo entonces la clara fundamentación jurídica expuesta en los considerandos del fallo “Llerena” podemos definir a la imparcialidad objetiva como la que ampara al justiciable cuando éste pueda temer la parcialidad del juez por hechos objetivos del procedimiento, sin cuestionar la personalidad, la honorabilidad, ni la labor particular del magistrado que se trata; mientras que la imparcialidad subjetiva involucra directamente actitudes o intereses particulares del juzgador con el resultado del pleito. Precisando ello un poco más, y siempre en lo respectivo a la faz objetiva del principio de imparcialidad, entendemos que la modificación legislativa debe apuntar a evitar que el magistrado que debe emitir sentencia respecto de un suceso traído a su conocimiento, haya intervenido con anterioridad en el mismo asunto dictando actos procesales impulsores que impliquen el avance del proceso en contra del imputado. Nótese que aquí la garantía de la imparcialidad juega a favor del imputado y no contra él, de modo que en el hipotético caso de haber dictado un juez federal, un auto de procesamiento contra un ciudadano, existen serias sospechas de que al momento de ventilarse el juicio correccional respectivo, aquél obtenga un pronunciamiento condenatorio, pues en este tipo de delitos correccionales, el magistrado de excepción resulta ser juez de instrucción y a la vez juez de sentencia del caso, todo lo cual no hace más que vulnerar el principio fundamental sobre cuya base se asienta el presente proyecto de ley. Otra particularidad de la casuística propia de los juzgados, resulta ser la integración de tribunales de juicio con magistrados que ya intervinieron en la primera instancia del proceso, situación que aunque de menor gravedad que la anteriormente mencionada, no resulta diferente en cuanto a la conculcación de la garantía a que hacemos referencia; pues de tan solo un análisis liminar de la cuestión, se colige fácilmente que un juez que emitió un pronunciamiento –aunque con grado de probabilidad positiva- de intervenir con posterioridad a ello, tornaría difuso el derecho del acusado a ser juzgado por un tribunal independiente conforme el artículo 18 de nuestra ley fundamental. Sobre lo dicho precedentemente, la Sala IV de la Cámara Nacional de Casación Penal al fallar en causa “Hollo” (2/4/2003) argumentó que aparece justificado el apartamiento de los jueces ante el temor despertado en la defensa de que se vulnere la garantía de imparcialidad, en atención a que el mismo tribunal conoció y valoró los elementos de convicción (citado en “Proceso Penal y Derechos Humanos”, José I. Cafferata Nores, CELS, pág. 39). En lo respectivo al análisis de la imparcialidad subjetiva, lo cual constituye otro de los puntos estructurales de la reforma que pretendemos introducir, entendemos que una fórmula legal más amplia y genérica de tales aspectos permitiría una amplitud de criterio lógico en cuanto a las causales que no están taxativamente enumeradas en articulado, y que verdaderamente constituyen casos no previstos en los que los magistrados deben excusarse o bien ser recusados por las partes. Es así que proponemos la incorporación de un inciso más en el plexo procesal, ello tal como referimos anteriormente, recurriendo también a una fórmula amplia que permita abarcar la totalidad de casos que eventualmente pudieran conculcar el principio de imparcialidad, situación que permitirá a las partes, como al propio juez, ahora con fundamento legal, apartarse del conocimiento de hechos que inclinen la subjetividad del magistrado en favor de una u otra de las pretensiones ventiladas en un proceso penal, donde justamente se resuelve sobre uno de los valores fundamentales de nuestra sociedad cual es la libertad de los ciudadanos. Por las consideraciones de hecho y de derecho precedentemente expuestas solicito la aprobación del presente proyecto de ley y solicito a mis pares que me acompañen en este proyecto. Sergio F. Mansilla. -